El Pacto 2022
El pacto… El tema de la familia puede ser muy controversial. Pues se nos enseña que debemos querer a cada uno de los que la conforman, sin importar qué.
Aunque en muchas ocasiones esto resulta complicado, si el que llamamos “hogar” está lleno de malas energías y de discusiones, como pasó con el mío.
Hace 15 años era normal que los vecinos escucharan los gritos que provenían de mi casa cada que llegaban mis tíos, pues peleaban con mis padres por la enorme herencia que había dejado la abuela.
Nadie se explicaba como una mujer que en el pasado no tenía ni para comer de repente haya tenido una enorme fortuna, aunque está parecía estar acompañada de desgracia, hasta después de su muerte.
¿Quién diría que la misma caminaría de la mano conmigo también?
Describiría mi vida como una película de terror.
Pues desde que era muy pequeño, la relación tóxica de mis padres, me hizo crecer con muchos traumas y fantasmas que me acompañan hasta ahora.
Mi mamá me cuenta que cuando tenía apenas 5 meses, me tenía en sus brazos, en la vieja mecedora de madera, mientras esperaba que llegara mi padre del trabajo, pero ya estaba muy cansada pues era casi media noche y los ojos se le cerraban involuntariamente, hasta que no aguantó más y se quedó dormida.
Despertó cuando escuchó la puerta. Era mi padre quien la saludó sin ganas, pero no respondió al notar que yo no estaba en sus brazos, soltó un grito y comenzó a buscar por todos lados.
Llamó a la abuela, quien la regañó diciéndole que mil veces le había dicho que pusiera tijeras bajo la almohada en forma de cruz, para que las brujas no se acercaran y que ahora debía rezar el padre nuestro al revés para que le regresaran a su bebé y así lo hizo.
Después de rezar mientras lloraba inconsolablemente, escuchó mi llanto afuera y le pidió a su esposo que fuera a ver.
Y ahí me encontraron en el techo, totalmente descubierto y con rasguños en el abdomen. Esto fue solo el comienzo.
Después de 6 años de aquel suceso que obviamente no recuerdo, vinieron muchas peleas en casa, pues mi mamá sospechaba que mi padre le era infiel y mi padre no lo negaba, decían que solo estaban juntos por mí.
La energía en mi casa era triste o al menos así lo sentía a esa edad.
Todo fue peor cuando empecé a tener esos horribles sueños cada noche.
Soñaba con los villanos de mis videojuegos, que venían por mí y a veces con ancianas vestidas de negro que hundían sus sucias uñas en mi piel, pero lo más extraño es que mi abuela era una de ellas.
Además cuando mi habitación se quedaba en absoluto silencio podía escuchar como alguien abría la puerta, mientras tapaba mi cara completamente con la cobija.
Se escuchaban pasos yendo hacia la cama. Primero muy lento y después como sí corrieran rápidamente hasta llegar al borde, en ese punto podía sentir la respiración de algo o alguien cerca de mi cara cubierta y de pronto susurros que nunca lograba entender.
Cuando me destapaba lentamente no había nadie.
Siempre que sucedía eso me quedaba en shock, sudando frío y después de unos minutos gritaba con todas mis fuerzas y sentía que el corazón se salía de mi pecho.
Mis padres llegaban y trataban de calmarme. Era un proceso largo, pero al final podía dormir entre ellos y sentirme seguro.
De repente las pesadillas y las visitas nocturnas pararon, los gritos en casa no, pero siempre es mejor algo a nada y así fue por muchos años.
Hasta que un día antes de mi cumpleaños número 17 mis padres habían salido a ver a los abuelos y regresarían hasta el día siguiente así que me quedé solo.
El día estuvo tranquilo, pero en cuanto llegó la noche todo se empezó a tornar raro.
Decidí ir a la tienda de conveniencia que estaba a unas cuadras de la casa a comprar algo para ver una película.
Salí y mientras caminaba noté que las luces se veían más tenues de lo normal y el ambiente se sentía extraño, muy pesado. Seguí caminando y cuando llegué estaban a punto de cerrar, así que compré lo que necesitaba y salí rápido.
Caminé sin prisa por la calle que extrañamente se veía más larga y oscura, no había nadie fuera y varias casas tenían las luces apagadas ya, pero de pronto escuché unos murmullos atrás de mí.
Volteé sigilosamente y pude ver a dos ancianas que iban tomadas del brazo. Al verlas sentí una punzada en el corazón, como presintiendo que algo no iba bien, aún faltaba un poco para llegar a casa, así que traté de no darle importancia, aunque no podía dejar de pensar en que hacían dos mujeres mayores a esas horas caminando como si fuera medio día.
Sentí como mi corazón latía con prisa cuando escuché como cada vez caminaban más rápido, podía notar como sus pisadas se hacían más fuertes y como se acercaban más y más, parecía que corrían, pero ¿cómo era posible que un par de viejitas fueran tan rápido cuando unos minutos antes caminaban lentamente aún lejos de mí?
