En El Platanal Historia De Terror 2023

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En El Platanal Historia De Terror 2023


En El Platanal Historia De Terror… Trabajo como empacadora de fruta en varios de los ranchos que hay en Chiapas para cosechar banano y mango.

Acá las personas que trabajamos en esto prácticamente vivimos en las rancherías que se dedican a esto, pasamos de una a otra dependiendo de lo que necesitemos o nos quedamos en una donde tenemos algún puesto que nos permite estar estables para poder cuidar a nuestras familias.

Trabajamos doce horas o más, al lado de otros miembros de la familia, si no es que todos trabajamos aquí, por eso hay familias enteras que por varias generaciones se dedican a sembrar, cosechar y empaquetar. Es normal que toda nuestra vida sea alrededor de lo que hacemos.

Aquí, entre los trabajadores, se cuentan muchas historias de cosas que se han visto en los campos, de demonios rondando con piel de animal entre los plantíos, también de los duendes que gustan del jugar en las hamacas vacías que están cercanas a los plantíos. Nosotros vivimos de la tierra y rendimos homenaje a las criaturas que viven ahí, procuramos mantener la harmonía con nuestros ancestros para mantenernos bien, alejados de esas cosas porque uno nunca sabe cuándo puede llegar la desgracia.


Cuando era niña, comencé a ayudar en el negocio empaquetando, estaba ahí con mi mamá y mi abuela, mientras los hombres ayudaban en las plantaciones. Era normal ver en esa época a niños ahí con su mamá así que en el mismo lugar podían jugar un poco los hijos de las otras familias, al final todos nos conocíamos y nos llevábamos bien.

Cuando cumplí ocho años comenzó una especie de epidemia en las plantas, estaban enfermas, comenzaron a tener menos producción los ranchos y toda cantidad de problemas comenzaron a pasar, el más grave fue quedarnos sin comer por falta de trabajo.

Varias personas comenzaron a irse, fueron a buscar mejor suerte en las ciudades, principalmente en la capital, aunque también terminaron muchos trabajando en los campos de Estados Unidos. Fuimos menos personas las que nos encontrábamos en los pueblos al lado de los ranchos.

Mi familia estaba a unos cuantos minutos caminando del lugar donde mis tatarabuelos comenzaron a trabajar cosechando. En esa soledad la situación parecía muy preocupante, estábamos dispersos, los mismos miembros de las familias nos peleábamos por puras tonterías. Recuerdo que dejé de ver a mis primas porque unos tíos decidieron irse a buscar trabajo en mejores lugares. Mi familia se quedó, siempre había sido fiel a la cosecha, lo que sabían hacer mejor era eso.


Una noche, cuando mi mamá nos acostaba a dormir en la cama grande a los cinco hermanos, mi abuela se acercó a ella para platicar. Yo me quedé despierta con los ojos cerrados, quería saber cosas, quería ser adulta porque así podría ayudar a mis papás.

Mi papá esa noche había salido a cuidar las plantaciones, en ese momento había cuidadores nocturnos que patrullaban secciones de las plantaciones para evitar que personas entraran a robar, no había la tecnología que hay hoy, así que eran noches en vela cuidando de los bananos para algunos de los trabajadores que aún seguían contratados.

Mi abuela le dijo a mi mamá que esa noche se habían acabado las ultimas cosas que quedaban para comer, tenían que encontrar la forma de darnos de desayunar a mis hermanos y a mí. Al parecer ella tenía dos días haciendo una sola comida, al igual que mi mamá. Mi mamá estaba preocupada, le dijo que quizás podrían intentar con otras cosas, estaba desesperada al hablar.

Comenzó a enumerar las cosas que habían hecho antes, el pedir prestado, el suplicar ayuda, el ir a buscar cosas a la selva para preparar, aunque sea un caldo de rata.
Mi abuela, era la mamá de mi papá y confiaba plenamente en que su hijo iba a conseguir dinero al día siguiente para poder solventar la comida, pero hasta que él no llegara tendrían que ingeniárselas porque nosotros íbamos a despertar buscando comida.

