Me Quitó A Mi Abuela Historia De Terror 2024
Me quitó A Mi Abuela, Historia De Terror… Mi abuela falleció el año pasado a los ochenta y dos años de edad. Sé que era inevitable su partida, la edad es así, nadie está libre de viajar con la señora parca, pero creo que lo que pasó con ella no fue natural.
Al final de sus días sufrió como jamás lo había hecho, lo sé porque ella me lo dijo. Mi mamá pensaba lo mismo que yo, pues al hablarlo me confirmó que ella no podía ver así a su mamá. Esos dos meses de agonía para ella, fueron como una tragedia para toda la familia.
Nos unió, pero también provocó peleas, hasta el día del funeral provocó muchos cambios aquello. Pensé que todo había acabado, que ahora que ella estaba en un lugar mejor, no debía preocuparme, pero el mismo día del sepelio, por la noche, comencé a escuchar ruidos en el que era su cuarto.
Cuando fui a ver lo que pasaba, la luz estaba prendida. Dos o tres veces llegué a ver la luz prendida. Por su parte mi mamá decía que escuchaba que ella le llamaba, así como cuando le hablaba en medio de su agonía.
Poco a poco la casa pasó de solo estar sola, por la sensación de su falta, a estar repleta de momentos en los que ella parecía penar pues llegamos a ver su fantasma vagar por el pasillo que lleva a su cuarto. De eso han pasado diez meses apenas, pero se siente como una eternidad.
Ahora mi abuela revive día a día el momento antes de su muerte, se puede escuchar que ora bajito mientras llora. Se vengó una mala mujer de ella, porque ella se casó con mi abuelo a pesar de todas las cosas que hizo para separarlos.
He ido con diversos sacerdotes, con amigos e incluso intenté algunas cosas que vi en tik tok para ver si puedo limpiar mi casa, todo para poder salvarla porque su alma sigue en pena, está atada a la tierra por culpa de los hechizos de aquella mujer.
A pesar de que mi abuelo falleció hace años, la bruja jamás olvidó su promesa, la venganza que tenía que cobrar por sentirse usada por el abuelo. Es horrible pensarlo, pero mi abuela era la que menos tenía la culpa en este asunto, pues mi abuelo estaba enamorando mujeres en cada pueblo donde pasaba a vender su ropa. A esa mujer la conoció así, en un pequeño lugar con poca gente.
Ella era la hija de la señora que hacía limpias y curaciones a las personas del pueblo, pero eso a mi abuelo no le importaba, no creía en esas cosas. También pasó lo mismo con mi abuela, a quién enamoró buscándola a la salida de misa. Mi abuela nos contó todo eso, a mis primas y a mí un día que perdió la compostura normal al perseguir una lechuza.
Lo que les contaré, es lo que pasó cuando mi abuela tenía dieciséis años, allá en Tala. La familia de ella, toda, se dedicaba a trabajar en la azucarera, en la planta o como choferes. Apenas había terminado la primaria, tampoco tuvo oportunidad de aprender algún oficio, ella se dedicaba a ayudarle a su mamá a mantener la casa pues había sido la única mujer que había quedado de las hijas que habían tenido mis tatarabuelos.
Sus dos hermanas habían fallecido niñas, una por lo que llamaban tifus y la otra atropellada por una carreta. Ella ayudaba a mantener la casa, hacer los quehaceres y ayudar en general era su tarea. Como eran doce en la casa, tenía mucho qué hacer pues lo más pesado era el cuidado de sus nueve hermanos pues todavía unos estaban pequeños.
A mi abuelo lo conoció cuando él iba a llevar ropa para vender a crédito a los trabajadores del ingenio azucarero. Él se ponía afuera a la hora de la salida con su papá a mostrar la mercancía. Sobre la calle, ponían su tela bajaban las maletas y acomodaban un poco la ropa para que la viera la gente al pasar.
Era la forma en la que el papá de mi abuelo había conseguido ganarse la vida. Compraba ropa en ciudad de México para luego irla vendiendo en cada pueblo por donde iba pasando hasta llegar a Guadalajara.
