Mi Ex novia Bruja Historia De Terror 2024

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Mi Ex novia Bruja Historia De Terror 2024

Mi Ex Novia Bruja Historia De Terror… Habían pasado cinco años desde aquella experiencia que cambió mi vida de manera irrevocable. A los 25 años, la muerte de mi novia, mi amor eterno, dejó una marca indeleble en mi alma y alteró mi percepción de la realidad. A lo largo de estos años, he intentado poner en palabras la complejidad de aquellos momentos oscuros que me llevaron al borde del abismo emocional.

Nací y crecí en la bulliciosa Ciudad de México, y es en dónde transcurre esta historia. Fue durante la preparatoria cuando conocí a aquella que, en mi corazón, será el amor de mi vida por siempre. Era una persona excepcional, una combinación única de amabilidad, inteligencia y una disposición siempre presente para ayudar a los demás. Desde el momento en que la vi, quedé profundamente enamorada, y afortunadamente, ese sentimiento fue mutuo.

Comenzamos una relación que trascendió los años, sobreviviendo incluso a la transición a la universidad. A pesar de que temíamos que la distancia y las responsabilidades académicas pudieran separarnos, nuestra conexión se fortaleció. Tenía la firme creencia de que nuestra historia de amor perduraría hasta la vejez, pero el destino tenía otros planes para nosotros.

Dos años antes de terminar la universidad, mi amada comenzó a experimentar problemas de salud aparentemente insignificantes. Fatiga constante y moretones inexplicables llevaron a una visita al médico, y allí se desencadenaron nuestros peores temores: leucemia. El diagnóstico fue devastador, y aunque luchamos con todas nuestras fuerzas, la enfermedad avanzó con una velocidad implacable.

Me aferré a la esperanza mientras ella enfrentaba tratamientos agotadores y descansaba en busca de alivio. Sin embargo, la realidad cruel no tardó en manifestarse, y su luz se apagó de manera inesperada. La muerte de mi novia me sumió en una tristeza profunda, amenazando incluso con arrebatar mi carrera universitaria.

Recuerdo claramente esos días oscuros en los que la simple idea de salir o hablar con alguien parecía una tarea titánica. Sentía que nadie en el mundo podía comprender la magnitud de mi dolor. Afortunadamente, mi familia intervino, guiándome hacia grupos de apoyo diseñados para enfrentar pérdidas tan abrumadoras.

Un año de terapia fue mi salvavidas, permitiéndome sanar heridas emocionales que parecían incurables. Aunque aún sentía su ausencia y sabía que mi camino de recuperación era largo, comencé a encontrar destellos de luz en mi vida una vez más. Surgieron nuevas amistades y redescubrí la importancia de compartir risas y experiencias con aquellos que me rodeaban.

Pese a las recomendaciones bien intencionadas de encontrar un nuevo amor, la idea de otra relación romántica me aterraba. Sentía como si traicionaría la memoria de mi amada novia, como si encontrar la felicidad con otra persona fuera un acto de deslealtad. Su muerte se mantenía fresca en mi mente, y cualquier intento de avanzar me parecía un acto irrespetuoso hacia lo que compartimos.

Sin embargo, pronto me sentí ligeramente presionada a hacerlo, ya que la mayoría de mis amigas tenían parejas y, cuando salíamos, a menudo me encontraba como la única sin compañía. Sentía que quizás podría darme otra oportunidad, aunque honestamente, en aquel tiempo, no me sentía del todo preparada para hacerlo. Mi madre también alentaba la idea, sugiriendo que era demasiado joven como para estar soltera el resto de mi vida. Tratando de hacer el mínimo esfuerzo, creé un perfil en una aplicación de citas y pronto estuve en línea.

Aunque no estaba completamente segura de mí misma, la verdad era que, en ese momento, no estaba tan interesada en casi ninguna chica que le diera “me gusta” a mi perfil en esa aplicación. Podían pasar días sin que abriera la aplicación hasta que, un día, mientras revisaba los perfiles de las chicas que me habían dado “me gusta”, por accidente, deslicé hacia el otro lado y hice match con una de ellas.

No era mi intención, y hasta ese momento, después de dos meses, no le había dado “me gusta” a ninguna persona. No sabía cómo quitar ese “me gusta”, pero después pensé que daba igual, que lo más probable es que no pasara absolutamente nada.

Pocos minutos después, recibí un mensaje en privado de la chica a la que le había dado “me gusta” por accidente. Estaba a punto de explicarle mi error, pero algo dentro de mí me dijo que quizás debía dejar de ser tan cerrada y tratar de entablar una relación. Así que respondí al mensaje, y ambas comenzamos a hablar.

Resultó que no era para nada malo, de hecho, la conversación fluyó demasiado bien. Ambas parecíamos tener el mismo tipo de gustos en películas, series y también en cómo nos gustaba tener una cita. Además, vivíamos relativamente cerca, por lo que después de pasar algunas horas conversando, la otra chica propuso ir a tomar algo al día siguiente.

