El Campo De Calabazas Historias de Terror
Cuando viví hace unos años en Estados Unidos, viví una situación que merece ser contada, sobre todo en una noche de Halloween, ya que fue precisamente en esas fechas cuando me ocurrió El Campo De Calabazas Historias de Terror.
Trabajaba por aquel entonces en la pizca y en cierta ocasión nos contrataron a mí y a otros cinco trabajadores para laborar en un campo de calabazas en un lugar muy alejado de las demás plantaciones de la ciudad en la que trabajo. Las calabazas son muy vendidas en octubre, pues la gente las usa para adornar sus casas.
Trabajamos durante una semana en un horario normal, en el que terminábamos jornada cuando aún había luz de día, sin embargo, el trabajo se comenzó a atrasar y nos pidieron hacer horas extras.
Hice amistad con una señora que se llamaba Hilda, ella me platicaba, que en aquel lugar de vez cuando encontraban objetos extraños en los plantíos, además me advirtieron nunca alejarme del campo de calabazas después de la media noche. Yo le pregunté sobre la clase de objetos que encontraban y para responderme, me pidió que la siguiera hasta uno de los graneros.
Entramos y caminamos hasta un armario, cuando lo abrió, vi dentro una docena de muñecos de tela con cabellos humanos, un cráneo de chivo, pezuñas de animal y un par de frascos con viseras de animales en formol. Cuando acabó de mostrarme los objetos, me aclaró que en el plantío no jamás se criaron animales, mucho menos cabras. Yo le puse atención y le pregunté que si lo que buscaba era asustarme no lo lograría, ella entre risas me dijo que no era esa su intención, que, al contrario, me mostraba todo esto, para que no me fuera asustar si al estar trabajando veía algo parecido o si algo extraño ocurría, mientras me mantuviera en el área de trabajo no me pasaría nada.
Yo no me creí nada de lo que me dijo Hilda, pensaba que todo su sermón, era solo una tradición entre los trabajadores.
Al día siguiente, entre un par de calabazas me encontré un gato disecado, le habían cocido los ojos y el hocico con hilo rojo, tomé el animal y se lo llevé a Hilda, quien me regañó por tomarlo directo con las manos, pues ella pensaba que esos objetos se debían tomar con cuidado o podíamos contagiarnos de algún embrujo. Dejé que ella se encargara de llevarlo al armario y continué con mi trabajo.
Nos agarró la noche trabajando y con la oscuridad llegó la maldad.
Empezamos a escuchar como si muchas serpientes se arrastraran entre las calabazas, pero cada vez que revisábamos no veíamos ninguna serpiente por ningún lado, Hilda me dijo que anduviera con cuidado, pues era muy probable que la bruja estuviera buscando a alguien. Yo le pregunté qué a que se refería con bruja, después le dije que yo no creía en eso. Me miró y me dijo: “No creas si no quieres, pero la verás”.
Los únicos animales que había en el plantío eran cuatro perros pastor belga y esa noche se comportaron de manera extraña, le ladraban a la nada y corrían de un lado otro, como si buscaran algo.
No sé, las historias de Hilda, la noche y los perros ladrando comenzaron a hacerme sentir nervioso. Después de un rato noté que los perros callaron y los perdí de vista.
Uno de los trabajadores llegó diciendo que uno de los perros había desaparecido y no respondía a los silbidos. Todos comenzaron a llamar al animal, a quien se veía le tenían mucho cariño, pero no respondía, solo uno de los perros nos seguía.
De pronto escuchamos al otro perro chillando detrás de un árbol, que se localizaba más allá del plantío.
Llamaron a una de las personas que cuidaban el plantío, quien no tardó en aparecer en un vehículo todoterreno, acompañado de un rifle. Encendió unos faros de la parte superior del vehículo, ante el horror de todos, vimos al perro herido gravemente en el cuello, era como si un animal grande lo hubiera atacado. Amarraron el cuello del animal con una camisa de uno de los trabajadores, después le encargó a otro que se llevara al perro al veterinario y nos dijo a todos que nos regresáramos, pues era posible que un lobo o coyote estuviera merodeando la zona.
No acababa de decirnos que nos resguardáramos cuando miramos a lo lejos unos ojos brillando. En este punto yo estaba temblando de miedo. El hombre dio dos tiros y el animal corrió, luego iluminó en dirección al animal con los faros del vehículo, ante el asombro de todos vimos como corría un hombre desnudo.