El papá de mi abuela había encontrado una buena forma de mantener bien vestida a su familia de una forma que no le lastimara mucho el bolsillo, pues esos señores pasan cada mes buscando su abono de las prendas vendidas mientras ofrecían mercancía nueva.
El abuelo la vio en una ocasión que ella fue a elegir unos vestidos. Como vio que la protegían sus hermanos más grandes y su papá, disimuló su interés, pero aprovechó cualquier pequeña plática para averiguar cómo se llamaba, también buscó la forma de saber si vivía cerca. Mi abuela contaba que jamás le dijo el abuelo Pedro cómo la encontró, un día de domingo apareció sentado afuera de la iglesia.
Ella salía de misa con sus amigas, un domingo en la tarde y ahí estaba el don juan de mi abuelo. Poco a poco fue acercándose, le regalaba flores, le hacía cartas, en fin, todas las cosas que hacen en los pueblos para enamorar una muchacha. Mi abuela cayó de inmediato, aunque él tenía siete años más que ella.
Al poco tiempo ellos estaban saliendo como novios con la finalidad de casarse, ambos estaban esperando que llegara la primavera para poder casarse. Los padres de ambos estaban de acuerdo, a pesar de que ella era de Jalisco y él del centro, se había fijado abril como el mes de la boda.
Mi abuela no sospechaba que su futuro esposo estaba dejando regadas deudas de honor por todos los pueblos a los que llegaba. Una tarde, cuando ella esperaba que él llegara a su casa para platicar como era su costumbre no llegó. Al domingo siguiente lo esperó de nuevo, pero tampoco apareció y ella cuenta que fue el día que vio a la mujer espectral.
Ella estaba triste esperando a su novio, se había puesto a leer su devocionario, sentada en las sillitas que sacaba al pasillo de la entrada cuando él venía, esperando que no fuera a faltar a su palabra mi abuelo. Sin darse cuenta, a lo lejos, una mujer estaba parada del otro lado de la calle viéndola.
Sintió la mirada pesada que la veía y alzó la vista. Los ojos de la mujer parecían fuego a lo lejos, por lo que pensó que había visto una aparición. Se asustó, pero no podía moverse, tampoco dejar de ver a aquella mujer medio salvaje de cabello desarreglado que usaba un vestido que parecía muy viejo.
La mujer se acercó a poco de ella y dejó visible lo que ocupaba uno de sus puños cerrados. Cayó un pájaro muerto, mi abuela se persignó, luego se paró de golpe recuperando las fuerzas para correr. La mujer le dijo que no se fuera, que tenía que decirle algo, ella le dijo que no le interesaba dándose vuelta para meterse a su casa.
Desgraciadamente mi abuela no alcanzó a correr o gritar, la mujer le agarró con fuerza del brazo. Le dijo en voz baja, así que mi abuela entendió poco pero siempre recordaba lo poco que escuchó. Aquella mujer decía que Pedro era suyo, que habían acordado que él iba a llevársela hace seis meses, pero nunca llegó, dijo de dónde era, pero no lo escuchó, luego le clavó las uñas mientras se tocaba el vientre diciéndole que ella iba a vengarse. Mi abuela no intuyó esa señal hasta mucho tiempo después.
Mi abuela gritó por el dolor de las uñas encajándose en la piel y sus hermanos salieron de la casa, la mujer al verlos hizo un bufido como un gato para luego irse corriendo de ahí. A pesar de que Carlos, el hermano mayor, la persiguió con toda su velocidad, no pudo alcanzarla.
Había desaparecido en un callejón. Después del incidente mi abuela no dijo nada, solo que la mujer se le había acercado de la nada pidiéndole algo que no entendió. Las uñas clavadas en su piel parecían una mordida, se habían puesto rojas a las horas, después mi abuela tuvo una fiebre horrible por varios días, todos pensaban que iba a fallecer.
