Llamada al 911 historia De terror 2023

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Llamada al 911 historia De terror 2023

Llamada al 911, historia De terror… La oscuridad de la noche se cernía sobre la ciudad en aquella noche en la que todo comenzó, yo era un joven inexperto operador del 911, intentaba pasar desapercibido en el tranquilo turno de la víspera de Navidad. Mi padre, un veterano del servicio, había orquestado mi empleo aquí. La falta de personal en el turno nocturno no era sorpresa, ya que la mayoría estaba en casa celebrando las festividades con sus seres queridos.

A medida que las horas avanzaban y la soledad del lugar se hacía más palpable, me encontré a punto de abandonar mi puesto.

Las luces parpadeaban en la estación, y el zumbido de las máquinas era la única compañía que tenía. Estaba decidido a darme por vencido y marcharme cuando, en ese preciso momento, un timbre estridente rompió el silencio. Sobresaltado, contesté con voz robótica, repitiendo las palabras que el protocolo dictaba. Sin embargo, del otro lado de la línea, lo único que podía oír eran respiraciones agitadas y entrecortadas, como si alguien estuviera al borde del pánico.

“¿Emergencia? ¿Está alguien ahí?” pregunté con un dejo de fastidio, pensando que podría tratarse de una broma, como las que tantas veces había recibido. La respuesta fue una voz infantil, apenas un susurro al borde del llanto, que repetía con angustia que sus padres habían desaparecido. Rodé los ojos, pensando en un niño despierto por accidente mientras sus padres celebraban. Intenté tranquilizarlo, diciéndole que todo estaría bien.

Por un momento parecía qué lo estaba logrando cuando de pronto, el niño tartamudeó y dejó escapar un ahogado gemido, como si hubiera cubierto su boca para evitar que sus gritos fueran escuchados. Le pregunté qué pasaba, y con una voz quebrada, susurró algo apenas entendible para mí lo cual era que alguien estaba afuera otra vez.

Pregunté inmediatamente de quién se trataba, con la paciencia agotándose. El niño sollozó y admitió que no sabía, pero lo había visto cerca de su casa antes de llamar, y luego había desaparecido. Pidiéndole que describiera al intruso, solo pudo mencionar que llevaba una sudadera con capucha.

Sin saber que más decirle solo le dije que estaba bien y le pregunté que era lo que este hombre hacia afuera intentando así consolarlo. Pero entonces, el niño soltó un grito y golpes resonaron al otro lado de la línea. Su voz temblorosa intentó explicar que el hombre estaba en su ventana, sonriendo.

De repente, un alarido resonó en mi oído, haciéndome saltar en mi asiento. El niño estaba en estado de pánico, sus gritos llenando la línea telefónica. No podía entender lo que decía, pero podía escuchar los ruidos de lucha y objetos rompiéndose. Mi corazón latía con fuerza, sintiendo la urgencia de la situación.

Comencé a hacerle un sin fin de preguntas sobre que era lo que pasaba o que si este había entrado, con el miedo infiltrándose en mis palabras. Sin perder más tiempo pregunté al niño su dirección, sin embargo, este no sabía su dirección, solo podía decirme  el nombre de la estación de metro en la cual descendían, por lo que le pedí que se mantuviera en la línea. Prometí enviar una patrulla y le rogué que se escondiera en su habitación.

El sonido de sus zapatos corriendo confirmó que obedeció, y un portazo selló su refugio. Minutos de tensión se arrastraron, llenos solo de su respiración agitada, y yo me sentí completamente impotente. De repente, un suspiro quebrado se coló por el auricular, seguido por un estruendo de cristales rotos.

El niño decía que el hombre estaba adentro, rogándome ayuda. Le aseguré que la policía estaba en camino, pero el niño seguía hablando en medio de sollozos. Sin embargo, esta vez algo cambió. Escuché otra voz, un murmullo inquietante que parecía provenir del fondo.

Las palabras del niño se volvieron monótonas, repitiendo una y otra vez que el hombre sonreía. Un escalofrío me recorrió la columna al percibir un tono inhumano en esas palabras. La angustia del niño fue desgarradora mientras la otra voz se filtraba en el fondo, murmurando en tono juguetón que lo había encontrado.

Recuerdo como con impotencia preguntaba si estaba bien y qué la policía estaba por llegar, sin embargo, no se escuchaba más que gritos y de pronto el silencio gobernó todo, pregunté una vez más si estaba bien cuando escuché como alguien tomo de vuelta el teléfono, respiraciones pesadas se comenzaron a escuchar, pronto se convirtieron en una desquiciada risa la cual me dijo “Ya lo encontré”

La llamada había terminado, y me quedé allí, con el sudor frío en la frente, procesando la terrorífica serie de eventos que había presenciado a través de un teléfono. La oscuridad de la noche seguía envolviendo la estación, pero esta vez, el zumbido de las máquinas parecía menos solitario, ya que había sido testigo de una emergencia real, una que había requerido mi atención y determinación para resolver y había fallado.

