Hace Frio En El Mas Allá 2023

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Hace Frio En El Mas Allá 2023

Hace Frio En El Mas Allá… Aquella tarde, mientras el sol se despedía lentamente en el horizonte, me encontraba luchando por mantener la concentración en el ensayo que debía entregar al día siguiente en la universidad.

El tema era complejo y requería de un análisis profundo, pero mi mente no dejaba de divagar. Sinceramente, mi carrera no me apasionaba tanto como pensé en un principio, pero estaba atrapado en esa realidad y tenía que vivir con ella, lo bueno es que ya solo me faltaba 1 año.

A menudo, me encontraba sumergido en pensamientos sobre otras carreras que, en retrospectiva, me hubiera convenido estudiar, pero ya era tarde, había tomado una decisión equivocada y era momento de afrontar las consecuencias.

Las ciencias forenses, merecen un gran respeto y mucho más que eso, requieren ser de estómago fuerte; pues no es cualquier cosa lidiar con los desafíos y situaciones que se presentan en este campo. La muerte, como tema central en muchas investigaciones forenses, siempre me ha parecido un asunto fascinante, enigmático e inexplorado, porque no sabemos realmente qué pasa después de que dejamos este plano terrenal.

Aunque diversas culturas y religiones ofrecen sus propias interpretaciones, nadie ha regresado del más allá para darnos la respuesta definitiva.

En momentos de introspección, a veces pensaba que la muerte sería como estar soñando, un estado en el que, dependiendo de tu comportamiento en vida, podrías encontrarte atrapado en una pesadilla interminable o disfrutar de un sueño reparador y lleno de felicidad. En otras ocasiones, mi imaginación me llevaba a considerar la posibilidad de que la muerte fuera en realidad una puerta a otra dimensión, en la que todos los fallecidos estuvieran viviendo una nueva vida, quizás incluso con nuevos recuerdos y experiencias por descubrir. Lo cierto es que nadie sabe qué sucede después de la muerte, pero es inevitable que algún día, todos nosotros lo descubriremos en primera persona.

Y mientras esos pensamientos me asaltaban, me di cuenta de que quizás, a pesar de no ser la carrera de mis sueños, las ciencias forenses me brindaban una oportunidad única para explorar ese misterio eterno que nos envuelve a todos: la muerte.

Y bueno, finalmente intenté concentrarme intensamente para escribir el ensayo que tenía pendiente. Mientras las horas pasaban, las sombras se alargaban lentamente hasta que, por fin, la oscuridad de la noche cayó sobre mi habitación. Fue entonces cuando logré poner el punto final a mi arduo trabajo. Mis ojos se sentían pesados, como si llevaran el peso de mil montañas, y mi mente estaba nublada por el agotamiento que me consumía.

Decidí que era hora de rendirme al sueño y recuperar mis energías. Me levanté de mi escritorio, que estaba cubierto de papeles, libros y tazas de café vacías, y me dirigí a mi habitación. Vivía solo en la ciudad, lejos de mi hogar en un pequeño pueblo en Michoacán, ya que había decidido mudarme para poder estudiar en la universidad. Esta decisión había sido difícil, pero necesaria para cumplir mis objetivos académicos y profesionales.

La soledad, sin embargo, era una compañía incómoda y desgastante. A menudo extrañaba a mi hermano, con quien había compartido toda mi vida y con quien pasaba las noches jugando videojuegos hasta altas horas de la madrugada. A pesar de la nostalgia y la tristeza, sabía que mi sacrificio valdría la pena en algún momento, cuando pudiera volver a casa con orgullo y mostrarles a todos los resultados de mi esfuerzo.

En mi departamento, las noches eran especialmente difíciles. El miedo me acechaba en las sombras, aunque nunca antes había sido una persona temerosa. La oscuridad parecía más profunda y amenazante cuando estaba solo, y las tardes adoptaban un sabor rancio, como si estuviera atrapado en una película de terror interminable.

