El Charro Historia De Terror 2024

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El Charro Historia De Terror 2024

El Charro, Historia De Terror… Mi nombre es Ikal Hernández, y quiero contar mi historia con la esperanza de que tal vez logre encontrar a alguien que sepa cómo poder finalmente liberarme de esta pesadilla, la cual me ha atormentado desde que era muy joven. Podría decir que he vivido con esto mucho más de lo que viví sin él, aunque para ser sinceros, estoy bastante consciente de lo que muchos pensarán, y eso es que yo mismo me busqué aquello. No los culpo por pensar aquello, ya que sé que en verdad me lo busqué, en fin, supongo que me estoy desviando.

Los primeros años de mi vida no los recuerdo muy bien salvó que vivía en la ciudad con mi madre, la cual  por un incidente el cual no tiene cabida en esta historia terminó perdiendo la vida, por aquel motivo terminé viviendo con mi abuelo, ya que mi padre nos había abandonado antes de que yo siquiera naciera.

Está por demás decir que no tome muy bien aquella pérdida, la cual entre más crecía terminó llenándome de rabia y resentimiento, y así fue como me convertí en un joven problemático que desafiaba las normas y no respetaba a los mayores. Mis días se llenaban de malas compañías, bebida y tabaco, por lo que para mis cortos 16 años ya poseía una muy mala reputación en el pueblo y mi abuelo no sabía que hacer conmigo.

Una noche, la peor de todas, nos quedamos hasta altas horas de la madrugada bebiendo en una de esas reuniones clandestinas que solía hacer con mis amigos a las afueras del pueblo. Eran lugares donde la oscuridad se alimentaba de nuestras insensateces y el viento silbaba un eco siniestro. A las 3:00 de la mañana, apenas en pie, emprendí el camino de regreso a casa.

Caminaba solo, como tantas otras veces, pero esta vez el ambiente era diferente. Un extraño silencio envolvía la oscuridad de la noche. No se escuchaba ni el más mínimo susurro de la naturaleza. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y mi paso se aceleró en busca de la seguridad de mi hogar.

De repente, el eco de cascos de caballo irrumpió en el silencio sepulcral. Mi corazón palpitaba desenfrenado, y me giré para buscar el origen de aquel sonido. Allí, emergiendo de las sombras, un hombre a caballo vestido de charro me observaba con ojos penetrantes. Su indumentaria era elegante y distinguida, algo inusual para aquel rincón alejado del mundo.

Se detuvo a mi lado y ofreció llevarme. Al principio rechacé la oferta, pero su insistencia fue incesante, hasta que, sin comprender del todo por qué, acepté su ayuda. Acomodándome en la parte trasera de su caballo, comenzamos a avanzar en silencio por el oscuro camino.

El silencio era abrumador mientras el charro hacía trotar su caballo, lo único que se escuchaba eran los cascos cuando el mismo golpeaba las piedras. La única luz provenía de la luna llena que se asomaba tímidamente entre las nubes oscuras, iluminando el camino con una luz sombría y fantasmal.

El Charro Historia De Terror

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A medida que avanzábamos, el charro no pronunciaba palabra alguna, y yo no sabía si debía preguntarle algo o simplemente mantenerme callado. El ambiente se volvía cada vez más asfixiante, y el miedo se apoderaba de mí como un algo pesado sobre mis hombros. Intenté disimular mi inquietud, pero mi cuerpo temblaba ligeramente por la mezcla de frío y nerviosismo.

El trayecto se hizo eterno, y la sensación de que algo no estaba bien crecía en mi interior. Aunque me encontraba con un extraño, no era un temor normal, había algo en el aura del charro que despertaba una sensación de profundo desasosiego y peligro latente.

Mi nerviosismo aumentaba con cada latido de mi corazón. Intenté entablar una conversación con el misterioso jinete, para así de esta forma intentar apaciguar mis propios nervios, pero solo obtuve respuestas cortas. Su voz era profunda y ronca, con un tono que enviaba escalofríos por mi espina dorsal. En un momento, aquel charro dejó de contestar mis preguntas, por lo que decidí pasar el resto del camino en silencio.

El extraño silencio que me había inquietado antes ahora era aún más opresivo. Me sentía incómodo, como si el mismo aire se espesara alrededor de mí. Pero lo peor estaba por venir: poco a poco, el asiento en el que estaba sentado empezó a calentarse de manera insoportable. Me retorcí de incomodidad, el miedo comenzaba a apoderarse de mí.

