Peripecia Con Un Nahual Historia De Terror 2023

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Peripecia Con Un Nahual Historia De Terror 2023

Peripecia Con Un Nahual Historia De Terror… Las personas mayores suelen decir que la mejor etapa de la vida es la juventud. He escuchado a infinidad de personas hablando con anhelo y nostalgia aquellos veranos con los amigos o la familia, aquellos romances fugaces pero significativos y las parrandeadas que les tocó vivir.

Por supuesto que cuando era más joven no lo veía de la misma manera. Solía creer que la juventud duraría toda la vida y que cuando envejeciera no me parecería en nada a aquellos viejos que solían aconsejarme como si se los hubiese pedido.

Pero, hoy me tienen aquí hablando de lo que viví hace décadas y anhelando que muchas vivencias se volviesen a repetir ahora que el cuerpo se ha cansado y desgastado por una vida entera dedicada al trabajo y al disfrute, pero, principalmente al trabajo…vaya manera de vivir.

Nací a finales de los años treinta. Una época complicada si lo ponemos en perspectiva. Cuando yo comenzaba a comer y caminar en Europa se desató un nuevo conflicto armado en el que México si figuró.

El mundo aún no se reestablecía tras el crack de los treinta que ocurrió en Estados Unidos y que pasó a afectar a todo el mundo que comenzaba a interconectarse.

En México cuando yo nací se vivía una época de optimismo tras la llegada del general Lázaro Cárdenas al poder; el Tata que nos había regresado la posesión de tierras que décadas atrás se había comenzado a demandar y promesa que aún había cumplido ningún gobierno.

Por supuesto que no les puedo hablar mucho sobre esa época porque yo era un crio. Mis padres fueron quienes vivieron todos esos momentos históricos, aunque no tomaron consciencia de ellos hasta tiempo después. Porque así es como suele ser la historia, en el momento que se vive poco se tiene en cuenta lo que representará para el futuro.

En retrospectiva nací en una época caótica si partimos de los sucesos que acontecían fuera de México. La mayoría de los mexicanos estábamos más preocupados por lo que ocurría en nuestros pueblos, poco nos interesaba lo que pasaba en otros países.

Y al menos durante aquellos años todo parecía indicarnos que el futuro sería mejor. El optimismo invadía a jóvenes y adultos, por supuesto que algunas cosas han cambiado para mejor, otras han empeorado y el caso más triste es que algunas siguen inmóviles.

En fin, que fueron tiempos cambiantes. El pueblo donde nací se encuentra en el Estado de Puebla, cerca de la zona montañosa donde las tierras son fértiles, las cosechas solían ser abundantes y suficientes para mantener a familias extensas; como la mía donde mi papá se las arregló para criar y mantener a nueve hijos.

En esa época era normal que se tuviesen muchos hijos se creía y aún prevalece el pensamiento de que el número de descendencia depende de la voluntad divina. Dios es el responsable de bendecir a las parejas que se unen bajo sus mandatos con los vástagos que este considere pertinente.

No se puede desafiar la voluntad del creador así que supongo que a mi madre y padre no les quedó otra opción quién sabe si hubieran optado por tener menos descendencia.

Mi papá era un granjero como la mayoría de los hombres. Sabía trabajar las tierras, sembrar, cultivar y también hacer distintas tareas que involucrara dejarse el cuerpo. Heredó algunas propiedades de su padre quién se había beneficiado del reparto de tierras que impulso la reforma agraria del Tata Cárdenas por lo que toda su vida se dedico en cuerpo y alma a la construcción de un patrimonio que dejarles a sus ocho hijos.

Como sabrán la herencia generalmente se destinaba a los hombres ya que se solía pensar que las mujeres al contraer nupcias con algún varón este debía proveerle todo lo necesario así que por parte de mi papá mis dos hermanas habían quedado fuera de beneficiarse de cualquier tierra o propiedad que dejará mi padre cuando este muriera.

Pero, cuando mi padre nos dejó yo tendría alrededor de seis años. Ya habían nacido mis hermanas menores y no tengo muchas memorias de él. Lo poco que sé es por historias y platicas que mi madre y tíos solían tener cuando se reunían en la casa fuera de eso por mi corta edad poco conozco.

