Seis Brujas Calvas Historia De Terror 2024
Seis Brujas Calvas, Historia De Terror… Mi nombre es Antonio, actualmente tengo 30 años, pero hasta el día de hoy no logró olvidar la horrible experiencia que tuve cuando tenía 16 años. Fue algo que marcó mi vida y desde ese entonces mi mayor miedo son las brujas.
En aquella ocasión mis tres amigos, Luis, Felipe, Martín y yo, decidimos pasar un fin de semana acampando en un cerro que se encontraba a las afueras de nuestro pueblo, en el estado de Puebla. El lugar tenía cierta reputación de ser embrujado, pero no nos importaba. De hecho, eso nos emocionaba aún más. Empacamos nuestras cosas y comenzamos la subida al cerro en busca de una experiencia inolvidable.
Cuando llegamos a la cima, encontramos un lugar perfecto para montar nuestro campamento. Rápidamente armamos nuestras tiendas de campaña y preparamos una fogata. La noche se acercaba, y el aire comenzaba a enfriarse. Así que encendimos la fogata, sacamos la carne que habíamos traído y comenzamos a hacer una deliciosa carne asada.
Al calor de la hoguera, comenzamos a platicar y a reír, recordando viejas historias y compartiendo nuestros miedos más profundos. La música que sonaba en nuestro viejo equipo de radio nos mantenía animados y entretenidos mientras la oscuridad se apoderaba del lugar. No había señal de ningún fenómeno extraño, y nos sentíamos seguros y contentos en nuestra pequeña burbuja de felicidad.
Cuando nuestras energías comenzaron a decaer, decidimos que era hora de ir a dormir. Apagamos la música, nos despedimos y nos metimos en nuestras respectivas tiendas de campaña. A pesar del cansancio, me costó conciliar el sueño. Algo en el ambiente me mantenía alerta, como si mi subconsciente supiera que algo no estaba bien.
En medio de la noche, empecé a escuchar ruidos extraños fuera de mi tienda de campaña. Al principio pensé que eran animales nocturnos, pero luego me di cuenta de que sonaban como pasos, susurros y risas de mujeres. Intenté convencerme a mí mismo de que era mi imaginación, pero los sonidos se hacían cada vez más fuertes y más cercanos.
No podía quedarme acostado sin hacer nada, así que me decidí a salir de mi tienda para investigar. No quería despertar a mis amigos, así que salí sigilosamente y me adentré en la oscuridad, siguiendo los extraños ruidos que me inquietaban. Lo que no sabía en ese momento era que esa noche cambiaría nuestras vidas para siempre.
Con el corazón latiendo a mil por hora, me adentré en la oscuridad siguiendo los extraños ruidos. Sin embargo, por más que caminaba, no encontraba nada fuera de lo común. Empecé a pensar que quizás había sido simplemente mi imaginación jugándome una mala pasada.
Decidí volver a mi tienda de campaña, pero a medida que me acercaba, noté que algo no estaba bien. El ambiente había cambiado por completo. El aire estaba tan frío que me calaba los huesos, y sentía un miedo inexplicable que me dejaba helado. Era como si una presencia maligna se hubiera apoderado del lugar.
Regresé a mi tienda y me metí en mi saco de dormir, pero no pude evitar sentir que algo no estaba bien. Me sentía observado, como si una fuerza invisible me estuviera acechando desde las sombras. Mi mente comenzó a llenarse de pensamientos siniestros y aterradores, imágenes de pesadillas y leyendas que habíamos compartido durante la noche.
Intenté ignorar el miedo y concentrarme en mi respiración para calmarme, pero el frío y el terror eran insoportables. De repente, escuché un susurro a mi lado, como si alguien estuviera tratando de comunicarse conmigo. Mis ojos se abrieron de par en par y me quedé petrificado, incapaz de moverme.
En ese momento, una risa escalofriante retumbó a través de la noche, como si alguien se estuviera burlando de mi miedo. La risa parecía venir de todas direcciones, como si me rodeara por completo. No pude evitar gritar, despertando a mis amigos.
Los gritos de mis compañeros se unieron a los míos, y de repente, todos estábamos despiertos y paralizados por el terror. El frío y el miedo se habían apoderado de nuestro campamento, y no sabíamos cómo enfrentarnos a lo desconocido. Aunque estábamos juntos, sentíamos que estábamos siendo atacados por una fuerza sobrenatural que no podíamos comprender ni controlar.
