Morfosis Historia De Terror 2023
Morfosis, Historia De Terror… Existen muchas historias que involucran la transformación de seres humanos en animales. Los nahuales son un gran ejemplo de ellos y estas transformaciones no son exclusivos de una sola cultura o región es una temática de la cual se han edificado y contado multitud de leyendas.
Sin embargo, existen algunas otras que por su naturaleza y origen nos hacen replantearnos la veracidad de aquellos cuentos infantiles con los que nuestros padres o hermanos nos atemorizaban de niños.
Corría la década de los sesenta. Un periodo marcado por fuertes movilizaciones y transformaciones de toda índole. El mundo podía colapsar en cualquier momento ante el aumento de las tensiones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en el periodo denominado la Guerra Fría según los historiadores.
Esta competencia celebrada entre estos dos bloques puso a temblar a todo el mundo ante la posibilidad de un ataque por parte de los rusos desde Cuba, donde habían instalado bases militares con armamento nuclear de medio alcance. La sola existencia de misiles balísticos R-12 y R-14 tan próximos a las tierras de los gringos hizo pensar a muchos que la vida se extinguiría.
Las guerras ya desde los cuarenta habían alcanzado hitos nunca antes registrados por la humanidad. Auschwitz es un claro ejemplo de la brutalidad y degradación de la vida humana a un grado en el que se perdió todo ápice de humanidad. Se dejaron de percibir a los de nuestra especie como iguales, no eran más que simples entes corpóreos que se encuentran entre un limbo de la vida y la muerte pero que las fronteras de ambos lados se han difuminado de tal forma que se no sabe a ciencia cierta si los delgados cuerpos con la piel pegada al esqueleto y los ojos hundidos en las cuencas de los ojos aún tienen conciencia o vida.
En esta época llena de miedos, incertidumbres y transformaciones sociales a la orden del día se comenzó a hablar de la existencia de un ser que merodeaba los bosques de Virginia Occidental. Un territorio ocupado por distintas culturas tribales que se habían destacado ampliamente por el comercio, pero, que había estado en disputa por otras tribus nativas de la región como los iroqueses y los siux por mencionar algunas.
Mucha sangre ya había sido derramada en aquellas tierras y había nutrido los suelos sobre los que se levantaron arboles de parra virgen, cuyo tono rojizo evoca al liquido sagrado que fue despreciado durante las distintas disputas que los hombres habían tenido.
La hierba carmín también suele crecer en la región. Sus bayas negras simbolizaban la invasión de esta especie silvestre aun en las tierras donde el hombre ya había demostrado su dominio. Asechaba a los cultivos y el consumo de su fruto podía enviar al reino de los muertos tanto a las personas como los animales. La hiedra venenosa también campa a sus anchas en la zona.
El solo tener contacto o inhalar el humo que emana de ella al quemarla suele acelerar el culmen de la vida. La naturaleza en este territorio ya nos habla de que es poco amigable con la vida humana y se adecua más del lado de la adaptación y la supervivencia.
Algunos seres suelen desarrollar distintas características evolutivas para poder vivir en entornos poco favorables es por este motivo que algunas aves se alimentan de las semillas de la hiedra venenosa sin presentar mayores problemas.
Pero, los seres humanos a pesar de que tenemos vestigios y rastros de habernos adaptado a los distintos entornos en los que nos desarrollamos tendemos a depender más de la inteligencia. Confiamos en que esta es la clave para surfear cualquier peligro y amenaza que se nos presente.
Construimos maquinas y artefactos para hacer la guerra, para quitar el mayor número de vidas posible sin importar el precio con tal de demostrar nuestra superioridad intelectual o numérica ante cualquier enemigo.
A pesar de que durante siglos nos hemos convencido de esta verdad existen algunos fenómenos y leyes naturales o universales de las cuales solo podemos aprender a vivir bajo su dominio. Existen cosas que van más allá de nuestro entendimiento y desafían cualquier lógica.
Les cuento sobre Virginia porque yo solía frecuentar sus calles y carreteras. Durante los sesenta yo trabajaba como conductor de un camión de carga para una empresa que transportaba carbón. Este mineral es abundante en el estado del otoño eterno, se extrae en grandes cantidades y volúmenes de las montañas.
