El Campamento De El Diablo 2023
El Campamento De El Diablo… Hay leyendas que deberían permanecer como simplemente eso, una simple leyenda. Aquello es algo que aprendí de la peor manera cuando apenas era un chiquillo de 13 años. Eran los años 80; en ese entonces, recuerdo que lo que más me gustaba en todo el mundo era acampar al aire libre.
Para mi fortuna, cerca de donde vivía había cientos de hectáreas de bosque en las cuales podía realizar mi hobby sin mayor problema.
Todo esto sin mencionar la casi nula supervisión paterna que recibía de mi padre, quien al ser un padre soltero trabajaba todo el día. Por las noches, lo único que le interesaba era beber cerveza y ver televisión hasta quedarse dormido. Por lo tanto, era una total bendición cuando acampaba fuera, así al menos no lo molestaría.
Aunque comúnmente acampaba por mi cuenta, completamente solo, algunas veces lo hacía con mi mejor amigo Samuel, quien, a decir verdad, la idea de dormir incómodo en la naturaleza rodeado de mosquitos no era su idealización de diversión.
Algunas veces aceptaba únicamente para hacerme feliz. Sin embargo, si había algo que Sam disfrutaba más que nadie eran las leyendas y relatos de terror. No había historia o leyenda en el pueblo que Sam no supiera de memoria. Aquellos pasatiempos podían explicar el motivo por el cual Sam y yo no éramos los chicos más populares.
Aunque a mí aquello no me importaba demasiado, con Sam tenía todos los amigos que podría querer. Y al menos a mí parecer, sentía que ese también era el pensamiento de Sam. Aquella era una calurosa tarde de verano, para ser más exactos, era el penúltimo día de las vacaciones de verano, la última noche en la que podríamos dormirnos tarde sin preocuparnos por tener escuela al día siguiente.
Por lo que habíamos decidido que aquel día, además de pasar el día juntos, también pasaríamos la noche en casa de Sam.
Yo no solía querer llevar a nadie a dormir a mi casa, ya que comúnmente mi padre se encargaría de hacer el ambiente tan incómodo que la pijamada siempre terminaba antes de siquiera comenzar.
Habíamos pasado casi todo el día jugando en las maquinitas y, luego de terminar nuestras últimas fichas en los videojuegos y sin tener idea de cómo matar el tiempo, ambos decidimos dar una vuelta con nuestras bicicletas hasta llegar al cementerio de la zona. Nos pareció buena idea caminar entre las tumbas hasta que llegamos a una tumba que todos conocíamos.
Esta era la tumba de Tomás Ocampo, un hombre que prácticamente había inaugurado aquel cementerio. Su tumba era muy popular por ser la primera víctima del tan famoso demonio del bosque, la leyenda del demonio del bosque bastante popular en el pueblo.
Desde que éramos niños, nos habían contado la historia de un demonio que habitaba la zona oeste del bosque, donde nadie se atrevía a ir bajo ningún motivo, a no ser que deseara sufrir una muerte tortuosa. Las historias sobre el demonio eran diversas.
La gente decía que, en lo profundo de ese bosque, en su parte más oscura y remota, vivía un demonio. Muchos lo habían visto. Decían que era verde y que tenía dos pequeños cuernos en la frente. No tenía pelo y andaba solo con un taparrabos.
También tenía una larga cola terminada en dos puntas, una lengua negra y bífida, dientes amarillos, pies con pezuñas y, por donde andaba, dejaba un rastro con olor a azufre, que es como dicen que huele el infierno.
Muchos decían que, en el primer descuido, podía saltarte desde lo alto de una rama y caerte encima, destrozándote con sus garras y sus dientes, para dejarte morir desangrado en el suelo húmedo del bosque. Esto no era del todo un invento. Mucha gente del pueblo, que se había internado en el bosque buscando al diablo, había desaparecido y encontrado un tiempo después en estas circunstancias.
Para ser sinceros, yo no creía para nada en estas leyendas. Aquello era más que nada porque desde muy pequeño mi padre me había inculcado un gran escepticismo ante todo lo paranormal. Creo que pudo haber sido porque no quería hacerse responsable de mis miedos nocturnos.
Pero había una historia en especial de la cual siempre negó su veracidad, y esta se trataba del famoso demonio del bosque. Él me decía que las personas encontradas en el mismo no eran prueba de nada, y que más bien eran personas involucradas en negocios turbios o que tal vez se habían topado con algún oso o un animal salvaje.
