El Perro Que Detectaba A La Muerte 2023.
El Perro Que Detectaba A La Muerte… Cuando me casé con mi esposo, Raúl, decidimos adoptar un perrito. A ambos nos gustaban los animales, entonces decidimos que tendríamos un perro grande, para que jugara con el niño. Buscamos en adopción y encontramos una cachorra de pastor alemán, a la que le pusimos por nombre Muñeca. Conforme fue creciendo no pasaba nada inusual, ella era un animalito con mucha energía, jugaba mucho, así que nos tenía con la locura, de su energía, a todo, todos los días.
Lo normal, rompía algunas cosas, se robaba mis sandalias y le dio por comerse las patas de la mesa, pero es normal en esos perros, así que hicimos lo que todo mundo, castigarla. Era tolerable su desastre, así que después de los regaños y los castigos, estábamos como si nada pasara. Seguíamos consintiéndola, mientras que ella hacía de la casa un lugar muy cálido.
Cuando creció se volvió más tranquila, ya podíamos sentarnos a jugar con ella sin que nos mordiera tanto, se calmó con mis sandalias y se comportaba muy bien. Era una perrita muy querida por todos. Hasta mis vecinos la querían, le llevaban huesitos de premio, los niños venían en la tarde a pedirme que la dejara salir para jugar con ellos. Era una perra muy feliz. Yo ya había escuchado de otras personas que los perros a veces sentían cosas, porque ellos tienen un sexto sentido muy desarrollado que les ayuda a saber cosas que nosotros no podemos ver.
Jamás lo creí, pero lo que nos pasó con Muñe es muy fuerte, hasta la fecha lo cuento con mucho respeto, porque hay gente que no cree en estas cosas. Me han dicho que fueron coincidencias o que estábamos somatizando todo con la perrita, pero yo no creo eso. A veces los animales son ángeles que nos pone la vida y el talento que con el que llegó Muñe, fue algo muy aterrador pero especial.
A los dos años yo noté que ella era especialmente lista. Era una pesadilla a veces, porque sabía cómo molestarnos o que hacer para tener nuestra atención. Mi marido también la quería tanto como yo, pero con él no desarrolló ese vínculo que tenía conmigo, tampoco con mi hijo, a ellos solos los hacía como quería y les demandaba todo el amor, las atenciones y la comida que quería.
Ella era muy receptiva, sabía cuándo me sentía mal o pasaba algo, me miraba de forma especial, como insistente e incluso me hacía entender cuando quería alguna cosa. A esa perrita ni le faltaba hablar, entendíamos perfectamente lo que quería y ella de alguna manera nos entendía a nosotros. Ella fue mi compañera, me acompañó en mis bajadas y subidas. En mis fatigas también y convivió con nosotros quince años, algo inusual en un perro tan grande con ella.
Un día comenzamos a darnos cuenta de que a ella le daban temporadas de aullar o ponerse muy inquieta de la nada, sobre todo en la madrugada. Esas temporadas no le duraban poco, a veces eran toda una semana e incluso, en una ocasión, fue más de un mes. Lloraba, no quería comer y vivía triste. En más de una ocasión la llevamos con el veterinario, pero nos decía que estaba perfectamente bien, que quizás estaba estresada por algo.
Eso no parecía posible, para nosotros esa perra parecía bipolar, de pronto estaba feliz brincando y luego dejaba de comer de la nada. No entendíamos qué era lo que le pasaba. De todas formas, no le buscamos más, ella estaba sana, pensamos que con los años se le quitarían esas mañanas de chantajearnos dejando de comer. Pues pensábamos que quería a toda costa comida de humanos, en lugar de su comida de perro.
Un mes de septiembre, del 2002, habíamos llegado del funeral de Omar, mi sobrino, y estábamos muy afectados. Murió de súbito en un accidente en su motocicleta. Cuando llegamos a la casa, nos pusimos a platicar en la mesa del comedor. Muñe estaba muy triste, acostada debajo de nuestros pies, no había querido comer, llegamos y sus croquetas estaban intactas. Mi hijo se estaba quejando de lo cansado que estaba, pues la Muñeca no lo había dejado dormir bien en toda la semana. Había estado llorando, dando vueltas por toda la casa durante la madrugada, desde hacía unos cinco días.
