La Carreta De La Muerte Historia De Terror 2024

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La Carreta De La Muerte Historia De Terror 2024

La Carreta De La Muerte Historia De Terror… Hay una leyenda en Ciudad vieja, Chiapas, que cuenta la historia de cómo San Pascual se le apareció a un hombre indígena que estaba a punto de morir a causa de la peste que azotaba a los habitantes.

La epidemia conocida con el nombre de cucumatz, que había acabado con muchos pobladores, parecía que no tendría fin y poco a poco la población fue cayendo enferma sin respetar nada, ni edad, religión o posición social. El padre del lugar, había recibido un llamado más entre tanta desgracia y acudió a otorgar los santos oleos a un fiel más, este hombre indígena que, al recibir el sacramento vislumbró la figura de un fraile con un rosario entre las manos quién lo designó como porta voz de su mensaje divino, para luego llevárselo al seno del señor.

Él había recibido el milagro de extender su vida un poco más, nueve días, para dar el mensaje de quién se había presentado ante él como el santo Pascual Baylón, quién pedía a los fieles lo adoptara como su santo patrono, así él liberaría de la peste en nueve días a todos los habitantes, finalizándola con la muerte de este hombre.

Así sucedió, por obra divina, la pandemia terminó en el momento que fue prometido. Desde entonces los fieles adoptaron de patrono a San Pascual, pero lo veneran en la forma en que se presentó a salvarlos de la muerte. Fue así como comenzó el culto a San Pascualito Rey o San Pascualito Muerte

Este santo es representado como un esqueleto, representación de la muerte que porta capa y corona mientras usa un carro para viajar por las calles levantando almas. Es un santo muy venerado que cumple peticiones de muchos tipos, desde salvar a alguien de una enfermedad a pedir que se resuelva su problema de dinero. Mi familia y yo somos de un pueblo donde se venera mucho al santo y mi abuela era una fiel creyente de él, a quien recurría para las peticiones más difíciles, casi imposibles.

Ella me decía que cada petición que hizo en su vida, se le había cumplido, incluso el momento en el que yo estaba dentro del vientre de mi mamá y estaba en peligro de muerte. Mi familia tiene un pequeño negocio a la puerta de la entrada donde vivimos, preparamos comida en las noches, ahí comencé a ayudar desde muy pequeña, ahí escuché por primera vez a mi abuela advertirme que si escuchaba a lo lejos ruedas me metiera a la casa sin importar qué se quedara afuera, pues era San Pascualito pasando con su carreta.

Por esa razón cerramos siempre a la misma hora, aunque viniera gente conocida a pedirnos que le preparáramos algo, mi abuela siempre le decía que, si era para llevar, porque ya íbamos a meter todo pronto, se acercaba la hora de San Pascualito. Incluidos los días de fiesta ella nos podía a recoger temprano para quedarse tranquila.

Una noche, ella estaba muy cansada y comenzamos a levantar todo a las diez de la noche. Era temporal de lluvia, la calle estaba muy vacía, hacía frío, se sentía el ambiente pesado. Estaba metiendo unos bancos de madera cuando un aire muy helado comenzó a soplar dejándome la piel completamente erizada, así que me metí a la casa por un suéter.

En el tiempo que entré a buscar uno y salí a continuar ayudando, mi abuela se había caído quedando sentada en la calle. Me apuré a preguntar si estaba bien, ella me aseguró que estaba bien y luego me dijo que le esperara un poco antes de ayudarla a levantarse. Según me dijo, ella había sentido las rodillas flojas por lo que pronto le venció el peso de su cuerpo dejándola sentada en el piso, no había caído de golpe, pero le dolían mucho las rodillas.

Me senté a su lado, mis papás no estaban en la casa porque habían ido a un funeral en un pueblo cercano, así que solo dejé que mi abuela me dijera que hacer. Pasamos unos minutos esperando que ella agarrara fuerzas cuando el frío se acentuó más, haciendo que hasta en la cara sintiera un hormigueo por el frío.