De modo que mi madre al ser la conyugue de mi papá fue quién tomó posesión de las tierras, así lo dictaba la ley y habría que respetarla. Pero a diferencia de mi padre mi mamá fue más justa con todos nosotros ya que pretendía otorgarnos por igual un espacio donde vivir.

Cuando tenía unos once años más o menos dejó de interesarme la escuela. Según yo ya había aprendido lo necesario para valerme por mi mismo el resto de mi vida.

Aprendí a leer, escribir y hacer operaciones básicas. Eso era lo necesario para afianzarse a un empleo bien remunerado en aquellos años hoy en día lo mínimo es haber terminado la preparatoria y en otros casos hasta la universidad. El punto es que con esa escaza edad yo ya me sentía todo un hombre hecho y derecho.

La poca autoridad que mi madre tenía sobre nosotros me llevó a que fuera un cabronazo. Me metía continuamente en problemas con los demás niños de la escuela ya que siempre he sido alguien de carácter volátil y explosivo. Nunca me dejé mangonear por nadie.

No lo hice ni cuando era un niño y mucho menos ahora, aunque con el tiempo aprendí a elegir mis batallas…principalmente porque hay algunas “cosas” con las que simplemente no podemos medirnos y nos queda respetarlos y mantenernos alejados.

En el pueblo en el que viví como en muchos otros se solían contar historias de desapariciones misteriosas principalmente se solían perder cabezas de ganado, ya fuesen reses, vacas, borregos, cerdos, chivos e incluso hasta gallinas.

Que se perdieran animales era algo extraño ya que los granjeros generalmente tenían bien identificados a los animales de su rebaño y eran muy atentos con los animales de modo que solían darse cuenta cuando alguno se contagiaba de alguna enfermedad para aislarlo del resto y cuidar de su salud.

Como ustedes sabrán el trabajo de ganadería implica mucha inversión tanto de mano de obra como tiempo y dinero. Así que cuando algún animal no aparecía en las inmediaciones de sus propiedades solían pedir ayuda a sus vecinos para peinar la zona.

Lo más común era que algún coyote o perro salvaje los asustase mientras pastaban y entonces los animales asustados y estresados terminaban separándose de su rebaño y muchos animales de granja son pésimos para volver a sus corrales de modo que los granjeros iban a brindar apoyo para saber que había ocurrido con el animal.

Algunas veces los coyotes dejaban heridos a los animales y no quedaban muchas opciones más que terminar el trabajo iniciado y repartir la carne de la víctima entre las personas que habían acudido. Aunque no era garantía ya que a veces los coyotes se les adelantaban y solo encontraban los restos de su ganado.

Independientemente de ello para muchos les resultaba beneficioso apoyar con las búsquedas ya que si tenían suerte podían llevarse unos cuantos kilos de carne a casa, un lujo del cual no podían gozar frecuentemente porque si bien la mayoría del ganado era para autoconsumo este se reservaba principalmente para ocasiones especiales como el bautizo, la boda, los tres años o los quince años de las jovencitas.

Hasta cierto punto era algo normal que durante el año se perdieran algunos animales ya que sus depredadores tenían que alimentarse también y que mejor que animales domesticados que han perdido parte de sus instintos de supervivencia. También es curioso como han cambiado los tiempos.

Hoy en día es difícil hacerse con algún rifle, escopeta o pistola, pero en aquellos tiempos la verdad es que no era tan complicado. Casi todos los granjeros contaban con algún arma en sus casas para ahuyentar animales salvajes o ladronzuelos los cuales generalmente eran personas de los pueblos cercanos. Aunque tampoco nunca faltaba el joven bromista o el peón disgustado con su patrón por la poca o nula paga por su mano de obra para labrar o cosechar las tierras.

Como mi padre para ese entonces ya había muerto mi madre resguardaba un revolver que había pasado de generación en generación y le habría correspondido quedárselo a mi hermano mayor, pero, este tan pronto cumplió los quince años decidió irse a trabajar a Estados Unidos y al poco tiempo de que logró cruzar la frontera con éxito, buscarse un trabajo allá e instalarse le siguieron algunos primos míos y algunos de mis otros hermanos.

