Los Maniquís Historia De Terror 2023
Los Maniquís, Historia De Terror… Recuerdo esos días como si fueran ayer, aunque ha pasado poco más de una década desde que viví la historia que voy a compartir el día de hoy. En primera y aunque no me enorgullezco al decirlo, durante mi adolescencia yo estaba atravesando por una faceta rebelde, y en aquel entonces, a la edad de 15 años, era una de las pocas adolescentes que sabía conducir, puesto que mi abuelo me había enseñado, prácticamente desde que pude alcanzar los pedales.
Mi abuelo partió de este mundo dejando tras de sí un legado inesperado: un auto clásico de ensueño. Sin embargo, mis padres no estaban tan convencidos. A pesar de mi habilidad para conducir, me dijeron que no podría utilizarlo hasta que cumpliera los 18 años y por ende aquel hermoso auto se quedó estacionado en el patio de mi abuela y así mismo, ella tenía instrucciones de no darme las llaves bajo ninguna circunstancias y aunque supliqué, fueron totalmente inflexibles y eso ocasionó que mi actitud empeorase aún mas.
Vivía en un pueblo tranquilo y algo retirado de la ciudad, un lugar donde todos parecían conocerse. La distancia a la ciudad era considerable, unos cuarenta minutos de carretera, por lo que la mayoría de nosotros, soñábamos con cumplir la mayoría de edad para salir de ahí, pues a nuestro punto de vista, todo lo bueno ocurría en la ciudad, en aquel entonces, me encantaba ir a bailar, aunque en el pueblo donde crecí, difícilmente había uno de ellos.
Una noche, mis amigas y yo nos encontrábamos en mi habitación, hablando de algunas cosas sin importancia, propias de esa edad. La conversación dio un giro hacia los bailes y fue cuando mi mejor amiga me dijo que había escuchado que abría un gran baile en la ciudad en una semana y que sería fabuloso si pudiésemos ir.
No pude evitar sentir una punzada de decepción al pensar que no podría asistir, pues mis padres jamás me dejarían ir a la ciudad tan noche, y aún si por algún extraño motivo se les olvidara que eran padres sobreprotectores y me dejaran ir, sabía que aunque algo así pasara, en ese momento estaba castigada por las malas notas en la escuela, así que no había ninguna esperanza.
Pero el destino es curioso y a veces siniestro, puesto que, mi abuela tuvo un pequeño accidente, que aunque no era grave, se debía quedar unos días en el hospital, y justamente la noche del baile, mis padres se quedarían en el hospital para cuidar de ella.
Mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de que esta era mi oportunidad. No quería desobedecer a mis padres, pero la tentación era demasiado fuerte. Recordé las veces que mi abuelo me había llevado a la ciudad y como me había contado historias sobre los bailes tan grandes a los que había asistido durante su juventud.
Después de una intensa conversación con mis amigas, decidimos que las cuatro asistiríamos a ese baile, solo debíamos pedir permiso para pasar la noche en mi casa y yo tomaría el auto, pues sabía que mi padre tenía una llave de repuesto en su habitación, iríamos y volveríamos durante la madrugada sin que nadie se diera cuenta.
La emoción era palpable mientras trazábamos nuestro plan. Todas cooperaríamos con la gasolina y cuando todas obtuvimos el permiso para la pijamada, sabíamos que nuestro plan funcionaría.
A medida que se acercaba la fecha del baile, todas nos emocionábamos cada vez más y no podíamos evitar hablar de eso en cada oportunidad que teníamos, por lo que en nuestro salón, comenzó a correrse la voz de lo que estábamos planeando hacer y a la mayoría de los alumnos, se les hacía muy genial y en cierto modo envidiaban que éramos lo suficientemente valientes como para atrevernos a hacer algo como eso.
Era un día ordinario, la rutina escolar había comenzado y la monotonía se apoderaba de la clase. Mi mente divagaba entre las lecciones y los murmullos de los estudiantes.
Fue entonces cuando Martin, un chico de mi salón, aprovechando que el profesor estaba escribiendo algo en el pizarrón, se volteó y susurrando nos dijo que sabía lo que queríamos hacer y que el también quería ir, y que incluso cooperaria para la gasolina si lo llevábamos, no voy a mentir, Martin no me agradaba en lo absoluto, era una especie de payaso de la clase, pero sus bromas consistían en burlarse de los demás usando sus defectos o las cosas más vergonzosas y denigrantes posibles, si sabía algo de ti, no dudaría en burlarse de ello.
