Kilómetro 60 Historia de Terror

Kilómetro 60 Historia de Terror

Hace 5 años Kilómetro 60 Historia de Terror, cuando era un joven amante de las aventuras, me compré mi primera moto deportiva, ya había tenido otras más pequeñas, pero está era especial, era para correr.
Era mi único medio de transporte, por lo tanto, siempre la usaba, solía manejarla tanto en el campo como en la ciudad, también había manejado en todo tipo de clima y terreno, con lluvia, con sol, en el lodo o en la tierra. Pasó el tiempo y un día mi mamá hizo una reunión familiar, me senté a platicar con un tío que, al igual que yo, había tenido una moto en su juventud, me preguntó si ya la había sacado a carretera, a lo que contesté que no, me dijo que era una experiencia increíble y con el motor que tenía la experiencia sería mejor que la que tuvo él; aunque me dijo que tenía que tener cuidado, ya que muchos se habían quedado en el camino, me contó que cuando estaba en un grupo de viajes en moto había conocido lugares hermosos y conocido a muchas personas, algunos de ellos seguían siendo sus amigos, muchos otros se habían quedado en el camino, me dijo que para andar en moto hay que ser una persona sensata y con sentido común. Seguí pensando mucho en el tema, definitivamente tenía ganas de sacarla a correr por toda la carretera, pero por lo que había dicho mi tío, ir solo por el camino, no era buena idea. Pasaron unas semanas y no podía dejar de pensar en eso, así que fui a visitar a mi tío para que me contara más historias y así poder sentirme más seguro y cómodo con la idea, estuvimos hablando un buen rato de sus viajes hasta que me dijo que si iba a hacerlo nunca lo hiciera solo y menos por la noche, pensé que lo decía por qué la visibilidad disminuye y se vuelve más difícil manejar de esa forma; sin embargo, esa no era la razón, se puso serio, mostraba una mirada melancólica, parecía recordar algo que lo marcó para siempre, volteo la mirada hacia mí y me dijo que por muy valiente que fuera, uno nunca está preparado para afrontar lo que puede encontrar en la obscuridad de la carretera, le pedí que me explicara a que se refería, se levantó de su asiento por un momento y fue a su habitación, regresó con un estuche pequeño de madera que dentro tenía una medalla, la sacó del recipiente y la colocó en su mano, me contó de la primera y última vez que tomó la carretera de noche. Iba con tres de sus amigos, eran jóvenes y no tenían mucha experiencia, aún no formaban parte de un grupo; querían ir a las aguas termales de Chignahuapan, era un viaje corto de hora y media, saliendo de la ciudad de Puebla. El viaje de ida fue tranquilo, se entretuvieron en el pueblo y cuando se dieron cuenta ya era tarde, pensaron que sería una buena experiencia regresar por la noche, nunca lo habían hecho; todo iba bien hasta que se adentraron en la carretera, cada uno iba a su ritmo y empezaron a alejarse entre ellos, entonces mi tío, que se encontraba hasta atrás, dejó de verlos, empezó a acelerar para poder alcanzarlos, a pesar de que iba a una velocidad considerable, no lograba llegar a donde sus amigos se encontraban, continuó así por un rato, hasta que de pronto vio a una mujer en el carril derecho de la carretera, estaba parada justo a la mitad, todo pasó en un segundo, se aseguró de que no viniera nadie detrás de él e hizo una maniobra p
ara poder esquivarla
, cuando pasó cerca de ella pudo ver su rostro, era un rostro afligido, triste, desfigurado por algún accidente, mientras se alejaba escuchó un lamento que hizo que se le erizara todo el cuerpo, el corazón le palpitaba tan fuerte que podía escucharlo, aceleró lo más que pudo y no volteó atrás, alcanzó a sus amigos y los rebasó, cuando llegaron a la caseta, como de costumbre, se orillaron en los baños públicos, los tres estaban pálidos, todos la habían visto. Después de eso decidieron unirse a un grupo para viajar con personas con más experiencia y nunca, por ninguna razón volverían a manejar de noche, esa experiencia los marcó para siempre. Cuando mi tío regresó a casa le contó a mi abuela lo que había visto, ella sin decir nada se dirigió a su habitación y buscó en el primer cajón de su buró y le dio la medalla que ahora tenía en la mano, me dijo que desde ese siempre la usa cuando viaja y gracias a ella no ha vuelto a ver nada similar, me dijo que si me iba a correr por la carretera le dijera para que me diera una igual; no le hice mucho caso porque a mí los relatos sobre fantasmas y espíritus siempre me habían parecido historias que los padres cuentan a sus hijos para hacer que se porten bien, además siempre fui ateo no creía en ángeles, demonios o Dioses y por supuesto menos en almas en pena que rondaban casas o carreteras; sin embargo, agradecí el gesto y la historia.
