Árbol De Tamarindo Historia De Terror 2023
Árbol De Tamarindo, Historia De Terror… Desde que era niño, siempre soñé con tener mi propia casa. Pasé años ahorrando y trabajando duro hasta que finalmente logré hacer realidad ese sueño.
Mi nuevo hogar era exactamente lo que siempre había deseado: una casa con un amplio patio trasero. Sin embargo, lo que hacía que este patio fuera especial era un majestuoso árbol de tamarindos que se alzaba en su centro.
Amaba los tamarindos desde que era pequeño. Recuerdo el sabor agridulce de las frutas, y siempre pensé que un día tendría mi propio árbol. Cuando encontré esta casa y vi aquel hermoso tamarindo en el patio, supe que era el lugar perfecto para mí.
Pero los sueños pueden convertirse en pesadillas, y pronto descubrí que mi nuevo hogar albergaba oscuros secretos. Solo unos días después de mudarme, noté que alguien había estado aprovechando mi tamarindo sin mi permiso. Parecía que alguien entraba sigilosamente en mi jardín y se llevaba algunos tamarindos por la noche.
Decidí tomar medidas para detenerlo. Construí una cerca alta alrededor de mi propiedad, con la esperanza de que eso disuadiera a cualquier intruso. Durante unos días, aquella medida pareció funcionar. No vi señales de que alguien hubiera cruzado la cerca. Además, pude cosechar los tamarindos con tranquilidad.
Pero una noche, desperté sobresaltado por extraños ruidos que provenían del sótano. Pensé que podría ser algún roedor que se había colado, así que decidí bajar y echar un vistazo. Colocar algunas trampas de ratones debería resolver el problema, o eso pensé.
Bajé las escaleras con cautela, encendiendo la luz del sótano. El débil resplandor iluminó la habitación, revelando un espacio polvoriento y abarrotado de cajas viejas. Avancé lentamente, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Entonces, lo vi.
Un pequeño niño, no más de siete años, estaba parado frente a mí. No llevaba camisa, lo que permitía ver su delgadez inhumana. Su piel era pálida, casi translúcida, y sus ojos estaban hundidos en sus órbitas. Parecía un cadáver viviente.
El niño me miró con una mirada penetrante y sus labios se curvaron en una sonrisa macabra. Su presencia emanaba una fría sensación de malicia que me heló hasta los huesos. No pude apartar la mirada de sus ojos oscuros y vacíos, que parecían absorber toda la luz a su alrededor.
El niño no decía una palabra, pero sostenía algunos tamarindos en sus manos. Me quedé perplejo, tratando de entender cómo había llegado allí. Había cerrado todas las entradas al sótano, excepto una pequeña ventana, pero era tan estrecha que ni siquiera su cabeza podría pasar por ahí.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras me di cuenta de que aquel niño debía haber entrado de alguna manera imposible de explicar. La oscuridad del sótano parecía cernirse a mi alrededor, intensificando la sensación de peligro inminente. Traté de retroceder lentamente, pero una fuerza inexplicable me mantenía clavado en el suelo, como si el ambiente mismo se hubiera vuelto hostil.
El niño dio un paso hacia adelante, dejando caer los tamarindos al suelo con un sonido sordo. Mi corazón latía con furia mientras intentaba encontrar una explicación razonable para lo que estaba presenciando. ¿Era posible que el niño estuviera relacionado con los robos de tamarindos en mi jardín?
Sin previo aviso, el niño levantó la mirada hacia el techo y comenzó a reír, una risa que resonaba en el sótano y retumbaba en mis oídos. Era una risa discordante y aterradora, llena de maldad y desprecio. El sonido me perforaba el alma, llenándome de un temor indescriptible.
Titubeante, le pregunté al niño qué estaba haciendo allí tan tarde en mi sótano. Pero no respondió. En cambio, comenzó a moverse de una manera extraña, casi inhumana. Caminó hacia la ventana, trepando por las cajas con una destreza grotesca, como si fuera una araña retorcida.
Mis ojos se abrieron de par en par, llenos de horror, mientras observaba cómo el niño desarticulaba sus extremidades y comenzaba a salir por la diminuta ventana. Cada movimiento era espeluznante, cada articulación se movía en direcciones antinaturales. Sentí un miedo indescriptible.
Cuando finalmente salió por completo, quedé paralizado en el sótano oscuro. ¿Qué acababa de presenciar? ¿Quién era ese niño? Todo parecía irreal, una pesadilla de la que no podía despertar.
Traté de reunir el valor suficiente para seguir al niño, para descubrir qué secretos ocultaba y por qué estaba tan obsesionado con los tamarindos de mi patio trasero. Me acerqué a la ventana y miré afuera, solo para encontrarme con una visión aterradora.