Aquella noche, la oscuridad nos había envuelto en su abrazo aterrador, y el verdadero horror apenas estaba comenzando.
Nos reunimos alrededor de la fogata que aún humeaba, temblando de frío y miedo, incapaces de hablar. Cada uno de nosotros parecía haber experimentado algo aterrador, pero no queríamos darle voz a nuestros temores. Sin embargo, no podíamos ignorar lo que había sucedido y nos miramos, buscando consuelo en la compañía de los demás.
Les conté a mis amigos lo que había escuchado y cómo había salido a investigar, pero no había encontrado nada fuera de lo común. A medida que relataba mi experiencia, vi cómo sus rostros se ponían cada vez más pálidos. Uno de ellos, Luis, compartió que algo lo había despertado en medio de la noche, sintiendo como si una mano helada tocara su pie. Pero cuando abrió los ojos, no había nadie allí.
Felipe y Martín también habían experimentado algo similar. Ambos habían escuchado susurros escalofriantes y sentido un frío intenso, como si una presencia maligna los estuviera acechando en la oscuridad. Nos dimos cuenta de que no podíamos quedarnos de brazos cruzados, permitiendo que el miedo nos dominara. Decidimos unirnos y explorar los alrededores, buscando cualquier indicio de lo que nos estaba aterrorizando.
Armados con nuestras linternas y la determinación de enfrentar lo desconocido, caminamos por el cerro en la oscuridad, inspeccionando cada rincón y escuchando atentamente cualquier sonido fuera de lo común. Pero, por más que buscamos, no encontramos nada que explicara las experiencias aterradoras que habíamos vivido.
Exhaustos y desanimados, regresamos a nuestro campamento. Aunque no habíamos descubierto nada en nuestra búsqueda, no podíamos sacudirnos la sensación de que algo nos acechaba en la oscuridad. Decidimos intentar dormir de nuevo, pero acordamos que si alguno de nosotros escuchaba o sentía algo extraño, debía despertar a los demás de inmediato.
Nos metimos en nuestras tiendas de campaña y nos arropamos en nuestros sacos de dormir, intentando aferrarnos a la ilusión de seguridad que proporcionaban. Pero, a medida que la noche avanzaba, no pudimos evitar sentir que estábamos a merced de fuerzas que no podíamos entender ni controlar. Y, en el fondo de nuestras mentes, sabíamos que lo peor aún estaba por venir.
Después de mucho tiempo luchando contra el miedo que me invadía, finalmente logré conciliar el sueño. Sin embargo, en lugar de encontrar refugio en los brazos de Morfeo, me sumergí en una horrible pesadilla.
En mi sueño, me encontraba en un pasillo largo y oscuro, con una atmósfera opresiva que me llenaba de terror. A ambos lados del pasillo había numerosas puertas, cada una de ellas tan siniestra como la siguiente. De repente, una mujer sin pelo, vestida de negro, apareció a mi lado. Su rostro no mostraba expresión alguna, pero algo en sus ojos me daba escalofríos. La mujer me tomó de la mano y comenzamos a caminar hacia una de las puertas.
Con cada paso que dábamos, sentía que mi corazón latía más fuerte, anticipando un mal presagio. Finalmente, llegamos a la puerta y la mujer la abrió lentamente. Al otro lado de la puerta, pude ver nuestro campamento: las tiendas de campaña, lo que quedaba de la fogata y la oscuridad que nos rodeaba. Pero algo no estaba bien.
Al mirar más de cerca, me di cuenta de que otra mujer, también sin pelo, estaba de pie junto a nuestras tiendas de campaña. Su piel pálida contrastaba con la oscuridad de la noche, y sus pies estaban manchados de sangre. Pero lo más aterrador de todo era su sonrisa malvada, que parecía burlarse de mí.
Seis Brujas Calvas Historia De Terror
La mujer comenzó a acercarse a las tiendas, y en un instante, abrió la mía. Me vi a mí mismo durmiendo, completamente ajeno al horror que se cernía sobre mí. La mujer se inclinó sobre mi cuerpo dormido, observándome con una mirada maliciosa.
En ese momento, el terror me invadió por completo y grité en mi sueño, despertándome de la pesadilla. Pero el horror no terminó ahí. Al abrir los ojos, vi una sombra asomándose a mi tienda de campaña, como si la pesadilla se hubiera vuelto realidad. Mi grito de miedo despertó a mis amigos, quienes salieron de sus tiendas, preocupados por lo que estaba sucediendo.
