Jardin De Huesos 2023

Jardín de huesos es el cementerio, un lugar de reposo de los muertos, ¿Quién diría que encontraría, horrores y restos en el suelo? Porque eso es lo que he visto, y durante mucho tiempo duré callado…

pero a raíz de los sucesos que miré en las noticias, me he decidido a romper el silencio, y a contar mi historia ¡Ya basta del testigo ciego, sordo y mudo! Es hora de que el mundo lo sepa…

Esto que estás escuchando fue contado con el propósito de que un canal con muchos suscriptores sirva como punto de difusión de mi experiencia, para que muchos sepan lo que les espera si se deciden a tomar un empleo en el cementerio de Barrio Bravo, la zona más insegura de la gran ciudad capital, que es la más grande del mundo.

Pues si me estás escuchando, y eres una persona trabajadora y de buena fe, tengo la esperanza de que mi testimonio sirva para disuadirte de aceptar este tipo de empleos… que mejor lo acepte la gente qué si está metida en asuntos siniestros, mientras la gente buena nos dediquemos a asuntos mucho menos turbios.

¿Quién soy yo? Por razones de seguridad no voy a dar mi nombre aquí, pero solo te voy a decir que antes de trabajar en el panteón, ya tenía algo de experiencia trabajando con cadáveres, pues mi primer empleo en ese rubro fue barriendo y trapeando en una funeraria.

Para poder juntar dinero, muchas veces hice turnos dobles, y como necesitaba de café para mitigar un poco el cansancio, al acabar el primer turno aprovechaba el breve tiempo de descanso para tomarlo en las pequeñas mesas del edificio.

Hubo veces que vi entrar a mujeres muy atractivas, pero muy tristes, y debo confesar que comencé a tener lista una camisa negra y pantalón formal, así que a veces entré a alguna de las salas, como si fuera uno más de los dolientes, para consolarlas con un abrazo. Hasta ese momento no había muerto nadie en mi familia, por lo que yo llegué a la edad adulta sin haber contemplado ningún cuerpo inerte.

Yo que siempre le tenía un temor algo supersticioso a los cadáveres, por influencia de las películas de terror, me topé con el primero mientras abrazaba a una muchacha, pues al abrir mis ojos, fue lo primero que vi: ahí estaba un cuerpo, rígido, algo amarillento, con los ojos un poco hundidos bajo los párpados cerrados… parecía un maniquí siniestro pero inerte.

Al principio la impresión fue algo fuerte, pero poco a poco me acostumbré. Los trabajadores de la funeraria captaron mis intenciones al mezclarme a veces en las salas para abrazar a mujeres atractivas desconsoladas, así que me dijeron que no lo hiciera más, y les hice caso: pero les cayó tan bien mi actitud traviesa, que aunque me corrigieron, se fueron volviendo amigos míos.

Resulta muy irónico que, en un lugar triste, de despedidas, de muerte y llanto, el ambiente entre los trabajadores fuese tan cálido, y que siempre que necesitaron de mi ayuda o mi compañía en alguno de los servicios que daban, me llamaron para acompañar a alguien en su trabajo.

De ese modo me habitué a todo el proceso mortuorio, desde pasar a la morgue para preparar y vestir al cadáver apropiadamente, colocarlo en su ataúd, acompañar al chofer de la carroza fúnebre hasta la funeraria, llevar el ataúd hasta la sala, y después del velatorio, llevarlo hasta el cementerio.

Una de las veces acompañé a mi amigo el conductor de la carroza fúnebre hasta el panteón de Barrio Bravo ¿Quién diría que mi destino me conduciría hasta ese lugar? Solo espero que cuando muera no me depositen en ese infame lugar como mi destino final.

Tiempo después, y a pesar de los amigos que hice, llegó la crisis, y muchas empresas tuvieron que recortar el personal, tal fue el caso de la Funeraria donde trabajé un par de años, así que de golpe me encontré en el desempleo…

Pero los amigos que hice ahí me recomendaron precisamente en el panteón de Barrio Bravo, proponiéndome el buscar trabajo allí, pues ya les habían enviado referencias muy positivas sobre mi desempeño.

Por eso fui a pedir empleo, y me sorprendió la rapidez con la que me convocaron para ser velador por 12 horas, me pondrían a prueba, y por cierto fue una muy buena y muy tranquila jornada dentro del cementerio.

¡Tengan cuidado! No se dejen engañar por el buen ambiente de trabajo en Panteón de Barrio Bravo, pues así es como te enganchan para que te sientas seguro, todo es una trampa, y yo caí rápidamente en ella…

Y es que al principio todo era normal, y los demás empleados del cementerio eran personas muy agradables, quizás demasiado, pero yo, habiendo trabajado en la funeraria, estaba acostumbrado a esa ironía extraña.

Uno de esos señores tan agradables era Don Goyo, el anciano velador del que me tocó ser su ayudante. Entre Don Goyo y yo, cubríamos el perímetro de todo el panteón antes de recorrerlo por dentro. Cada uno daba un rondín: el por el lado norte, y yo por el lado sur, y viceversa.

Estando yo acostumbrado a lidiar con los asuntos fúnebres, no abrigaba ya ningún temor ni inquietud respecto a mi trabajo, y aunque cubría 12 horas, no eran el doble turno extenuante de 16 horas en la funeraria, además de que mi trabajo era más sencillo, y yo no ocupaba muchos gastos ¡Por eso me sentía casi como haciendo el trabajo de mis sueños!

Sin embargo, hay un punto en el que los sueños se convierten en pesadillas… y lentamente mi sueño comenzó a degenerar, aunque de manera muy gradual.

La lenta, pero imparable y siniestra degeneración comenzó junto con mi segunda semana de trabajo, en un odioso Lunes precisamente, en el que, caminando en mi ronda habitual, di un traspié con una piedra y me caí a un lado de una lápida.

Me levanté inmediatamente, persignándome respetuósamente, y luego: incómodo y molesto, me propuse desenterrar esa piedra y tirarla fuera del panteón.

¿Cuál sería mi sorpresa que al escarbar y sacar el objeto duro que me causó el tropezón, me di cuenta de que era un hueso? Así es, era una costilla larga, la cual solté con algo de repugnancia, pero observé el color de la lápida, el número de la tumba, y el tipo de cosas que había a mi alrededor, un árbol grande y cerca de ahí un gran

paredón que cubre una gran casa de alto amarilla, tras del paredón.

Me fui corriendo hasta mi estación, saqué una bolsa, me puse unos guantes de látex y volví a toda prisa hasta el sitio exacto donde me tropecé… ahí estaba la infame costilla, que recogí y dejé afuera de mi estación.

Jardín De Huesos

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Luego alcancé a Don Goyo en su recorrido mientras fumaba ( era un viejo demasiado fumador) y le dije: “Oiga Don Goyo: me encontré un hueso cerca de una tumba.