Al principio, quería negarme, pero pensé que realmente necesitaba salir de mi zona de confort, así que accedí. Al día siguiente, cuando faltaban solo un par de horas para la cita, estaba realmente nerviosa. Tan nerviosa que estuve a punto de cancelar. Sin embargo, como ya se lo había contado a mi mejor amiga, esta no me dejó hacerlo y trató de animarme, diciéndome que, en el peor de los casos, simplemente esa sería la única cita que tendría. Así que finalmente, me dirigí hacia la cafetería donde nos habíamos quedado de ver.

Llegué unos 5 minutos antes. Sin embargo, cuando crucé la puerta de la cafetería, noté que la otra chica ya estaba allí. Estaba vestida tal y como me dijo que lo estaría, y también la reconocí por sus fotos de perfil en la aplicación. Me acerqué y me senté en la mesa junto a ella. Sin embargo, al sentarme, noté que la chica estaba un poco seria.

Le pregunté el motivo y ella respondió que había llegado tarde. Sin embargo, al mirar mi reloj, le dije que eso no era cierto, que de hecho, había llegado a tiempo. La chica explicó que, según los mensajes que me había enviado el día anterior, ella siempre prefería llegar 15 minutos antes. Fue extraño, ya que recordaba la conversación, pero supuse que era un hábito personal suyo, no una regla estricta para llegar siempre 15 minutos antes de la hora pactada. Decidí no darle mucha importancia, especialmente porque la chica me sonrió y dijo que ya había llegado, lo cual era lo único importante en ese momento.

La cita comenzó, y tal como habíamos experimentado a través de mensajes de texto, ambas teníamos una química natural. Me agradó su compañía, tenía buenos temas de conversación y siempre estaba dispuesta a escuchar. No hubo nada negativo en esa cita, así que al finalizar, nos despedimos, acordando una segunda cita un par de días después. Realmente disfrutaba pasar tiempo con ella; era una persona agradable, o al menos eso parecía.

Al regresar a casa, después de la segunda cita acordada, decidí revisar nuevamente su perfil en la aplicación de citas. Hasta ese momento, recordé que le había dado “me gusta” por accidente y, debido a eso, no me había tomado el tiempo de leer la descripción de su perfil. Al principio, todo parecía normal, su color favorito era el negro, le gustaba la comida japonesa y buscaba una relación seria. Sin embargo, algo en su descripción me desconcertó un poco: le gustaba practicar brujería.

Honestamente, yo no creía en nada relacionado con la brujería, los astros o los cristales mágicos. Durante la enfermedad de mi ex novia, su familia había intentado métodos alternativos, incluida la medicina herbaria y consultas con brujos, pero nada había funcionado. Había llegado a la conclusión de que eran prácticas sin fundamento. Aunque me consideraba atea, pensé que la creencia en cosas como la brujería no debería ser un gran problema. Después de todo, cada persona era libre de creer en lo que quisiera.

Sin embargo, un par de horas después, recibí una solicitud de amistad de la chica en Facebook. Al ingresar a su perfil, me di cuenta rápidamente de que la afición por la brujería de la chica con la que estaba empezando a salir era mucho más que un simple hobby. Básicamente, todo su perfil giraba en torno a eso: subía nuevas adquisiciones de cristales que parecían realizar limpias, compartía publicaciones acerca de magia y, en general, mostraba un interés profundo en el mundo esotérico. Aunque no había nada extraño o indicativo de inestabilidad en su perfil, parecía evidente que realmente disfrutaba de esos elementos.

A pesar de no haber encontrado nada que sugiriera problemas, sentía que podría no funcionar una relación con alguien tan involucrado en lo espiritual. En aquel momento de mi vida, estaba bastante desapegada de todo lo relacionado con lo espiritual, y estaba segura de que esta diferencia podría afectar nuestra conexión. Primero, consideré enviarle un mensaje explicándole mis pensamientos, pero luego pensé que eso podría ser un tanto impersonal. Luego, la idea de llamarla cruzó mi mente, pero rápidamente rechacé la posibilidad de ser percibida como grosera. Finalmente, decidí abordar el tema cara a cara en nuestra próxima cita, ya que me pareció lo más adecuado.

Durante los días previos a la cita, yo me comportaba un poco distante por mensaje. No quería dar falsas esperanzas de una relación que probablemente no llegaría a culminar. Así, llegó el día pactado para nuestra segunda cita, y honestamente, no entiendo muy bien qué sucedió. Al llegar al restaurante, estaba completamente convencida de expresarle mis preocupaciones, pero cuando la chica llegó, me abrazó con fuerza. Al principio, me sentí un poco incómoda, pero rápidamente experimenté una sensación de calidez que no podía ignorar. Era como si en los brazos de esta chica estuviera en el mejor lugar del mundo y no quisiera volver a despegarme de ella jamás.