No era mucho lo que comíamos usualmente, pero habían pasado semanas en las que era más limitado lo disponible, lo más abundate era el agua. Mi mamá habiendo escuchado lo que mi abuela decía le dijo que quizás tendría que ir a la señora de los bananos, pero ella le contestó que no, que aquello era como tirar una moneda al aire pues un momento podría hacer algo que ayudara y al otro crear el peor caos empeorando todo.

Al final, me dormí, no supe que más habían discutido, pero me intrigaba lo de aquella mujer que podía arreglarlo todo. Jamás había escuchado de alguien así.
Al día siguiente mi papá no llegó, mi abuela decidió salir a buscar algún animal que comer, iba a recoger algunas hierbas para acompañar el desayuno.

Daniel, mi hermano más pequeño, amaneció con fiebre, eso empeoró el estado de animo de todos. Mis demás hermanos no quisieron jugar, se quedaron en la casa pasando el rato sin hacer demasiado, yo le insistía a mi mamá para que me dejara ir por mi papá.

Sabía dónde trabajaba, podía acompañar a Laura para ir a preguntar por él pero Laura se negó. Ella era la más grande de los cinco, tenía catorce años y trabajaba con mi mamá empaquetando. Enojada me salí del jacalito, pensaba que, si nadie iba a hacer nada, yo tendría que hacer algo. No pensaba en mi edad, en que nadie me iba a tomar en serio, además era imposible que llegara sola tan lejos.

Me fui caminando entre los árboles, salí a la calle donde estaban las otras casas de los trabajadores y vi cómo mi mejor amiga se iba con una mochila muy grande en la espalda. Me dijo que sus papás la iban a llevar a trabajar a Tuxtla. Comencé a llorar, no quería perder a mi amiga, sentía que me iba a quedar completamente sola para siempre. Después de un rato de llorar acompañándolos a la carretera, los vi subirse en una combi y abandonar para siempre el lugar porque nunca regresaron.

En ese momento el señor Joaquín se detuvo en su camino, iba a comprar cigarros. Yo estaba sentada en una piedra que funcionaba como asiento afuera de la tienda y una cosa llevó a otra así que me llevó a ver a mi papá porque le había contado lo que decían en la casa.


Creo que el señor se preocupó y por eso me llevó, también me compró un pancito que guarde para compartir con mi hermano enfermo. Así como llegué me fui, el señor me regresó a mi casa dejándome en la misma tienda. Ahí creo que perdí mi infancia, pues me dijeron que mi papá tenía semanas que no iba a trabajar, lo habían corrido porque iba a cerrar el rancho la producción de frutos.

A mi corta edad lo entendí, mi papá nos había abandonado para que nos muriéramos de hambre solos. Llegué a mi casa con el pan, le dije que me lo había dado el señor Joaquín cuando me lo encontré al despedirme de Lulú. Ella se quedó callada, luego me dijo que quizás ella regresaría, cuando abrieran la producción de nuevo.

Sabía la verdad de todo, pero no quise decir nada, tenía miedo de lastimar a mi mamá diciéndole la verdad, pero la verdad era que ella sabía lo que pasaba. La abuela llegó muy tarde, pasó directo a sacar unas cubetas y le dijo a mi mamá que le ayudara a lavarse, porque se había caído en el lodo. Fui a ver qué le pasaba, me escondí entre las plantas y algunas cosas tiradas, mi abuela tenía un líquido negro por todos lados. Mi mamá la bañaba mientras le daba las gracias.


Aquella noche comenzó un alboroto de animales. Toda la noche los perros del pueblo aullaron, a la mañana siguiente muchos pájaros muertos aparecieron por los caminos. Mi abuela estaba cocinando, desayunamos como reyes. Daniel continuó enfermo, Laura ayudaba a cuidarlo todo el tiempo, mi mamá le insistía que le rogara para que comiera un poco más.

