El Fantasma De La Calle 4 Historia De Terror

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El Fantasma De La Calle 4 Historia De Terror

El Fantasma De La Calle 4 Historia De Terror… Me llamo Oscar y me dedico a la música desde que era niño, soy tecladista solista y en los últimos años me he dedicado a trabajar en eventos o fiestas a lo largo y ancho de la Ciudad y del Edo. De México, por lo que gran parte de mi vida ha trascurrido entre las noches y las madrugadas solitarias, y en las que sin duda he pasado por muchas experiencias difíciles, algunas incluso han puesto en riesgo mi vida y algunas otras vivencias han sido tan extrañas que hay muchas cosas que no he podido explicarme todavía, pero nada comparado con lo que viví hace un par de años, una experiencia que me ha marcado como no tienen idea.

Ese sábado el evento terminó casi hasta las tres de la mañana, entrecomillo que no estaba tan lejos de mi casa, yo vivo al sur de la ciudad, pero en esa ocasión decidí, como tantas otras veces, irme a quedarme con mis papás, su casa se encontraba como a unos veinte minutos de ahí. Este tipo de ocasiones me servían de pretexto para pedirle el favor del viaje a mi buen amigo Tomás, que en aquel entonces traía trabajando un carro de alquiler tolerado por estas colonias populares.

Un poco antes de terminar mi contrato le marqué para que pasara por mí, en esa ocasión como andaba por la zona no tardó mucho en llegar. Todavía tuvimos tiempo de echamos un par de cervezas y platicar un rato muy a gusto, mientras recogían la carpa de la fiesta. Lo noté un poco serio y en ocasiones disperso, pero no le di mucha importancia, había mucho de que platicar durante el camino a casa. Ya empezaba a arreciar el frio y se veía cansado, así que me levanté, agarré mis teclados y nos fuimos.

La verdad parecía una noche muy tranquila, yo también me sentía muy cansado y veníamos platicando de tantas cosas que ya ni me acuerdo muy bien de qué, pero en cuestión de unos quince minutos ya estábamos entrando a la colonia donde viven mis papás.

Nos metimos por la calle principal y le pedí de favor que se diera vuelta a la derecha hasta la calle cuatro para evitarnos los baches, el conocía por demás el camino y entonces dejamos pasar la calle tres sin ningún problema, pero cuando llegó el momento de girar en la siguiente, frente a nosotros apareció una viejecita sentada a la mitad de la calle o al menos es fue nuestra impresión.

Tomás venía manejando muy despacio por lo que no tuvo ningún problema para frenar rápido. La verdad nos alarmamos, lo primero que pensamos es que alguien la había atropellado y la había dejado a la buena de Dios, o que caminando se había caído y que necesitaba ayuda o algo así.

Desde mi asiento no podía verle bien el rostro, la luz de los faros del carro la deslumbraba, aun así, pude ver que traía encima un chal gris que le cubría casi toda la cabeza y parte del cuerpo, apenas y se le veía un mechón de cabellos grises que le caían en la frente que dejaba al descubierto, pero no podíamos verle el rostro porque tenía la mirada fija hacia al piso.

El Fantasma De La Calle 4 Historia De Terror

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Dudamos en salir inmediatamente del carro, uno aprende a la mala que hay muchas formas para robarlo a uno en esta ciudad, esperamos unos minutos y aquella figura encorvada a media calle seguía frente a nosotros.

Al principio no nos percatamos, pero empezamos a escuchar un quejido leve, que poco a poco fue creciendo hasta escucharse cada vez más fuerte y parecía venir de aquella viejecita.

La miré con más detenimiento y entonces alcancé a ver que de sus manos escurría algo viscoso y rojo hacia el piso, en unos cuantos segundos se empezó a formar un gran charco a su alrededor. Le dije a Tomás que no apagara el motor y que tuviera listo el teléfono por cualquier cosa, entonces abrí la portezuela y bajé muy despacio un pie, volteé a todos lados, la calle seguía completamente desierta, sin un alma, solo los quejidos de la viejecita llenaban el silencio de aquella madrugada.

Bajé completamente del carro y entrecerré la portezuela, seguí volteando a todos lados sin bajar la guardia y empecé a caminar muy despacio hacía ella. Me fui acercando poco a poco, haciendo con mis manos un gesto tranquilizador mientras le preguntaba suavemente: «¿madre, está bien?», solo dejó escapar un gruñido como respuesta.

