Advertencia Historia De Terror 2024
Advertencia Historia De Terror… Mi nombre es Rodrigo, tengo 50 años y hace 12 años me ocurrió algo que aún no he olvidado.
Me es complicado contarlo, porque simplemente recordarlo hace que se me ponga la piel de gallina, pero haré un esfuerzo.
Era 2011 y todo en mi vida era normal, había nacido y crecido en un lugar llamado “El Seco”, que quedaba muy lejos de la ciudad. A mí me gustaba mucho estar ahí, despertar con el canto de los gallos, trabajar pesado y llegar a casa a comer algo delicioso.
La ciudad más próxima estaba a unas dos horas de camino en autobús. Nunca entendí por qué los pobladores anteriores habían decidido establecerse tan lejos de otras personas. Unos decían que la razón había sido el viejo pozo que estaba en el centro del pueblo, lo que daba la oportunidad de tener agua para tomar y para mantener las siembras.
Eso tenía algo de lógica, pues en el pueblo había muchos pequeños acueductos que iban hacia todas partes, lo que daba un toque especial al lugar, aunque ya casi no se usaban. Y cuando llegó la electricidad, casi toda el agua era impulsada por mangueras.
Ese pozo, hasta el día de hoy sigue siendo una bendición para el pueblo, pero aunque parezca la razón más obvia de su fundación, cuando se le preguntaba a los más ancianos sobre el tema, siempre decían que no, que “El Seco” era un pueblo que había servido como un refugio, pero nunca decían el porqué. Solo decían que eran cosas que ya no tenía caso recordar, que ahora todo estaba bien y eso era lo más importante.
Aunque disfrutaba vivir ahí, a veces era pesado ir hasta la ciudad por las cosas que hacían falta.
Pero bueno, recuerdo una tarde, era el mes de octubre. Eran más o menos las ocho de la noche. Mauricio llegó de la universidad, era un joven alegre y con mucha energía, a pesar de que yo le llevaba varios años éramos buenos amigos.
Fue directo hacía mi casa y tocó a mi puerta con desesperación. Abrí la puerta rápido y lo hice pasar. Entonces le pregunté qué cuál era la urgencia, que si todo estaba bien. Entonces me dijo que me quería pedir un favor, que si de pura casualidad me sabía la historia del pueblo.
Yo le dije que sí, que cuando todavía vivía mi abuelo él mismo me la había contado y más específicamente historia del agua. Él dijo que no, que él quería saber sobre el porqué el pueblo se había fundado como un refugio. Yo le dije que no sabía.
Y además, ¿para qué quería saber eso? Él me respondió que, al estar cerca el Día de Muertos en su escuela, le habían dejado un trabajo de investigación acerca de las leyendas del pueblo y que se le hizo buena idea mostrar la historia de nuestra comunidad.
Pero que ya le había preguntado a varias personas y la mayoría contestaban que no sabían, o los más ancianos le decían que no anduviera preguntando ni investigando eso, porque no era de su incumbencia y no sabía en lo que se metía. Algo que sinceramente no me sorprendía, porque los viejitos del pueblo nunca contaban eso.
Pero lo que me costaba trabajo entender era el por qué me pedía a mí esa información, pero sabía que cuando a Mauricio se le metía algo a la cabeza no había nada ni nadie que lo hiciera cambiar de parecer.
Como dije yo tampoco sabía nada sobre la historia del refugio, así que me pidió que si le podía preguntar a Don Juanito, quien había sido gran amigo de mi abuelo. Mauricio me dijo que seguramente a mí sí me lo contaría porque me apreciaba, entonces le dije que estaba bien, que lo intentaría, aunque no le aseguraba nada. Le dije que haría lo posible.
Entonces, cambiamos de tema y platicamos sobre varias cosas, tomamos unas cervezas y un par de horas después, Mauricio se fue a su casa. Ya era de noche y tenía hambre así que me preparé algo de comer y más tarde me quedé dormido.
Esa noche el frío calaba los huesos y recuerdo que tuve un sueño extraño. Soñé que iba caminando en el cerro, la neblina estaba hasta abajo y estaba temblando de frío. Me fui por un lugar que estaba lleno de plantas y un árbol de manzanas, que había sido abandonado hace muchos años. Era un lugar bastante familiar para mí, pues quedaba de camino al terreno que me había heredado mi abuelo.
