Las Brujas En El Cerro Historia De Terror 2024

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Las Brujas En El Cerro Historia De Terror 2024

Las Brujas En El Cerro, Historia De Terror… Yo soy originaria de Toluca, pero me fui a vivir con una tía a el estado de México por trabajo. Duré cinco años con ella, yo pensé que iba a quedarme definitivamente a vivir ahí pero no sucedió, tuve que regresar con mi mamá.

No fue por algo totalmente bueno, me sentía usada, regresé deprimida y cansada, quería solo ver a mi mamá, llorar con ella. Quedé embarazada de un conocido, él trabajaba en una escuela de computación, me dijo que estaba haciendo planes para rentar una casa porque ahí nos íbamos a vivir juntos.

Salimos muchas veces, teníamos más de un año juntos por eso pensé que se estaba tomando enserio lo que teníamos. Al enterarse que podría estar embarazada desapareció, así como así cambió de número, dejó el trabajo, y aunque fui a buscarlo al lugar donde vivía, me dijeron que no estaba.

Se me escondió, no pude verlo de ninguna manera y al confirmar el embarazo tuve que decirle a mi tía. Ella no se mostró comprensiva, me dijo que tenía que buscar una casa para vivir porque no iba a ayudarme con el milagrito. No me quedó de otro más que regresar con la vergüenza a cuestas, no tenía caso buscarlo más y tampoco podía rogar porque me dejaran quedarme un poco más en esa casa hasta que supiera qué hacer.

A pesar de que mis hermanas y mi mamá recibieron bien la noticia e incluso disimularon sus malestares al decirles que no había papá, ellas intentaron de todas las formas posibles animarme. Mi papá tardó un poco más en suavizarse, en dejar de estar molesto conmigo porque no había tomado la mejor de las decisiones al salir con aquel hombre.

Me quedé en casa a llevar el embarazo, no me dejaron trabajar. Los días se me pasaban estresada, me sentía cansada todo el tiempo, no podía sentirme tranquila. Tengo dos hermanas más chicas que yo, una tiene catorce, Carolina, y la otra doce, Miriam.

Ellas se ocupaban en alegrarme los días, me invitaban a pasear con ellas, me pedían que les ayudara con la tarea o que jugáramos algún juego. De no ser por ellas, creo que me hubiera derrumbado. Una mañana de sábado decidimos escaparnos a dar una vuelta al cerro de la Teresona, a ellas les encantaba la historia de la ciudad mágica que dicen, está debajo del cerro.

A ese lugar solo se puede acceder por las cuevas que existen en ella. Hay brujas, nahuales, duendes y otras criaturas habitan esperando a quienes quieran descifrar los acertijos para tener el paso libre hacia la ciudad. Y aunque hay otras historias como el de las brujas que buscan niños o de que hay un gran tesoro escondido en el cerro, ellas solo pensaban en las criaturas fantásticas que podían existir ahí.

Hicimos todo un recorrido, terminé cansada muy pronto así que me regresé a la hora de haber comenzado a caminar. A mí se me hacía bien darles gusto, ellas se preocupan mucho por mí, por lo que me pasaba, lo mínimo que podía hacer por ellas era acompañarlas a buscar los duendes que buscaban. Ellas me dijeron que iban a subir un poco más a tomarse unas fotos así que las dejé ir, me iba quedar en una sombra a descansar.

Encontré un árbol y me senté debajo de él, traía un bote con agua, eso era suficiente para mí. Estaba intentando desconectarme, buscar el sentirme mejor conmigo misma, por eso agradecía que ellas se hubieran ido un rato sin mí. Creo que dormité un poco, en ese tiempo tenía dos meses de embarazo y todo el tiempo tenía sueño.

En un momento en el que abrí y cerré los ojos, apreció una señora frente, estaba muy cerca, no supe cómo fue que no la escuché caminar. Ella me saludó, respondí por inercia pensando en que iba a seguir su camino, pero no, ella se acercó más.

Era una mujer grande, creo que pasaba de los sesenta años, estaba muy blanca, usaba un sombrero de paja medio roto, tenía un pañuelo amarrado a la cara por el sudor, vestía de colores oscuros. Tenía puesta una falda larga, un chaleco con botones y una blusa larga, me llamó mucho la atención la cantidad de collares con dijes y anillos que llevaba puestos.

