Amigo Imaginario Historia De Terror 2024

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Amigo Imaginario Historia De Terror 2024

Amigo Imaginario, Historia De Terror… Apenas tenía 16 años cuando me vi envuelta en una serie de trabajos como niñera. En esa época, el concepto de contratar a alguien para cuidar a los niños durante unas horas era sumamente inusual en México. Comencé en esto de manera casi accidental, cuidando ocasionalmente a mis primos a cambio de una modesta paga proporcionada por una de mis tías.

Un día, esa misma tía me sorprendió al decirme que me había recomendado con una vecina que vivía solo a unas cuantas calles de su casa. Inicialmente, asumí que se trataría de un trabajo puntual, una experiencia de una sola vez. Sin embargo, la señora quedó tan impresionada con mi responsabilidad que no solo se convirtió en una clienta recurrente, sino que también me recomendó a otras personas. De repente, me vi inundada de solicitudes de padres que anhelaban mis servicios.

En aquel tiempo, disfrutaba enormemente de trabajar como niñera. Siempre me habían encantado los niños, y además, como una adolescente sin muchos gastos, el dinero que ganaba era más de lo que podría haber imaginado. Podía permitirme comprar cosas que la mayoría de mis compañeros de escuela o amigos no podían siquiera soñar con tener. Además, el trabajo ofrecía horarios flexibles que me permitían realizar mis tareas escolares cuando fuera necesario. Era el trabajo perfecto para mí, y hubiera deseado que siguiera así, de no ser por esa tarde que lo cambió todo.

Una señora, para la cual llevaba apenas unas cuantas semanas trabajando, me mencionó que había hablado de mí con una amiga suya, una mujer interesada en mis servicios. Al principio, tomé la propuesta como uno más de los trabajos habituales. Sin embargo, a medida que escuchaba los detalles, la singularidad de la situación comenzó a resonar en mi mente.

La mujer en cuestión deseaba que alguien se hiciera cargo de su hija durante toda una tarde y noche. Debía llegar a su casa a las 5 de la tarde y permanecer hasta las 10 de la mañana del día siguiente. Mis primeras dudas surgieron al instante, ya que no estaba segura de que mis padres me permitieran pasar toda una noche en casa de alguien completamente desconocido. Casi de inmediato, rechacé la oferta.

Aunque pensé que eso sería absolutamente todo relacionado con aquella mujer que solicitaba mis servicios, la realidad demostró ser diferente. Apenas una semana después de la inusual propuesta, el teléfono de mi casa sonó. En esta ocasión, mi padre respondió. Él siempre había estado a favor de que trabajara, creyendo firmemente que el empleo, incluso a temprana edad, era saludable para aprender la importancia del dinero y cómo administrarlo desde joven.

La voz del otro lado de la línea pertenecía a una mujer amable que deseaba una niñera. Al principio, esto no me sorprendió, ya que mi creciente reputación entre un círculo de señoras generaba este tipo de llamadas constantemente. Contesté con naturalidad, pero la sorpresa llegó cuando la mujer propuso el mismo trato que aquella dama de la semana anterior. Estaba dispuesta a pagar 1500 pesos solo por una noche.

La suma era tentadora para una adolescente de 16 años como yo. Al estar el teléfono en altavoz, mi padre escuchó toda la conversación y me miró en busca de aprobación. Vaciló un momento, evaluando la oferta y revisando los riesgos. En México, la inseguridad y la delincuencia eran realidades cotidianas, lo que generaba la preocupación lógica de mi padre.

Notando la indecisión de mi padre y sintiendo que la mujer al otro lado de la línea esperaba una respuesta. Le dije que no estaba del todo segura, que hablaría con mis padres y le devolvería la llamada. La mujer aceptó, y después de colgar, mi padre y yo compartimos nuestras dudas y reflexiones.

Mi padre sugirió esperar a que mi madre llegara del trabajo para que ambos, como familia, tomáramos una decisión más informada. La perspectiva de pasar prácticamente todo un día fuera de casa me generaba una mezcla de emoción y ansiedad. La tentación de ganar una suma tan considerable era enorme, sobre todo porque ya tenía en mente el deseo de comprar algo que siempre había querido: un teléfono. En esa época, no era común que las personas tuvieran teléfonos celulares, pero la idea de poseer uno me emocionaba enormemente.

Mientras esperaba a mi madre, comencé a idear argumentos convincentes que pudieran persuadir a mis padres para que me permitieran aceptar el trabajo. Pensé en resaltar la responsabilidad que había demostrado en trabajos anteriores, la oportunidad única de ganar tanto dinero en una sola noche y mi deseo de adquirir algo que mejorarían mi vida cotidiana. Aunque sabía que la seguridad era una preocupación legítima, estaba decidida a convencer a mis padres de que esta oportunidad valía la pena.

