El Radio Historia De Terror 2024

el-radio-historia-de-terror

El Radio Historia De Terror 2024

El Radio, Historia De Terror… A lo largo de los años, una pesadilla había tejido su red en los rincones más oscuros de mi mente. En ese enigma nocturno, me veía a mí misma, una mujer, entrando en una casa abandonada. Con cada paso que daba, el eco resonaba en la oscuridad, y una inexplicable sensación de inquietud se apoderaba de mi ser. Algo dentro de mí se resistía a seguir avanzando, consciente de que lo que aguardaba en las sombras no era algo que quisiera enfrentar.

La casa, un laberinto de sombras y susurros, se revelaba como un escenario recurrente en mis noches perturbadas. Cada detalle, desde la penumbra que envolvía cada rincón hasta el sonido retumbante de mis propios pasos, se repetía con una precisión aterradora. Sin embargo, justo cuando cruzaba el umbral de una habitación en particular, despertaba abruptamente, empapada en sudor y con el corazón golpeando en mi pecho.

Con el tiempo, esta pesadilla se había arraigado en mi subconsciente, convirtiéndose en una presencia constante en mi vida. En los últimos meses, su frecuencia se intensificó, despertándome repetidamente en las horas más oscuras de la noche. La fatiga y el peso emocional de esta experiencia nocturna comenzaron a afectar mi día a día como adulta funcional.

Decidí buscar ayuda a través de la terapia, con la esperanza de liberarme de las cadenas de esta pesadilla recurrente. Sin embargo, a medida que compartía mis experiencias en las sesiones, una revelación desconcertante comenzó a emerger. Lo que inicialmente creí que era simplemente un sueño, se revelaba como algo más profundo y arraigado en mi pasado.

Mi terapeuta, con paciencia y perspicacia, me animó a explorar más allá de los límites de mis recuerdos conscientes. Así, las capas de mi infancia en un pueblo rural al norte de México comenzaron a desplegarse ante mí. Un lugar donde la tecnología era una rareza y la electricidad un bien escaso, incluso para aquellos que podían permitírselo.

Recuerdo vivamente la tienda del pueblo, el único lugar donde la televisión parpadeaba con imágenes limitadas y donde el sonido del radio se convertía en un escape momentáneo. Mi familia, luchando económicamente, no podía permitirse las comodidades modernas. Para disfrutar de esos breves momentos de entretenimiento, debía comprar un refresco en la tienda y sentarme frente a la pantalla parpadeante.

Fue en una de esas tardes, mientras absorbía las imágenes fugaces de la televisión, cuando mi deseo más profundo se encendió. Un comercial destelló en la pantalla, presentando unos walkie talkies. No eran simplemente juguetes para mí, eran la promesa de una conexión más allá de los límites de mi pequeño mundo.

La idea de hablar con otras personas a distancia, de escapar de la soledad que rodeaba mi vida, se apoderó de mi imaginación. Era como si esos walkie talkies tuvieran el poder de transformar mi existencia en el pueblo. Después de esos efímeros 20 minutos de televisión, corrí a casa con la determinación de expresar mi deseo más profundo.

Después de expresar mi deseo con entusiasmo a mis padres, noté que ambos me escucharon atentamente al principio. Sin embargo, la ilusión se desvaneció casi al instante al interpretar las miradas que intercambiaban. Sus ojos reflejaban preocupación y una realidad que no podían esconder: no podían permitirse esos walkie talkies. A pesar de esa dura verdad, decidí persistir, argumentando que si me daban ese regalo, no tendrían que preocuparse por buscarme algo más durante los próximos cinco cumpleaños. Les aseguré lo mucho que los quería y rogué que consideraran comprarlos, especialmente porque mi cumpleaños estaba a la vuelta de la esquina.

Mis padres, con una sinceridad que aprecié incluso en mi decepción, me dijeron que para obtener esos codiciados walkie talkies tendrían que realizar un viaje a la ciudad. La realidad de sus limitaciones económicas era innegable, y la perspectiva de un viaje a la ciudad se volvía inalcanzable para ellos en ese momento. Aunque la decepción me embargó y una tristeza se apoderó de mi corazón, dejé el tema por la paz. Sabía, gracias a la vida en ese pueblo, que muchas veces lo que queremos no se materializa, y aprender a aceptar esa realidad fue una lección temprana en mi vida.

