El Cristo, Historia De Terror 2023
El Cristo, Historia De Terror… De pequeña, mi familia era muy apegada a la iglesia, supongo que no llegaban al fanatismo, pero seguro que estábamos muy lejos de ser un católico promedio, para ser del todo honesta, eso no me molestaba para nada, probablemente porque era demasiado joven como para cuestionar las creencias de las personas que me trajeron a este mundo, si ellos decían que era real, yo no tenía motivos para contradecirlos, después de todo, solo querían lo mejor para mí.
Además, me gustaba, los campamentos de niños, el escuchar sobre el amor y comprensión de un ser que, aunque no podía ver, me cuidaba de todo peligro, sin mencionar que mi familia estaba demasiado unida, ya de adulta, no puedo decir con certeza si el pegamento que mantenía unida a mi familia era esa devoción, pero sé que, de pequeña, si creía que era eso, y por ende agradecía a Dios por eso en cada oportunidad que tenía para rezar.
Supongo que mi devoción era tanta como la podía llegar a tener una niña de 7 años, la verdad no le entendía del todo y jamás había leído más allá de lo que me habían pedido leer en la biblia y la interpretación que yo le daba era exactamente la que los adultos a mi alrededor me decían que significaba, sabía que si no creía o respetaba las escrituras me podría ir al infierno, pero eso no me preocupaba, yo era una devota niña católica que respetaba todo eso simplemente por mi amor por Dios.
Y me hubiera encantado que eso continuara de esa forma, sin embargo, la vida a veces tiene una forma muy extraña de retorcer y destruir tus sueños y esperanzas. Todo comenzó un domingo por la tarde después de la iglesia, estábamos en casa de mi abuela, yo miraba la televisión en su sala, sentada en el piso con las piernas cruzadas, la música de mi caricatura favorita sonando por la sala me distraía por completo de todas esas imágenes de Cristo crucificado, cuadros de la virgen de Guadalupe y algunas fotografías del papa.
Había crecido toda mi vida rodeada del arte sacro por lo que ya no me causaba nada de incomodidad al verlo, estaba en eso, cuando de repente un fuerte golpe detrás de mí me hizo dar un salto y voltear, mis tíos estaban tratando de meter a la sala un gran cristo de yeso clavado en su cruz, la pintura carmesí de la corona de espinas y los clavos en sus manos se veía muy realista, para los ojos de cualquiera, se veía tan fresca que, si se te ocurría tocarla, te mancharías los dedos.
Su rostro también lucía medianamente realista, pero aún te dejaba esa sensación de que era una figura de yeso que se asemejaba mucho a las personas, sus pestañas lucían bastante reales también, creo que esa fue la primera vez en mi vida que me sentí un poco incómoda ante la figura de a un Cristo crucificado, talvez se debía a que nunca había visto uno tan grande y de tan cerca, el más grande pertenecía a la iglesia del centro de la ciudad.
Sin embargo, estaba colgado desde lo suficientemente alto como para que pudiera apreciar bien su tamaño, todo lo contrario, a este Cristo de un metro y medio que ahora estaba colgado en la pared de la sala de mi abuela, tenía la extraña sensación de que esos ojos brillosos me estaban mirando todo el tiempo, por lo que cuando todos salieron de la sala, yo apagué la televisión y me fui de ahí también.
Mi abuela dijo que alguien lo tiró a la basura, estaba en la esquina de una calle junto con otras bolsas de basura, solo ahí, esperando a que alguien lo recogiera, y como una buena católica, dejarlo en la calle como si fuera cualquier cosa sería un pecado mortal.
Pasó alrededor de un mes y medio para que lo verdaderamente escabroso comenzara, durante todo ese tiempo yo evitaba a esa figura a toda costa, la incomodidad que me causaba era totalmente irracional y, por ende, el contárselo a mi familia para mí era una total locura.
Aquella tarde fuimos a casa de mi abuela, mi mamá era de ese tipo de madres que siempre quiere resaltar los logros de sus hijos, por lo que cuando fui seleccionada como finalista en el torneo de matemáticas de mi escuela, cito a toda la familia en casa de mi abuela para anunciarlo, todos me felicitaron y mi abuela me dijo que aria una oración especial para mí, para que dios me ayudara a ganar el torneo.
Acto seguido me llevó ante el gran Cristo para pedirle por mí, nos hincamos ante él y comenzamos con la plegaria, por primera vez desde que tenía uso de razón, solo me limitaba a repetir lo que mi abuela decía, estaba tan incómoda que solo quería que terminara para poder irnos de ahí, cuando de repente la voz de una de las amigas de mi abuela interrumpió nuestra plegaria, sin embargo, mi abuela me dijo que rezara un padre nuestro las antes de levantarme, después de decirme eso, se levantó y fue a recibir a su amiga.