En aquellos años los tiempos de traslado de una ciudad a otra se dificultaban por las manifestaciones que había desembocado el movimiento civil que luchaba por los derechos de los negros encabezado por Martín Luther King situación que llegaba a molestar a los empresarios, pues, los tiempos solían retrasar la producción de las industrias que funcionaban gracias al carbón.
A mi no me quedaba otra más que tratar de ser más comprensivo ante su lucha, aunque en ocasiones las constantes presiones de mis superiores me hacían considerarlas como algo innecesario, como un problema y un lastre que de no existir yo no tendría que pagar los platos rotos.
En todo caso las movilizaciones sociales se encontraban en todos lados. En la mayoría de las ciudades los jóvenes y distintos grupos étnicos aprovechaban la coyuntura para hacerse notar y quizá algún político tomara sus demandas en serio y tratará de realizar cambios a profundidad en beneficio de todas aquellas almas.
Viajé por varios estados durante mi trayectoria como camionero. Recorrí a los Estados Unidos de norte a sur y de este a oeste. Conocí a personas de todo tipo. Algunas bastante amigables y elocuentes y otras más hostiles.
Me advirtieron sobre las posibles amenazas a las que tendría que hacer frente si iba a x lugar, escuché sobre el skinwalker, el wendigo, la mujer de blanco o las almas en pena. Me tocó presenciar aparatosos accidentes en carretera. Hubo uno que vi cuando recién empezaba en este negocio.
Se trató de una familia: mamá, papá y un par de niños que viajaban en auto familiar a California, pero, no pudieron llegar nunca en Colorado tuvieron la mala suerte de que un conductor de un tractocamión que transportaba automóviles perdiera el control de su vehículo por las largas jornadas a las que se había sometido durante un tiempo prolongado que lo llevó al agotamiento.
El colega también murió durante el impacto, pero, al menos él tuvo la fortuna de morir de inmediato al golpearse la frente con el volante y por la inercia del golpe el asiento prácticamente se volvió como una placa de acero con la que su nuca se encontró durante el choque. La familia no corrió con tanta suerte.
Los niños no llevaban el cinturón de seguridad por lo que salieron disparados por el parabrisas, golpeándose y rebanándose partes de su cuerpo con el interior del vehículo en el que viajaban. Al ser pequeños y frágiles también murieron durante el incidente.
La peor parte, creo yo, la llevaron los padres. La esposa quedó prensada entre el tablero y el asiento, prácticamente le rompió la cadera y le destrozó las piernas. También se llevó un fuerte golpe en toda la cara y los vidrios del parabrisas se incrustaron en todo su cuerpo de la cintura para arriba.
Al parecer quedó completamente desfigurada y prácticamente partida por la mitad. Sin embargo, a pesar de todas las heridas que sufrió se mantuvo con vida hasta que comenzaron a llegar los primeros policías y ambulancias presenciando a los inertes cuerpos de sus hijos embarrados por todas partes.
El hombre que era quién conducía tuvo la suerte de que la única bolsa de aire que llevaba el auto le amortiguó el impacto contra el volante, pero, por la fuerza del choque varias columnas estructurales de la carrocería del vehículo terminaron atravesándole el abdomen hasta casi la espalda.
De todos fue el que menos heridas superficiales presentó y según escuché también se mantuvo consciente un buen rato. Presenció con horror como los restos de sus hijos lo cubrían a él, el interior y a su esposa, también como el desfigurado cuerpo de su amada esposa se esforzaba por vivir y los fallidos intentos por parte de los paramédicos para salvarles la vida o al menos a un miembro de su familia.
Prácticamente era imposible poder levantar los cuerpos enteros ya que la mayoría se encontraban hechos trizas…
Presenciar aquel accidente hizo que me replanteara mi oficio y en mi memoria aún recuerdo ver como la sangre y partes de los cuerpos que me fueron imposibles reconocer, salvo unos dedos rodeaban al vehículo destruido.