Los de en medio también dejaron el pueblo y se fueron repartiendo entre la Ciudad de México, Puebla, Orizaba, Córdoba y Serdán que eran las ciudades más cercanas a la región.

Como la mayoría de los varones huyeron tan pronto pudieron ese viejo revolver me pertenecía ya que en casa solo quedaba mi madre, una hermana que era un par de años mayor que yo y la más pequeña que en ese entonces apenas era una niña.

Mi mamá no estaba muy contenta con la idea de que yo me quedase con un arma así que hizo lo posible por mantenerlo lejos de mi vista y mi alcance, aunque tarde o temprano sería mío. Como había dejado la escuela comencé a emplearme en algunas obras de construcción que comenzaban a realizarse en el municipio. Ahí aprendí lo básico de la albañilería y la construcción.

Como ya me encontraba trabajando y siguiendo el ejemplo de mis hermanos mayores le solía dar una buena parte de mi salario a mi madre ya que aún seguía viviendo en su casa y aparte una regla de oro de la familia era que a que la madre nunca se le deja de lado, aunque nosotros ya tuviésemos pareja.

Obviamente mi primer trabajo no me dejaba mucho dinero, pero, si lo suficiente para un crío que estaba entrando a la adolescencia. Me alcanzaba para impresionar a mis amigos y a las mujeres ni se diga.

Gracias al dinero y mi trabajo conseguí una mayor libertad, prácticamente era un adulto ante los ojos de mis hermanas y junto con mi madre solían atenderme muy bien. Limpiaban mi recamara, la ordenaban, lavaban mi ropa, cocinaban y me atendían cuando regresaba de la obra.

Hasta cierto punto paulatinamente me fui convirtiendo en el jefe de familia. Por supuesto que mi madre era quién tenía la ultima palabra, pero, la mía también tenía peso respecto a los asuntos que se tratasen.

Como en ese entonces no tenía una esposa ni un hijo que mantener mi vida era bastante cómoda. De lunes a viernes trabajaba en ferrocarril y los sábados y domingos eran días que mi madre y hermanas descansaban de mí ya que los viernes en la tarde regresaba a casa, comía, me metía a bañar y me iba con mis amigos a las fiestas que hubiera.

A veces en el mismo pueblo había cumpleaños o bodas donde servían comida y alcohol hasta que uno se hartase y en otras ocasiones tocaba transportarnos hasta los pueblos cercanos donde a veces hacían bailes, ferias o fiestas.

Los domingos volvía de madrugada a casa. Trataba de hacer el menor ruido posible para no despertar ni molestar a nadie. Le dejaba el resto de dinero que me sobraba a mi mamá sobre la mesa y me iba a dormir para que el lunes a primera hora retomara mi rutina de trabajo.

Nunca falté por las resacas ni mucho menos por alguna gripe o enfermedad similar. Aparte de que era parrandero también era responsable con el trabajo ya que mi papá solía decir que para conocer el carácter de un hombre, su trabajo tenía que hablar por si solo y yo no era cualquier trabajador de medio pelo.

El trabajo en el ferrocarril duró un par de años. Me hice amigo del ingeniero que estaba a cargo y de otros trabajadores así que a veces los acompañaba adonde comían y ahí me enteraba de algunos otros asuntos.

En aquella cocina económica del que era propietaria una anciana que rondaría como los setenta años también asistían algunos ganaderos ya que también era una cantina por las tardes y noches y después del trabajo al ingeniero y sus compañeros les gustaba ir a tomarse unas cervezas.

De modo que solía escuchar las platicas de los granjeros, de sus aventuras con algunas mujeres del pueblo y también me enteraba de sus preocupaciones. Ir a ese lugar era interesante porque conocía a muchas personas en otro ámbito completamente distinto ya que para muchos aún era un niño jugando a ser adulto.

Cuando la obra concluyó volví a hacerme cargo de las tierras y los animales que aún tenía mi mamá. La verdad no me gustaba mucho estar ahí. Todo el tiempo olía a estiércol de vaca, andaba sucio y lo más importante: no me pagaban.