Cuando el abrazo terminó, me quedé sin palabras. Nos sentamos en la mesa y esperamos a que el camarero nos atendiera. Durante esa cita, recuerdo que fue una de las mejores experiencias de mi vida. Fue mucho mejor que la primera cita y todas esas horas que habíamos pasado hablando por teléfono. En ese momento, la veía como la mujer más hermosa del mundo. No podía pensar en ninguna otra persona que no fuera ella.

La conexión era tan fuerte que antes de que la cita terminara, le pedí a la chica que fuera mi novia, a lo que ella accedió de inmediato. Desde ese día, formalizamos nuestra relación, y todo parecía ser de color rosa, al menos para mí. Sentía que había vuelto a encontrar el amor, pero a medida que pasaban las semanas, las cosas comenzaron a torcerse un poco.

Al principio, todo parecía ir bien, aunque empecé a notar que me estaba sumergiendo demasiado en la realidad de mi nueva novia. Aunque nunca me había interesado el tema de la brujería o los astros, me encontraba siguiendo sus deseos y permitiéndole tomar todas las decisiones. Me regaló un collar con un cristal transparente que contenía un líquido rojizo en su interior. Me pidió que prometiera usarlo siempre y que nunca me lo quitaría. A pesar de no tener ningún interés en ese tipo de accesorios, cumplí con mi palabra y llevaba el collar todo el tiempo, incluso cuando me duchaba.

Con el tiempo, comencé a notar ciertos comportamientos de mi nueva novia que no me agradaban en absoluto. Dado que nos conocíamos hace poco, ella empezó a revelar defectos que no había tenido la oportunidad de reconocer anteriormente. Uno de ellos era su tendencia a hablar exclusivamente sobre ella misma. Cualquier conversación apenas podía durar más de 5 minutos antes de que el tema se centrara en ella. Esto empezó a cansarme un poco.

Además, demostró ser muy exigente en cuanto a la programación de horarios. Si quedábamos en encontrarnos a cierta hora, ella esperaba que llegara 15 minutos antes, y si no lo hacía, se molestaba. Hubo una ocasión en la que me retrasé dos minutos debido al tráfico, y su reacción fue una escena que llamó la atención de todos en el lugar.

Con el tiempo, noté que también era una persona posesiva y celosa. Se incomodaba si hablaba con mis amigas o salía con alguien que no fuera ella. Las llamadas durante las horas de trabajo se volvieron frecuentes, y si no respondía, desencadenaba grandes peleas al llegar a casa. Además, se mudó conmigo extremadamente rápido, como si no pudiera decirle que no a ninguna de sus peticiones. Quería saber dónde estaba en todo momento, tenía la contraseña de mi teléfono y acceso a todas mis cuentas de redes sociales.

Estos comportamientos preocuparon a mis amigas, quienes, al conocerme durante mucho tiempo, temían por mi bienestar. En innumerables ocasiones, me recomendaron terminar la relación, pero a pesar de mi propio cansancio y del constante estrés que la relación me estaba causando, era algo que no podía hacer. Estaba totalmente encaprichada con ella, incapaz de entender por qué no podía liberarme, a pesar de que la relación se había convertido en un estrés constante que estaba afectando negativamente mi estabilidad mental.

En una ocasión, después de la jornada laboral, un grupo de compañeros, incluida mi mejor amiga, me propuso ir a un bar para tomar algo. Aunque al principio vacilé y mostré resistencia, finalmente cedí después de que me convencieran. Para evitar problemas con mi novia, le envié un mensaje para informarle de mis planes. Sorprendentemente, no obtuve respuesta, pero decidí no darle demasiada importancia, considerando las frecuentes discusiones telefónicas que solíamos tener. Así, me dirigí al bar con mis compañeros y todos pasamos un buen rato.

Sin embargo, la situación tomó un giro inesperado cuando mi mejor amiga me invitó a bailar y acepté. Mientras disfrutábamos de la música, noté la entrada de mi novia al establecimiento, desencadenando una escena de celos descontrolada que llamó la atención de todos, incluso llevando a la intervención de seguridad. En el estacionamiento, los celos persistieron, y mi novia no lograba calmarse. En un momento de desesperación, me abofeteó en la cara. Este impactante momento sirvió como despertar de aquel trance en el que había estado sumergida durante meses. Aturdida, pude finalmente exigir que se marchara y le pedí que nunca más me buscara.

Aquel día, me refugié en casa de mi mejor amiga, donde me di cuenta de que, durante la confrontación, había perdido el collar que mi ex novia me había dado. En ese instante, no le di demasiada importancia, ya que no quería tener nada que me recordara la horrible relación que acababa de dejar atrás. Al día siguiente, junto con mi amiga, regresé al departamento que compartía con mi ex novia para recoger mis pertenencias. Asegurándonos de que mi ex no estuviera presente, pude empacar sin complicaciones, sintiéndome liberada de un peso profundo.

