El Dia De Muertos, Historia De Terror 2023.
El Dia De Muertos, Historia De Terror… Cuando una persona se va, deja en sus allegados un hueco que, dependiendo de que tan fuerte hayan sido sus vínculos, tal vez ese hueco nunca pueda ser llenado.
Todos hemos perdido a alguien, la muerte es solo una extensión más del ciclo de la vida, por lo tanto es inevitable, y muchas veces incomprendida por todos nosotros que seguimos en este mundo.
En mi caso, la primer pérdida que sufrí ocurrió cuando yo todavía ni siquiera nacía, mi hermana mayor, Angélica, murió al poco tiempo de haber nacido, su tiempo aquí fue tan fugaz que ni siquiera mi madre tuvo la oportunidad de verla.
Sabemos, por palabras de mi padre, que tenía un parecido a mis 2 hermanos menores.
Cuando yo nací mi familia ya había sufrido una pérdida, eso me ha dado una perspectiva diferente, tanto de la vida, como de la muerte.
Varios años después se fue mi abuela paterna, y más recientemente se fue mi abuelo materno.
Y, a pesar de que, obviamente, la partida de ambos fue significativa para mí, yo no tenía una relación tan estrecha con ellos, cuando murió mi abuela yo era un niño que no alcanzaba a dimensionar lo que significaba que alguien muriera.
Recuerdo bien que mis padres me dijeron cuando íbamos en el auto, era un lunes, jamás se me olvida, que cuando escuché que mi abuela había muerto sentí un vacío en el estómago, ella, poco tiempo antes, había estado conmigo en un festival que hubo en mi primaria, de hecho, la última foto de ella con vida se la tomó conmigo.
Cuando murió mi abuelo la situación fue muy diferente, yo ya era un adulto, con mujer y 2 hijas, vivía a cientos de kilómetros de mi familia, yo estaba muy preocupado por mi madre, ella también casi nos deja una vez, y yo no podía hacer nada para consolarla, le afectó muchísimo.
Mi padre fue el que me avisó, él me llamó una mañana para decirme, y, lo último que me pasó por la cabeza fue sentirme mal o ponerme triste, lo primero en lo que pensé fue en mi madre.
Entonces yo en realidad no experimenté un luto ni por mi abuela, porque era un niño, ni por mi abuelo, porque mi cabeza estaba en saber que mi madre no se fuera a enfermar.
Sin embargo, sí hubo una ocasión en la que yo experimenté una pérdida muy fuerte y sumamente dolorosa, el 20 de Julio de 2017 murió una persona que era un pilar en mi vida, él me acompañó en mis momentos más difíciles, y, a pesar de que no éramos familia, su muerte me dejó en el suelo.
La noticia me la dio uno de mis mejores amigos, Edgar, al que considero mi hermano, trabajábamos juntos, y él se enteró primero que yo.
No lo podía creer, al poco tiempo empecé a recibir mensajes de muchas personas, yo no sabía cómo asimilarlo.
Llegué a mi casa completamente destrozado, mis padres y mi hermano ya sabían en qué estado me encontraba yo, hubo mucho silencio ese día.
Al día siguiente no tenía las fuerzas para ir a trabajar, lo que hice fue ir a buscar al hermano de Edgar, Jafet, al que también considero como mi hermano.
Pasé toda la mañana con él, entendió la situación por la que yo estaba pasando, nosotros solíamos hacer bromas pesadas, en esa ocasión no hizo ningún comentario.
Yo estuve deprimido muchísimo tiempo, meses, ni siquiera podía escuchar música.
Lo peor de todo era que yo había cancelado un viaje para ir a ver a esa persona, 2 años antes tuve la oportunidad de ir a verlo, pero, yo acababa de conseguir un nuevo trabajo y cancelé el viaje.
Y la conciencia no paraba de susurrarme que yo había perdido esa oportunidad, pero, es que no tenía otra opción, si hacía el viaje hubiera perdido el trabajo, y eso no podía pasar.
