Obedece Historia De Terror 2022
Obedece, historia de terror… Llegaron las vacaciones de verano y mi papá en su deseo de enseñarme desde pequeño lo difícil que era mantener a una familia, me mandó al pueblo de mi tío Hermenegildo. A mí no me gustaba ese lugar porque las calles no estaban pavimentadas, entonces, cuando caminabas el polvo te ensuciaba la ropa, la cara, incluso, la boca, pero como yo solo tenía once años no tenía de otra mas que obedecer a mi papá.
El día que llegué al pueblo noté que mis tíos estaban preocupados, sin embargo, a mí me trataron muy bien. Ellos no tenían hijos, así que a todos sus sobrinos los trataban con cariño como si fueran hijos propios.
Al día siguiente de mi llegada, mi tío me pidió que lo acompañara a darle de comer a las gallinas. Cuando llegamos al gallinero, encontramos que más de la mitad de animales estaban muertos. Parecía que habían sido atacados por un animal grande como un lobo o algo así. Mi tío se agachó para tomar entre sus manos a una gallina que aún se movía a pesar de lo lastimado de su cuerpo.
Yo escuché que mi tío dijo “ese maldito nahual”, pero yo no entendí a qué se refería. Me pidió que fuera llamar a mi tía para que lo ayudara a limpiar el lugar y me dijo que me encerrara en la casa y que por nada se me ocurriera salir de ella. Me extrañaron sus palabras, pero no quise preguntarle por qué me decía eso, ya que lo vi muy exaltado. Me fui de regreso con mi tía y durante el camino, vi a lo lejos, entre algunos pastizales, un puerco que se veía diferente a cualquier otro puerco que yo había visto.
Este lucía muy gordo y demasiado rosado. Lo que me sorprendió fue que yo sentí cómo se me quedó mirando mientras yo caminaba.
Para cerciorarme si me estaba viendo o solo era mi imaginación, giré mi cabeza y sí, ahí estaba el puerco con su mirada fija en mí. No supe cómo interpretar eso; simplemente, me pareció un comportamiento fuera de lo normal tratándose de un animal. Olvidé el asunto y me fui rápido con mi tía.
Cuando le conté lo sucedido, colocó sus manos sobre su boca y con una expresión de horror dijo “no puede ser”. Le pregunté qué estaba pasando y ella me dijo que me lo contaría al regresar del gallinero. Acepté y la despedí en el momento en que se fue.
Yo, por mi parte, me quedé en la casa tal y como me lo había ordenado mi tío. Me recosté sobre la cama y encendí la televisión; no encontré algún programa que me interesara. Empecé a aburrirme y sentirme molesto por estar encerrado en un pueblo en el que ni siquiera tenía amigos.
Como el gallinero no estaba muy lejos de la casa, calculé que, si salía a jugar con mi pelota, podría ver a lo lejos cuando mis tíos vinieran de regreso y eso me daría tiempo de entrar a la casa sin que ellos se dieran cuenta.
Tomé mi pelota y salí a botarla contra la pared. Sé que esto puede resultar aburrido para un adulto, pero los niños tenemos mucha imaginación, así que para mí esa actividad me estaba entreteniendo. En una de esas veces que aventé la pelota, botó tanto que se me zafó de las manos y cayó colina abajo.
Como, en realidad, no había más juguetes con los cuales jugar en esa casa, me eché a correr detrás de ella para no perderla.
La colina estaba tan pronunciada que resbalé y caí rodando el resto de la colina. Cuando me levanté, noté que una de mis rodillas estaba sangrando y que mi pantalón estaba roto. Cojeando subí la colina, pero con mucha dificultad. Después de dar unos cuantos pasos, me acordé de mi pelota y volví a bajar por ella, pero no se veía por ningún lado por más que busqué.
Decepcionado por la pérdida, me di la vuelta y en eso, un hombre parado frente a mí extendió su brazo para entregarme mi pelota. Le agradecí y la tomé, pero el señor no dijo nada. Solo me miró fijamente con una expresión muy seria. Me sentí incómodo y empecé a caminar para irme. Fue en ese momento en que el señor me preguntó si necesitaba ayuda.
Le respondí que no porque yo podía solo. Seguí caminando, pero sentía cómo el hombre me seguía mirando. Volteé y él aún estaba ahí parado. Me dio desconfianza el hombre y pensé que quería hacerme daño, así que lo más rápido que mi lastimada pierna me permitía, seguí mi camino.