Finalmente, me atreví a tocar el hombro del charro en busca de una explicación. Cuando volteó a verme, el horror invadió mi ser. Su rostro estaba desfigurado, como si la muerte misma lo hubiera tocado y dejado su sello macabro. Un grito sofocado escapó de mis labios, y sin pensarlo dos veces, salté del caballo y eché a correr en dirección contraria.

El estruendo de los cascos resonaba tras de mí, y podía sentir la presencia malévola persiguiéndome. Cada vez que volteaba para mirar, el charro estaba cada vez más cerca, su risa diabólica parecía resonar en mis oídos. La adrenalina me impulsaba a correr más rápido, pero sentía que el mal acechante se acercaba peligrosamente.

Sentía como mis piernas quemaban por el esfuerzo mientras cruzaba los campos en la oscuridad. Mis pulmones luchaban por el aire, y mi mente se llenaba de pensamientos confusos y aterradores. Trataba desesperadamente de encontrar algún lugar seguro, pero el charro parecía estar en todas partes a la vez.

Finalmente, llegué al antiguo cementerio del pueblo, sus lápidas y cruces se alzaban como espectros en la penumbra. Aunque el lugar daba miedo, pensé que sería mejor esconderme allí entre los muertos que enfrentar la presencia siniestra que me perseguía. Me arrastré detrás de una tumba y me acurruqué, tratando de contener mi respiración para que no me descubrieran.

Pero el silencio no duró mucho. El charro apareció lentamente entre las tumbas, su figura era recortada por la luz de la luna. Observé con horror cómo sus ojos brillantes se posaron en mí, como si me hubiera encontrado exactamente donde sabía que estaría. Su sonrisa malévola se ensanchó, revelando dientes afilados y negros.

La criatura comenzó a caminar hacia mí con pasos lentos y deliberados, como si estuviera disfrutando cada segundo de mi tormento. Mi corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho, y mi mente luchaba por encontrar una salida de esta pesadilla. Sin embargo, mi valentía juvenil se había desvanecido, y ahora solo quedaba el terror más profundo.

Sin embargo, antes de que aquel hombre se acercara más hacia mí, fui iluminado por una linterna. Se trataba de don Pancho, el cual era el velador del cementerio. Este era muy amigo de mi abuelo y me conocía desde que había llegado al pueblo, por lo que me cuestionó qué era lo que me pasaba. Señalé hacia donde con anterioridad se encontraba aquel diabólico charro; sin embargo, ahí ya no se encontraba nada, por lo que don Pancho simplemente se limitó a mover la cabeza con desaprobación y me pidió irme a casa con cuidado, por lo que sin saber qué más hacer, fue lo que hice.

Finalmente, llegué a la entrada del pueblo con los primeros rayos del sol acompañándome, incluso me encontré con algunos vecinos que salían a sus quehaceres matutinos.

Los días transcurrieron con normalidad  después de aquel escalofriante encuentro con el charro. Al único al que me atreví a contar lo sucedido fue a mi abuelo, quien siempre había sido un hombre sabio y observador, me aconsejó que tomara aquella experiencia como una señal para cambiar el rumbo de mi vida. En un principio, creí que sus palabras tenían sentido, pero apenas unos días después, la rebeldía y el vandalismo volvieron a tomar el control de mí. Convencido de que todo aquello había sido producto de mi borrachera, decidí ignorar las advertencias y regresar a mi antiguo estilo de vida.

Una noche, mi abuelo me encomendó una tarea sencilla pero tediosa: darles agua a los cerdos, contarlos y asegurarme de cerrar correctamente el corral. Lo hice a regañadientes, sintiendo que aquello era una pérdida de tiempo. Me dirigí hacia los corrales con un aire de desgano, encontrándome nada más que con los cerdos sedientos.

Al llegar, comencé a servir agua mientras los contaba uno por uno. Sin embargo, al terminar la cuenta, me percaté de que faltaba uno de los cerdos. Miré a mi alrededor intentando ubicarlo cerca del corral, pero no había rastro de él. Pensé en avisar a mi abuelo, pero inmediatamente pensé que no era nada de lo que no pudiera hacerme cargo. Después de todo estaba seguro que un cerdo no podría ir tan lejos

Por lo que, caminé en busca del animal, alejándome cada vez más de los corrales. Pronto llegué a un viejo cobertizo que mi abuelo usaba como bodega para guardar trastos y objetos que no quería desechar.

El lugar estaba sumido en la penumbra, y el ambiente era denso y pesado. Adentrándome entre las viejas reliquias, escuché un extraño ruido que me puso alerta. Avancé con cautela, y cuando llegué al fondo del cobertizo, vi al cerdo parado en dos patas, erguido de forma inhumana, con una sonrisa macabra en su hocico.

