La Bruja Del Árbol Historia De Terror 2023

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La Bruja Del Árbol Historia De Terror 2023

La Bruja Del Árbol Historia De Terror… Nací en la colorida y vibrante Ciudad de México, bautizado con el nombre de Francisco Ruiz. Desde que tengo memoria, siempre he querido ser militar. Mis primeros recuerdos están llenos de soldados de juguete y dibujos de hombres con uniformes militares, mis pequeñas manos intentando capturar la fortaleza y la valentía que veía en ellos.

Crecí en una familia amorosa y unida que siempre apoyó mis sueños. Mis padres, ambos maestros, me inculcaron la importancia del compromiso, la disciplina y la dedicación. Mi madre a menudo me encontraba despierto hasta tarde, dibujando planes de batallas y tácticas militares con mis crayones.

Mi infancia fue marcada por un evento que cada año esperaba con impaciencia: el desfile del Día de la Independencia. La anticipación de ver a los militares marchar por las calles de la Ciudad de México con sus impecables uniformes, la disciplina y el orgullo que desprendían, me daba mucha emoción. Cada desfile me hacía saber que mi deseo de unirme a ellos algún día era completamente real.

Al crecer, mi interés por la milicia no disminuyó; al contrario, se fortaleció. Estudié con diligencia, sabiendo que para ingresar a la Academia Militar, necesitaba excelentes calificaciones y un estado físico óptimo. En mis años de adolescencia, equilibré mis estudios académicos con entrenamientos rigurosos, y mi esfuerzo valió la pena cuando fui aceptado.

Actualmente tengo 73 años. Hace muchos años en mi juventud, después de todo el esfuerzo, dedicación y emoción que le había puesto a mi más grande sueño por fin estaba en el ejército militar, sirviendo a mi país. Había cumplido uno de mis sueños y mis padres estaban sumamente orgullosos y tenían mi nombre en alto. Fueron buenos tiempos, la vida era diferente, aunque era demandante ser soldado.

Al principio me costó subir de rango, pero gracias a mi esfuerzo y las múltiples misiones que iba cumpliendo logré ir subiendo poco a poco.

Había hecho grandes amigos, tanto soldados como superiores, que aunque eran muy estrictos siempre estaban para ayudarnos a los de menor rango a crecer, a ser disciplinados y a cumplir con nuestro deber con orgullo.

Por fin era yo quien estaba en uno de esos desfiles que veía con tanto gusto de niño, ahora veía a los pequeños emocionarse cuando me veían pasar y esa era una gran recompensa por todos los sacrificios que había hecho para llegar a donde estaba.

Pese a que me habían enseñado a ser fuerte, valiente y tener coraje al ser tan joven esto era complicado y más cuando se trataba de vidas humanas, pero siempre traté de mostrarme fuerte, aunque en una ocasión si me fue muy difícil.

Sucedieron muchas cosas en aquellos años, pero recuerdo principalmente muchas cosas extrañas. Tengo mucho por contar, pero por el momento narraré una de las que más impactado me dejo algo que sucedió.

Comenzaré contando que era el año de 1970, y me encontraba sirviendo como soldado raso en las filas del Ejército Mexicano. Explicó que es un soldado raso para que me entiendan mejor, bueno es el rango más bajo en el ejército y generalmente se refiere a aquellos que acaban de unirse a las fuerzas armadas o que no han ascendido en el escalafón militar.

Era muy joven aun así que no tenía mucho de mi incorporación al ejército. Y como parte de una de mis primeras labores, a mí y a mi pelotón nos habían encomendado la misión de reforestar las laderas escarpadas del Monte Bravo, en la Sierra de Arteaga, en el estado de Coahuila.

El cometido parecía sencillo, no era más que plantar varios árboles, específicamente pinos. Parecía una misión más y ya, pero no fue así.

El sol de aquella mañana aún se encontraba muy arriba, el fresco amanecer comenzaba a rendirse ante los primeros destellos. Nos encontrábamos en la tarea de repartir los pequeños pinos que habíamos traído para repoblar la zona.