Yo creía ciegamente en las palabras de mi padre, a pesar de que las autoridades habían desacreditado por completo la existencia de algún animal salvaje que pudiera hacer algo así.
Según los informes, en aquel bosque no había depredadores más grandes que un mapache. Supongo que para mí era más fácil creer en la existencia de un depredador más grande antes que dar crédito a la existencia de un demonio.
Recuerdo que hablamos un poco sobre la leyenda y discutimos si lo que habitaba aquel bosque era un ser que había escapado del mismísimo infierno o simplemente un depredador muy astuto que era muy bueno para esconderse.
La discusión sobre la existencia del demonio escaló a tal punto que le propuse recorrer el bosque en busca de la criatura, y estaba completamente seguro de que no encontraríamos nada.
En un principio, Sam no mostró mucho interés con la idea de ir, como ya era de esperarse. Sin embargo, bastó solo un par de minutos para que la idea le pareciera grandiosa, aunque como era de esperar, él endulzó mi idea con su macabro estilo característico.
Me dijo que aceptaba no solo ir al bosque, sino que podríamos acampar si lo hacíamos dentro de la famosa zona este del bosque. Pero Sam no quería ir simplemente cerca de la zona este, lo que él se refería era ir a la tan famosa zona del diablo.
A pesar de no estar tan seguro, no por la criatura, sino porque si fuera cierto lo que contaba mi padre, lo último de lo que tendríamos que preocuparnos sería un demonio.
No quería perder la oportunidad de acampar con mi mejor amigo, el cual rara vez mostraba interés en acampar en cualquier lugar.
Por lo tanto, acepté su idea casi de inmediato y sin pensarlo mucho. Después de todo, como cualquier adolescente prepotente en ese momento, me creía un campista experimentado y casi experto en cualquier situación que pudiera presentársenos.
Fue entonces cuando ambos fuimos a nuestras respectivas casas para prepararnos para nuestra noche de campamento.
Aunque, a decir verdad, yo fui el único que se preparó para aquello, ya que mientras yo me preparé con una tienda, repelente para insectos, una brújula, linternas, agua y muchas cosas que había aprendido que eran necesarias para acampar, incluso había entrado al cuarto de mi padre para tomar su cuchillo de cazador, el cual enganché en mi pantalón para sentirme aún más profesional y así impresionar a mi amigo.
Samuel solo se preparó con unas cuantas bolsas de frituras y golosinas que cupieron en su mochila, al igual que una vieja cámara de fotografías instantáneas para, según él, fotografiar al demonio.
Ambos nos encaminamos a la zona oeste, y apenas estuvimos ahí, ambos supimos que no deberíamos estar ahí. Los dos lo sabíamos muy bien. Después de todo, la zona estaba restringida al público por alguna razón. Podría o no ser por la existencia de un demonio, pero estaba cerrada al público al fin de cuentas.
Aún así, ninguno de los dos dijo nada por nuestras propias razones. Sam tomó una foto a la cinta que marcaba el inicio de la zona restringida e insinuó que tal vez no estábamos entrando, sino que tal vez estábamos saliendo.
Aquel comentario relajó un poco la situación y dije que era un tonto antes de disponernos a cruzar. Cuando llegamos a la zona oeste, el sol se había ocultado lo suficiente como para que decidiera sacar las linternas. Caminamos un poco mientras Sam repetía algunas frases célebres de la leyenda del demonio, pero lo que más repetía era que al demonio no le gustaban los visitantes.
No dejaba de repetir aquello hasta que, sin saber cómo, llegamos a la tan famosa cueva del diablo. Nadie, nunca, había llegado hasta la cueva donde se suponía que vivía y había vivido para contarlo. Le dije a Samuel que ya estábamos en la cueva y seguimos con vida, lo que comprobaba que no existía ningún tipo de demonio.
Mi amigo Sam, al estar frente a aquella cueva, me dijo que deberíamos entrar al mismo tiempo y levantó un pesado palo para tener con qué defendernos.
Personalmente, aquello me dio mucha risa, pues Sam y yo no éramos especialmente musculosos, éramos más bien lo que llamarían la última opción para ser elegidos en educación física.
Por lo que aquel pesado palo sería más una desventaja que una ventaja, ya que apenas podía levantarlo del suelo. Aún así, él insistió en llevarlo, incluso cuando le dije que tenía mi cuchillo de cazador que le había quitado a mi padre.