El niño se deslizaba por el árbol de los tamarindos con una agilidad sobrenatural. Sus extremidades se contorsionaban de manera grotesca mientras descendía por el tronco retorcido. Cada movimiento era fluido y espeluznante a la vez, como si estuviera poseído por fuerzas inimaginables.
Mientras observaba, la sombra del árbol parecía cobrar vida propia. Se extendía y se enredaba alrededor del niño, formando figuras retorcidas que se retorcían y se contorsionaban en un baile macabro. Un susurro siniestro llenó el aire, una cacofonía de voces incomprensibles que resonaban en mi mente.
Pasaron semanas desde aquel encuentro terrorífico en el sótano. Intenté convencerme de que había sido solo una alucinación, que mi mente me había jugado una mala pasada. Pero la sensación de miedo persistía, como una sombra que se aferraba a mi espalda.
Comencé a investigar la historia de la casa. Descubrí que había estado deshabitada durante muchos años antes de que yo la comprara. Rumores de tragedias y eventos inexplicables rodeaban a la antigua dueña, quien aparentemente había desaparecido sin dejar rastro.
Los días pasaban lentamente, pero el temor no desaparecía. Las noches se volvieron más inquietantes. A menudo, me despertaba con la sensación de ser observado, de que algo acechaba en las sombras de mi habitación. Una noche, decidí tomar medidas drásticas. Instalé cámaras de seguridad en toda la casa, esperando capturar cualquier actividad anormal. Pero lo que vi en las grabaciones solo aumentó mi terror.
En la oscuridad de la noche, el niño pálido y esquelético volvía una y otra vez. Podía verlo acercarse sigilosamente al patio trasero, evitando cuidadosamente la cerca que había construido. Luego, se subía al tamarindo y comenzaba a recoger los frutos que tanto amaba.
Pero esta vez, también vi algo nuevo. Después de recolectar los tamarindos, el niño dirigía su mirada directamente a la cámara, sus ojos sin vida perforaban mi alma. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras observaba cómo su boca se abría lentamente, revelando una sonrisa macabra.
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El terror se apoderó de mí. Sabía que tenía que hacer algo, no podía vivir en esta pesadilla eternamente. La situación se volvía insostenible. Aquel horrible niño continuaba acechándome una y otra vez, parado justo fuera de mi ventana. Su mirada fija y su sonrisa macabra me helaban la sangre. Agitaba los tamarindos entre sus dedos huesudos, como si burlara mi desesperación.
Los eventos repetitivos y la presencia constante del niño comenzaron a pasarme factura. Mi salud se deterioraba rápidamente. Me sentía agotado todo el tiempo, como si estuviera arrastrando un peso inmenso sobre mis hombros. Cada noche, las pesadillas se intensificaban, envolviéndome en una espiral de miedo y paranoia.
Un día, mientras viajaba en el metro, experimenté algo perturbador. El vagón estaba particularmente vacío, pero en unas cuantas estaciones, subió un niño pequeño acompañado por su madre. Para mi sorpresa, el niño no dejaba de mirarme con una expresión de temor en sus ojos. Me resultaba incomprensible por qué aquel niño desconocido me observaba de esa manera.
La curiosidad me invadió y, finalmente, escuché cómo el niño le preguntaba a su madre en un susurro tembloroso si el niño que yo llevaba cargando en mi espalda estaba enfermo. Aquellas palabras resonaron en mi mente como un eco aterrador. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal, como si el mundo se hubiera vuelto del revés.
El incidente en el metro me dejó desconcertado y lleno de preguntas. Cómo sabía aquel niño dijera que traía un niño en mi espalda mientras al mismo tiempo, sentía un gran pesar en la misma ¿Era posible que el terror que me acosaba se manifestara de alguna manera en el mundo exterior? Sentía que la línea entre la realidad y el horror se había vuelto borrosa y amenazante.
A partir de ese momento, las cosas empeoraron. La presencia en mi espalda se hizo más opresiva, como si un ser oscuro estuviera aferrado a mí. Cada paso que daba era un esfuerzo, y el agotamiento se arraigaba en cada célula de mi cuerpo. Me sentía atrapado en una pesadilla interminable.
Decidí buscar respuestas desesperadamente. Consulté a médicos, psicólogos y expertos en lo paranormal, pero nadie parecía comprender lo que estaba experimentando. Cada intento de ayuda resultaba en vano, dejándome solo y sumido en el abismo de mi propia angustia.
