La Muerte No Es El Final 20233

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La Muerte No Es El Final 20233

La Muerte No Es El Final… Por seguridad cambiaré mi nombre por el de Lucio y el de la localidad por Izamal, puesto que no me gustaría que nadie intentase acosar a una familia que sigue con vida, pero puedo garantizar que la historia como tal, es real solo ocurrió en otro lugar y las personas se llamaban diferente.

Bueno comenzaré diciendo que mis padres nunca quisieron hijos, supongo que ninguno de los dos realmente sentía aquel deseo paternal o maternal que muchas personas en el mundo tienen, sin embargo, mis abuelos si querían nietos y como ellos les daban la mayoría de sus ingresos, entonces decidieron darles uno y ese fui yo.

Aunque al pasar los años, yo por obvias razones fui creciendo y ya no era adorable o fácil de manejar como lo es un niño pequeño, no me mal entiendan, no era un malcriado, o me portaba mal con mis abuelos, con los cuales convivo más actualmente que con mis mismos padres.

Sin embargo, llega el momento en cada persona en donde comienza a buscar sus propios intereses o quiere salir con sus amigos, y obviamente los abuelos no están invitados a nada de eso, y por ende, mis abuelos comenzaron a presionar de nuevo con un nuevo nieto, lo hicieron bajo la excusa de que necesitaban darme un hermano para que me hiciera compañía, pero todos sabíamos que eran puras patrañas, ellos solo querían un nuevo nieto.

Hoy en día sé que mis abuelos y papás estaban mal, al menos yo sé que jamás me pondría atraer hijos al mundo si ni siquiera estoy dispuesto a ir a sus eventos escolares y los dejo solos la mayoría del tiempo, pero bueno, en aquel entonces lo veía como algo perfectamente normal y razonable.

Tenía 11 años, casi 12, cuando mis padres decidieron traer al mundo a un nuevo bebé. Al principio, no estaba de acuerdo con su decisión, pero rápidamente me di cuenta de que no tenía voz ni voto en el asunto, y me dio un poco igual, pues pensé que de todas formas no era algo que me fuera a afectar.

Sin embargo, pronto descubrí que en eso último estaba muy equivocado, pues aquel pequeño se volvió mi responsabilidad personal.

Mis padres como siempre parecían cansarse rápidamente de sus deberes parentales y por desgracia, aunque mis abuelos lo amaban, ya eran demasiado viejos como para tener la paciencia y energía que se necesita para poder cuidar a un bebé. Por lo que me dejaban a cargo cuando no estaba en la escuela.

De haber pasado más tiempo con él se hubiesen dado cuenta de algo que yo, no tardé tanto tiempo en descubrir. Mi hermanito era todo menos común.

Cuando aún sus intentos de comunicación eran simples e inentendibles balbuceos, el solía frustrarse, como si realmente quisiera decir algo muy importante que sus cuerdas bucales aun no podían pronunciar, y aunque eso podría verse como algo más o menos normal, él era muy listo, si veía que calentaba el biberón en el microondas, se reusaba a  beberlo y me hacía señas para que lo hiciera en la estufa, además, no parecía estar interesado en juguetes de bebé, era como si lo insultaran cada vez que le dabas uno de esos para que se entretuviera.

Creo que si me esfuerzo solo un poco, puedo recordar cual fue su primera palabra, él tenía como seis o siete meses, como debía hacer mis tareas de la escuela, tenía la costumbre de llevar su corral hasta mi cuarto, darle algunos bloques, que parecía ser lo único con lo que si le interesaba jugar, y solo voltearlo a ver de vez en cuando, era bastante tranquilo así que no me causaba tantos problemas.

Estaba viendo cómo hacer unas operaciones apoyado en un vídeo de internet, cuando lo escuché decir “Izamal”, al principio pensé que había balbuceado y esa palabra había salido de eso, sin embargo, casi enseguida dijo, esta vez tratando de llamar mi atención “Lucio, Izamal”.

En el momento, lejos de asustarme, me pareció bastante genial que hubiese dicho mi nombre, ni siquiera me importó la otra palabra que dijo, le dije que lo dijera de nuevo, y el volvió a decir la palabra, Izamal, yo le dije que no, que dijera mi nombre, pero él no dejaba de repetir, la misma palabra una y otra vez, la verdad, yo jamás lo había escuchado, así que con algo de intriga fui al buscador y coloqué la palabra.

Resultó ser un pueblo que se encontraba a cinco horas en auto desde la ciudad en donde vivíamos, se me hizo muy extraño, pero finalmente pensé que lo había escuchado en la televisión o algo por el estilo, por lo que no le di mucha importancia a eso.