En cuanto mi madre llegó, compartimos la noticia de la oferta con ella. Como era de esperar, su respuesta inicial fue un rotundo no. Sin embargo, no me di por vencida y comencé a decirle mis argumentos. Le aseguré que sería muy responsable y que pediría el número de teléfono de la mujer para estar en contacto en caso de cualquier eventualidad. Mi padre también se sumó a la persuasión, afirmando que la mujer sonaba bastante normal y amable por teléfono.

Además, propuso una medida adicional para asegurarnos de que todo estuviera bien: se ofreció a llevarme hasta la casa de la mujer, conocerla personalmente y verificar que todo estuviera en orden. Aunque mi madre aún no estaba del todo convencida, dos personas lanzando continuamente argumentos finalmente la hicieron ceder. Accedió con la condición de que mi padre tomara estas precauciones adicionales para garantizar mi seguridad.

Casi sin perder tiempo, corrí al teléfono y le comuniqué a la mujer que aceptaba el trabajo. La señora parecía genuinamente feliz y agradecida de que estuviera dispuesta a cuidar a su hija durante todo un día. Me explicó por teléfono que tenía que salir durante ese día y no tenía con quién dejar a su hija. Agradecí la confianza y le aseguré que estaría allí el día acordado.

Cuando llegó el día, mi padre, cumpliendo su promesa, me llevó hasta la casa de la mujer. La residencia era considerablemente grande, evidenciando un nivel económico acomodado. Al entrar, la mujer demostró ser tan amable como lo había sido por teléfono, agradeciendo nuevamente que aceptara cuidar a su hija. Le explicó a mi padre que había intentado encontrar a una niñera sin éxito, lo que nos hizo sospechar que probablemente era originaria de los Estados Unidos. Aunque este detalle nos resultó curioso, no le dimos mucha importancia.

Tras una breve charla, mi padre se retiró, dejándome sola con la mujer. En cuanto él se fue, la señora sugirió que podría conocer a Frida (no es su nombre real, por respeto a la familia). Asentí y ella me llevó a la habitación de la niña, que estaba en la planta superior. En el camino, la mujer me explicó que Frida tenía una imaginación muy activa y recientemente había desarrollado una fase en la que tenía un amigo imaginario. Me advirtió amablemente que a Frida le gustaba que trataran a este niño invisible como si fuera real.

Si bien ya no me sorprendía que los niños pudieran ser un tanto extraños, ya que, después de cuidar a muchos de ellos, sabía que muy a menudo se sumían en su fértil imaginación y, en ocasiones, lo mejor era simplemente jugar a lo que quisieran, ya que eventualmente ellos mismos olvidaban la realidad. Sin embargo, cuando le respondí a la mujer que estaba bien y que trataría de seguirle el juego a su hija para fomentar su imaginación, no pude evitar sentir cierta inquietud al cruzar la puerta de la habitación de Frida.

Me había percatado de que Frida no era una niña de cuatro o cinco años, como había asumido inicialmente. Mi experiencia cuidando niños me decía que los únicos que tenían amigos imaginarios eran niños de 4 o 5 años, máximo seis. Sin embargo, en ese momento, al ver a Frida, me di cuenta de que la niña tenía alrededor de 9 casi 10 años. Resultaba un tanto extraño que a esa edad aún se aferrara a fantasías infantiles. Decidí no cuestionar nada, recordando que no tenía por qué juzgar las elecciones de crianza de los demás, y me limité a presentarme a Frida.

Le expliqué que sería su niñera mientras su mamá no estuviera en casa y que podríamos jugar y ver películas para pasar el tiempo. La niña, con una sonrisa que parecía bastante normal, respondió al saludo y me aseguró que tenía muchos juegos con los que podíamos divertirnos. Aparentemente, todo marchaba bien. La madre, satisfecha al ver que nos llevábamos bien, anunció que era hora de irse y, tras recoger una pequeña maleta, dejó a Frida y a mí completamente solas.

Al principio, todo transcurría de manera normal. Pasamos alrededor de dos horas hablando y jugando a un juego de mesa. Después de eso, propuse ver una película mientras comíamos palomitas. Frida, emocionada, aceptó y se dirigió a la sala para elegir el disco. Mientras yo esperaba a que las palomitas se cocinaran en el microondas, algo inusual comenzó a ocurrir.

Empecé a escuchar unos pasos que parecían dirigirse hacia la cocina, donde me encontraba. Al principio, no le di mucha importancia, pensando que la niña ya había elegido la película y venía a la cocina para estar conmigo. Además, escuché risitas provenientes del exterior de la cocina, lo cual confirmó mi suposición. Sonreí, pensando que Frida trataba de esconderse para asustarme, como los niños pequeños suelen hacer.