La verdadera desdicha llegó unos meses después de esa conversación. La noticia de que un chico del pueblo no solo obtuvo los walkie talkies que tanto anhelaba, sino que además eran todo lo que yo había imaginado y más, resonó en mis oídos como una cruel melodía. La moda de estos dispositivos se propagó rápidamente entre los niños del pueblo, y en cuestión de unos dos meses, varios de mis compañeros ya tenían los suyos. Sin embargo, en ese período, mi familia atravesaba un bache económico, y aunque esos walkie talkies eran más asequibles, mis padres no podían permitirse comprarlos en ese momento, añadiendo una capa más a mi tristeza.

En un atardecer, mientras caminaba de regreso a casa con la luz del día desvaneciéndose, hice un descubrimiento peculiar. Algo asomaba a medio enterrar bajo un mezquite cercano, y mi curiosidad me llevó hacia ello. Para mi asombro, resultó ser un walkie talkie, aunque solo era uno. Por más que busqué, el par no apareció, pero la emoción me embargó al darme cuenta de que, de alguna manera, había conseguido lo que tanto deseaba. Rápidamente lo guardé al notar que no había testigos a mi alrededor.

En casa, consideré mostrarlo a mis padres, pero casi de inmediato descarté la idea. Mi padre, conocido por su honestidad, seguramente insistiría en buscar al dueño, aunque eso implicara recorrer casa por casa hasta encontrarlo. Una tarea que, sin duda, sería un tormento para mí. Así que opté por mantenerlo en secreto, escondiéndolo dentro de la funda de mi almohada. Planeé encenderlo esa noche, una vez que mis padres estuvieran profundamente dormidos, para que nunca supieran que lo tenía. Sin embargo, mientras esperaba acostada, algo verdaderamente extraño comenzó a desenvolverse en la quietud de la noche.

Mientras permanecía completamente despierta, con la mirada fija en el techo y a la espera de que el susurro constante de mis padres se extinguiera, indicándome que finalmente se habían sumergido en un sueño profundo, noté un sonido inusual que provenía de la funda de mi almohada. Era la estática distintiva de los radios, un fenómeno desconcertante, dado que recordaba claramente haber apagado el dispositivo antes de guardarlo. Además, para prevenir cualquier encendido involuntario, le había retirado las baterías, lo que añadía un toque de misterio a la situación.

Intrigada y ligeramente preocupada por la posibilidad de que mis padres escucharan el sonido, extendí mi mano hacia la funda para extraer el radio y apagarlo. Sin embargo, al sacarlo, comprobé que permanecía apagado, sin rastro de baterías que pudieran explicar su activación. Este enigma me sumió en un mar de pensamientos, cuestionando la realidad misma de lo que estaba experimentando.

Opté por volver a guardar el radio en su escondite, atribuyendo el extraño suceso a mis propios sentimientos de culpa. No obstante, apenas unos minutos después de recostarme, la estática resurgió, y esta vez, tras el susurro persistente de interferencia, juraría haber distinguido una voz. De manera automática, volví a sumergir mi mano en la funda, extrayendo el radio, pero, para mi desconcierto, este seguía apagado.

La confusión aumentó cuando, al estar a punto de volver a meterlo a la almohada, este se encendido por sí solo, desatando nuevamente la estática, que, en esta ocasión, cedió el paso a una voz infantil, clara y nítida, que saludaba con un simple “Hola, hola”. La voz resonaba como la de un niño, similar a la mía. La perplejidad y la sorpresa tejieron un enigma alrededor de mis pensamientos, pues no lograba entender cómo el radio, aparentemente sin energía, emitía sonidos y, más aún, cómo esa voz infantil me llamaba desde el otro lado.

Mis conocimientos limitados sobre el funcionamiento de los radios dejaban espacio para el misterio, y la idea de que pudieran cargarse de alguna manera, quizás con la energía del sol, asomó tímidamente en mis pensamientos. Sin embargo, esa teoría no lograba explicar completamente el fenómeno que estaba experimentando.

A pesar de la incertidumbre, otro dilema surgió en mi mente. ¿Podría ser la voz del verdadero dueño del radio? La posibilidad de que alguien estuviera buscando el dispositivo que ahora poseía, llenó mi corazón con una mezcla de emociones, desde la decepción hasta una responsabilidad moral.

Decidí enfrentar la verdad, guiada por los principios que la educación y la ética me habían inculcado. La incertidumbre y la intriga se entrelazaban mientras me acercaba al parlante del radio, respondiendo tímidamente con un hola. Sin embargo, el dispositivo parecía haberse apagado de nuevo, sin brindarme ninguna respuesta. Guardé el radio nuevamente en la funda de mi almohada, preparándome para cualquier sonido que indicara que la voz del otro lado estaba lista para hablar. A pesar de mis expectativas, los minutos pasaron sin más interrupciones, y me sumí en un sueño profundo y ansioso.