El trabajo que realizaba para mi madre no era remunerado, un plato de frijoles, una taza de café y un pan era mi paga por mi arduo trabajo. Sin embargo, solía aprovechar las veces que se perdía algún animal para romper la cotidianidad y tener un pretexto para que mi madre me permitiera tomar el revolver.

No sé si alguna vez han tomado uno ustedes mismos, pero, es una sensación que empodera y envalentona incluso al más cobarde. Tienes en tus manos una herramienta capaz de acabar con cualquier problema. Me tocó ir a buscar borregos y cerdos un par de veces y corrimos con la fortuna de que los coyotes apenas si los habían herido así que me asegure unos cuantos kilos de carne para la familia.

La vida de granjero era gratificante cuando tocaba levantar la cosecha y palpar con tus propias manos el fruto de tu sudor y esfuerzo día tras día en el sol o la lluvia, pero, aun así, no era algo que me terminara de llenar. Extrañaba tener dinero, echaba de menos irme de parranda con mis amigos y volver hasta dos días después a mi casa.

La libertad que me daba trabajar en otra cosa y ganar dinero era algo que la granja lamentablemente no cubría. Así que tan pronto me entere que la obra del ferrocarril continuaría en los pueblos cercanos busque al ingeniero y alguno de sus conocidos para que me volvieran a dar trabajo.

Por suerte no se habían olvidado de mí y me llamaron para integrarme a la escuadrilla de hombres que estaban formando para los tramos que les habían asignado. Obviamente acepté ya que no veía la hora en dejar atrás el olor a estiércol que tanto me molestaba y que las señoritas percibían por más perfumado que estuviera.

Mi mamá tuvo que pedir ayuda a mis tíos para poder hacerse cargo del trabajo que realizaba yo, pero, me comprometí a darle algo de dinero a quién les ayudará de ese modo se le paso el disgusto a mi madre.

Poco puedo comentar sobre mi paso por el ferrocarril. Solo que mis días de andadas volvieron. Ya para ese entonces tenía casi los dieciocho años y mi interés por las señoritas solo aumentó. Comencé a salir y cortejar a todas las que se dejaran, por supuesto siempre cuidando que no se fueran a enterar para evitarme problemas. Los domingos se volvieron días en los que trataba de estar con ellas.

Obviamente todo en secreto porque si alguien se enteraba lo más seguro es que el papá de alguna me obligaría a casarme y en mi plan figuraba de todo menos eso.

Mientras yo vivía desenfrenadamente muchos ganaderos comenzaron a preocuparse porque muchos ejemplares de su ganado estaban despareciendo. Principalmente cerdos y vacas. Al inicio pensaron que había alguna manada de coyotes habían llegado a la región. Pero, los coyotes solo atacaban a las ovejas y algunos otros animales más pequeños.

Difícilmente atacaban a reses que eran considerablemente más grandes. Lo curioso de todo este asunto era que se perdían directamente de los establos y corrales en la noche por lo que no notaban la falta del animal sino hasta que se levantaban y les llevaban el alimento o les ordeñaban.

Los casos de desapariciones fueron aumentando entre los distintos ganaderos. No podían explicarse como algún coyote o grupo de coyotes eran capaces de sacar a su ganado de sus corrales sin que el resto de los animales hicieran ruido o se asustarán.

Algunos sugirieron que habían sido ladrones los que estaban causando tal alboroto y empezaron a señalar al grupo de hombres que acompañaban al ingeniero ya que ellos tenían camionetas para transportar material y personal lo suficientemente grandes para cargar y transportar reses enteras.

Obviamente estas personas no tenían nada que ver ya que por muy habilidosos que fueran dejarían huellas de las ruedas en el lodo. Sin embargo, si no eran ellos alguien o algo más debía estar causando la desaparición de tantos animales en el pueblo.

Algunos ganaderos acordaron quedarse en vigilia durante algunos días para intentar atrapar al o los ladrones con las manos en la masa. Incluso me invitaron a mí a hacer guardia en mi casa algunas noches. Les dije que sí, pero, la verdad era que no solía estar en casa hasta ya en la madrugada porque en aquella época estaban celebrando la feria del santo del pueblo vecino y todas las noches había baile y bebidas.