Sin embargo, justo cuando estábamos de pie en la entrada de la caverna, ambos miramos y analizamos la posibilidad de entrar, pero al final ninguno tuvo el valor de hacerlo. Hicimos un par de bromas y finalmente dije que seguramente habría muchos murciélagos dentro de la cueva, por lo que sería peligroso molestarlos.
No supe si Sam me creyó de verdad o si simplemente decidió aferrarse a cualquier excusa absurda para no tener que entrar a la cueva. Por lo tanto, decidimos internarnos por una vereda que, según pensábamos, conducía hasta el corazón del bosque.
Todo estaba muy callado. Ni siquiera los pájaros cantaban ni las ardillas corrían entre las ramas. Era como si esa parte estuviese vacía de animales y de cualquier tipo de ruido en general, por lo que nuestro nerviosismo comenzó a incrementar con cada paso que dábamos.
De pronto, un horrible olor inundó mi nariz, haciéndome revolver el estómago. Me detuve en seco, tomando a Sam por el brazo para que se detuviera, ya que no quería que llegara a pisar lo que sea que provocara aquel espantoso aroma.
También intenté identificar el origen de aquel olor, pero sin importar cuánto alumbramos con nuestras linternas, no pudimos ver su origen en primera instancia. Continuamos caminando. Mientras más nos adentrábamos, ambos sentíamos cómo el bosque se cerraba cada vez más.
De pronto, aquel repugnante olor se hizo aún más fuerte, por lo que inmediatamente traté de identificar el lugar donde se encontraba su origen. Me apresuré a iluminar con mi linterna y vi el cuerpo sin vida de un venado, completamente destrozado. Una de sus astas se hallaba a unos cuantos metros del cuerpo descompuesto. Grité a Sam para que contemplara aquel espectáculo, a lo que él se apresuró a tomar una fotografía del venado.
El Campamento De El Diablo
En el momento en que Sam tomó la fotografía, algo saltó desde un inmenso pino cercano y cayó en medio de los dos. Era la criatura más horrenda que yo había visto en mi vida. Era tal como la habían descrito, pero tenía los ojos blancos y cuatro cuernos en lugar de dos.
El diablo del bosque nos acorraló contra el tronco de otro árbol y sacó su lengua negra y bífida al esbozar una horrible sonrisa, mostrando sus dientes, que eran muchos, pequeños y afilados. Un ronco rugido amenazador salió de su garganta. Estábamos atrapados. Pronto nos destrozaría. En cuestión de minutos, estaríamos muertos.
Quería gritar, pero simplemente no podía. Solo una idea pasaba por mi mente una y otra vez: aquella criatura nos asesinaría a ambos, moriríamos en el bosque, convirtiéndonos en parte de la leyenda del demonio del bosque. Estábamos tan ocupados pensando en mi inminente final cuando escuché cómo un palo zumbó en el aire y golpeó al demonio directamente en la cabeza, derribándolo.
Fue en ese momento cuando Sam, con toda su valentía y determinación, logró golpear al demonio con el palo que llevaba. El impacto hizo que el monstruo retrocediera, liberándonos de su acoso momentáneamente. Aprovechamos esa oportunidad para correr lo más rápido que pudimos, tratando de alejarnos de aquella criatura infernal. El demonio rugió de ira y nos persiguió con una velocidad sorprendente, pero nuestra juventud y el miedo que sentíamos nos dieron la adrenalina necesaria para mantenernos un paso adelante.
Mientras corríamos a través del bosque oscuro y enmarañado, escuché cómo las ramas se quebraban y los gruñidos del demonio resonaban en nuestros oídos. De pronto, sentí como si algo muy filoso me cortara la cara, al igual que sentí lo mismo en mis brazos. Por los quejidos de Sam, pude deducir que él estaba sintiendo exactamente lo mismo que yo. Pero la oscuridad no me permitía saber qué era lo que nos estaba pasando.
Sin embargo, parecía que estábamos ganando distancia, ya que el sonido de sus pasos se volvía cada vez más tenue. Finalmente, llegamos a un claro abierto donde la luz de la luna brillaba intensamente. Nos detuvimos para tomar un respiro y vi cómo Samuel se sujetaba el ojo derecho.
Su cara y brazos estaban cubiertos de cortadas que sangraban, y aunque yo no podía verme, sabía que me encontraba igual que él. Quise preguntarle qué le había pasado en el ojo, pero en ese momento una risa escalofriante desvió nuestra atención.