Unas horas después de plantar los pinos algo cansados, cada uno de nosotros llevaba una caja de plástico vacía, donde antes habían estado los pequeños árboles. Las cajas ya en ese momento no servían más que para protegernos del frío y la humedad del suelo.

El aire se llenaba con el olor fresco y ligeramente amargo de los pinos jóvenes y el murmullo de mis compañeros se mezclaba con el sonido del viento entre las ramas. Un rato después sin previo aviso, a eso de las 11:00 de la mañana, el cielo se oscureció ligeramente y una fina llovizna comenzó a caer sobre nosotros. En ese lugar, en la Sierra de Arteaga, la lluvia nunca es solo agua.

Cada gota parecía como un pequeño fragmento de hielo que se estrellaba contra nuestra piel, era normal para el clima de esa región. Poco después la lluvia se intensificó, el sol se escondió y el cielo se tornó de un tono grisáceo casi negro.

Buscando refugio, comenzamos a dispersarnos, buscando la protección de los altos pinos que poblaban el terreno. Los árboles en esa zona son altos y robustos, sus ramas se extienden en un laberinto que es perfecto para los pájaros, ardillas y otros animales.

Nos quedamos bajo ellos, esperando a que la fuerte lluvia pasara. Recuerdo haber mirado hacia arriba, viendo cómo las agujas de los pinos se movían con el viento. Aparte de eso tenía mucho frío, porque aunque estábamos bajo los árboles nos estábamos mojando,

Yo me encontraba junto a mi cabo, un hombre llamado Jorge Castillo, era humilde y disciplinado, originario de un pequeño pueblo de Oaxaca. Sin embargo, algo en mi interior me impulsó a buscar refugio en otro lugar. Era una sensación como de mal presentimiento, le dije a mi cabo que buscaría otro árbol para cubrirme.

No hubo palabras entre nosotros, solo un asentimiento antes de que me alejara. Aquel acto, que parecía tan simple en aquel momento, se convirtió en algo que salvó mi vida.

Distanciándome de mi cabo, me dirigí hacia un árbol de pino solitario que se encontraba a unos 30 o 40 metros de distancia. Aunque la lluvia caía con mayor intensidad, sentía un extraño sentido de calma mientras me adentraba en la espesura. El suelo estaba cubierto de una capa espesa de hierba mojada, cada paso que daba era seguido por el sonido crujiente de la vegetación bajo mis botas.

Fue en ese momento, justo cuando me encontraba a medio camino entre el primer árbol en el que me refugié y el nuevo, cuando el mundo entero pareció detenerse. Un estruendo ensordecedor resonó en el aire, un ruido tan fuerte que parecía venir de todas las direcciones a la vez.

El impacto de la onda de choque me lanzó al suelo, aterricé entre la hierba, mi cuerpo entumecido por la sorpresa y el miedo.

El grito de mis compañeros llenó el aire, mezclándose con el eco del trueno. Todos estábamos tirados en el suelo, aturdidos y asustados. Estaban pidiendo ayuda, gritando que un rayo había caído. En medio de la confusión, la realidad de lo sucedido comenzó a aclararse.

El rayo no nos había golpeado a todos, sino que había impactado en el árbol donde mi cabo se había quedado, el árbol del que me había movido.

Aterrorizado, intenté levantarme y correr hacia él, pero varios de mis compañeros me sujetaron. Me dijeron que no fuera, porque habían escuchado que donde cae un rayo, vuelve a caer otro. Pero las palabras parecían distantes y borrosas, ahogadas por el latir ensordecedor de mi corazón en mis oídos.

Mi mente estaba fija en mi cabo, en el hombre que había quedado solo bajo el árbol donde yo debía haber estado.

Las lágrimas se mezclaban con la llovizna en mi rostro, mientras luchaba por liberarme de las manos que me retenían. Pero por más que luchaba, no podía moverme. Cada grito, cada sollozo era un reflejo de la impotencia que sentía.

La tristeza me inundaba como una marea, golpeándome con la realidad de lo sucedido. Mi cabo, un hombre humilde y disciplinado, había sido golpeado por un rayo a plena luz del día.