Extrañamente no traía una bolsa o algo, solo cargaba un palo largo, un poco más grande que ella, pero como era bajita no le di mucha importancia. Esa mujer se veía rara pero rara como muchas de las personas que pueden ir a visitar un cerro, así que no sospeché de ella.

Las Brujas En El Cerro Historia De terror

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Al acercarse me dijo que no era bueno para una embarazada quedarse en el sol tanto tiempo, contesté que estaba en la sombra, ella sonrió sin mostrar los dientes, sus ojos se vieron muy pequeños entre tanta arruga. Comenzó a hacer una risita maliciosa, me paré lo más rápido que pude, le di las buenas tardes para irme de ahí lo más pronto posible, pero me detuve a voltear a verla cuando cayó el veinte de lo que me había dicho.

A mí no se me notaba el embarazo y yo no lo conocía así que era imposible que supiera mi estado.

Al mirarla de nuevo, ella sonrió más, la cara parecía distorsionada, se ensombrecía más, quizás por el sombrero que tenía o quizás por pura intuición, pero me fui de ahí. Elle me gritó cuando iba bajando asustada que si no quería al niño podía regalárselo, porque ella si lo quería.

Le dije que sí, que cuando quisiera, que nada más fuera a buscarlo y ya, luego le pregunté si estaba loca por preguntar eso. Bajé llamando por teléfono a mis hermanas, les dije que necesitaba regresar pronto y ellas me dijeron que las esperara, pero no me iba a detener así que colgué y seguí caminando.

Llegamos las tres juntas a la casa, habían corrido de tras de mi preguntándome si había pasado algo, pero no les dije nada. A pesar de que parecía un encuentro normal con cualquier mujer en cualquier momento de tu vida, no era normal esa sonrisa, esa aura de malas intenciones que tenía la vieja esa.

Tras eso comencé a presentar algunos problemas de salud, el embarazo me estaba cayendo muy mal, los achaques eran muy cansados. Iba al doctor y él decía que todo iba bien, pero yo sentía como si me estuviera muriendo.

Comencé a tener insomnio, me quedaba despierta mirando películas toda la noche. Otras veces me sentaba al lado de la ventana a sentir el fresco de la noche, miraba a Caro y Miri, quería regresar a ser como ellas. Un gato negro comenzó a visitarme, me parecía muy lindo verlo siempre a la misma hora en el barandal de en frente, pero una noche que subió hasta la orilla de la ventana, estuvo a punto de cortarme un dedo con los dientes.

Terminé en la cruz roja, me regañó muy fuerte mi papá por estar despierta jugando con un gato callejero, me reprochaba mi infantilidad, mi falta de compromiso y que ponía en peligro la vida de mi bebé. Yo sentía mucho odio por ese niño, que dios me perdone, pero empecé a odiarlo sin conocerlo.

A los siete meses sentía que no podía más con esa tortura. Los achaques eran menores, pero me hinchaba mucho de las piernas, había engordado demasiado, un aroma fétido me inundaba la nariz y por más que preguntaba qué era ese olor, nadie podía olerlo.

Por la noche no salía a tomar el fresco para sentirlo, para disfrutarlo ahí sentada en una silla al lado de la venta, todo por culpa del incidente del gato. En ese momento eran pájaros negros que se quedaban mirándome, ahora esos animales me buscaban.

Llegaban al caer la tarde, se acomodaban en fila, permanecían inocentes, picándose, limpiándose, graznaban como cualquier pájaro, pero al acercarme a la ventana me miraban con ojos de persona, eran como seres malvados dispuestos a sacarme los ojos si me atrevía a dejarles abierto, aunque sea un poco la ventana, podía ver que se burlaban de mí, de mi miedo.

Una mañana mi mamá me despertó para pedirme que la acompañara al mercado, me dijo que estaba preocupada que pasara demasiado tiempo encerrada en la casa. Solo iba a comprar algunas flores para mí, quería hacerme feliz.

