Seducción Y Delincuencia Historia De Terror 2023
Seducción Y Delincuencia, Historia De Terror… Lo que voy a contar a continuación es un tema muy serio y por motivos de seguridad todos los nombres, fechas, lugares y otros datos no son reales, ya que no quiero que se tenga rastro de mí.
Actualmente vivo en una casa pequeña, en un pequeño pueblo de México.
Siempre mi familia y amigos me habían considerado una buena persona, servicial, amable, respetuoso, fiel, etc. y era verdad, pero podría decir que gracias a los años en la milicia cambie abruptamente. Por el entrenamiento duro, por la dureza de mis superiores y compañeros, por presenciar escenas traumáticas, ver tanta gente fallecida, masacres, niños con hambre y ese tipo de cosas es que mi corazón se volvió duro y frío como una roca. Me insensibilice tanto que llegó un punto en el que incluso me asusté porque no sentía absolutamente nada. Era como un robot y estoy seguro de que eso fue por todos los hechos que me ocurrieron los últimos años de servicio.
Bueno, comenzaré relatando un poco de mi vida en general. Mi nombre es Rogelio y actualmente tengo 57 años y a los 18 más o menos conocí al amor de mi vida: mi ex esposa Claudia. Justamente en esos años yo me estaba enlistando para el ejército y por eso unos meses después de que aceptara ser mi novia me comprometí con ella.
Nos queríamos tanto y teníamos una conexión increíble, algo que parecía unirnos como imanes.
Vivíamos relativamente cerca y nos veíamos todos los días sin falta en un parque cercano. Platicábamos sobre la vida, sobre nuestros planes, el futuro y el amor principalmente, después cada uno iba a su casa.
Nuestras familias no sabían acerca de nuestro compromiso, no les dijimos porque sabíamos que nos regañarían, por la edad, el tiempo que nos conocíamos y ese tipo de cosas.
La unidad habitacional en donde vivía era un lugar maravilloso, me llevaba muy bien con mis vecinos. Vivía con mis tíos y mi abuelo, quienes eran las personas más importantes para mí, ellos me habían criado después de que mi madre muriera cuando yo tenía 6 años.
Siempre salíamos a la parte de enfrente de la casa, escuchábamos música y comíamos alegremente. También jugaba videojuegos con mis tíos y veíamos caricaturas de peleas.
En la escuela mis calificaciones eran de las más altas; me encantaba estudiar y mi familia siempre me apoyo en eso y en todo.
Mi infancia y mi vida hasta ese entonces había sido feliz, siempre que veía el cielo me daba cuenta de lo maravillosa que era la vida.
En fin, cuando terminé la preparatoria comencé a prepararme para el ejército, yo quería hacerlo porque quería ser un héroe, alguien quien siempre protegería la vida de los ciudadanos de México y de mi familia. Al menos eso había visto en las películas.
Antes de entrar a la milicia Claudia y yo nos casamos por el civil a escondidas y finalmente tuvimos que decirles a nuestras familias, no podíamos esconderlo para siempre.
Al principio era claro que se molestarían, pero finalmente terminaron aceptándolo, al fin de cuentas ya estaba hecho.
Cuando me fui a cumplir como soldado le pedí a mi familia que cuidaran a Claudia mientras no estaba.
Los primeros años fueron difíciles pues podía ir a mi casa solo por veinte días al año, así que los extrañaba mucho y ellos a mí.
Voy a ser completamente honesto. Meses después de ya estar dentro del ejército me arrepentí, de verdad quería largarme de ahí, pero sabía que sería muy cobarde de mi parte hacer eso, por eso decidí quedarme. Me había costado mucho entrar para que al final de cuentas me saliera. Iba a decepcionarlos a todos, hasta a mis vecinos, porque todos estaban orgullosos de mi hallazgo.
Pero bueno, luego de 2 años de mi matrimonio a distancia, al segundo que fui Claudia quedó embarazada y eso me dio mil años de vida. Tendría a alguien más que me esperara cuándo llegara a casa.
Claudia se encargó de llevar lo de la construcción de nuestra nueva casa. Muchos de mis compañeros me decían que seguramente se iba a hartar después de un tiempo, porque casi siempre sucedía eso con las mujeres de los soldados, pero la verdad después de esos años seguíamos teniendo la misma conexión y la seguía queriendo como el primer día.
