El Vigilante Del Sombrero Historia De Terror 2023

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El Vigilante Del Sombrero Historia De Terror 2023

El Vigilante Del Sombrero, Historia De Terror… Después de muchos días de buscar trabajo, por fin pude encontrar uno, quizá no era el mejor pero la necesidad económica me orilló a aceptar la vigilancia en un panteón, así que, sin dudarlo, me aventuré a esa nueva etapa de mi vida. 

El día en que llegué, había visto el sombrero. Un viejo sombrero negro de copa descansaba sobre la cabeza de la estatua de un ángel en la entrada del panteón. Me habían advertido sobre el hombre del sombrero, un ser misterioso y espectral que custodiaba estos sagrados terrenos antes de mi llegada.

Sin embargo, siempre pensé que las personas lo decían para causar algún susto en mí, no obstante, yo siempre había sido una persona poco supersticiosa, por lo que no confiaba en lo que me decía la gente a primera vista.

Fue así hasta que un día, la noche se cernía sobre mí, y yo paseaba entre las tumbas de piedra cubiertas de musgo y maleza, mi linterna pintaba sombras danzantes en los mausoleos y lápidas. El eco de mis pasos resonaba en la quietud de la noche, una quietud rota solo por el crujir de las ramas y el aleteo ocasional de alguna ave nocturna.

Entonces lo vi, el sombrero negro de copa se movía entre las tumbas. Un frío súbito me embargó, más profundo que cualquier frío de la noche. Seguí la figura a distancia, su silueta etérea flotaba sobre el suelo en vez de caminar. Parecía buscar algo, deteniéndose ocasionalmente para leer alguna lápida.

Por un momento pensé que se trataba de una broma o una simple alucinación, no obstante, sabía que había algo más dentro de aquel acontecimiento.

Cuando la figura llegó a la lápida de un niño que había fallecido hace muchos años, la sombra del sombrero pareció inclinarse, casi en una reverencia. Sin darme cuenta, mi propio cuerpo imitó la acción, una reverencia hacia el niño, y luego hacia el hombre del sombrero. 

Claramente existía un vínculo en ese momento, no comprendía las cosas, así que poco a poco comencé a creer en la existencia de aquel hombre del sombrero, inclusive pude comprobar la situación cuando en una ocasión una mujer fue a visitar la lápida de su familiar y me preguntó si ya no laboraba en aquel panteón el hombre del sombrero, pues siempre los recibía con una presencia extraña, pero al mismo tiempo redundante.

Es cierto que todos los panteones tienen historias que contar, pues aquellas almas en pena existen y buscan el descanso eterno, no obstante, la constante presencia de aquel hombre del sombrero se había convertido en una leyenda- realidad escuchada por todos los del lugar.

Muchos aseguraban que se trataba de un hombre en vida el cual había vivido un catastrófico accidente con su hijo, mismo que perdió la vida, así que cada noche iba al panteón con la culpa de que su hijo estaba muerto. 

Algunas otras historias contaban la historia muy parecida donde el hombre también había fallecido, pero este no pudo conseguir el descanso eterno, así que su espíritu deambulaba por todo el panteón.

Cientos de historias y leyendas las cuales no sabía con exactitud cuales eran ciertas, sin embargo, desde aquel momento me percaté que debía tener cierto respeto hacia aquel hombre, pues desconocía todo lo que estaba pasando.

Comprendí que probablemente él no era una amenaza, sino un guardián, una presencia perpetua para asegurarse de que los que yacían aquí nunca estuvieran solos, sin embargo, no debía confiarme al cien por ciento de los rumores.

Mis días y noches se volvieron rutinarios, siempre acompañado por la misteriosa figura del hombre del sombrero. En la quietud de la noche, encontré consuelo en su presencia. A veces, sentía que el sombrero me observaba, como si supiera que yo también era ahora un guardián.

Una noche, la luna estaba particularmente brillante, y vi al hombre del sombrero claramente por primera vez. No había rostro debajo de ese sombrero, solo oscuridad. Pero, en su mano espectral, sostenía una rosa marchita. La colocó suavemente en la lápida de un recién enterrado y se alejó.

Aunque la presencia del hombre del sombrero a menudo me proporcionaba un sentimiento de compañía y consuelo, había noches en las que su aura parecía cambiar, volviéndose más oscura, más inquietante. Durante estas veces, el panteón se sentía más frío, más sombrío, y la luna parecía esconderse detrás de las nubes, como si temiera revelar lo que sucedía en la oscuridad.