Cerré mis ojos y comencé a rezar los padres nuestros y aves María que me faltaban, cuando de repente escuché aquel clásico sonido de alguien queriendo llamar tu atención, ya sabes, una especie de chicheo que me incitaba a voltear a dónde provenía, salvó que en ese chicheo no venía de los costados o detrás de mí, ni siquiera se parecía a la voz de ninguno de mis tíos o primos, este chicheo provenía de arriba mío, específicamente de aquel Cristo de yeso.
Más incrédula que asustada abrí los ojos, la verdad, no esperaba encontrarme con nada más que la figura de yeso estática en su lugar y posición original, sin embargo, mi creencia estaba muy alejada de lo que realmente vi, él me estaba mirando, así como lo escuchan, en lugar de mirar con dolor y pena hacia enfrente, su cabeza estaba volteando hacia mí, lo que aún conservaba era aquella perpetua mirada de sufrimiento, de hecho, me atrevería a decir que se veía aún más lastimera.
Me quedé petrificada por el miedo, esa cosa no era humana, era de yeso, y aún así estaba ahí, mirándome, moviendo la cabeza de un lado a otro como un perro intentando saber que era lo que estaba ocurriendo, trataba de mover las manos y pies para liberarse de su crucifixión, podía incluso ver como algunas gotas de sangre caían sobre el altar que mi abuela le había preparado exclusivamente para él.
Al apenas notar eso, un grito mudo salió de mí, intenté gritar por mi madre, pero no había el suficiente aire en mis pulmones, cuando mi cuerpo comenzó a salir de su shock inicial, pude escuchar que él lloraba, y creo que decía algo que simplemente no podía entender por el pánico que aún tenía.
Me levanté y salí corriendo de la sala, aún con lágrimas en los ojos se lo dije a mi madre, pero nadie me creyó, incluso, creo que mi abuela se molestó conmigo, me dijo que el Cristo de la sala era una figura santa y por ende ningún demonio podía poseerlo, sin embargo, mi insistencia fue tal, que toda mi familia me acompañó a la sala para comprobar que lo que había visto no era más que la fuerte imaginación de una niña de poca fe.
Y dicho y hecho, aquel Cristo de yeso, solo estaba ahí, en su posición original, sin sangre goteando de sus llagas perforadas con clavos o lágrimas reales escurriendo por su rostro, la verdad no supe cómo defenderme a lo que todos los presentes estaban viendo, yo sabía que lo que había visto era real, pero no tenía ninguna prueba para mostrar, por lo cual solo me quedé callada y traté de evitar a toda costa, aquella figura durante mi estancia en la casa de la abuela.
El Cristo, Historia De Terror
Y eso siguió ocurriendo, en cada ocasión en la que visite a mi abuela, la casa en la que había tenido mis recuerdos más felices y probablemente en la que yo había considerado como un segundo hogar, rápidamente se había convertido en la peor tortura del mundo, siempre estaba seria y triste cuando estábamos ahí, preguntándole a mis padres constantemente cuánto faltaba para poder irnos a casa, y sin lugar a dudas creo que esto comenzaba a fracturar la gran y saludable relación que tenía con mi abuela.
Esto último me dolía mucho, pero era más mi miedo e impotencia a que no se me creyera lo que había visto ese día, lo que me mantenía firme a querer permanecer poco tiempo en casa de mi abuela, hasta que un día mi peor pesadilla se volvió realidad.
Mis padres estaría dos días fuera por la boda de uno de los mejores amigos de mi papá, por lo que después de preguntarle a algunos familiares, decidieron que el mejor sitio era la casa de mi abuela, pues mi escuela no estaba muy lejos de ahí y en el improbable caso de que mi abuela olvidara recogerme, bien podría caminar por mi cuenta, además, pienso que mi abuela se los pidió, siempre fui la nieta más apegada a ella y realmente tenía el deseo de que eso no se perdiera.
El primer día fue viernes por la tarde, mi abuela, estaba muy feliz, me dijo que si quería ver la televisión mientras me preparaba algo especial para comer, pero hacía ya varios meses que evitaba la sala como si está fuera radioactiva, y lo peor era que, no era mi primera vez quedándome con mi abuela, sabía que cuando la noche llegara, yo tendría que dormir en aquel viejo sofá cama de la sala, y eso me hacía soltar una que otra lágrima esporádica por el miedo que esto me causaba.