La sensación de liberación me llevó a celebrar con un grupo de amigas esa misma tarde. Sin embargo, al regresar a casa de mi amiga, noté que mi teléfono tenía más de 200 llamadas perdidas y numerosos mensajes en todas mis redes sociales, provenientes de mi ex novia. Este descubrimiento planteó interrogantes sobre la intensidad y la obsesión de mi ex pareja, dejándome con una mezcla de confusión y preocupación.

Las inquietantes amenazas y mensajes de mi ex novia se volvieron cada vez más perturbadores. A pesar de que en sus primeros mensajes ofrecía disculpas y prometía que la violencia no se repetiría, sus comunicados adquirían un tono amenazante y obsesivo a cada mensaje que me enviaba. Insistía en que me arrepentiría y que sin ella, no sería nadie. Las promesas de que nunca encontraría a alguien como ella se convirtieron en una especie de mantra tenebroso que, aunque desconcertante, opté por atribuir a la rabia de haber sido dejada.

Pocos días después, logré mudarme a un nuevo departamento, recuperando así mi privacidad y alejándome de cualquier forma de acoso. Sentía alivio al pensar que mi ex novia no tenía manera de conocer mi nueva ubicación. Sin embargo, la tranquilidad se desvaneció en la primera noche en mi nuevo hogar. Mientras me sumía en un sueño profundo, un crujido entre las bolsas de mudanza interrumpió la paz. Al alumbrar con la luz de mi teléfono, no encontré nada fuera de lo común, atribuyéndolo a los sonidos normales de un lugar desconocido.

La segunda señal de que algo estaba mal ocurrió cuando, entre sueños, experimenté la sensación de una mano acariciando mi rostro. Sobresaltada, salté de la cama y, al abrir los ojos, vislumbré una sombra oscura deslizándose debajo de la cama. La ansiedad se apoderó de mí, y traté de convencerme de que solo era una pesadilla. No obstante, mi teléfono sonó, revelando un mensaje de un número desconocido que decía: “Mi amigo piensa que te ves hermosa mientras duermes”.

Mi Ex Novia Bruja Historia De Terror

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Aterrorizada, iluminé cada rincón de mi nueva casa, descubriendo que la sombra no podía moverse en la luz. Desde ese día, me vi obligada a mantener las luces encendidas constantemente. Este episodio se volvía más insoportable, y no sabía a quién recurrir. Sin embargo, lo peor aún estaba por suceder.

Después de meses de vivir con las luces encendidas constantemente, tratando inútilmente de liberarme de la entidad perturbadora que parecía perseguirme a toda hora, mi vida tomó un giro inesperado. A pesar de haber buscado ayuda en diversas limpias y charlatanes que solo buscaban aprovecharse de mi desesperación, la presencia indeseada persistía. Y una noche, mientras dormía en mi habitación iluminada artificialmente, tuve un sueño extraño y revelador.

En el sueño, mi ex novia no era un ser amenazante, sino algo que anhelaba y necesitaba. Su aroma se convirtió en la única cosa que podía brindarme consuelo, y su presencia parecía ser lo único que mi corazón anhelaba. Al despertar, experimenté una visión completamente diferente de ella, una que me llevó de nuevo a la obsesión. Un impulso irracional me llevó a intentar reconciliarme, a rogarle que volviera a mi lado. Cada llamada no contestada y cada rechazo solo profundizaban mi sensación de vacío. Desesperada, llegué incluso a su trabajo, arrodillándome y suplicándole que regresara.

Mi ex novia disfrutaba de mi sufrimiento, negándose a volver conmigo. Sentí que mi vida carecía de sentido sin ella, dispuesta a humillarme con tal de tenerla de nuevo. Afortunadamente, mi mejor amiga intervino, llevándome a Veracruz para encontrarme con un chamán que prometía liberarme de cualquier maleficio. Al llegar, el chamán, sin necesidad de explicaciones, identificó un fuerte amarre y endulzamiento, así como la presencia de una entidad oscura que me perseguía. Comenzaron limpias y rituales, bebiendo brebajes que prometían purificación.

El chamán explicó que todo esto era producto de magia negra, un poder sobrenatural que requería devolver a quien lo había desatado. Acepté la propuesta y, tras varias sesiones, me sentí liberada. Durante mucho tiempo, mi ex novia dejó de acosarme, y la paz volvió a mi vida. Sin embargo, hace unos meses, la volví a ver. Ella estaba visiblemente afectada, envejecida prematuramente, y aunque no sé si fue el resultado de la magia negra devolviéndole sus acciones o simplemente las consecuencias de su propio oscuro camino, eso ya no me importa. Mi prioridad es seguir adelante, aprendiendo de las lecciones que esta experiencia me dejó y dejando atrás las sombras del pasado.