A medida que mi hermano desarrollaba su lenguaje, también comenzó a jugar con algunos juguetes, rápidamente descubrí que sus juegos eran igual de peculiares.

Pues no eran batallas o ya saben, que solo los azotara por azotar, parecía recrear situaciones de la vida cotidiana, aunque no de nuestro entorno, o situaciones a las que el estuviera expuesto.

Pero lo más extraño era que había un nombre recurrente en sus juegos: “Carlota”, la cual era representada por una pastorcita de porcelana que bajó del mueble.

No había ningún programa de televisión que se viera en nuestra casa con un personaje llamado así, y tampoco conocíamos a nadie con ese nombre. Me daba mucha curiosidad el saber de dónde había sacado aquel nombre.

Un día, me senté a su lado, le dije que yo jugaba con él, y tomé a aquella pastorcita, diciéndole que ella podía ser la dama en peligro y la podíamos colgar de un puente, a lo que, enojado me la arrebató de las manos y me dijo que carlota era muy fuerte y que nunca sería la dama en peligro, para entonces tenía como dos años y medio más o menos, mi curiosidad se volvió incontenible y decidí preguntarle directamente quién era Carlota, pensando que podía ser una heroína o algo así de algún programa, que veía mientras yo estaba en la escuela.

Sin embargo, no estaba preparado para lo que mi hermanito me respondió, con apenas dos años, me miró con sus ojos inocentes y respondió con total seriedad: “Es mi esposa”.

Aquellas palabras me sacaron mucho de onda. ¿Cómo un niño de su edad podía hablar de tener una esposa? Intenté sonsacarle más información, pero sus respuestas eran un tanto inentendibles debido a que decía palabras que no podía pronunciar del todo bien, pero al mismo tiempo, reveladoras.

Además de Carlota, señaló hacia otros muñecos y mencionó otros tres nombres: Julieta, Sebastián y Mateo. Según él, eran sus hijos.

A partir de ese momento, la presencia de Carlota, Julieta, Sebastián y Mateo se hizo cada vez más palpable en nuestras vidas. Mi hermanito hablaba de ellos como si fueran reales, compartiendo anécdotas y describiendo situaciones imaginarias que solo él podía ver.

Estaba convencido de que tenía una conexión única con esos muñecos y se refugiaba en su mundo imaginario con una pasión que resultaba inquietante.

Aunque me pareció extraño, decidí dejar pasar las afirmaciones de mi hermanito. Después de todo, pensé que solo eran juegos de niños y que con el tiempo se olvidaría de esas fantasías. Sin embargo, en lugar de desvanecerse, sus recuerdos parecían volverse más nítidos a medida que pasaban los días.

Una tarde soleada, mi hermanito y yo nos encontrábamos solos en casa. Estábamos sentados frente al televisor, viendo una película, me agradaba que no le gustaban las películas infantiles, y prefería ver lo que yo viera.

De repente, apareció un comercial anunciando una maratón de películas muy antiguas. Mi hermanito señaló emocionado la pantalla y me dijo: “Fui a ver esa con Carlota cuando salió”.

Quedé perplejo y le dije que esa película se había estrenado mucho antes de que cualquiera de los dos naciera, por lo que no pudo haberla visto el día de su estreno. Sin embargo, en lugar de retractarse, mi hermanito me miró con seriedad y respondió: “No, Lucio. Fue antes de conocerte, cuando vivía en Izamal con mi esposa. Mis hijos todavía no habían nacido”.

Me quedé sin palabras, no tenía la menor idea de cómo responder ante eso. Aquellas afirmaciones eran incomprensibles para mí.

Mi hermanito continuó hablando con una calma que resultaba desconcertante: “Recuerdo cómo mi hermano me lanzó de un lugar alto, muy alto, y luego… morí.

Pero luego me desperté aquí” y después de eso dijo sonriéndome “tú eres mejor, tu no me empujarías, y yo tampoco a ti”. Su voz infantil y serena resonó en el silencio de la habitación.

No sabía qué decirle. Me quedé en silencio, tratando de procesar sus palabras mientras él volvía su atención a la televisión, como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, yo no podía dejar de dar vueltas a lo que acababa de escuchar.

Aquella revelación iba más allá de la imaginación de un niño de tan solo tres años para ese momento de la historia. ¿Cómo podía hablar de una vida pasada en Izamal? ¿Cómo era posible que recordara su propia muerte y resurrección? Sentí un escalofrío recorrerme la espalda mientras reflexionaba sobre las palabras de mi hermanito.

La Muerte No Es El final

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Una parte de mí deseaba descartarlo como un producto de su imaginación, pero otra parte se preguntaba si había algo más oscuro y misterioso detrás de sus palabras.

