El Azar Historia De Terror 2022

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El Azar Historia De Terror 2022

El azar, historia de terror… La tarde que Irene y Manuel se casaron llovió tanto que parecía que el cielo se caería, de tal forma que Micaela, la abuela de Irene, moviendo la cabeza dijo en voz alta que el cielo les estaba dando un mal presagio a los novios, que ella siempre dijo que esa boda no debía ocurrir.

Por supuesto que nadie le hizo caso ya que no era ningún secreto que la señora ya no estaba bien de sus facultades mentales, además que no era cierto que a alguien le hubiera dicho lo de la boda, o por lo menos nadie la había escuchado.

Los novios se conocieron seis meses antes de la boda, cada uno había tenido poco antes de conocerse una relación fallida; Irene porque había descubierto una infidelidad de su exnovio por segunda ocasión y de Manuel nadie estaba muy seguro, solo se sabía que recién se había divorciado y él se había quedado con la custodia de su pequeña hija, pero incluso Irene desconocía los pormenores de la separación ya que a él no le interesaba hablar de su exesposa, es más, parecía que le era incómodo tocar el tema.

Lo único que le contó ante la insistencia de ella mientras caminaban en el parque con su hija fue que se había divorciado debido a que su esposa se había convertido en una mujer completamente histérica, además de haberle sido infiel en más de una ocasión, pero que por fortuna gracias a algunas pruebas psicológicas que le hicieron por parte de sus abogados se determinó que ella no era apta para quedarse con la niña así que fue él quien se quedó con su custodia y que después del juicio, hacía ya varios meses, él ya no volvió a saber nada de ella.

Por dentro Irene sintió un vacío en el estómago pensando en lo triste que debió sentirse esa mujer al haber perdido a su hija, pero se dijo a sí misma que Manuel debió haber tenido muy buenas razones para hacer lo que hizo, en especial porque estaba protegiendo a su hija.

El tiempo pasó y poco a poco de ese hombre cariñoso y atento poco quedaba; no quería aceptarlo pero se daba cuenta que el presagio de la abuela se estaba haciendo realidad.

Manuel comenzó con los celos sin razón, le prohibió tener amigos; enmedio de esto, algo llamó la atención de Irene y es que cuando ellos se conocieron Manuel no trabajaba ya que según sus palabras se estaba dando un año sabático, pero ya había pasado mucho tiempo e Irene veía que ni siquiera se preocupaba por buscar trabajo así que por este motivo era ella quien se tenía que hacer cargo de los gastos de la casa, además del cuidado de esta y hasta de atender a la hija de Manuel.

Conforme el tiempo pasaba, Manuel se fue volviendo irascible, no le gustaba que Irene volviera tarde del trabajo, aún sabiendo que ella debía doblar turno para pagar todas las cuentas, pero tampoco la dejaba en paz cuando ella estaba en casa, todo le molestaba, no le gustaba lo que le cocinaba o como le planchaba las camisas. Incluso si le llamaba la atención a la pequeña para que no brincara en las camas o cuando quería jugar cerca de la estufa mientras estaba encendida, Manuel le gritaba a Irene para que dejara a la niña en paz.

Irene estaba desesperada y sentía que poco faltaba para llegar a la misma histeria de la exesposa de Manuel… Ahora la empezaba a entender y lo que era peor en ese momento, recién había comprobado que ya estaba embarazada.

Muy en el fondo, ella tenía la esperanza que al nacer el bebé todo cambiaría, pero eso solo fue un sueño porque esto no fue así, al nacer el bebé los pleitos y los problemas continuaron siendo el pan de cada día en esa casa, quizá hasta peores porque ahora se agregaba que a Manuel no le gustaba que el niño llorara y menos en la noche, así que apuraba a Irene a darle de comer o cambiarle el pañal, lo que fuera con tal de que el pequeño se callara.

Ella estaba exhausta, la carga emocional y de trabajo en casa la tenían agotada y triste, pero la verdadera señal de alarma le llegó un día que Manuel se fue a caminar para despejarse, Irene se quedó sola con Ivonne, la hija de Manuel y mientras ambas bañaban al bebé, la pequeña que en ese momento tenía 6 años le contó que extrañaba a su mamá pero que un día que ella regresaba de trabajar, discutieron por algo que ella no entendió, pero lo que sí vio fue cómo su papá había golpeado tan fuerte a su madre que la dejó inconsciente en el piso.

Ivonne le relató cómo su padre la tomó de la mano y subiéndola al auto le dijo que no volvería a ver a su madre; no la dejó siquiera despedirse de ella ni ver si estaba bien, además que le advirtió que si se llegaba a quejar o hablar de lo sucedido podía correr con la misma suerte.