Las noches se volvieron aún más angustiantes. Las apariciones del niño en mi ventana se intensificaron, y su sonrisa siniestra se grabó en mi mente como una imagen imborrable. Ya no podía diferenciar entre sueño y realidad. El límite entre ambos se desvanecía en un torbellino de terror.
Mi salud continuaba deteriorándose, y cada día se volvía una batalla para mantenerme en pie. El peso en mi espalda se había vuelto insoportable, como si estuviera transportando el alma atormentada de aquel niño. Mis músculos se debilitaban, mis ojos se nublaban y mis pensamientos se volvían borrosos.
Y a menudo me resultaba difícil distinguir entre la realidad y mis sueños perturbadores. Caí en un estado de confusión constante, donde los límites entre la vigilia y el sueño se desvanecían. El agotamiento mental me llevó a experimentar episodios de sonambulismo, donde me encontraba vagando sin rumbo por mi casa en medio de la noche.
Una noche en particular, mientras la lluvia azotaba furiosamente contra las ventanas, desperté repentinamente en mi jardín trasero. Estaba tumbado en el suelo, junto al árbol de tamarindos, con la lluvia empapando mi piel. Mis ojos se abrieron de par en par, llenos de horror, mientras observaba cómo algo descendía de la copa del árbol.
Una grotesca figura, similar a una araña gigantesca, se deslizaba hacia abajo con movimientos espasmódicos. Al principio, pensé que debía ser otro sueño aterrador, pero la sensación de la lluvia en mi cuerpo me recordó que era la cruel realidad. El niño pálido y esquelético bajó hasta el suelo, soltando un grito horrible que resonó en la noche, antes de correr en dirección contraria, desapareciendo en la oscuridad.
Mi cuerpo temblaba de miedo y confusión mientras me incorporaba torpemente del suelo. La lluvia seguía cayendo sin piedad, empapándome hasta los huesos. Observé fijamente hacia el árbol de los tamarindos, cuyas ramas retorcidas parecían retener una maldad insondable.
Sin embargo, algo en mí me impulsó a seguir al niño. Con cada fibra de mi ser gritándome que no lo hiciera, me adentré en la oscuridad, persiguiendo su figura espectral a través del denso bosque que rodeaba mi propiedad. Los árboles parecían cobrar vida, sus ramas crujiendo y susurros siniestros resonando a mi alrededor.
La lluvia se intensificaba, convirtiéndose en una cortina de agua que dificultaba mi visión. A pesar de eso, seguí adelante, guiado por un impulso irracional y una determinación que desafiaba el sentido común. Mis pasos se volvieron torpes y tambaleantes, pero no deje que eso me detuviera. No podía dejarlo escapar, no podía permitir que el terror que me había invadido se apoderara de alguien más.
De repente, el sonido de risas infantiles retumbó en la oscuridad. La lluvia caía como cuchillas sobre mi piel mientras avanzaba hacia aquella risa que parecía estar en todas partes y en ninguna parte a la vez. El bosque parecía distorsionarse y moverse, las sombras danzando a mi alrededor como si estuvieran animadas por una malévola entidad.
Finalmente, llegué a un claro en medio del bosque. El niño se encontraba allí, en el centro, rodeado de tamarindos retorcidos y deformes. Su risa ahora se había transformado en un coro de voces infantiles, cada una más escalofriante que la anterior. Sus ojos vacíos me miraron, invitándome a acercarme. Fue hasta ese preciso momento en el que caí en cuenta de la tontería que había cometido. Por lo que corrí de vuelta a mi casa lo más rápido que mis piernas me lo permitieron.
Recuerdo a la perfección cómo, cuando mi curiosidad me hizo voltear un par de veces, pude ver con horror cómo aquel grotesco niño me perseguía moviéndose ágilmente en cuatro patas. Todo aquello mientras reía de una forma espeluznante, aquella imagen aún me hace erizar la piel cada vez que la recuerdo. Aquella experiencia fue el colmo. No podía soportar más el tormento constante y la presencia malévola en mi hogar. Decidí tomar medidas drásticas y enfrentar la oscuridad que me rodeaba.
Investigué exhaustivamente sobre cómo purificar el árbol de los tamarindos. A decir verdad, no tenía idea de qué estaba buscando en realidad, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para volver a tener paz mental y de la misma manera recuperar mi hogar que con tanto esfuerzo había conseguido.
Luego de varias horas de búsqueda, tanto en bibliotecas como en internet, descubrí un antiguo ritual de exorcismo que implicaba la quema de hierbas sagradas y el uso de palabras de poder para expulsar a los espíritus oscuros. Aquel ritual parecía, sobre todos los que había encontrado, algo que yo podría realizar. Así que reuní todos los elementos necesarios y me preparé para enfrentar a aquella entidad.
