Nahuales En El Bosque 2023

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Nahuales En El Bosque 2023

Nahuales En El Bosque… Durante mi juventud fui soldado. Deserté cuando cumplí treinta años de edad, esto a causa de que, durante un enfrentamiento, en el que participé en la sierra de Guerrero, casi perdí la vida, junto a dos compañeros. Nos quedamos varados, incomunicados en medio de la naturaleza, de no haber sido por la buena voluntad de algunos pobladores, no estaría hoy contando esta historia.

Fue una emboscada que sufrió mi escuadrón, según supe me dieron por muerto, yo ante el trauma sufrido, preferí desertar y no volver, aunque uno de mis compañeros, si volvió, dando falso testimonio acerca de lo que nos ocurrió, tanto durante la misión, como la estancia en la sierra. Por cuestiones de ser desertor, mantendré mi nombre en el anonimato, así como el de mis compañeros.

Estos son los hechos que ocurrieron en verdad, durante aquella incursión en la sierra de Guerrero.
Todo comenzó cuando se nos asignó una misión de reconocimiento en la sierra. Se nos informaba, que en un lugar muy adentrado del campo, existía plantíos de amapola, aunque nos entregaron unas coordenadas, el sitio exacto, lo desconocíamos. Antes de esto, ya me había tocado participar, en este tipo de misiones, mismas, en las que los delincuentes, apenas nos ven, dejan las armas, hasta el momento, no me había tocado un enfrentamiento directo.

bamos en convoy varios vehículos, en el que viajaba yo, era una camioneta con una torreta postrada en la cajuela, misma donde íbamos cinco hombres. Atravesamos un largo tramo, dejando atrás todo poblado, nos adentrábamos cada vez más en la sierra, durante mis años de servicio, nunca viajé tan adentro de la naturaleza. Llegamos a un punto, donde no se veía ninguna carretera de tierra, ni brecha, solo la hierba alta y algunos árboles.

Cuando alcanzamos las coordenadas, logramos divisar algunos sembradíos, no nos dio tiempo de llegar, pues varios vehículos nos cerraron el paso. De entre los árboles, comenzaron a dispararnos, rápidamente nos pusimos a cubierto, y comenzó el intercambio de balas. Me sentía bastante nervioso, era el primer enfrentamiento directo que tenía.

En poco tiempo, los superamos, pues dejaron de disparar. Creíamos que se entregarían, pero todo fue una trampa, lo último que recuerdo, fue una explosión y después todo se hizo negro.
Desperté aturdido, noté que estaba en una habitación muy amplia, con un techo de tejas desgastadas. Justo a un lado mío, se encontraba el cabo de mi escuadrón, llevaba algunas cicatrices en el rostro y estaba dormido. Intenté ponerme en pie, pero me dolía todo el cuerpo, noté que no llevaba puesto, más que unos calzoncillos.

Escuché unos pasos muy lentos, casi como si se arrastraran. Un señor de unos sesenta años apareció en la puerta. Se presentó bajo el nombre de Panchito, dijo que uno de sus hijos nos encontró arrastrándonos cerca de una de las rejas que limitan sus tierras. El señor nos hablaba como si ya nos conociera, pero a mí me costó trabajo entenderle, pues me sentía confuso, no sabía ni donde estaba o que me había ocurrido.

Don Panchito me dio a beber un té, y me hizo comer una especie de sopa. De repente comencé a sentirme muy mareado, caí dormido de nuevo.No desperté, hasta que escuché a mi compañero quejarse.
Intenté llamarle desde mi cama, pero no me respondía. Noté que era de noche y hacía mucho frio, solo llevaba encima una sábana.

ude al fin ponerme en pie, le llamé a mi compañero, no obtuve respuesta. Me acerqué a él, noté que temblaba. Quise buscar algo con cubrirlo, puesto que al igual que yo, llevaba encima solo una sábana delgada. Me puse a escudriñar en toda la habitación, hasta dar, con nuestros uniformes militares, que estaban sobre una silla.

