Lo Prometo Historia De Terror 2023

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Lo Prometo Historia De Terror 2023

Lo Prometo, Historia De Terror… Cuando era niña, no era extraño ver a mi abuelo hablando solo en el jardín, a pesar de que mi abuelo jamás había sido grosero conmigo, se me dificultaba preguntarle directamente qué era lo que estaba haciendo, por lo que un día le pregunté a mi papá, con quién hablaba el abuelo y él me respondió que mi abuelo le hablaba a las plantas y árboles, pues de esa manera crecían más saludables, al principio eso se me hizo algo muy mágico, tanto así que comencé a hablar con las plantas de mi casa.

Tuvieron que pasar un par de años más para saber, que aunque es cierto que hablarle a tus plantas es muy saludable para las mismas, no era lo que mi abuelo hacía en sus tardes en el jardín, recuerdo que una tarde de invierno, le dije a mi abuela, que a mi abuelo realmente le gustaba hablarle a aquel naranjo, aunque se viera así de marchito por el invierno, a lo que mi abuela, algo extrañada me miró y me dijo que mi abuelo no estaba charlando con ninguna planta.

Creo que yo le devolví una mirada aún más confundida, pues sonrió un poco y me dijo que mi abuelo estaba charlando con su amiga, Ana Ibarra, eso me desconcertó aún más, pues en el patio no había nadie más que mi abuelo, le pregunté a mi abuela, quién era Ana Ibarra y ella me dijo que una amiga de la infancia de mi abuelo, solo que, solamente él podía verla. En ese momento pensé que mi abuelo estaba loco, yo había tenido un amigo imaginario a los cuatro años y cuando cumplí seis, yo misma sentí que ya estaba muy grande como para tener a un amigo imaginario.

Supongo que mi abuela notó esto en mi rostro, pues de inmediato me dijo que no era imaginaria, solamente que no cualquiera podía verla, me dijo que en este mundo había personas extraordinarias que podían ver cosas que la mayoría no podíamos ver, y que muy a menudo las personas con esta habilidad, solo la rechazan e ignoran, sin embargo, otras como mi abuelo la aceptan y aprenden a vivir con ella, no lo comprendí en ese momento, y tampoco seguí preguntando.

Yo tenía unos 17 años cuando por fin me animé a ir directamente con la persona de la duda eterna, ya no era una niña y una parte de mí me decía que quizás mi abuelo necesitaba más ayuda de la que sus hijos o esposa podían proporcionarle, por lo cual me acerqué a él. Al apenas pararme a su lado, me miró y me sonrió con amabilidad, mi abuelo era un gran hombre y ahora que ya no está me gustaría que su historia quedara inmortalizada al menos aquí.

Aunque no hablaba mucho, siempre sabías que si le pedías ayuda él te la daría, siempre y cuando estuviera en sus posibilidades, era el tipo de persona que se quitaría el pan de la boca para dárselo a cualquiera que lo necesitara más que el. Recuerdo que sin rodeos le pregunté con quién estaba hablando, y sonriendo me dijo “con Anita, pero ya se fue, es tímida con los extraños”, le pregunté cuántos años tenía Ana y él me dijo que 8 años.

A medida que yo iba avanzando y siendo más específica con mis preguntas, mi abuelo notó que lo que yo realmente estaba haciendo, era tratando torpemente de hacerle un análisis mental, por lo que sonrío para sí mismo y me dijo que él había prometido ser amigo de Ana Ibarra para siempre y él jamás rompería esa promesa, acto seguido, comenzó a relatarme la siguiente historia, historia que me dejó pensando hasta el día de hoy, cuántas cosas que desconocemos existen en este mundo.

Mi abuelo era el quinto hijo de doce hermanos, en aquel entonces sus padres tenían una enorme granja familiar que los proveía de todo lo que necesitaban, por lo cual a diferencia de muchos niños en ese pueblo, ni mi abuelo, ni ninguno de sus hermanos pasaron hambre o carencias, no eran ricos, pero no sentía que les faltara nada. Eso sí, al apenas cumplir los 5 años, eras un par de manos extras para contribuir a las labores de la granja, la verdad siempre he creído que esa era la razón para tener tantos hijos, mano de obra barata.

Mi abuelo me cuenta que con todo el trabajo que tenían, era difícil poder salir a jugar con tus amigos en el pueblo, pero como niño, siempre buscaba el tiempo, me dijo que él era el encargado de darle de comer y limpiar el corral de los borregos, y muy a menudo sus amigos lo ayudaban para que terminase rápido y se fueran a jugar, en aquel entonces tenía unos 8 años también y estaba muy enamorado de Ana Ibarra, le regalaba flores que encontraba por ahí y dulces cada vez que podía conseguir algo de dinero.

