Lo Que Vi En El Cerro Historia De Terror 2024

Lo Que Vi En El Cerro Historia De Terror 2024

Lo Que Vi En El Cerro, Historia De Terror… En las recónditas memorias de mi infancia yacen sombras que se resisten a desvanecerse, recordatorios de un tiempo en el que la inocencia cedía paso al desconcierto y al terror, a los seis años, la vida me llevó a los oscuros recovecos de mi existencia, desencadenando eventos que, con los años, me han atormentado con una verdad inquietante.

Mis padres, envueltos en una tormenta emocional, decidieron que sería mejor para mí alejarme de la turbulencia de su divorcio, así, me vi desterrado a la casa de mi abuela, una morada antigua construida con adobe, impregnada de susurros del pasado, mi abuela, lejos de ser la figura amorosa y generosa que a menudo se asocia con esa palabra, era una presencia distante, siempre inmersa en su propio mundo, hablaba lo estrictamente necesario y ansiaba el silencio y la tranquilidad absoluta.

En aquel rincón remoto, me enfrenté a la soledad. Los niños de los alrededores parecían esquivarme, como si intuyeran una sombra que se cernía sobre mí, mi abuela insistía en que jugara fuera de la casa para no perturbar su preciada paz, y así, pasé mis días en solitario, explorando los alrededores, sin embargo, un manto de silencio se cernía sobre mi existencia, envolviéndome en el aislamiento.

El patio de mi abuela daba directamente a un cerro el cual estaba prohibido para mi, era la única regla que ella imponía: no adentrarse demasiado en ese monte misterioso, pero, impulsado por la curiosidad inherente a la niñez y motivado por la ausencia de compañía, desafié las restricciones y decidí explorar aquel lugar vedado.

Caminé por el sendero, con los árboles frondosos y la maleza alta flanqueándome a ambos lados, el aire estaba cargado de un misterio, mis pasos crujían sobre hojas secas, y el viento soplaba entre las ramas, creando una sinfonía inquietante.

En un claro, me detuve al descubrir una ardilla despreocupada, bañándose en los tibios rayos del sol. Su pequeño cuerpo se movía con gracia, ajeno a mi presencia, mi fascinación por aquel ser diminuto me atrapó por un instante, y mis pensamientos se perdieron en la contemplación de su inocencia.

Sin embargo, mi serenidad se vio interrumpida por un crujido repentino de ramas a lo lejos, giré mi cabeza en esa dirección, y mi corazón se hundió en el abismo del miedo, un par de pequeños cuernos asomaban entre la maleza, parpadeando como ojos malignos que me observaban desde las sombras.

El pánico se apoderó de mí. Una extraña sensación de presión en el pecho me instó a huir, mis piernas reaccionaron antes de que mi mente pudiera procesar el miedo que se apoderaba de mí, corrí, corrí tan rápido como mis pequeños pies me permitieron, atravesando la maleza y desafiando la vegetación que se interponía en mi camino.

Al llegar a la seguridad de la casa de mi abuela, me detuve jadeante, con el corazón martilleando en mi pecho, no me atreví a contarle a mi abuela sobre el encuentro en el cerro; temía que mis palabras resonaran en el vacío de su indiferencia, intenté convencerme de que lo que vi había sido producto de mi imaginación infantil, que los cuernos y los ojos eran meras ilusiones nacidas del miedo, con la promesa de una noche sin miedo, la realidad era otra, cada sonido resonaba en mi habitación, llevándome de vuelta al cerro y a la criatura que lo habitaba, a pesar de mis esfuerzos por cerrar los ojos y ahuyentar los recuerdos, la imagen de aquellos cuernos oscuros y persistía en mi mente.

Al alba, el sol intentaba disipar las sombras de la noche, y decidí que la luz del día sería mi refugio, aún atormentado por la experiencia en el cerro, bajé al patio de mi abuela con la esperanza de encontrar consuelo en la rutina diurna, mi imaginación infantil se volcó en la creación de intrincados túneles de tierra, una distracción que me transportaba a un mundo de juegos y alegría.