Me habían advertido que vería este tipo de situaciones en la carretera, pero, nunca creí que fuesen así de fuertes. Hasta ese momento me consideraba una persona de carácter fuerte capaz de mantener la mente fría en cualquier momento y sí, logré mantener cierta calma, pero, mi estomago hizo todo lo posible porque aquella hamburguesa que había desayunado en una gasolinera a primera hora regresará por donde ingresó.
Las arcadas y nauseas se volvieron insufribles de modo que corrí al costado de la carretera cerca del silvestre y alto césped color trigo que sirvió de cortina para ocultar la debilidad de mi estómago.
No fui el único que terminó regurgitando las entrañas al presenciar aquella escena incluso algunos miembros del cuerpo de policía, que me imagino eran novatos se encontraban en la misma situación que yo unos metros más delante de mí.
Aquella mañana llamé a mi viuda madre a quién no había saludado desde su cumpleaños pasado. Tardó en atender el teléfono, me imagino a la debilidad de sus manos a causa de la artritis que cada día le limitaba más el movimiento por los fuertes dolores y deformaciones óseas que con una vida dedicada a la maquiladora le habían dejado.
Se emocionó al escucharme, me contó como una vecina le había preguntado por mi el día anterior mientras platicaban frente a sus buzones de correo. Obviamente no le conté nada al respecto.
Le dije la verdad a medias, que había tenido que detenerme por un imprevisto en la carretera, pero, la verdad es que solo quería escuchar la reconfortante y cálida voz de alguien conocido a quien mínimamente le importaba.
Nunca me casé. La naturaleza de mi trabajo me impidió establecer relaciones sentimentales de calidad duraderas.
Por supuesto que conocí a muchas mujeres en los hoteles, cafeterías y gasolinerías en las que solía detenerme, pero, nunca quise ir más allá, pues, la mayor parte del tiempo me la pasaba conduciendo, transportando carbón, de vez en cuando ganado que como odiaba esa parte de mi trabajo y el resto tiempo muerto tratando de dormir en algún paradero o estacionamiento mientras cargaban al vehículo en la parte trasera.
Difícilmente podía ser un esposo presente y mucho menos podía ser un gran padre ¿qué clase de padre podría ser alguien a quien escasamente ven sus hijos un puñado de días al año?
La vida en este trabajo suele ser solitaria. Siempre se habla de la importancia de los ingenieros, los empresarios y demás profesiones, pero, rara vez se toma en cuenta a las personas que como yo trabajamos en el sector del transporte y hacemos posible el consumo de frutas de temporada todo el año, de los cortes de carne en la mayoría de los almacenes y supermercados o la ropa que visten.
Este trabajo suele ser demandante de tiempo, pero, siempre me gustó conducir. Desde joven cuando mi padre me enseñó a conducir en su viejo Ford sabía que quería manejar una máquina de acero impulsada por la explosión de la gasolina o diésel que hace mover las bielas y el cigüeñal de los motores de combustión interna. Me resultaba embriagante el olor del combustible y me llenaba de cierta adrenalina y poderío estar sentado sobre toneladas de acero potenciadas por la explosión de la gasolina que se efectúa en el interior de las cámaras de combustión.
El hecho es que siempre he llevado una vida solitaria. La mayoría de mis compañeros de trabajo me decían que sentara cabeza en alguna de las ciudades a las que solíamos llevar materiales. Ya que en el futuro lo lamentaría, pero, la situación del país en aquellos años no era muy alentadora y yo no me consideraba tan irresponsable para traer una o más vidas a este caótico mundo lleno de preguntas y carente de respuestas.
Y es que mi concepción de lo posible, de lo real y lo absurdo cambió completamente en aquel viaje a Virginia por carbón.
Al inicio no había nada fuera de la norma. La compañía me indicó que tenía una ruta pendiente hasta Virginia. Para aquel momento ya habían pasado algunos años del accidente y solo había memorias difusas sobre lo que había presenciado y también llevaba muchos más kilómetros de experiencia en carretera.