Me encontraba profundamente dormida cuando, en medio de la madrugada, el persistente sonido de la estática junto con la voz del niño en el otro extremo del radio me arrancaron bruscamente de mi sueño. Aunque no tenía idea de la hora exacta, la penumbra de la habitación indicaba que el amanecer aún estaba distante. El niño continuaba su monólogo, repitiendo incansablemente un “Hola, Hola, ¿hay alguien ahí?”.

Desperté en un estado de confusión, pero también de una aguda intriga que me impulsó a tomar nuevamente el pequeño walkie-talkie de debajo de mi almohada. Casi sin pensar, respondí con un débil “Sí, estoy del otro lado”. La respuesta del niño fue una risita seguida de un relajado comentario: “Qué bueno, pensé que nadie iba a responder nunca”. Un tanto perpleja, le mencioné que sí lo había escuchado antes, pero el radio se había apagado antes de que pudiera responderle.

El niño río de nuevo y comentó que estaba bien, que había dejado el radio allí a propósito, esperando a que alguien lo encontrara y hablara con él. Mi alegría se desbordó al contarle que había sido yo quien lo encontró esa tarde y que lo había recogido emocionada. Sin embargo, mi mente infantil no podía captar la extrañeza de la situación: un simple juguete para niños captando una señal tan lejana era algo que escapaba a mi comprensión.

A pesar de mis intentos, no lograba identificar su voz con la de ninguno de los niños del pueblo con los que solía interactuar, lo cual resultaba inusual en un lugar tan pequeño donde todos se conocían. Aunque su voz era distinta, no levanté ninguna sospecha en ese momento. Entusiasmada, le pregunté si vivía en el pueblo, pero su respuesta desconcertante fue negativa. No era un habitante local, solo había venido de visita.

Persistente en la búsqueda de un nuevo amigo, le propuse encontrarnos al día siguiente y le pregunté dónde vivía o dónde se estaba quedando. Su respuesta, un tanto desconcertante, fue un simple comentario: “Aquí está muy frío”. Mi mente infantil, ajena a las sutilezas, asumió que se refería al frío del pueblo en ese momento.

Con una sonrisa en mi rostro, le dije que sí, que hacía bastante frío. Sin embargo, el niño pareció ignorar mi observación y prosiguió con una pregunta que me desconcertó: “¿Crees que puedas venir por mí?”.

Aunque la solicitud del niño era un tanto extraña, pensé que simplemente quería jugar o pasar un buen rato. Asentí con entusiasmo, prometiéndole que iría en cuanto amaneciera. Aquella respuesta fue recibida con la misma efusividad por parte del niño, quien expresó que sería lo mejor del mundo. Después de ese intercambio, el radio se apagó nuevamente, sumiendo mi habitación y mi mente en un inquietante silencio de madrugada.

Guardé el radio de nuevo en la funda de mi almohada y me recosté, esta vez con una felicidad que me envolvía por la idea de conservar el dispositivo. Creía firmemente que, si lograba que el niño viniera a casa y le explicaba a mi padre la situación, él no tendría ningún inconveniente en dejarme quedarme con el radio. Planeaba esconderlo esa noche y, al día siguiente, convencer al niño de ir a mi casa para hablar con mi padre. Con esos pensamientos, me sumí en un sueño profundo y tranquilo.

A la mañana siguiente, apenas cuando los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana, el radio volvió a sonar con la voz del niño, despertándome con su entusiasmo. El niño me instaba a ir en busca de él, argumentando que ya era de día y que podía ir sin mayores demoras. Aún adormilada, saqué el radio y le respondí que sí, pero que primero tenía que desayunar y pedirle permiso a mi madre. El niño insistió, pidiéndome que fuera de inmediato porque hacía mucho frío.

Esta afirmación me desconcertó, ya que el día se presentaba soleado y prometía ser bastante cálido. Sin embargo, no le di mayor importancia y le aseguré que iría. Rápidamente, bajé a desayunar y, cuando mi madre me dio permiso para salir, regresé a mi habitación para tomar el radio. Una vez alejada de casa, el niño retomó la conversación, preguntándome si ya estaba lista para buscarlo. Respondí afirmativamente, preguntándole cuál era su casa.

En lugar de proporcionarme una dirección precisa, el niño divagó un poco y me indicó que tenía que caminar hasta el pirul de la milpa de Don Matías. Una vez allí, debía seguir el camino hacia la vereda. Esta descripción me intrigó y, al mismo tiempo, me llenó de inquietud. Conocía la ubicación de la milpa y la vereda, pero esta última no llevaba a un lugar agradable. Más bien, conducía a una gran casa en construcción, propiedad de alguien que se había ido a los Estados Unidos y había abandonado el proyecto. Los rumores entre los niños del pueblo afirmaban que en esa zona había presencias paranormales.