El corazón me palpitaba a mil por hora, y sentí cómo el miedo se apoderaba de mí. El cerdo emitía una extraña mezcla de sonidos guturales de animal y risas humanas. La escena era surrealista y aterradora, como si el cerdo hubiera sido poseído por una entidad malévola.

Sin pensarlo dos veces, salí corriendo del cobertizo, escuchando cómo el cerdo me llamaba por mi nombre con una voz distorsionada y burlona, pidiéndome que me quedara para que la “diversión” comenzara. Mi mente se nublaba de pánico mientras corría de vuelta hacia los corrales, mirando a lo lejos al charro en su caballo, quien parecía observarme con una mirada burlona, aunque no podía ver sus rasgos con claridad.

El charro me observaba con una sonrisa siniestra mientras continuaba galopando en círculos, como si estuviera disfrutando del espectáculo macabro que se desarrollaba frente a él. La combinación del cerdo poseído y el misterioso jinete creaba un ambiente espeluznante y lleno de terror. Mi mente estaba llena de miedo y confusión.

Finalmente, llegué a casa, jadeante y aterrado. Mi abuelo notó mi estado alterado y me preguntó qué había sucedido. Temblando, le relaté todo lo que había visto en el cobertizo. Él escuchó atentamente y luego, Me dijo que lo mejor sería hacerme una limpia.

Cosa la cual hizo, recuerdo que aunque siempre solía burlarme de aquellas creencias de pueblo chico, en aquella ocasión seguí todos los pasos que me indico mi abuelo sin rechistar, cuando mi abuelo rompió el huevo que pasó por mi cuerpo este salió completamente negro y con un olor similar al azufre, me dijo que lo mejor sería que me fuera a dormir y que ya veríamos que hacer al día siguiente.

Aquella noche, la imagen del cerdo erguido y riendo, junto con el charro en su caballo, se quedó grabada en mi mente. Los días siguientes fueron difíciles para mí. Intentaba seguir con mi vida como si nada hubiera pasado, pero la visión del cerdo poseído y el escalofriante charro no dejaba de perseguirme. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes volvían a mi mente, y no podía dormir sin tener pesadillas.

Mi abuelo, preocupado por mi bienestar, se dedicó a hacerme múltiples limpias y rituales para intentar liberarme de aquellas espeluznantes visiones. Sin embargo, parecía que cada esfuerzo era en vano. A medida que pasaba el tiempo, mi salud comenzó a deteriorarse. No solo era el tormento de las apariciones lo que me afectaba, sino también la falta de sueño y la angustia constante. Aunque mi abuelo luchaba incansablemente para protegerme, el poder del charro y su influencia maligna parecían imparables.

Una noche, mientras trataba de conciliar el sueño, una presencia fría y opresiva llenó mi habitación. La temperatura bajó drásticamente, y pude ver mi aliento en el aire. El charro estaba allí, materializado en todo su esplendor siniestro. Sus ojos vacíos me miraban fijamente, y su risa penetrante perforaba mis oídos.

Desesperado, recité las palabras y oraciones que mi abuelo me había enseñado para protegerme de las fuerzas malignas. Pero el charro no parecía inmutarse. Su figura fantasmal se acercaba lentamente hacia mí, y podía sentir su aliento helado en mi rostro. Estaba atrapado en una pesadilla aterradora de la que no podía despertar.

Lo peor sucedió cuando comencé a escuchar sonidos inconfundibles de un cerdo mezclados con la risa siniestra de aquel charro, el miedo me paralizó por completo, no podía siquiera hablar. Fue cuando el hombre se acercó a mí, recuerdo cómo puso uno de sus dedos en mi frente y comenzó a hacer algo, lo cual en ese momento no podía distinguir, pero recordando mejor, lo que estaba haciendo era una cruz invertida que, a pesar de no verse a los ojos de nadie, aún me duele como una herida abierta para siempre en mi piel.

No sé cuánto tiempo estuvo ahí, solo sé que en un momento el dolor que sentí en la frente me hizo desmayar y no recuperé la conciencia hasta dos días después. Rumores sobre el charro que merodeaba nuestra casa y el cerdo diabólico se esparcieron entre los vecinos de los alrededores. Aunque algunos no creían en las historias, otros aseguraban haber visto al espíritu malévolo montado en su caballo en las noches más oscuras.

El sacerdote del pueblo, al enterarse de la extraña situación, comenzó a visitarnos un par de veces a la semana para bendecir la casa y alejar cualquier presencia maligna. Pero ni siquiera la fe más arraigada parecía tener efecto en aquellas entidades sombrías que continuaban acechando nuestros terrenos.