Era duro estar en el ejército, había visto muchas cosas horribles. Había visto como mataban personas, incluso tener que matar yo mismo en defensa propia y poco a poco me fui volviendo más fuerte.
Pasaron los años y la vida me fue forjando y enseñando a ser un buen soldado y cumplir mi deber. Mi pequeño hijo a quien habíamos llamado Andrés ya había crecido y sin su padre, mi esposa estaba sola y yo sin ellos.
Solo nos veíamos 20 días al año y me dolía cada vez al llegar y verlo más grande. Y mi abuelo también cada vez más grande, mis tíos ya se habían casado y otros se habían ido a trabajar lejos. Ya estaba harto del ejército, me perdía los mejores momentos de la vida por estar ahí.
Llegó el momento, cuando mi hijo ya tenía 12 años en que había decidido dejar el ejército. Ya tenía ansiedad, depresión y problemas para dormir por todos los momentos traumáticos que había vivido, pero poco antes de darme de baja voluntaria me dieron el puesto de subteniente, así que lo mejor era esperar.
Teníamos diferentes misiones en las que nos enfrentábamos a grupos de narcotraficantes, de secuestradores, defensa nacional, contrainsurgencia y más. Después de 10 años ahí había aprendido muchísimo sobre los delincuentes y ese tipo de gente, pero también aprendí que la vida no era tan bonita como pensaba antes de entrar ahí, puesto que me di cuenta de que existe muchísima gente mala, gente sin escrúpulos y corazón.
Aunque en el fondo de mi corazón también sabía que afuera existía gente como mi abuelo, Claudia, mis tíos y por supuesto mi hijo Andrés. Ellos eran mi razón de seguir luchando y eran mi única esperanza, pero más o menos 12 años después de mi llegada al ejército me informaron que mi abuelo había muerto después de largos días de agonía. No sabía ni siquiera que mi abuelo estaba mal, nadie me había dicho para no preocuparme.
Esa noticia me partió el alma en mil pedazos. Mi persona favorita había muerto y yo ni siquiera pude estar con él en sus últimos días. Puedo decir en definitiva que ese momento fue también un antes y un después en mi vida y en la manera de verla.
Pasado el tiempo ya me había acostumbrado y todo estaba normal por decirlo de alguna manera, hablaba con mi esposa solo por llamadas. Le enviaba dinero para la comida, la escuela del niño y lo que necesitaba, así que todo estaba tranquilo.
Una de mis peores experiencias en la vida sucedió cuando ya tenía 30 años en el servicio y ya era teniente y bueno, sucedió cuando por fin había llegado el momento de irme a casa.
Estaba caminando hacia la estación de autobuses y era de día, alrededor de las 3 de la tarde, cuando de pronto escuché una camioneta acercarse y de pronto bajaron 2 personas encapuchadas y como yo no llevaba armas fue muy fácil para ellos subirme a la unidad, a pesar de mi entrenamiento esas personas sabían lo que hacían, pues su fuerza y rapidez en el momento me tomó de sorpresa. Me cubrieron la cara con una bolsa de tela negra y me dieron un golpe con el que quede completamente noqueado.
Lo que recuerdo a antes de mi desvanecimiento es difuso, pero calculo que pasó alrededor de una hora, quizás un poco más, quizás un poco menos, antes de que despertará.
Al despertar, me di cuenta de la situación en la que me encontraba, mi cuerpo descansaba, desprotegido, sobre el frío y duro piso de cemento, desnudo y expuesto. La vulnerabilidad me inundó, pero, acostumbrado a situaciones difíciles, pronto la acallé. Mis labios se sentían secos y sellados por una cinta, impidiéndome hablar o incluso gemir. La sensación de las cuerdas apretadas contra mis muñecas y tobillos me confirmó que estaba completamente indefenso, y las voces distantes que llegaban a mis oídos me advertían que no estaba solo.
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De repente, una voz se destacó por encima de la multitud. Había un tono de satisfacción y burla en su timbre cuando dijo, casi triunfante, que estaba contento de que ya estuviera despierto.
Fue entonces cuando quitó la bolsa que me cubría el rostro. Mis ojos tardaron unos segundos en ajustarse a la luz, pero luego me di cuenta del lugar en el que estaba: un cuarto decadente, impregnado de mugre y olor a podrido. La basura se amontonaba en cada rincón, el polvo estaba en el aire, y los tambos metálicos dispersos alrededor me hacían pensar que seguramente había personas muertas dentro de ellos, confirmándome lo peor. Reconocí de inmediato la escena, recordándola de misiones anteriores. Era un escondite de narcotraficantes, y yo era su prisionero.