Nos fuimos todos a dormir, todos asustados.
Al día siguiente durante el trabajo, Hilda me contó que eso que vimos durante la noche, era una de los engendros de la bruja, que, según ella, eran seres creados a partir de niños robados, a quienes corrompía e instruía en la magia negra, estos seres eran capaces de transformarse en animales, tal y como lo haría un nahual. Yo le pregunté que porque no simplemente la buscaban y acababan con ella, Hilda me respondió que no era tan sencillo atrapar y matar a una bruja, además sospechaba que alguien de entre los trabajadores la apoyaba.
Uno de los trabajadores gritó que los objetos del armario habían desaparecido. Todos caminamos rumbo al granero y efectivamente, comprobamos que todas las cosas habían desaparecido. Hilda me miro y me dijo que seguramente alguien de allí le entrego las cosas a la bruja. Yo le volví a preguntar qué porque no buscaban el escondite de la bruja, a lo que ella me respondió: “¿Tú irías a buscarla?”. Ya no le contesté nada, no creo que exista alguna persona tan valiente como para irse a meter a un cubil del demonio, donde vive una bruja.
Ese día nos tocó estar empacando, me sentí aliviado de no tener que estar en el campo de calabazas, aunque esa sensación de seguridad solo me duraría unas horas.
Nos encargaron subir unas cajas a los vehículos que llevarían las calabazas. Mientras subíamos las cajas, se nos acerca una señora que no reconocimos como trabajadora, nos miró a Hilda y a mí, después y nos dijo:
“Ojalá que se muera ese maldito perro al igual que el otro, siempre es una molestia para mis hijos”.
Entonces nos dimos cuenta de que el perro que no había sido herido estaba junto a nosotros, le gruñía y mostraba los dientes a la señora. Ante esto, miré con detenimiento a la mujer, entonces noté algo extraño en su rostro, no sé cómo describirlo, pero era como si su mirada reflejara maldad. Hilda y yo nos quedamos viendo unos segundos y cuando volvimos la vista, la señora ya no estaba, aunque el perro seguía gruñendo y enseñando los dientes en dirección hacia donde había estado parada.
Más tarde nos avisaron que el perro que se llevaron herido si había muerto. Hilda no dejaba de recordarme que me dijo que vería a la bruja, pues a lo que me contaba, eran ya muchas personas que mencionaban haber visto a la misma mujer que acabábamos de ver.
El último día que trabajé en ese lugar, fue el más aterrador de toda mi vida.
De nuevo se nos pidió que nos quedáramos horas extras. Necesitábamos transportar herramienta a un almacén que se encontraba en la parte más alejada del campo. Mientras llevábamos a cabo esta tarea, varios trabajadores comentaron que escuchaban ruidos en un pequeño módulo frente a la bodega.
Varios decidimos entrar a ver qué ocurría. Dentro estaba la bruja frente a un círculo de velas negras, en una de sus manos llevaba un cuchillo y en otra un animal que no logre identificar, quizás era un gato o un mapache. La mujer nos miró y nos salpicó con la sangre de un animal, después dijo unas palabras que no entendí y salió corriendo por la puerta, pues nadie hizo nada por frenarla, de hecho, algunos hasta ya se habían ido corriendo.
Tampoco intentamos perseguirla, solo nos quedamos viendo como desaparecía en la noche y mientras esto sucedía, vimos luces acercándose.
Cuando las luces estuvieron lo suficientemente cercas, vi que se trataban de velas cargadas por niños que vestían disfraces antiguos. Uno llevaba una especie de máscara de conejo, otros dos mostraban dos sombreros en punto, como los de un mago, pero no llevaban máscara o antifaz, su rostro era pálido y sus ojos blancos carentes de vida; y el último de ellos, una calabaza por máscara.
Escuché como los demás trabajadores que veían al igual que yo, aquel aterrador espectáculo gritar: ¡Jesucristo! Mientras que otros se pusieron a rezar.
Tal y como aparecieron los niños disfrazados, desaparecieron.
Yo no volví a ese lugar a trabajar, me cambié a otro lugar donde empaquetábamos manzanas. Días después Hilda me llamó para pedirme que le consiguiera trabajo conmigo. Aunque en varias ocasiones yo he querido tocar el tema, ella se niega, me dice que le tocó ver algo aún peor y que prefería olvidar el asunto.
Ya no le he insistido, pero quien sabe que será lo que haya visto.
Autor: Mauricio Farfán
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