Esa noche, después de terminar el ensayo, me acosté en mi cama, sintiendo cómo las sábanas frías acariciaban mi piel cansada. Mis ojos se cerraron automáticamente, como si tuvieran vida propia, ansiosos por escapar del agotamiento. Sin embargo, en muchas ocasiones, el cansancio extremo me llevaba a experimentar la parálisis del sueño, una aterradora condición en la que mi mente despertaba, pero mi cuerpo permanecía inmóvil, prisionero de mis peores pesadillas. Esas noches eran las más pesadas para mí, una tortura que me sumía en un abismo de miedo y desesperación. Pero esa noche, esperaba que el sueño reparador pudiera abrazarme y alejarme de la oscuridad que me rodeaba, pero no fue así.

Unos minutos después de cerrar los ojos para intentar conciliar el sueño, comencé a sentir una presión abrumadora en mi cuerpo. Era una sensación inexplicable, como si alguien hubiera decidido posarse sobre mí, impidiéndome cualquier movimiento. Aterrorizado, intenté gritar, pero mi voz se ahogaba en mi garganta, como si estuviera siendo silenciada por algo totalmente desconocido. Mi mente comenzó a inundarse de imágenes grotescas y horribles, como si un torrente de pensamientos oscuros y retorcidos se hubiera apoderado de mi mente. Veía cuerpos en descomposición, escuchaba risas demoniacas y visiones perturbadoras me acosaban sin cesar, haciendo que mi terror se intensificara aún más.

Con gran esfuerzo, abrí los ojos lentamente y descubrí que no había nada frente a mí. Todo estaba oscuro y silencioso, como si la habitación se hubiera tragado toda la vida. Decidí tomar unas cuantas respiraciones profundas y tratar de calmarme, repitiendo mentalmente que todo aquello no era más que un episodio pasajero. Poco a poco, la opresión y el miedo fueron cediendo, hasta que finalmente pude conciliar el sueño.

La fatiga y el agotamiento terminaron por vencer al miedo, permitiéndome dormir en paz.

A la mañana siguiente, me dirigí a la escuela sintiéndome exhausto pero aliviado. Para mi sorpresa, obtuve una calificación de 10 en el trabajo que me había costado demasiado. Después de la escuela, fui a ayudar a mi amigo Pablo, que trabajaba en una tienda de ropa para hombres. Él se había sentido mal aquel día, así que accedí a cubrirlo en su turno de trabajo. No era mucho tiempo, solo unas horas, y además los dueños me ofrecieron comida en la tienda y luego me dieron las llaves y se fueron.

Atendí a varios clientes sin problemas, pero cuando llegó la hora de cerrar, me dispuse a limpiar el suelo mientras escuchaba un programa de radio en el que un brujo aconsejaba a personas con mala suerte. Fue entonces cuando noté la presencia de una mariposa negra de tamaño gigantesco posada en el techo.

Hace Frio En El Mas Allá

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Mi abuela, una mujer muy supersticiosa, siempre nos había advertido que las mariposas negras eran presagio de desgracias, anunciando la llegada de eventos desagradables e incluso de la muerte de alguien cercano. Aunque yo no era alguien que creyera en esas cosas, aquel recuerdo hizo que el miedo recorriera mi pecho, temiendo que algo malo pudiera ocurrir. Mientras me debatía entre el miedo y la incredulidad, la mariposa comenzó a volar por toda la tienda, como si quisiera asegurarse de que yo no ignorara su presencia.

Para agravar la situación, la música que sonaba en el programa de radio parecía sincronizarse de alguna manera con el vuelo errático de la mariposa, aumentando la atmósfera de terror  que se había apoderado del lugar. No podía evitar sentir que algo muy raro estaba ocurriendo, como algo malvado estuviera manipulando el entorno a su antojo.

Con el corazón palpitando en mi pecho, decidí enfrentar mi miedo y tratar de atrapar o ahuyentar a la mariposa negra. Tomé una escoba y me armé de valor, pero cada vez que intentaba acercarme a ella, la mariposa esquivaba mis embestidas, como si estuviera burlándose de mí. Mientras la perseguía por la tienda, la música del radio se volvía cada vez más tétrica, alimentando mi terror.

Finalmente, después de una angustiosa persecución, logré atrapar a la mariposa negra entre las cerdas de la escoba y la arrojé violentamente fuera de la tienda. Sin embargo, en lugar de huir, la mariposa simplemente se posó en la ventana, como si me estuviera advirtiendo de que su presencia no era algo que pudiera evadir tan fácilmente.