¿Qué procede cuando pasa algo así?” Y el dejó su cigarrito por un momento y me dijo con expresión burlona… “¡Ay mijo! ¡Este panteón es un jardín de huesos! Hay más huesos en el suelo que flores y coronas.

Haz lo que quieras con eso. Ahora ve a hacer tu rondín y no me preguntes más…”

procesión de una familia evangélica. Hasta aquí todo normal…

El Miercoles si vi algo curioso, lo que a lo lejos parecía una procesión de dolientes católicos, cuando los vi de cerca, me di cuenta de que más bien eran devotos de la Santa Muerte, pues entre todos cargaban una figura de “La Blanquita” como la llaman ellos.

Si bien, de vez en cuando identificas entre los deudos, de la religión que sean, a algunos jóvenes pandilleros y a otros no tan jóvenes, pero en el caso de los devotos a la Santa Muerte casi todos los asistentes eran pandilleros, tatuados y hasta uno que otro cargando pistola o navajas.

“Una segunda anécdota que contar” pensé en ese momento ¡Qué ingenuo fui!…

El Viernes, cubriendo mi ronda por el sector sur, y luego girando al norte, avanzando entre las lápidas, me topé a Don Goyo que iba caminando muuuuy despacito, por que ya está muy viejito (y ni aun así dejaba su amado cigarrito).

Lo alcancé y me puse a platicar un poco con él… Sabiendo que a este panteón lo frecuentan muchos pandilleros y gente de dudosa reputación, y habiéndome encontrado ya otras veces con huesos regados, le pregunté el por qué de no usar perros guardianes para soltarlos cuando el panteón cierra sus puertas y así no se cuelen tantos profanadores de tumbas.

El anciano, con resignación, me dijo lo siguiente: “¡Ay mijo! lo intentamos varias veces, pero siempre amanecían los perros tiesos, tirados a un costado, con las patas duras como si fueran estatuas, los ojos muy blancos y espuma rosa saliéndoles del hocico.”

Eso me dejó aún más pensativo: 3 cosas curiosas en una sola semana. Eran ya demasiadas anécdotas en tan poco tiempo, anécdotas cada vez más siniestras…

El sábado, ese día que fue lo del eclipse de sol, me tocó llegar al cementerio justo cuando se iba retirando una procesión de gente curiosa, no solo había pandilleros y devotos de la Santa Muerte… también iba gente muy elegante y trajeada, aunque también se les alcanzaban a ver tatuajes, sobre todo en el cuello, por encima de la corbata y la camisa.

Iban muchos trabajadores con pico, pala y otras herramientas, y cerca de ellos iban saliendo muchos señores con ropa de estilo vaquera elegante y con sombrero tejano, portando muchas joyas: parecían los típicos narcos estereotipados.

Me acerqué a ver si en la tabla habían puesto el nombre del finado cuyo funeral atrájo a una procesión tan variada e inquietante… y yo que esperaba ver la habitual fosa cubierta con tierra (antes de que pongan formalmente la lápida pasado un año) ¡Vi que el ataúd yacía levantado bajo la débil luz solar del eclipse!

Lo más extraño es que el sarcófago se sostenía bajo una especie de manos de hierro, que estaban fuertemente clavadas en una losa también de hierro, y toda la estructura estaba rodeada por una reja con barras de metal muy picudas.

Vi a Don Goyo cerca de esa nueva tumba y le comenté que, por lo que ya he visto aquí: ni así podrán evitar que esa tumba también sea profanada, y mucho menos si el ataúd está así, elevado a plena vista.

Don Goyo me dijo lo siguiente: “Ni creas, esa tumba es de alguien muy pesado, y si no me crees: acércate a leer su nombre. ¡Nada más no toques la tumba! Nos encargaron que ni siquiera nos atrevamos a tocarla.
Porque hay ojos en las lápidas, en el suelo y hasta en el cielo y nos puede pasar algo malo si tocamos siquiera la reja.”

Me acerqué con cuidado para mirar, y efectivamente: era el nombre de un tipo muy pesado, jefe de un grupo del crimen organizado cuyo nombre no quiero pronunciar, para no atraer sobre mi la atención de sicarios que me arrebaten la vida, ¡O peor aún! No quiero atraer la atención de fuerzas siniestras que me arrebaten también la muerte.

Por las noticias, yo había visto que ese jefe de la mafia había sido asesinado por lo menos hacía ya dos meses… ¿Porqué esperarse tanto para depositarlo en esa extraña y perturbadora tumba? Tal vez tenga algo que ver con el eclipse de sol de aquel día…

Por lo que, entre más me preguntaba sobre el contexto de los hechos, el asunto se volvía cada vez más turbio en mi mente.

Por ejemplo: el hecho de que el cuadrante que sigue a esa tumba inquietante es el último espacio del sector, pues más allá de él ya solo está el muro límite del panteón, el que separa al cementerio de la calle más larga de Barrio Bravo, significa que los enterradores no tendrán mucho espacio para maniobrar sin tocar de manera inintencionada las rejas de la tumba del jefe pesado de la mafia.

¡Ojalá y no les pase nada a ellos! Que los que están vigilando acechantes, sepan entender que solo están haciendo su trabajo y no los maten.

Pero el descenso hacia la degeneración total de la situación siguió con su marcha cada vez más oscura, como la sombra de las alas de un ser salido del mismísimo infierno, que se hace cada vez más grande, cubriendo cada vez más un área más vasta hasta alcanzarnos a todos con su sombra: luego ese ser gigantesco nos ha visto, y se dispone a estirar su horrible mano para tomarnos también a nosotros…

Este último paso de las señales malignas ocurrió el Lunes de la siguiente semana, nada más al entrar, y ver una procesión que venía justamente del entierro de un ataúd en ese último cuadrante que te mencioné, me topé a Don Goyo, quién me citó para hablar en la estación antes de iniciar nuestras rondas, y me dijo que fuera muy discreto…

Y tú sabes que cuando mencionan la palabra “discreto” significa que se trata de algo oculto e indebido.

Resulta que Don Goyo tiene un nieto muy empeñoso en sus estudios, quien gracias a sus esfuerzos logró obtener una beca económica para poder estudiar en la escuela de medicina más prestigiosa de toda América Latina, ahí esta el muchacho, codeándose con los jóvenes hijos de las familias más ricas de muchos países de Latinoamérica, y por lo tanto, todos sus compañeros son gente adinerada.

Este muchacho formó un equipo de anatomía, y tienen que hacer un trabajo para el semestre, compitiendo con otros equipos de la escuela, tienen que destacar en su trabajo si o si para lograr sacar adelante el semestre escolar…

Cuando iba escuchando la explicación de Don Goyo, lentamente iba atando cabos, temiéndome lo peor, pues ya intuía lo que a continuación me iba a pedir el anciano velador.