Me llevó mucho tiempo entender que debía dejar de lamentarme, y comprender que lo único que yo tenía que hacer era esforzarme cada día en ser un mejor ser humano, para que esa persona se sintiera orgullosa de mí, y cada que yo me encuentro en una situación difícil y pienso en rendirme, me acuerdo de él y sigo adelante.
Perdonen si esto es muy emocional, lo que intento decir es que a nuestros difuntos no hay que recordarlos con tristeza, sino con cariño.
Estoy completamente seguro de que todos daríamos cualquier cosa con tal de tener un instante con esa persona que se nos fue y de la que no nos pudimos despedir.
Es doloroso saber que ellos ya no están, querer contarles algo, hacerles una pregunta, o simplemente verlos ahí, sentados en la cocina tomándose un café, pero yo creo que ellos no quieren ser recordados con dolor.
En este día sus almas pueden volver con nosotros, y ese es motivo de celebración, ellos, aunque ya no estén aquí, seguirán viviendo mientras nosotros no los olvidemos.
Vayan a visitar a sus muertos, pero, mientras tanto, pueden disfrutar de los siguientes relatos que hemos preparado para ustedes el día de hoy.
LA REUNIÓN
Durante 15 años estuve trabajando en una funeraria, los dedos de ambas manos no son suficientes para poder contar las veces que tuve que atestiguar situaciones que, a todas luces, escapaban de cualquier tipo de explicación posible.
Pero fue gracias a ese empleo que pude conocer a la mujer con la que me casaría, ella trabajaba llevando la contabilidad del negocio.
Recuerdo perfectamente bien que nos conocimos un 27 de octubre, fue durante una pequeña reunión que organizó el dueño de la funeraria.
El motivo de la reunión era para informarnos que, a pesar de que aún faltaban algunos días para terminar el mes, ya habíamos superado el récord de venta de servicios desde que había sido inaugurada la funeraria, 30 años atrás.
Tal vez pueda escucharse algo cruel, no es que estuviéramos celebrando la muerte de las personas, pero deben entender que, al final del día, se trata de un negocio.
En esa reunión, cuando yo fui a agarrar una pieza de pollo frito, ella también llegó, y solo quedaba una, cruzamos miradas y le dije que ella tomara la pieza de pollo.
Después de eso, pasaron 2 semanas, yo fui al comedor por un café y ahí estaba ella, intercambiamos algunas palabras y la invité a salir, ella era sumamente hermosa, siendo sincero no creí que fuera a aceptar, pero me dijo que sí.
No ocurrió nada en esa primera salida, ni tampoco en las siguientes, ella era muy joven y educada a la antigua, un 27 de Octubre, exactamente un año después de que nos conocimos, aceptó ser mi novia.
Y un año después, en el mismo día y en el mismo mes, nos casamos.
Por desgracia nuestro matrimonio no duró tanto.
Íbamos a celebrar nuestro segundo aniversario, yo había hecho la reservación en un restaurante, había comprado una buena botella de vino blanco, tenía listas las velas y un gran ramo de flores, eran lirios de color naranja.
Solo faltaba que ella llegara, pero nunca ocurrió.
Faltando 3 minutos para las 10 y media recibí una llamada, mi esposa había sufrido un terrible accidente mientras conducía hacia el restaurante.
Cuando los paramédicos llegaron al lugar del accidente aún estaba con vida, la habían sacado del auto y la estaban trasladando al hospital general.
Me levanté y corrí hacia mi coche, empujé a varias personas, no podía perder ni un segundo, subí al auto y pisé el acelerador, no me coloqué el cinturón, en ese momento, los semáforos en rojo no existían para mí.
Debido a eso, una camioneta de la policía municipal empezó a seguirme, inclusive me señaló que me detuviera, pero yo no podía hacer eso, tenía que llegar al hospital con mi esposa.
Esos 3 minutos que tardé en llegar mientras la policía me perseguía, se me hicieron eternos.