No obstante, mi diversión se vio empañada por una sensación inquietante, un sentimiento de ser observado se arraigó en mi espíritu como una sombra insistente, cada vez que clavaba la pala en la tierra o construía una nuevo túnel, la sensación se intensificaba, como si algo acechara desde la periferia de mi percepción.

El sol arrojaba sus rayos cálidos sobre el patio, pero yo no podía ignorar la creciente incomodidad que se apoderaba de mí, decidí explorar los alrededores para disipar el malestar, me acerqué a unos matorrales en la esquina del patio, guiado por una curiosidad que parecía inherente a mi naturaleza.

Un sonido proveniente de los matorrales me detuvo en seco, mis sentidos se agudizaron mientras intentaba discernir el origen de aquel misterioso murmullo, avancé con cautela, con mis ojos escudriñando las sombras, como el niño con mucha curiosidad que era, me aventuré más cerca, esperando encontrar una explicación lógica para la extraña presencia que sentía.

Sin embargo, la realidad parecía burlarse de mi deseo de comprensión, detrás de los matorrales, no había nada más que la quietud del paisaje, el viento susurraba entre las hojas, pero no había señales visibles de intrusos, una oleada de alivio me envolvió, aunque la inquietud persistía en lo más profundo de mi ser.

Justo cuando comenzaba a alejarme, un sonido repentino y estridente rasgó el aire. Provenía de mi juguete, el camión de bomberos de juguete que había dejado en el suelo, el ruido se intensificó, reverberando en mis oídos y haciendo que mi corazón latiera con fuerza, la sorpresa y el temor se mezclaron cuando corrí hacia el juguete, temiendo lo que podría encontrar.

Al llegar, me encontré con el camión de bomberos desaparecido, busque sin éxito alrededor, una sensación de pérdida y confusión se apoderó de mí, pero lo que realmente me desconcertó fueron las huellas marcadas en la tierra.

Eran huellas distintivas, pero extrañas. Parecían pertenecer a una cabra, pero algo no cuadraba, a medida que examinaba más de cerca, noté que las pisadas, aunque tenían la forma de pezuñas, también mostraban marcas que sugerían un caminar bípedo, mis ojos se ampliaron ante la contradicción evidente: huellas de cabra, pero como si fueran dejadas por un ser que caminaba en dos patas.

El misterio se cernía sobre el patio de mi abuela, entrelazando la realidad y la fantasía de una manera que desafiaba toda lógica, ¿Qué ser, qué entidad oculta, había estado merodeando cerca de mis juguetes? Las huellas en la tierra eran la única prueba tangible de su presencia, pero el enigma persistía, una sombra insondable que se proyectaba sobre mi infancia y amenazaba con revelar más secretos ocultos en el cerro.

En una tarde tranquila, mientras la televisión parpadeaba en la sala de mi abuela, me encontré sumido en la trama de una película transmitida en uno de los pocos canales disponibles, la casa estaba envuelta en un silencio sepulcral; mi abuela dormía, y yo me esforzaba por no hacer ruido, evitando perturbar su tranquilo sueño.

La película relataba las aventuras de un intrépido explorador que cazaba criaturas extrañas en lugares remotos, mi mente infantil, enredada en el manto de la ficción, comenzó a concebir la idea de emular al protagonista, ¿Y si yo, como él, pudiera enfrentarme a la criatura del cerro prohibido? La película, cuyos detalles escapaban a mi comprensión infantil, sembró la semilla de una idea: buscaría y encontraría a la misteriosa criatura que me había aterrado.

Apagué la televisión y, con determinación mal entendida, me dispuse a seguir los pasos de aquel explorador ficticio. Atravesé el mismo sendero del cerro que había explorado en mi infancia, con la emoción y la ansiedad palpables en el aire, cada sonido que alcanzaba mis oídos me hacía girar la cabeza, buscando indicios de la criatura entre las sombras de la naturaleza circundante.