Sus palabras fueron la confirmación de lo que ya me sospechaba: nos ofrecían 30,000 pesos a cada uno por ayudarle al nieto de Don Goyo a sacar el cadáver más fresco posible, pues los compañeros ricos del muchacho “cooperaron” con su dinero para poder conseguirlo, y como Don Goyo está muy anciano como para hacer un esfuerzo tan grande, me pidió que le ayudara a su nieto a desenterrar el ataúd y sacar el cuerpo mientras el vigilaba y mantenía lista una gran bolsa.

Por supuesto que yo me negué al principio, pero el maldito anciano me dijo lo siguiente:

“Mira muchacho: tú no estás para negarle un favor a mi nieto, porque aquí la gente más pesada siempre me dan mis ayuditas, con tal de que les deje hacer lo que quieran con los muertitos, por eso es que conozco a los más duros de la ciudad, ¿De verdad quieres causarle un disgusto a este pobre anciano, que es amigo de la gente más peligrosa?

Ellos están dispuestos a borrarme a cualquier tipo incómodo que yo les señale. Mejor aliviáname a mí y a mi nieto con este trabajito y embólsate todo ese dinero en una sola noche, o el próximo en ser embolsado serás tú, y ocuparás el lugar del muertito que saquemos, quedando para siempre en su propio ataúd, mientras tu familia nunca sepa de tu paradero ¿Estás listo para cooperar?”

Y con esa amenaza, mezclada con la jugosa oferta de dinero, me sentí completamente obligado y comprometido en complicidad, así que comenzamos a hablar de los detalles del “trabajito”, que sería realizado durante la siguiente noche.

Llegó pues ese infame Martes, en el que le rogué al cielo para que ocurriera cualquier otro entierro en el siguiente “renglón” de fosas para tumbas, todo para no tener que exhumar junto a esa tumba tan siniestra…

pero el maldito destino quiso que nadie hubiese muerto por aquellos días en todo Barrio Viejo ¿Porqué tenía que escoger la gente esos días para NO MORIRSE?… Más el trabajo tiene que hacerse, así que me reuní con el anciano corrupto, y estuvimos esperando el pitazo del estudiante convertido a exhumador clandestino.

Sonó el toque que habíamos acordado: tres toques rápidos en el portón, seguido de otros cuatro más ¡Es la señal!, así que el anciano acudió para abrirlo…

Cuando entró el muchacho, se quedó junto al anciano, guiando al otro cómplice, al conductor del carro (quien de seguro es uno de los compañeros ricos del estudiante) para estacionar el auto en reversa, con la cajuela apuntando hacia la estación, ya sabíamos que meteremos en esa cajuela…

El conductor del carro obviamente no salió de él, y su compañero, el nieto de Don Goyo, siguió al anciano hasta llegar a la estación, donde yo los esperaba con las palas listas…

Yo que había deseado que ninguno de los enterradores, ni los deudos del siguiente muerto tocaran sin querer las rejas de la tumba de aquel jefe criminal…

Yo que tuve que aceptar la propuesta infame del viejo velador… yo que esperaba que hubiese un entierro en el siguiente renglón de fosas, lejos, muy lejos de la siniestra tumba del capo de la mafia, sin embargo todo se puso en mi contra.

¡Íbamos a exhumar y robarnos al cadáver que fue enterrado justo a un lado de la tumba que no debe ser tocada!

Así que, a consejo mío y del viejo, el estudiante de medicina fue sumamente cuidadoso, junto conmigo, pues nos pusimos a un lado y a los pies de la tumba que desenterraríamos, él a los pies de la tumba, y yo del costado opuesto a la reja intocable, a mis espaldas solo estaba el gran paredón del panteón, en lugar de las rejas malditas.

Aunque ya estaba acostumbrado a mirar cadáveres y hasta a tocarlos en la morgue, por ayudar al preparador, y usando debidamente guantes de látex, el hecho de desenterrar a un cadáver en la mitad de la noche, a escondidas, y en un contexto rodeado por las influencias del crimen organizado y amenazas, causaba que toda la situación se me hiciera sumamente atemorizante.

Además, una cosa es palpar un cadáver ya preparado en la morgue, y otra muy distinta es cavar una zanja clandestinamente, abrir un ataúd, sacar un cuerpo y tener que cargarlo hasta meterlo en una bolsa negra de basura.

Es por eso que, al levantar al cadáver fuera del ataúd, y tener que cargarlo en mis brazos, sentí un escalofrío que recorría todo mi cuerpo.

Fue algo tan grotesco el hecho de tener que “pararlo”, deteniendo su pecho con mi hombro, mientras le levantaba los brazos para que el muchacho morboso, desde arriba de la zanja lo agarrase de las manos, y luego levantar al cadáver desde las piernas, mientras el anciano bajaba la escalera con sumo cuidado, con la bolsa negra en las manos, y abriéndola bien extendida en el suelo, se convirtió en el envoltorio de tan perturbadora “mercancía”.

Cuando sacamos la bolsa cadavérica fuera de la fosa, fuimos muy cuidadosos de no tocar por nada del mundo la otra reja, así que caminamos lo más retirados posibles de la misma, con el poco espacio que teníamos para avanzar, mientras el anciano hacía la señal con la linterna…

A lo lejos surgieron de entre la oscuridad dos ojos rojos inyectados en sangre que brillaban entre la negrura de la noche, eran las luces traseras del auto al que debíamos llegar para depositar la bolsa allí… y deshacernos para siempre de ese asunto tan turbio.

Una vez depositado el cadáver, el muchacho nos dijo lo siguente… “Tal y como se lo dije a mi abuelo, mañana mis compañeros comenzarán a trabajar con el cuerpo, y hasta el final del día, o a mas tardar, pasado mañana me sueltan la plata.

No se preocupen, que si vamos a cumplir con nuestra parte.” Y Don Goyo le dijo que estaba seguro de que así sería, pues no importa que tan ricos e influyentes sean los compañeros del nieto, los veladores del viejo están tan bien conectados con gente tan pesada, que ni una muralla de oro podría proteger a ninguno de los que no cumplan con lo acordado…

A pesar de que con esto el viejo habló también a favor mío y de mi bolsillo, me ponía más nervioso que él dijera todas esas cosas.

Me puso más nervioso que el muchacho, al responder que nadie nos va a fallar, y al voltear a mirar la cajuela, se diera cuenta que la bolsa tenía algunos agujeros, pues en el trajín de mover al cadáver, las uñas de la mano fría y el peso de un talón dentro del zapato hubieran perforado la bolsa negra, por lo que una mano y un pie del muerto estaban expuestas.

El joven se acercó a la ventanilla del conductor con una actitud tan servil y sumisa que me dio asco, preguntándole a su compañero si no había ningún problema si su cajuela se manchase un poco, pero la voz del conductor solo le dijo que le valga un comino lo que le pase o no le pase a la cajuela, que cierre ya y que se vayan, y así lo hicieron…

Tener que regresar, pasando junto a la rejilla de la tumba intocable seguía poniéndome los pelos de punta, pero al menos lo único que debía hacer era bajar, y con la adecuada iluminación de la linterna del viejo, tapar un ataúd vacío, enterrarlo nuevamente, e irnos cada quién a la estación para lavarnos a consciencia, cambiarnos de ropa, tomar un cafecito, y realizar un remedo de ronda por el resto del panteón, ¿Qué nos iba a preocupar que en ese tiempo otros entraran a profanar el camposanto, si nosotros ya éramos directamente profanadores clandestinos?