A pesar de los intentos de mantenerme en silencio, mi abuelo sabía que las visiones continuaban. Yo prefería no contarle lo que sucedía, pero las noches eran un tormento. Los cascos del caballo retumbaban a lo lejos, y fuera de mi ventana, ocasionalmente, podía visualizar al diabólico cerdo erguido, observándome fijamente mientras emitía sus inquietantes risas.

La presencia del charro y el cerdo poseído se volvió cada vez más opresiva y aterradora. Sus apariciones no solo ocurrían en las noches oscuras, sino también en plena luz del día. Cada vez que salía de casa, sentía sus ojos invisibles siguiéndome y su risa diabólica resonando en mi mente.

Mi salud empeoró rápidamente. Perdí peso y energía, mis ojos se hundieron y mi piel se volvió pálida y enfermiza. Me volví retraído y paranoico, siempre alerta ante cualquier señal de su presencia. Incluso mi abuelo comenzó a notar los efectos que estas entidades tenían sobre mí.

Una noche, el horror alcanzó su cúspide. Aquel día me sentía con la suficiente energía como para levantarme de la cama y aproveché para tomar un poco de la fresca brisa de la noche. Mientras daba de comer a los animales en los corrales, escuché los cascos del caballo acercándose. En un acto de pánico, corrí hacia la casa, pero antes de entrar, me encontré frente a frente con el charro. Su mirada era penetrante y amenazadora, afirmó que era la hora de irme con él.

Mi corazón latía con fuerza, y un sudor frío recorría mi cuerpo. Sabía que no podía ceder ante el charro, pero mi voluntad estaba siendo quebrantada por su presencia ominosa. Traté de gritar pidiendo ayuda, pero mi voz se ahogó en mi garganta, paralizada por el terror.

El charro se acercó lentamente, su risa macabra resonando en el aire, mientras el cerdo poseído lo seguía a la distancia, emitiendo aquellos inquietantes sonidos que me estremecían hasta lo más profundo de mi ser. La luna llena se asomaba por entre las nubes, iluminando sus ojos vacíos y el brillo siniestro de su sonrisa.

Aun no sé de dónde saqué el valor, pero rehusándome a ceder ante su demanda, le dije que no iría a ningún lado. Entonces, en un escalofriante gesto, el charro extendió su mano y la posó sobre mi brazo, quemándome con una intensidad dolorosa. Un grito escapó de mis labios, pero en un acto desesperado, recordé el rosario de plata que mi abuelo me había sugerido llevar siempre conmigo.

Agarré el rosario y lo enredé en su mano, haciendo que el charro soltara su agarre y se alejara con su caballo. “Aún no ha terminado”, murmuró mientras se alejaba, dejando una sensación de desolación y terror en el aire.

Después de ese aterrador encuentro, me refugié en la casa junto a mi abuelo, quien estaba seriamente preocupado por mi bienestar. El rosario de plata que llevaba conmigo se convirtió en mi amuleto de protección, y aunque sabía que no me libraba completamente del mal, me daba un poco de esperanza en medio de la oscuridad que me rodeaba.

La vida se volvió una constante lucha contra el miedo y lo desconocido. Mi abuelo y yo buscamos ayuda de todas las formas posibles: desde sacerdotes y chamanes, hasta investigadores paranormales y especialistas en el ocultismo. Sin embargo, ninguna de las soluciones ofrecidas parecía ser efectiva para liberarnos de la presencia del charro y el cerdo poseído.

El tiempo pasaba, y el pequeño pueblo se llenó de rumores sobre nuestra situación. Muchos vecinos nos evitaban, temerosos de atraer aquellas entidades a sus vidas. Otros, en cambio, se acercaban con curiosidad morbosa para escuchar las historias de terror que rodeaban nuestra casa.

Me tuve que ir acostumbrando a eso también, y para mi fortuna, aquello pasó de moda. El aislamiento y el miedo se convirtieron en nuestro constante compañero. Mi abuelo y yo nos vimos obligados a vivir en una especie de exilio, alejados del resto del pueblo para protegernos de aquellos seres malignos. Cada noche, asegurábamos las puertas y ventanas con cruces y amuletos, rezando para que la maldición que nos acechaba se desvaneciera con el amanecer.

Aquello hacía que las experiencias paranormales disminuyeran en intensidad, pero cualquier cosa que intente siempre termina siendo momentánea. Aun en las noches más silenciosas, sigo escuchando los cascos del caballo y, en ocasiones, puedo ver al perturbador cerdo, recordándome que aquellos espíritus malignos no me han abandonado del todo.

Autor: Aurora Escalante

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Historias de Terror