Solo le dije a mi abuela que no quería ver la televisión y que prefería estar con ella, no era mentira, amaba a mi abuela, y realmente parecía esforzarse porque nuestra relación volviera a ser la de antes, y me atrevería a decir que no despegarme de ella básicamente todo ese día, ayudó a sanarla un poco, me enseñó a hacer pastel de chocolate y su receta secreta del pollo al horno.
Y cuando empezó a oscurecer, tuve el valor suficiente, como para pedirle que no me dejara dormir en la sala, no le dije que le tenía miedo a su Cristo de yeso, pero, si le dije que me daba mucho miedo el dormir sola, ella lo pensó por un momento y me respondió que no había ningún problema, que bien podríamos solo, extender algunos cobertores en el piso de su cuarto y podría dormir con ella hasta que mis padres volvieran el domingo de su viaje, yo sonreí por la felicidad que eso me causaban, creí que todo estaba ya solucionado y siempre y cuando mi abuela estuviera presente, esa cosa, ni ninguna otra podría dañarme.
Que equivocada estaba, durante la primera noche mi abuela, ella cumplió su promesa y me hizo un cómodo lugar para dormir en su cuarto, con un viejo petate que tenía por ahí guardado y varios cobertores para que no pasará frío, incluso, ya que no quería ver la televisión, me prestó uno de sus libros favoritos sobre detectives para que me entretuviera si es que aún no tenía sueño para cuándo ella se durmiera.
Pienso que ningún libro, en toda mi joven vida, me había gustado tanto como ese, me gustó tanto que perdí la noción del tiempo y me quedé leyéndolo hasta pasada la medianoche, y talvez ni siquiera me hubiese dado cuenta de la hora, de no ser, porque un ruido en la sala me sacó de aquel fantástico mundo de fantasía y detectives.
Al principio no le di importancia, la puerta estaba cerrada y aunque el cuarto de mi abuela estaba relativamente cerca de la sala, dudaba que él pudiera ir hasta donde yo estaba, recordaba que la última vez que lo había visto, él no se había podido zafar de su crucifixión, fue entonces cuando miré el reloj despertador de mi abuela y vi que era poco más de medianoche, aún no tenía sueño, por lo cual, traté de seguir leyendo.
Sin embargo, un par de segundos después, escuché pasos por el pasillo, no eran pasos comunes, me refiero a que no se parecían al calzado de una persona, estos pasos sonaban como cerámica chocando contra el piso de mármol de la casa de mi abuela, mi corazón comenzó a latir muy fuerte, algo dentro de mí sabía perfectamente que era lo que estaba deambulando a esa hora por la casa.
Y lo peor era que a cada segundo que pasaba, parecía estar acercándose más y más a la habitación de mi abuela, cerré el libro, apagué la linterna de lectura de mi abuela y me cubrí por completo, como si todos esos cobertores me pudieran proteger de algo, pero aún lo seguía escuchando, acercándose más y más, no sabía si debía tratar de despertar a mi abuela, aunque rápidamente me deshice de esa idea, pensando que podría ocurrir exactamente lo de la vez anterior.
Cuando por fin junté el suficiente valor para quitarme las cobijas del rostro, pude notar algo muy aterrador, había alguien o algo afuera de la habitación, podía ver como sus pies obstruían el paso de la luz del pasillo por la rendija de la puerta, y eso no fue lo peor, pues de inmediato la perilla de la puerta comenzó a girar para abrirse, no sé si fue un impulso de adrenalina o solo mi instinto de supervivencia en acción.
Pero corrí hacia la puerta y retranque todo mi cuerpo para evitar que se abriera, sabía que a la puerta no le servía el seguro, y que mi abuela dormía de manera muy profunda, difícilmente se despertaría a no ser que escuchara un ruido muy fuerte o porque la luz entrara por su ventana, esa cosa comenzó a empujar la puerta, podía escuchar como él, estaba llorando, no me suplicaba que lo dejara entrar y tampoco decía palabra alguna.
Me mantuve firme en la puerta, luchando porque no pudiera abrirla, no recuerdo exactamente en qué momento se detuvo, pero si recuerdo que a pesar de que ya había dejado de empujar la puerta, yo no me atrevía a quitarme y en algún punto de la madrugada, me quedé dormida.
Mi abuela me despertó cuando los primeros rayos del sol comenzaron a salir, me preguntó por qué me encontraba durmiendo en la puerta y la verdad, no supe que responderle, solo me encogí de hombros y negué con la cabeza, por lo cual, mi abuela me dijo que quizás yo era sonámbula, así que talvez en medio de la noche me levanté, intente abrir la puerta y como no pude, terminé quedándome dormida ahí, solo me limité a concordar con ella.