De todos modos, el resto de nuestro turno me la pasé muy inquieto, creyendo ver por el rabillo del ojo a algún ser veloz que corría por detrás de mí, pero cuando voltee a mirar, solo había lápidas a mis espaldas: mis nervios me estaban jugando una mala pasada.

Así que al dar las 6 de la mañana, entregué mi linterna, mi sombrero y todas mis cosas, y me salí del panteón sin despedirme del viejo… tomé un taxi y fui directamente a la casa de un primo que vende licor clandestino, comprándole una bebida fuerte en su bolsita de papel, y luego tomé otro taxi rumbo a mi casa.

En aquellos extraños días mi casa tenía forradas las ventanas con el mismo tipo de bolsa que usamos para envolver al cadáver, por lo que me recordaron lo que acababa de hacer a medianoche, pero de todos modos esas bolsas sirven para dar la sensación de oscuridad necesaria para un hombre que trabaja de noche y duerme en la mañana.

De todos modos tenía mi bolsita de alcohol para emborracharme esa mañana e intentar dormir después de haber participado en un acto ilícito tan perturbador…

Le recé a La Virgen y a todos los Santos por su perdón, para que comprendieran mi situación, y para que me concedieran una buena mañana de sueño, y creo que me escucharon… pues ya estando borracho, me pude quedar dormido.

Supongo que pasé muchas horas dormido, porque no me levanté hasta que mi celular estuvo sonando varias veces, así que me incorporé, medio ebrio y medio crudo, y contesté el teléfono: era Don Goyo agradeciéndome nuevamente por haberle ayudado con “ese asuntito”.

Me dijo que me tomara libre esa tarde, que ya a la siguiente nos pagarían a mí y a él, y dicho esto, colgó.

Cuando traté de quedarme dormido, escuché que tocaban a mi puerta y me estremecí por el ruido, pero me levanté algo asustado para abrir, era mi antiguo compañero de la Funeraria, el chofer de la carroza, quien me dijo que conoció a una chica muy hermosa, quien accedió a salir con él.

Me platicó que ella es de provincia, vino a estudiar a la Universidad Autónoma, y que se está quedando en una casa ajena, luego dijo esto: “¿Adivina quien vive en la casa donde ella se está quedando? ¡Esther La Copetona!…

Esther… ¿No te acuerdas? Fue una de las que lloraban a su abuelo y que tu aprovechaste para abrazar fingiendo que lo habías conocido…

¿Te acuerdas que mis compañeros te pidieron que no volvieras a hacer eso? Bueno, pues ahora tienes la oportunidad de acompañarla y abrazarla sin tener que andar de mentiroso ¿Qué dices? ¿Me acompañas?”

Y aunque al principio me negué, poco a poco caí en la cuenta de que me sentaría muy bien distraer mi mente pasando momentos agradables, con viejos amigos y saliendo en una cita doble, así que terminé accediendo.

Nos reunimos con ellas afuera de un local que es un restaurant-taquería, donde sírven los mejores tacos y los platillos más suculentos de la Gran Ciudad, allí volví a ver a la dichosa Copetona, una mujer muy guapa, y sin embargo la provinciana era todavía más hermosa, una morena de una mirada intensa muy apasionante.

La belleza de la que “le correspondía en la cita” a mi amigo el chofer de carroza me terminó de borrar cualquier preocupación por “ese asuntito” de la noche anterior, y como más vale hablar derechos, hora si que me tocó invitar a mi amigo a lavarnos las manos en el baño de hombres tras las puertas de la sala de mesas, como suelen hacerlo las chicas cuando quieren platicar en el baño de un restaurante.

Justo él me estaba preguntando que como me iba en mi nuevo trabajo, incomodándome un poco al revivir en mi mente lo que acababa de hacer, así que cambié bruscamente el tema de conversación, pero esto fue cuando las puertas del sanitario se cerraron a nuestras espaldas, entonces me giré hacia el con la intención de cambiarle bruscamente el tema, diciéndole que la que más me gustó fue la pareja de él, pero cuando voltee a mirarlo, el no estaba…

¿Acaso se habrá girado de vuelta a la mesa con las dos bellezas que nos esperan? ¿O quizás, siendo el, amiguero como ninguno, se topó con algún conocido y se pusieron a platicar mientras yo entraba al baño? ¡Que importa eso! Mejor me lavo las manos y regreso con la intención de cautivar a esa preciosa morena de fuego…

Pero justo cuando me giro hacia el lavamanos, me doy cuenta de que este ha desaparecido… Por algo esa cerámica que cubre tanto el suelo como las paredes de este sanitario se me hace tan familiar, no estoy en el baño ¡Sino en una morgue!

No hay nadie en la morgue, y frente a mí se encuentran muchas mesas de metal, aunque solo hay un cadáver allá a lo lejos, cerca de la pared.

La sensación de estar solo en una habitación con un cadáver, me causó repulsión, así que me volví para abrir las puertas y salir de allí, pero me di cuenta de que están atrancadas y me quedé atrapado, por fuera de las ventanillas de la puerta se encuentra la más absoluta negrura, como si no existiera nada fuera de la morgue.

No hay ningún ruido, ningún bullicio del otrora restaurante: “¡Sáquenme de aquí!” Grito varias veces, pero nadie responde… Mis pedidos de auxilio son en vano.

Entonces escucho una voz que me estremece por completo… es una voz que se oye lejana, con eco, ¡No puede ser! ¡No puede ser esa voz! ¿Es acaso que… Y sintiendo que tengo el corazón en la mano, me giro lentamente para ver de donde proviene esa voz lejana, esa voz viene del cadáver, “…ayúdame… ayúdame… necesito que me limpies…” dice la voz de ultratumba.

Entonces me giro otra vez hacia la puerta, cerrando mis ojos y rezando con todas mis fuerzas para dejar de oír esa voz y que acaso esas puertas se abran para abandonar esa habitación iluminada tan siniestra, hasta la absoluta negrura del vacío allá afuera me parece un mejor refugio que ese maldito lugar. Pero mientras estoy rezando, escucho nuevamente…

“Yo también rezo por ayuda… rezo por limpieza… reza por mi… reza y límpiame…”

Al oír eso, el terror me apretó el corazón, y seguí rezando con más fervor. De pronto la voz gritó:

“¡TE ESTOY DICIENDO QUE ME LIMPIES! ¡AYUDAMEEE!”