Salí a jugar en la tierra, estaba contenta por comer, hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien, aunque me doliera la panza. Jugando en la parte trasera de la casa, vi unas figuras raras moverse entre la maleza. Me quedé agachada, escuché que hacían sonar la hierba como si la acariciaran y me dio más curiosidad. Me acerqué despacio, no sentía miedo a pesar de que se veían raro, no eran como animales, poco a poco fui dándome cuenta que eran una especie de pequeñas personas llena de pelo.

Cuando me acerqué lo suficiente corrieron hasta que no pude verlos. Corrí con mi abuela, quería preguntarle qué había sido aquello, ella estaba sentada en una silla, tomaba el fresco en la entrada. Me recibió como siempre, muy tranquila, pero esta vez no sonreía.

Me escuchó, luego me dijo que no los persiguiera más, porque esos seres eran espíritus de la selva, estaban buscando algo, no tenía que interferir con su búsqueda. Le pregunté cómo sabía de eso, pero ella me dijo que cuando fuera más grande me diría por qué.
Pasaron dos días, seguía viendo a aquellos seres alrededor de la casa, parecía que se habían quedado ahí pero no entendía por qué si mi abuela decía que buscaban algo.

A la cuarta noche Daniel mejoró, la alegría de todos se recuperó y nos fuimos a dormir todos juntos, felices. El calor era bastante para mantenerme despierta, me movía y movía de un lado a otro, pero sin encontrar un punto en el que me quedara cómoda. Yo creo que eso era parte de mi intuición avisándome algo, pues hasta la fecha hay inquietudes que parecen avisarme que algo va a pasar.

Me paré a tomar agua, en eso vi qué se movió la puerta, había salido entre las sombras la cara de mi papá, me hice hacía atrás y le grité a la abuela. Mi papá me dijo que me callara, mi abuela salió del cuarto de atrás donde dormía ella con los niños y al verlo, con una voz que jamás había escuchado en ella, le dijo, ahí estás, te estuve buscando. Se me heló la sangre, desconocí a mi abuela.

No supe a dónde correr, tampoco quería ir al lado de mi papá. Entre la oscuridad alumbraba la luna llena, por eso pude ver que los ojos de él eran como los de un loco, se veía viejo, sucio y olía mal. Supongo que mi madre escuchó algo porque salió del cuartito trasero, no dijo ni una sola palabra mientras mi papá le pedía perdón. Yo estaba parada al lado de una de las sillas aterrada, no sabía lo que estaba pasando.

En El Platanal Historia De Terror

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Mi abuela me miró, se veía rara, sus ojos parecían dos pozos muy oscuros, no reflejaban ni la luz de la luna. Con severidad me dijo que no me fuera a meter en su camino, luego volteó a ver a mi papá. Él había sacado de algún lugar el machete con el que trabajaba, sentí que iba a hacer algo malo así que le grité que no hiciera nada. Mientras gritaba lloraba, estaba aterrada, no entendía por qué estaba haciendo eso.

Yo sabía que él se había ido, entendí que no iba a regresar, tampoco nos trajo comida o supo que Daniel estaba enfermo, él estaba buscando hacer algo malo. Con mi llanto desperté a los demás. Los pequeños comenzaron a llorar, Laura salió corriendo a ver qué pasaba y se topó con el cuerpo de mi mamá cerrándole la salida del cuarto.

Le dijo que se regresara a cuidar a los niños, luego me dijo que me metiera al cuarto. Iba a hacerlo cuando mi papá se abalanzó sobre mí, me jaló del cabelló y me sacó de la casa arrastrando. Me arañé las piernas con las piedras, escuché que mi mamá gritó, pero la única que salió fue mi abuela. La vi menos delgada, menos vieja, estaba molesta, miraba a su hijo sin conocerlo, era más como algo que alguien.

Mi papá me paró a su lado, luego me hincó amenazando que iba a hacer algo que no quería. Como pude, en medio del llanto, comencé a arañar sus manos, intenté escapar, me enroscaba como serpiente en su mano hasta que logré zafarme, lo mordí para que me liberara y salí corriendo sin saber a dónde.
Me metí entre los árboles, no importaba si terminaba en la selva, ese hombre ya no era mi papá, él intentaba hacerme daño, tenía que escapar.