Mi cuerpo estaba muy entumido, no sé cuánto tiempo habré permanecido postrado en esa cama. Caminando de manera torpe, alcancé la ropa. Revisé las prendas, estaban sucias, tomé una casaca, la sacudí y cubrí con ella a mi compañero. Sentí que su cuerpo estaba muy caliente, probablemente tenía fiebre. Vi que, en un rincón de la habitación, estaba un cuenco con agua, agarré una camisa, la remojé y se la coloqué en la frente.

Sentí como el frio calaba en mis huesos, por lo que también tomé otro par de prendas, me cubrí con ellas y me acosté, intentando soportar el frio.

Creo que me quedé dormido otra vez, pues lo que recuerdo enseguida, es ver que ya todo estaba oscuro. Mi compañero estaba despierto, sentado en la cama en silencio. En cuanto notó que desperté, me hizo una señal con el dedo en el oído, para que escuchara. Centré mi atención en mi oído, escuché primero unos ladridos, después tomaron forma como de aullido y los aullidos a su vez, parecían palabras. Era un sonido bastante extraño.

Mi compañero me dijo en voz baja, que eso que sonaba era un Nahual. Yo hasta ese momento, jamás vi a uno. Como todo buen soldado, escuché relatos acerca de estas criaturas, pero, durante los años que llevaba de servicio, jamás me tocó ver o escuchar alguno.

Fue cosa de unos minutos, porque cayó una tormenta, y con el sonido de las gotas y truenos, no escuchamos más los aullidos. Varias goteras caían sobre nuestras cabezas. Sentí un miedo que no sentí en años, la habitación en la que nos encontrabamos se veía tan frágil, me imaginaba que en cualquier momento se nos caerían las tejas en la cabeza. Por fortuna, la lluvia paro, después de un par de horas y el tejado se mantuvo intacto.

Apenas salio el sol de nuevo, Don Panchito nos visito, nos volvió a contar que nos trajeron sus hijos, que podíamos estar en su finca, mientras nos recuperábamos, que eramos libres de irnos. Enseguida nos dio caldo de gallina en unos cuencos.

No quisimos abusar de su hospitalidad y le dijimos que partiríamos al día siguiente, apenas amaneciera, también le preguntamos si no encontró nuestros radio y armas, a lo que don Panchito, respondió, que solo recuperó nuestros fusiles, pero no llevábamos los radios con nosotros, nos pidió disculpas por no podernos entregar las armas en ese momento, prometió entregárnoslas una vez que nos fuéramos.

Al día siguiente, nos vestimos con los uniformes y antes de que pudiéramos salir, llego don Panchito, acompañado de otros dos hombres jóvenes, ellos traían dos morrales, llenos de víveres y también nuestros fusiles. Nos explicó, que por motivos que no podían explicarnos, nos vendarían los ojos para escoltarnos lejos del rancho.

o supuse que en lugar se dedicaban a sembrar amapola. No opusimos resistencia alguna, nos dejamos vendar los ojos y nos escoltaron hasta un vehículo.
Viajamos a ciegas, cerca de unas dos horas. Nos bajaron del vehículo, escuchamos la voz de un hombre que nos indicó, donde dejarían las armas y los morrales, nos pidió contáramos hasta cien, para que pudiéramos retirarnos las vendas, de no ser así, ellos nos dispararían a nosotros.

Seguimos sus indicaciones, aunque no contamos hasta cien, solo esperamos a no escuchar el motor del vehículo, entonces nos quitamos las vendas. Los fusiles y los víveres, junto a dos cantimploras de agua, se encontraban, justo donde nos indicaron, sin embargo, cual sería nuestra sorpresa, que no nos dejaron cerca de ninguna carretera, estábamos en medio de la sierra, rodeados de arboles y flora silvestre.

Sin brújula, con municiones y alimentos limitados, sin ninguna manera de comunicarnos, el viaje que teníamos por delante era muy largo y peligroso, no solo por la fauna, sino por ciertos grupos delictivos, no todos son como aquellos que nos recogieron, la mayoría de narcotraficantes, nos dispararía, por el simple hecho de llevar uniformes militares.

Nos pusimos en marcha, utilizando nuestro conocimiento de supervivencia, tuvimos que ser muy estratégicos, racionar la comida, cubrir a pie la mayor parte del día, pues, ni siquiera teníamos lámparas, ni ningún fósforo o encendedor, mucho menos reloj.