Él nos decía que iba a encerrarla en nuestro cuarto para que lo dejara dormir, a ver si nosotros la poníamos en paz. Mi marido fue el que cayó en cuenta, que ella siempre se ponía así cuando iba a morir alguien. Nos acordamos que hacía un año de la muerte de Luz, la vecina, también se había puesto así.
En esa época Muñeca se ponía loca cuando veía a la señora Luz salir de su casa. Brincaba por la barda de nuestra casa, para verla pasar, le lloraba, parecía rogarle que la acariciara. La vieja señora la saludaba y la mimaba, después Luz ya no salía mucho de su casa, entonces la perra se la pasaba todo el día echado frente a la puerta de entrada, mirando quien pasaba.
Dos o tres veces se nos salió y la encontramos sentada en la puerta de la entrada de la señora Luz. Ella estaba ahí esperando a la señora, arañaba la puerta, pero nadie salía y se quedaba sentada esperando. Después de unos días, llegó una ambulancia por ella, al poco tiempo falleció de un infarto. No habíamos caído en cuenta de esas cosas, hasta que mi marido conectó lo que sucedía, pero no le daba crédito a la perra. Pensaba que pudo ser coincidencia, pero yo estaba casi segura de que ella podía sentir la muerte rondar.
Pasaron los años, todo seguía en calma, Muñeca se comportaba de forma tranquila, hasta que una noche comenzó a aullar. Mi hijo se levantó a callarla, pero ella no se dejaba, se escondía debajo de la mesa para seguir aullando. Mi marido la persiguió con el periódico echo rollo en la mano, para asustarla y que se quedara en paz. No dio resultado, la perra solo se dedicaba a aullar.
Llegó la mañana, no quiso comer, tampoco me hizo mucho caso cuando intenté jugar con ella. Yo me estaba temiendo que algo pasara, no me parecía normal que ella estuviera así, de la nada. Mi hijo me llegó a decir, que él también sentía que algo estaba mal, pues la Muñe estaba muy triste. Recordamos los días antes del fallecimiento de Omar, así que imaginamos que algo así iba a pasar de nuevo.
La muerte estaba rondando cerca Mi esposo la encerró con nosotros, en el cuarto, durante la noche. Cada que ella se ponía a aullar, él la asustaba con el periódico, esperando que se durmiera, pero no se calmó, así que pasamos la peor noche.
Al tercer día de los lamentos de la Muñeca, mi suegro falleció, nos llamó la hermana de Raúl, falleció en la madrugada y nadie se dio cuenta hasta la mañana. Estaba ya grande, se fue mientras dormía. No hubo más dudas, estábamos seguros de que la perra sentía la muerte rondar. Así nos mentalizamos, que cada que ella lloraba por la noche, era un anuncio de muerte.
No era agradable, tampoco pasó muchas veces, en los años que vivió, pero fácilmente detectó cinco muertes. Las últimas dos veces que la escuchamos aullar, era como un lobo triste, se nos erizaba la piel de escucharla. Ya no la castigábamos, solo intentábamos calmarla, quizás ella también estaba sufriendo la muerte que veía venir. Por eso intentábamos tenerle paciencia, así que solo la dejábamos que hiciera como quisiera, aunque eso sí, le rogábamos para que comiera, porque en los días posteriores a la muerte de mi suegro, ella no quiso comer nada.
Afortunadamente a los tres días ya quiso sus croquetas, pero fue después de llevarla con el veterinario. Como siempre, nos dijo el veterinario que no tenía nada, solo parecía deprimida.
Recuerdo muy bien que fue el en enero del 2010 cuando Muñeca hizo su anuncio más terrible. Estábamos viendo una película en la sala, una de suspenso, así que cuando comenzó a aullar yo grité.
Era un quejido terrible, doloroso y profundo, del que se sentía una profunda tristeza, en su aullido. Abracé a la Muñe, me puse al lado de ella, en el suelo y la miraba. Ella estaba triste, sus ojos se veían llorosos. Mi hijo me dijo que la muerte estaba cerca. Me dijo algo que no puedo olvidar:
Mamá, la muerte está en la casa, ve cómo está la Muñeca.