Me había vuelto en un conductor confiable. Así que el encargo tampoco era nada del otro mundo ya lo había hecho multitud de veces. Recuerdo que nos encontrábamos en otoño, casi invierno y este sería uno de los últimos trabajos del año y el material que habría de recoger sería necesario para alimentar a la maquinaria e industrias por la temporada invernal.
Era época de Halloween. Ya saben, esa bonita temporada del año donde las casas son adornadas, los niños se disfrazan y salen a pedir dulces. Todos se la pasan bien, juegan, bromean y se divierten. El recorrido hasta el punto de carga me tomó alrededor de 12 horas.
Salí de madrugada y recorrí hábilmente el trayecto. Por la mañana solo hice una parada para desayunar unos wafles y un café en una cafetería donde suelen reunirse las personas de mi profesión. Era un lugar caracterizado por servir a un montón de choferes hambrientos. Nada fuera de lo normal. Llegue a primera hora a la mina. Me identifiqué y estacioné cerca de la zona de carga.
A los pocos minutos se acercó un trabajador encargado del transporté me comentó que una de sus maquinas se había averiado y que estaban un poco retrasados con los tiempos, pero, que harían lo posible por solucionarlo.
Este tipo de cosas suele pasar. Son imprevistos. Yo me había quedado varado en el camino algunas veces por un neumático o una falla del camión. Así que no le di demasiada importancia. Aproveche para tomar una siesta en el camarote. Pero, al parecer sus esfuerzos por echar a andar aquella grúa habían sido inútiles.
A media día pregunté por el progreso a lo que me indicaron que aún no sabían a que hora, pero, que si estaba hambriento podía ir a buscar algo en la zona. Aproveche para estirar un poco las piernas y ver los hermosos paisajes rojizos del bosque.
Las hojas se encontraban por todas las calles y la temperatura comenzaba a bajar, pero, aún así había cientos de niños y personas disfrazadas por todos lados a pesar de la hora. Se notaba un gran gusto por aquella pagana celebración.
Volví del almuerzo y para mi fortuna ya estaban cargando mi remolque. Después de un par de horas me hicieron firmar la documentación de siempre. Salí de aquel lugar con rumbo a una gasolinera para recargar un poco de combustible para el trayecto.
El animo en la ciudad por Halloween se había incrementado, había luces, niños y personas en todos lados disfrutando de la festividad. Algunos niños se acercaron a pedirme dulces, pero, lamentablemente no llevaba ninguna bolsa encima, así que les di un poco de dinero a cada uno.
Abordé a mi vehículo y comencé a alejarme de la luminosa ciudad. Conforme iba alejándome de la urbe las luces comenzaban a escasear. La neblina comenzó a descender y una pequeña brisa amenazaba con volverse en un gran chubasco.
En cuanto dejé atrás a la ciudad menos vehículos me encontraba en el camino lo cual era beneficioso para mi ya que sería más rápido desplazarme. Pero, como se imaginarán los trayectos en este país son enormes así que aún había muchos kilómetros que recorrer.
El resto del camino estaba acompañado solo de grandes parras vírgenes. En algún punto de la carretera logré percibir una silueta de una persona que se encontraba tratando de cruzar la calle.
Caminaba encorvado y a paso lento, parecía como si hubiese tenido algún accidente vehicular cerca, pero, no había ni rastros de algo por el estilo. Solo aquella figura que en cuanto me frené giró su cabeza y dirigió su mirada hacia mí.
Gracias a la siesta que había tomado por el incidente con la maquina en la mina me mantenía bastante lucido así que pude detener mi vehículo a tiempo. Sin embargo, en cuanto me detuve aquel hombre también lo hizo. Me tenté a sonarle el claxon para que se hiciera a un lado, pero, no lo hice. Quizá debió ser mejor que lo hubiese ignorado…
Morfosis Historia De Terror
El hecho es que dejé el vehículo en neutral, puse el freno de mano, me asomé por la ventanilla y le pregunté si necesitaba ayuda a lo que asintió con su cabeza. Le dije que si necesitaba un aventón a lo que de inmediato se puso en marcha con dirección al camión.