Cuando estuve frente al hospital simplemente detuve el auto, no lo estacioné, solo lo apagué y bajé corriendo, pero, antes de que pudiera llegar a la puerta, un policía me interceptó y me tumbó al suelo.
Yo luché por liberarme, tiré golpes, patadas, y cabezazos, pero el policía era mucho más fuerte que yo.
Sin más opciones, y estando desesperado, grité, le dije que mi mujer estaba en ese hospital, que una ambulancia la había trasladado ahí porque había sufrido un fuerte accidente de auto.
El policía, al escuchar eso, me soltó, yo corrí, entré al hospital, me acerqué a ventanilla, pregunté por mi esposa y me dijeron en dónde la tenían.
Dentro del hospital no podía correr, la única opción que tenía era ir a paso veloz.
Yo estaba sudando, sentía que el corazón se me iba a salir por la garganta, y tenía acalambrada la pierna izquierda debido a mi pelea con el policía, pero no podía detenerme.
Finalmente llegué a donde tenían a mi esposa, con ella estaba un doctor, ya era demasiado tarde, mi mujer había muerto 5 segundos antes de que yo llegara.
En ese instante me rompí, abracé y besé a mi esposa, le supliqué que no se muriera, le imploré que no me dejara, volteé al cielo y le rogué a Dios para que me devolviera a mi mujer.
Lo único que yo quería era tener solo un instante para poder despedirme de ella, y pude haber estado con mi esposa en sus últimos momentos de no haber sido por ese policía.
Debido a eso, lleno de cólera, caminé hasta salir del hospital, ahí seguía la patrulla, el policía en cuanto me vio bajó para intentar disculparse, pero yo me lancé sobre él y saqué todo mi coraje mientras lo molía a golpes.
El otro policía bajó de inmediato y me neutralizó, pero esos pocos segundos fueron suficientes para que el otro policía quedara inconsciente debido a que yo estrellé su cabeza contra el suelo con todas mis fuerzas.
Fui esposado y llevado a la estación, ahí pasé la noche, encerrado, todas esas horas me la pasé gritando, llorando y maldiciendo a la vida.
Por la mañana, el jefe de la policía fue a verme, me dijo que lo que yo había hecho ameritaba 2 años de cárcel, y que los iba a cumplir, pero que, dada mi situación, me otorgarían 3 días para sepultar a mi esposa.
Hice los arreglos para que el velorio fuera en la funeraria donde ambos trabajábamos, también les pedí que me dejaran que fuera yo el que preparara el cuerpo, al principio se negaron, pero cuando les conté que iría a la cárcel, aceptaron.
Manipular el cuerpo de mi esposa ya estando muerta fue, por mucho, la experiencia más terrible que experimenté trabajando en la funeraria, nada de lo que hubiera pasado antes se le asemejaba.
El Dia De Muertos, Historia De Terror
Sentir su cuerpo frío, verla sin vida, hizo que casi me volviera loco, pero, aunque yo sabía que ella ya no estaba dentro de su cuerpo, debía conformarme con la compañía de su cadáver.
Se llevó a cabo el sepelio y después el entierro, con cada palada de tierra que caía sobre el féretro de mi esposa, un pedazo de mi alma crujía.
Las últimas horas que me quedaban las utilicé para ir a casa y regar los lirios que ella tenía en nuestro patio, ahí dejé el auto y yo me fui en taxi hasta la estación de policía.
Los 2 años que estuve en la cárcel no fueron nada en comparación con la muerte de mi esposa.
Cuando salí de la cárcel lo primero que hice fue buscar un trabajo para sobrevivir.
Pasaron los meses, y llegó nuevamente el 27 de octubre, el mismo día que había conocido a mi esposa, el mismo día en que nos habíamos casado, y el mismo maldito día en que ella murió.
Estuve despierto desde el primer segundo de ese día, esperando a que dieran las 10:27 de la noche, que había sido la hora en la que había recibido la llamada de que mi mujer había sufrido un accidente.
Yo me encontraba ansioso, con las llaves del auto en una mano, y una botella de whisky en la otra.