Mis amigos, al escuchar mis gritos, acudieron rápidamente a mi tienda de campaña. Les conté sobre la terrible pesadilla que había tenido y cómo la sombra en mi tienda parecía haberla hecho realidad. Todos estábamos asustados, pero mis amigos intentaron calmarme. Miramos nuestros relojes y nos dimos cuenta de que eran las 3:00 de la mañana. Decidimos que lo mejor sería esperar a que amaneciera antes de abandonar el campamento, ya que irnos a esa hora podría ser peligroso.
Luis propuso que nos quedáramos despiertos y alerta hasta el amanecer, por si acaso algo inusual ocurriera de nuevo. Todos estuvimos de acuerdo con su plan, así que reavivamos la fogata y nos sentamos alrededor de ella. Para distraernos del miedo que nos atenazaba, comenzamos a hablar de nuestras infancias y las cosas divertidas que solíamos hacer juntos. A medida que compartíamos nuestras historias, nuestras risas llenaban el aire, y momentáneamente olvidamos el terror que nos había traído hasta allí.
Sin embargo, mientras uno de mis amigos contaba una de sus historias, no pude evitar que mis pensamientos divagaran hacia las leyendas que habíamos escuchado sobre ese cerro. Recordé cómo mi tío me había contado que las brujas solían reunirse allí para realizar sus rituales y sacrificios. Según él, las brujas buscaban la energía del cerro para alimentar sus hechizos y maldecir a aquellos que se atrevían a interrumpir sus prácticas.
Mientras pensaba en estas historias, un escalofrío recorrió mi espalda, como si un dedo helado me estuviera acariciando. Me pregunté si nuestro campamento estaba ubicado en uno de los sitios de reunión de las brujas, y si acaso, en nuestra ignorancia, habíamos desatado su ira al invadir su territorio sagrado. No quise compartir mis temores con mis amigos, pero la inquietud crecía en mi interior, haciendo que cada sonido, cada sombra en la noche, pareciera un presagio de un horror inminente.
Mientras todos reían y compartían historias, me sentía cada vez más inquieto, incapaz de unirme a su alegría. Entonces, de repente, el silencio se apoderó del campamento. Todos dejamos de hablar al mismo tiempo, ya que un sonido nos heló la sangre: una mujer tarareaba una canción de cuna de manera tenebrosa. Era un sonido melódico pero extraño, que parecía resonar en nuestros huesos.
Nos miramos unos a otros, temblando de miedo. Martín sugirió llamar a su padre, pero Luis argumentó que era una pésima idea. Nos recordó que si nuestros padres descubrían la verdad, nos regañarían y, además, no podíamos arriesgarlos si realmente había algún peligro. Decidimos que teníamos que ser valientes y enfrentar la situación nosotros mismos. Era hora de irnos de ese lugar maldito.
Rápidamente recogimos nuestras cosas, guardando nuestras pertenencias en nuestras mochilas con manos temblorosas. Cada segundo que pasaba, la canción de cuna se volvía más intensa y perturbadora, como si la mujer invisible se estuviera acercando a nosotros. A medida que nos apresurábamos a empacar, no podíamos evitar sentir que estábamos siendo observados, como si la oscuridad tuviera mil ojos que nos acechaban.
Una vez que estuvimos listos, nos pusimos nuestras mochilas y nos preparamos para salir del campamento. Pero, a pesar de nuestra determinación, el miedo nos mantenía paralizados, incapaces de dar el primer paso hacia lo desconocido. ¿Qué horrores nos esperarían en la oscuridad? ¿Era peor enfrentar lo desconocido o quedarnos en el campamento y esperar a que amaneciera? Nos enfrentábamos a una encrucijada, y el tiempo se estaba agotando.
Contemplando las sombras que nos rodeaban, me di cuenta de que quizá no fuera tan buena idea adentrarnos en la oscuridad. Podríamos perdernos o, peor aún, encontrarnos con algo mucho más aterrador que lo que ya habíamos vivido. A pesar de mi vergüenza, les propuse a mis amigos que rezáramos el Padre Nuestro, con la esperanza de que si había algo maligno entre nosotros, la oración podría alejarlo. Aunque ninguno de nosotros era particularmente religioso, en ese momento parecía ser nuestra única opción.