En una de esas noches, caminaba por un sendero menos transitado del panteón, cuando vi al hombre del sombrero de pie frente a un mausoleo antiguo. Sus hombros parecían más rígidos, la oscuridad debajo del sombrero más profunda. Observé mientras él se inclinaba y parecía deslizar una mano por la puerta de piedra, casi con cariño, casi con resentimiento. Un frío intenso se extendió por el lugar y una sensación de desasosiego se apoderó de mí.

Durante las siguientes noches, comencé a notar patrones. La figura del hombre del sombrero se volvía más sombría cuando visitaba ciertas tumbas. En cada una, sentía un frío particular, un malestar persistente que se arrastraba por mi columna vertebral. Eran las tumbas de aquellos que, según los registros, habían llevado vidas llenas de maldad y deshonra.

En su presencia, la oscuridad parecía cernirse más cerca. El hombre del sombrero parecía ser un reflejo de las almas que custodiaba.

Una noche, cuando la luna llena brillaba sobre el panteón, la familiar rutina se rompió.

Caminaba como siempre, observando las sombras danzar en la fría luz de la luna, cuando lo vi. La figura oscura del hombre del sombrero estaba parada junto a una antigua cripta, más grande y ornamentada que las demás. La atmósfera a su alrededor era más oscura, su presencia más potente. Me acerqué, guiado por la curiosidad y el deber.

Antes de que pudiera acercarme demasiado, sin embargo, el hombre del sombrero se giró abruptamente hacia mí. Un escalofrío me recorrió la espalda. Por primera vez, sentí una sensación de amenaza real. La oscuridad que se extendía de su figura parecía estar llena de ira y advertencia.

Una fuerza invisible me empujó hacia atrás, casi tirándome al suelo. Sentí un viento frío y susurrante que parecía decir: “Aléjate”. El mensaje era claro, y aunque no se pronunció ninguna palabra, la advertencia retumbó en mi mente. La cripta estaba fuera de los límites para mí.

Aunque asustado, no podía abandonar mi puesto. Mantuve mi distancia, pero permanecí en el lugar, viendo cómo el hombre del sombrero volvía a su silenciosa vigilancia. Fue una noche inquieta, llena de sombras y susurros.

Fueron semanas después de aquel incidente en la cripta que un miedo más tangible asaltó mi vida. Una noche, me retiré a mi cuarto en la pequeña cabaña junto al panteón. Los sueños me llevaron rápidamente a un profundo descanso.

Sin embargo, en la oscuridad de la madrugada, un frío penetrante me despertó. Abrí los ojos para encontrar una sombra que me acechaba, la oscuridad debajo del sombrero. El hombre del sombrero estaba en mi habitación, su figura proyectada grotescamente por la pálida luz de la luna que se filtraba por la ventana.

El aire se sentía cargado de amenaza, y un terror primitivo se apoderó de mí. La sombra se alzaba sobre mi cama, como un ángel oscuro que esperaba el momento oportuno. Podía sentir la violencia que se cernía en el aire, una promesa muda de la muerte.

Mi cuerpo se paralizó, incapaz de moverse, y mi respiración se volvió superficial. En ese momento, sabía que estaba frente a la muerte. La sombra se inclinó, y pude sentir su “mano” fría acercándose a mi pecho.

Justo cuando pensé que sería mi fin, un resplandor dorado comenzó a brillar desde un pequeño medallón que llevaba alrededor del cuello. Una reliquia de mi madre, supuestamente bendecida por un santo. El brillo pareció detener al hombre del sombrero. La mano se retiró y la figura se puso de pie, su silueta oscilando entre la luz y la oscuridad.

El sombrero giró y se dirigió hacia la puerta, desvaneciéndose en la penumbra antes de salir completamente de la habitación. Mi respiración volvió, entrecortada y temblorosa. Después de lo que pareció una eternidad, me arrastré fuera de la cama, el corazón todavía latiendo como un tambor en mi pecho.

Al día siguiente lo único que pensé era en presentar mi renuncia, pues estaba realmente desgastado y sin energías, incluso al punto de enloquecer, pues todo el tiempo pensaba en la presencia de aquel hombre en mi vida, no obstante, al tener la mente fría, supe que no debía dejarme llevar por ese tipo de cosas, así que a pesar del terror que había experimentado aquella noche, no abandoné mi puesto. Sabía que el panteón necesitaba un vigilante, alguien que respetara tanto a los vivos como a los muertos. Pero también entendí que había líneas que no debía cruzar, secretos que debían permanecer enterrados, y fuerzas más allá de mi comprensión a las que debía rendir respeto.