Cerré la tienda con prisa, asegurándome de cerrar con llave todas las puertas, mientras la mariposa negra continuaba afuera. Aquella noche me costó conciliar el sueño, atormentado por las imágenes de la mariposa y el recuerdo de la opresión que había sentido la noche anterior. A pesar de mis intentos por ignorar esos eventos y convencerme de que eran simples coincidencias, no podía negar la sensación de que algo malo estaba por suceder.

Al día siguiente, le entregué las llaves a Pablo, pero opté por no mencionarle el extraño episodio de la mariposa que había presenciado la noche anterior. Sabía que, de hacerlo, Pablo seguramente se burlaría de mí, restándole importancia a lo que había vivido. Además, no podía descartar la posibilidad de que todo hubiera sido producto de mi imaginación, quizá debido a mi cansancio o al estrés acumulado. Tal vez había exagerado todo y no tenía sentido preocuparse.

Pablo y yo teníamos un profesor llamado Sergio, quien gracias a nuestras excelentes calificaciones y al empeño que demostrábamos en su materia, Sergio solía invitarnos a realizar prácticas en la morgue que estaba a lado del panteón municipal, donde él trabajaba. A nosotros nos interesaba mucho aprovechar esa oportunidad, ya que nos permitía adquirir más experiencia en nuestra área de estudio y, por lo tanto, mejorar nuestras habilidades. Así que, cada vez que nos llamaba para pedirnos ayuda en la morgue, no dudábamos en acudir.

Cabe mencionar que, Pablo, otros compañeros de nuestra facultad y yo solíamos salir de fiesta juntos durante los primeros años de nuestra formación académica. Cuando la madrugada llegaba y la fiesta acababa, en lugar de regresar a nuestras respectivas casas, nos dirigíamos al panteón municipal. Por algún motivo, ese lugar no contaba con vigilancia ni estaba cerrado al público, lo que nos permitía acceder libremente. Nos encantaba la idea de ponernos a prueba y asustarnos recorriendo los lúgubres pasillos del panteón, compartiendo historias de terror y desafiándonos a enfrentar nuestros miedos.

Sin embargo, con el tiempo, la carga académica fue incrementándose y la escuela comenzó a exigirnos cada vez más. Los exámenes, las investigaciones, los proyectos y demás actividades relacionadas con nuestra formación empezaron a ocupar gran parte de nuestro tiempo libre. Ante esta situación, nos vimos en la necesidad de abandonar nuestras visitas nocturnas al panteón municipal y concentrarnos en nuestras responsabilidades académicas. De este modo, nuestras escapadas al panteón se convirtieron en algo que recordábamos cuando íbamos ayudar al maestro en la morgue.

Esa tarde, el teléfono sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Era el profesor Sergio, quien con una voz profunda me pidió que por favor fuera a ayudarlo en la morgue unas horas más tarde. Me informó que llevarían un cuerpo y que ya le había avisado a Pablo. A pesar de sentirme cansado después de un largo día, acepté ir.

Decidí cenar algo rápido y ligero para no sentirme pesado durante la labor en la morgue. Tras la cena, me di un baño relajante y me cambié a ropa cómoda, preparándome mentalmente para lo que me esperaba. Mientras me dirigía al lugar, la luna se asomaba en el cielo, iluminando mi camino con su luz.

Al llegar, me encontré con Pablo, quien había llegado casi al mismo tiempo que yo. Juntos nos detuvimos un momento frente al cementerio y no pude evitar recordar aquella mariposa negra que había visto en la tienda de ropa, pues se conectaba muchas veces con la muerte.

El profesor Sergio nos recibió con una sonrisa cansada, abriendo la puerta de la morgue para que pasáramos. Al cruzar el umbral, nos invadió una atmósfera fría y lúgubre, como si la alegría y la esperanza hubieran sido desplazadas por la tristeza y la desesperanza. El olor penetrante a desinfectantes mezclado con el aroma sutil de la muerte nos hizo estremecer. Las paredes grises, desprovistas de vida y color, parecían absorber cualquier rastro de felicidad. La plancha de metal fría nos causaba escalofríos al pensar en su propósito.

