El Supermercado Halloween 2022

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El Supermercado Halloween 2022

El supermercado, halloween… «Eres un marica» Sonaba la voz de Raúl en mi cabeza, el chico más intrépido y valiente de mi salón (Tan intrépido y valiente cómo se podía ser a los quince años), se había vuelto muy popular después de hacer un estúpido reto viral de internet.

Había pasado la noche entera dentro de un supermercado, por los vídeos que había subido como pruebas, básicamente se quedó detrás de una pila de colchones hasta que el lugar estuvo cerrado, entonces aprovecho para escabullirse y robar gaseosas y golosinas, las cámaras de seguridad lo habían captado y ahora su rostro estaba pegado en el muro de vetados.

Honestamente me parecía una hazaña estúpida por unos cuantos me gusta, y no tuve reparo en decirlo cuando volvió a contar esa historia estúpida por cuarta vez en el día.

–Puedes callarte ya. –Le ordené, cuando subió a mi pupitre de un salto y pisó mi trabajo de matemáticas. –a nadie le importa cómo pasaste doce horas detrás de un colchón.

Se quedó callado unos segundos, su cara se puso roja y puedo jurar que por un momento se tambaleo y sintió algo de vértigo, algunas risitas sonaron por el aula y sus amigos comenzaron a hacer una bulla que parecía incitar a qué me golpeara por menospreciar su historia.

–Lo dices porque eres un marica. –Respondió con una falsa seguridad, rogando mantener su “estatus”. –Jamás tendrías las pelotas de hacer algo cómo eso.

Hasta el día de hoy no sé porque lo hice, tal vez fue la bulla que me dejaría cómo un perpetuo cobarde si no aceptaba, tal vez fue porque quería que quitara sus tenis sucios de mi tarea, o tal vez, muy en el fondo yo era cómo el, quería lo que él tenía, la atención y gloria que traía infringir la ley.

Sin embargo, siempre me sentí más inteligente que el o cualquiera en esa escuela, si iba a hacerlo, lo haría bien, lo planee por dos semanas, durante ese tiempo me dediqué a buscar el supermercado perfecto.

Sabía qué estaba buscando; uno lo más alejado de mi zona posible, no quería que mi madre fuera un día de compras solo para ver la fotografía de su pequeño en lo que ella llamaba “el muro de la vergüenza”, si iba a hacerlo debía ir a uno a no menos de treinta minutos en autobús, estudiaría las cámaras para asegurarme de moverme solo por los puntos ciegos.

También estudiaría el lugar para saber exactamente dónde me ocultaría y finalmente, no robaría nada, no era cómo Raúl, el cuál creía que la vida era tan fácil cómo tomar lo que se necesitara y no tener consecuencias por ello, había sido criado con muchos valores desde muy temprana edad, mi madre era enfermera y muchas veces debía encargarme de mi mismo, mamá sabía eso, así que se aseguró de que no fuera a cometer una gran tontería.

Encontrar un supermercado que cumpliera con mis requisitos fue quizás el mayor de los desafíos, todos tenían cámaras de seguridad modernas y cómo el reto era relativamente viral, los guardias de seguridad estaban muy alerta de cualquier adolescentes que diera pintas de ser sospechoso, sin mentir, pude haber inspeccionado más de diez supermercados, tachando todos y cada uno por considerarlos demasiado arriesgados.

Realmente considere en rendirme después del décimo, cómo dije antes, unos cuantos likes no valían tanto.
–Creo que encontré uno perfecto.

Dijo Miranda un día, dejando caer su mochila en mi sillón, a ella no podía ocultarle nada por mucho tiempo, siempre tuve una gran debilidad hacia ella, su madre y la mía trabajaban en el mismo hospital y de más pequeños, nos dejaban en la casa del otro con la esperanza de que nos cuidáramos mutuamente, algo que había funcionado, no solo nos cuidábamos uno al otro, sino que nuestro lazo era más asemejando al de hermanos, siendo dos años mayor que yo, Miranda cursaba la preparatoria así que conocía mucho más territorio que yo.

–No se de que hablas. –Le contesté sujetando el control remoto con fuerza pues sabía que intentaría quitármelo. –Creí que hoy jugarías básquetbol.

–Lo cancelé. –Dijo dejándose caer a lado mío. –De hecho fue por tu culpa, un compañero dijo haber encontrado el supermercado perfecto, así que fui a echarle un vistazo y te juro que es el puto santo Grial de éste reto, pocos empleados, guardia de seguridad anciano y lo mejor de todo, sin cámaras.

