San Bernardino Historia De Terror 2022

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San Bernardino Historia De Terror 2022

San bernardino, historia de terror… –Mamá por favor, –Suplicaba clemencia de mi madre, mis ojos tiernos difícilmente me sacarían de esa situación. –no es tan grave, por favor, no me obligues a ir, no me mandes lejos.

–¿¡No es tan grave!? –Me sermoneaba mi madre, tratando de contenerse para no darme un golpe, siempre reprobó la idea de golpear a sus hijos. –No dejaste de azotar su cabeza contra el vidrio hasta que se rompió ¡Estás expulsado, por Dios Santo! Está es la cuarta escuela.

–Estaba llamándome marica, se que soy Gay, pero no soy un marica.

–¡Tu no eres Gay! No vuelvas a decir una cosa así, tienes quince, a tu edad se es muy joven para saber lo que eres.

«Me atrapaste a cuatro patas con mi novio y sigues negándolo».

Pensé mientras me cruzaba de brazos y me dejaba caer sobre el sofá en la sala, podría tener una larga discusión con ella sobre cómo estaba tan seguro sobre mi homosexualidad, pero honestamente ya estaba lo suficientemente enfadada y harta por lo que había hecho, y honestamente no la culpaba, mi padre nos abandonó cuando yo tenía cinco años (Eso dijo mi madre, pero después me enteré de que mi padre le dio una hoja de divorcio confesándole su bisexualidad, ahora vivía con su novio, en un departamento a las afueras de la ciudad, sin que mi madre lo supiera, iba a visitarlos unas cuantas veces por año) y yo nunca le había dado más que problemas, mi temperamento es fuerte, no puedo evitarlo, la sangre me hierve cuándo alguien intenta hacerme menos o insultarme a mi o alguien que no pueda defenderse por si mismo, no puedo evitarlo, nací para eso, un héroe sin capa, por desgracia, los adultos nunca han querido a los héroes sin capa, llevaba cuatro escuelas recorridas, y ésta me había aceptado con tolerancia cero, estaba fichado y probablemente ninguna otra secundaria en mi cercanía me aceptaría con mis antecedentes.

–Hablé con tu padre. –Continuó mi madre. –Esta dispuesto a pagar tu colegiatura si eso te va a enderezar.
–Mentira. –A pesar de no verlo mucho, sabía perfectamente que mi padre no diría algo así, le gustaba mi percepción de la justicia y que no tuviera miedo de pelear para conseguirla.

–Puedes ponerlo en el altar que tú quieras, pero esto va a pasar.
Dijo finalmente azotando el panfleto de la “Escuela católica de San Bernardino para jovencitos difíciles”.

Probablemente debí luchar más, talvez buscar a mi padre e irme a vivir con el, pero entre más lo pensaba, por mi historial, quizás era la única escuela que podría aceptarme, no podría comenzar a trabajar sin haber terminado la secundaria, el hecho de saltar de escuela en escuela, no me hacía un estúpido, sabía cómo funcionaba el mundo y más o menos lo que quería para mí vida.

Mi ingreso a San Bernardino fue en mi opinión, lo más cercano a entrar a la cárcel, al apenas llegar, un hombre alto y musculoso prácticamente me arrebató mi maleta y la vació frente a mi sin ningún tipo de respeto, el muy cretino tuvo la osadía de revolver husmear lo más afondo y meticulosamente profundo en mi ropa interior, encontrando algunas revistas poco tolerantes para una religión que considera a la homosexualidad cómo un pecado.

–¿Me podrías explicar que es esto?
–Porno, –Dije con mi sonrisa retadora.
–cuidado con la mercancía viejo.
Inmediatamente, dos frailes me sujetaron por los brazos y comenzaron a registrarme para cerciorarse de que no traía más de eso.

–Aquí no toleramos a los bromistas. –Dijo aquel hombre, mientras arrancaba una por una las páginas de mi revista.

–Aquí a los bromistas, los volvemos hombres honrados y con temor a Dios, perfectos cómo nuestras estatuas.

–¿Cómo temerle a un papito tan marcado y machote?

–Respondí mirando fijamente la cruz colgada en la pared, con un Jesús de Nazaret sangrante por los clavos y su clásica corona de espinas, talvez jamás me atrevería a golpear a mis mayores, pero cuando eres yo, te pones creativo al pasar de los años.

–No soy un experto en todo este asunto, pero si yo fuera un Dios que envió a su hijo y después lo mataron, lo último que me gustaría ver es que en un templo donde aseguran adorarme, tengan una representación en miniatura del evento ¿A ustedes si?

