Muñecos Historia De Terror 2024

munecos-historia-de-terror

Muñecos Historia De Terror 2024

Muñecos, Historia De Terror… Mis días como estudiante universitaria se volvían cada vez más desafiantes después de que mi padre perdiera su empleo. La tensión financiera pesaba sobre nosotros, y la idea de abandonar la universidad rondaba en nuestras conversaciones familiares. Pero yo estaba decidida a encontrar una solución que me permitiera continuar mis estudios sin sacrificar mi educación.

La búsqueda de un trabajo de medio tiempo se convirtió en mi principal objetivo, pero descubrí que la realidad era más cruel de lo que esperaba. Los empleos que encontraba pagaban muy poco, y cualquier posibilidad de trabajo a tiempo completo estaba fuera de mi alcance si quería seguir asistiendo a la universidad. La desesperación y la ansiedad se apoderaron de mí, y cada día se volvía más difícil mantener la calma.

Fue entonces cuando una amiga de la universidad, al enterarse de mi situación, me sugirió una idea que cambiaría mi vida. Ella, al igual que yo, estaba estudiando y se ganaba la vida como niñera de forma independiente.

Me contó sobre la flexibilidad de su horario, la buena paga y la libertad para trabajar según sus necesidades. No pertenecía a ninguna agencia; simplemente pegaba volantes con su información en áreas adineradas y esperaba a que los padres la contactaran.

Animada por la perspectiva de tener control sobre mi tiempo y ganar un buen salario, decidí seguir sus pasos. Mi amiga me ayudó a crear mis propios volantes y, en poco tiempo, me encontré pegándolos en zonas donde creía que podrían necesitar a una niñera confiable.

La respuesta no tardó en llegar. Mi teléfono comenzó a sonar con solicitudes de información sobre mis servicios. La demanda creció rápidamente, y me vi sumergida en el mundo de la niñera independiente. Aunque al principio dudaba de mis habilidades con los niños, pronto descubrí que disfrutaba del trabajo. Incluso podía realizar tareas universitarias mientras cuidaba a los pequeños.

Mi madre, sin embargo, no dejaba de recordarme la importancia de la seguridad. Al trabajar de forma independiente, no había filtros ni precauciones establecidas para protegerme de situaciones riesgosas. Aunque escuchaba sus advertencias, la juventud a veces nos hace sentir invulnerables, y continué con mi trabajo sin darle demasiada importancia a sus consejos.

A medida que los meses pasaban, mi padre finalmente consiguió un nuevo empleo, y la necesidad de la niñera independiente disminuyó. Ahora era más un ingreso adicional que una fuente principal de sustento. Aceptaba solo trabajos esporádicos cuando necesitaba un poco de dinero extra, pero la rutina ya no era tan intensa como al principio.

Fue en una de esas ocasiones, cuando acepté un trabajo después de un período de inactividad, que mi vida dio un giro inesperado.

La tarde en la que mis amigos mencionaron su plan para un viaje a la playa durante un fin de semana, la emoción me invadió. La idea de disfrutar del sol y la arena era tentadora, pero la realidad financiera de mi familia amenazaba con poner fin a mis sueños de escapar a la costa.

Determinada a no perderme la oportunidad, decidí tomar todos los turnos de niñera posibles en las próximas dos semanas. Mi objetivo era acumular suficiente dinero para financiar mi escapada a la playa sin agregar más presión a las finanzas de mi familia.

Durante esas dos semanas, me sumergí en un frenesí de trabajo. Cada oportunidad de cuidar niños se convirtió en una oportunidad para acercarme a mi objetivo. Los días se volvieron una sucesión interminable de juegos, tareas y risas infantiles, pero mi mente estaba enfocada en la recompensa que me esperaba, al final tuve bastante dinero, al punto que junté más que suficiente.

En una de esas noches, cerca de las 10, mi teléfono sonó. El número era desconocido, por lo que asumí que era otro padre en busca de mis servicios como niñera. Preparada para rechazar la oferta, respondí con una actitud confiada. La voz al otro lado de la línea parecía desesperada. Necesitaban con urgencia una niñera para sus dos hijos y estaban dispuestos a pagar generosamente.