Dudé si debía continuar hacia ese destino incierto. La combinación de la historia de la casa en obra negra y los cuentos de espantos sembraron la semilla del temor en mi mente infantil, haciendo que la decisión se volviera más complicada.

A pesar de mis dudas, las palabras del niño me animaron a continuar. Aseguró que jugaba allí todo el tiempo y que no había peligro alguno, simplemente deseaba jugar conmigo. Aunque asustada, las ansias de conservar aquel radio de juguete me impulsaron a seguir sus indicaciones. Me encaminé hacia la construcción, sorprendida por la tranquilidad que rodeaba el camino. Sin darle mayor importancia, avancé hasta estar frente a la gran casa en obra negra.

La estructura carecía de ventanas y puertas, proyectando una imagen aterradora desde el exterior. Nunca me había aventurado sola hasta allí, recordando la única vez que había visitado la casa con un grupo de niños. Aquella ocasión terminó en huida, asustados por el crujido de una rama o cualquier otro sonido inofensivo. Parada frente a la casa, sola y sin rastro del niño que decía ser dueño del otro radio, me percaté de lo aterrador que lucía el lugar.

A punto de darme la vuelta para alejarme, el radio se encendió nuevamente. La señal era más clara y nítida. El niño me incitó a entrar, desconcertándome aún más. Miré a mi alrededor, no veía a nadie. Respondí con cautela, sugiriendo jugar en otro lugar, pero el niño insistió en que entrara. Sin más remedio, comencé a adentrarme en la casa.

Desde una perspectiva más adulta, reflexiono sobre la decisión de entrar, reconociendo que tal vez debería haber huido en ese momento. Al ingresar, fui recibida por un olor a humedad y decadencia que inundó mis pulmones. La falta de luz solar se debía a la espesura de los árboles que la rodeaban, aunque la casa careciera de puertas y ventanas.

El niño, a través del radio, continuaba dándome indicaciones precisas sobre hacia dónde girar y cuántos pasos dar. A medida que avanzaba, notaba que la temperatura descendía drásticamente. Un frío intenso me envolvía, como si hubiera entrado en una dimensión alterada dominada por la frialdad. Mis dientes castañeaban y, de vez en cuando, expresaba mi deseo de abandonar aquel lugar.

El niño, sin embargo, me decía que podríamos irnos, pero antes tendría que encontrarlo. Mientras seguía recibiendo indicaciones sobre su ubicación, la sensación de inquietud se intensificaba. Estaba sumida en una experiencia surrealista, donde la realidad y lo inexplicable se entrelazaban de manera perturbadora.

Después de dar la vuelta hacia un pasillo, vi una sombra entrar en una de las habitaciones. Hablé por el radio, notando cómo mi voz resonaba por el eco de la casa, y le pregunté al niño si esa sombra era él. Confirmó que sí, pero me percaté de que su voz solo se escuchaba a través del radio, a pesar de que ya estaba muy cerca de él. Aunque extraño, continué avanzando con la esperanza de que, una vez encontrado, podríamos salir de aquella casa tenebrosa.

Caminé lentamente por el pasillo y, al entrar en la habitación donde vi la sombra, me encontré con algo confuso para mi corta edad. No había nadie allí, solo palas y un montón de tierra suelta que parecía tapar un agujero. La confusión se apoderó de mí, a punto de preguntar al niño dónde se escondía, pero él se adelantó diciendo que estaba ahí, que lo había encontrado. Incrédula, le dije que no podía verlo, y él respondió que estaba debajo de la tierra.

En medio de la oscuridad, la tierra comenzó a moverse, como si algo estuviera a punto de emerger. El miedo me invadió, solté el radio y corrí fuera de la casa sin detenerme hasta llegar a mi hogar. Le conté todo a mi padre, quien, sabiendo que no podría inventar algo así, fue hasta la casa para investigar. La historia para mí terminó en ese momento, ya que no volví a escuchar nada más.

El Radio Historia De Terror

el-radio-historia-de-terror
el-radio-historia-de-terror

Ya de adulta, mi padre me reveló que en la casa encontró el cuerpo de un niño desaparecido del pueblo vecino, cuya desaparición se reportó una semana atrás. Aunque nunca hallaron a los responsables, descubrieron que el niño llevaba consigo uno de los radios. Con el conocimiento de la verdadera tragedia, sentí una profunda tristeza por el niño y solo espero que, ahora, su alma pueda descansar en paz.

Autor: Liza Hernández

Derechos Reservados

Share this post

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Historias de Terror