Mi abuelo fue con ella al domingo siguiente, su papá se había caído durante un viaje y estaba grave. Al llegar a la casa de mi abuela, tras verla tan enferma, pidió a sus padres los casaran para estar unido a ella para siempre. Los casaron mientras mi abuela estaba convaleciente en la cama, desde ese día mi abuelo no se separó de ella, aunque su padre falleció muy lejos de ahí.
En medio de los delirios por una fiebre que no parecía tener motivo, mi abuela hablaba sobre sus sueños. Esos donde estaba la mujer, la que le decía que Pedro era suyo, e inevitablemente mi abuelo se enteró, pero al final se justificó, también fingió demencia diciendo que no la conocía.
Tiempo después, exactamente dos años, al momento que naciera su segundo hijo, la mujer apareció de nuevo, ahora afuera de la casa donde ambos vivían. Mi abuela la veía parada del otro lado de la calle, primero la soñaba como un pájaro, luego la vio claramente.
Siempre de noche o al momento de amanecer era cuando llegaba a acosarla. Comenzó a arderle el brazo anteriormente arañado, donde había quedado una marca de calor, como una especie de lunar rojo en la piel.
Desde la ventana de su cuarto podía verla y por más que preguntaba por aquella mujer nadie parecía verla. Mi abuelo le decía que estaba alterada por los niños o por el frío e incluso le echó la culpa al calor o los gatos. Mi abuela comenzó a notar cosas extrañas en su casa, que estaba en la parte de arriba del local de ropa.
Ahí los pájaros negros se posaban sobre la ropa limpia tendida, justamente en la de ella. Un montón de tierra invadía los espacios, los estantes estaban llenos de tierra diario sin importar cuanto limpiara. Como mi abuela era muy creyente, fue de inmediato a hablar con sus compañeras de rosarios, ellas vieron las señales claras, estaba siendo embrujada.
Tras muchas búsquedas, mi pobre abuela supo la verdad, buscando brujería encontró direcciones de mujeres que su marido seguía frecuentando en sus viajes para surtir. Supo de un hijo o dos que él escondía y así llegó a la carta de la mujer que la perseguía.
Acusaba a mi abuelo de engañarla, le pedía que regresara con ella, le amenazaba con lanzarle al mismo diablo para que se arrepintiera. A pesar del miedo que le provocaron esas palabras escritas, mi abuela dejó la carta en su lugar, después fue a misa.
Como se solucionaban las cosas antes, guardando silencio, ella lo hizo así, sin preguntas sin conflictos. Así el matrimonio siguió funcionando normalmente. Sobre el tema de la brujería mi abuela se encargó haciendo limpias, yendo con el padre, manteniéndose fiel y protegida con sus cuadros de santos.
Poco a poco aquella mujer dejó de aparecer, poco a poco comenzó a olvidarla, parecía que ella se había rendido también porque se fueron retirando las plagas, la mala suerte, la tierra, la humedad en las paredes y las enfermedades de sus hijos pequeños, por eso dio por ganada la batalla contra las fuerzas del mal.
Así pasaron treinta años, en una relativa tranquilidad para ella, pues de vez en cuando podía soñar con la mujer. Ella me contaba que a veces la veía como una mujer, otras veces la acosaba en forma de gata o lechuza pero que no se atrevía a acercarse o entrar a la casa.
Al momento de conocer esta historia, muchas cosas de m i infancia tomaron sentido. Yo pensaba que mi abuela tenía costumbres extravagantes o de esas que dicen que son de rancho, pero en realidad ella siempre había estado luchando con la maldición de aquella bruja.
Recuerdo que en una ocasión mis primas y yo estábamos jugando en la planta baja de la casa. Desde la pequeña cochera se alcanza a ver la casa de enfrente cruzando la calle. Aquella casa está cubierta de plantas, hay muchos árboles, no se ve muy bien ni la entrada por tantas macetas.
Aquella tarde de vacaciones de verano, mi prima Julia y Queta, jugábamos a la casita entre las macetas y las jaulas de los pájaros. Cuando nos dimos cuenta de la hora fue porque casi no veíamos, estaba muy oscuro. Queta se paró para ir a prender el foco que alumbraba afuera, pero Julia le dijo que no se moviera, luego no dijo que algo nos estaba viendo.