La noche elegida para llevar a cabo el ritual estaba envuelta en una densa niebla. El aire era pesado y lleno de un silencio inquietante. En el patio trasero, el árbol de los tamarindos parecía acecharme, sus ramas retorcidas se movían en un baile amenazador. Me acerqué al árbol con decisión, aunque mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
Encendí las hierbas sagradas y dejé que el humo se elevara hacia el árbol. Las palabras de exorcismo salieron de mis labios en un susurro, cargadas de determinación y fe. El humo envolvió el árbol, pareciendo luchar contra la oscuridad que se aferraba a él. Una brisa fría comenzó a soplar, llevándose consigo la niebla y trayendo consigo un aire renovado.
De repente, una figura sombría emergió de entre las ramas retorcidas del árbol. Era una forma oscura y amenazante, un espectro de malicia y desesperación. El espíritu malévolo del árbol se manifestaba frente a mí, retorciéndose y emitiendo un gemido aterrador.
El miedo fue indescriptible, sin embargo, no pensaba desistir. Quería terminar con todo aquello, así que continué. Aquél espíritu comenzó a hacerse más físico a cada segundo, aquel niño me miraba con una mirada vacía y sin vida, mientras intentaba pronunciar correctamente las palabras del ritual, las cuales había memorizado muy bien antes de comenzar el ritual. Sin embargo, en aquel momento, las palabras no salían de mi garganta sin importar cuánto lo intentase.
En un instante, aquel niño se arrojó hacia mí, soltando un grito horrible que recorrió mi espina dorsal. Sin embargo, en lugar de derribarme, como creí que pasaría, este me atravesó dejando una espesa neblina tras de sí. En el momento en que este me atravesó, me desplomé al instante. Sentí como si todo mi corazón se detuviera por un momento, el frío inundó mi ser. Por un momento, creí que aquel sería mi final. Sin embargo, para mi fortuna, desperté al día siguiente aún dolorido al pie del árbol de tamarindo. Tuve la fuerza suficiente para volver dentro de casa y durante los siguientes días no pude siquiera levantarme de mi cama salvo por lo más esencial.
Un día, en el que me sentía con más energía de lo habitual, decidí continuar con la limpieza del sótano. Tenía la esperanza de convertir ese espacio en un cuarto de juegos, un lugar lleno de alegría y libre de la opresión que lo había plagado. Mientras movía algunas cajas viejas, una de ellas cayó al suelo, revelando un diario antiguo y desgastado.
El diario parecía pertenecer a un niño, pero la tinta desvanecida y las páginas deterioradas dificultaban la lectura. Sin embargo, algunos fragmentos legibles revelaban una vida llena de abusos y violencia. El niño narraba su día a día, mencionando que pasaba días sin comer y sufría golpizas brutales a manos de sus propios padres.
A medida que leía las horribles experiencias registradas en el diario, una profunda compasión y conexión con el niño afloraron en mi interior. Comencé a entender que el niño que había estado acechando mi casa y el tamarindo tenía una historia trágica y que su presencia estaba vinculada a los secretos oscuros que habían plagado el lugar durante tanto tiempo.
Profundizando en mi búsqueda de respuestas, encontré un viejo periódico que databa de aquellos años oscuros. En sus páginas, se relataba la trágica noticia de un niño que había caído por las escaleras, fracturándose todos y cada uno de sus huesos. La noticia había sido clasificada como un accidente, y los padres nunca fueron acusados de ningún delito. Pero ahora, con el diario en mis manos, sabía la verdad.
Intenté realizar rituales y plegarias para liberar el alma atormentada de aquel niño, pero nada pareció funcionar. Estaba atrapado en un limbo entre el mundo de los vivos y el de los muertos, sin encontrar la paz que tanto necesitaba.
Finalmente, llegué a una dolorosa conclusión. Debía abandonar la casa que alguna vez había sido mi hogar. Era la única forma de liberarme de aquel ciclo de terror y oscuridad que me había consumido durante tanto tiempo.
Con el corazón lleno de pesar y la esperanza de un nuevo comienzo, cerré la puerta de aquella casa maldita por última vez. Dejé atrás las sombras y me adentré en la luz del día, liberándome finalmente de todo lo que me había atormentado.
Aunque las cicatrices de mi pasado aún permanecen, he encontrado la fuerza para reconstruir mi vida. Cada día es un paso hacia la sanidad mental y la redención. La casa maldita quedó en el pasado, convertida en una pesadilla que ya no me atormenta.
Autor: Aurora Escalante.
Derechos Reservados
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