Pensando que la situación anterior había sido un simple juego de la pequeña Frida, decidí seguirle la corriente. Entendía perfectamente que a los niños les encantaba asustar a otros, y este juego era común y lleno de emoción para ellos. Así que, al apagarse el microondas, saqué las bolsas de palomitas y me dirigí hacia la puerta de la cocina para ir a la sala. En ese momento, aún veía la sombra agazapada a un costado del marco de la puerta, y también percibía risitas que delataban su ubicación. Estaba lista para dar unos pasos y fingir sorpresa cuando la niña saltara para asustarme.

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Sin embargo, al cruzar el marco de la puerta, no solo no saltó nadie para asustarme, sino que no había absolutamente nadie ahí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ante la desconcertante realidad. No podía creer que no hubiera nadie después de haber visto sombras y escuchado risas. Incluso, si Frida se hubiera arrepentido y se hubiera alejado corriendo, estaba tan cerca que habría escuchado sus pasos. Pero no, no había nadie.

Decidí no causar escándalo y pensar que tal vez era la sombra de alguna otra cosa. Intenté convencerme de que las risas eran el eco de las de Frida, quien estaba en la sala poniendo el DVD. No quería indagar más y fui hacia la sala para ver la película con la pequeña. Frida había elegido una película de Barbie, algo que a mí personalmente no me agradaba mucho. No le prestaba mucha atención, y mi mente volvió a dar vueltas sobre lo que acababa de experimentar. Cada explicación lógica que intentaba encontrar solo me hacía darme cuenta de que no había una razón racional para lo sucedido.

En algún momento de la película, las palomitas se agotaron, y Frida me preguntó si podía hacer más. Me levanté y fui a la cocina para preparar otra bolsa, pero esta vez me sentía mucho más nerviosa respecto a lo ocurrido anteriormente. Volteaba constantemente hacia la puerta, buscando la sombra, pero por más que lo hacía, no lograba ver absolutamente nada. La inquietud se apoderaba de mí mientras el silencio de la casa se mezclaba con la tensión que sentía en el ambiente.

Mientras caminaba de vuelta a la sala con Frida, noté que algo era fuera de lo común. Parecía que Frida estaba hablando con alguien. Inicialmente, pensé que tal vez estaba charlando con su amigo imaginario, así que no le di demasiada importancia y continué avanzando. Sin embargo, a medida que me acercaba, la conversación se volvía más clara y, para mi sorpresa, pude escuchar claramente las palabras de Frida.

Ella le estaba diciendo a alguien que no me volviera a asustar, ya que le agradaba y no quería que me fuera como las otras personas que la habían cuidado. Esto me impactó, considerando que aún estaba un poco aturdida por lo que me había ocurrido unas horas atrás. Pero lo que resultó verdaderamente escalofriante fue cuando escuché claramente la voz de un segundo niño, que le respondió a Frida que era divertido asustarme y que disfrutó viendo mi reacción cuando salí de la cocina y él desapareció.

Al llegar a la sala, le pregunté a Frida con quién estaba hablando, pero rápidamente me di cuenta de que estaba completamente sola. Miré en todas direcciones en busca de aquel niño que había estado hablando, pero no vi absolutamente nada. Desesperada por obtener respuestas, volví a preguntarle a Frida quién era la persona con la que estaba hablando. Frida encogió un poco los hombros y me dijo que estaba hablando con Miguel.

Intrigada, le pregunté quién era Miguel, y Frida respondió que Miguel era su amigo que vivía en esa casa antes de que ellas llegaran. Según Frida, a Miguel no le gustaban mucho los extraños, pero podría ser su amiga si quisiera. Aunque esto era extraño, recordé las instrucciones de su madre de seguirle la corriente a Frida en todo lo relacionado con su amigo imaginario. Traté de fingir una sonrisa y le dije que, por supuesto, me encantaría ser amiga de Miguel para que ya no le cayera mal.

Casi de inmediato, Frida miró en dirección a un sillón vacío en la sala y luego me miró a mí. Me dijo que Miguel no estaba del todo convencido de que yo quisiera ser su amiga, pero yo le aseguré que estaba dispuesta y que Miguel no tenía nada que temer. Frida volvió a mirar hacia el sillón y luego hacia mí, diciéndome que si quería ser amiga de Miguel, él quería jugar a las escondidas.