Esa noche, mientras intentaba conciliar el sueño, mi mente se llenó de muchas preguntas. ¿Quién era realmente mi hermanito? ¿De dónde venían esos recuerdos tan vívidos y detallados? El misterio que envolvía su existencia se convirtió en una sombra que acechaba en mi mente, alimentando mi inquietud y desatando mi curiosidad.

La verdad mi familia no era religiosa, no creíamos en la idea del cielo o el infierno, a diferencia de la mayoría de las personas fuimos educados con la mentalidad de que, si morías, solo morías y punto, pero no por eso significaba que no supiera de todas aquellas historias de la reencarnación, así que comencé a sumergirme en la investigación sobre vidas pasadas y reencarnación.

Aunque por lógica nunca había creído en esas ideas, las pruebas eran difíciles de ignorar. Incluso se lo comenté a mis padres, pero su respuesta fue desestimar mis inquietudes y decirme que mi hermanito simplemente repetía cosas que había escuchado por ahí.

Sin embargo, no podía dejarlo pasar tan fácilmente. Mi curiosidad me empujó a adentrarme en el tema, buscando casos documentados y testimonios de niños que recordaban sus vidas pasadas con una claridad sorprendente. Descubrí que, aunque lo más común era que los recuerdos fueran vagos o difusos, había casos excepcionales de niños que recordaban detalles específicos y vívidos.

Armado con este conocimiento, decidí indagar más con mi hermanito. Quería saber hasta dónde llegaban sus supuestos recuerdos de vidas pasadas.

Le pregunté por su nombre anterior y si recordaba con precisión dónde vivía. Según los datos que encontré en internet, era improbable que un niño tan pequeño tuviera recuerdos tan claros y detallados. Sin embargo, mi hermanito me sorprendió una vez más.

Reveló el nombre de sus otros padres, la casa donde había crecido e incluso los nombres de sus amigos de la infancia.

Me contó cómo había conocido a Carlota y cómo se había enamorado perdidamente de ella desde el primer momento en que la vio.

Compartió varias anécdotas de sus hijos, relatando momentos felices y tristes de su vida pasada, realmente hablar con el se sentía como hablar con una persona muy mayor.

Lo que más me impactó fue su relato sobre cómo estaba construyendo una casa y como su hermano lo había empujado, puesto que ambos estaban a punto de heredar la mitad del rancho familiar y él lo quería solo para él. A medida que escuchaba sus palabras, me impresionaba que lo que más le dolía a mi hermanito no era haber muerto, sino haber perdido a Carlota.

Entonces, en aquel momento de vulnerabilidad, sus ojos se iluminaron y me miró con una mirada suplicante. “¿Podrías llevarme?”, me dijo. “Quiero ver si ella todavía está viva”. La petición de mi hermanito me dejó sin aliento. ¿Cómo podría responderle a algo tan extraordinario?

Dado que yo apenas para ese momento tenía diecisiete años y seguía estudiando en la preparatoria, no podía cumplir el deseo de mi hermanito de llevarlo a algún lugar para verificar sus recuerdos de vidas pasadas, eso sin mencionar que mi mente lógica me impedía poder creerle al cien por ciento.

En lugar de negarle rotundamente la posibilidad, decidí utilizar el tiempo como aliado. Había leído que los recuerdos de vidas pasadas tendían a desvanecerse con el paso de los días, por lo que pensé que, si le daba tiempo, él también olvidaría, así que solo le dije que trataría de buscar la manera.

Sin embargo, de nuevo este no fue el caso de mi hermanito. A medida que los meses transcurrían, continuaba preguntándome con entusiasmo si ya íbamos a ir o cómo podríamos llegar.

Parecía estar atrapado en un ciclo interminable de ansias por descubrir la verdad sobre su vida anterior.

Un día, al regresar de la escuela, encontré a mi hermanito llorando en su cama. Me acerqué a él rápidamente y le pregunté por qué estaba llorando.

Entre sollozos, me confesó que ya no podía recordar si la cicatriz que su hijo se había hecho al jugar con una brasa ardiente estaba en su brazo izquierdo o derecho.

Estaba aterrorizado de olvidar los detalles de su vida pasada y olvidara su familia. Me miró con desesperación y me dijo que tenía que ver a su familia, aunque fuera una vez, para asegurarse de que estuvieran bien.

Aunque aún no tenía la posibilidad de llevarlo a ningún lado, se me ocurrió una idea. Le dije que podría grabarlo mientras contaba todas las cosas que recordaba, y luego intentaríamos enviar el video a su familia anterior.