Mientras esperábamos la llegada del cuerpo, el profesor Sergio comenzó a contarnos que se trataba del cuerpo de un niño, quien había sido atropellado debido a un descuido de sus padres. Sus palabras resonaron en mi mente, pues era muy triste y desafortunado que un niño perdiera la vida, no me parecía justo, pero esperaba que lo que había después de la muerte fuera un sueño y que para los niños fuera uno muy feliz.

Pablo, conmovido, preguntó al profesor si era más complicado para él trabajar con casos de niños, ya que la muerte de alguien tan joven resulta especialmente desgarradora. El profesor, con una expresión de resignación, respondió que después de tantos años en su oficio, ya no le resultaba tan difícil lidiar con la muerte de los más pequeños, pero que, al fin y al cabo, seguía siendo humano y ver a un niño sin vida nunca era fácil de afrontar.

En todas las ocasiones en las que el profesor nos había convocado para practicar en la morgue, nunca antes nos habíamos enfrentado a un caso de un niño. Aquella sería nuestra primera experiencia con la muerte en su versión más cruel y despiadada.

El profesor Sergio, reconocido por su meticulosa preparación y siempre disponer de todo el material necesario, sorprendentemente llevaba consigo únicamente dos pares de guantes en esta ocasión. Para optimizar el uso de los guantes, me asignó la tarea de realizar la apertura del cadáver para la autopsia, mientras que mi compañero Pablo se encargaría de coser al finalizar el procedimiento.

Cuando el cuerpo llegó a la sala, una sensación inexplicable de incomodidad me invadió. De alguna manera, pude sentir un súbito y punzante dolor en el pecho. Con el corazón latiendo con fuerza, me dispuse a efectuar la incisión en el cuerpo, siguiendo las instrucciones del profesor Sergio.

Mientras realizaba la autopsia, noté que mis manos estaban frías y temblorosas, y mi respiración se volvía cada vez más irregular. El aire en la sala parecía haberse vuelto más denso y pesado.

Cuando finalmente terminamos con la autopsia, Pablo se encargó de coser el cuerpo, tembloroso y con la cara pálida como si hubiese visto un fantasma. Por mi parte, me deshice de los guantes que había utilizado, sintiendo un alivio temporal al saber que ya no los necesitaría.

El profesor Sergio y yo observábamos atentamente cómo Pablo cosía el cuerpo con suma concentración. La sala estaba en completo silencio, y solo se escuchaba el sutil sonido del hilo atravesando la piel del cadáver. Pero entonces, algo inesperado sucedió: cuando Pablo estaba por llegar al pecho del cuerpo, la mano del niño muerto se levantó bruscamente y agarró a Pablo del cuello con una fuerza sobrenatural.

El grito de pánico de Pablo resonó en la sala mientras su cuerpo temblaba violentamente. A pesar de que el profesor Sergio intentó tranquilizarlo, explicando que se trataba de un espasmo cadavérico, los ojos desorbitados y el rostro pálido de Pablo evidenciaban que aquellas palabras no le proporcionaban ningún consuelo. Sus manos temblaban como gelatinas mientras luchaba por soltarse del agarre del cadáver.

Confieso que yo tampoco pude mantener la calma, sintiendo un escalofrío recorrer mi espina dorsal al presenciar aquella escena tan escalofriante. A pesar de que en clases nos habían advertido sobre la posibilidad de que ocurrieran espasmos cadavéricos, nunca imaginé que sería tan aterrador verlo en persona, y mucho menos experimentar la sensación de que un ser sin vida te tomara del cuello.

El profesor Sergio, consciente del miedo y la angustia que embargaba a Pablo en la sala, decidió intervenir de inmediato para liberarlo de aquel agarre. Con suma delicadeza y la experiencia adquirida a lo largo de los años, logró

Desprender la mano del cadáver del cuello de Pablo. El ambiente en la sala se volvió aún más espeso y sofocante mientras el profesor realizaba esta tarea, como si el aire mismo estuviera cargado de miedo.

Una vez liberado, Pablo cayó de rodillas al suelo, jadeando y sollozando de puro terror. El profesor Sergio rápidamente lo ayudó a levantarse y lo llevó a un rincón de la sala para que pudiera recuperarse.