Mis amigos asintieron con la cabeza, y todos nos tomamos de las manos en un círculo. Comenzamos a recitar el Padre Nuestro en voz baja, nuestras palabras vacilantes al principio, pero cada vez más fuertes a medida que avanzábamos. Sin embargo, en lugar de mejorar nuestra situación, parecía que estábamos empeorando las cosas. El aire se volvió aún más frío, como si una brisa helada nos envolviera, y sentimos un peso opresivo sobre nuestros hombros.
El tarareo cesó por unos momentos, dando paso a un breve silencio. Pero, de repente, una voz gutural y horrible resonó en la noche. Era la misma mujer, pero ahora parecía estar maldiciéndonos, retorciendo nuestras palabras en una cacofonía de odio y desprecio. Los árboles parecían susurrar sus maldiciones, y el viento gemía con su furia.
El terror nos invadió, haciéndonos olvidar nuestras diferencias y uniéndonos en un abrazo colectivo. No podíamos creer lo que estaba sucediendo, pero sabíamos que debíamos hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. Miramos a nuestro alrededor, buscando alguna señal de que la maldición se estaba manifestando en el mundo físico. Pero todo lo que vimos fue oscuridad, y todo lo que oímos fueron nuestros propios latidos, acelerados por el miedo.
Nuestras mentes corrían, tratando de encontrar una solución a la situación cada vez más desesperada en la que nos encontrábamos. ¿Debíamos correr y arriesgarnos a perdernos en la oscuridad, o enfrentar la maldición y luchar contra lo desconocido? La indecisión nos mantenía en un estado de parálisis, mientras el tiempo se nos escapaba y la furia de la mujer invisible crecía cada vez más.
De repente, todo quedó en silencio. El frío y el miedo que nos habían atormentado parecieron desvanecerse, y todo volvió a la normalidad. Por un breve instante, nos atrevimos a creer que todo había terminado y que estábamos a salvo. Pero ese breve respiro no duró mucho.
Escuchamos pasos y una mujer gritando en la oscuridad, preguntando si había alguien ahí y si estábamos bien. Su voz sonaba preocupada y amable, lo que nos dio un atisbo de esperanza. Nos miramos a los ojos y asentimos, decidiendo acercarnos a la mujer que parecía querer ayudarnos. Nos pusimos en marcha, siguiendo el sonido de su voz.
Cuando finalmente llegamos a donde se encontraba la mujer, nos quedamos paralizados por el horror. Frente a nosotros había una figura grotesca: una mujer calva, extremadamente gorda y pálida, con los pies ensangrentados. En sus brazos, cargaba lo que parecía ser un muñeco de plástico que imitaba a un bebé. La mujer tarareaba canciones de cuna mientras observaba al muñeco con una extraña mezcla de ternura y locura.
El tiempo parecía haberse detenido mientras la observábamos, incapaces de mover un músculo o de apartar la vista de la horrenda escena. Entonces, la mujer levantó la cabeza y nos miró fijamente. Sus ojos estaban vacíos, como si no hubiera alma en su interior. Una sonrisa malvada se formó en sus labios mientras nos miraba, y nos dimos cuenta de que habíamos caído en una trampa.
En ese momento, entendimos que la bondad y la preocupación que habíamos percibido en su voz eran solo una fachada, un engaño para atraernos hacia ella. Estábamos atrapados en su red, y no sabíamos qué horrores nos esperaban a continuación.
Ante la aterradora aparición de la mujer, gritamos y salimos corriendo en diferentes direcciones, impulsados por el pánico. Uno de mis amigos se quedó inmóvil, temblando de miedo, pero lo empujé y le grité que corriera. De alguna manera, todos terminamos encontrándonos de nuevo en el campamento, donde tomamos la decisión unánime de irnos de inmediato, sin importar las consecuencias.
Corrimos a toda prisa, escuchando algo o alguien que nos perseguía. Mientras corríamos, levantamos la vista al cielo y vimos unas bolas de fuego surcando la noche. De inmediato recordé lo que mi padre me había dicho: que las bolas de fuego eran brujas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ante esa revelación, y el miedo se apoderó de nosotros aún más.
No nos detuvimos a pensar en lo que podría suceder si nos atrapaban, o si realmente eran brujas las que nos perseguían. Solo sabíamos que debíamos escapar a toda costa y poner la mayor distancia posible entre nosotros y aquel lugar maldito.