Al parecer rompí una especie de récord en el lugar, ser enviado al “calabozo” en menos tiempo que cualquiera ahí, aunque yo no llamaría calabozo a un cuarto de cemento pequeño que apesta a humedad, al menos había una manta.

Me sacaron a las cuatro y media de la mañana, me hicieron bañarme con agua fría que terminó de cerrar mi garganta y me enviaron a desayunar.

–¿Tu eres el nuevo? –
Dijo el chico a un lado mío, en mi estado más natural le hubiese contestado sarcásticamente, pero la garganta me dolía y había pasado una mala noche, además, el sonaba amable.

–Si. –Respondí con voz ronca.
–Supongo que lo soy.

–¿Calabozo? Que hiciste para que te enviaran ahí en tu primer día.
–Porno gay.

–A ellos no les importa lo mal que estés, si no te comportas, te volverán a meter.

–¿Tu que haces aquí?
–Le pregunté, parecía demasiado santo cómo para terminar en un lugar cómo ese.

–Robar, bueno, robar partes de autos, ni siquiera necesitaba el dinero, solo era por diversión, después, bueno era el reformatorio o esto, aunque de saber cómo era este lugar, creo que hubiese preferido el reformatorio.

–¿Tan malo es?
–Te levantan antes de las cinco, debes tender tu cama, bañarte y alistarte para el desayuno en media hora, tienen permiso de golpearte con un metro de madera o vara de membrillo, entre otros castigos.

–Ok, me convenciste, me largo.

–Sigue soñando, tu no vas a salir de aquí, nadie puede, dicen que la única forma de salir de San Bernardino es siendo un hombre honrado y con temor a Dios o muerto.
–Dame una semana y planeare algo.

–Si el plan es bueno, cuenta conmigo, me llamo Mario.
–Adán.

El sitio resultó ser aún peor de lo que imaginé, con dos enormes y furiosos perros doberman vigilando la salida veinticuatro siete y en especial al anochecer, las clases eran aún peor, con tareas interminables que te dejaban exhausto, y penitencias extremas si no lograba terminarlas antes de la hora de dormir, San Bernardino podía doblar el espíritu de cualquiera que pusiera un pie en el lugar, pero el mío no, tenía a Mario, siempre levantándonos mutuamente el ánimo cuando el otro sentía que no podría continuar, mis planes por escapar eran vilmente frustrados antes de siquiera comenzar su ejecución, al pasar los meses, a mi yo de recién quince años cumplidos le herviría la sangre por esto, pero comencé a cooperar, mi nuevo plan de fuga, básicamente consistía en decir que si a todo y nos dejarán ir por la puerta grande, algunas veces mi padre iba a visitarme, sus visitas eran mejores que las de mi madre, ella y yo nos quedábamos los cuarenta minutos en silencio, mientras yo devoraba cómo perro hambriento lo que sea que había llevado para mí, la madrastra de Mario venía cada dos semanas y siempre le prometía que en cuanto terminara la secundaria, podría volver a casa, siempre y cuando los frailes estuvieran de acuerdo.

Pero ambos nos habíamos prometido salir de ahí al mismo tiempo, apenas estuviéramos en las respectivas casas de nuestros padres, les robaríamos joyas, dinero y todo lo que pudiéramos vender, era un precio bajo para todo lo que estábamos viviendo ahí, después huiríamos, el lugar no importaba siempre y cuando estuviéramos juntos, cerramos nuestro pacto teniendo sexo en el cubículo de confesiones durante la madrugada, y probablemente ese fue el error más grande que dos adolescentes llenos de hormonas pudieron tener.

Al apenas salir, el mismo padre Macario ya estaba ahí, con su pijama puesta, barba desaliñada y sosteniendo en la mano izquierda su clásica “pala de cedro”, podría jurar que la mandó a hacer con el único propósito de azotar alumnos, correr o tratar de excusarse no hubiese servido de nada, ambos terminamos con las nalgas tan hinchadas que era un milagro que no estuvieran sangrando.

–Seguro gozó al oírnos. –Me susurro rápidamente Mario cuando pasó a un lado mío, parte del castigo era no poder hablarnos o acercarnos más de dos metros.

–Te amo.
Sonreí y continúe con mi desayuno estando de pie, eso también era parte del castigo, pero honestamente el no tener que sentarme después de aquella tunda, era sin duda el mayor premio para mí y mis posaderas.