Pero ambos eran muy niños y ninguno de los dos podía imaginar que el amor podía ser muy diferente a una fuerte amistad, por lo que los dos siempre solían decir que era novios y mejores amigos. Sin embargo, un día Ana Ibarra desapareció del pueblo, obviamente todo el pueblo la buscó por varios meses, pero era como si se la hubiese tragado la tierra y nadie en el pueblo sabía que opinar al respecto, pues todos se conocían, no creían o más bien querían creer que había alguien tan enfermo en el pueblo como para hacerle daño a una niña y tampoco habían visto a ningún extraño rondando el pueblo.

Mi abuelo dice que se puso muy triste por casi un mes entero, en el que no quería salir a jugar ni comer, pero eventualmente, empezó a intentar retomar su vida, aunque siempre soñaba con la idea de que volvería a ver a Ana Ibarra en el pueblo y volverían a jugar juntos. En el pueblo comenzaban a haber muchos rumores de lo que le pudo pasar a aquella niña, unos decían que lo más probable era que se hubiese caído a la barranca o al río, unos cuantos más eran más fantasiosos y decían que Ana había sido raptada por brujas y ahora ella era una aprendiz de bruja o algo así.

Pienso que todo el pueblo tenía algo que contar sobre aquella niña desaparecida, todos menos mi abuelo, él quería recordarla como aquella niña que siempre le decía lo mucho que deseaba salir de ese pueblo y conocer todo el mundo, en su mente infantil, mi abuelo esperaba que dónde sea que estuviera, Ana lograra todo lo que soñó.

De esta manera los días pasaron y la rutina de mi abuelo comenzaba a regresar, incluso en el pueblo, cada vez se escuchaba menos el nombre de Ana Ibarra, mi abuelo dice que en una tarde, se animó por primera vez desde que Ana desapareció a salir a jugar con los niños del vecindario, así que en cuando terminó sus labores de la granja lo hizo, estaban jugando a las escondidas y no tuvieron ningún problema con incluir a mi abuelo.

Él corrió a los alrededores para buscar el mejor lugar para ocultarse. Cuando de repente vio una especie de refrigerador industrial, estaba en muy mal estado y por más que lo intentara no podía recordar a alguien del pueblo que tuviera algo como eso, ese refrigerador debía ser de la ciudad, sin embargo, era extraño que alguien hubiese conducido tanto tiempo con esa cosa, solo para tirarla en el pueblo.

Mi abuelo decidió no pensar mucho en eso, era un escondite perfecto y si lograba atrancar la puerta por adentro pensarían que estaba sellado y no lo buscarían ahí, por lo que sin pensarlo mucho entró al refrigerador, cerrando la puerta, sin saber que una vez cerrada, abrirla por adentro era simplemente imposible, No lo notó en el momento, de hecho, por lo que recuerda, se reía un poco al haber encontrado un escondite tan perfecto.

Sin embargo, la sonrisa se le borró a los pocos minutos, estaba muy oscuro ahí adentro y sus ojos no podían acostumbrarse a la oscuridad, y eso no era lo peor, parecía que el aire que había adentro se estaba acabando, mi abuelo intentó empujar la puerta para salir, pero no lo consiguió, comenzó a intentarlo con mucha más desesperación, pero no importaba lo que él hiciera, simplemente no era capaz de abrirla.

El pánico comenzó a apoderarse de él, pero no importó que tan fuerte gritó por ayuda, nadie fue a su auxilio. Mi abuelo me cuenta que aún a sus 8 años, comenzó hacerse a la idea de que él no saldría vivo de ese lugar, dice que comenzó a rezar, no para que lo sacaran de ahí, sino para poder irse al cielo. Cuándo de repente escuchó un sollozo, al principio creyó que eran sus propios quejidos pues aunque sabía que iba a morir, eso no significaba que no le diera miedo.

Pero rápidamente se dio cuenta de que no eran suyos, esos sollozos, provenían detrás de él, pero por alguna extraña razón no le dio miedo, algo en ellos sonaba familiar, trataba de recordar de dónde los había escuchado cuando una voz lo llamó por su nombre, no tenía que seguir pensándolo, esa era la voz de Ana Ibarra. Le preguntó si era él, y mi abuelo le dijo que sí, y también le preguntó dónde se había metido todo ese tiempo, que todos en el pueblo la estaban buscando.