Mi relación con el hombre del sombrero cambió después de aquella noche. Ya no lo veía como un mero compañero de guardia, sino como una entidad poderosa y peligrosa.

El Vigilante Del Sombrero Historia De Terror

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Fue hasta que una noche lo comprendí todo, la figura oscura estaba parada junto a la pequeña lápida del niño a quien solía rendir homenaje. Su silencio parecía invitar a una conversación que llevaba mucho tiempo pendiente.

A medida que me acercaba, una oleada de emociones me inundó, y entendí que estaba a punto de ser testigo de una historia, la historia del hombre del sombrero. Aunque ninguna palabra fue pronunciada, las imágenes y los sentimientos que transmitía eran tan poderosos que parecían voces susurrando en el viento nocturno.

Vi a un hombre de carne y hueso, vestido con un traje del siglo XIX y su característico sombrero. Tenía un rostro amable pero marcado por las cicatrices de la vida, y en sus ojos había una tristeza infinita. El hombre estaba parado junto a un niño, su hijo, riendo y jugando en un prado bajo el sol de un día de verano, realmente parecía que estaba a punto de vivir una película.

De pronto, una imagen cambió. Un accidente horrible, un carruaje desbocado, el pánico en sus rostros. Ambos fueron arrebatados de la vida en un instante, dejando atrás solo dolor y remordimiento. En la escena final, vi al hombre y a su hijo enterrados en este mismo panteón, su tumba adornada con flores marchitas y lágrimas de los que quedaban.

Con la última imagen, el hombre del sombrero pareció inclinarse hacia la pequeña lápida. La tristeza que emanaba de él era casi palpable, un lamento silencioso que resonó en la quietud del panteón.

Entendí entonces que el hombre del sombrero no era solo un guardián, sino también un espíritu en pena, condenado a vagar por el panteón en busca de un descanso eterno que le era inalcanzable. Su amor por su hijo y su culpa por no haber podido protegerlo lo habían atado a este lugar, lo habían convertido en el eterno vigilante del panteón.

Aquellas historias que me parecen ridículas claramente eran reales, era obvio que los panteones tienen una gran historia que contar, pues hay almas que aún no encuentran el descanso eterno como aquel hombre del sombrero.

Sin duda alguna, aquel hombre tenía la capacidad de atraparme entre sus pensamientos, pues de alguna manera, pude sentir sus deseos, más claros que antes. Era una súplica, una necesidad desesperada de liberación. La eternidad lo había desgastado, y su alma anhelaba el descanso. Sin embargo, estaba atrapado, incapaz de abandonar el panteón y a su hijo.

Su ruego resonó en mi interior. Aunque no comprendía del todo cómo podría ayudarlo, sentí una fuerte determinación. Me dedicaría a encontrar una forma de liberar al hombre del sombrero, de ayudarlo a obtener el descanso eterno que tanto anhelaba.

Comencé a investigar, leyendo textos antiguos y buscando en viejos registros. Descubrí historias de espíritus atrapados y de rituales de liberación. Cada noche, después de mis rondas, me sentaba junto a la lápida del niño y leía en voz alta, con la esperanza de que el hombre del sombrero escuchara.

Pasaron las semanas y luego los meses, y aunque no tenía claro si lo que estaba haciendo tenía algún efecto, no podía rendirme. Me debía a este hombre que, a pesar de su naturaleza aterradora, había sido mi compañero en la solitaria vigilancia del panteón.

Su llanto llenaba el aire, una expresión de una tristeza y un arrepentimiento profundos que traspasaron mi corazón. Me quedé allí, mirándolo, sin saber cómo consolar a un espíritu en pena.

Cada noche, volvía a la cripta y lo encontraba allí, su llanto un recordatorio constante de su dolor eterno. No entendía por qué estaba allí, por qué no había encontrado la paz que tanto anhelaba.

No pronunció palabras, pero no hacía falta. En su llanto, pude sentir la angustia de perder a su hijo, la culpa de no haber podido protegerlo, el remordimiento de no haber podido estar con él en sus últimos momentos. Fue una conmoción emocional que me dejó paralizado.

Pero a pesar de mi miedo, también sentí compasión. Porque, aunque el hombre del sombrero era una figura temible, también era un padre que había perdido a su hijo, un hombre que estaba atrapado en su propia tristeza.