Actualmente ya solo hay hierba seca y el árbol está seco, pero en mi sueño, todo estaba muy verde, el árbol de manzanas estaba lleno y había muchas personas por ahí, lo que actualmente no pasa.
Pero entre toda esa gente, había alguien que llamaba mucho la atención: un hombre vestido de charro que, desde la distancia, se me quedaba viendo, aunque no podía distinguirle la cara. Pero se sentía su mirada sobre mí. Por alguna extraña razón sentí miedo, era como si al ver a ese hombre toda la atmosfera hubiera cambiado y de pronto el árbol verde comenzaba a secarse poco a poco, junto con las plantas, la gente comenzó a desaparecer, entonces la sensación de miedo se acrecentó, por lo que comencé a caminar hasta que, de pronto, ya estaba corriendo.
De la nada, comencé a escuchar un par de pisadas que venían tras de mí, pero cuando volteaba hacia atrás, no veía a nadie. Eso me puso muy nervioso y sin darme cuenta perdí el rumbo, y cada vez estaba más oscuro y no podía ver por dónde iba. Mi mayor miedo era tropezarme entre las piedras y caer en la tierra. Sentía que si eso pasaba, aquella cosa que me perseguía me atraparía y acabaría conmigo. De un momento a otro las pisadas se volvieron a escuchar, así que corrí de nuevo.
Finalmente, después de lo que sentí como una eternidad, llegué a una ladera, lo que me impidió seguir escapando. Volteé a todas partes, pero no había nadie, solo un escalofrío que no me dejaba estar tranquilo y la sensación de ser observado por todas partes. Entonces, de la nada, salió un perro gigante y negro, que me empujó por la ladera. Sentí esa sensación de caída como algo muy realista, y luego desperté de esa pesadilla.
Al abrir los ojos, pude ver cómo lentamente la puerta de mi habitación comenzaba a abrirse con un rechinido que no había escuchado antes. Yo estaba completamente empapado en sudor, y aunque algo temeroso, me paré de mi cama a ver qué había pasado. Pero todo estaba tranquilo, no había nada raro, solo la puerta abierta. Traté de justificarlo, pensando que el aire que entraba por las ventanas había sido el culpable, claro, ignorando el hecho de que las ventanas habían estado cerradas toda la noche.
Yo trabajaba desde que era muy joven. Fui hijo único y mis padres me habían abandonado con mi abuelo, algo muy común por aquellos tiempos. Según supe, se fueron a la ciudad a buscar una mejor vida, pero jamás volvieron por mí. Con el tiempo dejé de darle importancia y me dediqué solo a sobrevivir. Mi abuelo murió cuando yo tenía 28 años, pero me dejó una buena herencia: esa era el saber trabajar el campo y una hectárea de tierra en lo más profundo del cerro.
Era un buen hombre e hizo lo que pudo por mí. Como era el único familiar que tenía en el pueblo, su partida me dejó muy solo, y un joven de mi edad, si nadie en el mundo, no era muy bien visto por la gente. Ya sabes, ideas de rancho, aunque no todos eran malos. Tenía dos amigos, Mauricio y otro que se llamaba Pepe. Teníamos la misma edad, pasábamos bastante tiempo juntos o el que podíamos, ya que el trabajo también nos quitaba tiempo. Sus padres eran las únicas personas que se habían portado bien conmigo.
Después de la muerte de mi abuelo, aunque bueno, también había un viejito que me hablaba, a quien ya mencioné, era un amigo de mi abuelo que tenía 70 años, vivía solo y era muy amable. Él se llamaba Juanito.
Y siempre que nos veíamos y se podía, platicábamos, a veces me invitaba a tomar café o atole a su casa.
En fin, cuando desperté, miré la hora, vi que eran las cuatro de la mañana. Así que decidí no dormir y preparar todo para irme a trabajar en una hora. Después de desayunar algo y estar listo, salí a la calle y cerré la puerta de mi casa. Y cuando me disponía a tomar mi camino, en la puerta de enfrente se escucharon tres golpes.
Eso era raro porque esa casa llevaba años abandonada, al igual que las otras casas que me rodeaban. Prácticamente, mi vecino más cercano estaba a una calle y no hablábamos mucho. Esos golpes repentinos me dieron algo de miedo, no era normal que hubiera ruido en ese lugar.