Por lo que, yo tenía demasiado claro que, así pagara toda la gasolina, yo no lo quería en ese viaje con nosotras, por lo que solo le dije que no y volví mi vista al frente, pero el siguió insistiendo, poniéndose un tanto más fastidioso, pero en cuanto vio que no cambiaría de opinión, comenzó con comentarios sarcásticos y pasivo agresivos, nunca entenderé porque pensó que eso me convencería, pero al menos en el momento me dio la oportunidad de contestarle como siempre había querido.
Mis amigas no pudieron contener la risa mientras yo le decía a Martin que de ninguna manera dejaría que el y su apestoso perfume, entraran a mi auto y que prefería que el diablo subiera pues su aroma a azufre era mucho mejor que su insufrible aroma, antes de que pudiera responderme el profesor le arrojó el borrador, en aquella época aún se podía hacer eso sin que los profesores se metieran en problemas, lo que hizo que varios se rieran y también forzó a Martin a voltear y tratar de prestar atención a la clase.
Esa misma tarde, durante la hora del recreo, Martin se unió a nuestro grupo de amigas. Su sonrisa cínica se mantuvo intacta mientras se sentaba a nuestro lado, como si estuviera intentando llamar nuestra atención. Sus amigos le seguían como si fuera un líder de alguna pandilla.
Finalmente, no pudo contenerse más y nos preguntó, tratando de aparentar seriedad “¿Han oído hablar de la gasolinera de los Maniquís?”, Me miraba de reojo tratando de asegurarse de llamar particularmente mi atención, puesto que al ser mi auto, yo decidía quien iba y quién no.
Mis amigas y yo intercambiamos miradas confundidas. Nunca habíamos escuchado algo como eso, en el pueblo se escuchaban muchas historias de terror y relatos de aparecidos, pero nada como eso, al ver que si nos interesaba, Martin siguió con su historia.
“Mi hermano mayor, que vive en la ciudad, me contó una historia interesante sobre ese lugar. Resulta que un día, cerca de la media noche, mientras conducía hacia acá para visitarnos, decidió detenerse en una gasolinera que siempre había creído abandonada. Pues siempre que había pasado por ahí estaba cerrada, siempre la había visto durante el día, en ese momento todas las luces estaban encendidas, por lo que obviamente era una señal de que estaba en servicio”.
Mis ojos se encontraron con los de Martin, y pude ver la malicia en su expresión. Se estaba divirtiendo al inquietarnos. “Siguió adelante y estacionó su camioneta, pero notó que todo estaba inusualmente silencioso. Esperó dentro de su vehículo, esperando a ser atendido, pero eso nunca ocurrió. Así que decidió bajar y buscar a los encargados, pensando que estaban adentro de la tienda de la gasolinera, que estaba iluminada como si estuviera abierta”.
Mis amigas y yo estábamos completamente cautivadas por su historia. Era como si estuviéramos en un cuento de terror esperando el desenlace.
Martin continuó con su relato, su voz ligeramente amortiguada por el aire tenso que nos rodeaba. “Pero a medida que mi hermano se acercaba a la tienda, notó algo extraño. Las personas que creía ver a través del cristal no se movían. Se quedó petrificado mientras se daba cuenta de que esas personas no eran más que maniquíes, colocados de manera que parecían clientes comprando. Algunos estaban en los anaqueles, otros en la caja registradora e incluso uno tenía la mano extendida, como si estuviera a punto de pagarle al cajero”.
Nuestros rostros se reflejaban con asombro y cierta inquietud mientras escuchábamos cada palabra que Martin decía. “Eran maniquíes completamente blancos, sin rasgos definidos ni ropa. Mi hermano miró a su alrededor, y entonces vio uno de esos maniquíes parado en la oscuridad, apenas visible entre las sombras. No se movieron, pero su simple presencia fue suficiente para asustar a mi hermano. Corrió hacia su camioneta, rogando que la gasolina le alcanzara para llegar al pueblo. Afortunadamente, escapó de allí ileso”.
A pesar de la inquietante historia que Martin había compartido, no podía evitar sentir que todo era una artimaña para asustarnos, sobre todo cuando sugirió que podría ir para decirnos cuál era y así evitarla. Aunque mis amigas parecían afectadas por el relato, mi orgullo me impedía darle crédito a sus palabras, a pesar de que recordaba haber escuchado algo de que al hermano de Martin efectivamente lo habían asustado en la carretera, aunque nunca supe del todo los detalles. Cuando le dije que no le creía, él lanzó un gruñido de frustración y dijo que pagaría por toda la gasolina, pero volví a negarme.
Durante el día siguiente, mientras la rutina escolar avanzaba, mi mente volvía una y otra vez a la historia de los maniquíes. Aunque me había esforzado por ignorarla, la semilla de la duda había sido plantada en mi mente. ¿Podría haber algo de verdad en lo que Martín había dicho? Después de todo, la idea de maniquíes en una gasolinera era demasiado extraña como para ser inventada, no sonaba como la clásica historia de terror, considerando que los maniquís solo estaban parados sin moverse.