Nos guiamos, siguiendo la sombra de los arboles, ya que por la posición del sol, parecía ser cerca de mediodía, así pues, donde daba la sombra nos indicaba que era el norte.
Caminamos durante varias horas, yo no me sentía aun repuesto del ataque, mantenía la esperanza, de encontrar algún vehículo del ejército circulando el área.

Cuando el sol ya estaba rojo en el horizonte, dimos con un camino de tierra, nos sentimos optimistas y decidimos seguirlo, total, hasta el momento tuvimos suerte.
Cuando el sol estaba por ocultarse, escuchamos los gritos de una mujer y unos niños. Conforme nos acercamos a ellos, notamos también, otro sonido, parecía una especie de gruñido de perro.

Cuando al fin alcanzamos el origen de los gritos, vimos a una mujer muy joven, acompañada de dos niños, encima del tejado de una finca, debajo, estaba un animal parecido a un perro, solo que mas grande y de color negro, casi lo confundimos con un puma, soltaba espuma por la boca.

Apunte mi fusil, le di un tiro en el lomo, en eso el animal se giro y se me dejo ir, entonces, mi compañero reacciono rapidamente, dándole dos tiros en la cabeza. En eso vimos como si le saliera humo del cuerpo al animal, que para nuestra sorpresa, no cayo muerto de inmediato, sino que se alejo rapidamente, perdiéndose entre la maleza.

La mujer y los niños bajaron de la finca, después de darnos las gracias, nos preguntaron que que hacíamos en ese lugar, si había operativo o algo así. Aprovechamos para contarle lo que nos había ocurrido, después le pedimos ayuda, si tenia acceso a alguna línea telefónica o si nos podía guiar hasta una carretera.

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La mujer se llama Araceli, ella nos dijo que lo primero que debíamos hacer, era alejarnos de inmediato de ahí, que ese animal al que le disparamos, no era un simple perro, sino un nahual, y esas criaturas, abundaban por la zona.
Todo había ocurrido tan rápido, que no me percaté de la forma del animal, en verdad era muy diferente a cualquier otro perro, ademas, juro por la cruz, que donde le atinamos los tiros, le salia humo.

Araceli nos guió hasta llegar a unos muros muy largos, en medio estaba un portón enorme, y justo a un lado, una pequeña capilla, con figuras de la virgen y cristo, pero también, contenía algo raro. Estaban un par de cuencos, con algo de carne de algún animal, varias moscas volaban al rededor.

Le pregunté a Araceli, acerca de esas ofrendas de carne, ella me respondió, que esa capilla, era su protección contra los nahuales, si no los detenían la imagen de la virgen, comían y después se iban, de no serlo así, los niños del poblado empezaban a desaparecer.

Yo no conocía mucho sobre nahuales, pero recordaba que, en realidad, eran brujos que se transformaban en animales, se lo comenté a Araceli, ella me dijo, que efectivamente, los nahuales eran brujos, pero que estos que los acechaban, perdieron totalmente su humanidad, era tan grande la maldad con la que realizaban sus ritos, que la oscurida terminó por consumirlos y ahora vagaban por la sierra, entregándose a un instinto asesino imparable.

Platicábamos esto, cuando en el portón, aparecieron varias personas, Araceli les dijo que la salvamos de un nahual, esto hizo que nos aceptaran dentro de su comunidad, pues, según supe después, las personas de ahí era muy precavidas con el tipo de persona que dejaban pasar, desconfiaban de todos.

Nos invitaron a un banquete esa noche. Noté que la comunidad está conformada, mayormente por mujeres con hijos. Le pregunté a Araceli, el porqué de esto, ella me dijo, que era a causa del narcotráfico, muchas perdieron a sus esposos en alguna balacera, ella misma pasó por lo mismo, su esposo fue reclutado por un cartel, jamás volvió, supo que había muerto por un enfrentamiento con militares.

Las personas nos trataban con amabilidad, sin embargo, sentíamos cierta barrera, cuando deseábamos hablar más sobre cualquier cosa, casi siempre se quedaban callados.

