Las Señales Historia De Terror 2024

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Las Señales Historia De Terror 2024

Las Señales Historia De Terror… Me llamo Beatriz, y esto que te contaré me pasó hace un año, pocas veces lo compartí con alguien más, porque es algo muy especial entre mi hermano y yo, pero hace poco me di cuenta que el saber que él ha estado siempre conmigo, me ayudó a sobrellevar su partida.

Fue el primer hijo, me llevaba siete años, siempre fuimos muy unidos desde niños, yo lo quería mucho, como mi mamá siempre tuvo que trabajar, a veces no tenía tiempo para atendernos, entonces él me levantaba por las mañanas, me preparaba el desayuno y me llevaba a la escuela, al regresar me revisaba mis libretas, comíamos juntos y más tarde hacíamos la tarea en la sala de la casa, siempre estuvo ahí para cuidarme, era el mejor hermano de todos.

Desde que yo recuerdo, siempre se preocupó porque le pusiéramos su ofrenda a mi papá y a mi abuelito el Día de Muertos, entonces pasábamos ese día acomodando el mantel, las flores, las veladoras, el pan de muerto, una que otra botella de mezcal, de las que le gustaban tanto a mi abuelito, y sus dulces a mi papá, y al final poníamos sus fotografías en medio de nuestra ofrenda, después pasábamos otro rato decorando toda la sala con el papel picado de figuras de catrinas, y a veces cuando mi mamá se descuidaba, se guardaba algunas calaveritas de azúcar en las bolsas de su chamarra, para que nos las comiéramos después a escondidas en nuestro cuarto, disfrutábamos mucho esos momentos juntos, aunque también le causaban mucha tristeza, sabía que extrañaba mucho a mi papá, lo conoció y convivió un poco más con él que yo, y esos días me platicaba de cuando se lo llevaba al parque o a la feria, o de cuando le ayudaba a poner la ofrenda para mi abuelito, a mi hermano se le iluminaban sus ojos.

Cuando me contaba todo eso, lo veía feliz, aunque fuera por un momento, después no podía ocultar su tristeza, pero entonces me decía que ponerles su ofrenda, sus veladoras, su comida y su bebida que más les gustaba, era una forma de estar con ellos, porque venían a visitarnos cada año para que no los extrañáramos tanto, que solo había que poner atención a las señales que nos anunciaban que ya estaban aquí, como una veladora parpadeante o que se apagara de repente, el olor de su perfume o la caída de su retrato, me decía que había tantas señales, que solo teníamos que ponerles un poco de atención, en esa ocasión mientras me contaba todo esto, el retrato de mi papá se cayó, él sonrió y muy feliz me dijo: «ya ves, papá ya estaba aquí con nosotros», yo entre emocionada y espantada me escondía detrás de mi hermano.

Así pasábamos cada año estas fechas tan importantes, hasta que cumplió los diecisiete y se metió a trabajar por las tardes después de la escuela, para ayudar a mi mamá con los gastos de la casa, dejamos de convivir un poco, pero los ratos que lo veía siempre andaba de buen humor, aunque estuviera cansado o no le hubiera ido muy bien que digamos en el trabajo, en las charlas que teníamos después de la cena, mientras lavábamos los platos, me platicó muchas veces que su sueño era ser ingeniero civil, y lo logró, se graduó con el mejor promedio de su generación, en el Politécnico de Zacatenco, y a los pocos meses empezó a trabajar en una gran constructora, se lo merecía, eso y más.

Apenas llevaba unas semanas laborando cuando sucedió aquel espantoso accidente, en la autopista México-Querétaro, cuando venía de regreso a casa. A veces no entiendo por qué la vida nos quita lo que más queremos, mi hermano era un hombre bueno y estuvo siempre para mi mamá y para mí en todo momento, cuando nos avisaron por teléfono del accidente no podíamos creerlo, yo me negaba a creerlo, mi mamá se puso muy mala y la tuve que llevar a urgencias, fueron sus amigos quienes nos ayudaron mucho para todo el papeleo, cuando trajeron su ataúd a la casa yo sentía que me moría con él, estaba destrozada, no podía aceptar que ya no estuviera con nosotros, entonces Lucía, una de mis primas, me tuvo que recostar en la sala por un rato, y después darme un té para que me tranquilizara, te juro fue la noche más larga y triste de toda mi vida, al otro día lo enterramos junto a mi papá y mi abuelito.