Finalmente, el día del baile llegó. Mis padres se fueron a cuidar a mi abuela enferma, y la casa quedó vacía. Era la oportunidad perfecta para cumplir mi sueño de asistir al baile. Con un corazón lleno de anticipación y nerviosismo, me dirigí a la casa de mi abuela, donde estaba estacionado el auto que mi abuelo me había dejado.
Sin embargo, la decepción me aguardaba. Mis tres amigas no podrían unirse a mí en esta aventura. El rumor de nuestra escapada había corrido por el pueblo, y los padres de mis amigas habían intervenido, prohibiéndoles asistir a aquella pijamada. Por un momento, pensé en abandonar mi plan, pero luego recordé cuánto había deseado esto y decidí que no dejaría que nada me detuviera, además tenía suficiente para la gasolina, así que eso no sería un gran problema.
El viaje hacia la ciudad fue tranquilo, la carretera se extendía frente a mí con un manto de oscuridad y estrellas. A pesar de mi soledad, la emoción de la noche se apoderó de mí. El baile era como un sueño, las luces deslumbrantes, la música vibrante y las risas llenando el aire. Me mezclé con la multitud, bailando y riendo con extraños que se convirtieron en amigos fugaces.
Pero a medida que la noche avanzaba, la fatiga comenzó a pesar sobre mí. Alrededor de las dos de la madrugada, decidí que era hora de emprender el viaje de regreso. El aire fresco de la noche me recibió cuando salí al estacionamiento. Las luces de la ciudad parpadeaban en el horizonte mientras me dirigía hacia mi auto.
El motor ronroneó con vida cuando giré la llave, y pronto me encontraba en la carretera de regreso a casa. Sin embargo, mientras conducía en la oscuridad, los recuerdos de la historia de los maniquíes volvieron a mi mente. Intenté deshacerme de ellos, diciéndome a mí misma que era solo un cuento inventado por Martin para que lo dejara venir, aunque si era del todo honesta, en ese momento, me hubiese gustado cualquier compañía, incluso si era la de un pesado como Martin.
Los Maniquís Historia De Terror
Pero a medida que avanzaba, una sensación de inquietud comenzó a apoderarse de mí. El tic-tac del reloj en el tablero parecía marcar cada segundo con un eco siniestro. La carretera estaba desierta y la oscuridad parecía envolverme, alimentando mis temores. Sabía que era ridículo, pero no pude evitar mirar nerviosamente alrededor, como si estuviera esperando ver maniquíes en la oscuridad.
La gasolina estaba disminuyendo y, a medida que avanzaba, la inquietud se convirtió en una ansiedad palpable. Finalmente, una gasolinera apareció a lo lejos, y me alivié. Estacioné el auto frente a las bombas, esperando a que los encargados salieran.
Pasaron minutos interminables y nadie apareció. Las luces brillaban en el interior de la tienda de autoservicio, pero parecía completamente desolado. A pesar de mi deseo de llenar el tanque y partir, una sensación de inquietud me mantenía en mi asiento. Recordé las palabras de Martín de su historia de los maniquíes, y un escalofrío recorrió mi espalda.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras intentaba enfrentar la verdad que tenía ante mis ojos. A pesar de mis esfuerzos por auto convencerme de que todo esto era una coincidencia, y que algo como la gasolinera de los maniquís era simplemente imposible, pero entre más miraba lo vacío que estaba todo y que todo era como sacado de la historia de Martin, incluso las de las siluetas de personas en la tienda, más miedo me entraba.
Finalmente me arme de valor y pensé que me estaba comportando de una manera muy ridícula, así que bajé de mi auto para ir a aquella tienda y que me atendieran de una vez por todas, sin embargo, mientras me acercaba, me di cuenta de que la historia era real, enserio había maniquís ahí, y aunque no tenían nada paranormal, si estaban en un contexto bastante inquietante, no me imaginaba quien podía tener motivos para hacer algo tan bizarro.
A medida que avanzaba, me di cuenta de que la posición de los maniquíes era ligeramente diferente a la que Martin había descrito. Solo había unos pocos y estaban ubicados de manera más casual, algunos en los anaqueles y otros cerca de la caja registradora. El cajero estaba en su lugar, simulando realizar una transacción que nunca ocurriría.
Mientras me aproximaba a la entrada, un crujido resonó en el aire, y mi corazón dio un vuelco. Giré rápidamente, buscando la fuente del sonido, pero no había nada más que la oscuridad y el silencio. Mi respiración se aceleró mientras intentaba reprimir el miedo que amenazaba con abrumarme.