La impotencia se convirtió en un nudo en mi estómago, mientras imaginaba las horribles escenas que podrían estar sucediendo en el otro extremo de la línea. Mi mente divagó entre temores oscuros y pensamientos sombríos mientras esperaba a que llegara la patrulla.

El reloj avanzaba lentamente, cada segundo parecía una eternidad. Y luego, finalmente, las luces rojas y azules parpadeaban en el estacionamiento. La patrulla había llegado. Pero al comunicarme con ellos, el silencio fue la respuesta.

Mi mente se retorcía con preguntas y dudas, incapaz de comprender lo que había ocurrido en esa noche fría de Navidad. Los minutos se convirtieron en horas, y mi mente seguía atormentada por las imágenes que me habían sido susurradas a través de la línea. Aquella voz juguetona y siniestra seguía retumbando en mis oídos.

Después de aquella llamada inquietante, mis pocos compañeros que aún se encontraban ahí me dijeron que sería mejor que me fuera a casa y descansara. El viaje en mi auto de regreso a casa se convirtió en una lucha constante entre la música navideña que inundaba el aire y la voz siniestra que aún retumbaba en mis oídos. Las luces festivas que adornaban las calles, las cuales parpadeaban en medio de la oscuridad, creando una extraña mezcla de belleza y malestar durante todo el trayecto a mi hogar.

A medida que me adentraba en mi casa, la sensación de ser observado parecía persistir. Cada sombra parecía cobrar vida propia, y el crujir de los pisos resonaba en mis oídos como un eco distorsionado. Mis pensamientos seguían regresando a la llamada de emergencia, tratando de descifrar lo que había sucedido y si había algo que hubiera podido hacer de manera diferente.

Me sumergí en mi cama, pero el sueño se resistía a llegar. Las pesadillas de la noche se mezclaban con los retazos de la conversación que había tenido con el niño. Las risas siniestras y los murmullos de la voz desconocida se entremezclaban con los sonidos distantes de las celebraciones navideñas.

A medida que las horas pasaban y el reloj marcaba el inicio de un nuevo día, finalmente me di por vencido y me levanté de la cama. La luz del sol de la mañana intentaba disipar la oscuridad de la noche anterior, pero los recuerdos seguían frescos en mi mente. Me enfrenté al espejo, observando mi reflejo cansado y ojeroso.

La ciudad parecía estar en plena celebración festiva, ajena a la pesadilla que había experimentado. Las risas de los niños jugando en la calle contrastaban con mi estado mental turbado. Decidí buscar noticias locales para ver si había algún informe sobre lo que había sucedido esa noche.

La noticia de que solo habían encontrado un pedazo de oreja y mucha sangre del niño me dejó con un nudo en el estómago. El pensamiento de regresar a trabajar era aterrador, pero mi padre me ínsito a hacerlo, diciendo que debía enfrentar mis miedos.

Mi regreso a la estación fue frío y tenso. Cada llamada telefónica me hacía sobresaltarme, temiendo que aquella voz perturbadora regresara. A medida que el turno avanzaba, el peso en mi pecho crecía. Y entonces, casi al final de mi turno, recibí una llamada.

Respiraciones agitadas llenaron el auricular. Pensando que era otra broma, estuve a punto de colgar cuando escuché claramente la voz del niño que había hablado en aquella fatídica noche de Navidad. Preguntó por qué no lo había ayudado, por qué no cumplí mi promesa de que todo estaría bien. El llanto quebrado del niño comenzó a transformarse lentamente en una risa desquiciada, que creció en intensidad hasta que se convirtió en un cacareo aterrador. El eco de esa risa retorcida quedó en mi mente, como si alguien hubiera dejado caer una piedra en el pozo más oscuro de mi conciencia.

Colgué el teléfono en un estado de pánico, sintiendo como si el abismo mismo me estuviera mirando. La idea de regresar al trabajo se volvió aún más aterradora, y el fantasma de aquella voz continuó acosándome incluso en mis momentos de sueño. Mis noches se convirtieron en una lucha constante contra pesadillas y paranoias, mientras la línea entre la realidad y la locura comenzaba a desdibujarse.

Cada vez que cerraba los ojos, podía sentir la presencia de aquella risa en lo más profundo de mi mente. No había escape, no había refugio seguro. Y luego, una noche, el terror se arraigó aún más en mi ser.

En medio de un sueño agitado, mi celular sonó con un tono que retumbó en mis pesadillas. Temblando, contesté y, para mi horror, la risa desquiciada comenzó a llenar el auricular. Pero eso no fue lo peor. Sentí algo viscoso rozando mi oreja mientras la voz se reía con frenesí. Una lengua repugnante y fría parecía arrastrarse por mi piel, y el miedo que inundó mi ser me despertó de golpe, exaltado y al borde del llanto.