Mi abuela me dijo que le ayudara a levantarse, de pronto la vi apurada pero no podía ponerse en pie, asustada le pedí que se esperara un poco. Se me había ocurrido ir a pedirle ayuda a Rosita, mi amiga de la secundaria, quizás su mamá podría ayudarme a levantar a mi abuela.

Ella vivía a la calle del otro lado, justo a la vuelta de donde yo vivía, así que no me iba a tardar nada. Le dije a mi abuela que se quedara ahí, sin decirle a dónde iba o lo que iba a hacer, salí rumbo a la casa de Rosita. Mi abuela me quiso detener, me jaló del suéter, pero me solté sin escucharla.

Corrí, pero al ir corriendo escuché que unas ruedas golpeaban con la calle, me paré en seco, de inmediato recordé la advertencia de mi abuela. Ese ruido era una carreta, San Pascual estaba pasando y yo estaba en medio de su camino, así que si llegaba a ver su paso iba a llevarme con él.

En pánico miré a todos lados, de un lado y otro de la calle, parecía que no iba a encontrar pronto un lugar donde esconderme para no ver su caminara nocturna. Se me ocurrió regresarme por donde vine, pero la carreta estaba más cerca, sentía que estaba justo detrás de mi así que no iba a voltear.

Lo mejor que se me ocurrió era seguir, pero ahora caminando lento, hasta que ya no la escuchara o encontrar un lugar donde resguardarme en lo que pasaba. Seguí derecho por la calle, sin doblar hacía la casa de Rosita, que había sido mejor idea que seguir caminando sin saber a dónde ir. Mientras más intentaba caminar rápido, la pesadez se apoderaba de mí, las piernas me pesaban.

Pensé en mi abuela, quizás por eso ella había perdido las fuerzas, la carreta iba a ir por ella. Las lágrimas se me comenzaron a salir, temía más por ella que por mí. La carreta se escuchaba crujir a mis espaldas, la madera rechinaba, así como los fierros que sostenían las llantas para poder sostener el carro. El frío me calaba hasta los huesos y no se detenía, el suéter que tenía puesto no era suficiente para cubrirme, así que tiritaba y lloraba, sin saber qué hacer.

Me detuve cuando ya mis piernas estaban acalambradas por la sensación helada. Crucé los brazos sobre mi estómago y agaché la cabeza. Quizás si cerraba los ojos podía pasar al lado de mi sin que lo mirara. Comencé a rezarle a Pascualito, también me seguí con todas las oraciones que me sabía para que dios me librara de ese mal pues era demasiado joven, todavía no me tocaba.

El rechinido del carro parándose me hizo suspirar aliviada. No estaba resignada a morir, así que de nuevo miré a ambos lados buscando donde esconderme. Solo vi las escaleras que llevaban a un segundo piso en una casa, pero eso no parecía buena idea.

Las luces de la calle eran tenues, pensé que no vería bien cómo subirme o alguien se iba a enojar mucho si veía que una niña se subía a su casa. Mi cuerpo temblaba haciendo que la cabeza me doliera, me sentía rígida, me costó trabajo incorporarme de mi posición, mis piernas pesaban como piedras.

Al mirar hacia adelante vi que había unos hombres bien conocidos por todos como peligrosos. No tenía salida, las lágrimas salieron con más intensidad y las sentía pegarse a mi piel, me ardían como si estuvieran calientes. Decidí soportar un regaño o lo que sea en lugar de seguir en la calle así que me moví lo más rápido que pude hacia las escaleras.

A lo lejos los hombres cerraban las puertas de sus camionetas con ruidos escandalosos, mientras que el sonido lento pero seguro de la carreta seguía su camino. Como pude me moví hasta donde estaba la escalera, tomé los barandales de metal y sentí cómo las palmas de las manos se me quedaban pegadas, estaba demasiado frío.

La carreta se había detenido de nuevo, me quedé sin saber qué hacer. Si jalaba mis manos me iba a lastimar. Las camionetas pasaron a toda velocidad sin detenerse, después escuché que se reanudo el camino de la carreta. Con todo el dolor del mundo, uno que jamás imaginé sentir, jalé mis manos dejándome la piel sangrando. Sin tocar nada más comencé a subir los escalones con prisa.