Y una fuerza extraña se apoderó de mí, me hizo levantarme y girar hacia el cadáver, contraviniendo a toda mi voluntad de no acercarme, entonces al verlo claramente, me di cuenta de que era el cuerpo desnudo del muerto que sacamos de su tumba, quien de pronto empezó a ponerse rojo y un poco carbonoso de la cara, la parte de arriba del pecho, de los brazos y de los muslos; le empezó a salir humo, y de pronto se prendió fuego…

Quise gritar, pero mi garganta estaba paralizada… el fuego que quema al cadáver se extendió en un segundo y las llamas me dieron justo en el rostro…

Desperté muy agitado, jadeando y muy sudoroso… traté de calmarme, y justo cuando me estaba tranquilizando por la horrible pesadilla, suena mi teléfono. Miré la pantalla, era Don Goyo, y aunque capté que lo del muerto en llamas solo era una pesadilla, aún así la sensación de asco por lo que hicimos no me abandonó, pero esto es trabajo, y tengo que contestar.

Don Goyo me agradeció nuevamente por haberle ayudado con “ese asuntito”, y me dijo que me tomara libre esa tarde, que ya a la siguiente nos pagarían a mí y a él, y dicho esto, colgó.

Solo unos segundos después de que colgó me di cuenta: ¡¿Qué acaba de decirme?! Justo lo que había soñado en ese momento. Me quedé tan aterrado de que una parte de aquella pesadilla se empezara a cumplir, que después de curarme la cruda, me dediqué a rezar de rodillas durante todo ese día, inclusive fui a casa de mi madre para decirle que rezara por mí.

Mientras mi madre rezaba el rosario con mucha Fe, yo pedía para mis adentros que cuando me tocara volver a dormir, tampoco tenga que padecer otra pesadilla como la que tuve ¡Y dio frutos mi petición! Al menos durante ese día… pues al siguiente atardecer, cuando fui a mi lugar de trabajo: el viejo cumplió con su parte, y me dio mis 30,000 pesos que de golpe me había ganado en una sola noche… en una infame noche que por más que quiero, no puedo olvidar…

Porque a raíz de eso, al entrar en mi oscurecida casa, preparar mi cama y apagar las luces, oigo que afuera grita la vecina muy desesperada pidiendo ayuda: ¿Acaso volvió su exesposo para golpearla? ¿Tengo que volver a ponerle una golpiza a ese viejo panzón?

Me levanto indignado para prender la luz y dirigirme a la puerta, pero cuando oprimo el interruptor, se ilumina nuevamente la maldita sala de paredes y suelo con cerámica ¡No puede ser! Estoy de nuevo en la morgue…

Y ahora los gritos de la vecina se transforman en los gritos angustiantes del muerto, quien me toma del brazo, por lo que giro aterrorizado tratando de zafar esa mano fría, aunque cada vez más tibia del maldito cuerpo reanimado, “¡ÁYUDAME! ¡LÍMPIAME!” y yo, tratando en vano de zafarme de esa poderosa mano, veo como la misma está enrojecida y llagosa del dedo índice…

Siento como cada vez está más caliente, el cuerpo nuevamente empieza a ennegrecerse, a echar humo, y finalmente se enciende en un fuego terrible que ahora me alcanza a mí, ¡Nos estamos quemando los dos!

Despierto nuevamente agitado, y cuando me tranquilizo, caigo en la cuenta de que debo ir nuevamente a trabajar al panteón ¡Maldita sea! Sin embargo, el hecho de haber soñado dos veces con aquel cadáver, y de que en ambas pesadillas me pide que lo limpie, causó que me armara de todo el valor que pudiera reunir, y que me decidiera a ir, no al cementerio… sino directamente a esa prestigiosa escuela de medicina, pagando sobornos con ese maldito dinero, de ser necesario, con tal de que me dejasen pasar hasta la morgue de la facultad.

De esta forma, y valiéndome de todos mis recursos carismáticos para caer bien, y de los recursos monetarios obtenidos en mala forma, es que logré entrar al pasillo de la escuela.

Solo faltaba sobornar al encargado de la morgue, para poder estar cerca del cadáver, y en ese momento dudé de mi empeño ¿Para que gastar ese dinero en hacer una estupidez basada en pesadillas que de seguro me causó la culpa? Mejor es dar media vuelta y decirle a mi sobornado anterior que ya hice lo que tenía pensado ¡Y a emplear mejor el dinero mal habido!

Pero en ese momento, justo cuando algunos estudiantes de medicina salían de un salón, vi una cara conocida: ¡Esther “La Copetona”! Me vio, y aunque juraría que no me reconoció exactamente por lo del funeral de su abuelo, aún así mi rostro le resultó conocido, por lo que me saludó cordialmente, y me preguntó si acaso estaba estudiando en la facultad.

Le dije que venía a visitar a mi amigo, el que trabaja en la morgue, y de ahí nos quedamos conversando en una banca del pasillo, la plática fue derivando de un modo extrañamente favorable para mi con Esther, así que al final me dijo que, a ver cuando salimos a tomar un café y platicar más agusto, dejándome su número… si había alguna señal de que mi destino era ir al encuentro del cadáver que yo mismo saqué de su tumba fue esa precisamente, ahora ya no dudaba de que mi deber era limpiar aquel cuerpo.

Por eso es que llegué con el encargado de la morgue, y, aprovechando que la noche había caído y que estaban por cerrar las instalaciones, le dije mi motivación de la forma más convincente posible, y le solté los billetes necesarios para que me permitiese entrar junto con él a la morgue ¡Era idéntica al lugar de mis pesadillas! Me estremecí de terror de estar ahora si físicamente en ese lugar, pero no podía echarme para atrás, entonces tuve que aceptar las prendas que me dio el señor de la morgue, unos guantes de latex, un cubrebocas, una especie de mandil, y lentes industriales.

Así que, con su ayuda, lavamos el cuerpo que vi cuando lo exhumábamos clandestinamente, y luego en mis pesadillas, lavamos todo aquel cuerpo, fijándome que justamente en el dedo índice de la mano izquierda tenía una especie de llaga, que me explicó el señor de la morgue que eso pasa cuando una parte del cuerpo muerto está boca abajo, pues es sangre que se asienta en el fondo y luego se coagula y se vuelve negra y espesa…

Después de lavarlo y desinfectarlo con muchísimo respeto, lo secamos, mientras ese forense lo volvió a colocar en la pequeña fosa de formol para conservar el cadáver. Una vez que cumplí con aquel “pedido” que me hiciera el muerto en mis pesadillas, volví a casa, sintiéndome más tranquilo… hasta que volví a soñar con él.