Accedí a jugar a las escondidas con ellos, pensando que tal vez había sido Frida quien imitó otra voz, y que la sugestión y la tensión del momento me hicieron escuchar la voz como algo completamente diferente. Cabe destacar que, para ese momento, ya era de noche, aunque la casa estaba perfectamente iluminada por su propia luz. La atmósfera inquietante de la casa parecía intensificarse, pero decidí seguir adelante con el juego para descubrir más sobre este misterioso amigo imaginario llamado Miguel.

Frida propuso que fuera yo la que contara, le dije que estaba bien y que contaría hasta 100 para que ambos pudieran esconderse. La propuesta emocionó a Frida, quien salió corriendo de la habitación en busca de un lugar adecuado para ocultarse. Mientras yo continuaba contando sin demasiada preocupación, llegando cerca del número 95, ocurrió algo completamente inusual: todas las luces de la casa se apagaron de repente.

Este repentino apagón desconcertante no afectó solo la luz de la habitación en la que me encontraba; en cuestión de segundos, toda la casa quedó sumida en la oscuridad total. Sorprendida, me asomé por la ventana y rápidamente noté que las demás casas de la cuadra aún contaban con luz. Descartando la posibilidad de un apagón general, la hipótesis de que Frida estaba detrás de esta oscuridad comenzó a parecer inverosímil. El interruptor de la caja de fusibles estaba ubicado a una altura inalcanzable para una niña de su estatura.

Justo cuando estaba a punto de llamar a Frida para informarle sobre la extraña situación, escuché su voz diciéndome que a Miguel le gustaba jugar a oscuras. Fastidiada, comencé a caminar por la casa intentando encontrar a Frida. Sin embargo, debido a que no era mi hogar, tropecé con muebles y objetos en la penumbra constante, ya que realmente no se veía absolutamente nada. La temperatura en la casa también empezó a descender, creando una atmósfera aún más desconcertante.

A pesar de la oscuridad y el frío inusual, continué avanzando, guiándome por los ocasionales pasos o risas que indicaban la presencia de Frida. Después de un tiempo considerable de vagar por la casa en círculos sin encontrarla, la desesperación comenzó a apoderarse de mí. Sin embargo, traté de mantener la calma, recordando que seguía cumpliendo con mi trabajo. Con voz serena, propuse cambiar un poco las reglas del juego para equilibrar la situación. Le pedí a Frida que hiciera un ruido cada vez que lo solicitara para facilitar mi orientación en la oscuridad.

No hubo respuesta inmediata, pero después de un tiempo, escuché claramente un aplauso proveniente debajo de las escaleras. Intrigada, me dirigí hacia allí y volví a pedir otro ruido. Esta vez, escuché un pisotón, confirmando que algo estaba sucediendo en la especie de bodega que se encontraba debajo de las escaleras. Con una sensación de alivio y cierta seguridad de haber localizado a Frida, tente la puerta para abrirla.

Aquella puerta era de una sola manija, y al tirar hacia abajo, se abrió sin resistencia. Sin embargo, al intentar jalarla, sentí cómo alguien la cerraba desde adentro. En un principio, pensé que Frida estaba detrás de la travesura, prolongando el juego. Con una risa, le dije que ya la había encontrado y que no podía evitar que terminara así. Intenté abrir la puerta nuevamente, pero en ese momento algo sorprendente ocurrió, quien creía en ese momento que era Frida, volvió a jalar la manija, pero está vez con tanta fuerza que arrancó la manija, haciendo que yo cayera de sentón y que la puerta se abriera.

Pregunté de inmediato a Frida si estaba bien, pero al observar con detenimiento, me horroricé al darme cuenta de que lo que estaba en la bodega no era Frida. Sus ojos brillaban en la oscuridad, como los de un gato. Un grito escapó de mis labios y retrocedí, aterrada. En ese mismo instante, las luces de la casa se encendieron de nuevo, revelando que el espacio debajo de las escaleras estaba vacío. Frida asomó la cabeza desde arriba, riendo y declarando que todo el tiempo había estado escondida debajo de la cama de su madre. Había ganado el juego.

Aterrorizada, llamé a mi padre para contarle lo sucedido. Al principio, él trató de desestimar la situación, sugiriendo que tal vez me había confundido o asustado en la oscuridad. Sin embargo, yo estaba sumamente aterrada y insistí en que no podía quedarme en esa casa el resto de la noche. Tras suplicar durante un tiempo considerable, mi madre decidió ir para hacerme compañía y cuidarnos a ambas durante el resto de la noche.

Al día siguiente, antes de que la madre de Frida regresara, mi madre se fue temprano. Nunca supe realmente lo que ocurrió en esa casa. Después de recibir mi pago, salí de ahí, y aunque la mujer me llamó unas semanas después para proponerme cuidar a Frida por unas horas, rechacé la oferta y nunca volví a poner un pie en esa casa.

Autor: Liza Hernández

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