Llegué a una terraza que tenía macetas alrededor, también había una mesa de metal con sillas alrededor. Rápido encontré cómo mejor solución meterme entre las grandes macetas para ocultarme. Me hice bolita y cerré los ojos con fuerza, me dolían demasiado las manos por la sensación de frío. Comenzó a caer una ligera lluvia, mi cara me ardía, escuchaba sin quererlo la carreta, quería taparme los oídos, pero no podía, me iba a lastimar más las manos.

De pronto el sonido de la carreta se convirtió en gritos, después en golpes. Comenzó una de las cosas más horribles que me han pasado en la vida. Mientras yo pensaba librarme de ver al recolector de almas, comencé a escuchar disparos, después más gritos por eso abrí los ojos de golpe.

La Carreta De La Muerte Historia De Terror

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Las luces comenzaron a apagarse donde estaban prendidas, las ventanas de las casas que alcanzaba a ver un poco, se quedaron a oscuras. Cerca escuchaba murmullos de las personas que vivían ahí. En ese momento pensé en mi abuela, tenía que ir por ella, estaba lastimada en la entrada de la casa, pero el sonido de las detonaciones me daba demasiado miedo.

La sensación de frío en las calles se transformó en una especie de calor artificial, olía a quemado. Los que se iban persiguiendo gritaban, se maldecían. El tiempo se me estaba haciendo eterno, no podía estar ahí, tenía que ir a buscar a mi abuela, aunque viera a la carreta.

Me levanté lastimándome las manos porque olvidé por unos minutos el dolor por el miedo. Bajé despacio las escaleras, procurando estar agachada para que la oscuridad me ocultara un poco. Hoy sé que eso no me hubiera servido de nada al toparme con aquellos hombres armados, pero en ese tiempo no sabía muchas cosas. Bajé, me pegué a la pared procurando no ser vista, llegué a una muerta que estaba semi abierta pues los que vivían esa casa estaban viendo hacia afuera para saber qué estaba pasando.

Me caí en sus pies y la señora de la casa me jaló, luego cerró la puerta. Pasaron tres horas hasta que dejaron de escucharse los gritos, los balazos, la desesperación de las personas. Afortunadamente me resguardo esa señora, me juntó a sus hijos, nos acomodó en medio de los muebles pegados a la pared nos resguardaba mientras ella veía por la puerta si había alguien más perdido por las calles.

Al pasar aquello me esperé un rato antes de salir, muy a pesar de doña Petra, quién me decía que era demasiado peligroso salir, aunque fuera para buscar a mi abuela. Así que solo me dejó salir cuando escuchamos que los vecinos salían a revisar lo que había pasado, a llamar a los federales.

Cuando al fin pude regresar a mi casa vi que había ruedas pintadas en las calles. Comprendía que muchos eran tallones de los quemones de llanta que habían hecho los que estaban involucrados en la persecución, pero de repente podría ver unas líneas muy delgadas dibujarse.

Eran de un color negro carbón, las toqué con las suelas de los tenis y se borraban como si fueran tierra, temblé ante la muestra del paso de la carreta. Entre más me acercaba a mi casa veía lo que había pasado. Vi agujeros en las paredes de las casas, había gotas de sangre, estaban tiradas un montón de cosas que no entendía, como ropa o botellas.

Los vecinos habían salido de las casas a ver qué pasaba, con linternas para ser discretos. Cuando llegué a mi casa no estaba mi abuela, solo vi regados los bancos y la mesa en la que vendemos. La puerta estaba cerrada. Comencé a tocar la puerta con fuerza con un puño, dejándome sangrar un poco la mano por que rozaba mi piel. Lloraba pidiendo encontrarla bien.

Mientras imaginaba lo peor se abrió la puerta, era el vecino de enfrente, había salido al escuchar a mi abuela pidiendo ayuda cuando se comenzaron a escuchar los balazos. Afortunadamente había salido a recogerla, la metió en la casa y se encerraron para evitar que fueran a entrar aquellos hombres. Entré a la casa como loca buscando a mi abuela, ella estaba acostada en un metate que teníamos.