Yo trate de aparcarme cerca a el hombre. Quité el seguro de la puerta del acompañante y se subió a la cabina. Le saludé y le indiqué que se pusiera el cinturón de seguridad, le dije hacia donde me dirigía y mientras todo esto sucedía un fuerte olor invadió mis fauces nasales.
Era un olor repulsivo y en cuanto este hombre que se encontraba vistiendo una sudadera con capucha tomó el cinturón logré ver que sus manos tenían heridas necrosadas que expulsaban pus. Todo parecía indicar que había subido a un homeless.
Ante aquella situación reaccioné de forma sorprendida y mis gestos de repulsión fueron incontenibles, pero, aquel hombre no hizo ningún sonido. Se limitó a mantener la cabeza viendo al frente y posó sus manos cruzadas sobre sus piernas.
En ese momento supe que había tomado una mala decisión, pero, aun no me encontraba listo para presenciar lo que siguió…puse en marcha el vehículo y le comenté que lo llevaría cerca del hospital más cercano para que fuera atendido de inmediato, pero, nuevamente no respondió a mi propuesta.
En aquella situación solo tenía unas cuantas opciones: dar la vuelta a Virginia y dejarlo en algún hospital, continuar mi trayecto a la ciudad más cercana para no retrasar mi viaje o dejar atrás a ese pobre hombre que parecía necesitar ayuda. Opté por la segunda opción…
Conduje algunos kilómetros, pero, aun no lograba dejar atrás al espeso bosque del que había salido. Baje la ventanilla de mi lado para no seguir oliendo ese fétido olor. Cuando de repente comencé a notar que aquel hombre sentado a mi lado comenzaba a tener una especie de espasmos musculares en el torso.
Me asusté y pregunté con asertividad si necesitaba ayuda, pero, nuevamente no respondió. Esos movimientos involuntarios cesaron de inmediato por lo que pise el acelerador pensé que fuese lo que tuviera necesitaba atención hospitalaria de inmediato.
Conduje y mantuve mi mirada al camino y al hombre cuando noté como de su cabeza comenzó a secretar una especie de sustancia blanca lechosa, similar a la que sueltan las cucarachas cuando son aplastadas.
En ese momento mi sorpresa fue mayor. Le dije que en la guantera había pañuelos de papel a lo que intentó abrir dicho compartimiento con una de sus extremidades de la cual comenzó a desprenderse a pedazos la pálida piel que recubría a lo que parecía ser una especie de pata de insecto peluda.
Cuando percibí aquella escena frené de golpe y mi primera reacción fue tratar de bajar del vehículo, ante el aumento de la tensión y el terror mis movimientos fueron toscos y no pude soltar el cinturón de seguridad a la primera. Después de unos cuantos intentos logré liberar el seguro y salí disparado del vehículo.
Dejé la puerta abierta por lo que la iluminación de la cabina permaneció encendida. Desde fuera presencie entre luces y sombras como aquella figura humanoide se retorcía y forcejeaba por zafarse del cinturón mientras emitía unos sonidos de dolor, agonía y sufrimiento que eran una mezcla de sonidos humanos, cigarras y los de una cucaracha de un tamaño descomunal.
Tan pronto me encontré en aquella situación mi instinto de supervivencia primario me indico correr para alejarme de lo que sea que se encontraba dentro de mi vehículo.
Cuando había corrido por algunos metros mientras pedía ayuda a los conductores que por cierto no había prácticamente nadie en aquel momento voltee la mirada hacia mi camión que había quedado con las luces bajas y altas encendidas y pude vislumbrar a un ser que mediría alrededor de dos metros de altura, tenía forma humanoide, pero, también una especie de alas de alguna especie de membrana o material similar al de las abejas u otros insectos voladores por los que se filtraba la luz y también lo que parecían ser cuatro pares de ojos tan rojos y resplandecientes como láseres.
Continúe corriendo lo más rápido que pude siendo consciente que me había vuelto la presa de un cazador, me alejé de las luces que emitía el vehículo y corrí por el costado de la carretera, pero, curiosamente esta abominación de la naturaleza o del infierno no me siguió. Posiblemente se adentró en las profundidades del bosque de parra.
Autor: Lyz Rayón
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