Al llegar al lugar donde había visto por primera vez a la criatura, mi corazón latía con fuerza, pero no había rastro de la criatura, la realidad parecía reticente a revelar sus secretos, y mi deseo infantil de emular al héroe de la película comenzaba a desvanecerse en la inmensidad del cerro.

Cansado por la caminata, me senté en una roca, desviando mi atención hacia el suelo, con una rama encontrada a mi alcance, comencé a hacer garabatos en la tierra, como un intento de aplacar la decepción que se apoderaba de mí, fue entonces cuando escuché un sonido peculiar, un eco familiar que resonaba en la quietud del cerro.

El sonido era sin duda igual al que emitía mi camión de bomberos de juguete, mi corazón dio un vuelco mientras me levantaba, cauteloso, y me dirigía hacia la fuente del sonido, mis ojos se abrieron con asombro al descubrir una escena surrealista: una pequeña cabra, como las que solían merodear por los alrededores, jugaba con mi camión de bomberos.

Pero no era una cabra común, aquel ser tenía manos humanas, pequeñas y delicadas, que se movían con destreza infantil. La criatura arrastraba el camión de bomberos por la tierra, jugando como si fuera un niño normal, la impresión de presenciar tal escena extraña me hizo querer salir corriendo, pero mis piernas no respondían.

Mis ojos seguían fijos en la criatura híbrida, que parecía completamente ajena a mi presencia, la cabra con manos humanas continuaba su juego inocente, como si no fuera más que un niño disfrutando de una tarde despreocupada, un manto de desconcierto se posó sobre mí, y el cerro prohibido reveló otra faceta inimaginable de su enigma.

El miedo y la curiosidad se entrelazaron en mi mente mientras observaba la escena surrealista, la dualidad de emociones me mantenía inmóvil, incapaz de comprender completamente la naturaleza de lo que yacía ante mis ojos.

La cabra con manos humanas, ajena a mis pensamientos tumultuosos, continuó su juego como si fuera parte de una realidad alternativa, la tensión en el aire era palpable, y mi mente infantil luchaba por reconciliar lo que veía con la lógica y la comprensión limitada de un niño.

Finalmente, la criatura levantó la cabeza, sus ojos se encontraron con los míos, en ese momento, la conexión efímera entre dos mundos, el mío y el suyo, se rompió, la cabra con manos humanas se levantó en dos patas y se alejó corriendo, desapareciendo entre los matorrales y dejándome en un estado de asombro y perplejidad.

El cerro prohibido había revelado ante mi una criatura que desafiaba la explicación convencional. Mientras permanecía allí, mi mente infantil lidiaba con la dualidad de emociones: el temor arraigado en el pasado y la curiosidad recién despertada por la extraña realidad ante mis ojos, la búsqueda de respuestas, que había comenzado como un intento de emular a un héroe ficticio, se transformó en un viaje hacia lo desconocido, donde cada paso dejaba huellas imborrables en el tapiz de mi experiencia.

Decidí seguir la huella de la criatura, sumergiéndome más profundamente en el cerro prohibido, cada paso resonaba con la incertidumbre, y el sonido de la naturaleza parecía atenuarse ante la presencia de lo inexplicable, mientras avanzaba, la vegetación se volvía más densa, creando un laberinto natural que oscurecía aún más mi búsqueda.

Lo Que Vi En El Cerro Historia De Terror

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La búsqueda de la criatura en el cerro prohibido resultó ser en vano, cada rincón explorado solo amplificaba la sensación de desconcierto y el temor que había experimentado, no encontré rastro alguno de la creatura, la cabra con manos humanas, y la frustración se mezcló con el alivio al comprender que, al menos por el momento, no volverá a verla.