Los otros soldados me miraban con asombro y confusión. Me preguntaban que cómo era posible que estuviera ahí, si me habían visto en el mismo árbol que el cabo Jorge. La simpleza de su pregunta solo servía para acentuar la complejidad de mi dolor. Les respondí entre sollozos, que no sabía qué me había hecho cambiar de opinión, pero que lamentaba haberlo dejado bajo ese árbol.

Algunos de ellos me dijeron que gracias a Dios me había quitado a tiempo, sino ya no estaría para contarlo. En aquel momento, la lluvia pareció cesar, dejando solo el sonido de mis sollozos y el murmullo de mis compañeros.

Mi corazón estaba roto, mis pensamientos eran un enorme remolino de confusión y remordimiento. Me acerqué a pesar de los gritos de mis compañeros y revisé su pulso para ver si aún tenía signos de vida y les grité que aún seguía con vida, su corazón aun latía.

En ese momento crucial, enfrenté una decisión de vida o muerte, pues sabía que la vida de mi cabo estaba en mis manos, ya que ninguno de los otros militares quería acercarse. Mis instintos me guiaron hacia la valentía que te enseñan en la escuela militar, dejando a un lado las advertencias de los soldados que me rodeaban.

Con un corazón acelerado y manos temblorosas, me acerqué al cabo Jorge, cuyo rostro estaba cubierto de hollín. Agachándome junto a él, ignoré el agudo olor a humo y las señales de peligro, y comencé a administrarle respiración artificial.

Mis conocimientos en primeros auxilios y la experiencia que había tenido en misiones anteriores me ayudaron. Inspiré profundamente y coloqué mis labios sobre los suyos, tratando de darle vida a sus pulmones. Era consciente del riesgo, consciente de que el humo venenoso podría infiltrarse en mi organismo, pero no me importó, ni por un momento. De verdad, de todo corazón quería salvarle la vida. Pero cuando me di cuenta ya no había signos vitales, ya no latía su corazón y en ese momento mis lágrimas cayeron.

Había hecho una gran amistad con el cabo Jorge, era una persona que definitivamente no merecía esa muerte, había sido un buen hombre y había servido al país siempre con la frente en alto.

Mis compañeros y yo nos quitamos la gorra de servicio y pusimos la mano en el pecho para mostrar respeto.

En mi mente tenía mil pensamientos y todo estaba borroso, aún no podía creer lo que había sucedido. Mi superior había muerto ante mis ojos, mi buen cabo y amigo yacía bajo el árbol. Pude haber muerto también si no me hubiera quitado de ese árbol y no me hubiera refugiado en otro.

La muerte había estado tan cerca de mí, que podía olerla. Las cosas pasan por algo y quizá aún no era mi hora, quizá debía vivir más experiencias en el servicio militar, subir de puesto, poner el nombre de mi país en alto, pero la idea de que mi superior ya no estaba me dolía hasta el alma y pensé en que debí decirle que se moviera también, debí seguir más mi mal presentimiento. Me salvé a mí mismo, pero no a él.

Uno de mis compañeros me sacó de mis pensamientos tocando mi hombro. Al voltear a verlo vi en su rostro una expresión de horror que jamás había visto en nadie y de pronto una sensación de miedo hizo temblar mis manos.

Mi compañero señaló con su dedo el árbol, justo en donde estaba la punta, el árbol que había sido golpeado por el rayo. Estaba humeando, una columna de humo oscuro ascendía hacia el cielo nublado por la lluvia. Los retorcidos restos del pino, antes majestuoso, eran ahora una grotesca sombra de lo que habían sido, su estructura estaba carbonizada y destrozada por la fuerza de la naturaleza.

Yo no vi nada extraño y mi mirada bajó hacía la figura de mi superior que yacía inmóvil bajo el árbol. Su uniforme verde olivo estaba rasgado y chamuscado, la tela deshilachada y quemada en varios lugares. Las botas, que siempre llevaba cuidadosamente atadas, estaban desatadas, las agujetas negras y retorcidas estaban colgando.

Pero cuando mis pensamientos volvían a invadir mi mente mi compañero volvió a tocar mi hombro, señalando de nuevo hacia arriba y en ese momento me di cuenta de algo espantoso.  Sobre el árbol quemado, estaba una silueta femenina, estaba agarrada de la punta.

