EL Charro Negro 2022

el charro negro (2)

EL Charro Negro 2022

El charro negro… La siguiente historia ocurrió en México en el estado de Coahuila en un pueblo llamado de “Minas de Barroterán”. Fue algo que le pasó a mi madre, por lo que confió plenamente en que la historia es real.

Mi madre se llama Cecilia, cuando tenia ocho años, su familia estaba conformada por cuatro de sus hermanos y sus dos padres.

De por si era una familia de escasos recursos y a eso le agregamos que mi abuelo malgastaba el dinero en alcohol, el trabajaba en las minas de carbón del pueblo.

Era muy irresponsable por parte de mi abuelo, que no era consciente que eran siete las personas que dependían de el.

De ninguna manera era suficiente el dinero de mi abuelo, para comer ni para mantenerse.

Y como siempre, ante la adversidad, existen personas que en lugar de llorar, piensan en soluciones y así sucedió con mi abuela, que se le ocurrió la brillante idea, de comenzar un pequeño negocio de vender pasteles y donas caseras, para poder sacar un dinero extra y así poder salir los gastos del mes.

Con el pasar del tiempo, el negocio dio muy buenos resultados, puesto que pronto se convirtieron en los pasteles y las donas más populares del pueblo, que incluso cuando la madre de Cecilia (mi abuela) iba al mercado o caminaba dando vuelta a la manzana, montones de gente y vecinos se le acercaban para hacer pedidos de donas y pasteles y pagaban por adelantado por sus órdenes, ya solo para recibirlas en la puerta de sus hogares.

Cuando la madre de Cecilia llegaba a casa, ésta comenzaba a preparar los pasteles y las donas de los clientes y como era de costumbre Cecilia era la que repartía los pasteles a los clientes.

Ella tenía que dar largas caminatas de colonia en colonia y de casa por casa completamente sola, algo que hoy en día puede ser visto como imprudente, pues mi abuela tenia solo ocho años, pero eran otros tiempos.

La hermana de mi madre, tenia once años y nunca quería acompañarla a repartir, pues era un poco holgazana y no era muy abusada para las cuentas, ademas mi abuela nunca le exigía nada, solo a mi madre, así que su hermana siempre se la pasaba jugando y perdiendo el tiempo, mientras que mi madre se la pasaba trabajando.

Corría el año de 1982, y se festejaba el 16 de septiembre, día de la independencia de México.

Mi madre regresaba de la escuela junto a su hermana mayor, regresaban a medio día de la escuela, de camino pasaron por un barrio un poco pobre, lleno de casas viejas, algunas abandonadas, otras muy deterioradas, también abundaban

animales de crianza, como gallinas, vacas y caballos.

Cuando llegaron a la casa, encontraron a sus padres arreglándose muy minuciosamente, lo mismo que sus tres hermanos.

Algo que para mi madre, era extraordinario, puesto que sus padres nunca se ponían monos para salir.
Mi abuela se le arrimó a mi madre y su hermana, entonces les dijo, que llegaban justo a tiempo, porque como era 16 de septiembre, su tía, por parte de su padre, les había invitado a una fiesta en su casa.

El comentario emociono mucho a mi madre, pues se imaginaba la cantidad de comida, juegos y dulces, cosas que causan mucha felicidad en cualquier niño de esa edad.

Desafortunadamente la felicidad se le desvaneció rapidamente.

Mi abuela le dijo enseguida, que ella no podía ir a la fiesta, porque tenia que ir a repartir una bandeja de donas que ya estaban encargadas.

Como les he dicho, eran otros tiempos, en los que los padres eran un poco inconscientes e injustos.
Mi madre, decepcionada, pero sin llorar, dejo las cosas de la escuela, se cambio de ropa y como consolación, se puso su gorra favorita, que era una boina de color gris. Se quedo callada, tomo la bandeja de donas y se dirigió a realizar las entregas, mientras que los demás se irían a divertirse.

Ella se sintió enojada, pues al regresar tendría que quedarse sola en casa, porque los demás regresarían ya muy tarde de la fiesta.

Entonces allí iba mi madre, repartiendo de puerta en puerta entregando los pedidos, como siempre lo hacía, ella conocía a los clientes por los que ella ya sabía por lo general, cuántas donas pedían, sin necesidad de la lista que le dio su madre.

Por eso, se le hizo extraño, que aun terminando de entregar todos los pedidos figurados en la lista, aun le quedaran dos donas.

Mi madre se sintió nerviosa, pues sus padres eran muy estrictos, sobre todo en cuestiones de dinero.

Entonces comenzó a sentir un nudo en la garganta y en el estomago.

Comenzó a caminar de regreso, pensando en una buena excusa para contarles a sus padres y evitar algún regaño o castigo.