Escrito por: Liza Hernández.

Mi ex novia bruja.

Habían pasado cinco años desde aquella experiencia que cambió mi vida de manera irrevocable. A los 25 años, la muerte de mi novia, mi amor eterno, dejó una marca indeleble en mi alma y alteró mi percepción de la realidad. A lo largo de estos años, he intentado poner en palabras la complejidad de aquellos momentos oscuros que me llevaron al borde del abismo emocional.

Nací y crecí en la bulliciosa Ciudad de México, y es en dónde transcurre esta historia. Fue durante la preparatoria cuando conocí a aquella que, en mi corazón, será el amor de mi vida por siempre. Era una persona excepcional, una combinación única de amabilidad, inteligencia y una disposición siempre presente para ayudar a los demás. Desde el momento en que la vi, quedé profundamente enamorada, y afortunadamente, ese sentimiento fue mutuo.

Comenzamos una relación que trascendió los años, sobreviviendo incluso a la transición a la universidad. A pesar de que temíamos que la distancia y las responsabilidades académicas pudieran separarnos, nuestra conexión se fortaleció. Tenía la firme creencia de que nuestra historia de amor perduraría hasta la vejez, pero el destino tenía otros planes para nosotros.

Dos años antes de terminar la universidad, mi amada comenzó a experimentar problemas de salud aparentemente insignificantes. Fatiga constante y moretones inexplicables llevaron a una visita al médico, y allí se desencadenaron nuestros peores temores: leucemia. El diagnóstico fue devastador, y aunque luchamos con todas nuestras fuerzas, la enfermedad avanzó con una velocidad implacable.

Me aferré a la esperanza mientras ella enfrentaba tratamientos agotadores y descansaba en busca de alivio. Sin embargo, la realidad cruel no tardó en manifestarse, y su luz se apagó de manera inesperada. La muerte de mi novia me sumió en una tristeza profunda, amenazando incluso con arrebatar mi carrera universitaria.

Recuerdo claramente esos días oscuros en los que la simple idea de salir o hablar con alguien parecía una tarea titánica. Sentía que nadie en el mundo podía comprender la magnitud de mi dolor. Afortunadamente, mi familia intervino, guiándome hacia grupos de apoyo diseñados para enfrentar pérdidas tan abrumadoras.

Un año de terapia fue mi salvavidas, permitiéndome sanar heridas emocionales que parecían incurables. Aunque aún sentía su ausencia y sabía que mi camino de recuperación era largo, comencé a encontrar destellos de luz en mi vida una vez más. Surgieron nuevas amistades y redescubrí la importancia de compartir risas y experiencias con aquellos que me rodeaban.

Pese a las recomendaciones bien intencionadas de encontrar un nuevo amor, la idea de otra relación romántica me aterraba. Sentía como si traicionaría la memoria de mi amada novia, como si encontrar la felicidad con otra persona fuera un acto de deslealtad. Su muerte se mantenía fresca en mi mente, y cualquier intento de avanzar me parecía un acto irrespetuoso hacia lo que compartimos.

Sin embargo, pronto me sentí ligeramente presionada a hacerlo, ya que la mayoría de mis amigas tenían parejas y, cuando salíamos, a menudo me encontraba como la única sin compañía. Sentía que quizás podría darme otra oportunidad, aunque honestamente, en aquel tiempo, no me sentía del todo preparada para hacerlo. Mi madre también alentaba la idea, sugiriendo que era demasiado joven como para estar soltera el resto de mi vida. Tratando de hacer el mínimo esfuerzo, creé un perfil en una aplicación de citas y pronto estuve en línea.

Aunque no estaba completamente segura de mí misma, la verdad era que, en ese momento, no estaba tan interesada en casi ninguna chica que le diera “me gusta” a mi perfil en esa aplicación. Podían pasar días sin que abriera la aplicación hasta que, un día, mientras revisaba los perfiles de las chicas que me habían dado “me gusta”, por accidente, deslicé hacia el otro lado y hice match con una de ellas. No era mi intención, y hasta ese momento, después de dos meses, no le había dado “me gusta” a ninguna persona. No sabía cómo quitar ese “me gusta”, pero después pensé que daba igual, que lo más probable es que no pasara absolutamente nada.

Pocos minutos después, recibí un mensaje en privado de la chica a la que le había dado “me gusta” por accidente. Estaba a punto de explicarle mi error, pero algo dentro de mí me dijo que quizás debía dejar de ser tan cerrada y tratar de entablar una relación. Así que respondí al mensaje, y ambas comenzamos a hablar.

Resultó que no era para nada malo, de hecho, la conversación fluyó demasiado bien. Ambas parecíamos tener el mismo tipo de gustos en películas, series y también en cómo nos gustaba tener una cita. Además, vivíamos relativamente cerca, por lo que después de pasar algunas horas conversando, la otra chica propuso ir a tomar algo al día siguiente.