Mi mamá es un ángel en la tierra, estoy segura de eso. Ella me llevó sin imaginar nada malo, fuimos recorriendo despacio las calles para mi seguridad y sentía que podía respirar, no me había dado cuenta que había una sensación de opresión en mi pecho todo el tiempo. Cuando al fin estaba olvidando todos mis problemas, me alcancé a pegar con una señora por no fijarme bien en lo que estaba haciendo.

Se le cayó su bolsa del mandado y me agaché con dificultad por ella. Al extendérsela para que la tomara la tomó, pero también tomó mi mano. Subió sus dedos de uñas negras hasta mi muñeca, la jaló con violencia. Alzó la vista, entonces vi debajo de su sombrero, era la misma cara de la vieja que había visto a las faldas del cerro, muchos meses atrás.

Quise soltarme, pero no pude, miré a mis lados, pero no vi a mi mamá, además nadie parecía interesarse en el forcejeo que estaba teniendo con la anciana para que me soltara. Quería llorar, quería correr, pero no podía. La vieja me acercó a ella con fuerza y tocó con su otra mano mi vientre.

Comenzó a decir cosas muy raras, juro que se escuchaba como un encantamiento, le pedí con voz cortada que me dejara en paz.

Ella de nuevo sonrió con esa cara cuarteada por arrugas, que en ese momento eran más profundas, casi aceitosas, se veía su carne sucia, sus cabellos delgados y negros con blanco se pegaban a su cara. Me soltó y me hice para atrás, pedí perdón por el golpe, pero una anciana me dijo que no pasaba nada, me decía mi niña, mi niña bonita, mi niña inocente, cuando me hablaba.

La piel se me erizaba, era horrible en énfasis que ponía en esas palabras. Me voltee topándome con otra anciana. Las tres se veían similares, con ropas escuras, sombreros de paja, uñas crecidas llenas de tierra, sonrisas sin dientes que dejaban ver un destello maligno en sus ojos.

Las comenzaron a decirme al unísono que ya venían por lo prometido, yo les había regalado a ese bebé, ellas exigían que se los diera pero también tenía que pedirles qué quería a cambio. Creí que esas mujeres estaban locas, molesta les grité que se alejaran de mí, las personas alrededor se detuvieron alejándose, para luego seguir su camino como sin nada.

Era raro el ambiente, se sentía como si algo pasara con las personas, las mujeres me dijeron que ellas no podían ser vistas entre la gente porque ellas se ocultan en las sombras de las personas, así que no podía hacer nada por alejarme de ellas.

Comenzaron a reírse, les dije que no quería nada, pero ellas dijeron que aun así se iba a llevar al niño, ellas sabían que era un varón y era de ellas, no podía ir en contra de los pactos que se realizan en la Teresona, allá las brujas escuchan en los ecos de las rocas, las promesas, los amores, los deseos y las venganzas y cualquiera que les llegué al precio, tendrá su deseo.

De nuevo les dije que yo no tenía ningún deseo, pero ellas se alejaron poco a poco riéndose. Esas risillas contenidas, que no podían escucharse claramente entre tantas voces de las gentes que transitaban por el lugar, comenzaron a darme nuevamente la sensación de que me ahogaba.

Salí como pude caminando a buscar un lugar donde no hubiera tanta gente, no llegué muy lejos me desmayé, comencé a sentir en medio de la oscuridad de mis ojos. No veía, pero sentía que la gente me tocaba, luego escuché la voz de mi mamá, los dolores agudos en mi estómago me recorrían desde la espalda hasta las piernas, sentía que me iba a morir, después no supe nada.

Desperté en una camilla, me dijeron que había entrado en labor de parto, mi mamá me acompañaba en una ambulancia, cargaba unas flores rojas que me había comprado y juro que pude verme como si de un funeral se tratara, quizás iba a morir o mi bebé y por eso mi mamá tenía esas flores. Dicen que comencé a llorar mientras decía que no estaba muerta, que no me trajeran flores.

Aunque no me acuerdo muy bien, sé que fue mucho peor de lo que me contaron las enfermeras y los doctores. Varios días después desperté, estuve en peligro de morir una semana, pero habían logrado estabilizarme. Lo primero que hicieron fue decirme que había tenido un niño, me felicitaron.