En eso recordó que por ser día festivo, habría feria, como el lugar no se encontraba muy alejado, se le ocurrió intentar a vender las donas allí, de paso se entretenía mirando los demás niños divirtiéndose en los juegos o mirando las artesanías.

No consiguió vender ese dichoso par de donas, y esto se le hizo raro, porque ella al tener solo 8 años era muy buena para vender.

Desconsolada sin más esperanzas se dirigió nuevamente de regreso a casa.

Regresó por el camino donde cruzaba las casas donde habían animales de rancho.

De pronto, sin saber como, ni de donde, se encontró de frente a un hombre vestido de charro negro, con un sombrero de ala ancha, montado en un enorme caballo azabache, era un varón bastante galante, de mirada coqueta, muy elocuente al hablar, vestía un traje de charro, algo diferente al que suelen vestir en los eventos, donde los trajes son solo disfraces, a diferencia de esos, este se veía muy realista, llevaba botones de oro y bordados en plata, a diferencia de los trajes que usan en festivales, donde los botones y bordados se ven sintéticos.

El Charro Negro

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En ese día, era común ver personas vestidas de manera típica, como el ejemplo de las mujeres que se visten de Adelita, por eso no se le hizo raro ver a ese hombre.

El charro fijó su mirada en ella y le pregunto sobre el motivo por el cual se veía preocupada, también le dijo si le podía ayudar en algo.

Mi madre, Cecilia, le dijo que no podía vender ese par de donas y sentía miedo de que sus padres la regañaran.

El charro, a quien no le veía el rostro, se ofreció a comprarle las donas, pues le mencionaba estar muy hambriento, pues llevaba ya mucho tiempo sin comer nada.

Las comió apresuradamente, después le pregunto que quien las preparaba, Cecilia le dijo que era su mamá quien cocinaba.

Cuando ella se disponía a regresar tranquila a su casa, el Charro la detuvo para preguntarle, si conocía algún lugar cercano a donde ir a comer, pues las donas le habían abierto el apetito.

Cecilia le comentó de la feria del pueblo, que no quedaba muy lejos, después de esto, el charro le dijo a la niña que la invitaba a comer y que no se preocupara, ya que, el dinero no sería problema porque él pagaría lo que ella consumiera, a lo que Cecilia sin pensarlo dos veces aceptó la invitación del charro.

Se trepo al caballo junto a el y se pusieron en marcha.

Llegaron a varios puestos de comida, mi madre comió mucho y quedó muy llena, pero aquel charro, pedía platillo tras platillo, tal cual si fuera un náufrago que llevara mucho tiempo sin ingerir ningún alimento.

Ella se quedo sentada mirando como el hombre no paraba de comer.
De regreso, el charro la llevo a su casa, sin que ella le dijera la ubicación, el supo donde pararse.

Antes de despedirse, el charro le dijo, que se sentía asombrado de que Cecilia no le hubiera tenido miedo y que lo acompañara todo el camino, pues la mayoría de las personas suelen huir de su presencia, pues en el mundo existe mas personas malas que buenas y el charro estaba encargado de cobrar los favores que las personas pedían a la bestia (el diablo).

Por ultimo, el charro le dijo que como ella había demostrado ser buena, tendría una recompensa, sacó de uno de los bolsillo de su chaleco, un pequeño costal, el cual contenía algo dentro pero Cecilia no lo quiso abrir en ese momento, hasta que entrara en casa, para finalmente aquel charro se fuera en su caballo desapareciendo de la vista de Cecilia.

Ella entró en casa, sus padre y hermanos aun no habían vuelto de la fiesta de su tía, así que Cecilia abrió el costalito que le había dado el charro y para su sorpresa este contenía, unas cuantas monedas de oro bastante antiguas, en ese momento, Cecilia escuchó las voces de sus padres y los hermanos acercándose a la casa, está abrió la puerta y lo primero que preguntaron sus padres, fue como le había ido a Cecilia con los pedidos, a lo que Cecilia les dijo que le había ido bien, pero que se había encontrado con un charro que la llevó a la feria del pueblo, y que además le había invitado a comer, y que le había regalado un costal con monedas doradas.

Les contó a detalle la historia y les enseñó las monedas de oro, estos con el costal entre sus manos, se pusieron un tanto nerviosos y le preguntaron si aquel hombre

le hizo daño, también le preguntaron sobre la apariencia del Charro, preguntas que mi madre les contestó con la verdad.

Al día de hoy, casi 40 años después, en mi familia se sigue preguntando, que era o más bien, quién era, aquel hombre vestido de charro, aunque se cree, que, aquel hombre el cual mi madre acompañó aquel 16 de septiembre de 1982, era el mismísimo charro negro.

Autor: Mauricio Farfan.

Derechos Reservados.

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