Pero le explicó que debía continuar cosiendo el cuerpo, pues era el único que tenía guantes, pero Pablo negó con la cabeza.  El profesor intentó tranquilizar a Pablo, explicándole que esas cosas solían suceder. Así que, después de unos minutos, Pablo se armó de valor y se levantó para continuar su tarea. A pesar de que le costó mucho concentrarse debido a sus manos temblorosas y la tensión que sentía en su cuerpo, estaba a punto de terminar cuando algo aún más escalofriante ocurrió.

Una mariposa enorme y negra, idéntica a la que había visto en la tienda de ropa, comenzó a volar alrededor del cadáver, agravando el miedo de Pablo. A pesar de ello, reunió toda su valentía y siguió cosiendo hasta terminar. Al ver a esa aterradora mariposa, mi corazón se aceleró y un escalofrío recorrió mi cuerpo, pues por alguna extraña razón presentía que era la misma mariposa que había visto antes.

El profesor, dándose cuenta de nuestra inquietud, intentó espantar a la mariposa. Finalmente, la hizo alejarse, pero la mariposa se posó en el techo, como si estuviera vigilándonos desde las sombras. No podía evitar pensar que su presencia era una advertencia, una señal de que lo sucedido con el cadáver no era un simple espasmo cadavérico, sino algo mucho más siniestro.

Los tres nos quedamos en silencio, tratando de no comentar sobre el suceso para no empeorar la situación. Pablo y yo decidimos ir a lavar y desinfectar nuestras manos e instrumentos, intentando dejar atrás el temor. Al entrar a los lavabos, sentimos una atmósfera extraña y gélida, como si la temperatura hubiera descendido drásticamente. Nos miramos, ambos sintiendo el mismo escalofrío, y vimos a la mariposa entrar al lugar.

Lavamos nuestras manos rápidamente, pero mientras mirábamos al frente, escuchamos un sonido espeluznante, como si alguien estuviera rasguñando la pared de atrás. Nos quedamos paralizados, sin atrevernos a voltear hacia la fuente del ruido. En el instante en que el sonido cesó, nos armamos de valor y giramos hacia la pared.

Lo que vimos nos dejó sin aliento. Escrito en la pared había una frase que decía: “ayúdenme, hace mucho frío aquí”.

Y antes de tener oportunidad de reaccionar, volteamos hacia la puerta donde una voz inquietante y siniestra, pero de alguien muy joven, decía nuestros nombres, en un susurro escalofriante que nos dejaba la piel de gallina. La voz, profunda y lúgubre, parecía provenir del más allá, del espacio entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

La voz era la del mismo niño al que le habíamos realizado la autopsia unos minutos antes, con la piel blanca, la ropa deshecha por el accidente, sus ojos estaban llenos de lágrimas y parecía que estaba temblando del frío.

Mi corazón comenzó a latir a mil por segundo, el sudor frío bajaba por mi frente y sentía que estaba a punto de desmayarme. No pude evitar gritar y Pablo reaccionó igual. El profesor Sergio fue a ver que sucedía y al vernos en ese estado trató de hacernos reaccionar y nos preguntó qué había sucedido

Le contamos lo que habíamos visto, le señalamos la pared, pero las letras habían desaparecido y el niño también.

Nos dijo que nos fuéramos de ahí y nos llevó a cada uno a nuestras casas, en el camino nos comentó que a veces esas cosas pasaban, pues los muertos a veces no comprenden que ya se han ido de este mundo y que quizá el niño sentía frío y miedo por estar en el más allá.

Yo agregué que tal vez cuando sus padres hicieran su velación y el entierro de su cuerpo, el niño podría descansar en paz.

A pesar del miedo que sentía en esos momentos, cuando llegué a casa sentí un profundo sentimiento de tristeza, pues no creía justo que un niño se fuera a un lugar frío y solo y entendí por qué buscaba nuestra ayuda, también comprendí la advertencia de la mariposa negra.

Esa noche cuando estaba cepillando mis dientes volví a escuchar la voz del niño pidiendo ayuda, pero esa vez más lejos y no lo vi de nuevo.

Pedí por su alma y porque pudiera descansar en paz después de que lo velaran,

Después de esa experiencia comencé a pensar más a cerca de la muerte y todo lo que había después, en lo triste de que los niños se fueran y comencé a tenerle más cariño a mi carrera y a respetar los cuerpos que llegaban en las prácticas y después en mis años laborales.

Autor: Lyz Rayón

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