Jadeando, traté de recuperar la compostura mientras mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Estaba harto de todo esto. Caminé hasta la cocina, buscando un vaso de agua para calmarme. Me repetí que solo era el estrés, que mi mente estaba jugando trucos crueles debido a los traumas que había experimentado. Aquel hombre enfermo, responsable de la muerte del niño, estaba tratando de jugar con mi mente, convencerme de que la realidad era tan oscura como él.

Volví a la cama, deseando que mi mente encontrara la paz que tanto anhelaba. Pero al pasar por la sala, algo captó mi atención. Miré por la ventana y mi corazón se detuvo al verlo: un hombre encapuchado en la acera de enfrente.

La tenue luz del alumbrado público apenas iluminaba la figura, pero eso no importaba. Sabía quién era, reconocí la silueta encapuchada como si la hubiera visto en mis pesadillas. Un escalofrío recorrió todo mi ser mientras la realidad de la situación se asentaba. El mismo hombre que me había aterrorizado desde aquella noche de víspera de Navidad estaba allí, en la oscuridad de la noche.

Llamada al 911 Historia De Terror

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Mis piernas temblaron y mi pulso se aceleró. El pánico me envolvió, pero no pude apartar la mirada de aquella figura siniestra en la distancia. Solo pude pensar en correr, en huir de aquel espectro que había convertido mi vida en una pesadilla constante. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera considerarlo, una risa distorsionada y amenazante resonó en mi mente, ahogando cualquier intento de cordura que me quedara.

Mis pasos se convirtieron en una carrera frenética mientras corría hacia mi habitación, rogando que todo esto fuera parte de mis recurrentes pesadillas. Pero, mientras me acurrucaba bajo las sábanas, me di cuenta de que esta vez era diferente. No podía despertar de este horror. Aquello era real.

El terror me consumía mientras la risa del hombre resonaba en mi mente una y otra vez. No había escapatoria, no había solución. Mi mente y mi realidad se habían fusionado en un remolino de pesadilla. Cerré los ojos con fuerza, deseando que todo desapareciera, que esta tortura terminara.

Después de innumerables intentos, finalmente logré caer en un sueño agotador. Mi mente y mi cuerpo estaban al límite, pero el sueño fue mi única tregua de la oscuridad. Al despertar al día siguiente, el sol trató de disipar las sombras que me habían atormentado, pero sabía que la calma era efímera.

Al pasar junto a aquella ventana, una duda momentánea se apoderó de mí. Me cuestioné a mi mismo la posibilidad de mirar o no. La curiosidad luchaba contra el miedo en un conflicto interno, y finalmente la curiosidad venció. Me detuve y volví la mirada hacia la ventana. Pero ahí no había nadie, solo la oscuridad vacía. Mi corazón latía con fuerza, y me sentí aliviado y confundido al mismo tiempo, pensé que talvez solo había sido una pesadilla, una alucinación causada por el estrés y el trauma.

Mis días siguieron su curso, y lentamente el terror que me había acosado parecía perder su agarre. Me convencí de que todo había sido una combinación de miedos internos y agotamiento extremo. Intenté llevar una vida normal, regresando a mis actividades diarias y tratando de olvidar las visiones que habían atormentado mi mente.

Sin embargo, el tiempo no parecía ser suficiente para borrar por completo las cicatrices de aquella experiencia. Cada sombra inofensiva en la esquina de mi visión, cada risa distante, me recordaba la risa desquiciada del hombre encapuchado. La paranoia se convirtió en una compañera constante, y mi capacidad para diferenciar la realidad de la fantasía se desvaneció.

Las noches eran las peores. A pesar de mis intentos de negarlo, el miedo seguía latente en mi subconsciente. Las pesadillas regresaban con una intensidad feroz, mezclando recuerdos distorsionados con las imágenes de aquel hombre siniestro. El insomnio se convirtió en una parte inevitable de mi rutina, y el agotamiento continuo solo alimentaba mis miedos.

Puedo recordar a la perfección el día en el que todo se fue aún más al demonio. Aquél día no tenía que trabajar, así que decidí visitar un arroyo al que solía ir cuando era más joven. Solía ser un lugar de tranquilidad y paz, un refugio de la realidad. Pero incluso allí, el miedo no me abandonaba por completo. Una sensación constante de ser observado me acompañaba, haciendo que me volteara varias veces, buscando algo que nunca encontraba.

Cuando finalmente decidí regresar, una sensación de inquietud se apoderó de mí al mirar el espejo retrovisor. En el asiento trasero, sentado, se encontraba un hombre encapuchado, agachado de tal manera que su rostro permanecía oculto. Un grito escapó de mi garganta mientras la risa desquiciada retumbaba en mis oídos. Salté del auto, con mi corazón martillando en mi pecho.