Aquél demonio salió de entre los árboles y, de un salto, quedó frente a nosotros. Miré a Sam, quien todavía sostenía el palo con fuerza en su mano. Intentó golpear al demonio nuevamente como lo había hecho antes, pero esta vez el demonio lo esquivó y se le arrojó directamente al rostro de mi amigo, quien cayó al suelo con aquella criatura arañándole la cara.
Estuve unos segundos en shock antes de poder reaccionar. Saqué el cuchillo de cazar de la funda anclada a mi pantalón y, sin saber de dónde saqué el valor, apuñalé tres veces por la espalda a la criatura, la cual soltó un horrible alarido. Posteriormente, intentó arrojarse nuevamente hacia mi rostro, pero aquel movimiento descuidado hizo que Sam levantara nuevamente el palo y golpeara en la cabeza al demonio, haciéndolo correr hacia la oscuridad del bosque.
Aunque aquel escenario era alentador, no nos sentíamos seguros hasta salir por completo del bosque. Fue entonces donde ambos nos sentimos realmente seguros de haber sobrevivido a ese encuentro con el demonio del bosque.
No fue hasta ese momento que vimos con mayor detenimiento las marcas de cortadas que cubrían nuestros cuerpos, las cuales eran mucho más graves de lo que podíamos imaginarnos. Pero sin duda, quien había recibido mayor daño había sido Sam, a pesar de la oscuridad, podía notar que su ojo derecho no era más que una cuenca vacía.
Aterrados y heridos, logramos salir del bosque y llegar hasta la carretera principal. En ese momento, una pareja que conducía en su automóvil nos encontró y nos ofreció ayuda. Aquella pareja nos cuestionó qué nos había ocurrido, pero ninguno de los dos pudo siquiera mediar palabra. Estaba completamente sorprendido de que Samuel no estuviera retorciéndose de dolor por los daños infringidos por aquella criatura del infierno. Nos llevaron al hospital más cercano, donde recibimos atención médica inmediata.
Las heridas de Sam eran graves y requerían cirugía. Los médicos hicieron todo lo posible por salvar su ojo derecho, pero desafortunadamente, era demasiado tarde. El ojo había sido desgarrado completo por lo que perdió la visión en ese ojo para siempre. Ambos quedamos marcados física y emocionalmente por ese encuentro con el demonio del bosque.
Después de nuestra recuperación, las autoridades locales investigaron la zona del bosque y encontraron indicios de la presencia de un animal desconocido. Sin embargo, como era de esperarse, nunca se pudo determinar con certeza qué era lo que nos atacó aquella noche. La historia del demonio del bosque tomó muchísima más fuerza en el pueblo, llevando incluso a más jóvenes incautos a corroborar la veracidad de nuestros testimonios, y los padres advertían a sus hijos sobre los peligros de aventurarse en esa zona.
Por nuestra parte, queríamos dejar todo de lado, pero sin importar cuánto lo intentáramos, no podíamos sacar de nuestra mente aquella experiencia. Sin embargo, no podíamos olvidar lo que habíamos presenciado. Las pesadillas nos acechaban por las noches y el miedo seguía presente en nuestras mentes. Pero al menos debíamos agradecer que aún continuábamos vivos.
Con el paso del tiempo, nuestro avistamiento del demonio del bosque se convirtió gradualmente en parte de la leyenda del pueblo. Sin embargo, para Sam y para mí, siempre sería una experiencia aterradora y una advertencia de que algunas leyendas pueden tener algo de verdad. Aprendimos que la curiosidad y la valentía pueden llevarnos a situaciones peligrosas, y que a veces es mejor dejar que las leyendas permanezcan como simples historias.
Aunque seguimos siendo amigos y nuestras vidas tomaron caminos diferentes, cada vez que nos encontramos, recordamos aquella noche en el campamento del diablo. Aunque el tiempo ha pasado, el terror y la adrenalina de aquel momento nunca se desvanecen por completo.
Hoy en día, la zona oeste del bosque sigue siendo un lugar misterioso y peligroso. Las historias del demonio del bosque siguen circulando entre los habitantes del pueblo, pero solo unos pocos se atreven a aventurarse allí. La leyenda se mantiene viva, pero solo aquellos que han vivido para contarlo saben la verdad detrás de ella.
Autor: Canek Hernández
Derechos Reservados
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