Al principio, quería negarme, pero pensé que realmente necesitaba salir de mi zona de confort, así que accedí. Al día siguiente, cuando faltaban solo un par de horas para la cita, estaba realmente nerviosa. Tan nerviosa que estuve a punto de cancelar. Sin embargo, como ya se lo había contado a mi mejor amiga, esta no me dejó hacerlo y trató de animarme, diciéndome que, en el peor de los casos, simplemente esa sería la única cita que tendría. Así que finalmente, me dirigí hacia la cafetería donde nos habíamos quedado de ver.

Llegué unos 5 minutos antes. Sin embargo, cuando crucé la puerta de la cafetería, noté que la otra chica ya estaba allí. Estaba vestida tal y como me dijo que lo estaría, y también la reconocí por sus fotos de perfil en la aplicación. Me acerqué y me senté en la mesa junto a ella. Sin embargo, al sentarme, noté que la chica estaba un poco seria.

Le pregunté el motivo y ella respondió que había llegado tarde. Sin embargo, al mirar mi reloj, le dije que eso no era cierto, que de hecho, había llegado a tiempo. La chica explicó que, según los mensajes que me había enviado el día anterior, ella siempre prefería llegar 15 minutos antes. Fue extraño, ya que recordaba la conversación, pero supuse que era un hábito personal suyo, no una regla estricta para llegar siempre 15 minutos antes de la hora pactada. Decidí no darle mucha importancia, especialmente porque la chica me sonrió y dijo que ya había llegado, lo cual era lo único importante en ese momento.

La cita comenzó, y tal como habíamos experimentado a través de mensajes de texto, ambas teníamos una química natural. Me agradó su compañía, tenía buenos temas de conversación y siempre estaba dispuesta a escuchar. No hubo nada negativo en esa cita, así que al finalizar, nos despedimos, acordando una segunda cita un par de días después. Realmente disfrutaba pasar tiempo con ella; era una persona agradable, o al menos eso parecía.

Al regresar a casa, después de la segunda cita acordada, decidí revisar nuevamente su perfil en la aplicación de citas. Hasta ese momento, recordé que le había dado “me gusta” por accidente y, debido a eso, no me había tomado el tiempo de leer la descripción de su perfil. Al principio, todo parecía normal, su color favorito era el negro, le gustaba la comida japonesa y buscaba una relación seria. Sin embargo, algo en su descripción me desconcertó un poco: le gustaba practicar brujería.

Honestamente, yo no creía en nada relacionado con la brujería, los astros o los cristales mágicos. Durante la enfermedad de mi ex novia, su familia había intentado métodos alternativos, incluida la medicina herbaria y consultas con brujos, pero nada había funcionado. Había llegado a la conclusión de que eran prácticas sin fundamento. Aunque me consideraba atea, pensé que la creencia en cosas como la brujería no debería ser un gran problema. Después de todo, cada persona era libre de creer en lo que quisiera.

Sin embargo, un par de horas después, recibí una solicitud de amistad de la chica en Facebook. Al ingresar a su perfil, me di cuenta rápidamente de que la afición por la brujería de la chica con la que estaba empezando a salir era mucho más que un simple hobby. Básicamente, todo su perfil giraba en torno a eso: subía nuevas adquisiciones de cristales que parecían realizar limpias, compartía publicaciones acerca de magia y, en general, mostraba un interés profundo en el mundo esotérico. Aunque no había nada extraño o indicativo de inestabilidad en su perfil, parecía evidente que realmente disfrutaba de esos elementos.

A pesar de no haber encontrado nada que sugiriera problemas, sentía que podría no funcionar una relación con alguien tan involucrado en lo espiritual. En aquel momento de mi vida, estaba bastante desapegada de todo lo relacionado con lo espiritual, y estaba segura de que esta diferencia podría afectar nuestra conexión. Primero, consideré enviarle un mensaje explicándole mis pensamientos, pero luego pensé que eso podría ser un tanto impersonal. Luego, la idea de llamarla cruzó mi mente, pero rápidamente rechacé la posibilidad de ser percibida como grosera. Finalmente, decidí abordar el tema cara a cara en nuestra próxima cita, ya que me pareció lo más adecuado.

Durante los días previos a la cita, yo me comportaba un poco distante por mensaje. No quería dar falsas esperanzas de una relación que probablemente no llegaría a culminar. Así, llegó el día pactado para nuestra segunda cita, y honestamente, no entiendo muy bien qué sucedió. Al llegar al restaurante, estaba completamente convencida de expresarle mis preocupaciones, pero cuando la chica llegó, me abrazó con fuerza. Al principio, me sentí un poco incómoda, pero rápidamente experimenté una sensación de calidez que no podía ignorar. Era como si en los brazos de esta chica estuviera en el mejor lugar del mundo y no quisiera volver a despegarme de ella jamás.