–Suena demasiado bueno para ser real. –Le contesté incrédulo. –¿Te fijaste bien?
–¿Me tomas por ciega?
–Pues veo tus gruesas gafas y la verdad no se que pensar.
–imbécil.
Me dijo sonriendo mientras me golpeaba con un cojín del sofá, esa tarde fuimos al aclamado lugar, mi mente se desconcertó un poco, Miranda había omitido el detalle de que parecía que se construyó con el propósito de que solo los que realmente quisieran comprar ahí pudieran encontrarlo, la pintura se veía vieja y se estaba cayendo de algunas partes.

“El Rey de las compras” se alcanzaba a leer de un oxidado letrero, aunado con un eslogan “Todos obtienen lo que buscan, por un buen precio”, si mi vista me era fiel, su logo parecía ser un jocoso diablito regordete, con una corona en la cabeza, el cual empujaba un carrito de compras.

Si Miranda no me hubiese dicho que el sitio estaba operando, yo hubiese jurado que era un lugar abandonado.Entramos, Miranda tenía razón, el guardia de seguridad era tan viejo que se estaba durmiendo parado, no había cámaras visibles en ningún lado de la tienda y no había podido contar más de cinco empleados, el lugar perfecto para pasar la noche y no ser vetado de por vida.

Sin embargo había algo en el sitio que causaba escalofríos, todo dentro de el, parecía muy viejo, cómo si fuese ambientado en los setentas y literalmente podías perder horas de tu vida ahí adentro, de no ser por nuestros teléfonos, Miranda y yo, pudimos habernos quedado ahí adentro dos horas, que se sintieron cómo media, nos tomó tres días más el quedarnos ahí, le dije a Miranda que no hacía falta, que podía meterse en muchos problemas, pero me dijo que no me dejaría hundirme solo.

Mientras pasaban los que yo había denominado “días de exploración”, nos dábamos cuenta que el sitio era muy extraño, no solo por su aspecto, si no por sus empleados e incluso clientes, estos caminaban de manera extraña, me atrevería a decir que hasta automática.

En esos tres días no escuché hablar a ninguno de ellos y cuando Miranda o yo decíamos cualquier cosa, éramos mirados con desaprobación hasta que salíamos del pasillo, tomaban las cosas casi por inercia, no sé detenían ni un minuto a leer las etiquetas, con la mirada siempre al frente y caminando de manera erecta, recapitulando mientras escribo estás líneas, podría asegurar que parpadeaban al mismo tiempo.

Lo planeamos muy bien, nuestras madres tendrían guardia en el hospital y solo bastaba dejar nuestros televisores encendidos para que la vecina chismosa confirmara que estuvimos en casa toda la noche, llegamos solo treinta minutos antes de que la tienda cerrara, esperamos a que no hubiese nadie y nos ocultamos detrás de pilas de cajas de refresco, era el lugar seleccionado, lo suficientemente pesadas para que no se cayeran, si nos movíamos durante la noche y cualquier vibración medianamente fuerte hacia que el vidrio hiciera ruido, por lo que seguramente los empleados estarían acostumbrados a que sonara debes en cuando.

–A todos los compradores, –Sonó por los altavoces de la tienda, la voz era linda y femenina, honestamente la primera voz que habíamos escuchado en ese sitio que no fuera la nuestra.

–Se les informa que las puertas se cerrarán en diez minutos, no se quede adentro, porque las puertas se abrirán hasta las seis de la mañana, que pase una buena noche y recuerde en el rey de las compras, todos encuentran lo que buscan por un buen precio”.

Ambos nos sonreímos con complicidad y solo tuvimos que ser pacientes, las personas que aún estaban en la tienda salían apresuradas, tanto clientes cómo empleados pasaban casi corriendo, cómo si realmente creyeran que no saldrían después de diez minutos, probablemente esa debió ser otra de las señales, pero cómo dos estúpidos adolescentes, decidimos ignorarlo, nuestro objetivo era claro.

Probablemente estuvimos ahí en total silencio cerca de una hora y media, teníamos el temor de que los empleados nocturnos o guardia de seguridad, estuviera dando vueltas, haciendo su rondín nocturno o simplemente acomodando la mercancía fuera de su lugar, sin embargo ninguna de esas cosas pasaron.

–¿Crees que enserio, nadie se quedó adentro? –Me preguntó Miranda, mientras se asomaba por entre las rendijas de las cajas de refresco. –no lo sé, pero no hemos escuchado a nadie en más de una hora, al menos debimos oír algo.

–No lo sé, –Respondí, mientras también miraba por las rendijas. –pero la foto que subí hace una hora, fue comentada por Raúl, dice que cómo prueba debo tomar otra en un pasillo.