Me adentré en la oscuridad guiada por la luz de la luna llena. Entre el verdor de las plantas vi a aquellos seres que vivían alrededor desde hacía días. Ellos se acercaban lento por donde yo había llegado corriendo. Me detuve a verlos, se dirigían a dónde estaban gritándose mi papá y mi abuela.

Aquellos seres bufaban como gatos, se movían rápido entre la naturaleza. Contrario a mi instinto, regresé por mis pasos para saber por qué ellos iban en aquella dirección. Intenté ir despacio, siempre ocultándome detrás de algunas hojas, troncos y cuanto tuviera enfrente para no ser vista. Mi papá estaba llorando cuando yo llegué, le pedía perdón a la abuela.

Aquellos seres parecían estar alrededor de donde ellos discutían, podía ver un poco sus brillantes ojos entre la oscuridad. Escondida apenas podía ver qué pasaba, pero entendía que peleaban. Mi abuela le decía que tenía que pagar lo que había hecho, le dijo que ya estaba listo todo, no podría esta vez escapar de su deber. Los seres se revolvían entre la oscuridad, parecían estar disfrutando aquello.


Escuché primero el ruido del machete, luego lo vi claro cuando reflejó la luna. Había intentado darle un golpe a mi pobre abuela. Ella no se había movido, no sé cómo pasó, pero no le dio a pesar de tenerla tan cerca. Un rugido se escuchó tan fuerte, que hizo eco por todo el lugar, provocando que los perros cercanos comenzaran a aullar de nuevo. Temblé por dentro me arrojé a la tierra a llorar, el aroma a hierro se olía muy cerca y fuerte. A lo lejos mi mamá gritaba mi nombre y el de mi abuela, nos estaba buscando.

Yo no quería moverme, algo me decía que no tendría que salir o me podían ver. Mi abuela o la silueta de mi abuela se movió hacia su hijo, vi que de un manaso tiró el machete y este cayó cerca de donde yo me escondía. Mi papá lloraba, pedía perdón como jamás he escuchado pedirlo a ninguna persona. Ella se acercó para darle un golpe en la cara luego cayó ella al suelo.

Por el susto me levanté de dónde estaba, mi papá me miró, pero se veía más asustado que yo. Su cara estaba llena de arañazos, su ropa estaba rasgada, estaba lleno de tierra, lo vi en peor estado del que lo había visto al llegar hace rato. Las lágrimas con mugre corrían por su cara, donde una garra de animal, parecía haberle dado de lado a lado del rostro.

Me miró fijamente entendiendo que era yo, luego me dijo con voz quebrada que no quería hacerme daño. Antes de poder decir alguna cosa más, aquellos seres extraños salieron de sus escondites, rodearon a mi papá como si fueran un montón de bolas de pelo que en la luz de la luna parecían ser más oscuros que la misma noche o el cielo.

Me fui levantando poco a poco, le contesté a mi mamá que estaba en ese lugar, le gritaba con todas mis fuerzas para que pudiera encontrarnos, a mí y mi abuela que estaba tirada en medio de la tierra. No se veía lastimada, pero me temía que aquellos seres también le hicieran algo.
Cuando mi mamá llegó aquellos seres habían rodeado a mi padre, quién gritaba como si lo estuvieran torturando, pedía piedad.

La luz de la mañana que venía comenzó a hacer más visible lo que pasaba, así pude ser testigo de cómo aquellos seres se habían incrustado a él moviéndolo de un lado a otro arrastrándolo con velocidad hacía la jungla. Solo quedaron los dedos y pataleo de él como rayas entre la tierra que conducían a los árboles.

Mi mamá llegó a mi abrazándome, me preguntó si me había hecho algo, pero le dije que no, aunque extrañamente no lloraba, sentía que por dentro lo hacía, no podía más que pensar en el terror que había sentido él al ser llevado por esas cosas al interior de la jungla. Sabía, que no iba a volver a verlo, pero no fue así. Primero mi mamá me llevó a ver a mi abuela.