El viento pesaba y todo se veía cada vez menos iluminado.
Aunque hacía frío las gotas de sudor rodaban en mi frente cuando escuché a las señoras apenas a un metro de mí murmurando mi nombre.
Volteé por inercia y el corazón casi salía de mi pecho cuando me di cuenta que estaba completamente solo.
Corrí la última cuadra que me faltaba para llegar, entré, me senté, tomé agua y traté de calmarme pues mis manos temblaban involuntariamente.
Quizá todo había sido un juego de mi imaginación, pero descarté esa idea más tarde.
Decidí calmarme, me lavé la cara y puse la película. Aunque trate de poner atención y distraerme no dejaba de pensar en el rostro de aquellas mujeres y en lo claro que las había escuchado decir mi nombre.
Más tarde fui a la cama, mamá me había llamado unos minutos antes, pero no le conté nada, pues no quería preocuparla.
Mientras intentaba dormir comencé a sentir de nuevo esa mala vibra y un miedo irracional. Mis músculos se contraían sin querer y escalofríos recorrían cada parte de mí.
Y de repente escuché a alguien tocar mi ventana. Abrí los ojos como platos y quise convencerme de que no había sido nada, pero bastaron unos segundos para que ese sonido se hiciera presente de nuevo.
Mi padre siempre decía que los verdaderos hombres nunca tenían miedo y que nunca lloraban, pero esa noche no pude cumplir ninguna de esas reglas cuando volví a escuchar murmullos y risas tras el vidrio y después de nuevo mi nombre.
Estaba en el segundo piso, así que era imposible que eso fuera normal.
No supe en qué momento entré lágrimas, miedo y oraciones me quedé dormido.
Desperté cuando llegaron mis padres y me llamaron a desayunar, aún recuerdo pensar que lo de la noche anterior había sido un sueño, aunque en el fondo sabía que no.
No le conté nada a nadie, pero las noches siguientes tuve pesadillas una más horrible que la otra. En varias recuerdo haber soñado a aquellas ancianas y en como succionaban mi sangre y se reían de mí.
Después de varios meses pude dormir más tranquilo y no sucedió nada raro.
El cumpleaños de mi padre de ese año fue un domingo y todos llegaron a festejar.
Mis tíos compraron pastel y adornaron con globos, también llevaron alcohol que al final no fue tan buena idea porque terminaron peleando como siempre.
También fue la abuela, con quien me refugié en ese momento. Era una mujer muy fuerte y a pesar de su edad muy bella, cuando me veía, constantemente estaba abrazándome y aunque su sonrisa me parecía burlona y algo extraña siempre era un gusto verla.
Cuando mis padres peleaban que era muy seguido, la llamaba y nunca dudaba en consolarme y darme un consejo.
Aquel día me regaló un collar con dije muy bonito, que desde entonces usaba siempre.
Le conté acerca de los sucesos de los meses anteriores y mientras todos peleaban en el patio me llevó a la cocina, sacó unas hierbas de su bolsa de mandado y comenzó a limpiarme con ellas mientras decía unas palabras en otro idioma al parecer.
Sentí miedo cuando por un momento su mirada se perdió en la nada, como si estuviera en otro mundo, luego una sonrisa se dibujó en su rostro y repitió mi nombre varias veces sin parar, hasta que toqué su hombro y reaccionó confundida.
Me dijo que tenia que irse, porque era muy tarde en un tono normal, como si nada hubiera pasado.
Años más tarde salió a la luz la oscura verdad.
Mis padres finalmente se divorciaron, fue un proceso difícil a pesar de que ya tenía 22 años, la abuela marcaba cada semana para hablar conmigo y consolarme.
Había tenido pesadillas de vez en cuando, pero nada fuera de lo normal.
Mi vida fue en declive cuando mamá me dio la noticia: la abuela había muerto.
No podía entender como era posible si apenas la noche anterior habíamos hablado por horas y sonaba muy bien. Mi padre me dijo que fue un paro cardíaco.
Mis tíos lloraban, pero no se veían muy tristes y menos cuando los vi en la cocina riendo y dándose palmaditas en el hombro.
Solo estuve un rato en el velorio, que por cierto fue muy raro, porque había muchas personas raras ahí y todo se sentía pesado, daba miedo en lugar de tristeza.
Fui a mi cuarto y me puse a llorar bajo las sábanas. Me di cuenta que mi única confidente yacía en aquel féretro inerte y que jamás volvería a verla, pero me equivoqué.
Pasados unos días papá llevó un par de cajas con cosas de la abuela que quería conservar.
Me emocioné, porque sabía que ahí podría encontrar algo que se quedará siempre conmigo para recordarla.