A regañadientes, aceptó mi propuesta. Así fue como lo grabé durante más de dos horas, mientras mi hermanito relataba detalles minuciosos y complejos que simplemente no podrían formar parte del vocabulario de un niño pequeño.

Después de terminar la grabación, mi hermano me dijo el lugar por lo que no fue difícil poner los datos en la carta. Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos, nunca obtuvimos una respuesta.

Poco después, me fui a la universidad, dejando atrás a mi hermanito. Su enojo era evidente y no me habló durante todo mi primer año de carrera.

Cada fin de semana que iba a casa, él me ignoraba por completo, todos pensaban que era porque ya no vivía ahí, pero yo sabía la verdad.

Sin embargo, un día, mientras estaba escuchando música en mi cuarto, se acercó a mí con una mirada triste en sus ojos y me informó que nuestros padres iban a asistir a una boda durante el fin de semana que venía.

Además, ahora que tenía una licencia de conducir, me pidió que lo llevara a ver a su familia anterior. Quedé sorprendido, ya que había asumido que para ese momento ya habría olvidado todo.

Traté de disuadirlo, argumentando que no teníamos pruebas concretas y que era peligroso emprender un viaje sin una dirección clara.

Sin embargo, su voz entrecortada y su intento por contener las lágrimas me conmovieron profundamente. Me dijo: “He olvidado casi por completo su voz”. Sus palabras resonaron en mi corazón, haciéndome comprender la angustia y la necesidad de mi hermanito por descubrir la verdad.

Apenas nuestros padres se marcharon para asistir a la boda, tomé las llaves del auto y me dirigí junto a mi hermanito hacia el pueblo del que afirmaba haber nacido en otro tiempo.

A medida que nos acercábamos, su memoria parecía despertar aún más. Mencionaba detalles, corrigiendo recuerdos pasados y señalando lugares que parecían resonar en su mente. Decía cosas como: “Recuerdo esto, pero no era así antes. Había un árbol en este lugar”. Su emoción era palpable.

Finalmente, llegamos al pueblo y mi hermanito recordaba cada vez más. Señalaba lugares y me contaba historias de cuando era niño, como las peleas que solía tener en ciertos puntos del pueblo. Mencionaba unas bancas que ya no estaban y recordaba haber visto a Carlota por primera vez en ese mismo lugar. Nuestro destino era la casa donde afirmaba haber vivido en su vida pasada.

Sin embargo, cuando tocamos la puerta, una joven morena de ojos grandes nos abrió. Sentí un nudo en mi estómago, ya que en ese momento me percaté de lo absurdo de nuestra búsqueda. Antes de que pudiera decir una palabra, mi hermanito miró a la chica y le dijo que ella no era su hija, y preguntó por su familia. La chica, una joven de unos veinte años, se incomodó con nuestra presencia, incluso pareció tener toda la intención de cerrarnos la puerta en la cara.

Luego, mi hermanito mencionó el nombre de Carlota y los nombres de sus hijos. La joven se detuvo incrédula, nos dijo que habíamos llegado demasiado tarde. Estábamos parados frente a lo que sería su bisnieta.

El impacto de esa revelación dejó a mi hermanito y a mí sin aliento. Mi hermanito insistió, mencionando una carta que habíamos enviado hace un par de años.

La joven nos confesó que pensó que era una broma, pero ahora se daba cuenta de la verdad. Sin saber qué más hacer, nos dejó pasar, ya que la que había sido la hija de mi hermano en un pasado, todavía estaba viva, aunque no podía caminar debido a la vejez.

Nos acercamos a ella, una anciana frágil. Mi hermanito se acercó con ternura y le habló, mencionando detalles de su infancia que solo un padre podría conocer. La conexión entre ellos era evidente. Luego, nos dirigimos a la tumba de Carlota, donde mi hermanito se arrodilló y comenzó a llorar, pidiéndole perdón por no poder verla con vida una última vez. Juró que siempre la amaría.

Pasaron horas más y nos dimos cuenta de que no teníamos otra opción que regresar a nuestra casa. El viaje nos había brindado respuestas y cierres, pero también nos dejó con una sensación de melancolía y una mezcla de emociones difíciles de describir.

El regreso fue silencioso, yo no sabía ni siquiera si cualquiera podría creer esa historia, o solo me tomarían por loco. Al año siguiente mi hermano perdió gran parte de lo que recordaba y hoy en día, no lo recuerda en absoluto, recuerda el viaje que hicimos juntos, pero él cree que visitamos a una tía, nunca terminaré de entender exactamente qué fue lo que ocurrió, pero ahora sé que la muerte, no es el final.

Autor: Liza Hernández

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