Hospital Maldito Historia De Terror 2023

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Hospital Maldito Historia De Terror 2023

Hospital Maldito, Historia De Terror… Mi nombre es Emily, y fui una periodista la cual luego de años y años de trabajar bajo las sombras de compañeros mucho menos calificados, finalmente tuve la oportunidad té tener mi propio segmento el cual se enfocaba en el estudio de fenómenos paranormales.

Al principio no eran más que breves sketch de no más de 5 minutos en los cuales principalmente contaba una muy breve historia del lugar que visitábamos, para mí sorpresa aquel segmento comenzó a ganar mucha más popularidad de la que nadie se imaginó antes.

Aquella popularidad repentina provocó que la exigencia por qué estos segmentos fueran mucho más largos e interesantes, por lo que rápidamente me vi envuelta en una búsqueda exhaustiva para llevar a mi audiencia algo mejor, sin embargo, luego de un tiempo las historias y sitios fueron escaseando.

Una noche casi a las 3 de la madrugada llegó a mi correo la ubicación e historia de un hospital el cual llevaba por nombre “Hospital San Judas”, no eran raros este tipo de correos para mí, de hecho hasta cierto punto eran algo fastidiosos para mí, ya que la mayoría no eran más que simples sitios cualquiera los cuales simplemente habían sido abandonados por razones humanas y sin importancia.

Sin embargo el que viniera de un usuario anónimo y luego de investigar un poco específicamente sobre este hospital hicieron que mi atención se volviera casi obsesiva hacía aquel sitio, investigue muchas historias sobre el Hospital San Judas y su reputación de estar maldito, y después de toda aquella investigación supe que tenía que explorarlo yo misma.

Había escuchado rumores sobre pacientes desaparecidos, apariciones fantasmales y extraños sonidos que resonaban en los pasillos  antes de que incluso cerrara y al hacerlo el enigma que lo envolvía se hizo mayor conforme fueron pasando los años.

Por lo que sin pensarlo demasiado contacte a todo mi equipo para preparar nuestro siguiente segmento, aquel día recuerdo que el clima no era el más ideal para viajar por aquellos caminos rocosos por los cuales se debían pasar para lograr llegar al hospital San Judas, al parecer inclusive los caminos que llegaban al mismo habían sido clausurados desde hacía mucho tiempo, sin embargo los mismos ciudadanos habían abierto su propio camino con el paso de los años, fue difícil pero finalmente logramos llegar. En cuanto me encontré parada frente a la entrada, sentí un nudo en el estómago.

Recuerdo incluso que uno de mis camarógrafos sugirió solo contar algunas de las historias fuera del hospital, sin embargo aquello no era lo que yo tenía en mente, por lo que hice que todos entraran, aquella decisión aún me atormenta por las noches, en cuanto pusimos un pie en el oscuro y decrépito edificio del Hospital San Judas, sentí un escalofrío recorriendo mi columna vertebral, sentimiento el cual aunque no pregunté a los demás estaba segura que todos lo sentíamos. Las sombras parecían danzar en las esquinas, y el aire estaba cargado con un aroma rancio que me hizo retroceder involuntariamente. Estaba claro que este no sería uno de nuestros clásicos capítulos.

Mis colegas y yo avanzamos con cautela por los pasillos deteriorados, las luces parpadeantes arrojaban destellos intermitentes sobre las paredes desconchadas. A medida que explorábamos, el silencio era interrumpido ocasionalmente por crujidos y susurros que parecían surgir de la nada. Mis manos sudaban, y mi pulso se aceleraba con cada paso que dábamos en aquel lugar siniestro.

De repente, una puerta se cerró bruscamente en un pasillo cercano, provocando que todos nos sobresaltáramos. Nos miramos unos a otros, nuestros rostros estaban pálidos iluminados únicamente por la luz tenue de nuestras linternas. Con voz temblorosa pregunté si había alguien ahí, sin embargo, aquella pregunta solo quedó resonando en el vacío. No hubo respuesta, solo un silencio ominoso.

Luego de un rato explorando decidimos que lo mejor sería separarnos para cubrir más terreno para así no solo obtener una perspectiva completa del hospital, sino que con aquella acción terminaríamos más rápido. Mientras exploraba sola, noté manchas de sangre seca en el suelo y en las paredes, lo que reforzó la espeluznante reputación del lugar. Llegué a una sala que parecía haber sido una sala de operaciones en el pasado. La mesa de cirugía estaba cubierta de polvo y óxido, y un escalofrío recorrió mi cuerpo al imaginar las escenas horribles que podrían haber ocurrido allí.