Al llegar la tarde, cuando se habían marchado a arreglar lo del panteón, me puse a buscar.
Abrí las cajas, la primera solo tenía cuadros pequeños que se podían colgar en la cocina.
Continúe con la otra y ahí encontré pequeños muñequitos de cerámica que ella misma había pintado, los miré y pensé en quedarme uno y ponerlo en la mesa de noche, lo puse a un lado y continúe.
Me di cuenta que en el fondo había un pequeño baúl de madera con cerradura, era muy bonito, sinceramente me dio curiosidad y busqué en las llaves que había dejado papá en la mesa, probé con todas y por fin pude abrirla.
En ese momento un frío profundo invadió la casa, pero como siempre pensé que no era nada.
Me senté en el sofá y lo puse a lado.
Dentro habían fotos y papeles viejos, saqué uno por uno para verlos. Me sentía feliz porque sabía que las manos de mi abuela habían estado ahí.
Tomé una fotografía y la nostalgia invadió mi ser, al ver a mi abuela de joven en traje de baño y tras ella el mar de Veracruz.
Mis manos la llevaron a mi corazón y después la aparté. Seguí con un papel que se veía muy viejo ya, manchado de café, tenía algo escrito, parecía otro idioma y muchos símbolos extraños.
El siguiente citaba algo que se podía leer perfectamente, decía: “Sé que la decisión que tomé fue la mejor.
Odio ser pobre, siempre lo he odiado, odio no tener lo que quiero, no poder vestirme como quiero y vivir en este asqueroso barrio, así que no me arrepiento de entregar al primer varón de la segunda generación de mi familia a mi señor a cambio de una enorme fortuna, de no ser pobre nunca más.” Me quedé pensando en que significaba, ¿Se refería a Dios? Supuse que sí, pues era católica, pero no tenía sentido.
Continúe sacando más fotos que eran bastante normales; de ella con sus amigas, también cuando se casó con mi abuelo, todas eran a blanco y negro.
Mi piel se heló cuando empecé a ver las últimas fotos, se veían símbolos extraños dibujados en el piso, pentagramas, dibujos de cabras y seres con cuernos, así como animales muertos y mi abuela llena de lo que parecía ser la sangre de los mismos y un papel con mi nombre escrito en todos lados.
Pero lo que me hizo querer vomitar fue la última foto y la carta del final.
La carta tenía escrito:
“Nos da mucho gusto que por fin hayas tomado la mejor decisión. Te prometemos que no te vas arrepentir, pues nuestro señor satanás te dará todo lo que pidas a cambio del alma de tu primer nieto varón, recuerda llevar todo lo que te pedimos para el primer ritual.
Tu miedo de seguir en la pobreza desaparecerá.”
Cuando acabé de leer eso, en mi mente pasaban como en una película los peores recuerdos, todo lo que había sufrido con los años y ahora podía ver claramente el porqué.
La última foto era a color y se podía ver a mi abuela sonriendo de oreja a oreja con las mismas ancianas que había visto hace tiempo, la noche que fui a la tienda, que habían tocado mi ventana, que había visto en mis sueños y que seguramente eran las mismas que me habían arrebatado de los brazos de mi madre cuando era un bebé.
Avente la caja con repulsión y miedo.
Ya había llegado la noche y ahora sí tenía miedo de verdad, porque sabía que todo era real. Intenté llamar a mis padres, pero no hubo respuesta, así que decidí ir a mi cuarto y buscar en internet casos similares.
Subí las escaleras con las piernas temblando y justo antes de abrir la puerta me di cuenta que al otro lado, se escuchaba mucho ruido.
Con miedo abrí poco a poco la puerta, pero lo que vi me hizo retroceder y sentir que el alma se salía de mi cuerpo, pues en el piso muchas velas rojas formaban un círculo y en medio había la foto de una cabra negra, al rededor estaban arrodilladas tres mujeres desnudas, las primeras eran las dos ancianas, las que había visto en mis sueños y en la calle y la tercera era mi abuela que cuando me vio en su rostro se formó aquella sonrisa burlona de siempre.
El Pacto
La realidad supera la ficción y esa noche lo supe.
Creía que no podía sentir más terror, hasta que las tres se acercaron a mí y acariciaron lentamente mi cara con sus asquerosas manos.
Me quedé en shock, inmóvil, las lágrimas rodaban por mis mejillas pues sabía que no saldría vivo de ahí.
Desperté en un hospital, lleno de rasguños y moretones.
Mi padre estaba junto a mí y me contó que me encontró en el suelo convulsionando y que al final mis ojos se cerraron y mi cuerpo dejó de moverse. En ese momento, me di cuenta de que él me salvó, pero también vivo cada día pensando en cuando vendrán aquellas ancianas por mí o más bien por mi alma.
Autor: Liz Rayón.
Derechos Reservados.
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