La niña no le respondió eso al principio, le preguntó a mi abuelo si traía algo de comer consigo, pues tenía mucha hambre, mi abuelo le dijo que no tenía nada, pero cuando salieran, seguro sus padres le darían algo de comer, mi abuelo dice que hasta ese momento recordó que estaba encerrado y que no podía salir, además, comenzó a caer en cuenta de que para estar hablando con Ana, ella debió estar ahí antes que él entrara y él no había visto nada al entrar, sin embargo, algo dentro de él estaba tan emocionado por volver a hablar con su amiga, que eso pasaba a segundo plano.

Mi abuelo le propuso a Ana tratar de empujar la puerta juntos, pero Ana parecía no tener interés en hacer eso, tomó la mano de mi abuelo, dice que se sentía muy fría y huesuda, como si no tuviera pulso alguno y le dijo “¿Me prometes que siempre seremos amigos?” Mi abuelo estaba algo extrañado por eso, pues era más que obvio que siempre serían amigos, pero ante la insistencia de aquella niña, le respondió que le prometía siempre ser su amigo, pensando que de ese modo, Ana estaría feliz e intentarían empujar la puerta juntos.

Sin embargo, en lugar de eso la niña volvió a decirle otra cosa “A hora tú tienes que irte, pero prométeme que le vas a decir a mi mamá y papá dónde estoy”. Mi abuelo no comprendió eso, para el era muy claro que si lograban salir, serían los dos y ella le podría decir eso a sus papás, estaba a punto de cuestionarle esto cuando su amiga, aún más insistente y al borde del llanto volvió a insistirle “Debes de decirles dónde estoy y decirles que fue Jacinto, prométemelo por favor”.

Lo Prometo Historia De Terror

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Con la esperanza de que Ana se calmara y lo ayudara a tratar de salir de ahí, le respondió que si lo haría, que le diría eso a sus padres y dice que fue entonces, que como por arte de magia, la puerta del enorme refrigerador se abrió, mi abuelo dice que fue como volver a nacer, fue como si sus pulmones recibieran oxígeno por primera vez, dio un salto de la alegría y volteó a ver a Ana para compartir aquella felicidad con ella, sin embargo, su amiga no estaba ahí.

La buscó por varios minutos hasta que el amigo encargado de buscarlo lo vio, y le dijo que era el peor jugador de las escondidas del mundo, pues en lugar de esconderse como todos los demás, estaba buscando a alguien, mi abuelo le contó a aquel niño sobre su aventura en ese refrigerador y el como había estado con Ana, sin embargo, su amigo no le creyó, aquella noche mi abuelo volvió a su casa demasiado contrariado sobre lo que había vivido aquella tarde.

Se preguntaba así mismo si se había tratado de algo real, o si talvez había sido solo algo que su corazón deseaba con toda el alma y como estaba a punto de morir, su mente se lo había concedido, sin embargo, no podía sacarse de la cabeza, lo que había sentido y todas las promesas que le había aceptado a Ana, así que aunque temía que los padres de su amiga se enfadasen y le dijeran a los suyos que su hijo estaba inventando mentiras sobre la desaparición de Ana, decidió que debía comportarse como un hombre y cumplir con las promesas que había jurado cumplir.

Al principio no le creyeron, pero él insistió, dijo que Ana estaba en el refrigerador, pero no se atrevió a decir quién le había dicho Ana que lo hizo, porque en su mente infantil, creía que si era verdad que Ana estaba ahí, entonces ella estaba viva. Mi abuelo dice que les estuvo insistiendo por días, que incluso su padre le había pegado y le había dicho que dejara de inventar mentiras y que no se volviera a acercar a los padres de Ana, y aunque mi abuelo tenía miedo de que le volvieran a pegar, aun así siguió insistiendo.

Hasta que artos por la insistencia de mi abuelo, los padres de Ana fueron hasta el refrigerador, al principio como era de esperarse no vieron nada, inspeccionaron muy bien el refrigerador, aunque la verdad no es que tuviera mucho que ver, por lo que estuvieron a punto de irse, pero mi abuelo dice que volvió a escuchar a Ana, diciéndole casi al oído “abajo”. Mi abuelo se los dijo a sus padres y como sabían que no dejaría de insistir, con ayuda de varios vecinos, lograron mover el pesado refrigerador.