Empecé a buscar grupos en Facebook acerca de viajeros en moto y encontré uno de mi ciudad. Era un grupo de personas con experiencia en viajes largos en carretera, salían cada fin de semana y hacían viajes a pueblos mágicos de los alrededores. Como cualquier grupo bien organizado tenían un reglamento y parecían saber muy bien lo que hacían y como lo hacían; así que mandé mi solicitud y esperé a que me aceptaran, estaba ansioso por pedirles consejos y escuchar todo tipo de historias que pudieran compartirme. En su sección de publicaciones pude ver que ese fin de semana iban a ir a Zacatlán de las manzanas, y yo siempre había querido ir, en cuanto me aceptaron me puse en contacto con el líder del grupo e hicimos todos los arreglos para que los acompañara en ese viaje. Me dijo que era importante que considerara que la carretera a Zacatlán, con clima frío, suele tener neblina y era muy probable que nos tocara. No le tomé importancia ya qué el clima no era algo que me preocupara, tenía experiencia en eso.
A la mitad de la semana fui a casa de mi tío para contarle que al fin saldría a correr con mi nueva moto por la carretera, estaba muy emocionado, le conté del grupo y acerca del itinerario de viaje. Se alegró mucho por y me dijo que no le iba a dar tiempo de conseguir una medalla, pero que solo por esa vez podría usar la de él, le dije que no era necesario, que el grupo estaba bien organizado y era muy poco probable que nos alcanzara la noche. Sin embargo, pude notar el nerviosismo en su voz, pero no insistió más, cambió su expresión, de nuevo me felicitó y me deseó un buen viaje.
Salimos el viernes a las siete de la mañana para llegar con buen clima y tiempo al pueblo de Zacatlán. La carretera fue amigable con todos, intenté quedar en el medio del grupo, porque me sentía más seguro. Fue un viaje más largo de lo que esperaba y tuvimos que hacer una parada para que pudiera estirar las piernas, todos fueron muy comprensivos conmigo, a pesar de eso llegamos en tiempo y forma. Por un momento me arrepentí de no haber ido con alguien para disfrutar el viaje, pero, todos fueron amigables conmigo y me preguntaban constantemente como estaba o si necesitaba algo. Llegando fuimos a comer, después visitamos el puente de cristal, compramos recuerdos para la familia, nos tomamos fotos, pasamos un buen rato.
Cuando llegó la hora de regresar, fuimos a las motos y uno de mis compañeros se dio cuenta de que su moto tenía una fuga de aceite, así que empezamos a buscar un mecánico, tardamos un tiempo en encontrarlo y empezó a hacerse tarde. Al llegar al taller, revisó la moto rápidamente y dijo que no le tomaría mucho tiempo repararla, la moto quedó en cuestión de minutos, solo tenían que cambiar una manguera y un empaque y listo, a pesar de no haberse tardado aún teníamos un largo camino que recorrer así que pensamos en la opción de pasar la noche ahí. Estábamos en el mes de julio, el clima empezaba a ponerse lluvioso debido a la temporada y seguramente habría neblina en el camino de regreso.
Después de debatir decidieron regresar a casa y no me quedo más remedio que seguirlos, ya que regresar solo al siguiente día me daba más miedo que ir ahora con ellos.
Tomamos la carretera y como a los 40 minutos empezó la lluvia. Intenté mantenerme en medio del grupo como lo había hecho anteriormente. Un par de kilómetros más adelante entramos en la neblina. No entiendo cómo ni en qué momento, quedé hasta atrás del grupo, los iba perdiendo, por más que aceleraba, cada vez los escuchaba más lejos. La lluvia empezaba a caer más fuerte cada vez, la carretera era de un solo carril para cada sentido, así que debía de estar muy alerta, una curva tras otra pasaba y junto con ellas el sonido de los motores de mis compañeros. Seguí avanzando, se hizo de noche, lo último que quería era detenerme. Hasta que por la lluvia tuve que hacerlo, me detuve en un paradero de emergencias en medio de la nada, saqué el celular, sin señal. Escuché unos crujidos, unos pequeños pasos detrás de , sentí que algo tocaba mi mano y entonces escuché la voz de una niña que me pedía ayuda. Mi cuerpo se erizó de pies a cabeza, sentí el terror dentro de . Me giré para poder verla, pero no había nadie, prendí la linterna del celular para ver mejor, sin embargo, nadie estaba conmigo, estaba completamente solo, el señalamiento más cercano decía km 60. Presa del terror monté la moto de nuevo y me fui lo más rápido que pude. No sé cuánto tiempo pasó, pero llegué a la primera caseta a medida que me iba acercando pude ver las motos de mi grupo en el estacionamiento de los baños públicos. Pude sentirme tranquilo de nuevo. Preocupados me preguntaron por qué me había atrasado. Al contarles, unos se rieron, otros creyeron que estaba loco, pocos me tomaron en serio. Yo sé lo que vi, lo que sentí, no estoy loco.
 
Autor: Mariana Peregrina
Derechos Reservados

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