Don José me vio las manos heridas, me preguntó si me habían hecho algo aquellos hombres, le explique que me había lastimado con un barandal, pero no me creyó, me dijo que tenía quemaduras. Fue a la cocina, comenzó a lavarme las manos para curarme, mi abuela nos llamó y fuimos a ver qué pasaba.

Nos dijo que nos pusiéramos al lado de ella y guardarnos silencio. Como un murmullo, en medio de la noche, las voces de personas comenzaban a incrementarse, pensé que eran federales o algo, pero don José me dijo que escuchara bien. Entre los ruidos de voces, se alcanzaba a percibir el rodar de la carreta.

El vecino también creía en San Pascual, así que le preguntó a mi abuela si tenía alguna veladora para apagar las luces. Después de apagar todo, nos quedamos sentados en el suelo, al lado de mi abuela. En medio de nosotros estaba la vela, mi abuela rezaba muy bajo, murmuraba bendiciones para los muertos de esa noche. Nos unimos a ella un rato, no sé cuánto tiempo estuvieron así porque me quedé dormida por el cansancio.

Cuando desperté estaba en mi cama, me habían cargado hasta ahí. La luz del sol se colaba fuerte por entre la cortina, miré el reloj y eran más de las doce del día. Bajé y mi abuela estaba sentada, desayunaba con la mamá de Rosita.

El señor José le había llamado para ayudarla en lo que él iba a revisar junto con otros vecinos los daños que había dejado el enfrentamiento de la madrugada. Afuera se escuchaban gritos, pedían cosas, pasaban camionetas, también se escuchaban los radios de comunicación de la policía.

Esa noche habían fallecido quince personas, sabíamos bien quienes eran, estaban viniendo desde hacía unas semanas a hacer sus negocios aquí, nosotros no podíamos más que agachar la cabeza y fingir que no estaba pasando nada.

Mientras hacíamos eso, otros, los involucrados que trabajaban para los actuales monitores de la zona, habían comenzado a enfrentarse a los foráneos. Ya sabíamos que estaba peligroso el pueblo, pero jamás pensé que fuera a pasar aquel infierno, es imposible olvidar cómo se escuchaban las ráfagas de balas.

Desafortunadamente uno de mis compañeros de la escuela murió por una bala que atravesó una ventana.  Mi abuela estaba feliz de que a mí no me hubiera pasado nada, pero sospechaba que algo muy malo me había pasado por las heridas que llevaba en las palmas de las manos.

Mi abuela me pidió que le contara lo que me había pasado, miré a la mamá de Rosita y le pregunté por ella, me dijo que estaba bien, se había encerrado con sus hermanos en la casa. Ella me dijo que no le iba a contar a nadie lo que me pasó.

Así les conté que sentía que la carreta me había estado persiguiendo, que no sabía cómo había sobrevivido a los balazos, pero seguramente me iba a morir pronto a pesar de que me oculté de la carreta. Tenía mucho miedo de que San Pascual me estuviera buscando sin encontrarme.

Mi abuela me abrazó me dijo que no me preocupara, que él solo se llevaba a los justos, que ni uno más ni uno menos. El escucharlo no asegurarme la muerte y el que sintiera que me perseguía era una simple coincidencia. Me preguntó si había visto entre las calles cómo había pasado la persecución, le contesté que no mucho, además apenas entendía lo que había pasado.

Ella me dijo que muy posiblemente la carreta había cruzado el pueblo entero, visitando cada calle, cada espacio donde iba a morir alguno de los implicados en la balacera. Había pasado justo al tiempo correcto para comenzar a levantar las almas de los que iban a acompañarlo esa noche en su carreta.

La mamá de Rosita me aseguró que ella también había escuchado la carreta, pero ya muy de madrugada, antes de que amaneciera, que seguramente muchos habían escuchado las ruedas crujir en medio de aquella delgada lluvia que había caído en el pueblo tras todo el derramamiento de sangre.

Mi abuela estaba segura de que era una bendición también anunciarnos nuestra partida, así que estuvo mucho rato diciéndome que no le tuviera miedo, hasta que de nuevo me quedé dormida por el agotamiento mental que tenía.