Irene podía ver la tristeza y el miedo reflejado en los ojos de la niña.

La niña la hizo jurar que no le diría nada a su papá y así lo hizo, pero desde ese momento su angustia creció. Le aterraba no saber con qué clase de persona se había casado.

Estaba convencida que su decisión de casarse había sido por demás apresurada, pero ahora le tenía miedo incluso para pedirle el divorcio y lo que era peor, por si le faltaran desgracias en su vida, debido a los celos y las escenas constantes de Manuel acababa de perder nuevamente su trabajo.

Se sentía desesperada y abrumada ya que tenía la responsabilidad no solo del hijo de ambos sino de aquella pequeña que, aunque no fuera su hija ya la quería y sabía tenía que alimentar, dar educación, vestido y medicamentos.

El trabajo lo perdió porque al concluir el contrato que había firmado ya no se lo quisieron renovar; Manuel había causado muchos problemas cuando iba por ella, le inventaba romances con todos los hombres que veía en el lugar, ya fueran compañeros o clientes de la tienda.

En ocasiones estuvo a casi nada de agarrarse a golpes con ellos. Más de una vez lo tuvieron que correr de la tienda ante la vergüenza de Irene quien además de esto tenía que sufrir los regaños de su jefe.

Por todo lo anterior no le sorprendió que le dijeran que no le darían otro contrato por lo que nuevamente se quedó desempleada.

Esa misma noche le dio la noticia a Manuel, quien bastante enojado la instó a buscar otro empleo prometiendo que él se haría cargo de los niños, pero que después también buscaría trabajo, promesa que ya había hecho tantas veces que Irene sabía no tenía intención de cumplir.

Al otro día y después de dejar a los niños limpios y la comida lista, salió a la calle con varias solicitudes de empleo bajo el brazo, rezando por encontrar pronto un trabajo y poder llevar dinero a su casa.

Caminó todo el día, entró a negocios y oficinas para ofrecer sus servicios como recepcionista, vendedora o haciendo limpieza, habló con varias personas, pero en ningún lugar cubría el perfil, solo había estudiado hasta la secundaria y en todos le pedían como mínimo la preparatoria o el pago era muy poco con el que no alcanzaría para mantener a toda su familia.

Decepcionada y frustrada regresó a casa con la esperanza de tener mejor suerte al siguiente día. No podía entender cómo Manuel no se preocupara en lo más mínimo por la manutención de la casa, en especial de su hija. A veces salía y regresaba con unas monedas que no alcanzaban a cubrir lo de un día de comida y era con todo lo que aportaba, además que nunca decía de dónde lo obtenía, aunque Irene estaba segura que no era haciendo nada legal.

Ya comenzaba a oscurecer cuando, cansada por todo lo que caminó tomó el autobús de regreso, pagó y buscó un lugar para sentarse, encontró un lugar vacío junto a un hombre de unos 45 años, vestía ropa casual, playera tipo polo y pantalón de gabardina.

Cuando Irene se sentó, lo primero que hizo fue ver su celular al que había puesto en silencio para no ser interrumpida en su búsqueda de empleo. Tenía varios mensajes y llamadas perdidas de Manuel, quien enojado la cuestionaba del por qué no contestaba y por qué se tardaba tanto. En uno de los últimos mensajes le reclamó que estuviera con uno de sus amantes. Definitivamente sus celos estaban fuera de control.

No le quiso marcar para evitar una discusión, le daba mucha vergüenza que la escuchara la gente que iba en el camión así que solo le envió un mensaje diciéndole que se acababa de subir al camión, que ya iba de regreso a lo que él solo le puso como respuesta un frío “ok”.

Cómo le hubiera gustado que él le preguntara cómo le fue, si estaba cansada o tenía hambre, pero no, ese hombre ya estaba enfermo de celos, la veía como un objeto de su propiedad y lo único que le importaba era saber que no lo engañaba con otro hombre.

Los nervios hicieron que acomodara mal los documentos que llevaba en la mano y del folder cayó al piso la única solicitud de empleo que le había quedado; el hombre que estaba sentado junto a ella y que sin que se diera cuenta, no le había quitado la vista de encima la levantó; fue este papel el que le dio el pretexto perfecto al hombre para comenzar una conversación con ella.

Hacía tanto que Irene no conversaba con nadie que se sintió bien platicando con aquel hombre.

La hizo sentir segura el estar en un transporte público, ahí no llegaría Manuel ni la sorprendería hablando con ese extraño. No le preguntó su nombre, no le interesaba porque sabía que no serían amigos, ni siquiera se volverían a ver. El viaje duraba poco más de una hora así que tuvieron tiempo de conversar; ella fue quien más habló, le contó parte de su historia omitiendo, claro los maltratos de su marido.