No entendía que hacía una mujer ahí, no tenía sentido después de lo que había sucedido. Miré más detenidamente y mis compañeros también, sin decir ni una sola palabra y entonces vi que aquella mujer estaba sonriendo y que aunque cuando la vi por primera vez parecía la silueta de una mujer joven, en ese momento era como si estuviera viendo la figura de una anciana.

Uno de mis compañeros dijo que era una bruja, pero yo le dije que no dijera tonterías, que esas cosas no existían. Pero había un algo desagradable en esa escena, además comenzó a oler como a azufre y no entendía porque.

Poco a poco el rostro de aquella mujer se volvió más visible y sus ojos eran completamente negros, su piel arrugada llena de lunares daba un aspecto descuidado y su boca mostraba unos dientes que parecían de animal. Aunque pensé que quizá como estaba lejos y no veía muy bien estaba alucinando.

Pero otro de mis compañeros dijo que sí era una bruja y en ese momento comencé a creer. La bruja espantosa y desfigurada comenzó a descender del árbol como si estuviera flotando, su cuerpo se movía de manera grotesca. Y nos dimos cuenta de que estaba completamente desnuda y sus pies tenían uñas que parecían garras.

Estábamos paralizados por el miedo, solo pudimos observar mientras la bruja se acercaba al cuerpo inerte de mi superior. Sin antes mirarnos con sus ojos muertos. Sus dedos largos y huesudos acariciaron su mejilla antes de lamerla con una lengua larga y delgada.

La bruja parecía saborear la carne del fallecido, y con un movimiento rápido y brutal, arrancó un pedazo de carne de su rostro y comenzó a masticarlo con deleite. El miedo nos mantenía en un estado de shock. Aquella criatura, tan horrible y sobrenatural, había aparecido en plena luz del día, algo que hizo que uno de mis compañeros se orinara del miedo.

La Bruja Del Árbol Historia De Terror

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Y nadie lo juzgó después, pues la escena ante nuestros ojos era insoportable, pero ninguno tenía el valor para enfrentar a la bruja o huir. Cada segundo que pasaba, solo servía para intensificar el terror que sentíamos.

El tiempo parecía haberse detenido, y nosotros éramos espectadores de la grotesca escena que se desarrollaba ante nuestros ojos. Nuestros cuerpos estaban paralizados, y nuestras mentes estaban llenas de horror. Las lágrimas de miedo y de pena corrían por mi rostro.

Era casi como si estuviéramos en un trance, incapaces de apartar la vista de la bruja que continuaba con su acto atroz. Después de lo que pareció una eternidad, la criatura finalmente terminó de masticar el pedazo de carne de la mejilla del cabo Roberto, parecía que había terminado su repugnante festín.

Aunque pensamos que se lo comería por completo, se conformó con su mejilla, se limpió la boca con un trozo de tela que había arrancado del uniforme de mi superior. Sus ojos oscuros y penetrantes recorrieron a cada uno de nosotros, como si estuviera evaluándonos, decidiendo a quién elegiría como su próximo festín.

Su mirada era tan intensa que podía sentir como el mal estaba en el aire. Luego, sin previo aviso, la bruja se desvaneció en el aire. No hubo un destello de luz ni un sonido que indicara su partida. Simplemente desapareció, dejándonos solos con el cuerpo de nuestro compañero y un silencio ensordecedor.

Nos quedamos allí durante un buen rato, aún temerosos de movernos. Solo nos miramos unos a otros sin decir ni una sola palabra.

Finalmente, luego de unos minutos, el sonido del vehículo de la unidad de sanidad rompió el silencio. La llegada de ayuda, aunque tardía, pareció romper el trance en el que estábamos. Pero incluso con su llegada, no podíamos quitarnos la sensación de terror que nos había dejado la asquerosa bruja.