Sentí que el mundo se venía encima, lo que decían aquellas brujas era verdad, entonces ellas venían por el niño. Al principio pensé que estaba bien quizás era lo mejor, yo no sabía cómo cuidarlo, tampoco tenía un trabajo para mantenerlo, pero sucedió un milagro.

Al momento de llevarme a la incubadora a ver al bebé, sentí algo en él, como una luz hermosa, como algo bellísimo que me estaba esperando. Lloré amargamente hasta cansarme esa noche, comencé a querer a mi hijo hasta ese momento y lloraba arrepentida por ser la peor madre que existía.

Las brujas no entienden de ironías. Cuando yo dije que sí le daba al bebé porque no lo quería, solo estaba siguiendo la corriente, quería deshacerme de aquella vieja sospechosa en medio del sendero. Ahora tenía que sufrir las consecuencias de mis palabras dichas sin sentido, ni intención.

No sabía qué hacer con tanto acoso, no entendía cómo tenía que pedirle a dios ayuda porque parecía que él no quería ayudarme. Solo llegaba desgracia tras desgracia y me estaba cansando. No había manera en la que pudiera librarme de las pesadillas, del aroma a quemado por todo el cuarto cuando despertaba a darle de comer al niño.

Hice todo lo posible, todo lo que me había escuchado de mis hermanas o amigas, de las vecinas o los conocidos. Comencé a poner unas tijeras abiertas en la orilla de la cuna del bebé, puse los espejos, incluso uno que justo reflejaba la ventana donde yo dormía con mis hermanas.

Ellas no parecían ver nada, no entendían cómo estaba tan alterada, sé que comenzaron a sospechar que estaba enferma, que tenían que llevarme con un psiquiatra. Aunque yo estaba perfectamente bien no podía demostrarlo, porque no podía estar tranquila por las apariciones de aquellas brujas.

Los avistamientos seguían, llegó octubre y con eso la fiesta de las brujas, la temporada en la que ellas podían vagar libremente como bolas de fuego, entregándose a sus prácticas diabólicas.  Ese año había sido mucho peor que anteriores, o por lo menos los que yo recordaba cuando era niña.

Había muchos avistamientos de aquellas bolas de fuego en el cerro, videos y videos eran subidos a las redes, luego habían salido hasta en las noticias de la noche. Mis nervios se estaban rompiendo. Paquito no ayudaba en nada a calmarme, lloraba todo el tiempo, por hambre, por incomodidad, mi mamá era la única que parecía poder calmarlo, ni cuando lo amamantaba se quedaba en paz.

Me di cuenta que él lloraba más en las noches sin luna, aquellas en las que yo podía sentir el aliento de las brujas respirarme en la cara pues soñaba que ellas entraban por la ventana, quedando suspendidas sobre mi cama para verme dormir, ellas querían su tributo, querían que ya les entregara al niño.

Yo sufría, despertaba llorando, mis hermanas comenzaron a dormir en la sala. No se quejaban, pero estarlas despertando constantemente en la noche les quitaba demasiadas horas de sueño y ellas tenían cosas que hacer al día siguiente.

No podía sola contra ellas ni contra la culpa de haber ofrecido a mi hijo en mi ignorancia y miedo. Hablé con mis papás, sorprendentemente solo mi papá me creía, el me dijo que tenía sentido esa sensación de incomodidad y la sombra que veía en mi rostro.

Me dijo que no me sintiera culpable, que las brujas son especialistas en decir mentiras, en buscar a inocentes que llevarse, pues ellas pueden hacer lo que sea con tal de lograr que el dolor se quede incrustado en el alma de quien sea.

Mi mamá, a pesar de no ser muy creyente de esas cosas me dijo que iba a llevarme a la iglesia, quizás podría ayudarme platicar con otros padres, con algunas de sus amigas, así yo podría sentirme más unida a dios, ella estaba segura de que no me había abandonado a pesar de que sentía que me estaba hundiendo sin remedio.

Fui como me pidieron mis papás a la iglesia, comencé a componer un poco mi vida, ya despertaba temprano, estaba en todo momento lista con lo que necesitaba Paquito. Por una temporada funcionó, tenía la esperanza de que mi hijo, mi vida y mi familia recuperaran la tranquilidad.