Deseábamos irnos de inmediato, pero tanto las personas, como Araceli, nos dijeron que no era prudente, pues ya estaba oscuro y la carretera más cercana, se encontraba a varias horas de ahí, aparte de que la zona no era segura, tanto por los nahuales, como por los grupos criminales que controlaban el área, era muy raro ver militares patrullando por ahí.
Se nos ofreció alojamiento en una finca vacía, cercana al portón de entrada.

ambién nos dieron un cambio de ropa, nos dijeron que lo mejor era esconder los uniformes, por nuestra propia seguridad.
Tenía sentido lo que nos indicaron, andar como soldados solitarios, no era prudente. Aquella noche conocí a la única persona que nos habló, abiertamente sobre los nahuales que acechaban el poblado, de hecho, fue la única persona que nos hizo entera confianza.

Era una hombre de unos cincuenta años, el estaba encargado de resguardar el portón de entrada por las noches. Como agradecimiento, nos ofrecimos a acompañarlo durante algunas guardias esa noche, a fin de cuentas estábamos acostumbrados a velar los campamentos en el ejercito.

El señor aceptó que le acompañáramos. Nos ofreció algo de café, y comenzó a relatarnos algunas de sus anécdotas. Según sus palabras, aunque los nahuales eran seres milenarios, hubo una época en la que no acechaban esas tierras, que la razón por la que se establecieron en la sierra fue a causa de la llegada de un vagabundo misterioso, todo ocurrió cuando él era un niño.

Por aquel entonces el poblado no tenía muros y los vecinos no eran tan unidos, había mucho trabajo en las labores del campo, era común que llegaran personas a quererse instalar en el lugar, incluso siempre preguntaban por trabajo, pero aquel vagabundo, simplemente se quedó a las afueras del poblado, en una casa de campaña.

El hombre duró viviendo como una semana, ofrecía predecir el futuro de las personas, a cambio de algo de comida. Muy pocas personas aceptaron que se les dijera el futuro, ya que nadie deseaba acercarse a aquel hombre, su olor era como a carnicería, llevaba en el cuerpo varias cortadas con heridas mal atendidas y aunque los pobladores le ofrecieron ayuda para curarlo, el hombre se negó, decía que el conocía de medicina, y era necesario sangrar para sanar.

Según el señor, algunos niños vieron al hombre moverse de manera violenta, parecía como si tuviera un demonio dentro. Las personas del poblado comenzaron a tenerle miedo y le pidieron que se alejara de aquel lugar. El hombre no hizo caso, por lo que terminaron echándolo, varios de los hombres del poblado.

No volvieron a ver al hombre, pero cosas extrañas comenzaron a ocurrir en el poblado. Amanecían las gallinas degolladas, los cerdos enfermaron y las cosechas se pudrieron. Algunos testigos, decían haber visto a un perro enorme atacando los corrales.

La gente especulaba, que se trataba de aquel extraño vagabundo, intentando vengarse por haberle echado. No pasó mucho tiempo, antes de que observaran al primer nahual, que era un enorme perro, este era el culpable de degollar a las gallinas.

varios hombres del poblado intentaron cazarlo, pero solo dos de ellos regresaron. Decían haber visto cosas terribles en una zona de la sierra, vieron animales actuando como seres humanos, y al extraño vagabundo, transformarse en animal.

Hasta la fecha, no hubo quien se animara a ir en busca de ese vagabundo, el señor no estaba seguro de que el nahual fuera la misma persona, él decía creer, que un espíritu maligno habitaba en el extraño, y que después de un tiempo a solas en la sierra, logra liberarse, perdiendo todo contacto con su forma humana. Desde entonces, para evitar que esa maldad atraviese el poblado, levantaron el muro, mencionó que todos los habitantes ayudaron a construirlo.

Al principio no ponían ofrendas de carne, solo las imágenes de la virgen y de Jesús, mas, esto no detuvo a los nahuales, que de vez en cuando agarraban dormido al portero, entonces entraban de una manera sigilosa. La idea de la ofrenda de carne fue de una curandera que se había mudado hace años a Veracruz. Esta ofrenda, fue la solución para mantener a las bestias a raya, aunque atrajó a otros animales, como coyotes y pequeños zorros, pero estos se espantaban apenas escuchaban a las personas.