Las personas que habitaban el asqueroso y nauseabundo estaban encapuchados, ocultos como la basura que eran. Los tatuajes que adornaban sus cuerpos eran simbolismos oscuros y amenazantes, y además portaban armas.
El hombre que me quitó la bolsa se acercó a mí y con una sonrisa cruel en los labios, me asestó una patada brutal en el estómago, arrancándome el aliento de golpe y en ese momento comencé a toser. Su risa burlona retumbó en el cuarto mientras me recuperaba.
Después de un tiempo que pareció eterno, se tranquilizó y me informó, con una sonrisa arrogante, que mi estancia allí duraría tanto tiempo como yo quisiera. Sus palabras parecían sacadas de una película, pero entendí su amenaza. Me dijo que mientras no ayudara a liberar a ciertos miembros de su grupo, prisioneros en instalaciones de alta seguridad, no saldría de aquel lugar.
Agregó que mis superiores ya habían sido notificados de mi captura y que, si se negaban a liberar a sus camaradas encarcelados en las instalaciones de alta seguridad, no dudarían en acabar con mi vida. Su afirmación, aunque pronunciada con una frialdad escalofriante, no me llenó de miedo. Durante años, me había preparado para enfrentar todo tipo de peligros y riesgos; mi preocupación principal, en cambio, era mi familia. La imagen de mi esposa Claudia y mi hijo, enfrentando la vida sin mí, era más aterradora que cualquier amenaza que pudieran decirme.
El mismo individuo que había pronunciado esas amenazas procedió a retirar la cinta de mi boca. Mi garganta estaba seca y dolorida, pero logré juntar suficiente fuerza para hablar con una serenidad que me sorprendió a mí mismo. Le pedí que me liberara, prometiendo que podría ayudarlo si lo hacía. Él, en respuesta, soltó una carcajada cruel, una risa que hizo eco en el sucio cuarto. Me dijo que no me pasará de listo, que mi única tarea era esperar.
Por lo tanto, hice exactamente eso, exactamente lo que el hombre encapuchado me había sugerido: esperar. La situación no me dejaba otra opción viable. Yo estaba inmovilizado, en un lugar desconocido, completamente rodeado por un número incalculable de sicarios. Y no tenía ninguna duda de que había muchos más allá afuera.
No me engañé a mí mismo con fantasías heroicas de una fuga audaz o un intento de pedir ayuda a gritos. Sabía bien que cualquier acción de este tipo probablemente solo me haría ganar una golpiza, tablazos o incluso la muerte, ya había visto muchos casos así, posiblemente complicaría aún más la situación. Había pasado suficiente tiempo en el campo para entender que a veces, la mejor acción era la inacción.
En lugar de esto, puse mi fe en mis compañeros, mi pelotón. Sabía que cada uno de ellos era tan comprometido y hábil como yo. No teníamos solo un vínculo profesional, éramos más que compañeros; éramos hermanos de armas, unidos por experiencias que nadie más podría comprender completamente. Estaba convencido de que ya estarían preparándose para una operación de búsqueda y rescate, posiblemente trabajando con equipos de inteligencia y utilizando todos los recursos a su disposición para localizarme.
También tenía la certeza de que no se consideraría la liberación de los criminales encarcelados. A pesar de la gravedad de mi situación, sabía que mis superiores no negociarían con narcotraficantes, no importa cuán altas fueran las apuestas. Habíamos jurado mantener la seguridad y el orden, y liberar a esos criminales solo alimentaría el caos y el crimen. No era una opción.
Por lo tanto, mientras los segundos se convertían en minutos y los minutos en horas, me preparé para soportar la espera, alimentándome de mi fe en mi pelotón y en la justicia. Además pensé en mi familia, sabía que mi hijo y mi esposa estarían preocupados al ver que no llegaba, ya les había dicho que en unas horas estaría con ellos y seguro Claudia, mi esposa me estaría esperando con comida deliciosa como siempre y mi hijo esperaría que jugáramos basquetbol después de la cena.
Después de lo que solo puedo describir el tiempo parecía eterno. Uno de los hombres, un hombre con el rostro escondido bajo la capucha, comenzó a golpearme sin previo aviso. No había provocación, ni motivo aparente; simplemente parecía gozar de la violencia. La fuerza de sus golpes sacudió mi cuerpo, cada uno causando una ola de dolor que se expandía por mis huesos y músculos.