Mi primera reacción fue negarme, ya que consideraba que ya no lo necesitaba. Sin embargo, la oferta se volvió cada vez más tentadora. El padre, consciente de mi resistencia, aumentó la apuesta ofreciéndome el triple de mi tarifa habitual. La perspectiva de ganar esa cantidad de dinero en una sola noche era demasiado tentadora para resistirla.

A pesar de mis dudas iniciales y la sensación de que algo no estaba del todo bien, acordé cuidar de sus hijos esa noche. Anoté la dirección y confirmé los detalles, aunque la vocecita en mi cabeza seguía susurrando palabras de advertencia. La cita estaba programada para las 8 de la noche, y se suponía que los padres regresarían a la medianoche. El trato estaba hecho, y la promesa de una recompensa financiera significativa eclipsó cualquier preocupación que pudiera tener.

A medida que se acercaba la hora de dirigirme a la dirección proporcionada, las dudas volvieron a surgir. ¿Realmente valía la pena arriesgarse por un poco más de dinero? Las historias de precaución de mi madre resonaron en mi mente, pero las fachadas de seguridad y comodidad del vecindario de clase alta disiparon mis preocupaciones. Decidí dejar de lado las suposiciones y dirigirme a la casa.

Al llegar, quedé impactada por la magnitud de la residencia. La casa era majestuosa, con un diseño que reflejaba la  riqueza de sus habitantes. Al abrir la puerta, una ráfaga de aire fresco y perfume lujoso me recibió. Sin embargo, algo en el ambiente me desconcertó.

Las personas que abrieron la puerta parecían ser los padres de los niños a quienes iba a cuidar. Sin embargo, una extraña sensación de incomodidad se apoderó de mí cuando los observé detenidamente. Aunque parecían normales a primera vista, algo en sus rostros me desconcertó.

Estaban pálidos, con ojeras pronunciadas, y sus gestos parecían un tanto desalineados. A pesar de eso, estaban impecablemente limpios y vestían ropas elegantes. La mujer llevaba anillos y aretes de alta calidad que destellaban con cada movimiento.

Traté de no ser demasiado obvia respecto a mis pensamientos y simplemente les saludé mientras ellos hacían lo mismo. Me invitaron a pasar, y al cruzar el umbral, me encontré con un patio extremadamente grande, bicicletas y juguetes de todo tipo estaban esparcidos por todas partes, indicando claramente la presencia de niños en la casa. Aunque sabía que iba a cuidar niños, la visión de aquel patio me tranquilizó un poco, contrarrestando los pensamientos inquietantes que habían estado rondando en mi mente todo el día.

El matrimonio me condujo hasta la sala, donde me dieron algunas indicaciones básicas sobre mi labor. Las luces debían permanecer apagadas a menos que fueran extremadamente necesarias, y los niños eran libres de comer cualquier cosa si lo pedían. También se me permitía hacer lo que quisiera en la casa, siempre y cuando no saliera de ella. Escuché atentamente, asintiendo como lo haría en cualquier otro trabajo de niñera.

Sin embargo, pronto noté que algo no estaba del todo bien. No escuchaba a los niños en ningún lugar de la casa. No solo no los veía, sino que literalmente parecían no emitir ningún tipo de ruido. Intrigada, les pregunté a los padres dónde estaban. Con una calma inusual, me dijeron que sus hijos ya se habían dormido, aunque ocasionalmente se despertaban para un bocadillo nocturno o para mirar televisión antes de volver a dormir.

La imagen de niños que se mantenían en silencio durante toda la noche, durmiendo sin interrupciones, me alivió. Pensé que estarían pagándome tres veces más únicamente por estar presente en una casa donde los niños ya estaban dormidos, y eso me pareció bastante sencillo y cómodo.

Agradecí internamente haber aceptado el trabajo, considerándolo el dinero más fácil y rápido que había ganado. Confirmé mi aceptación de las demás indicaciones, incluida la peculiar regla de no entrar a la habitación de los niños. Aunque me pareció extraño, no le di demasiada importancia y acepté sin cuestionar.

Tan pronto como los padres se fueron, la casa quedó sumida en un total silencio. Aproveché el tiempo para realizar algunas tareas pendientes y, una vez completadas, decidí tomar un breve momento para ver la televisión. Todo seguía en silencio, y la paz reinante era tan intensa que, por un momento, me pareció extraño estar allí sin un propósito aparente.