Regresé a la casa de mi abuela, llevando conmigo la carga de la experiencia vivida en el cerro, mi ser infantil estaba abrumado por la magnitud de lo incomprensible, y la sola idea de salir a jugar nuevamente se volvía aterradora, temía volver a encontrarme con la criatura que habitaba en las sombras del cerro.

Afortunadamente para mi, apenas unos días después de aquella inquietante experiencia, mi madre llegó por mí, la noticia de que debía regresar con ella fue un gran alivio para mi mente infantil, que anhelaba la seguridad del hogar conocido y la presencia tranquilizadora de mi madre, con cada paso alejándome del cerro prohibido, la sensación de liberación crecía, permitiéndome dejar atrás el temor que había sido sembrado en mi corazón.

Los años pasaron, y como es común en muchas situaciones traumáticas, mi cerebro bloqueó por completo los recuerdos de aquel encuentro con aquella creatura, aunque tenía fragmentos de recuerdos de mi estancia con mi abuela durante la niñez, la criatura en el cerro se desvaneció en las sombras de mi mente, convirtiéndose en un recuerdo olvidado.

Cuando cumplí 25 años, recibí una noticia inesperada: mi abuela había fallecido, dejándome su casa como herencia, la noticia no me emocionó particularmente; la idea de regresar a aquel remoto pueblo y a la casa llena de recuerdos ambiguos me llenaba de incomodidad, sin embargo, mi madre sugirió que fuera a limpiar la casa antes de decidir.

Decidí seguir el consejo de mi madre y viajé de nuevo al pequeño pueblo donde había pasado parte de mi infancia, al poner un pie en la casa de mi abuela, los recuerdos comenzaron a resurgir de las profundidades de mi mente bloqueada, pequeñas imágenes y sensaciones se filtraron, pero la criatura seguía siendo una figura elusiva, oculta en las sombras de mi memoria.

Comencé a clasificar las pertenencias de mi abuela, intentando apresurarme para salir lo antes posible. Pero la tarea fue abrumadora por la cantidad de objetos y recuerdos que llenaban cada rincón de la casa, la noche se avecinaba, y con pocas opciones, decidí quedarme a dormir en aquel lugar que, en algún momento, había sido mi hogar temporal.

A medida que la oscuridad envolvía la casa, una sensación de inquietud se apoderó de mí, los recuerdos, aunque borrosos, se intensificaron, y la casa misma parecía vibrar con la energía del pasado, cada crujido de las tablas del suelo, cada sombra danzante, evocaba imágenes que mi mente había tratado de enterrar.

Caminé por las habitaciones, observando los objetos que una vez pertenecieron a mi abuela. Fotografías enmarcadas, muebles desgastados por el tiempo y recuerdos de días que apenas recordaba se entrelazaban en una danza nostálgica, la casa, en su silencio, parecía susurrar secretos olvidados.

Al llegar a la habitación que solía ser la mía durante mis estancias, una sensación de malestar se apoderó de mí, la cama deshecha, los juguetes olvidados en un rincón, todo recordaba una época que había quedado sepultada en la nebulosa de mi pasado, intenté ignorar la incomodidad y prepararme para dormir, pero una sensación persistente de ser observado persistía en el aire.

La noche avanzaba con lentitud, y el reloj de la sala marcaba las horas como un eco lejano del tiempo. Cerré los ojos, esperando encontrar el consuelo del sueño, pero la oscuridad solo pareció intensificar la presencia de aquellos recuerdos fragmentados, mis sueños, o pesadillas, se entrelazaban con la realidad, y la línea entre lo consciente y lo inconsciente se desvanecía.

En algún momento de la noche, fui despertado por un sonido sutil, un susurro en la oscuridad que apenas alcanzaba a percibir, mis sentidos se agudizaron mientras me sumergía en la penumbra de la casa silenciosa.