En cuanto el reloj marcó la hora subí a mi auto, conduje hasta la carretera, y, aunque no tuviera sentido, empecé a discutir con el auto, lo culpaba de no haber sido más rápido para yo hubiera tenido la oportunidad de despedirme de mi esposa.
No podía más, la tristeza me estaba consumiendo lentamente, lo estuve pensando unos minutos, entonces lo decidí, esperé a que un tráiler se acercara por el carril contrario al mío, y cuanto vi uno, giré el volante para impactarme de frente.
Al momento del choque mi vista se volvió completamente negra, era la nada absoluta, sin ruido, sin túnel, fue como si todo el universo desapareciera en tan solo un instante.
Pero de pronto empecé a escuchar voces, ninguna me resultaba familiar, al principio no distinguía qué estaban diciendo, pero poco a poco todo se volvió nítido, entonces abrí los ojos.
Estaba en un hospital, intenté hablar, pero las palabras no salían de mi boca, me esforcé un poco más y pude decir algunas palabras, pregunté qué había pasado.
El doctor me respondió que era 30 de octubre, que yo había estado inconsciente por días, y que inclusive había muerto por 14 segundos, que, de no haber sido porque reaccioné en ese último intento, me hubieran dejado irme.
Estuve 2 días más en el hospital, cuando me dieron de alta volví en taxi a la casa, era primero de noviembre, serían las 6 de la tarde aproximadamente.
Yo podía sentir que algo dentro de mí había cambiado, pero no sabía qué era, mis manos se entumecían por momentos, cada cierta cantidad de pasos tenía la sensación de que mis pies no tocaban el suelo, no era como si de pronto empezara a levitar, sino que, más bien, era como si el suelo desapareciera.
Creí que todo se debía a la experiencia tan cercana que había tenido con la muerte y mi cerebro aún estaba nervioso, confundido, o algo similar.
Recuerdo haber visto el reloj que tenía al lado de la puerta, marcaba las 11 y media.
Saqué una botella y le di un gran trago, pero no pude distinguir el amargo sabor del alcohol, eso me conmocionó, volví a dar otro trago, uno más grande, pero nada.
Fui al refrigerador y agarré lo primero que alcancé, era una botella de vino, bebí, pero, aunque sí notaba los sabores a fruta, no podía sentir el alcohol.
Empecé a entrar en pánico, dejé caer la botella al suelo y subí corriendo al baño de arriba, ahí siempre tenía una botella de alcohol, del de la tapa roja, le tomé, me acabé todo el líquido que contenía y no me supo a nada, tampoco me sentía mareado.
Salí corriendo de mi casa, ya no tenía auto, empecé a caminar apurado por la banqueta, crucé 6 calles, no estaba pensando en ir a ningún lugar en particular, solo necesitaba tomar aire.
Entonces, antes de llegar a la esquina, un niño me detuvo y me preguntó si yo podía ayudarlo, le aclaré al niño que no tenía nada de dinero, que buscara a otra persona.
Quise sacarle la vuelta, pero el niño se volvió a parar frente a mí y me dijo que no podía a buscar a ninguna otra persona, porque nadie podía ayudarlo, solo yo.
Eso fue lo suficientemente anormal como para dejar de pensar en mis problemas y ponerle atención a ese niño, le pregunté por qué solamente yo podía ayudarlo.
Todavía se me pone la piel de gallina al recordar sus palabras, el niño me respondió: “es que tú eres el único que puede verme”.
En ese momento la sangre se me fue hasta los pies, porque caí en cuenta que ese día los espíritus de los niños muertos volvían a nuestro mundo, y al día siguiente llegaban los adultos, pero de seguro ya pasaban de las 12, así que ya era 2 de noviembre.
Le agradecí al niño por recordarme qué día era, di media vuelta y corrí de regreso hasta llegar a mi casa.
Al abrir la puerta vi a mi mujer sentada en la sala.
Autor: Ramiro Contreras.
Derechos Reservados.
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