Pasaron cerca de treinta minutos, y la quietud persistía. La sala de estar se mantenía tranquila y apacible, sin rastro de actividad infantil. El reloj avanzaba lentamente, marcando cada segundo en medio de la calma, mi mente, aunque inicialmente ansiosa, se relajó ante la aparente simplicidad de la tarea encomendada.

En ese momento, el ambiente parecía tan sereno que incluso me pregunté si alguno de los niños bajaría en busca de algo. La atmósfera en la casa era tan tranquila que la idea de cuidar a niños dormidos comenzó a sentirse como una tarea excesivamente fácil, sin embargo, mientras el tiempo transcurría en silencio, una sensación inquietante empezó a formarse en el fondo de mi mente.

Por un momento, mientras buscaba un canal adecuado para mirar en la televisión, pensé que el resto de la noche seguiría siendo tan tranquilo como hasta ese momento. Sin embargo, en un instante, todo cambió. Un sonido, sutil pero audible, como de pasos corriendo, resonó cerca de la cocina.

Mi atención se centró en ese ruido, y rápidamente giré la cabeza hacia la dirección del sonido, pero no pude distinguir a nadie. Inmediatamente asumí que podría ser uno de los niños bajando tímidamente para satisfacer un antojo nocturno.

Decidida a descubrir la razón detrás del sonido, me levanté del sillón y encendí la luz de la cocina. Caminé hacia el área, explorando cada rincón en busca del origen de los pasos. Busqué en la penumbra, pero no encontré rastro de ningún niño. La cocina estaba vacía, y mi búsqueda inicial resultó infructuosa. La idea de que tal vez había escuchado mal o que el niño había cambiado de opinión y regresado a su habitación pasó por mi mente.

Volviendo al sillón, me dispuse a sentarme de nuevo cuando una voz infantil, clara y audible, me sorprendió. “¿Me puedes servir un poco de cereal con leche de chocolate, por favor?” La extrañeza de la situación se acentuó, ya que no vi a nadie en la cocina.

Intrigada y un tanto confundida, me levanté nuevamente y respondí que sí, dispuesta a satisfacer la extraña petición. Al encender la luz para preparar el cereal, me di cuenta de que no había nadie allí. Intenté llamar al niño, pero no obtuve respuesta.

Aunque no podía ver al niño, decidí no darle demasiada importancia y continué con la tarea, sirviendo el cereal y colocándolo en la mesa. Un educado “gracias” resonó en la habitación, pero la falta de presencia física del niño me inquietaba. Mi curiosidad se despertó, y mientras permanecía junto al cereal, esperando que el niño apareciera, pasaron cinco minutos sin que diera señales de querer acercarse.

Decidí dirigirme al niño verbalmente, preguntándole si quería el cereal de alguna manera especial. La respuesta fue clara: apagar la luz y retirarme para que él pudiera disfrutar de su comida. Esta solicitud, tan peculiar y cortés, me desconcertó aún más. ¿Por qué querría comer en completa oscuridad y soledad?

Pero, ante la insistencia del niño, decidí cumplir con su extraña petición. Apagué la luz y regresé al sillón, observando en la penumbra mientras el tiempo transcurría. No pasaron más de dos minutos antes de que escuchara ruido en la cocina, como si alguien estuviera comiendo y disfrutando del cereal.

Escuché el sonido de la cuchara contra el tazón, y luego, un educado agradecimiento resonó en la penumbra antes de que los pasos ligeros del niño se dirigieran corriendo de nuevo hacia las escaleras, subiendo hacia su habitación.

Aquella experiencia dejó un rastro de desconcierto en mi mente. La realidad y la lógica parecían desdibujarse en la mansión silenciosa. Permanecí en el sillón, tratando de comprender lo inexplicable, mientras la noche avanzaba en misterio.

La situación con los niños se volvía cada vez más extraña. Jamás había conocido a niños que prefirieran comer en la oscuridad, ya que la mayoría solía pedir iluminación extra por miedo a la penumbra. Sin embargo, decidí no darle demasiadas vueltas al asunto, atribuyendo la rareza a la educación de esos pequeños. Seguí mirando la televisión, tratando de ignorar la peculiaridad de la situación, cuando de repente, nuevos pasos resonaron descendiendo las escaleras.