En una de aquellas noches conocí a un hombre interesante. Se encontraba intentando reventar los globos del tablero que había puesto una persona como atracción en la feria.

Yo estaba a un lado disparándole a los patos de lata con el rifle para intentar ganarme un peluche para la señorita que había convencido de llevar a dar la vuelta aquella noche. Más tarde cuando tuve que ir a dejar a la dama a su casa y volví a la feria con mis amigos aquel hombre se encontraba sentado en la cantina.

Estaba tomando una cerveza y fumando. Mis amigos habían comenzado a fumar y yo también, pero, me había dejado el encendedor y mi paquete de tabaco en el abrigo que le había prestado a la muchacha con la que había estado más temprano aquella noche.

Me acerqué y le pedí fuego, sacó su encendedor grabado era muy bonito y parecía de oro. Le dije que me había encantado su encendedor que, si no me lo vendía, sonrío y lo metió en su chaqueta me respondió que era una herencia de la familia, pero, que con gusto me invitaba un trago.

Me tomé el trago con él y lo invité a reunirse con los muchachos. Pasamos el resto de noches juntos. Nos enteramos de que era del pueblo, pero, tampoco hicimos muchas preguntas sobre su vida o su familia. No era algo relevante, pero, también supimos que era carnicero y que tenía un negocio en el centro del municipio así que nos invitaba algunos tragos en aquellas noches.

Aquellos días que estuvimos con él hasta el amanecer curiosamente coincidió con los días en que los granjeros de mi pueblo habían montado guardia y ninguno de sus animales se había extraviado. Pensaron que lo habían ahuyentado o que el ladrón estaba entre ellos y se había enterado de su plan. Muchos desistieron de seguir vigilando ya que el trabajo resultaba agotador y al parecer ya no era necesario ya que no habían tenido ningún problema en más de siete días.

Yo continué saliendo de noche. La feria del pueblo estaba por comenzar ya que suelen celebrarse seguida una de otra. Todo marchó como de costumbre, amigos, bailes y mujeres. Hasta que cierto día cuando volvía a mi casa alrededor de las tres de la mañana escuché como arrastraba una cadena de hierro sobre la terracería de la vereda.

Cuando de pronto sentí un fuerte escalofrío que subió desde mis piernas, pasando por mi espalda hasta la punta de los cabellos. Me quedé inmóvil unos instantes cuando sentí como un perro lanudo de color blanco se deslizó rosando mi pierna mientras arrastraba una gran cadena.

El animal me llegaba a la cintura. Era de un tamaño y una raza que nunca había visto en el pueblo. No me hizo nada, solo pasó y cuando pude moverme corrí y en un algún punto regresé la mirada y el animal hizo lo mismo; ahí fue cuando pude ver sus ojos rojos que resplandecían como carbón al rojo vivo. Me fui a casa sin más un poco desconcertado por la cosa con la que me había cruzado.

Peripecia Con Un Nahual Historia De Terror

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La noche siguiente me encontré con el carnicero. Al parecer también le gustaban las ferias. Traía consigo un cotón muy blanco y fino, un bastón y unos huaraches. Hicimos bromas al respecto y él las siguió.

Nos la pasamos bien, pero, nunca soltó sus pertenencias. Mis amigos se fueron temprano aquel día y yo me quedé a tomarme unos tragos con él. Entre platica y platica se fueron consumiendo las botellas. No llevaba conmigo mucho dinero, pero, me respondió que no me preocupará que él invitaba.

Después de haber bebido bastante le pregunté que, si realmente la carnicería le dejaba tanto dinero, me dijo que no solo se dedicaba a eso, sino que también a la compraventa de ganado y que sí era un gran negocio.

Salimos del bar en mal estado, apenas si podíamos caminar, pero, aún así llevaba cargando el cotón, los huaraches y el sombrero. Le volví a preguntar por ellos y me dijo que los ocupaba para trabajar ya que tenía que hacerlo antes de que amaneciera.