Me obligué a enfrentar la escena ante mí. Los maniquíes permanecían inmóviles, sus posturas estáticas como si fueran figuras congeladas en el tiempo. Mis ojos inspeccionaban cada detalle, buscando cualquier señal de que esto fuera una farsa. Pero entonces, algo cambió. Noté que los maniquíes estaban mirando todos en la misma dirección, mi dirección.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras me daba cuenta de que todos los maniquíes habían girado sus cuerpos hacia mí. Sentí un nudo de miedo en mi estómago mientras mis ojos recorrían sus figuras rígidas. Era imposible. No podían haberse movido tan rápido, ni siquiera había oído ningún ruido que indicara su movimiento.
Mi respiración se volvió más rápida y superficial mientras observaba la escena frente a mí. Luego, un sonido más fuerte resonó en el aire, un crujido que parecía estar viniendo de todas partes. Giré rápidamente, mi corazón latiendo en mis oídos. Pero esta vez, no había duda. Los maniquíes habían cambiado de posición nuevamente. Sus brazos ahora estaban levantados, todos señalando en mi dirección.
El pánico me invadió mientras me quedaba paralizada en el lugar. Mi mente luchaba por comprender lo que estaba sucediendo, para encontrar una explicación lógica. Pero en ese momento, la lógica no tenía lugar. Los maniquíes inmóviles, con sus brazos señalando hacia mí, me transmitían una sensación de amenaza, como si estuvieran tratando de decirme algo que no podía comprender.
Aterrada y desesperada por escapar de aquel tétrico lugar, retrocedí con los ojos fijos en los maniquíes que ahora parecían observarme de manera inquietante. Mis pasos eran inciertos, mi mente nublada por el miedo. No sabía a dónde iba, solo sabía que tenía que alejarme de allí, lejos de esa gasolinera que había cobrado vida de la manera más aterradora.
Mientras daba pasos atrás, el pánico me mantenía atrapada en una lucha interna entre enfrentar lo inexplicable y huir de ello. De repente por caminar hacia atrás, había chocado con algo, con un sobresalto, caí al suelo. Miré hacia abajo y mi corazón dio un vuelco. Lo que había encontrado en mi camino era uno de los maniquíes, ahora tumbado en el suelo como si fuera un simple objeto inanimado.
Mi corazón latía desbocado mientras me obligaba a mirar hacia la tienda. Ahora los maniquíes estaban alineados afuera, como si estuvieran esperando. El miedo se apoderó de mí y sin pensarlo dos veces, me puse de pie y comencé a correr hacia la carretera. Mi mente estaba en blanco, impulsada solo por la necesidad de alejarme de ese lugar.
Mis pies golpeaban el suelo con fuerza, mis pulmones se llenaban de aire en rápidas bocanadas. Pero entonces, el sonido de un motor se interpuso en mi frenética huida. Un auto apareció en la carretera, y antes de que pudiera reaccionar, estuve a punto de ser atropellada. El auto frenó bruscamente, y los ocupantes salieron preocupados.
Temblorosa, señalé hacia la gasolinera, intentando comunicar la pesadilla que había experimentado. Pero cuando todos se volvieron para mirar, el lugar estaba oscuro y desolado, como si estuviera abandonado desde hacía años. Las luces que habían iluminado mi terror se habían apagado por completo.
“No entiendo”, dije con voz entrecortada. “Los maniquíes… estaban allí. Los vi”.
Los ocupantes del auto intercambiaron miradas confusas. Uno de ellos finalmente habló: “Este lugar ha estado abandonado por años, nadie viene aquí”.
Mis piernas temblaban mientras me aferraba a la realidad. ¿Había sido una alucinación? ¿Una ilusión creada por mi miedo? Miré hacia atrás una vez más, pero la gasolinera permanecía en silencio y oscuridad, como si nunca hubiera sido testigo de mi terror.
Ofrecieron remolcar mi auto hasta la gasolinera más cercana, y acepté agradecida. Mientras me alejaba de aquel lugar, sentí una mezcla de alivio y confusión. No sabía si lo que había experimentado había sido real o producto de mi imaginación, pero una cosa era segura: algo oscuro y misterioso estaba oculto en los confines de aquella gasolinera abandonada.
Aquella madrugada regresé a casa sin que mis padres nunca supieran lo que hice, por mucho tiempo estuve tan asustada, que incluso les dije a mis amigas que había decidido no ir al baile y que me había quedado en casa, todo para no tener que revivir el horror que había vivido aquella noche.
Autor: Liza Hernández.
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