De repente, escuché pasos detrás de mí. Giré rápidamente, pero no había nadie ahí. Llamé por su nombre a todos mis colegas pero lo único que obtuve fue silencio, recuerdo inclusive decirles que estaban siendo muy infantiles, pero de aquello solo el eco me respondió. Continué avanzando, con la sensación de que estaba siendo observada, seguida por una presencia inquietante que no podía ver.

Con mi linterna en mano y el corazón latiendo con fuerza, decidí adentrarme en el oscuro vestíbulo. Los pasillos estaban cubiertos de polvo y la pintura se descascaraba de las paredes. A medida que avanzaba, los ecos de mis pasos parecían mezclarse con otros sonidos inquietantes: susurros apagados, risas frenéticas y llantos desgarradores.

Las luces intermitentes parpadeaban con una luz siniestra mientras subía por las escaleras hacia las plantas superiores. Cada puerta que pasaba parecía tener una historia que contar. Mis dedos temblaban mientras giraba el pomo de una de las habitaciones. Una vez adentro, recuerdo cómo en esta lo único que se encontraba era una cama de hospital vacía, un espejo sobre un muy viejo buró, además de una inmensa cantidad de polvo. Mientras exploraba más a profundidad no note como una sombra tenue se alzó desde la cama vacía, fue como si algo o alguien hubiera estado esperando.

Una risa desquiciada rompió el silencio. Volteé hacia la dirección de la risa y vi una figura borrosa en el espejo distorsionado del buró. Se acercó lentamente, revelando un rostro pálido y ojos sin vida que me observaban con una intensidad inhumana. Mi voz se atascó en mi garganta mientras retrocedía frenéticamente.

La figura avanzó hacia mí, sin embargo, cuando está llegó al buró el espejo pareció absorberla mientras se desvanecía en la oscuridad. Me encontré sola en la habitación, jadeando y temblando. No podía creer lo que mis propios ojos habían presenciado, además sabía que no estaba sola; algo más habitaba este lugar, algo más allá de la comprensión humana. Al contemplar aquella escena solo pude retroceder para salir lo mas rápido posible de ahí.

Mi intento por volver al vestíbulo se convirtió en una carrera desesperada, mis pasos resonando en el silencio opresivo del hospital. Cada sombra parecía cobrar vida, y los murmullos incesantes llenaban mis oídos, como un coro de almas atrapadas. Mi equipo y yo decidimos reagruparnos y buscar una forma de salir de este laberinto de horror, pero cuando llegamos al vestíbulo, la puerta por la que habíamos entrado estaba sellada, como si el hospital mismo no quisiera dejarnos escapar.

El pánico comenzó a apoderarse de nosotros mientras buscábamos frenéticamente otra salida. Los pasillos parecían haber cambiado, y nos encontrábamos en lugares que no recordábamos haber explorado. Las paredes parecían moverse y cambiar de forma, como si el hospital estuviera jugando con nuestra cordura.

De pronto las linternas y aparatos electrónicos de todos comenzaron a parpadear frenéticamente, por todo el lugar comenzaron a escucharse risas siniestras, de pronto una ráfaga de viento nos atravesó a todos, provocando un miedo profundo y tan indescriptible que dudo volver a experimentar jamás, se que no fui la única que lo sintió, pues el miedo fue tan intenso que de un momento a otro todos mis colegas corrieron entre la oscuridad no importándoles no ver hacia donde se dirigían solo querían escapar de lo que fuera que les hubiera ocasionado aquel miedo intenso, aquello también lo hice yo, no se cuanto corrí pero solo me detuve un momento cuando me di cuenta que me encontraba sola.

Desesperada por escapar de esa sensación aplastante de opresión, seguí corriendo por los pasillos interminables. Las paredes parecían estrecharse y expandirse con cada paso, como si el propio edificio estuviera respirando. Cada vez que giraba una esquina, me encontraba en una nueva sala, cada una más lúgubre y aterradora que la anterior.

La intensidad de la situación superó con creces mi capacidad de comprensión humana. Mi instinto me empujó a huir, a escapar de ese hospital maldito que parecía tener una voluntad propia. Sin embargo, mientras avanzaba por los siniestros pasillos, me di cuenta de que me encontraba en un laberinto de habitaciones y pasillos sin fin. La arquitectura parecía retorcerse y deformarse, como si las paredes mismas estuvieran burlándose de mi intento de escape.

Mis pies parecían de plomo, y cada paso se convertía en un esfuerzo agotador. Me sentía atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Mis pensamientos se mezclaban con el temor y la confusión, mientras me preguntaba si alguna vez lograría encontrar la salida, recuerdo sentirme agotada, tanto física como mentalmente, para aquel punto me encontraba desesperada.