A lo lejos vi unos ojos brillar. Calladas mirábamos esos ojos que se movían como en círculos, así que por la curiosidad avancé hasta llegar a la reja de la entrada. La luz se encendió de pronto, nos alumbró y alcanzamos a ver un poco más allá de la calle.
Del otro lado había un enorme pájaro mirándonos, movía la cabeza de un lado a otro, nos llamaba, como silbando, con un sonido muy particular. Todas gritamos al encenderse la luz, así que mi mamá salió a ver qué nos había pasado. Comenzamos a gritarle que había un pájaro que nos llamaba, pero ella intentó calmarnos explicándonos que era una simple lechuza.
Mi abuela, que aún podía moverse con agilidad salió vuelta un rayo con una cubeta, arrojó el agua que contenía hacía la calle y comenzó a insultar al animal. La amenazaba, le decía que no se metiera con nosotras.
Aquel día había pasado en mi memoria como el momento más vergonzoso que había vivido con mi abuela pues varios vecinos salieron al escuchar el griterío que estaba haciendo.
Ella se puso más seria de lo que jamás la había visto aquella noche, nos sentó en la mesa del comedor a todas, incluyendo a mi mamá, para contarnos la historia que la venía afligiendo desde hacía bastantes años.
Después de conocer la historia de mi abuela entendí por qué estaba como loca gritando y arrojándole agua a la lechuza, tenía un miedo profundo incrustado en el alma.
Un miedo que nosotras no entendíamos. Ella le confesó a mi madre desde temprana edad que temía que ella fuera lastimada por una mujer que buscaba vengarse de ella y aunque no le pareció algo muy lógico aceptaba que llegaron a pasar cosas extrañas en su casa cuando era niña.
Mi mamá veía normal que amanecieran algunas plantas secas de la noche a la mañana o que a veces los perros de los vecinos aullaran toda la noche cuando su mamá rezaba la novena cada año, en la misma fecha en la que ella se había casado.
Mi mamá creyó que las cosas estaban calmadas con su mamá respecto a las apariciones de la bruja, cuando ella ya no la vio poniendo santos, comprando rosarios y estando todo el tiempo en la iglesia. Después de aquella noche en la que nos contó toda la historia sobre ella, pasaron varios años hasta que ella volvió a nombrar a la bruja frente a mí.
Como ya no era una niña quise ser yo quién viera lo que pasaba, le dije a mi mamá que iba a quedarme unos días en la casa de mi abuela, desde ahí podría irme a la escuela, le pedí que no se preocupara.
Mi tita estaba inquieta, desde que llegué me preguntó si había visto algo raro antes de llegar, en la calle o en la puerta, pero le dije que no. Eso no la dejó tranquila, ella estaba segura de que la bruja estaba rondando de nuevo pues de nuevo los zanates estaba rodeándola.
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Sinceramente no se veía como una anciana desequilibrada, me dijo todo esto muy tranquila, muy normal. Mencionaba dos veces al día máximo estas sospechas, pero los días eran como siempre habían sido desde que me acordaba. La rutina de mis abuelos no cambiaba.
Mi abuelo se hacía el sordo, o eso creo, con respecto a lo que decía mi abuela de la bruja. Cuando ella mencionaba algo, él simplemente se quedaba callado o cambiaba la conversación sobre algo que no tenía nada que ver.
La noche anterior a la que mi abuelo sufriera el derrame, mi abuela me dijo que había visto un camino de tierra de panteón en la ventana del baño.
Fui a revisar y no vi nada, así que dudé si era verdad. Me acosté a dormir con la duda de si mi abuela verdaderamente estaba bien de su mente. Es que llega un punto en que parece tan irreal lo que ella me contó que me parecía que la mitad era un invento para soportar las infidelidades de mi abuelo.