Aquel hombre la escuchó atentamente y cuando ella terminó de hablar la miró fijamente, con una mirada que a ella le produjo un escalofrío en la nuca y la espalda, entonces, con una seriedad que ella no había visto en todo el tiempo que habían estado ahí, él se presentó, hablándole por su nombre y le aseguró que él le podía resolver fácilmente sus problemas económicos.

Lo primero que pasó por la mente de Irene al escuchar su nombre de boca de ese hombre fue que él alcanzó a ver su nombre en la solicitud de empleo así que no se preocupó, pero sí la emocionó un poco el sentir que ese hombre estaba por ofrecerle trabajo, pero no fue así, lo que escuchó la dejó sin palabras:

El hombre le pidió, aunque por su tono de voz parecía más bien una orden, que anotara algo y ella se apresuró a sacar un bolígrafo y una pequeña libreta que ese día llevaba para anotar lo que le fueran a pedir en los lugares a donde iría a pedir trabajo.

Cuando Irene estaba lista para escribir, el hombre dictó con voz grave y firme los siguientes números “00652”, al terminar, los volvió a decir y después le pidió a ella que los repitiera para estar seguro que los había anotado bien.

Al terminar de escribir lo anterior, Irene detuvo el bolígrafo en el aire, esperando a que le siguiera dictando algo más, imaginó que esos números eran parte de un número de teléfono; pero no, esos 4 números fue todo lo que el hombre le dictó y enseguida le explicó el por qué y como usarlos: resultó que ese era el número ganador de la Lotería Nacional que se celebraría el siguiente sábado donde el premio sería de 80 millones de pesos.

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Irene continuaba en silencio tratando de entender de qué se trataba todo eso que más bien le parecía una broma de mal gusto. El hombre aprovechó su silencio para continuar explicándole; ese era como un regalo que él le estaba haciendo a ella, pero evidentemente no era gratis, tenía un costo y este era muy alto así que, de aceptar jugar, ella le pagaría nada más y nada menos que con su propia vida.

La dinámica era la siguiente: Irene compraría el boleto de la lotería para el sorteo que se llevaría a cabo el siguiente sábado, entonces, después de haber ganado el premio mayor y cuando él lo creyera conveniente le daría una indicación para que ella se quite la vida aventándose a las vías del metro.

Ahora bien, esto podía ocurrir en un día o en 60 años después de haber ganado el premio. El tiempo era un albur, pero un albur que por esa cantidad de dinero bien valía la pena jugar. Por supuesto que no había forma de no cobrarse ya que al aceptar el trato, él se adueñaba de su voluntad al momento de cobrar la deuda, así que sí o sí debía pagar, cerró él.

A Irene esto pasó de parecerle extraño a ser algo abominable, no sabía quién era ese hombre y ahora solo quería bajarse de ese autobús. Muy molesta le dijo que estaba completamente loco y que prefería seguir caminando todos los días hasta encontrar un trabajo decente antes de aceptar algo así, claro en caso de que fuera cierto.

El hombre no se inmutó en absoluto, solo la miró con una expresión de diversión, movió la cabeza en aceptación y le pidió que conservara los números por si en algún momento se animaba.

Ya estaba cerca de la parada donde se bajaría así que Irene se levantó de su asiento para caminar a la puerta del autobús y vio que en la parada ya la esperaba Manuel con los niños.

Su mirada reflejaba enojo ya que había observado el final de la interacción que Irene había tenido con aquel hombre del autobús, por lo que no le quitó la miraba de encima, pero este hombre al sentir su mirada lo volteó a ver con un gesto sonriente. Manuel creyó ver un destello rojo que salían de los ojos de aquel hombre, sintió que lo recorrió un escalofrío, volteó la cara con miedo ante una fuerte carcajada de aquel hombre, carcajada que ambos alcanzaron a escuchar a pesar que el camión ya había avanzado. Manuel le dió al bebé a Irene, tomó a Ivonne de la mano y caminaron un rato en silencio.

Después de pasada la impresión del susto, Manuel comenzó una discusión ya que le parecía difícil creer que ese hombre no fuera amigo de su esposa, los había visto hablar así que el reclamo era porque, o se conocían o ella hacía amistad con cualquier extraño que iba encontrando en la calle; pero por más que ella le había contado más de una vez cómo fueron las cosas, mostrándole la libreta para convencerlo, a Manuel no le parecía algo en absoluto creíble.

Aunque sin decirle nada, por dentro sentía que podía ser cierto, no se quitaba de la mente la mirada de aquel hombre.

Esa noche cenaron y se fueron a dormir, como casi todas las noches últimamente, sin dirigirse la palabra.