Unos pasos más adelante, sentí unos brazos que me sujetaron con bastante fuerza. Yo intenté defenderme pataleando y gritando, pero esos brazos eran muy fuertes. En el forcejeo, vi que el hombre que me entregó la pelota era quien me estaba llevando contra mi voluntad. Colocó un pañuelo con su mano sobre mi nariz. No sé de qué sustancia se trataba, pero yo quedé dormido.
Desperté en un lugar desconocido. A lo lejos una ligera luz se alcanzaba a ver. Yo estaba amarrado a una silla y, en verdad, no me podía mover. Para ese momento yo ya estaba muy asustado y me arrepentía de haber desobedecido a mi tío. Intenté zafarme con todas mis fuerzas, aunque nada daba resultado. Lo único que conseguí fue agotar las pocas fuerzas que tenía.
Después de un rato, el hombre entró en la habitación y lanzó la luz de una linterna hacia mis ojos. Eso me deslumbró, así que agaché la cabeza y cerré los ojos.
Mientras mantenía mis ojos cerrados, escuché que el hombre empezó a hacer unos ruidos extraños mientras se aproximaba a mí; no quise levantar mi mirada porque tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Entonces, tomó mi cara con su mano, la cual ya no era humana.
Era una mano muy grande de piel escamosa, solo tenía cuatro dedos y cada uno tenía unas garras puntiagudas. Alcé los ojos y vi en su rostro rasgos parecidos a los de un lobo. Yo estaba tan asustado que ya ni siquiera pude gritar. No sabía qué era lo que estaba pasando, solo estaba seguro de que cuando él entró era una persona y que después se había transformado en una bestia.
Obedece Historia De Terror
En ese momento supuse que acabaría conmigo, entonces, recordé a mis padres y lágrimas salieron de mis ojos. Sentí que era el final, pero en eso, escuché un disparo.
Y a ese disparo siguieron varios más. Vi cómo la criatura empezó a sangrar y, afortunadamente, los disparos no se detuvieron y la criatura cayó al suelo dejándome ver que al otro lado estaba mi tío con una escopeta.
Corrió a desamarrarme, me tomó de la mano y me pidió que nos fuéramos de ahí. Antes de salir, mi tío cargó de nuevo su escopeta y lanzó el resto de balas que tenía.
Al regresar a la casa, mi tía me abrazó como si nunca me hubiera visto antes y curó la herida de mi rodilla mientras mi tío me contó sobre la existencia de los nahuales. Seres con poderes sobrenaturales y una maldad insaciable, los cuales podían cambiar de forma, pero siempre con el objetivo de hacer daño.
También me dijo que era muy probable que sus poderes los obtienen gracias a rituales satánicos, así que eran criaturas muy peligrosas.
El nahual al que había matado mi tío era el mismo que había matado a las gallinas y a todo el ganado que durante los últimos meses había estado muriendo en el pueblo.
No era la primera vez que ocurría algo semejante en el pueblo, pero sí se trataba de la vez que más tragedias había provocado y la que había durado más tiempo. Todos los habitantes de ese poblado conocían de antemano la presencia de nahuales en la zona, y las cosas espantosas de las que eran capaces, pero ninguno se había atrevido a enfrentarlos por temor y por protección de sí mismos. Mi tío fue el primero en desafiar a una criatura como esas que, créanme, es horrible e inspira mucho temor.
Y precisamente porque había sido el primero, recuerdo que después de eso en numerosas ocasiones mientras caminábamos por el pueblo, mi tío era felicitado por los pueblerinos, los cuales admiraban su valentía.
El resto de mis vacaciones la pasé con ellos, pero eso sí nunca me volví a despegar de su lado, ni a desobedecer sus instrucciones. Conocí la vida rural y terminé amando el contacto con la naturaleza y también dándome cuenta de que las personas de pueblo eran más amables que las de la ciudad y que siempre estaban dispuestas a ayudarse unos a otros.
Por desgracia, aquella experiencia me había marcado tanto y de una manera tan impactante que no pensaba volver a regresar a ese lugar a pesar de lo bello que eran sus numerosos paisajes y de lo mucho que me querían mis tíos.
Autor: Claudia
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