Esta vez la pesadilla ocurrió en un balneario, en el que de repente todas las personas estaban flotando boca abajo, y el agua se estaba volviendo cada vez más negra y espesa, mientras que yo trataba de salir en vano de aquel lugar que se estaba convirtiendo cada vez más en un pantano, de pronto el cadáver surgió de ese pantano diciendo lo siguiente… “¡El agua no sirve! ¡No me limpia! ¡AYÚDAMEEEE!” y yo queriendo soltarme de aquel cadáver, vi que por fuera estaba mi amigo, el chofer de la carroza, quien extendía su brazo salvador hacia mí, pero en eso el gritaba ¡¿Qué es eso de atrás?! Giré mi cabeza y vi que, por detrás de mi y del cadáver que me quería hundir con él, venía una lengua de fuego prendiendo en llamas a todo el pantano negro ¡Estábamos nadando en petróleo! Y justo cuando mi amigo trataba de sacarme, las llamas me alcanzaron, provocando que despertara por tercera vez, agitado y sudoroso… pero ahora más decidido a ir al fondo del asunto.

Veamos: si en el primer sueño vi a Esther y esto se cumplió encontrándola en la facultad… ¿Qué significa el haber soñado no una, sino dos veces a mi amigo, el chofer de carroza?

Significa que tal vez él sea la clave para averiguar como limpiar adecuadamente al cadáver, y así deshacerme de esa especie de maldición de una vez por todas…

Por eso acudí a mi viejo lugar de trabajo, la funeraria, esperando a que llegara el vehículo que transporta muertos… ¡Nuevamente es irónico que yo esté esperando al carro fúnebre como un niño a la llegada de Santa Claus! Por eso, en cuanto llegó mi amigo, y cumplió con el último viaje de esa noche de velatorio, lo saludé afectuosamente y le dije que necesitaba platicar con él de un asunto muy serio…

Cuando le terminé de contar mi angustioso caso, y temiendo que el no me creyera o que pensase que estoy loco, me sorprendió -y a la vez no- que el me dijera que tal vez el muerto me está pidiendo que le realice una limpia, una efectiva y purificante limpia ¡Pero no solo eso! Resulta que mi amigo, por los contactos que va conociendo al tratar con asuntos de la vida y la muerte, conoce a la persona perfecta para realizar una auténtica limpia.

Me dio su palabra de honor y hasta su vida de por medio asegurándome que no es una estafadora ni charlatana del montón… ¿Su nombre?: Madame Sheyad.

Así que acompañé al carrocero hasta un local discreto, pero con un letrero de neón con una mano y un ojo en la palma: un inconfundible símbolo de que lo que se ofrece allí son servicios un tanto “místicos”.

Cuando entramos a ese local, mi amigo, delante de mí, saludó con una reverencia a la mujer dentro de la sala, quien le respondió el saludo con un toque de jovialidad en su voz.

En cuanto mi amigo avanzó en esa sala de espera, pude ver el rostro de la joven ¡Era idéntica a la preciosa morena de fuego de mis pesadillas! En aquel sueño ella era la compañera de cuarto de Esther ¡Mis pesadillas se están cumpliendo en cada detalle! Más vale poder deshacer ya esta maldición, antes de terminar carbonizado…

“¿Eres Madame Sheyad?” Le pregunté con gran asombro. Pero ella me respondió que no, que ella es Anadri, su hija, y que trabaja como recepcionista. Le extendí la mano para saludarla respetuosamente, pero ella me dijo que no suele tocar a nadie, ni siquiera al carrocero, que es amigo de hace tiempo, pues uno nunca sabe si la otra persona está sometida a influencias espirituales siniestras.

La bellísima Anadri me invitó a seguirla, así que así lo hice, cruzando un pasillo inclinado, que nos llevó en descenso hasta los aposentos de la mismísima Madame Sheyad.

La cautivadora recepcionista me dijo que no debo hablar hasta que ella me lo pida, y aun así debo limitarme a responder sus preguntas.

Estando pues ante la misteriosa Madame Sheyad, lo primero que me dijo fue: Responde si en caso de que alguna de estas causas sea la que te trajo hasta mi, ¿Estás aquí en busca de que te lea las cartas? ¿Requieres la lectura de la carta astral? ¿Buscas que te lea la mano? ¿Deseas contactar con un ente fallecido? ¿Vienes en busca de una limpia? ¿Acaso deseas… Y a esa pregunta anterior le respondí afirmativamente.

Luego me dijo lo siguiente: “Si buscas una limpia necesito saber lo siguiente: ¿Has realizado algún ritual de santería u otros credos que son distintos a la pura adoración a Cristo y veneración a los Santos según La Iglesia? ¿Alguna vez has jugado a la Ouija? ¿Has invocado a algún ente? ¿Has pronunciado o escuchado palabras específicas de maldición o hechizo? ¿Has invocado el nombre de algún ente distinto a Dios, Cristo, La Virgen y todos los Santos? ¿Has estado en contacto con algún objeto, persona o animal malditos? ¿Alguna vez has profanado un lugar sagrado…” Y entonces le respondí a esas dos últimas preguntas, así que me pidió detalles sobre esos sucesos, por lo que le conté mi experiencia con lujo de detalles, sin ocultar nada, de tal modo que no quedara sin decir nada que pudiese servirle a ella para ayudarme.

Después de hacerme preguntas específicas sobre cualquier otro detalle que no le había contado, terminó llegando a una conclusión impactante, pues me dijo lo siguiente:

“Desde que entraste, yo percibí un aura amenazada e infectada de algo, por lo que dejé esas dos preguntas al final, y muy juntas, para terminar de confirmar lo evidente.

Lo tuyo se trata de un caso de maldición guardiana, ya que, por lo que me has confesado, tú y el otro velador exhumaron un cadáver junto a una tumba maldita. Ya de por si la profanación de tumbas es algo que atrae energías negativas sobre ustedes, pero el hecho de hacerlo junto a una tumba maldita es algo mucho peor.

La maldición guardiana consiste en una protección espiritual, ya sea de naturaleza angélical o demoniaca, por la cual protegen y guardan precisamente algún tesoro, con el fin de disuadir mediante el miedo, y luego con una maldición mortal terrible a todo aquel que ose siquiera tocar al cofre que guarda el tesoro, es el mismo de maldición guardiana que usó el ángel que custodia al jardín del Edén, con una espada en llamas que se retorcía por todos lados cuidando a dicho jardín de las delicias, de la misma forma, algún ángel -aunque en este caso creo que es un demonio- está protegiendo el lugar de descanso de aquel Capo de la mafia: estamos pues ante un caso de brujería protectora para evitar que los restos de aquel jefe del crimen sean profanados.

Ya de por si los mismos criminales infunden miedo en los que osen pensar en saquear la tumba de aquel jefe ¡Ahora imagínate que le añadieron la protección demoniaca mediante una maldición guardiana! Eso a casi cualquiera lo espanta.

Pero dices que se cuidaron mucho de no tocar por nada del mundo esa tumba, sin embargo el espíritu del muerto te habló en sueños. Debes saber que los espíritus también duermen, y mientras duermen: sueñan. Pero el sueño de un muerto es mucho más lúcido que el sueño de alguien que respira, pues en ese estado se pueden dar cuenta de todo lo que les afecta.