Al otro día Irene volvió a llenar solicitudes y fue en busca de una oportunidad de trabajo, pero esta vez no caminó mucho, casi enseguida encontró trabajo en una tienda que estaba cerca de su domicilio.

Regresó muy contenta a darle la noticia a Manuel quien en lugar de alegrarse se molestó por el sueldo tan bajo que su esposa iba a recibir y más aún si tendría que trabajar fines de lunes a sábado. Pero Irene estaba contenta y no dejaría que ni él ni nadie le robara su emoción.

Al siguiente día se fue a trabajar y al volver a casa pasó a comprar pan para la cena; les contó a Manuel e Ivonne lo que hacía y les dijo que ese trabajo le gustaba. Pero como era su costumbre, Manuel le preguntó si no había hombres trabajando ahí y ante la negativa de Irene le dijo que al siguiente día la iría a visitar con los niños, para saber si era cierto que no había hombres y para asegurarse que los sábados también tenía que trabajar.

Y así lo hizo, el sábado se presentó con los niños para visitarla, se cercioró que en efecto estaba trabajando y que no había ningún hombre trabajando en el lugar, le dio un beso en la boca y se salió de ahí satisfecho diciendo que se llevaría a los niños al parque.

En la tarde que regresó de trabajar vio que aún no regresaban y se sentó a ver la televisión hasta que se quedó dormida.

La luz del día en los ojos la hizo despertar; buscó a su familia, pero seguían sin llegar; comenzó a sentir miedo de que les hubiera pasado algo, pero el miedo cambió por terror cuando revisó las habitaciones y se dio cuenta que no estaba ni la ropa de Manuel ni la de los niños.

En su desesperación no sabía qué hacer ni a quién dirigirse así que lo único que se le ocurrió fue hablarle a su mamá. Esta le pidió que se calmara y que ella saldría a buscar en hospitales y delegaciones.
Pero la búsqueda no duró tanto, encontraron a los pequeños en una estación de la policía.

Una patrulla vio a la pequeña caminando sola empujando con mucho esfuerzo la carriola de su hermanito. Hasta el momento la niña no había dicho absolutamente nada, pero al ver a su abuela corrió a abrazarla.

En la estación de policía esperaron a que llegara Irene para entregarle a los pequeños y que rindiera su declaración.

Ella se fue a casa y continuó llamando a Manuel sin obtener respuesta.

Fue hasta el siguiente día que le hablaron para decirle que al parecer habían encontrado a su esposo, pero tristemente este había sufrido un accidente y había fallecido. Le dejó a los niños a su mamá y con mucho miedo fue a reconocer a su marido, sí era él, el accidente lo había dejado muy mal, pero aún así lo reconoció.

Entregó la información que le pidieron, y le entregaron el informe de la necropsia que le habían hecho. Irene se sentía triste, pero a la vez aliviada y eso la llenaba de culpa.

Antes de salir de ese lugar una señorita le habló para que firmara unas hojas y así poderle entregar las pertenencias de su marido; asilo hizo, las tomó y se fue a casa.
Ya estando con los niños en casa trató de explicarle a Ivonne que su papá no volvería, pero que le ayudaría a encontrar a su mamá.

La niña parecía haber escuchado solo lo último y dio un grito muy emocionada.
Los dejó viendo la televisión y salió rápido a la tienda para comprar algo para la cena; al volver a casa, mientras sacaba las llaves frente a su puerta alcanzó a ver del otro lado de la acera a aquel hombre del autobús, a quien ya había olvidado casi por completo. Este le sonrió de una forma que a ella le dio mucho miedo y entró rápido a su casa poniéndole doble llave a la puerta.

Cenó con la niña platicando de sus planes a largo plazo porque por lo que había entendido la mamá de Ivonne no vivía en la misma ciudad por lo que primero debía investigar este dato y después tendría que juntar dinero para los boletos y por supuesto, pedir permiso en el trabajo. No sería sencillo.

Al otro día temprano, después de que los niños desayunaran se encerró en su habitación, quería vivir su luto así que tomó las cosas que le habían entregado de su marido; sacó el informe y se sorprendió al leer que según varios testigos, Manuel había dejado a los niños en una juguetería y se habría ido corriendo, subiendo un puente para aventarse de este al momento que pasaban varios autos, su muerte fue instantánea.

Irene no entendía por qué Manuel haría algo así, estaba impactada, en ese momento sonó su teléfono y con esa llamada todas sus dudas quedaron aclaradas.

Quien le habló no se presentó, pero le explicó que Manuel recién había abierto una cuenta en el banco y ella como su viuda era la dueña de ese dinero: ¡80 millones de pesos!

Autor: Guadalupe Villagrán

Derechos Reservados.

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