Mi mamá la despertó, ella se veía bien, aunque estaba un poco llena de tierra. Se colgó a al hombro que le ofreció mi madre y nos fuimos caminando a la cabaña donde nos esperaba Laura, quien lloraba por no saber qué estaba pasando. La explicación para todos es que mi padre había llegado borracho después de haber escapado de su trabajo, tras varios días de haber estado desaparecido llegó buscando problemas.

Mi abuela lo había sacado de la casa, él había decidido irse y tras aquella pelea, ella se había sentido mal por lo que se desmayó. No hubo más verdad que esa porque no podíamos explicar lo que pasó, aquella visión casi infernal, la forma en que mi abuela parecía otra persona e incluso la captura de mis padres por aquellas entidades.


Al día siguiente mi padre apareció entre los bananos. Dijeron que había sido atacado por algún animal, parecía que había intentado escapar terminando en un lugar que conocía de memoria entre la oscuridad. Desgraciadamente nadie lo escuchó porque ya no había nadie más trabajando ahí. Lo vi en el funeral, listo para irse para siempre, me alegré de que se fuera pues desde el día que lo encontraron sin vida jamás volvimos a sufrir por hambre.

Con los años recordé más y más fragmentos de esa noche, me llené de dudas y me puse a investigar sobre lo que vi. Encontré un poco de razón al conocer a una vieja partera que trabajaba en la zona. Ella me dijo que aquello pudieron ser espíritus del bosque, aquellos que guardan la selva. Poco a poco todo parecía tener un sentido más siniestro de lo que esperaba, mi abuela había cometido un pecado horrible.

Aquellos seres protectores solo pueden reclamar sangre que se les ofrece, ella había dado a su hijo por el bien de su familia, de la prosperidad. Lo sé porque conocí a la bruja de lo plantación, una mujer escalofriante que vive en la zona más alta entre los ranchos donde se realizan las grandes plantaciones, ella vive oculta esperando a que lleguen a pedir favores.

Vive de cumplir terribles deseos, puede hacer cualquier cosa porque tiene el poder de la naturaleza y el diablo de su parte. Ella es conocida por todos los ancianos, pues en su momento ellos la expulsaron de la comunidad por comenzar a desaparecer animales de otras personas, lo peor fue la desaparición de su propia hija. Se pensaba que ella había sacrificado a la pequeña para obtener el favor del siniestro.


No sé bien qué pudo haber pasado porque jamás iré directamente a contactar a la bruja, pero después de tantos años pensándolo y ahora que soy abuela, me doy cuenta de lo que pudo haber pasado. Creo que mi abuela pidió un trabajo a la bruja, uno de muerte. En él pidió que mi padre fuera sacrificado por el bien de todos nosotros, ella aceptó con gusto aquella alma y la hizo realizar un ritual prohibido, uno que lleva sangre negra.

Por eso unas noches antes de que los seres vinieran por mi papá, ella había llegado cubierta de ese líquido negro. El ritual había salido bien, el pago llegó después y para completarlo tenían que devorar partes del sacrificio. Tristemente para ese hombre insensible que era mi padre, todos ganaron tras su fin en esta tierra.

Mi madre consiguió trabajo en otra planta, mi abuela se hizo cargo de nosotros muchos años hasta su fallecimiento natural. Además, la plantación donde fue encontrado mi padre quedó maldita, ahí no se pueden ni parar los animales porque aparecen muertos de forma inexplicable. La gente dice que se puede ver a la bruja rondar el lugar, no se sabe por qué, pero ella está ahí, quizás torturando hasta el final de sus días el alma corrupta de un padre desalmado.

Aunque no se sepa de qué lado está esa bruja, muchos le temen, otros van a buscar sus favores, yo le agradezco porque en esta ocasión creo que el mal se usó para hacer un mayor bien. No importa si me condeno ante dios por pensar esto, a estas alturas de mi vida he entendido que casi nunca las cosas son lo que parecen y estoy bien con eso, yo solo quiero seguir con esta vida hasta el final, siempre cuidando de los míos porque así debería de ser.

Autor: Patricia Gonzales

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