Por eso es que el muerto se dio cuenta de que fue contagiado por la maldición guardiana de la tumba de hierro, y de ahí deduzco que, si bien ustedes no tocaron directamente ni el suelo ni las rejillas de hierro custodiadas por la maldición, me temo que el muerto de alguna forma si la tocó sin que ustedes lo notaran ¿Por qué? Porque al preguntarte específicamente, me dijiste que la bolsa se había perforado y que se le salió una mano y un pie.

Me dijiste que soñaste el dedo muerto de la mano izquierda como estando con una llaga, y que después comprobaste el estado llagoso de ese mismo dedo. Fue pues ese dedo el que habrá tocado de casualidad a las rejas de la tumba ¡Por eso ese cuerpo está maldito!

Luego, al recibir el dinero que ahora tienes, esto quiere decir que la espada en llamas de la maldición guardiana ahora está pendiendo sobre ti, lista para caer cuando el momento llegue…”

Al responderle que yo acepté el dinero más que nada por amenazas de Don Goyo, y no por codicia, Madame Sheyad respondió:

“Aunque fuese con el mejor de los deseos: el muerto fue tocado por los estudiantes de medicina, y fueron ellos los que reunieron el dinero, transmitiendo esa maldición a los billetes. Cuando los recibiste, te contagiaste de esa maldición. De manera que, si tú no recibes la limpia, por más que se la realicemos al muerto, de todos modos tu morirás pronto, y seguramente será de una forma horrible.”

No pude aguantar más la angustia y el terror por mi cercana muerte, así que me derribé llorando a los pies de la Madame, pero ella se retiró de inmediato para no estar tan cerca de mí, luego mandó llamar a mi amigo el carrocero, y nos avisó que más vale que los dos recibamos una limpia de manera urgente, o solo será cuestión de poco tiempo para que la maldición se active sobre nosotros y nos termine devorando en llamas.

De este modo es que cada uno de nosotros fue rodeado por las dos hechiceras de magia blanca, quienes pronunciaban hechizos en una extraña lengua, mientras cargaban en ambas manos dos veladoras con fuego santo. También nos soplaron incienso, fuimos frotados por hierbas prodigiosas, nos sumergimos en unos estanques de agua bendita, y por último nos extendimos desnudos sobre un arenal santo para impregnar nuestra piel de la arena curativa.

Una vez realizada la limpia, y ya habiendo dejado de ser “intocables”, tuvimos que llevar a ambas hechiceras hermosas hasta la escuela de medicina, para encontrar al cadáver y purificarlo de la misma manera, así como a los estudiantes de medicina.

Para esto yo me puse doble guante de látex, preparé muchas bolsas pequeñas de hule transparente para guardar sándwiches, los remojé en agua bendita y los sequé, y en esas bolsas metí varios fajos del dinero maldito, de esa forma pude tener listo el dinero.

Fui hasta ese banco, en el que siempre me trataron de manera elitista, y estando allí, busqué a la cajera que más me había tratado mal, le pedí abrir una cuenta de ahorros con todo el dinero que me quedaba, arguyendo que ese dinero lo había juntado ahorrando siempre algún resto de todos mis salarios desde que trabajaba en un supermercado en la caja registradora durante mi pubertad.

Esa maldita cajera (ahora si maldita), sacó mi dinero de las bolsas, lo contó, y pasó a registrarlo, abriendo mi cuenta de ahorros, y con una tarjeta de débito, pude sacar billetes “sanos” de un cajero automático.

Gracias a esos “billetes sanos” es que pude sobornar nuevamente a los encargados de cuidar la facultad y la morgue, para volver a ver a mi “viejo amigo” el cadáver, acompañado ahora de las dos hechiceras blancas.

¿Cuál no sería mi sorpresa, que hallamos el cadáver ya totalmente separado en varias partes anatómicas listas para ser expuestas en el pequeño museo de anatomía adjunto a la facultad? Sin embargo, eso no fue ningún impedimento para mis dos voluntariosas acompañantes, quienes se tomaron todo el tiempo necesario y las molestias para sacar de sus cajas todos los elementos necesarios para realizarle una limpia a todas las partes anatómicas de mi “viejo amigo” muerto y diseccionado.

De hecho mis acompañantes eran tan buenas, que le ofrecieron al cuidador de la morgue escolar realizarle una limpia, por haber tocado tanto al cadáver como al dinero de mi soborno, a lo que él les respondió:

“No solo no creo en esas estupideces: además debo decirles que, si la policía me llama a declarar, no les ocultaré nada sobre la llegada de ustedes tres aquí ¿Eh? No quiero meterme en líos, así que si tengo que hablar, hablaré…”

Le pregunté si acaso el le había dicho a la policía sobre mis intrusiones en la facultad, pero el me dijo que no era por eso, sino por el secuestro de uno de los estudiantes. Entonces me di cuenta, uno del equipo de estudiantes, de aquel equipo que se le ocurrió robar un cadáver ¡Ahora estaba secuestrado!…

Al salir de la facultad, iba muy asustado y pensativo, pero aún así escolté a esas dos damas de oro, yendo en taxi hasta dejarlas en su bendito local. ¿Quiénes secuestraron al alumno? ¿Acaso eran secuaces de la organización mafiosa que dirigió el capo de la tumba maldita? ¿Tenía algo que ver con el robo del cadáver y que este tocara sin querer las infames rejas de hierro? ¿Acaso el nieto era el próximo, o su abuelo Don Goyo, o… quizás yo?

Regresé pues a casa a tratar de descansar: y por primera vez en muchísimo tiempo, pude dormir tranquilamente sin ninguna pesadilla ni mal sueño.

Al despertar, y revisar la hora en mi teléfono, vi una noticia inquietante: el cuerpo del estudiante secuestrado fue hallado a un lado de la carretera camino a Ciudad Playa… fue encontrado totalmente calcinado.

Pensé inmediatamente “¡Ese pude haber sido yo! ¡De la que me salvé!”

Me decidí a cumplir un día más en el maldito panteón de Barrio Bravo, y después renunciaría ¡Hasta estaba dispuesto a regalarle todos mis “billetes sanos” pero mal habidos a Don Goyo con tal de no tener ya nada que ver con “ese asuntito”! Y con esa disposición, me presenté como siempre a las 5:45 de la tarde, en el cementerio.

Pasé junto a los deudos salientes de la última procesión fúnebre, caminando entre señoras y señores, jóvenes, niños, todos de negro, excepto un grupo de blanco…

¡¿De blanco?! ¿Acaso son miembros de otra de esas religiones raras? ¿Qué significan esos atuendos de blanco? ¡No puede ser! ¡SON ATUENDOS DE MEDICINA! Específicamente de estudiantes de medicina… ¿Tan rápido sepultan al joven quemado si hace menos de un día hallaron su cuerpo calcinado? De pronto, entre todos los que se quedaron platicando, vi a Don Goyo, vestido también de negro: me acerqué para escuchar a los que hablaban con el, y oí claramente que decían “Su nieto…” “Su nieto siempre fue un buen alumno” “Fue un estudiante admirable” ¡¿CÓMO?!