Opté por no voltear, esperando a que el niño o la niña hablara antes de enfrentarme a su presencia. Esta vez, la voz que resonó en la penumbra era la de una niña, quizás un año o dos más joven que el niño anterior. Su tono sonaba más mandón, menos tímido.

Simplemente dijo que quería piña con leche, sin usar palabras de cortesía, más bien como una orden. Me giré de inmediato, intentando ver a través de la oscuridad la figura de la niña. Parecía una sombra, una silueta distorsionada por la falta de luz, rígida y estática.

Me levanté y le confirmé que sí, que le prepararía lo que quería. Caminé hacia el interruptor, pero antes de encender la luz, la niña gritó, pidiendo que no encendiera la luz porque la odiaba. Intenté explicarle la necesidad de luz para cortar la piña de manera segura, pero ella insistió en que la piña ya estaba cortada en el refrigerador y solo necesitaba leche.

Aquella actitud caprichosa me molestó un poco, pero recordé la generosa paga que recibiría y la promesa de no tener que lidiar con esos niños después de ese día.

Abriendo el refrigerador, la luz interna iluminó la cocina. Al voltear para ver a la niña, me di cuenta de que había desaparecido. La extrañeza de la situación me llevó a preguntarme si los niños me estaban gastando una broma o si tal vez su extraño comportamiento estaba relacionado con alguna condición médica que les impedía estar expuestos a la luz durante mucho tiempo. La misteriosa indicación de mantener las luces apagadas adquiría un nuevo significado en mi mente.

Decidí no profundizar en mis pensamientos y, con la ayuda de la luz del refrigerador, preparé lo que la niña deseaba. Coloqué el tazón en la mesa, imitando la rutina anterior. Me dirigí hacia el sillón para que la niña pudiera comer sin ser observada, pero en cuanto me senté, escuché claramente el sonido de ella comiendo. Sin embargo, algo más llamó mi atención de manera inmediata, el sonido de la niña escupiendo la comida.

Cada mordida resonaba de una manera extraña, como si estuviera escupiendo la comida en lugar de simplemente masticarla. Aquella experiencia, sumada a la anterior, aumentó la intriga y la inquietud que se instalaban en mi mente.

La niña, de manera caprichosa, gritó que no quería leche de vaca, sino de soya. En un instante, un manotazo resonó y el tazón se estrelló contra el suelo. El sonido del choque fue seguido rápidamente por el taconeo ligero de la pequeña corriendo escaleras arriba. Ante este comportamiento desafiante, decidí no perder más tiempo y encendí la luz de la cocina, pero la niña ya no estaba allí. Vi claramente el desastre en el piso, la leche derramada y los trozos de piña esparcidos.

Frustrada por la obvia travesura de la niña, recogí los restos y comencé a limpiar el piso lo mejor que pude. Aunque ya había experimentado situaciones caóticas con niños en el pasado, esta vez era diferente. Sabía que aquel desastre no había sido un simple accidente, la niña lo había provocado deliberadamente con la intención de hacerme limpiar. Sin embargo, recordé que esa era parte del trabajo y continué con mi tarea.

Cuando estaba a punto de terminar de limpiar, volví a escuchar la voz de la niña. Esta pequeña, que ya se había ganado el título de una de las peores que había cuidado, exigió que le sirviera otro tazón, pero esta vez con leche de soya. Aunque un tanto cansada de la situación, decidí imponer una condición antes de acceder a su petición.

Le dije que le serviría el tazón si primero me pedía disculpas por su comportamiento anterior. La respuesta de la niña fue negativa y desafiante, afirmó que nunca se disculparía. Ante esta negativa, me mantuve firme en mi posición y le comuniqué que, si no se disculpaba, no le prepararía nada. La niña respondió con una rabieta, azotando sus pies contra el suelo. Sin embargo, algo en ese sonido llamó mi atención, sonaba extraño, no como el golpeteo habitual de unos zapatos, sino más bien como si estuviera golpeando plástico contra el piso. Aunque peculiar, en ese momento no le di demasiada importancia.

La niña continuó su berrinche y amenazó con decirles a sus padres que era la peor niñera del mundo y que nunca me volverían a contratar. Mi respuesta fue contundente; le indiqué que eso no me importaba y que, si no se disculpaba, no le prepararía nada más. Tras mi respuesta, escuché cómo la niña subía corriendo las escaleras, aún quejándose y gritando que era la peor niñera del mundo.