Traté de no darle importancia y me fui a trabajar, pensando en el encargo de Mauricio. Decidí visitar a Don Juanito en la tarde y preguntarle por el misterioso origen del pueblo. Con suerte, él lo sabría y me lo contaría por ser amigo de mi abuelo hace años.
En ese tiempo, a las 6 de la mañana, el sol todavía no salía. Casi siempre iban apareciendo los primeros rayos de luz a eso de las 7. Me gustaba ver ese cambio de noche a día. Te dabas cuenta de muchas cosas, del cambio de temperatura, que los pájaros comenzaban a cantar, también se veía a los coyotes alejándose del pueblo. La pequeña lámpara de pilas que cargaba conmigo poco a poco se hacía innecesaria.
A veces recordaba a mi abuelo y sus consejos mientras veía el camino que tenía por delante. Parecía interminable a veces, aunque solo eran dos horas a pie. Pero ese día iba pensando en algo en particular: la historia del pueblo. Le había dicho a Mauricio que investigaría, por él, pero algo en mí también estaba intrigado por saber la verdad, aunque no tenía muchos lugares a donde ir a preguntar. Solo esperaba que Don Juanito supiera algo. De no ser así, no podría ayudar a Mauricio con su tarea y yo también me quedaría sin respuestas y con esa duda para siempre.
Por fin eran las 7 de la mañana y el sol iluminaba todo el lugar, que en mi opinión es bellísimo. Había llegado a la mitad de mi camino, la primera mitad que casi todo era llano. Ahora me encontraba frente a un viejo puente de madera y cables de acero que atravesaba un río de unos 10 metros de ancho. Ya tiene tiempo que solo yo utilizo ese puente, ya que todo el campo quedó abandonado.
Ya nadie iba a sembrar y menos tan lejos como yo lo hacía. El único que le daba algo de mantenimiento era yo. Aunque también podía bajar por el río y luego subir para poder cruzar, ya casi no llevaba agua. Por lo regular, estaba seco. Pero la maleza, los árboles y la profundidad no me convencían mucho. Así que el puente era la mejor opción.
Entonces, seguí mi camino. Dejé atrás el río y comencé a andar la vereda que rodea un enorme cerro, la cual al terminar la ruta que marcaba, me dejaba justo al lado del que algún día había sido el árbol de manzanas. Era bastante triste de ver, pues solo quedaban enormes troncos secos y sin ninguna hoja, y en un campo de tierra con piedras, sin ninguna vegetación.
Mientras más te adentrabas en la antigua huerta, más difícil se te hacía caminar. Y de vez en cuando, el sonido del viento que golpeaba esos troncos secos asemejaba a voces que, a lo lejos y a lo cerca, parecían murmullos de personas inexistentes en aquel solitario lugar. Pero era un paso obligatorio en mi camino y, aunque no me hacía más de 20 minutos en cruzar el lugar, nunca terminaba por acostumbrarme a tan misteriosos sonidos ni al escalofrío que me provocaba pasar por ahí.
Después de un rato, llegué al camino viejo que conectaba con el terreno de mi abuelo. Ya de ahí, solo tenía que caminar un rato más y llegaría al lugar de trabajo. Pero ese día fue extraño, tenía la sensación de que alguien me seguía. Yo estaba acostumbrado a caminar solo en el cerro, pero en esa ocasión me empezó a dar miedo. No sabía por qué, pero no quería voltear hacia atrás.
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Así que seguí caminando. Una vez frente al terreno, dejé ese camino viejo y me dispuse a trabajar la tierra. Las horas pasaron hasta que me dieron las 11 de la mañana. Era hora del almuerzo. Entonces, me senté en una piedra bajo un árbol y me puse a comer. Todo era como siempre: el ruido del campo, algunos animales que corrían por ahí y la soledad que siempre me acompañaba.
Pero de un momento a otro, la tranquilidad que tenía se rompió. Cuando de la nada sentí como si algo golpeara mi espalda, rápidamente volteé para ver qué estaba pasando, pero no había nadie, solo una pequeña piedra de color café de las que se encuentran en la arena de los ríos. Era extraño ver esas piedras en mi terreno porque yo tenía la tierra toda removida y limpia de todas esas y otras rocas.