Finalmente, mis ojos se posaron en una vieja silla de ruedas, abandonada en un rincón. Aunque desgastada por el tiempo, parecía lo suficientemente sólida como para no romperse si la utilizaba. La fatiga que me embargaba era abrumadora, y la perspectiva de descansar mis pies por un momento se volvía irresistible. Pensé que si tan solo pudiera recobrar un poco de energía, podría pensar con claridad y planificar mi escape.

Me dejé caer en la silla de ruedas con un suspiro de alivio. La madera crujía ligeramente bajo mi peso, pero la silla no se desmoronó. Cerré los ojos por un instante, tratando de calmar mi mente agitada. Sin embargo, mi intento de calma fue interrumpido abruptamente cuando sentí que alguien tomaba la silla por detrás y comenzaba a empujarla hacia adelante con una fuerza inhumana.

La silla de ruedas se movía cada vez más rápido, y el pasillo se convertía en un torbellino de luces y sombras. Mis gritos resonaban en los muros, mezclándose con mis suplicas desesperadas para que me soltaran. Intenté levantarme de la silla, pero el agarre invisible que la dirigía era implacable. Mis piernas no me respondían, como si estuvieran bajo el control de alguna fuerza malévola.

Mis lágrimas se mezclaban con el viento mientras la silla de ruedas se precipitaba hacia las escaleras. El miedo que sentía se intensificó cuando vi que la escalera descendía en picada hacia un abismo oscuro. Mis gritos resonaron en el vacío mientras la silla de ruedas seguía su curso inexorable.

La caída pareció una eternidad. La silla de ruedas rodó con una ferocidad que desafiaba toda lógica, y yo fui lanzada de un lado a otro como una marioneta indefensa. Mi cuerpo finalmente llegó al final de la escalera, y el impacto contra el suelo fue devastador. Sentí un dolor agudo en cada rincón de mi ser, y mi visión se nubló.

A pesar del dolor, mi mente seguía consciente, y el sonido de risas macabras retumbó en cada rincón del hospital. Mis oídos zumbaban con el eco de esas risas, que parecían burlarse de mi sufrimiento. Miré a mi alrededor con visión borrosa, tratando de entender lo que había sucedido.

La oscuridad me rodeaba, y me sentía como una pieza descartada en un juego sádico. Mi cuerpo estaba inmóvil, y cada intento de movimiento era respondido con un dolor punzante. La siniestra risa parecía fusionarse con la arquitectura retorcida del hospital, como si el edificio mismo estuviera celebrando mi desgracia.

En mi estado de desesperación, luché por mantenerme consciente, resistiendo la tentación de dejarme llevar por el abismo de la inconsciencia. Mi mente giraba en espiral, tratando de encontrar una salida de este tormento sin fin. Las risas continuaban, implacables, era como una banda sonora macabra que acompañaba mi sufrimiento.


Mi mente luchaba por mantenerse clara mientras la risa macabra persistía en mi entorno. Cada vez que intentaba moverme, una ola de dolor me recordaba que mi cuerpo estaba herido y vulnerable. Mis pensamientos se volvían turbios, y me sumergí en un estado entre la lucidez y la confusión.

Las sombras parecían cobrar vida, bailando a mi alrededor como espectros burlones. Intenté gritar, pero mi voz apenas era un susurro ahogado en la vastedad del hospital maldito. Que lo me dejaban cuestionarme el cuánto tiempo había pasado. Perdí la noción del tiempo, atrapada en una dimensión distorsionada de sufrimiento y terror.

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Las risas finalmente comenzaron a desvanecerse, como si el tormento hubiera alcanzado su clímax y estuviera retrocediendo. La oscuridad seguía a mi alrededor, pero poco a poco mi mente empezó a aclararse. Mis pensamientos se enfocaron en la necesidad urgente de escapar de este lugar.

Con un esfuerzo sobrehumano, logré mover mis extremidades adoloridas. Cada movimiento era un desafío, pero el miedo a quedar atrapada en ese lugar me impulsó a luchar. Mis manos encontraron algo firme en el suelo y me aferré a ello, usando todas mis fuerzas para levantarme.

El dolor seguía siendo agudo, pero la urgencia de huir superó cualquier incomodidad. Con pasos torpes y temblorosos, comencé a avanzar por el pasillo, ignorando las sombras que parecían desvanecerse ante mi determinación. Cada paso me alejaba un poco más de la pesadilla que había experimentado.

Finalmente, mis ojos se posaron en una puerta la cual parecía ser una salida de emergencia al final del pasillo. La luz del exterior se filtraba a través de ella, ofreciendo un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Con un último esfuerzo, me dirigí hacia la puerta, sintiendo cómo el aire fresco acariciaba mi piel.