En ese instante, la casa quedó sumida en un silencio momentáneo, roto únicamente por el eco de las palabras de la niña desapareciendo en las escaleras. La penumbra en la sala parecía acentuar la extrañeza de la situación, dejándome con una mezcla de confusión y cierta incomodidad.

Después de terminar de limpiar el piso de la cocina, apagué la luz y me dirigí de nuevo hacia el sillón para continuar mirando la televisión. Aunque estaba disgustada por el comportamiento de la pequeña, mi mente estaba decidida a no volver a enfrentarme a ella después de ese día, aunque técnicamente nunca la hubiera visto. Mientras seguía mirando la televisión, esta se apagó de repente, sumiendo la casa en una penumbra absoluta. Pensé que podría deberse a un problema de cableado y comencé a buscar mi teléfono a tientas entre el sillón para encender la linterna.

De repente, sentí cómo unas manos pequeñas tiraban de mi cabello, acompañadas por la risa de la niña. Un tanto molesta, me volví hacia ella para preguntarle qué le ocurría. Sin embargo, mis ojos aún no se habían acostumbrado completamente a la oscuridad, y solo podía escuchar la risa y los pasos rápidos de la niña moviéndose alrededor de mí. Harta de la situación, me levanté, y en ese momento, mi teléfono sonó con un mensaje de texto.

Cuando estaba a punto de tomarlo, la mano de la niña se adelantó y me dijo que ahora era suyo. Le exigí que me lo devolviera y dejara de jugar, amenazándola con contarle a sus padres. Sin embargo, la pequeña se río más fuerte y se negó a devolverlo. Mis intentos de recuperar mi teléfono resultaron en una carrera escaleras arriba, ya que la niña se escapó hacia una habitación. Decidida a poner fin a la situación, ignoré la advertencia de los padres y abrí la puerta de la habitación.

Al entrar, me encontré con una oscuridad inusualmente intensa. A pesar de haber encendido todos los interruptores en mi camino, la habitación parecía sumida en una negrura impenetrable, busqué a tientas a la niña, pero la falta de visibilidad me lo impedía. Fue entonces, en ese momento de desesperación, cuando la luz regresó, revelando algo aterrador.

En aquella oscuridad intensa, las dos camas parecían ocupadas, pero no por niños reales, sino por muñecos extremadamente realistas. Cada uno de ellos estaba meticulosamente diseñado para emular las características de una persona, pero a medida que los observaba más detenidamente, la realidad de que eran solo muñecos se hacía evidente.

Estos maniquíes representaban a dos personas, una de ellas la niña que me había estado molestando. En un escalofriante detalle, el muñeco que representaba a la niña sostenía mi teléfono celular entre sus manos inmóviles. El descubrimiento me llenó de terror y sin pensar dos veces, arranqué el teléfono de las manos del muñeco y salí corriendo de la casa, dejando atrás la escena macabra que había presenciado.

Muñecos Historia De Terror

munecos-historia-de-terror
munecos-historia-de-terror

Mi mente estaba completamente perturbada. Lo que me resultaba aún más inquietante era el hecho de que los supuestos padres nunca me llamaron ni hicieron ningún reclamo. La casa quedó en silencio, sin rastro de actividad humana. La sensación de que había estado cuidando muñecos, en lugar de niños reales, me dejó estupefacta.

No recibí ninguna explicación sobre cómo esos muñecos podían moverse o tener vida aparente. No quería indagar más en ese misterio aterrador. Salí de allí con la certeza de que lo que había experimentado estaba más allá de la comprensión humana y no deseaba volver a enfrentarme a algo así.

Desde ese día, abandoné por completo los trabajos como niñera. El temor de encontrarme nuevamente con situaciones inexplicables se apoderó de mí. Nunca supe quién o qué estaba detrás de aquellos muñecos realistas, pero lo que quedó claro fue mi decisión de mantenerme alejada de cualquier trabajo que pudiera conducirme a experiencias tan aterradoras. Cada vez que recuerdo aquella noche, siento un escalofrío recorrer mi espina dorsal, y la incertidumbre de lo que realmente sucedió en esa casa permanece en mi mente como un enigma.

Autor: Liza Hernández.

Derechos Reservados

Share this post

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Historias de Terror