Me quedé tranquila esa noche a pesar de que podía seguir escuchando el crujir de la carreta en medio de la lluvia que comenzó a caer por muchos días en el pueblo.

Algunas almas iban a irse, pero la mía no, así que antes de quedarme profundamente dormida seguí el camino de la carreta. Imaginaba por qué parte de nuestra calle iría hasta que me quedé dormida. Esa noche mi papá hizo guardia, vigilaba que no se escuchara de nuevo peligro, parecía que las cosas iban a llevar a otro enfrentamiento, pero esta vez con los federales que resguardaban el pueblo.

Mi mamá durmió conmigo, mi abuela descansó en el sillón esperando que a la mañana siguiente la llevaran a la clínica del pueblo, pues estaba cerrada tras el enfrentamiento.

Al día siguiente no abrió la clínica, también algunas familias salieron de pueblo con sus cosas, no iba a esperar a que se desatara la guerra porque les tocaría estar en medio.

Nosotros no nos podíamos mover de ahí, mis papás tenían trabajos en los talleres del pueblo, esperaban que por milagro las cosas comenzaran a tranquilizarse. Desafortunadamente ahí comenzó el inicio del fin de mi pueblo, tuvimos que salir tiempo después de ahí, nos fuimos a vivir a Tuxtla con unos familiares lejanos que nos ayudaron a encontrar un buen lugar.

Lo más doloroso no fue dejar el pueblo, fue dejar a mi abuela en él, pues tras cuatro días de sentir las piernas débiles, sin poder trasladarla pronto a un hospital, falleció en la sala de la casa. A pesar de que ella me dijo la noticia antes de su muerte, sentí su perdida como el fin del mundo porque no quería creerle.

Ella me contó, al tercer día de estar acostada sin poderse mover, que la noche en que escuchamos la carreta, ella no había podido resguardarse en la casa antes de que pasara la carreta del santo. Cuando la escuchó cerca dejó de luchar, se resignó a su visita, pues era sabido que siempre llegaba a su hora, nunca antes.

Ella permaneció sentada en el suelo, acomodó su espalda en la pared de la entrada, dejó caer la delgada lluvia sin intentar cubrirse con nada y esperaba la visita con la vista al frente, pues cuando llegara iba a detenerse justo en la entrada de la casa, ahí donde estaba ella sentada.

Al momento que vio la carreta, no tuvo el valor de alzar la cara para ver bien San Pascual, creía que no era digna así que solo miró bien aquellas ruedas grandes de madera, ajustadas bien a su carro, que, sin astillas, suciedad o señal de tiempo, se habían detenido justo frente de ella.

Alcanzó a ver puntas de huesos y sobre de ellos un manto negro, muy hermoso. Era negro, pero parecía brillar de tan oscuro que era. Ella lo llamó un manto como de estrellas. La figura estaba iluminada o eso creía ella porque le llegaba la sensación de una cálida luz.

Esa visión duró unos minutos, mientras en su corazón escuchaba una tranquilizadora voz que le decía amorosamente que ya era tiempo. Ella había cerrado los ojos aceptando lo que seguía para ella. Después de eso escuchó que la carreta siguió su camino, pero poco a poco la paz que sentía se transformó en miedo.

Temió por mí en cuanto escuchó los gritos y los balazos, por eso había pedido desesperadamente ayuda, pensó que regresaría si la escuchaba o que algún vecino la ayudaría a encontrarme para resguardarme. Solo don José salió, pero por más que le pidió que me buscara, él le dijo que todo iba a estar bien. La cargó como pudo, la metió a la casa cerrando todo, apagando todas las luces, esperando a que pasara el farangeo.

Sabiendo que dios es siempre justo al igual que el tiempo en nuestra tierra, pidió por mí, rogaba por mi seguridad y ahora ella podía irse tranquila al saber que mis papás podrían tener la opción de ir con unos familiares a la capital. Eso era todo lo que ella quería para nosotros, seguridad. Se fue al lado de mi mamá y lo último que vi de ella fue una sonrisa de tranquilidad en su rostro.

Autor: Patricia González

Derechos Reservados

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