No sabría decirte como sobrellevé todo este dolor los siguientes meses, mi mamá no pudo recuperarse por completo, por lo que tenía que estar más pendiente de ella para darle sus medicinas, después de dejarla desayunada, solo esperaba a Jessy, una chica que me ayudaba a cuidarla, para irme corriendo a la escuela, si salía temprano pasaba a casa para comer con ella y de ahí al trabajo, hasta la noche, lo más difícil de todo este tiempo, es que no había un solo día que no extrañara a mi hermano, a veces ni dormía y me la pasaba llorando por él hasta la madrugada, si te soy sincera, hubo un momento en que la verdad creí que ya no podría más, el tiempo pasaban sin ningún sentido para mí, hasta que llegó el Día de Muertos, aquel día me levanté temprano, más por costumbre que de ganas, y me fue fui al mercado por las flores, las veladoras y algo de pan para la ofrenda, aunque mi mamá ya podía caminar, no quise despertarla y la dejé dormir otro rato, llegué a casa y desayunamos, entonces me dijo que mi tía Lourdes vendría por nosotras para ir a visitar a mi papá y a mi hermano al panteón, yo le dije que no tenía muchas ganas y que mejor me quedaría a poner la ofrenda, al poco rato llegaron por ella, al salir se despidió y me dijo que no tardaría mucho, yo acomodé la vieja mesita que ocupábamos y la sacudí un poco, la cubrí con un mantel blanco y empecé acomodar todo, cuanto terminé, fui por la foto de mi hermano que estaba en el librero, no pude evitar que se me escurrieran mis lágrimas, traté de tranquilizarme y la puse junto a la de mi papá y la de mi abuelo, prendí todas las veladoras de la ofrenda y me fui a la cocina por una escoba y un recogedor, empecé a barrer los pétalos y pedazos de papel que habían quedado bajo la mesita, cuando de pronto se empezaron a apagar las veladoras, me extrañó mucho que se fueran apagando una por una y no todas de un jalón.

Las Señales Historia De Terror

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Al inicio me dio un poco de miedo, pero pensé que a lo mejor había sido una corriente de aire la que las había apagado, no las volví prender al momento, me fui a la sala a cerrar la ventana y después pasé a la cocina a dejar el recogedor y la escoba, y cuando por fin regresé a la ofrenda, vi como la foto de mi hermano se caí hacía el frente, sobre la mesa, como si alguien la hubiera empujado suavemente, me quedé helada, no podía haber sido una corriente de aire si acababa de cerrar la ventana, en ese momento toda la casa empezó a oler como a perfume, me acerqué con temor a prender las veladoras y levanté el retrato de mi hermano, pensé que quizá ya estaba imaginando cosas, me di la vuelta y empecé a caminar hacía la sala, cuando escuché otra vez como se caí algo detrás de mí, y la fragancia empezaba a ser más penetrante, justo en el momento en que me giré, vi como se apagaron todas las veladoras al mismo tiempo, brinqué del susto y estuve a punto de salir corriendo de ahí, cuando de repente vino a mi mente un recuerdo muy viejo de cuando era niña y ponía la ofrenda con mi hermano, recordé que me decía que nuestros muertitos en verdad venían a visitarnos, que pusiera atención en las señales, porque siempre anunciaban cuando estaban aquí, en ese momento recordé que aquel aroma que inundaba la casa, era la loción que usaba mi hermano.

Ya no pude más y me derrumbé ahí, me arrodillé y le agradecí tanto que hubiera venido, le dije entre sollozos cuanto lo necesitaba, cuanto lo extrañaba, cerré los ojos y empecé a rezar, no sé cuánto tiempo permanecí ahí, hasta que sentí una mano sobre mi hombro, era mi mamá que ya había regresado del panteón, me ayudó a levantarme y me abrazó, traté de explicarle lo que había pasado, pero no hubo necesidad, solo me dijo que ahora ya sabía que él estaría siempre con nosotras.

Pasamos el resto de la tarde en la sala, recordando los mejores momentos que vivimos junto a él, al anochecer, al pasar junto a la ofrenda, me detuve un momento, y le dije a mi hermano que le echaría muchas ganas, para que se sintiera muy orgulloso de mí. 

Autor: Luis Martínez Vázquez

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