La perra se dejó acariciar por todos, pero en medio de un llanto quedito, dejó salir uno de los aullidos más largos, y más profundos, que he escuchado jamás. Incluso mis vecinos me preguntaron, al día siguiente, si todo estaba bien con mi perrita.
Yo les dije que sí, que a veces le daba por ponerse a aullar, pero que no estaba enferma. No podía decir mucho lo que pensábamos que anunciaba la perra, pues ya una o dos personas me habían dicho que estaba loca por estar pensando que mi perra presentía la muerte. Yo le pedía a lo que sea que no le tocara a alguien de mi familia, temía mucho por mi esposo, por mi hijo, pensaba que algo podría pasarnos.
Al día siguiente, en la noche, llegó mi sobrina Karla a mi casa. Venían de vacaciones a la ciudad, a ver a mi hermana y se me ocurrió invitarla, a ella y su esposo, a quedarse a dormir con nosotros. Nuestra casa era un poco más grande que la de mi hermana, también teníamos una cama extra para que ella pudiera descansar bien.
Ella estaba embarazada, tenía dos meses y medio, pensamos ayudarla a sentirse cómoda, pues se iban a quedar un mes en la ciudad. Mi hermana estaba muy animada, no veía a su hija desde que se había ido a vivir a California con su marido, ahora había regresado a darle la buena noticia, de que iba a ser abuela.
La idea es que ella se iba a regresar, junto con mi hermana, a donde vivía para que la ayudara con el postparto. Comenzó a preparar todo para su viaje, mientras Karla se quedaba en mi casa descansando, tenía muchos síntomas del embarazo.
Toda la familia estaba feliz, la casa siempre estaba muy activa, Muñeca estaba enamorada de mi sobrina. Se le acostaba en las piernas, también se subía al sillón con ella, le ponía el hocico en el estómago. Todos estábamos conmovidos por la reacción de la perrita, pensábamos que era tan lista, que sabía que Karla estaba embarazada. Mi hijo era el desconfiado, él pensaba que no era normal que la perra se comportara así, sin conocer a Karla de antes.
La perra tampoco dejaba de llorar en las noches, solo que ahora no aullaba, se sentaba a chillar a fuera de la puerta, en la recámara donde estaba mi sobrina y su marido. Duró toda la semana sufriendo así, solo quería estar con Karla. Yo pensaba que era de lo más normal, pues la perra estaba como hipnotizada por mi sobrina, me imaginaba que le había gustado mucho desde el principio, pero la realidad era otra.
Por la madrugada, del día ocho o nueve, que se quedó Karla en mi casa, a todos nos despertó Muñeca aullando terriblemente. Más que un aullido, parecía que gritaba, que estaba herida y se escondía debajo de las camas con temor. Todos despertamos a intentar calmarla, pero ella corría de un lado a otro sin entender que se quedara quieta. Lloraba, aullaba, se orinó en todas partes cuando intentábamos agarrarla, estaba como en pánico.
El Perro Que Detectaba A La Muerte
Mi hijo logró agarrarla, la abrazaba con fuerza y la acariciaba, ella estaba llorando, veíamos sus lágrimas. Quedé impactada, pensamos que lo mejor era llevarla al veterinario, así que me puse a buscar el número del servicio de 24 horas. Yo estaba revolviendo todos los papeles y las tarjetas del cajón debajo de donde teníamos el teléfono, cuando el esposo de Karla, John, me dijo que karla me estaba hablando que estaba en el baño.
Cuando llegué ella estaba sudando intensamente, tenía dolor en la espalda, me preguntaba si tenía algún medicamento para que se le quitara. Yo le insistí que mejor fuera a urgencias, con el embarazo no era bueno que se tomara cualquier medicina. Ella comenzó a alistarse para ir al doctor, yo le estaba ayudando a cambiarse, pues el dolor no la dejaba moverse bien. Escuchaba, desde abajo, los lloriqueos de Muñeca, cada vez se hacían más fuertes.