Pero no tuve tiempo de pensar de dónde habían aventado la piedra, porque empecé a escuchar unos murmullos que cada vez estaban más cerca. Eso no era muy común, nadie utilizaba el camino viejo, no tenía sentido. Solo los más ancianos que ya no podían ir al campo y yo éramos los únicos que lo conocíamos. Las personas de mi pueblo usaban las carreteras para ir a otras comunidades y el camino viejo solo tenía como destino final un enorme barranca donde no había nada que hacer.
El sonido de esas voces cada vez se hacía más entendible y se escuchaban más cerca. Entonces, lentamente y tratando de hacer el menor ruido posible, me acerqué a la cerca de piedra que daba con el camino y me escondí tras las ramas de un matorral para poder ver por los huecos de la cerca quiénes eran las personas que pasarían por el camino. La verdad es que tenía miedo porque entre los murmullos pude entender algo que me alteró los nervios un poco, escuché que decían: “Ya casi lo encontramos”.
A quién podrían estar buscando, yo era el único que andaba por esa parte del cerro. Entonces, cuando pasaron por la parte del camino donde yo estaba, pude ver tres hombres vestidos con manta blanca, huaraches y sombreros. Era algo muy perturbador, ya que en todos los años que había trabajado ahí jamás había visto a tanta gente como ese día, parecían personas mayores.
Uno de ellos traía una piedra de sal en sus manos, entonces supuse que estaban buscando una vaca. Era raro porque no había visto eso en varios años, pero me decidí y salí de mi escondite. Quise salir a saludarlos y preguntarles qué estaban buscando, pero apenas me paré y me asomé por el camino, esas personas ya iban muy lejos.
Por alguna extraña razón mi corazón comenzó a latir con fuerza y el miedo se apodero de mi mente, aunque no sabía porque, si era de día y solo eran unas personas pasando.
Y antes de que pudiera llamar su atención, vi algo que me asombró. Esos tres hombres desaparecieron en forma de una bruma blanca ante mis ojos incrédulos de lo que acababa de ver. Me quedé un rato recargado en la cerca, tratando de pensar en qué es lo que había pasado, pero no encontré explicación. Tenía mucho miedo para ser sincero. Busqué por los alrededores, pero no encontré a nadie. Sabía que no serviría de nada seguir con el miedo y las interrogantes, entonces, mejor me puse a trabajar otra vez, aunque con un poco de nervios.
Dieron las dos de la tarde, terminó mi jornada de trabajo. Entonces, empecé mi camino a casa, pero cuando brinqué la cerca para caer en el camino viejo otra vez, sentí como si algo impactara en mi espalda. O el día para todos lados, y otra vez no había nadie más que a mis pies una pequeña piedra de río de color café. Esto ya se me estaba haciendo raro. Traté de no hacer caso y mejor me puse a caminar.
Paso un rato y el viento comenzaba a ser cada vez más fuerte. Las nubes de lluvia se comenzaban a juntar y los truenos de los rayos se escuchaban por todo el cerro, pero algo no me gustaba. Llevaba una hora caminando y no había llegado ni siquiera a la antigua Huerta de guayabas, y el camino ya no me era tan familiar.
No entendía, pero al parecer me había confundido de dirección cuando salí de mi terreno y ahora iba en dirección de la barranca. No me lo creía, ¿por qué no me había dado cuenta antes?, pero cuando quise dar la vuelta y enmendar mi camino, detrás de mí comencé a escuchar unas pisadas y el miedo me invadió. Así que seguí caminando.
En eso, comenzó una fuerte lluvia, lo que me obligó a correr. Busqué un refugio y lo único que encontré fue una pequeña cueva al lado del camino. Me metí ahí y me senté en una piedra, mientras que con la mirada buscaba la persona que iba detrás de mí. Pero nada, estaba solo. Lo único que vi fue una pequeña piedra de color café que desde algún lugar, como si hubiera sido aventada, caía al suelo frente a mí. Eso me puso los nervios de punta, pero no podía salir hasta que la lluvia parara.
Pasaron las horas y hasta las 6 de la tarde la lluvia paró. Entonces, algo temeroso, salí de la cueva y comencé mi camino de regreso a casa.