No nos intereso la larga cátedra sobre cómo ni los afeminados, ni los homosexuales no heredarían el reino de los cielos, tampoco el ser cambiados a cuartos inmundos, apartados del resto de los estudiantes por ser “malas semillas” que podrían infectar al resto cómo frutas podridas, los cuartos estaban llenos de humedad y no tenían cama, éramos encerrados cada noche con un grueso candado que eliminaba toda esperanza de poder vernos, sin embargo la segunda parte del castigo fue la que hasta el día de hoy me hace arrepentirme de todas las decisiones de mi vida que consiente o inconscientemente me llevaron a el.

Fuimos obligados después de cada cena a lustrar y pulir cada una de las figuras religiosas, así cómo bancas y confesionarios (poniendo un particular empeño en aquel que ensuciamos con nuestro “pecado”) para ambos al inicio fue una bendición, pues nos veíamos un poco y aunque con supervisión, debes en cuando aprovechábamos la limpieza, para rozar nuestras manos e intercambiar algunas miradas y sonrisas, las primeras tres noches fueron normales, más alla de terminar medio mareados por el líquido pulidor de madera y con los brazos hechos pomada, solo parecía ser parte del castigo.

–Quiero esa banca tan lustrosa que pueda ver mi reflejo en ella, –Dijo el fraile Tadeo, un hombre en sus cuarentas que se ofreció a la tarea de vigilarnos cómo un halcón, sin embargo, los tres vasos de agua que había bebido durante la cena, estaban cobrando factura y parecía estar cerrando las piernas para no orinarse encima. –Sigan con el trabajo.

Ordenó, antes de salir de forma presurosa tratando con toda sus fuerzas de contener su orina dentro de el.
–Te extraño tanto. –Me dijo Mario luego de abalanzarse hacia mi y darme un tierno pero agresivo beso. –cuando estoy cerca de ti me cuesta hasta respirar.

–Ahora más que nunca me encantaría tener un plan para sacarte de aquí.
–Podría matarlos con mis propias manos si eso nos libe…

Un golpeteo sobre el mármol hizo que nos separáramos casi al instante, y comenzamos a fingir limpiar, sin embargo luego de un par de minutos, nos dimos cuenta que era imposible que el fraile Tadeo hubiese podido llegar al baño tan rápido, hacer lo suyo y después volver, intercambiamos miradas confusas, al pensar más en aquel sonido, más extraña era la situación, el sonido fue similar al de una estatuilla que cayó al piso de mármol pero sin romperse.

Un segundo sonido entro por nuestros oídos, era muy similar al anterior cerámica golpeteando el mármol del piso.

–Peccatum, peccatum, –Una voz resonó por el pasillo a la par de aquellas particulares pisadas,

era profunda y extraña, cómo si un sin número de voces hablarán al mismo tiempo.

–De profundis clamavi nomen tuum.

–Que mierda. –Dijo Mario, tan valiente cómo siempre, se levantó y fue a ver de qué se trataba.
–¿Frai Tadeo?
–Vuelve.
–Siempre lo consideré más valiente que yo, aunque otros podrían llamarlo estupidez.
–Mario.
–Descendet de coelo.
– volvió a vociferar aquella tétrica voz, que casi podía jurar, no era humana.
–et puniet sodomiticum.
–¿Frai Tadeo?

Volvió a preguntar, está vez más cerca de la puerta, una sombra comenzó a proyectarse, era demasiado baja, cómo para tratarse de un adulto.

–¡Que están haciendo!
Entro de la nada el fraile Tadeo, ambos lanzamos un grito de terror, Mario incluso se cayó de sentón, al ver entrar al fraile Tadeo del lado opuesto de dónde parecía provenir lo que sea que fuese dueño de aquella sombra.

–¿Querían escapar de su castigo?

–Continuo el fraile Tadeo, parecía un tanto más decepcionado que molesto, probablemente esperaba encontrarnos revolcando nos en el piso como dos bestias en celo.

–Perdiendo el tiempo en lugar de trabajar.

Mario intentó explicar lo mejor que pudo la situación, aunque a decir verdad no había tanto que contar, escuchamos un ruido y lo que pareció una voz tenebrosa que habla en otro idioma.

Sobra decir que no nos creyó.

Fuimos forzados a seguir con el castigo, fingiendo que no habíamos escuchado nada y posteriormente encerrados de nuevo en nuestras habitaciones.