La risa persistía mientras yo luchaba por mantener la cordura. El hombre encapuchado me miraba desde el interior del auto, su sonrisa inhumana se retorcía de manera antinatural. Su voz, entre risas, murmuraba: “Te encontré. Ya te encontré”.

Tartamudeando, retrocedí, incapaz de apartar la vista de aquella figura aterradora. Cada parte de mi ser gritaba que corriera, que huyera de aquello que me perseguía. Pero la voz seguía resonando en mi mente, recordándome que no había escapatoria.

Me tambaleé, dando la espalda al auto y corriendo en la dirección opuesta. Mis pulmones ardían, y cada latido de mi corazón estaba acompañado por la risa retorcida que me acosaba. No me atrevía a mirar atrás, temiendo lo que podría encontrar.

Finalmente, el sonido de la risa comenzó a desvanecerse, dejando un eco inquietante en mi mente. Mi cuerpo se desplomó en el suelo, exhausto y tembloroso. Miré al cielo, buscando respuestas que no tenían sentido. El sol brillaba, ajeno a la pesadilla que había invadido mi vida.

No importa cuánto corriera, no importa cuánto intentara escapar, aquella risa y aquella figura me perseguirían siempre. La línea entre lo real y lo imaginario se había roto, y ahora estaba atrapado en una espiral de terror del cual no podía escapar.

La pesadilla que había entrado en mi vida parecía no tener fin. Después de aquel último encuentro terrorífico en mi auto, tomé una decisión drástica. Renuncié a mi empleo en la estación de emergencias. No deseaba tener nada más que ver con aquel sitio que había sido el epicentro de mi horrible pesadilla.

Me tuve que deshacer de mi teléfono, ya que las llamadas continuaban atormentándome. Al principio, parecían provenir de amigos y familiares. Sin embargo, al contestar, solo podía escuchar la risa retorcida que me había acosado desde aquella fatídica víspera de Navidad. Por lo que pensando que cortando la conexión con aquella fuente de terror podría finalmente encontrar paz. Sin embargo aquella risa y voces retumbaban dentro de mi cabeza.

Mi familia comenzó a preocuparse seriamente por mí. Pensaban que había perdido la cordura, que el trauma había destrozado mi mente. A menudo, me encontraban en mi habitación, en la oscuridad, evitando la luz del sol. Mis comidas se volvieron escasas, y no me importaba el mundo exterior. Para mí, el mundo había perdido su color y su significado.

Afirmaba que aquel hombre, aquel ser sonriente que me perseguía en mis sueños y pesadillas, estaba ahí afuera, esperando por mí. Me decía a mí mismo que solo quería esperar a que saliera para arrastrarme a las profundidades de su horror. Mi familia trató de ayudarme, de llevarme a terapia, pero nada parecía disipar la nube de oscuridad que se cernía sobre mí.

Las noches eran las peores. Golpes leves en mi ventana resonaban en la oscuridad, como susurros de advertencia. Cada golpe se sumaba a mi paranoia, cada rasguño en el cristal parecía una amenaza. Me quedaba despierto, con los ojos fijos en la ventana, temiendo el momento en que finalmente apareciera, listo para cumplir su promesa siniestra.

El tiempo pasó lentamente, arrastrándose con cada agonizante segundo. La presencia del hombre encapuchado comenzó a desvanecerse gradualmente, como si el tiempo y la distancia lo estuvieran llevando lejos. Pero eso no significaba que el miedo desapareciera. Cada sombra, cada ruido, me recordaba a él y a la risa que había marcado mi vida.

Finalmente, a medida que los años avanzaban, la presencia de aquel hombre se convirtió en un recuerdo lejano, una sombra difusa en mi memoria. Aunque la oscuridad que había dejado atrás aún afectaba mi vida, ya no me sentía completamente atrapado en su influencia. Mi familia seguía preocupada, pero su atención se desplazó hacia otros problemas, dejándome en paz en mi reclusión.

Aunque aquel hombre parecía haber desaparecido, yo sabía que aún estaba ahí fuera, esperando en la oscuridad. Cada vez que veía un rincón oscuro, sentía una mirada en la sombra. Sabía que no podía escapar de lo que había vivido, de la pesadilla que se había convertido en mi realidad. Y así, mientras avanzo a través de la vida, todavía puedo sentir sus ojos en mí, recordándome que no importa cuán lejos corra, nunca estaré libre de la oscuridad que me persigue. Cuando llegue ahí, me detendré, sabiendo que, aunque pueda evitar el lugar físico, nunca podré escapar de mi propio tormento interno.

Autor: Aurora Escalante

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