Solo para darse cuenta de que la tierra estaba mucho más suelta de lo normal, por lo que, creyéndole finalmente a mi abuelo, comenzaron a cavar con lo que tenían a la mano, pues no habían llevado palas, mi abuelo dice que nunca ha vuelto a ver una escena como la que vio aquella tarde en su pueblo natal. El cuerpo de Ana Ibarra efectivamente estaba ahí debajo y no tardaron mucho tiempo en encontrarlo, ya olía descomposición y los insectos y otros parásitos ya habían empezado a comerse las partes más blandas, como ojos y lengua.

Estaba vestida exactamente como el último día que mi abuelo la había visto, incluso tenía el bonito moño que sostenía la cola de caballo con la que siempre ataba su cabello. Mi abuelo me dijo que no pudo evitar llorar en ese momento por verla en ese estado, pero me asegura que cuando estaba a punto de derrumbarse, sintió como la mano de su amiga le tocaba el hombro y le decía al oído “Está bien, esa no soy yo, es solo como terminé”.

En ese momento mi abuelo volteó y por primera vez en varios meses, vio a su amiga, ya no era una voz o una mano en la oscuridad, era ella, exactamente como el último día antes de su desaparición, Ana Ibarra le pidió a mi abuelo que cumpliera con su otra promesa, decir que Jacinto era el culpable, pero que por favor le dijera a sus padres lo que le dijo, que estaba bien, nada más que ya no podría volver a casa. Así lo hizo, me dice que Jacinto era primo de Ana Ibarra y para no levantar sospechas había ayudado a cavar y había fingido sorpresa cuando habían encontrado a la niña. Ana Ibarra nunca se fue, y mi abuelo cumplió su promesa, siempre sería su amigo, todos en el pueblo sabían que él jugaba con una niña fantasma, y todos sabían que era real.

Cuando terminó de relatarme su historia, debo admitir que aunque conmovedora, mi raciocinio simplemente me impedía lograr creerlo del todo, le pregunté qué había pasado con Jacinto y él fue a su habitación y de un pequeño baúl en el que guardaba sus cosas más preciadas, sacó un viejo y amarillento periódico, en el que decía que Jacinto se quebró muy rápido en el interrogatorio y que había aceptado su culpabilidad, dándole solo 5 años en prisión por colaborar en la investigación.

Mi abuelo se rio un poco y me dijo que ese hombre se había suicidado un par de meses después de salir de la cárcel, decía que el alma de Ana lo atormentaba todo el tiempo. Quise abrir mi mente a todo ese mundo espiritual, pero simplemente yo no soy una persona especial como mi abuelo, y a veces agradezco no serlo, él falleció 10 años después de contarme su historia con Ana Ibarra y aunque en su momento me costó mucho poder darle veracidad a lo que me contó, con el tiempo al menos acepté que aunque fuera falso, le hacía bien a mi abuelo y eso era lo que más importaba.

La noche en la que mi abuelo falleció, fue bastante calmada, no hacía frío, pero tampoco hacía calor, ese día me había tocado cuidarlo pues aunque no tenía una enfermedad como tal, ya era muy viejo, tenías que vigilar que no se cayera haciendo cosas simples, a veces era senil, su última noche me volvió a platicar su historia con su amiga Ana, yo lo dejé hacerlo, se veía muy feliz, aunque esa vez añadió un detalle que aunque lo sospechaba, nunca lo había confirmado.

Al parecer Ana no aparecía esporádicamente, siguió a mi abuelo a dónde el se mudó durante toda su vida y siempre se aparecía solo un par de horas cada día. Recuerdo que me quedé dormida después de un rato y unas risas de niña me despertaron, trataba de despabilarme un poco, no sabía la hora, pero creía que ya había amanecido y debía preparar el desayuno para mi abuelo, sin embargo, vi dos siluetas a través de la cortina del cuarto, una era de una niña y la otra era la silueta inconfundible de mi abuelo.

Estaban tomados de la mano y ambos reían, recuerdo que me pellizqué el brazo pensando que era solamente un sueño, pero no era así, rápidamente volteé a la cama de mi abuelo, su cuerpo estaba ahí, pero no estaba respirando, y no parecía tener ya ningún signo de vida. No supe que hacer, nada más me quedé sentada en la cama viendo como ambos se alejaban, me gustaría decir que me despedí, pero no fue de ese modo, solo me quedé congelada.

Supe cuando se habían ido, no me pregunten cómo, únicamente lo sabía, no sé si Ana Ibarra se quedó todos esos años esperando a mi abuelo para irse juntos a dónde sea que vayan las almas, o si ambos sigan vagando por la casa, solo que no puedo verlos, lo único que sé, es que mi abuelo, cumplió su promesa hasta más haya de su muerte.

Escrito por: Liza Hernández.

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