La imagen de su rostro desfigurado y la forma en que se deleitaba con la carne de nuestro superior se quedó grabada en nuestras mentes, hasta el día de hoy, creo que hablo por todos. La escena fue un caos. Los médicos y enfermeros trabajaban frenéticamente para tratar de resucitar a mi superior, pero todos sabíamos que era en vano. No podíamos hacer nada más que observar mientras intentaban en revivir a un hombre que ya había sido consumido por la muerte.

El resto del día fue deprimente, aún no podía creer que mi cabo se hubiera ido a un lugar mejor. Fui llevado de vuelta al campamento, mi mente estaba todavía atormentada por lo que había presenciado. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver a la bruja, sus ojos sin vida, su boca manchada de sangre, sus dientes que parecían cuchillos. Fue algo que me marcó de una horrible manera, todavía puedo recordar a la anciana desnuda que comió la mejilla de mi superior, ella estaba burlándose de un momento trágico, burlándose de nuestro dolor.

A todos nos interrogaron, pero de mi boca no pudo salir ni una palabra, no reaccionaba; haber perdido a mi superior y haber visto a aquella bruja había sido demasiado para mi cuerpo, no quería hablar del tema, no quería ver a nadie, no comía, no dormía pues tenía pesadillas en donde volvía a escuchar ese horrible estruendo y en donde de nuevo veía a la bruja. Me alimentaba solo con sueros, pero claro que eso no me daba la energía que necesitaba.

Jamás había vivido algo así, me sumía en el llanto y en el miedo de volver a ver a aquella asquerosa mujer. Sentía que iría por mí.

Después me revisaron y me dieron una dieta que debía seguir al pie de la letra.

Claramente no estaba del todo bien aún y los otros soldados también estaban afectados, aunque ninguno hablaba abiertamente de ello. Podía verlo en sus ojos, en la forma en que evitaban responder las preguntas de los compañeros que no estuvieron ahí. Al igual que yo, estaban atormentados por las pesadillas y los recuerdos de ese suceso. Ninguno dijo nada acerca de la aparición, por respeto al cabo Jorge.

La muerte de mi superior había dejado un vacío en nuestro equipo. Era alguien que siempre nos había alentado a ser mejores, a amar nuestro trabajo, a respetar y a honrar a nuestro país, siempre estaba dispuesto a ayudar y aconsejar a los soldados más jóvenes. Su pérdida fue un duro golpe para todos nosotros, una pérdida que se sentía aún más por las circunstancias de su muerte.

A medida que pasaban los días, me encontré luchando no solo con el duelo por la pérdida de mi superior. Y aunque intenté seguir adelante, el miedo y el duelo me perseguían, eran sin duda un fantasma que me recordaba constantemente del terror que había presenciado en el Ajusco.

Mi familia se preocupó cuando supo lo que había pasado, pero se alegraron de que estuviera bien.

La verdad fueron meses muy difíciles, donde me ponía a pensar que quizá a mí también tenía que haber matado el rayo, porque solo un minuto antes estaba ahí a lado de mi cabo, pero mi sexto sentido me dijo que me moviera, sino no podría estar contando esto. Durante mucho tiempo cualquier ruido que escuchaba pensaba y sentía que era un rayo. Es importante destacar que incluso en la actualidad, el miedo que me invade al contemplar los relámpagos es inmenso, pues soy plenamente consciente de que cualquier acto fatídico podría ocurrir en un abrir y cerrar de ojos.

Desde niño había querido pertenecer al servicio militar, pero jamás me imaginé que viviría algo así. Y en esos años pienso que todo era más complicado. Después de mucho tiempo desde que pasó todo y de preguntarme porque había aparecido ese espectro llegué a la conclusión de que a lo mejor esa bruja vivía en aquella región y al saber lo que había sucedido había ido hasta ahí para aprovechar la situación y alimentar su asqueroso cuerpo.

En fin, los años pasaron y todo mejoró, me enviaron a muchas más misiones, y siempre traté de seguir los consejos de mi cabo Jorge. Fui creciendo de puesto hasta que a los 55 años me retiré voluntariamente de servicio para poder disfrutar mi vida de una manera más tranquila, pero nunca olvidaré todas las experiencias en mis años como soldado y claro, jamás olvidaré al cabo Jorge.

Autor: Lyz Rayón.

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