–Entonces hay que hacerlo. –Dijo Miranda con seguridad. –Si no los convences, todo esto habrá sido en vano, además es una oportunidad para ver si hay empleados o podemos relajarnos.

–Supongo que tienes razón.
Tardé unos quince minutos en tener el valor suficiente, cómo para salir, saque mi cabeza primero, miré a un lado y después al otro, realmente se veía en total soledad.

Miranda me dio un fuerte empujón a modo de broma que me hizo caer, mis rodillas golpeando contra el suelo provocaron un eco que rápidamente se extendió por la tienda, de inmediato ambos volvimos a nuestro escondite, rezando para que si alguien estaba cerca, no supiera el origen del sonido.

Pasó media hora en la que nadie siquiera se acercó, tampoco podíamos escuchar nada, así que o el lugar estaba vacío, o tenía a los empleados nocturnos más flojos y silenciosos del universo.

Salimos más confiados, caminamos al pasillo de sopas, pudimos notar un par de cosas raras en el camino, cómo que el piso se veía totalmente limpio y todas las estanterías estaban completamente acomodadas, listas para recibir a sus clientes por la mañana, ambos intercambiamos miradas, no teníamos que decirlo en voz alta para saber a qué nos referíamos, «Estuvimos ocultos media hora, muertos de miedo» pensaba. «Probablemente, cómo nadie se queda los empleados hacen la limpieza antes de irse».

Siempre fui una persona racional, mi madre nunca pudo engañarme con el hada de los dientes o los reyes magos, siempre tenía que encontrar una respuesta lógica a todo para sentirme completo.

–Párate ahí. –Me dijo Miranda con teléfono en mano. –Sostén un par de latas para que se vea más real.

–Ok. –Obedecí y tomé dos latas aleatorias de la estantería.
–Quítate el gorro. –Ordenó, mientras me enfocaba. –Se tiene que ver tu cara, perfecto, ahora di, vete a la mierda Raúl.

–«Jaja». Vete a la mierda Raúl.
–Sabes un vídeo sería mejor, digo, cualquier idiota edita una foto.
–Eso es cierto, grábame y busquemos la lata de sopa más desagradable.
–Estamos en el supermercado, el rey de las compras y veamos que comida enlatada asquerosa venden.

–Mira esta. –Dije sujetando la lata y mostrando lo a cámara. –“Salchichas al vapor, en vinagre”

¿Por qué alguien herviría una salchicha para después meterla en vinagre?
–Eso no es nada, mira esto “Frijoles con piña y lomo de cerdo” ¿Quién compra estás cosas?
–Que asco, no creo que encontremos algo más asqueroso que esto.

Después de eso, ambos volvimos a nuestro escondite, estábamos un noventa y nueve porciento seguros de que el lugar estaba vacío, pero aún así, no queríamos tentar a nuestra suerte.

Una vez ahí Miranda me prestó su teléfono para ver las fotos tomadas y el vídeo, me puse los audífonos y comencé a pasar las fotos con moderada rapidez, resulta que para más pruebas, Miranda había tomado una foto a todo lo que pudiera indicar que estaba vacío, como la única caja registradora que se alcanzaba a divisar o la cortina de aceró que cubría la entrada.

Sonreí con ligereza, siempre me considere listo, pero cuando se trataba de personas o sociedad en general, Miranda me llevaba la delantera, el video parecía extraño en un inicio, mi cara y mano derecha, parecían estar nubosos, cómo si los pixeles estuvieran en desorden por alguna razón, de inmediato volvieron a su lugar así que decidí no darle mayor importancia, el video era perfecto para cerrarle la boca a Raúl.

Pero, justo al final pude ver algo, parecía una silueta difuminada.
–Mierda, –Le dije a Miranda con preocupación. –estamos jodidos.

–¿Que?
–Hay alguien en la tienda, nos vio grabando, mira.

Le di el teléfono, pausado justo en el momento en el que la silueta se notaba.
–Talvez es suciedad de la cámara. –Me respondió, Miranda siempre deseaba ver el lado bueno de las cosas, aún si se las tenía que inventar.

–No e limpiado la cámara en todo el día. –Procedió a limpiarla con su playera.
–Se ve clarísimo que es una persona.

Respondí, esta vez con más temor y comencé a ver de manera más detenida las fotografías, horrorizado, noté que esa silueta aparecía en todas y cada una de las fotos, en algunas era difícil darte cuenta de su presencia, en la foto de la entrada solo podía verse un pedazo parecido a la pierna y el brazo, pero en otras podía verse más clara y lo suficientemente cerca cómo para que no nos notara.