Pasamos todo ese sábado juntas, yo trataba de olvidarme de lo ocurrido durante la madrugada, realmente quería convencerme a mí misma, de que eso únicamente había sido un sueño, después de todo en mis sueños siempre solía ser más valiente de lo que era en la vida real, por lo que talvez lo que mi abuela había dicho era verdad, tuve un mal sueño y me levanté sonámbula y el despertar en la puerta, solo había alentado a mi imaginación.
Cuando la noche llegó me acosté sin ningún tipo de distracción con la única intención de dormirme lo más rápido posible, después de todo, mis padres volverían el domingo por la tarde y yo podría volver a la seguridad de mi habitación, intenté e intenté hasta que por fin lo logré, me quedé dormida, sin embargo, algo me despertó cerca de las once y media de la noche.
No fueron pasos o ruidos extraños, eran simplemente unas fuertes ganas de ir al baño, traté de ignorarlo, no quería salir, para ir al baño, tendría que pasar forzosamente por la sala, y eso no era algo que yo estaba dispuesta a hacer, pasaron varios minutos en los que aquellas ganas de orinar crecían más y más, por un momento considere la posibilidad de hacerme del baño encima, pero simplemente me resultaba repugnante dormir con el pijama mojado y causarle esos problemas a mi abuela.
Me levanté y abrí lentamente la puerta de la habitación, me asomé a ambos extremos del pasillo, dudé un poco, pero realmente creía que era cuestión de minutos para hacerme encima, camine lentamente por el pasillo y me detuve al llegar al arco de la puerta de la sala, la luz del pasillo iluminaba tenuemente la sala, el cristo de yeso seguía ahí, inmóvil e inerte, no parecía que tuviera la capacidad de moverse o hacer daño.
Lancé un suspiro antes de comenzar a correr tan rápido como mis piernas me lo permitían, a la par de que rezaba en voz alta con la esperanza de que eso se convirtiera en una especie de escudo de protección, llegué al baño y cerré la puerta con seguro, mi corazón latía tan fuerte, que pensé que se me saldría del pecho, hice mis necesidades y tire de la cadena, tenía mucho miedo de volver a salir, incluso, consideré la idea de quedarme en el baño a dormir y culpar a mi sonambulismo.
Sin embargo, entre más pasaban los minutos y más aire frío entraba por la ventana del baño, me decía a mí misma que lo mejor era volver, después de todo no había escuchado nada y cuando había pasado a un lado de él, no se había movido, incluso comencé a decirme a mí misma que talvez si había sido mi imaginación y solo le estaba teniendo miedo a un Cristo de yeso que no tenía nada de sobrenatural.
Le quité el seguro a la puerta y salí, caminé cautelosamente hasta llegar a la sala, desde ahí no se podía ver aquella gigantesca cruz, comencé con mi rezo y me dispuse a correr de nueva cuenta y no parar hasta que estuviera en el cuarto con mi abuela, me dispuse a hacerlo, iba más o menos a la mitad de la sala, una fría mano de cerámica me agarró por el tobillo haciendo que me cayera sobre la alfombra.
Me levanté e intente volver a correr, pero choqué con mi abuela, se había despertado por mis gritos, pensé que me diría que no había nada ahí o que todo era parte de mi imaginación, pero en lugar de eso, mi abuela se quedó petrificada, al ver como aquel Cristo de yeso, volvía subir a su cruz de madera y volvía a su posición original.
Rápidamente, me tomó por el brazo, me llevó hasta el cuarto y cerró la puerta, usando una silla como tranca, comenzó a rezar el resto de la noche, pero ya no escuchamos nada, cuando los primeros rayos de luz cruzaron por la ventana, mi abuela aun así no me dejó salir, creo que permanecimos en el cuarto hasta que mis padres llegaron por la tarde y mi abuela les contó todo.
La verdad no le creyó, se notó por sus caras, pero para complacerla solo le ayudaron a bajarlo de la pared y por deseos de mi abuela, lo golpearon con un madero hasta que todo él, quedó reducido a escombros, no se defendió o salió un alma de él, solo quedó destruido.
Al pasar los años aquella historia solo se volvió un tema de conversación entre mi abuela y yo, supongo que de cierta manera, si nos terminó uniendo más, nunca sabré que es lo que esa cosa era o si alguien podría creer mi historia, solo sé que desde ese día, si creo en dios, pero jamás volveré a hincarme ante un Cristo de yeso.
Autor: Liza Hernández.
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