Asustado, me acerqué a un señor mayor con bata blanca, seguramente un maestro de la facultad, y le pregunté con mucha prudencia, si sabía como murió el nieto de Don Goyo, a lo que él me respondió:

“Iba conduciendo por la avenida principal, junto con su novia, cuando de pronto, un camión se salió de su ruta y entró en un carril contrario. El joven hizo lo que pudo para frenar y girar el auto, pero aún así impactó contra el camión.

Es curioso como pasan las cosas: el iba con su cinturón de seguridad, y su novia no, por lo que ella salió disparada rompiendo la ventana, y ahora está en terapia intensiva. Sin embargo el joven se quedó atorado entre los fierros del auto en llamas y del camión.

Dicen que la gente trató de sacarlo, pero el fuego lo alcanzó y murió quemado mientras pedía a gritos que lo ayudaran ¿Pero como iban a poder sacarlo? Si todo el auto quedó hecho fierros y cenizas. Es lamentable que pase esto justo cuando su compañero está secuestrado…”

Yo respondí que ya las noticias dicen que lo hallaron calcinado junto a la carretera a Ciudad Playa, por lo que el médico y profesor dijo que era una coincidencia muy trágica, que el fuego matase a ambos…

Esa noche no quise despedirme de Don Goyo, de todos modos el encargado de R.H. no estaba presente ese día para presentarle mi renuncia, eso sería la tarde siguiente.

Fue una velada muy callada, y durante el amanecer, le quise comentar al viejo sobre ese asunto de las hechiceras blancas, pero el ya no quiso escuchar nada, y hasta me amenazó con “sus valedores” de que me pasaría algo si acaso lo sigo incomodando.

Al final le dije que ya era hora de irnos, pero él me dijo que quería quedarse en la estación, tomando para olvidar, y que yo me fuera al carajo. De todos modos le ofrecí mis billetes sanos, que me arrebató diciendo que con ellos podría comprarse más alcohol y cigarros… Así me fui algo consternado a mi casa a descansar.

La siguiente tarde, hora sí que mi último día como velador del panteón, llegué como de costumbre, antes de la hora, pero mientras me acercaba, identifiqué una columna de humo, y un camión de bomberos que estacionado afuera del recinto, y con la gran manguera estirada al máximo: entré corriendo al lugar, encontrándome con la estación en llamas…

Todos los que estaban allí estaban comentando que si Don Goyo se suicidó, o si lo mataron incendiando la estación, pero otros más avispados dijeron que simplemente Don Goyo, estando ahogado de borracho, se quedó dormido con un cigarro en la mano, y así se desató el incendió de la estación, con el adentro. Al parecer, su amado cigarrito lo mató, y mucho más rápido y directo de lo esperado. ¿O acaso sería otra la causa?

Pues mientras contemplaba ese lugar en llamas, me di cuenta de que todos los que estuvieron en contacto directo o indirecto con el cadáver maldito están muriendo de manera horrible bajo las llamas del fuego… ¿Acaso yo toqué a alguien antes de recibir la limpia? ¡Pues a mi amigo el carrocero! pero ambos recibimos luego esa limpia ¡Un momento! ¡MI MADRE! Cuando fui a pedirle que rezara por mí, cuando la abracé al saludarla y le di un beso.

¡MI MAMÁ! ¡MAMÁ! ¡NOOOO!

Corrí con todas mis fuerzas, tomé un taxi y me dirigí rápidamente hasta la casa de mi madre, encontrándome con una ambulancia y multitud de vecinos afuera de la casa de mi madrecita. Entré rápidamente en la casa, y me encontré con los médicos cerrando la bolsa donde se encuentra mamá… corrí frenéticamente y me agaché junto a ellos, les exigí que me dejaran abrazarla, por lo que me desplomé llorando junto al cuerpo de mamá…

Su cuerpo no estaba quemado, salvo una leve negrura en el dedo índice izquierdo, y unas como pequeñas “rajadas” cauterizadas y un poco quemadas en el pecho, y en su cuello. La vecina estaba llorando y diciendo con angustia y consternación que nadamás le iba a calentar la sopita que le trajo a mamá, que mamá oprimió el botón en el horno de micro hondas, pero que de inmediato cayó fulminada, que murió inmediatamente, sin sufrir.

Al parecer las electrocuciones que acabaron con la vida de mi mamá fueron también quemaduras, ella también murió quemada por la maldición, pero me queda el “consuelo” de que murió sin sufrir…

Desde ese momento y con el dolor más profundo de mi alma, en medio de un contexto tan siniestro, decidí vender la pequeña casita de mamá y mi casita más pequeña aún: las vendí a un precio muy barato, pero con tal de reunir el dinero suficiente para salir de esta maldita Ciudad, pues me fui a vivir muy lejos, en las profundidades de provincia, y desde entonces estoy en un lugar muy muy retirado de la infame Gran Capital y su maldito Barrio Bravo, con su epicentro mortal en el Panteón de Barrio Bravo…

No les diré donde vivo ahora, para que no me alcance ni la más leve sombra de ninguna maldición, pero les he contado esto como prevención para que, los que tengan experiencia en asuntos fúnebres, nunca acepten un trabajo en ese lugar que parece muy agradable: pero en el fondo esconde los asuntos más grotescos y malignos.

Aún desde donde estoy, le he dado seguimiento a los acontecimientos de todo aquel que hubiese tocado al cadáver antes de recibir la limpia, la propia facultad de medicina sufrió un incendio debido a un corto circuito en el laboratorio.

Hubo solamente tres victimas fatales: el guardia de la entrada, que estaba en ese momento en el pequeño museo de Anatomía; el cuidador de la Morgue, que quedó atrapado en el audiovisual; y la pobre de Esther “La Copetona”, que se asfixió con humo en el baño de mujeres, y luego fue calcinada por las llamas cuando el fuego alcanzó ese sector.

Irónicamente las partes anatómicas de lo que fuera el cadáver robado quedaron intactas, pues el recubrimiento “resinoso” que le pusieron al parecer las protegió de quemarse, aunque ahora yacen en un almacén donde guardan los bomberos las cosas que logran rescatar intactas.

Esa es la última noticia que tuve sobre las tragedias de esa castigada ciudad, pues ahora no quiero saber nada más, ni de la Ciudad Capital, ni de su infame Barrio Bravo, ¡Mucho menos del maldito panteón de Barrio Bravo!

Pero nunca podré olvidar que yo perdí lo que más amo en el mundo, y estuve a punto de perderme a mi mismo entre las llamas, por culpa no solo de una maldición, sino por haber pisado alguna vez a ese maligno pero auténtico JARDÍN DE HUESOS.

Autor: Ramiro Contreras

Derechos Reservados.

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Historias de Terror