Mi dedo temblaba al deslizar a la siguiente y última foto, podría jurar que con cada una, estaba más cerca, deslicé, la foto mía sosteniendo dos latas de sopa, estaba en mi hombro, no sé cómo explicarlo, era un rostro transparente, no podía distinguir su sexo, pero si que estaba enojado, solté el teléfono de los nervios, cómo si pensara que saldría de la pantalla en cualquier momento.

El supermercado Halloween

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–¿Cuál es tu problema? –Dijo Miranda enojada. –No tiene mica de cristal aún estúpido.
–Mira.

Alcancé a contestar, mi boca estaba seca y mi lengua no obedecía a mi cerebro.

–¡Que mierda! –Respondió Miranda sorprendida. –¿Qué carajos es esto? Si es una de tus bromas.
–Es tu teléfono y tu tomaste esa foto ¿Enserio crees que y…

Ni siquiera pude terminar mi defensa, cuando las cajas de soda comenzaron a tambalearse, cómo si de un temblor se tratara, era imposible que hubiese tanta gente moviendo la larga y pesada hilera de caja, solo para darnos una lección o hacernos salir.

Tomé la mano de Miranda, y comencé a correr en dirección a la salida, hasta hoy no sé porque lo hice, sabíamos que estaba cerrada por una cortina de acero que solo podríamos cortar con un equipo especial, y aún así, fue todo lo que se me ocurrió.

Las cajas se movían con tal violencia que creía que se nos caerían encima, nos tomó solo medio camino para darnos cuenta de que no había empleados moviendo las cajas, estas se estaban sacudiendo por si solas y no solo esta, al apenas salir, lo pudimos comprobar, todas las estanterías se sacudían, tirando la mercancía que portaban, algunas latas se abollaban, Miranda y yo intercambiamos aterrorizadas miradas, sabíamos perfectamente que no era un temblor, el piso no se estaba moviendo.

Sin pensarlo dos veces seguimos corriendo en dirección a la entrada, solo para darnos cuenta de lo evidente, estaba cerrada y las ventanas estaban muy altas cómo para considerar salir por ellas, risitas, gritos y lamentos comenzaron a escucharse por todo el lugar.

En ese momento Miranda tomó mi mano y corrió a la farmacia, por su mirada sabía que ella tampoco tenía un plan, nos “ocultó” detrás de el mostrador de farmacia, mientras se repetía a si misma una y otra vez «no es real, no es real, no es real, no es real». Podía notar que realmente creía en sus palabras, pero no importa cuánta fe tengas en algo cuando la realidad te golpea.

Mi corazón latía muy fuerte y mi cerebro trataba desesperadamente de encontrar lógica, los llantos solo me hacían imaginar a las desafortunadas almas que seguramente se quedaron atrapadas en ese supermercado del demonio y ahora, estábamos a punto de terminar cómo ellas.

–¡Bo… Bodega!
Grité, rogando a Dios porque la idea que se me había ocurrido hace apenas dos segundos, tuviese una especie de sentido, pensaba que por seguridad todo lugar debía tener una salida de emergencia para empleados (ahora que lo pienso bien, era estúpido pensar que un lugar donde los empleados huyen despavoridos cuando su turno terminaba, tuviera una salida de emergencia en las bodegas, no lo sé, supongo que realmente quería aferrarme a algo).

Miranda lo pensó por un momento antes de entender mi idea, desgraciadamente solo esos segundos bastaron para que lugar hiciera su siguiente movimiento, las estanterías y anaqueles dejaron de sacudirse, pero lo peor vino con aquella calma, las luces comenzaron un horrible y surrealista tintineo, parpadeaban, aveces con rapidez y otras más lentas.

Miranda y yo nos volvimos a tomar de la mano para volver a correr, no sabíamos exactamente la dirección, en las tres visitas de exploración, jamás entramos a ninguno de esos lugares, pues cómo los letreros lo indicaban eran solo para empleados.

Las luces tintineando confundían mi ya de por sí aterrorizada vista, no podría asegurarlo con certeza, pero creo haber visto personas, personas espectrales, transparentes y levitando cómo en cualquier película de terror, Miranda tropezó con aquella lata de cerdo con piña, de la que momentos atrás nos habíamos mofado.

Nos levantamos lo más rápido que pudimos, sin antes notar con horror otra de las muchas sorpresas del lugar, mi vista se distrajo al notar cómo de las paredes y estanterías escurría un líquido rojizo y espeso que hasta el día de hoy puedo jurar que era sangre.