Tras unos momentos, invitó a varios de los presente a unirse a él. La atmósfera de la habitación se llenó de mis gritos ahogados bajo la cinta de mi boca, cuando otros dos aceptaron la invitación. Me acusaron de ser uno de los responsables de frustrar sus planes, de ser uno de los que habían puesto a sus camaradas tras las rejas. Mi cuerpo, ya dolorido por el ataque inicial, ahora se convirtió en el blanco de una tormenta de puños y patadas.
Los minutos parecían horas, cada segundo una agonía prolongada. Mis músculos gritaban de dolor, mis huesos parecían estar a punto de ceder. Mi mente solo podía desear con todo el corazón la llegada de mi pelotón, ansiando que estos narcotraficantes pagaran por todo lo que habían hecho.
Finalmente, me dejaron caer al suelo, mi cuerpo colapsando en una posición fetal como único refugio contra el horrible dolor. No había tenido tiempo de recuperarme cuando vi llegar a dos hombres más, arrastrando una tina grande llena de agua. Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, mi cabeza fue sumergida en el agua. Los minutos bajo el agua se sintieron como horas, con mis pulmones ardiendo por la falta de aire y mi mente luchando contra el pánico y la desesperación. Finalmente, me permitían tomar un respiro antes de repetir la tortura, una y otra vez, hasta que cada segundo se convirtió en una eternidad.
Y justo cuando creía que mi cuerpo no podría resistir más, un nuevo sonido llamó mi atención. La puerta del cuarto se abrió con un crujido y una mujer entró. A diferencia de los hombres, su rostro estaba descubierto, permitiéndome ver su cara. A pesar de la situación, no pude evitar notar lo hermosa que era. Era rubia, con ojos oscuros que brillaban con una luz que nunca antes había visto. Llevaba un vestido rojo que acentuaba sus pronunciadas curvas, su largo cabello negro caía en cascada sobre sus hombros, y llevaba tacones altos y dorados. Alrededor de su cuello colgaban varios collares de oro, y oculta entre sus pechos llevaba una pistola.
Tumbado en el suelo, empapado y adolorido, la observé de pies a cabeza. Mis ojos estaban llenos de odio, pero también de sorpresa ante la belleza de esa mujer. Sentí como si estuviera bajo un hechizo, cautivado a pesar de la situación. Aun a través de la niebla del dolor y la desesperación, su presencia parecía irradiar una luz poderosa y seductora.
Cuando notó lo que estaban haciendo, su rostro reflejó una expresión de desdén. En una voz llena de autoridad, les ordenó a los hombres que salieran del cuarto. No se trataba de una petición; era una orden, una demanda que parecía reverberar en las paredes de la habitación sucia. Y ellos, a su vez, accedieron sin protestar. Cada uno de ellos respondió con un simple “sí, jefa” antes de abandonar la habitación.
La designación era clara: ella era la líder, la cabeza de esta organización criminal. Era ella quien llevaba las riendas de este monstruo que se alimentaba de la miseria y el terror. Su belleza se oscurecía por la dura realidad de su liderazgo en ese grupo de narcotraficantes.
En el silencio que siguió a la salida de los hombres, la mujer me miró, su expresión era inescrutable. Me quedé allí, en el suelo frío y sucio, sin poder hacer nada más que esperar y ver qué sucedería a continuación.
Contrario a lo que pensé y sorpresivamente la mujer me dijo burlonamente viéndome indefenso en el piso que jamás había estado con un militar y que yo sería el primero. Luego me dijo que esperaba que mis compañeros liberaran a las personas de su equipo que estaban en la cárcel porque si no ella sería la primer y última narcotraficante con al que estaría.
Mando a los hombres a que me llevaran al cuarto de baño que estaba afuera, me taparon la cara y me sacaron. Me dieron ropa limpia y cuando estuve en el baño me quitaron la bolsa de la cara, me bañé difícilmente pues después de esa horrible golpiza me dolía cada centímetro del cuerpo. Mientras me enjabonaba a pesar de todos los problemas que existían en ese momento, en lo único que podía pensar era en esa mujer. Estaba totalmente embelesado y debo admitir emocionado por haber dicho que estaría conmigo. No pensé ni siquiera en mi esposa en ese momento, solo en esa mujer.