San Bernardino Historia De Terror

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La noche siguiente, ambos estábamos algo nerviosos mientras pulíamos los cáliz y otros artículos ceremoniales para la misa, ambos sabíamos que lo de la noche anterior no había sido solo nuestra imaginación por inhalar tanto pulidor para madera, después de tantos días de castigo, en los que siempre deseábamos cualquier tipo de distracción del fraile a cargo para así tener aunque sea una pizca de contacto físico, ahora ambos rogábamos silenciosamente por qué no saliera de la habitación.

–De profundis clamavi nomen tuum.

Resonó por el eco de la capilla, ambos lo sabíamos era la misma voz del día anterior, ambos nos estremecimos, no puedo hablar por Mario o el fraile Tadeo pero al menos, un sudor frío recorrió mi espalda.

–¿Quién está ahí? –Dijo el fraile Tadeo de manera amenazante y autoritaria.

–no puedes estar fuera de tu habitación.
–Et filius eius beatus descendit de celo et condemnavit peccatorem.

El fraile Tadeo, nos miró a los dos, cómo esperando a que eso fuera obra nuestra.

Caminó con pasos dudosos hasta la entrada, miró a la derecha y después a la izquierda cómo un gato huraño inspeccionando el terreno por primera vez.

–El padre Gerardo debe estar viendo la televisión muy alta otra vez.
–Dijo nervioso, parecía que solo lo dijo en voz alta para tratar de convencerse a sí mismo.
–Sigan con el trabajo.
–Peccatum, peccatum, peccatum.

Nos miró con ojos de ciervo asustado, podía sentirse claramente su súplica de que si esto era una especie de broma, paráramos de una vez.

–In iudicio finali, Tadeo ardebit flammis gehennae.

No sé si fue su orgullo o la creencia a la que el fraile Tadeo se aferraba por salud mental, de que todo era una broma, pero lo que importa es que salió de la capilla de forma heroica.

Mario y yo nos quedamos en un total silencio, expectantes ante la menor señal de ruido que pudiésemos escuchar.

–Creo que ya se tardó.
–Me dijo Mario luego de unos diez minutos en total silencio, sonaba algo preocupado.
–Creo que deberíamos ir a buscar…
El fuerte grito del fraile Tadeo nos hizo voltear de inmediato, nos levantamos de nuestros lugares y corrimos fuera de la capilla, queríamos ayudarlo, pero solo nos topamos con un desolado pasillo oscuro, la tormenta eléctrica lo iluminaba tenuemente con cada relámpago, nos miramos uno al otro, solo había dos opciones, salir corriendo y gritando por ayuda (aún si no estábamos del todo seguros de que el fraile Tadeo estuviese en peligro), o bien podríamos investigar por nuestra cuenta.

Honestamente, yo hubiese tomado la decisión de pedir ayuda, aveces los héroes sin capa deben saber cuándo la tarea es demasiado grande para ellos, sin embargo, Mario no era un héroe sin capa, solo era un chico valiente con ganas de ayudar.

–Si no está realmente en peligro nos castigarán más tiempo.
–Argumentaba tratando de

convencerme.
–Y si, si está en peligro cada segundo es crucial.
Negué con la cabeza.
–Si quieres ve por ayuda.

Me dijo desanimado, mientras se adentraba a la oscuridad del pasillo, siempre tuve un miedo irracional por las tormentas eléctricas, y si para estar acompañado tendría que seguir a “Juan sin miedo”.

Por mi eso estaba bien, después de todo ¿No era eso lo que me había enamorado de el?
Caminamos por el pasillo, tomados de la mano.
–Sancta Maria mater Dei, ora pro nobis peccatoribus.

Ambos saltamos por el miedo, al escuchar aquella voz de nuevo, seguido de gemidos lastimeros y tortuosos que perforaban nuestra alma, un relámpago iluminó el final del pasillo por unos segundos, el horror invadió mi ser, mis ojos no podían creer lo que había visto.

La estatua de Jesucristo del área común estaba ahí, de pie, a pesar de ser cerámica las heridas de los clavos en pies y palmas estaban supurando sangre negruzca, al igual que de la corona de espinas de su cabeza, sus ojos azules, parecían estar dilatados, un segundo relámpago volvió a envolver el lugar, confirmando lo que mi vista se negó a creer la primera vez; cargaba una gran cruz sobre su espalda, en la que el fraile Tadeo estaba clavado, más bien crucificado, tenía todos los elementos para ello, la corona de espinas, los clavos en pies y manos que lo

fijaban en la cruz, incluso lo había desnudado cubriendo solo la pelvis por un pedazo de manta, bueno a decir verdad, si tenía algo diferente, tenía los labios cocidos con hilo blanco para impedirle gritar.