Mi hijo le ordenaba una y otra vez que se quedara quieta, pero yo solo escuchaba sus uñas estrellarse en el piso de forma violenta. Nos apuramos lo más que pudimos, Karla ya casi estaba llorando por el dolor en la espalda, así que salimos a toda prisa. Nunca me fijé que Muñeca venía detrás de nosotros. Cuando mi sobrina se quiso subir al carro, muñeca le subió las patas delanteras, empujándola hacia el carro. Afortunadamente no le había pegado en el estómago, le había dado en una de las manos, recargándose en ella.
Mi marido agarró a la perra por el lomo y con fuerza la metió a la casa, me dijo que la iba a castigar. Cuando arrancó el carro, con mi sobrina en él, vimos como Muñeca brincaba hacia el vidrio de atrás para subirse al carro, no sé de dónde había sacado tanta fuerza si ya estaba tan grande. No supimos cómo se zafó de las manos de mi marido, pero el chiste es que ella había escapado de mi casa por una ventana abierta y ahora se había colado al carro porque quería irse con ellos al hospital.
Corrí a bajarla del carro y puse todo mi peso sobre ella, abrazándola. No iba a dejar que volviera a correr hacia el carro. Ahora John iba a toda velocidad rumbo al hospital. Muñeca forcejeaba conmigo para irse corriendo, hasta que fue demasiada su fuerza, me dejó tirada en la entrada de la casa, pues se había ido corriendo detrás del carro. La perdí de vista, por la velocidad con la que había corrido detrás de mi sobrina, pero al parecer nunca la alcanzó y se puso a aullar en el camino. Solo la escuchamos a lo lejos, aullaba con mucho dolor.
Mi hijo fue por ella, ambos regresaron cansados, tristes, ella cojeaba, se veía más vieja que nunca. Muñeca no quiso cariños, ni comida, se fue directo a echar al lado de los zapatos de Karla, los que estaban al lado de la cama donde dormía. No se movió de ahí durante muchas horas.
Por la tarde, del día siguiente, supimos que Karla había perdido al bebé. Yo inmediatamente miré a Muñeca, que triste estaba echada aún, al lado de los zapatos de mi sobrina.
No lo podía creer, ella lo sabía, pero no podía comunicarlo. Mi esposo llegó del trabajo y se sentó al lado de la perra, la consolaba, le hablaba para que se sintiera mejor. Él llegó a decirme, en ese momento, que se iba a tomar enserio los avisos de Muñeca, aquello ya no parecía ser una coincidencia. Fue un mes muy triste, mi sobrina se quedó a recuperar en casa de mi hermana.
Yo me llevaba a la Muñeca conmigo para que viera a Karla y ella, mimaba a la perrita, le agradecía su preocupación. Fue una gran pérdida para todos, incluso para Muñeca, pues duró mucho tiempo triste, comía poco y sufrió mucho cuando Karla se regresó a su casa.
Ya habían pasado unos meses de todo aquello, cuando Muñeca comenzó a aullar de nuevo. Ahora se me heló la sangre. Comencé a estar a la defensiva, le llamé a todos mis familiares e incluso les preguntaba a mis vecinos si estaban bien. Todo el tiempo comencé a llamarle a mi hijo o a mi marido, cuando salían por muchas horas. Me tenía muy nerviosa el aullar de la perra.
Ella me miraba triste y lloriqueaba, comía poco, no salía a jugar como de costumbre al patio. Me estaba temiendo lo peor. Comencé a dormir intranquila, muñeca aullaba de forma intermitente por las noches. Era un aullar de un día sí, dos días no, pero no dejaba de aullar, y había pasado un mes desde que había comenzado. Yo estaba con unas ojeras enormes, no sentía mucha hambre y seguido me dolía el estómago. Mi esposo me dijo que me veía mal, que fuera a ver al médico, porque las noches sin dormir me estaban afectando mucho.
Yo no quería, me la pasaba en alerta, sabía que alguien iba a morir pronto. Miraba dormir a mi hijo, también a mi esposo, me puse a pedirle a todo lo sagrado que no pasara una desgracia en mi familia. Muñeca comenzó a dormir debajo de la mesa, yo estaba asustada, porque ella no quería acercarse a mí, tampoco se dejaba poner la correa para salir a pasear. No entendía bien hacia donde iba dirigido el augurio de muerte. Intenté preguntarle, sí, como una mujer muy loca, le preguntaba a muñeca, le decía que me señalara quién estaba mal.