Cuando toqué la puerta para que me sacaran de ahí me pusieron de nuevo la bolsa y esta vez caminamos más, pues contaba los pasos. Llegando a cierto punto me quitaron la bolsa y cerraron la puerta atrás de mí.
No podía creer lo que veía, era la mujer hermosa seduciéndome. Era como estar hipnotizado, no pensaba en el peligro, en mi ejército, ni en mi familia, solo en lo que paso en esos momentos.
A pesar de lo adolorido que estaba traté de fingir que no era así, pero no hizo falta pues nada me dolía en ese momento, el dolor había desaparecido mágicamente. Cuando todo terminó me pareció que la mujer aquella estaba cambiando, era como si ya no se viera tan hermosa, sus ojos ya no tenían ese brillo que había visto anteriormente, sus labios se veían resecos, su piel parecía tener arrugas que se iban notando conforme pasaba el tiempo.
Después se levantó y se cambió, era algo muy raro, el aire se sentía diferente.
De un momento a otro en un abrir y cerrar de ojos la que antes era una hermosa mujer ahora era una anciana, era una señora, sus ojos estaban apagados y cuando sonrió me percaté de que le faltaban dientes.
Mi corazón empezó a latir con fuerza, mis manos comenzaron a temblar y me encogí queriendo traspasar la pared que estaba atrás mío. El dolor de los golpes regresó y esta vez más intenso, el miedo, el pánico, el dolor y el horror se apoderaron de mi vida en esos instantes.
Cuando la mujer se percató de eso, comenzó a burlarse y me dijo que como creía que había conseguido todo lo que tenía, un grupo de más de 50 hombres a su orden, muchísimo dinero, que a pesar de llevar más de 60 años en el negocio nadie la había capturado jamás.
Comencé a gritar y me dijo que me callará, que no tuviera miedo, solo había sido una ayudita del diablo para que fuera prospera y que a cambio le daba las vidas de las personas que mataba y que le daría la mía, después de robar mi energía.
En ese momento caí desmayado, ya supe nada hasta que llegó la madrugada. Desperté y estaba en la base militar. El medico estaba poniéndome suero y le pedí que llamara a mi superior.
Cuando llegó me explicó que todo había acabado, que me habían encontrado en un cuarto sin ropa y que estaban a punto de ejecutarme, pero ellos lo habían hecho primero, que habían capturado a más de 20 hombres que se internaban en aquellos cuartos, en medio de la nada. Me dijo que habían encontrado su ubicación rastreando la llamada que les habían hecho y que aunque tardaron mucho lo lograron.
Estaba un poco más tranquilo, pero no podía dejar de pensar en la anciana, en cómo me hipnotizo y me sedujo, como hizo que todos mis pensamientos desaparecieran.
Le pregunté que si habían capturado a una mujer y me dijo que lamentablemente la líder del grupo de narcotraficantes había escapado y que de hecho llevaban mucho tiempo buscándola, pero que nadie ha podido capturarla.
Tuve miedo real en ese momento, porque supe que todo había sido real, que aquella cosa maldita estaba protegida por el mismo diablo.
Cuando la ansiedad se fue de mi cuerpo le marqué mi esposa y estaba arrepentido por lo que había hecho, pero no le dije, solo le dije que gracias a Dios estaba vivo y que pronto estaría con ella y con mi hijo.
Esa experiencia me marcó hasta el día de hoy. Pedí mi baja voluntaria lo más pronto que pude y regresé a casa, pero mi conciencia no me dejó, así que le conté a mi esposa que había estado con otra mujer y me corrió de la casa. Cada mes veo a mi hijo. Pero por eso vivo ahora aquí, por mi seguridad y porque me quedé sin familia, por culpa de la vieja maldita. Y si soy sincero admito que aún me da miedo que venga por mí, porque no pudo entregar mi vida al diablo.
Por eso después de tantas horribles experiencias me volví todo lo contrario a lo que era antes, sé que jamás volverá el Rogelio de hace muchos años y que jamás seré tan feliz como lo fui antes de entrar al ejército. Me arrepiento de no haber disfrutado mi vida con mi familia, porque sufrí, tuve miedo y me corrompí estando en la milicia. Ojalá no se sepa mi identidad jamás, ojalá que la anciana maldita no vuelva por mí.
Autor: Lyz Rayón.
Derechos Reservados
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