Lo siguiente que ocurrió está algo nuboso en mi memoria, algunas veces lo recuerdo cómo una extraña fuerza invisible, otras veces toma forma, grande y carnoso, me atrevería a decir que parecía un gusano, cómo una gorda oruga de un metro de alto y cómo seis de largo, con asquerosos bellos negruzcos y verrugas rojisas en algunas partes de su amorfo cuerpo.

Pero sea cual sea el recuerdo correcto, me separó de Miranda, lanzándonos por el piso en direcciones contrarias, mi recorrido terminó conmigo estrellándome contra una pila de cerveza oscura, rompí varias botellas, algunos vidrios se enterraron en mi cabeza, otros más en mi cara.

No sé si fueron segundos, minutos u horas lo que duró mi inconsciencia, pero estoy seguro que cuando abrí los ojos los productos estaban volviendo a las estanterías por si solos, no podría describirlo de otra forma más que un vídeo que pones en rebobinar.

Me levanté tambaleante, con el único propósito en mente de encontrar a Miranda, mi cabeza sangraba y podía jurar que tenía fragmentos de vidrio en mi ojo.

–¡Miranda! –Grité con la esperanza de que ella también me estuviera buscando. –¡Miranda!
Volví a gritar, era desesperante no verla por ninguna parte.

De pronto pude divisar algo a lo lejos, una persona, o al menos eso parecía a mi percepción, mi vista no se encontraba tan bien y con todo lo que había visto la noche anterior, tenía mis razones para desconfiar de ella.

Era el diablito del cartel, no se explicarlo de otra forma, mucho más alto que el dibujo obviamente, pero fuera de eso era el mismo.

Regordete, con pezuñas en lugar de pies, con pantalones de rayas negras y blancas con un saco que combinaba, barba de chivo, y bigote en espiral, con una reluciente corona dorada en medio de su cornamenta, caminaba lenta y pomposamente hacia la puerta a la que la noche anterior queríamos llegar, empujaba un carrito de compras, de la impresión, me costó un poco darme cuenta que había en el carro, pero pronto cobro sentido, aunque envuelta e inerte en una sábana blanca al final podía verse el pie con un zapato inconfundible para mí, era Miranda.

Intenté dar un paso apresurado a su dirección, cuando una tosca mano me sujetó por el hombro.

–Tu no puedes estar aquí jovencito.

–Dijo el anciano guardia de seguridad, jalándome hacía la salida. –Espero que haya valido la pena.

–No, no, usted no entiende. –Suplicaba mientras trataba de liberarme, era muy fuerte para su edad. –Mi amiga, el se la llevó. Espere ¿A qué se refiere con valer la pena?
Ninguna de mis súplicas o preguntas fue contestada ese día y mi cuerpo se resignó a qué no podría liberarse de ese guardia, estaba decidido a sacarme de la tienda y eso haría.

«Nuestras puertas están abiertas de nuevo» Se escuchaba la voz por los altavoces. «a nuestros clientes más nuevos les deseamos un maravilloso día, y recuerden, en “El rey de los precios bajos, todos obtienen lo que buscan por un buen precio”.»

Espere a Miranda por horas afuera del supermercado, tenía la esperanza de que fuera echada igual que yo, pero eso no ocurrió, me porte cómo un cobarde después de eso, nunca se lo dije a nadie, deje que la madre de Miranda gastará todo lo que tenía tratando de encontrar a su hija, tenía miedo de que esa cosa que se la llevó lo hiciera conmigo si decía algo.

Volví hace un par de semanas, ahora soy un adulto de casi cuarenta años, honestamente una parte de mi enserio quería que todo fuese una pesadilla, una historia que me imaginé y creí por no soportar la desaparición de mi mejor amiga, conduje hasta el supermercado, no podía creerlo estaba ahí, entré y recorrí sus pasillos, encontré con horror la realidad que me atormento por todos estos años, Miranda estaba aún aquí, con sus jeens rosas, su blusa morada y sus tenis favoritos, con la mirada perdida cómo todos y en su cesta solo había latas y latas de frijoles con piña y lomo de cerdo.

El lugar está cerrado conmigo adentro, hoy, cuando le ponga punto final a este escrito, caminaré a la salida y sacaré las hojas por las rendijas con la esperanza de que alguien las encuentre y cuente la historia de la dulce Miranda y su cobarde amigo, que el día de hoy lo que busca es que ella sea liberada, y a cambio pagaré conmigo, porque en el rey de los precios bajos, todos obtienen lo que quieren por el precio justo.

Autor: Liza Hernández.

Derechos Reservados.

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Historias de Terror