Las brujas comenzaron a ser menos visibles para mí. Desgraciadamente cuando uno está más alto, más fuerte es la caída. Después de vivir los primeros seis meses tranquilos tras el embarazo, mi pequeño enfermó de gravedad.

Terminé en la sala de espera en un hospital, pidiéndole a dios que no se llevara a mi Paquito. Dos meses pasé soportando el cansancio y los malos pronósticos, pero como un milagro comenzó a recuperarse. El agotamiento me vencía, me quebraba cada vez que escuchaba que los médicos venían a decirme que le habían hecho tal o cual cosa para bajarle la fiebre.

Mientras afuera los pájaros con ojos humanos me miraban, custodiaban al niño para poder llevarse su alma con su señor. Eran esos zopilotes en busca de los huesos del muerto. Las lágrimas se me acabaron, en mi desesperación juré que si mi hijo se salvaba iba a librarlo de aquella muerte segura, dios tenía que escucharme, mi mamá confiaba en que me escuchaba pues también yo podía confiar en eso.

Iba a hacer cualquier sacrificio para poder librar a mi hijo de las garras de aquellos entes de la oscuridad. Cuando me dijeron que por fin el niño estaba estable, sentí que el cuerpo entero se me había puesto blando, por fin sentí hambre, sueño y sed, era como una especie de cadáver que andaba ahí solo esperando a que le regresaran su vida.

Aunque mi mamá venía a ayudarme trayéndome comida o quedándose al pendiente cuando yo me iba a cambiar de ropa y bañar, mi cuerpo estaba hecho pedazos del cansancio. Lo peor era que aquellas brujas no se separaban ni un momento del lugar donde estaba internado Paco.

Ahora que lo iban a dar de alta no sabía a dónde llevarlo o con quién. Todo se iba a repetir, los sueños, las bolas de fuego a la distancia, los pájaros en la cornisa de la ventana. Ellas no iban a dejarlo tan fácilmente, cosas peores podían invocar para llevarse su alma.

Con todo el dolor de mi corazón supe lo que tenía qué hacer. Ellas no iban a dejarnos en paz hasta que completaran su cometido.

Al final yo había ofrecido a mi hijo si lo quería la bruja, y queriendo o no queriendo tenían que cobrarse, las brujas jamás perdonan ni olvidan. Lo mejor era dejar de ser la madre de ese niño, entregárselo a alguien más, sacarlo del radar de las tres arpías que lo rondaban. Esperé unos días desde que tomé la decisión de escapar de mi casa. Guardé poco a poco algunas cosas, destruí otras.

El sábado por la madrugada salí sin ser vista con el bebé en brazos. Tomé el primer camión que encontré en la central, no me importó a dónde, pero me subí y me fui. El camino fue duro, todo el tiempo sentí que me miraban, escuchaba pasos, gemidos y aullidos, las sentía cerca.

Afortunadamente las mujeres esas no podían venir tras nosotros, había logrado engañarlas bañando con agua bendita al niño, la noche antes de fugarme de la casa de mis papás.

Para que el plan funcionara bien y Paquito jamás tuviera que luchar por su vida contra aquellas novias del diablo tuve que hacer el sacrificio más grande de toda mi vida. Lo dejé afuera de un convento en la ciudad donde terminé tras varios días de camino.

Después de eso también me fui del estado. Rezo para que jamás le pase nada, que tenga buena salud y viva feliz, lejos de aquella ciudad sitiada por las brujas. Me fui lejos para protegerlo, no regresé ni volví a contactar a mi familia, busqué la forma de desaparecer, no podía ver a los ojos a mi padre, que tanto me apoyó y creyó en mi desgracia, no podía decirle que no podía proteger a mi hijo por culpa de mi falta de fuerza.

Lo mejor fue esto, mi niño ha de encontrarse mejor, él es una gran luz y va a encontrar un buen lugar donde lo quieran, lo sé, los siento en mi corazón porque lo peor que podía pasarle era quedarse conmigo. Va estar bien siempre que no esté cerca de él.

Autor: Patricia Gonzalez

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