La noche pasó sin mayor reparo, no escuchamos ni vimos nada raro. Según el señor, fue porque herimos al nahual, algo que nadie pudo hacer en años, ya que a esos seres solo podían enfrentarse, hombres que tuvieran una voluntad y espíritu muy fuerte, algo de lo que se carecía en aquellos días. El espíritu de las personas estaba débil y triste, por tantas desapariciones y abandonos en los hogares.

Yo le pregunté que si era posible matar a un nahual. Él nos explicó que si era posible, pero, como nos dijo antes, tendríamos que demostrar fortaleza espiritual, y si nos atrevíamos, lo que debíamos hacer, es dejarlo que nos siga, y cada quince pasos, soltar un crucifijo hecho con palma santa, esto obligará al nahual a caminar en círculos, pues naturalmente caminan en zigzag, una vez que se le obliga a dar vuelta en circulo, hay que dispararle como a cualquier otro animal, si el hombre ha perdido totalmente su humanidad, no volverá a tomar forma humana, en cambio, si es un brujo novato, su forma será humana.

Cerca de las cinco de la madrugada, nos dijo el hombre que nos fuéramos a dormir, ya que pronto amanecería y ya era poco probable, que algo se acercara al portón. Antes de alejarme, el señor me obsequió una bolsa con varias cruces de palma, me dijo que las utilizara si las llegara a necesitar en nuestro viaje de vuelta.

Hacía bastante frio, afortunadamente, las personas del poblado nos acomodaron varias cobijas de lana y franela. Dormimos hasta muy tarde. Yo desperté porque la luz del sol me daba de lleno en el rostro.
Encontramos una bandeja con alimentos sobre una mesa. Desayunamos y después, fuimos en busca de Araceli.

Cuando la encontré, nos ofreció que nos quedáramos unos días mas, pues a mas tardar tres días, vendría una camioneta que podría llevarnos a la ciudad mas cercana.
Aceptamos la propuesta, era lo mas sensato, pues si nos íbamos a pie, aun pasaríamos varios peligros.
Durante esos dos días, fuimos útiles en el campo. Araceli y yo, nos hicimos amigos, yo le conté que no tenía familia, que fui huérfano.

Sentí mucha atracción por ella, era joven y muy trabajadora. Fue algo que fluyó en ambos sentidos, pues el día en que vendría la camioneta, me propuso quedarme ahí en el poblado, podía trabajar de jornalero y vivir con ella.
Me negué, aunque ella me gustaba, aun deseaba regresar al ejército, pero le prometí buscarla después.

Se llegó el día, llegó la camioneta y como era de esperarse, al ver que llevábamos nuestras armas, los hombres que iban conduciendo se negaron a llevarnos. No quisimos ni insistir, los tipos no estaban abiertos a hablar, decían que, si nos llevaban, se ponían en riesgo. Aun así, los hombres nos dieron indicaciones para lograr salir a una carretera, donde era muy posible que encontráramos a alguien que nos quisiera llevar, al menos hasta una caseta telefónica.

No quisimos demorarnos más, apenas se alejó la camioneta, salimos a caminar.

Llevamos varios víveres que nos regaló Araceli.
Caminamos la mayor parte del camino sin descansar, intentando seguir al pie de la letra las indicaciones, sin embargo, no pudimos evitar, llegar a un punto, donde no supimos hacia donde ir, parecía que dábamos vueltas en circulo, pasando por los mismos lugares una y otra vez. Al final terminamos utilizando nuestro entrenamiento militar.

El día estaba casi por terminarse, la oscuridad ya estaba a nada, de impedirnos seguir viendo, solo llevábamos una pequeña linterna, que nos regalaron los pobladores. Nos detuvimos un poco para pensar y buscar alguna manera en que nos pudiéramos resguardar durante la noche.

Estábamos en eso, cuando comenzamos a escuchar unos gruñidos que provenían de entre unos árboles, el sonido era una especie de mezcla, entre el ruido que haría un jabalí y un perro. Iluminamos al rededor lo poco que pudimos con la pequeña linterna, pero no vimos nada, aun así, apuntamos las armas en dirección a los matorrales.

Autor: Mauricio Farfán.

Derecho Reservado.

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