Me pareció extraña su respuesta, pero, iba alcoholizado por lo que le propuse acompañarlo y así aprendía más de su trabajo ya que quería ganar mucho dinero como él. Se quedó en silencio unos minutos y después de un par de cuadras, justo en el centro de un cruce de caminos me dijo que aquella noche no podía acompañarlo, pero, que la siguiente me esperaría en ese mismo lugar.

Con el bastón marcó una cruz y me señaló que justo ahí le esperará a las tres de la mañana, me dijo que llevará conmigo un zarape, un garrote y unos lazo sino llevaba eso no me enseñaría su trabajo.

Al otro día reuní lo que me indicó. Les dije a mis amigos que esa noche no los acompañaría ya que tenía otras cosas que hacer y a la hora pactada llegué al lugar. Me sentía un poco ridículo por lo que llevaba conmigo y de las hierbas salió aquel hombre.

Traía un cotón de color gris, el mismo bastón y los huaraches de piel. Me dijo que pasará lo que pasará aquella noche no me fuera asustar. Se metió de donde salió y de ese mismo lugar se acercó a mí un burro del mismo color que el cotón que llevaba, se paro y puso en posición para que lo montara lo hice y el animal comenzó a galopar como si fuera un caballo de sangre pura.

Cuando me di cuenta ya habíamos cruzado dos pueblos. Llegamos a una granja y el animal se volvió a meter a unos matorrales de donde salió el hombre. Fue en ese momento en que mis sospechas se hicieron realidad. ¡Se trataba de un nahual! En cuerpo y carne.

Me dijo que esperara ahí que le diera la cuerda que me había pedido y que volvería en breve y que no me fuera asustar ni hacer ningún ruido en lo que él trabajaba. Se volvió a los matorrales y está vez salió un lobo igual de grande al que me había encontrado la vez pasada, pero, este era de color negro.

Corrió en dirección al establo, yo me oculte entre la hierba. Escuche como los caballos y borregos hicieron ruido y seguido algunas luces y antorchas se vislumbraron. Al parecer eran los ganaderos y granjeros que lo estaban esperando. Todos iban armados y rodearon el establo.

De repente el lobo salió corriendo del corral, traía consigo un cerdo enorme que no hacía ningún ruido. La turba le disparó, pero, el lobo no dejó de correr.

Vino hasta donde estaba, me monté y no sé como diablos podía correr con esas balas que le habían dado en las patas y estomago y mucho menos como era que el cerdo continuaba vivo y no se caía del lomo del animal. Recorrimos la misma distancia hasta mi pueblo.

Se dirigió al cruce de caminos donde me había citado. Me bajé y esperé. Mientras tanto el lobo se metió con el cerdo a los matorrales de donde volvió a salir aquel hombre, venía cojeando y sujetándose el abdomen. Me devolvió la soga que le había entregado y me dijo que mi pago me lo daría la mañana siguiente en la carnicería de su pueblo.

Esa noche no pude dormir. No estaba seguro si todo eso había sido una alucinación o un sueño. Pero, aún así fui a su negocio. Me recibió y me entregó medio cerdo. Mencionó que era lo que me correspondía por la noche anterior y que si quería seguir trabajando con él me enseñaría todo lo que sabe, pero, no tenía que decir absolutamente nada a nadie y debía deshacerme de cualquier símbolo u objeto que tuviera que ver con la iglesia.

Esas fueron sus únicas peticiones…Por supuesto que no acepté su oferta. Le prometí no comentar su secreto y a cambió no me volvería a ver nunca en su pueblo ni cerca de los que él trabajaba.

Ese mismo día le dije a mi madre y hermanas que podían quedarse con las tierras. Tome un poco de ropa, de dinero; les deje la carne de cerdo en la cocina y me despedí. Viaje a otro Estado de la República y volví a empezar de cero. No he vuelto a saber nada ni de mis amigos ni del hombre. Solo que mi madre murió hace muchos años y que la propiedad en donde crecí la adquirió un ingeniero. Supongo que el carnicero sigue haciendo negocios con los ganaderos de la región.

Autor: Lyz Rayón

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