Ella me miraba llorosa. Intenté usar juguetes, ropa de mi hijo, mi esposo y mía, pero no entendía si ella me estaba dando algún mensaje. Estaba muy tensa y sentía calambres en el cuello, entonces un día vomité. No dejaba de vomitar, comenzó a ser de un color amarillo muy nauseabundo, incluso un dolor muy fuerte me revolvía más el estómago. Caí en pánico, pensé que era yo la que seguía en morir.
Cuando me fui al hospital, escuché a lo lejos aullar a muñeca. Yo no sabía rezar, pero en ese momento cómo pude comencé a pedirle a lo que sea que me salvara. No podía dejar a mi familia, el dolor me estaba dejando sin fuerzas y en algún punto, del trayecto al hospital, me desmayé. No recuerdo mucho de lo que pasó, de pronto todo se puso rojo.
La gente dice que se ve todo negro cuando uno pierde la conciencia, pero yo vi todo en rojo. Incluso soñé, recuerdo muy claro que en mis sueños estaba Muñeca, ella jugaba conmigo, me lamía las manos, se acurrucaba entre mis brazos. Yo me sentía muy tranquila, fue un sueño muy hermoso. Cuando desperté, supe que me habían operado, estaba acostada en una cama de hospital.
El doctor me dijo que casi no la cuento, que estaba con la vesícula muy hinchada y que se había reventado segundos antes de entrar a urgencias. Me habían operado de urgencia, incluso pasé algunos días en terapia intensiva. Yo desperté muy adolorida, rodeada de aparatos, pero muy tranquila. Era muy extraño, no me sentía mal ya, quizás el estrés había desaparecido.
Yo pensaba que el anuncio de muerte, por parte de Muñeca, no se había cumplido, que solo me había advertido de lo que iba a pasar. Yo en ningún momento me sentí mal, no me imaginaba estar tan mal de la vesícula, pero el doctor me mencionó que el estrés, la ansiedad y la falta de sueño, junto con el dolor intermitente que me daba en el estómago, eran señales de que algo no estaba bien en mi cuerpo.
Me recuperé pronto, después de unas semanas me fui a mi casa. Yo diario le preguntaba a mi hijo si estaba bien Muñeca y me decía que muy triste. Que se ponía a llorar lado de la cama, justo en el lugar donde yo dormía. “Te está buscando diario” me decía. Yo también la extrañaba. Ya quería regresar a mi casa, a mi rutina, dormir al lado de mi marido, pasar las tardes con mi hijo platicando, mientras veíamos a la Muñequita dormir tranquila al lado de la televisión. Pero eso no pasó, cuando llegué a mi casa llamé a muñeca, pero no la escuché.
Me acomodé en el sillón, mi hijo fue a revisar el refrigerador para ver qué podía darme de comer. Mi esposo me mandó un mensaje, ya venía de camino a la casa, para comer juntos. Todo se sentía tranquilo, pero yo tenía un mal presentimiento. Le dije a mi hijo que iba a buscar a la Muñeca, que era muy extraño que no viniera a recibirme, así que me paré despacio y fui a buscarla a mi recámara, mi hijo me acompañó, ambos llamábamos a la perra, pero ella no contestaba.
En medio del silencio de la casa, escuché un ligero quejido, como cuando ella lloraba bajito para que la acariciara. El sonido venía del baño. Cuando abrí la puerta para ver si estaba ahí, la vi echada, su lengua estaba de fuera, era horrible verla. Ni siquiera tuve que comprobarlo, su mirada no tenía brillo, había un charco de orina y su saliva sobresaliendo de ella. Ella estaba muerta.
Lloré mucho su partida, todos sentimos la muerte de Muñeca, jamás íbamos a tener una perrita igual. Hay personas que dicen que los animales mueren en lugar de sus humanos, que por su nobleza prefieren irse ellos, para salvar a sus dueños. Yo creo que ella hizo eso por mí, me tocaba morir y ella lo supo, vio a la muerte, pero se sacrificó por mi ante ella. Hasta la fecha la extraño mucho, espero algún día volverla a ver.
Autor: Patricia González.
Derechos Reservados.
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