Por la madrugada del siguiente día me desperté para ir al baño, al prender la luz no vi un camino de tierra, pisadas de tierra. Unas huellas delgadas, de pies pequeños y delgados, indudablemente no era de nadie de los que vivíamos en esa casa.
Me sorprendí hasta sentir que mi corazón me retumbaba en los oídos, pero no quería decirle nada a mi abuela porque recordaba que iba a perder la tranquilidad.
Imaginando el día que corrió a la lechuza a insultos, no me imaginaba todo lo que iba a hacer y decir mientras intentaba buscar a la bruja por la casa. Por si acaso recogí rápido esa tierra con un pedazo de rollo de papel.
Me fui caminando por cada parte de la casa usando la lámpara de mi celular. Tras revisar todo, no encontré nada y regresé a la segunda planta, dispuesta a dormir un rato más hasta que sonara la alarma. Cuando pasé enfrente del cuarto de mis abuelos vi extrañamente emparejada la puerta.
Me asomé con cuidado para no hacer crujir la madera para despertarlos y en ese momento vi que una sombra se volteó a verme, se había dado cuenta que la vi.
Esa sombra estaba parada a los pies de la cama de mi abuelo. Me llevé la mano a la boca para evitar gritar a todo pulmón y en un segundo, tras ver los ojos de fuego de aquella bruja esquelética de pelo enmarañado, se cerró la puerta de golpe.
Toqué la puerta con miedo, mi abuela despertó preguntándome si estaba bien. Pasé a verlos y no vi nada raro. Por si acaso aquel día decidí quedarme en la casa con ellos, no fui a la preparatoria. Por la noche de ese día mi abuelo sufrió un derrame cerebral y murió a los tres días.
Después de eso mi abuela comenzó a enfermar cada vez más, le costaba mantenerse sola así que mi mamá y yo nos mudamos con ella para mantenerla acompañada en todo momento. Tres meses antes de su muerte fue diagnosticada con cáncer de piel, justo en el lunar que le había quedado sobre los arañazos de aquella siniestra entidad del mal.
El dolor la fue consumiendo, la alegría se fue apagando de sus ojos, ella dejó de ser lo que yo recordaba desde mi infancia. Se marchitó de la manera más triste en la que puede marchitarse una mujer tan amable como ella. Por su recuerdo no me gustaría decir todo lo que pasó con su enfermedad, pero perdió el brazo en un intento por prolongar su vida.
A pesar del seguimiento de los doctores el dolor la atacaba siempre, las alucinaciones y las pesadillas eran cosa de diario. Nos acostumbramos a escucharla llorar, a pedirle a dios que se la llevara, eso no tiene forma de superare, jamás voy a olvidar su voz lamentándose.
Desgraciadamente, al morir ella también los vestigios de tierra en la casa. Yo quería encontrarme con esa bruja para maldecirla también, para destruirla, pero creo que nunca va a regresar porque ya cumplió lo que quería.
Por el momento me enfoco en mi abuela, en buscar la forma de salvar su alma, sigo yendo con el padre que la conocía bien, asisto a reuniones en la iglesia, pido por ella, pero también sigo buscando entre las personas que saben sobre brujería porque quiero ayudarla a irse con dios a salir de la prisión en la que la metió mi abuelo por culpa de que no pudo mantener sus pantalones en su lugar.
Por eso no me he limitado a buscar gente, sigo visitando sitios en internet, hago limpias en mi casa, consulto a sanadores y yo espero encontrar pronto una solución porque es una pena muy grande estar escuchando, en algunos momentos, el alma de mi abuela llorar o arrastrar los pies caminando por el pasillo que la llevaba al baño.
Mi mamá me vio en algún momento bendiciendo la casa con flores blancas y me pidió que parara porque ella dice que puede ser peligroso en lo que me estoy metiendo, pero yo creo que haría más mal dejando a mi pobre abuela de la forma en la que se encuentra porque creo fervientemente que su cuerpo dejó de sufrir, pero su alma no descansa a causa de aquella maldición.
Autor: Patricia Gonzalez
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