Nuestras piernas ardían y nuestros pulmones suplicaban aire, pero el terror nos impulsaba a seguir adelante. No sabíamos cuánto tiempo podríamos mantener ese ritmo frenético, ni qué nos depararía el destino al final de nuestra huida. Pero no nos detuvimos, no podíamos detenernos, mientras las bolas de fuego seguían iluminando el cielo nocturno y la sombra de la mujer calva y sus malvadas intenciones nos perseguían en la oscuridad.
Mientras corríamos, uno de mis amigos tropezó con algo en el suelo y cayó al suelo con un golpe sordo. Al ayudarlo a levantarse, descubrimos que se había tropezado con una cabeza de cerdo. La visión era tan grotesca que uno de mis amigos no pudo evitar vomitar.
A pesar del horror que nos había causado ese descubrimiento, seguimos corriendo hasta que vimos una luz a lo lejos, detrás de unos árboles. Nos acercamos con cautela, y lo que vimos a continuación superó con creces cualquier cosa que hubiéramos imaginado en nuestras peores pesadillas. Allí, en medio de un claro iluminado por antorchas, había seis mujeres, incluida la que habíamos visto arrullando al muñeco. Todas estaban calvas, pálidas, desnudas y con los pies ensangrentados.
Formaban un círculo y reían de forma histérica y desquiciada. De repente, todas comenzaron a recitar palabras incomprensibles en un idioma desconocido, mientras metían sus pies en cubetas llenas de sangre, probablemente del cerdo decapitado. Nos quedamos paralizados por el shock, incapaces de apartar la vista de la escena macabra que se desarrollaba ante nosotros. Era evidente que estábamos siendo testigos de algún tipo de ritual oscuro y maligno, y la idea de que esas mujeres pudieran tener poderes sobrenaturales y siniestros nos llenó de un miedo inimaginable.
Cuando las brujas voltearon hacia nosotros, sonriendo malvadamente, no perdimos tiempo y comenzamos a correr de nuevo, desesperados por escapar. Las risas y los murmullos nos seguían, pero no nos detuvimos.
De repente, nos encontramos con un hombre mayor que llevaba una linterna y un machete. Al vernos asustados, nos preguntó qué había pasado. Al principio, no confiábamos en él y no quisimos responder, pero él insistió. Uno de mis amigos, llorando de miedo, finalmente le contó todo lo que habíamos presenciado.
El hombre, llamado Martín, nos dijo que vivía al pie del cerro y había visto las bolas de fuego en el cielo. Sabía que eran las malditas brujas y había salido a enfrentarlas, dispuesto a cortarles las patas. Nos aseguró que no teníamos que preocuparnos, ya que estábamos cerca del final del cerro y nos invitó a su casa, donde su esposa nos ofrecería té caliente y pan para calmar nuestro susto. Sus palabras nos brindaron cierto alivio, y antes de seguir nuestro camino, Martín gritó a las brujas que se fueran, amenazándolas con enfrentarlas él mismo si no lo hacían.
Mientras caminábamos hacia la casa de Martín, él nos contó que las brujas le habían robado el cerdo para sus horribles rituales y que no hacía mucho tiempo había atrapado a una de ellas y le había quemado los pies. Aunque su relato era espantoso, nos sentíamos agradecidos de haber encontrado a alguien dispuesto a protegernos de aquellas terribles criaturas.
Llegamos a la casa de Martín y su esposa, quienes nos recibieron con los brazos abiertos. Pasamos el resto de la noche hablando con ellos, lo que nos ayudó a sentirnos mejor y más seguros. A medida que las horas pasaban, el sol comenzó a asomarse en el horizonte, anunciando el amanecer.
Con el sol brillando en el cielo, nos despedimos de Martín y su esposa y regresamos a nuestras casas, aún incrédulos por todo lo que habíamos vivido. Nos prometimos mutuamente no contarles a nuestros padres lo sucedido y juramos no volver al cerro jamás.
Sin embargo, después de esa aterradora experiencia, las pesadillas nos atormentaban con frecuencia. Las brujas aparecían en nuestros sueños, haciéndonos revivir el miedo que sentimos aquella noche. Incluso, en algunas ocasiones, escuchábamos murmullos extraños afuera de nuestras casas, recordándonos que lo que habíamos vivido en el cerro no había sido simplemente una alucinación.
Aunque nunca volvimos al cerro, el recuerdo de aquella horrible noche permaneció con nosotros para siempre, dejándonos con una constante sensación de inquietud y miedo hacia lo desconocido.
Autor: Anónimo
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