Tome la decisión de arriesgarme y cada noche, me sentaba junto a él, compartiendo su dolor en silencio. No podía ofrecerle más que mi presencia y mi empatía, pero esperaba que, de alguna manera, eso pudiera ayudarlo a encontrar algo de consuelo.

con el paso del tiempo, empecé a notar un cambio en mí mismo. Una fatiga inexplicable comenzó a asentarse, un cansancio profundo que no se aliviaba con el sueño. Mis pensamientos se volvían cada vez más lentos, mis movimientos cada vez más pesados.

Pronto, me di cuenta de que no era solo cansancio físico lo que sentía. Era algo más, algo que parecía estar drenándome de energía, dejándome vacío y agotado. Y cuando me senté a reflexionar sobre ello, me percaté de una verdad escalofriante.

La energía parecía estar relacionada con el hombre del sombrero. Cada vez que me sentaba a su lado, cada vez que compartía su dolor, sentía como si una parte de mí se desvaneciera, absorbida por la desolación de su espíritu. Su dolor, su culpa, parecían ser tan potentes que estaban consumiendo mi propia energía, dejándome desgastado y debilitado.

Estaba claro que no podía seguir así. Tenía que encontrar una manera de protegerme, de preservar mi energía mientras intentaba ayudar al hombre del sombrero. Comencé a buscar en los textos antiguos, buscando algún tipo de defensa o barrera que pudiera emplear.

Después de días de búsqueda, encontré una serie de rituales de protección. Eran complicados, requiriendo varios elementos y una considerable concentración, pero estaba dispuesto a intentarlo. No podía permitirme ser drenado completamente, no si quería seguir ayudando al hombre del sombrero.

Llevé a cabo el ritual en la próxima luna llena, invocando la protección y la fortaleza para resistir el drenaje de energía. Al terminar, sentí una sensación de calma, una sensación de protección que me envolvió.

El dolor del hombre del sombrero era fuerte, y aunque podía resistirlo, no quería volver a encontrarme en la misma situación. Decidí continuar buscando, investigando maneras de ayudar al hombre del sombrero sin sacrificar mi propia energía en el proceso.

Hice lo que pude, estudié más textos, busqué otros rituales, intenté distintos enfoques para aliviar su dolor, pero nada parecía funcionar. Cada noche, su llanto continuaba, su dolor tan palpable como siempre. La sensación de impotencia comenzó a pesar sobre mí, y junto con mi agotamiento, me sentía cada vez más desesperado.

Fue una noche, mientras me sentaba junto a la lápida de su hijo, cuando finalmente llegué a la conclusión que había estado evitando. No podía continuar así. No podía seguir sacrificando mi propia salud en un intento inútil de ayudar al hombre del sombrero. Mi corazón se llenó de tristeza y pesar, pero sabía que tenía que aceptar la verdad.

Me levanté, dándole una última mirada a la lápida del niño. Sentía un gran pesar por el hombre del sombrero y su hijo, y mi decisión de rendirme me pareció una traición. Pero también sabía que había llegado a mi límite. No podía seguir así.

Con una profunda sensación de tristeza, dejé la lápida y comencé a caminar lejos. Me dirigí hacia el viejo mausoleo, donde normalmente pasaba mis noches. Pero esa noche, simplemente pasé de largo. No podía soportar la idea de escuchar los sollozos del hombre del sombrero, no cuando no podía hacer nada para ayudarlo.

En los días y las semanas que siguieron, evité la zona del panteón donde se encontraba el hombre del sombrero. Continué con mis tareas, manteniendo el panteón limpio y ordenado, pero con una sensación de pesar que no se desvanecía.

A veces, durante las noches más silenciosas, todavía podía escuchar el débil llanto del hombre del sombrero, un recordatorio constante de mi fracaso. Pero por más que me pesara, sabía que había tomado la decisión correcta. No podía ayudarlo, no sin poner en riesgo mi propia salud.

Aunque fue doloroso, aprendí una lección valiosa. No todas las almas en pena pueden ser salvadas, y no todos los dolores pueden ser aliviados. A veces, la única opción es aceptar la realidad y cuidar de uno mismo, por más duro que sea.

Finalmente, renuncié a mi trabajo y nunca volví a ese panteón el cual me dejó un triste sabor de boca, sabía que aquel hombre tenía pista de mí, no obstante, nunca más volví a saber de él ni de la historia, aunque claramente suponía que seguía siendo un alma en pena el cual recorría todas las lápidas en búsqueda de una solución la cual lo llevará al descanso eterno.

Autor: Andrea Lezama.

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