Cuando el abrazo terminó, me quedé sin palabras. Nos sentamos en la mesa y esperamos a que el camarero nos atendiera. Durante esa cita, recuerdo que fue una de las mejores experiencias de mi vida. Fue mucho mejor que la primera cita y todas esas horas que habíamos pasado hablando por teléfono. En ese momento, la veía como la mujer más hermosa del mundo. No podía pensar en ninguna otra persona que no fuera ella.

La conexión era tan fuerte que antes de que la cita terminara, le pedí a la chica que fuera mi novia, a lo que ella accedió de inmediato. Desde ese día, formalizamos nuestra relación, y todo parecía ser de color rosa, al menos para mí. Sentía que había vuelto a encontrar el amor, pero a medida que pasaban las semanas, las cosas comenzaron a torcerse un poco.

Al principio, todo parecía ir bien, aunque empecé a notar que me estaba sumergiendo demasiado en la realidad de mi nueva novia. Aunque nunca me había interesado el tema de la brujería o los astros, me encontraba siguiendo sus deseos y permitiéndole tomar todas las decisiones. Me regaló un collar con un cristal transparente que contenía un líquido rojizo en su interior. Me pidió que prometiera usarlo siempre y que nunca me lo quitaría. A pesar de no tener ningún interés en ese tipo de accesorios, cumplí con mi palabra y llevaba el collar todo el tiempo, incluso cuando me duchaba.

Con el tiempo, comencé a notar ciertos comportamientos de mi nueva novia que no me agradaban en absoluto. Dado que nos conocíamos hace poco, ella empezó a revelar defectos que no había tenido la oportunidad de reconocer anteriormente. Uno de ellos era su tendencia a hablar exclusivamente sobre ella misma. Cualquier conversación apenas podía durar más de 5 minutos antes de que el tema se centrara en ella. Esto empezó a cansarme un poco.

Además, demostró ser muy exigente en cuanto a la programación de horarios. Si quedábamos en encontrarnos a cierta hora, ella esperaba que llegara 15 minutos antes, y si no lo hacía, se molestaba. Hubo una ocasión en la que me retrasé dos minutos debido al tráfico, y su reacción fue una escena que llamó la atención de todos en el lugar.

Con el tiempo, noté que también era una persona posesiva y celosa. Se incomodaba si hablaba con mis amigas o salía con alguien que no fuera ella. Las llamadas durante las horas de trabajo se volvieron frecuentes, y si no respondía, desencadenaba grandes peleas al llegar a casa. Además, se mudó conmigo extremadamente rápido, como si no pudiera decirle que no a ninguna de sus peticiones. Quería saber dónde estaba en todo momento, tenía la contraseña de mi teléfono y acceso a todas mis cuentas de redes sociales.

Estos comportamientos preocuparon a mis amigas, quienes, al conocerme durante mucho tiempo, temían por mi bienestar. En innumerables ocasiones, me recomendaron terminar la relación, pero a pesar de mi propio cansancio y del constante estrés que la relación me estaba causando, era algo que no podía hacer. Estaba totalmente encaprichada con ella, incapaz de entender por qué no podía liberarme, a pesar de que la relación se había convertido en un estrés constante que estaba afectando negativamente mi estabilidad mental.

En una ocasión, después de la jornada laboral, un grupo de compañeros, incluida mi mejor amiga, me propuso ir a un bar para tomar algo. Aunque al principio vacilé y mostré resistencia, finalmente cedí después de que me convencieran. Para evitar problemas con mi novia, le envié un mensaje para informarle de mis planes. Sorprendentemente, no obtuve respuesta, pero decidí no darle demasiada importancia, considerando las frecuentes discusiones telefónicas que solíamos tener. Así, me dirigí al bar con mis compañeros y todos pasamos un buen rato.

Sin embargo, la situación tomó un giro inesperado cuando mi mejor amiga me invitó a bailar y acepté. Mientras disfrutábamos de la música, noté la entrada de mi novia al establecimiento, desencadenando una escena de celos descontrolada que llamó la atención de todos, incluso llevando a la intervención de seguridad. En el estacionamiento, los celos persistieron, y mi novia no lograba calmarse. En un momento de desesperación, me abofeteó en la cara. Este impactante momento sirvió como despertar de aquel trance en el que había estado sumergida durante meses. Aturdida, pude finalmente exigir que se marchara y le pedí que nunca más me buscara.

Aquel día, me refugié en casa de mi mejor amiga, donde me di cuenta de que, durante la confrontación, había perdido el collar que mi ex novia me había dado. En ese instante, no le di demasiada importancia, ya que no quería tener nada que me recordara la horrible relación que acababa de dejar atrás. Al día siguiente, junto con mi amiga, regresé al departamento que compartía con mi ex novia para recoger mis pertenencias. Asegurándonos de que mi ex no estuviera presente, pude empacar sin complicaciones, sintiéndome liberada de un peso profundo.