Pero después de una hora de camino me di cuenta de que alguien me estaba siguiendo de nuevo, así que camine más rápido, pero tropecé con una piedra y al caer vi a un hombre parado enfrente de mí, viéndome desde arriba. Llevaba un traje negro de charro y un sombreo muy grande, pero algo en él no era normal. Su rostro estaba totalmente deforme, era como si su piel se estuviera derritiendo, lo único normal eran sus ojos, pero parecían llenos de coraje.
Comencé a avanzar hacia atrás ayudándome con mis manos y mis pies, porque no lograba levantarme de la impresión. Me estaba muriendo de miedo, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho. El charro me miró desafiante y me dijo con una voz gutural, salida de otro mundo, que dejará de indagar en lo del refugio o sino vendría por mí, por mi alma. Y después desapareció.
Me quedé en el suelo tratando de asimilar lo que había pasado y la verdad lloré del miedo, A pesar de que ya era un adulto jamás había visto algo así y fue impresionantemente aterrador.
Unos minutos después seguí mi camino, eso sí, con muchísimo miedo, porque ya estaba anocheciendo y todavía me quedaba bastante camino.
Fui directo a la casa de don Juanito, a contarle lo que me había pasado y quería que me dijera que era lo que había pasado con lo del refugio.
Cuando me vio afuera de su casa me invitó a pasar, me invitó un café y entonces comencé a contarle. Él me miró sorprendido, por un momento creí que le daría un infarto, pero no. Respiró agitadamente y finalmente soltó un suspiro y me contó la verdad.
Me dijo que cuando él tenía 20 años en el pueblo el agua era escasa y que tenían que ir a la ciudad por ella para poder subsistir, hasta que un día de plano no había ni una gota y ya estaban cansados de la situación, así que el padre de don Juanito convocó a mi abuelo y a mi bisabuelo y a otros 3 hombres con sus hijos para buscar la solución.
El padre de don Juanito les dijo que había escuchado que por los terrenos de mi bisabuelo, cerca del árbol de manzanas se aparecía el charro negro y que si todos iban y le llevaban algún animal muerto seguramente los ayudaría que hubiera agua en el pueblo.
Escépticos pero sabiendo que era su última esperanza hicieron caso al padre de don Juanito y fueron a eso de las 10 de la noche para llegar a media noche. Más o menos por donde estaba la cueva, ofrecieron su sacrificio y dijeron unas palabras para que el charro se les apareciera y los ayudará.
Dice don Juanito que el frío comenzó a bajar y que sintieron un miedo que jamás se le olvidará. Para su sorpresa el charro negro si apareció y lo describió como yo lo había visto. Dice que les dijo que había escuchado su petición, pero que el precio no sería solo un animal muerto, sino que quería que hicieran un refugio para que los satanistas de la ciudad pudieran hacer sus rituales cada último día del mes durante 100 años.
Ellos sabiendo que el pueblo podría quedar maldito por lo que pudieran hacer esas personas ahí sabían que necesitaban el agua, así que aceptaron. El charro negro les dijo que no podían divulgar nada de eso.
Después de esa noche un grupo de personas del pueblo encontraron un canal de agua, que parecía haber estado siempre ahí, luego hicieron el pozo y el agua comenzó a ser abundante en el pueblo. Algunos ancianos del pueblo sabían lo que había pasado y sabían que satanistas se instalaban en los rincones para hacer sus rituales, pero nadie más sabía y seguramente por eso el charro negro se había enojado porque Mauricio y yo estábamos intentando saber de más.
Agradecí a don Juanito y le dije que no se preocupará que nada saldría de mi boca.
Luego fui a ver Mauricio y le dije que por favor dejará ese tema atrás, solo le dije que había algo malo detrás de eso y que no valía la pena involucrarse. Su respuesta me sorprendió, pues me dijo que él ya había pensado dejar eso atrás, porque había tenido un sueño horrible donde un hombre vestido de charro se lo pedía y que parecía una advertencia real.
Dejamos ese tema atrás y la verdad deje el pueblo, porque no quería estar en un lugar en donde fuerzas oscuras tuvieran el control. Vendí el terreno y de vez en cuando visitó a Mauricio y a Pepé, porque lamentablemente Juanito falleció hace unos años.
Autor: Anónimo
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