–¡Padre Gerardo! ¡Padre Gerardo!

Gritamos mientras corríamos despavoridos al lado contrario, no importaba que tan valiente podía ser Mario, cualquier persona con dos gramos de sentido de supervivencia correría al ver una escena cómo esa, a pesar de nuestros gritos suplicando ya no solo por el padre Gerardo, si no a cualquiera que pudiese ayudarnos, el pasillo se sentía interminable y los pasos de esa estatua arrastrando la cruz parecían poder seguir nuestro ritmo.

–Et filius eius beatus descendit de celo et condemnavit peccatorem.

Escuchamos de nuevo, pero está vez era diferente, era la voz de una mujer, no sonaba tan infernal como la primera, pero eso no la volvía mejor.

Nos detuvimos unos segundos, la situación era tan irreal que nuestro sentido de orientación estaba fallando, a pesar de haber recorrido mil veces ese edificio, en ese momento no podíamos distinguir exactamente dónde estábamos, todo empeoró cuando la tormenta eléctrica cortó todo pequeño rastro de luz que podíamos seguir, mi corazón latía tan rápido que creí que se saldría de mi pecho.

–De profundis clamavi nomen tuum.

Se escuchó una tercera voz, quizás más terrorífica que la primera, no tuve tiempo de compararlas, pues en este momento algo me derribó, haciendo que soltará la mano de Mario, para mí desgracia un rayo iluminó el lugar, una estatua de San Judas Tadeo estaba sobre mi, su boca estaba llena de diminutos y numerosos dientes, su aliento olía a azufre, arañaba mi cara, brazos y todo sitio de mi cuerpo que sus garras pudiesen alcanzar, comencé a forcejear y rodar por el piso con la esperanza de quitármelo de encima, no entendía cómo una figura de sesenta centímetros, podía ser tan fuerte, me sujetó por el cabello y comenzó a azotar mi cabeza contra la esquina de la pared, mi frente se abrió al quinto golpe y pude sentir cómo dos de mis dientes se aflojaron, aún no se exactamente cómo lo hice, pero logré agarrar una maseta con la que golpee a esa cosa hasta que quedó totalmente hecha pedazos.

Me levanté, la frente me punzaba y sentía cómo un líquido tibio, bajaba de la herida, pero eso no me importaba, no podía ver a Mario por ningún lado, eso era lo importante para mi, salí de la habitación, estaba desesperado, aunque mi vista se había acostumbrado a la oscuridad, aún no era tan buena cómo para avanzar por el edificio.

–¿Qué estás haciendo aquí?

Sentí la mano de alguien sobre mi, voltee instintivamente, era el padre Gerardo, no pareció preocupado por mis heridas, por mi ropa rota, ni siquiera por el hecho de que no había rastro de Mario o del fraile Tadeo, me arrastró, no quiso escuchar mi historia, a la mañana siguiente, abrieron mi cuarto una hora después del desayuno y me llevaron a la dirección, mi madre estaba junto con mi maleta llena de mis pertenencias, no se veía muy feliz.

No pude explicar nada, hasta donde ella sabía me metí en una pelea muy fuerte, casi matando a uno de los chicos, era un peligro para la institución, lo sentían enserio, pero no podría quedarme más tiempo ahí.

Mi madre me mandó a vivir con mi padre, ella ni siquiera podía mirarme a la cara por lo que creía que había hecho.

San Bernardino siguió operando muchos años más, hasta que un día después de múltiples denuncias por desapariciones, se vio forzado a cerrar sus puertas, mi padre me creyó cuando le dije que Mario no se había escapado cómo habían dicho, pero por desgracia, poco se podía hacer.

El día de ayer acudí a la inauguración de una iglesia en la misma locación, al apenas entrar sentí un fuerte escalofrío al ver las imágenes, eran las mismas de esa noche, con excepción de dos de ellas, un Jesucristo con facciones realistas de sufrimiento puro, en los labios, podían verse cicatrices alrededor que había dejado la aguja y la más horrible y desgarradora para mí, un ángel gritando, con los pies clavados en la plataforma de piedra, Mario, mi pequeño Mario, sus ojos llorosos y con una perpetua lágrima corriendo por su mejilla, daría todo por tomar tu lugar, por liberarte, pero se que eso no es posible, mi amado, ahora es tan limpio de pecado y perfecto como cualquier estatua de San Bernardino.

Autor: Liza Hernández.

Derechos Reservados.

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