La sensación de liberación me llevó a celebrar con un grupo de amigas esa misma tarde. Sin embargo, al regresar a casa de mi amiga, noté que mi teléfono tenía más de 200 llamadas perdidas y numerosos mensajes en todas mis redes sociales, provenientes de mi ex novia. Este descubrimiento planteó interrogantes sobre la intensidad y la obsesión de mi ex pareja, dejándome con una mezcla de confusión y preocupación.

Las inquietantes amenazas y mensajes de mi ex novia se volvieron cada vez más perturbadores. A pesar de que en sus primeros mensajes ofrecía disculpas y prometía que la violencia no se repetiría, sus comunicados adquirían un tono amenazante y obsesivo a cada mensaje que me enviaba. Insistía en que me arrepentiría y que sin ella, no sería nadie. Las promesas de que nunca encontraría a alguien como ella se convirtieron en una especie de mantra tenebroso que, aunque desconcertante, opté por atribuir a la rabia de haber sido dejada.

Pocos días después, logré mudarme a un nuevo departamento, recuperando así mi privacidad y alejándome de cualquier forma de acoso. Sentía alivio al pensar que mi ex novia no tenía manera de conocer mi nueva ubicación. Sin embargo, la tranquilidad se desvaneció en la primera noche en mi nuevo hogar. Mientras me sumía en un sueño profundo, un crujido entre las bolsas de mudanza interrumpió la paz. Al alumbrar con la luz de mi teléfono, no encontré nada fuera de lo común, atribuyéndolo a los sonidos normales de un lugar desconocido.

La segunda señal de que algo estaba mal ocurrió cuando, entre sueños, experimenté la sensación de una mano acariciando mi rostro. Sobresaltada, salté de la cama y, al abrir los ojos, vislumbré una sombra oscura deslizándose debajo de la cama. La ansiedad se apoderó de mí, y traté de convencerme de que solo era una pesadilla. No obstante, mi teléfono sonó, revelando un mensaje de un número desconocido que decía: “Mi amigo piensa que te ves hermosa mientras duermes”.

Aterrorizada, iluminé cada rincón de mi nueva casa, descubriendo que la sombra no podía moverse en la luz. Desde ese día, me vi obligada a mantener las luces encendidas constantemente. Este episodio se volvía más insoportable, y no sabía a quién recurrir. Sin embargo, lo peor aún estaba por suceder.

Después de meses de vivir con las luces encendidas constantemente, tratando inútilmente de liberarme de la entidad perturbadora que parecía perseguirme a toda hora, mi vida tomó un giro inesperado. A pesar de haber buscado ayuda en diversas limpias y charlatanes que solo buscaban aprovecharse de mi desesperación, la presencia indeseada persistía. Y una noche, mientras dormía en mi habitación iluminada artificialmente, tuve un sueño extraño y revelador.

En el sueño, mi ex novia no era un ser amenazante, sino algo que anhelaba y necesitaba. Su aroma se convirtió en la única cosa que podía brindarme consuelo, y su presencia parecía ser lo único que mi corazón anhelaba. Al despertar, experimenté una visión completamente diferente de ella, una que me llevó de nuevo a la obsesión. Un impulso irracional me llevó a intentar reconciliarme, a rogarle que volviera a mi lado. Cada llamada no contestada y cada rechazo solo profundizaban mi sensación de vacío. Desesperada, llegué incluso a su trabajo, arrodillándome y suplicándole que regresara.

Mi ex novia disfrutaba de mi sufrimiento, negándose a volver conmigo. Sentí que mi vida carecía de sentido sin ella, dispuesta a humillarme con tal de tenerla de nuevo. Afortunadamente, mi mejor amiga intervino, llevándome a Veracruz para encontrarme con un chamán que prometía liberarme de cualquier maleficio. Al llegar, el chamán, sin necesidad de explicaciones, identificó un fuerte amarre y endulzamiento, así como la presencia de una entidad oscura que me perseguía. Comenzaron limpias y rituales, bebiendo brebajes que prometían purificación.

El chamán explicó que todo esto era producto de magia negra, un poder sobrenatural que requería devolver a quien lo había desatado. Acepté la propuesta y, tras varias sesiones, me sentí liberada. Durante mucho tiempo, mi ex novia dejó de acosarme, y la paz volvió a mi vida. Sin embargo, hace unos meses, la volví a ver. Ella estaba visiblemente afectada, envejecida prematuramente, y aunque no sé si fue el resultado de la magia negra devolviéndole sus acciones o simplemente las consecuencias de su propio oscuro camino, eso ya no me importa. Mi prioridad es seguir adelante, aprendiendo de las lecciones que esta experiencia me dejó y dejando atrás las sombras del pasado.

Autor: Liza Hernández.

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