Seguí caminando hasta que estuve a solo un par de pasos de ella y fue entonces cuando todo se salió de control, levantó bruscamente la cara, los faros del auto que la alumbraban nos dejaron ver claramente todos los detalles, no tenía ojos ni nariz, en su lugar solo había unos huecos negros de los cuales escurría sangre y no tenía una parte de la quijada, dejando al aire su dentadura. Yo sentí como se me erizaba el cabello como si me hubiera caído un rayo, y me quedé paralizado por un instante frente a ella, hasta que lo que quedaba de su boca descarnada empezó a moverse como si quisiera decirme algo, fue una imagen aterradora, en ese momento no sé si fue la adrenalina o fue mi instinto de sobrevivencia, que me di media vuelta y corrí al carro.

Al meterme vi que Tomás estaba paralizado frente al volante, sin poder dejar de ver aquella aparición, tuve que sacudirlo por el hombro y gritarle al oído para que saliera de ese trance, y entonces por fin logró meter reversa y alejarnos de ahí. Condujo por toda la calle por donde habíamos llegado hasta llegar a la avenida, ahí se detuvo bruscamente, abrió la portezuela y empezó a vomitar, yo no supe que hacer, solo me recargué en el asiento y cerré los ojos tratando de tranquilizarme, sentí un dolor muy fuerte en el pecho, pensé que me daría un paro cardiaco.

No sé cuánto tiempo paso, pero la verdad, nos dieron las seis de la mañana ahí, a media avenida, sin decirnos ni una sola palabra. Finalmente, Tomás encendió el motor y empezó a subir nuevamente por la calle principal, pero esta vez giró a la derecha por la calle tres, pasando los baches saltó a la vista la casa de mis papás.

Apenas llegamos, me ayudó a bajar rápidamente mis estuches con mis teclados y algunas otras cosas que llevaba, en cuanto checamos que no faltaba nada, dio media vuelta, se subió a su coche y se fue, sin despedirse, sin ni siquiera haberme dado la oportunidad de pagarle por el viaje.

He de decirles que ya no lo he vuelto a ver desde ese día, más tarde comprendería por qué. Metí todo a la sala y me subí a la que era mi habitación que aún seguía desocupada, recé un poco y me acosté.  

Más tarde, escuché los gritos de mi hermana Roxana avisándome del desayuno, me levanté todavía soñoliento, me vestí y arreglé un poco mi aspecto desaliñado. Cuando bajé, ya estaban comiendo mi hermana y mis papás, sin pensarlo mucho me senté a la mesa.

Empezamos a platicar de cualquier cosa, siempre se hacían muy amenas esas charlas en las comidas de los domingos. Aún con el espanto encima, me animé a contarles lo que había vivido hace algunas horas en la calle cuatro.

Cuando acabé mi relato todos se quedaron en silencio, pensé que se burlarían, porque era muy raro que yo hablara de esas cosas de espantos, pero por la gravedad del rostro de mi familia, algo me dijo que ellos sabían lo que había pasado, guardé silencio.

Fue Roxana, mi hermana mayor, quien empezó a platicarme sin poder ocultarme su miedo que hace unas semanas el hijo de mi amigo Tomás y unos compañeros, unos chamacos de quince años, andaban en el carro de uno de ellos y que andaban tomando, y que se les hizo fácil agarrar de pista de carreras la calle cuatro, cuando en una de esas perdieron el control del coche y se subieron a la banqueta, precisamente en donde estaba tomando el sol la mamá de uno de los vecinos, una señora ya grande, el auto la prensó por completo contra la pared, destrozándola.

Nosotros escuchamos el golpazo y corrimos a ver qué había pasado, y todavía alcanzamos a ver como sacaban los vecinos a los chamacos de lo que quedó del carro. Por la señora no pudieron hacer nada y se quedó ahí, agonizando entre los fierros retorcidos y un gran charco de sangre, hasta que llegó la policía y los bomberos. Al hijo de Tomás lo soltaron por ser menor de edad y se desapareció de la colonia.

Mi hermana me describió a la señora que murió, yo me quedé sorprendido y asustado, era la misma que yo había visto hace unas horas, y también porque hasta ese momento entendí la reacción tan fuerte que tuvo de Tomás.

Sigo trabajando como músico por las noches y madrugadas, pero cuando hay oportunidad de venirme a la casa de mis papás, siempre le pido al conductor que se meta una calle antes, la de los baches. Espero nunca volver a encontrarme otra vez al espanto de la de la calle cuatro.

Autor: Luis Martínez Vásquez

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