El sonido en la casa se hizo más pronunciado, como si las paredes mismas resonaran con la presencia de algo que no podía ver, un crujido, apenas perceptible, pero lo suficientemente inquietante como para que mis instintos se agudizaran, me levanté, decidido a descubrir el origen de aquel sonido que interrumpía la quietud de la noche.

Mientras avanzaba por el pasillo, el susurro de mis pasos resonaba como un eco ansioso, llegué a la sala de estar, donde la lámpara parpadeante continuaba su danza de sombras, pero el sonido parecía provenir de otra parte.

Me dirigí hacia la cocina, donde los recuerdos de mi abuela preparando aquella sopa de cebolla la cual odiaba se entrelazaban con la ansiedad del momento, el sonido persistía, y la sensación de ser observado se intensificaba con cada paso, al llegar a la cocina, me detuve.

Fue entonces cuando escuché otros sonidos, esta vez estaba seguro que provenían del patio trasero, me asomé por la ventana, pero solo encontré oscuridad, la sensación de ser observado no me abandonaba, y la incertidumbre se convirtió en un nudo en mi estómago, había algo más en la oscuridad, algo que mi mente se resistía a reconocer.

El sonido persistente me llevó al lugar donde mi abuela solía juntar leña, pensé que podía tratarse de intrusos que estuvieran robando la madera, así que salí con determinación, dispuesto a ahuyentar a cualquier intruso con el mayor ruido posible, grité, golpeé superficies y el ruido se detuvo en seco.

La quietud se apoderó del patio, pero la sensación de observación persistía, avancé unos pasos, cuestionando en voz alta si alguien estaba allí, el viento soplaba frío, y una sensación de incomodidad se apoderaba de mí, decidí regresar, pero en ese momento, un sonido extraño rompió el silencio.

Al principio, no pude discernir su origen, pero el sonido se hizo más claro y fuerte, resonando en la noche, la incomprensión inicial se transformó en miedo palpable cuando, de entre la oscuridad, emergió la criatura que había visto de niño.

Sin embargo, los años no habían pasado en vano para esa criatura, ya no era la pequeña cabra con manos humanas; ahora, era imponente, caminando en dos patas con una presencia que parecía desafiar la lógica misma, en el momento en que la vi, el sonido que emitía me resultó muy familiar, de manera gutural, la criatura emitía un sonido específico era como si estuviera intentando simular el sonido de la sirena de mi carro de bomberos de juguete de la infancia, el sonido, antes familiar y reconfortante se volvía distorsionado y amenazante en boca de la criatura.

El miedo se apoderó de mí mientras los recuerdos de mi infancia regresaban con fuerza, corrí hacia mi casa, cerrando la puerta con un golpe seco y temblando por la adrenalina que recorría mi cuerpo. La criatura, con su presencia indescifrable, quedó atrás, pero su imagen se grabó en mi mente como un eco persistente de mi niñez.

Al amanecer, apenas los primeros rayos de sol iluminaron el cielo, no perdí tiempo, corrí hacia mi auto y abandoné aquel lugar, dejando atrás la casa de mi abuela y los recuerdos que habían sido desenterrados en una noche aterradora, el pueblo, el cerro prohibido y la criatura quedaron como piezas de un rompecabezas que prefería dejar incompleto.

El viaje de regreso estuvo marcado por la sensación de haber escapado de algo incomprensible, la casa de mi abuela, con sus misterios y sombras, quedó atrás mientras me alejaba, llevándome conmigo el miedo que se había despertado de su letargo.

El recuerdo de aquel encuentro con la criatura en el patio trasero se convirtió en una sombra que, a pesar de los años, persistía en mi mente, nunca volví a aquel pueblo, y la casa de mi abuela quedó como un vestigio de un pasado que prefería dejar en el olvido, sin embargo, la experiencia me dejó marcado, recordándome que en las sombras del pasado a veces yacen secretos que es mejor no desenterrar.

Autor: Aurora Escalante

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