El umbral del hospital maldito fue un portal hacia la libertad. Mis pies finalmente tocaron el suelo del exterior, y un suspiro de alivio escapó de mis labios. Miré atrás una última vez, observando el edificio oscuro que había albergado mi pesadilla. La luna se alzaba en el cielo, arrojando una luz tenue sobre el hospital, como si el mundo mismo estuviera tratando de disipar la oscuridad que había presenciado.

El tiempo que pasé en ese hospital maldito se sentía como una eternidad, pero finalmente estaba fuera, ilesa pero profundamente afectada por lo que había experimentado. Mi historia, mi testimonio, sería una advertencia para aquellos que se atrevieran a cruzar el umbral de ese edificio siniestro.

Mientras me alejaba del lugar, sentí que el peso del terror comenzaba a disiparse. Sabía que nunca podría olvidar lo que había vivido, pero esperaba que con el tiempo pudiera encontrar la paz. El hospital maldito seguiría siendo un recordatorio sombrío de los horrores que existen más allá de nuestra comprensión humana, un lugar del que nunca deberíamos haber cruzado su umbral.

Con un esfuerzo sobre humano logré llegar a una carretera cercana y levanté la mano, tratando de detener a algún vehículo que pasara. Después de unos minutos, un automóvil finalmente se detuvo. El conductor me miró con preocupación mientras le contaba mi historia, apenas logrando articular las palabras debido al miedo y la fatiga. Afortunadamente, el conductor era comprensivo y me llevó a un centro médico cercano.

Al llegar al hospital, fui atendida de inmediato por un equipo médico. Las heridas que había sufrido durante mi caída por las escaleras requerían atención urgente. A medida que pasaban los días, los médicos confirmaron que había sufrido fracturas y contusiones graves en varias partes de mi cuerpo. A pesar de sus mejores esfuerzos, quedaron secuelas que continuarían afectándome en los días por venir.

Mi tiempo en el hospital fue un proceso doloroso y lento de recuperación. Las heridas físicas eran evidentes, pero lo que me atormentaba más eran las cicatrices emocionales. Las pesadillas sobre el hospital maldito me asaltaban en mis momentos de reposo, haciéndome dudar de mi propia cordura. Las sombras y los susurros parecían perseguirme incluso en la seguridad aparente de mi habitación de hospital.

Una vez que finalmente fui dada de alta, esperaba que mi vida pudiera volver a algún tipo de normalidad. Pero pronto me di cuenta de que la pesadilla no había terminado. Mi empleo como periodista, una vez mi orgullo y pasión, se convirtió en un recordatorio constante de los eventos ocurridos en el hospital maldito.

Fui llamada a una reunión con mis superiores, quienes me informaron que mi contrato sería terminado debido a “restricciones presupuestarias” y “necesidad de reducción de personal”. Sabía que eran solo excusas absurdas para ocultar la verdad detrás de mi investigación. Me habían despedido por ser testigo de lo que nunca debí haber visto.

La investigación sobre el hospital había sido cerrada oficialmente, y la única cámara que había logrado recuperar nunca reveló su contenido. Me enteré de que la grabación había sido supuestamente dañada, pero tenía la certeza de que había sido destruida deliberadamente para ocultar lo que había sucedido en aquel lugar maldito.

Mi vida se había desmoronado por completo. Sin trabajo, atormentada por pesadillas y perseguida por las sombras de mi experiencia, me sumí en una espiral de aislamiento y desesperación. Me volví reacia a confiar en nadie, temiendo que aquellos que se acercaran a mí estuvieran de alguna manera conectados a los horrores que había vivido.

Las noches eran las peores. Las pesadillas me atrapaban en un ciclo interminable de terror y desesperación. Me despertaba empapada en sudor, con el corazón latiendo como un tambor desbocado. Las sombras parecían persistir incluso en la luz del día, como si el hospital maldito hubiera dejado una marca indeleble en mi mente.

El temor constante comenzó a afectar mi salud mental y emocional. La ansiedad se convirtió en mi compañera constante, y me sentía como si estuviera al borde de la locura. Las amistades se desvanecieron, y el mundo exterior parecía estar teñido de oscuridad. Sabía que, a pesar de mis esfuerzos, las sombras y los terrores nunca me abandonarían.

Mi historia, mis vivencias, se convirtieron en mi cruz personal. Una carga que llevaría hasta el último día de mi vida. Cada rincón oscuro y cada esquina sombría me recordarían la presencia inquietante del hospital maldito. En medio de mi tormento, llegué a aceptar que no había escapatoria, que estaba destinada a llevar esta oscuridad conmigo para siempre

Autor: Aurora Escalante

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