Familia De Muñecos Historia De Terror 2024
Familia De Muñecos Historia De Terror… En aquellos días de mi adolescencia, cuando apenas contaba con doce años, experimenté un suceso que, hasta hoy, me persigue como una sombra eterna. A medida que avanzo hacia mis treinta, la necesidad de liberar este peso de mi pasado me lleva a narrar la historia que, en su tiempo, sembró en mí un misterio impenetrable y una inquietud persistente.
Mis días, a la edad de doce, no se diferenciaban demasiado de los demás chicos de mi edad. Dejaba atrás la niñez, aunque resistía a abandonar la seguridad que proporcionaba aquel estado. La vida cotidiana transcurría sin grandes cambios, hasta que un día, mi abuela enfermó, ya tenía un rato estando mal, pero en esta ocasión, tubo que ser internada de gravedad en el hospital.
Y mi madre, rápidamente se vio sumida en la obligación de cuidar a mi abuela gravemente enferma, y por ende se vio forzada a abandonar temporalmente nuestro hogar.
Sus labores como ilustradora de cuentos infantiles le conferían flexibilidad para continuar trabajando desde el hospital. Esto la llevó a ofrecerse como principal cuidadora, dejándome solo en nuestra casa. Inicialmente, intentó equilibrar la situación yendo y viniendo, pero la fatiga de los viajes y la exigencia de brindar cuidados completos a mi abuela la llevaron a tomar una decisión que transformaría mi vida temporalmente.
Después de una semana de reflexión y debates, se determinó que lo más sensato sería que yo me trasladara a la casa de algún pariente durante el tiempo que durara la convalecencia de mi abuela. Aunque inicialmente me resistí, al considerarme capaz de cuidar de mí mismo, la realidad se impuso y acepté mi destino. Mi madre, con la premura que la situación demandaba, comenzó la búsqueda de un lugar adecuado.
Rápidamente di la sugerencia de quedarme con mis tíos Francisco y Daniel, con quienes compartía una relación cercana y amigable, inicialmente resonó en mi mente como la opción más apetecible. Sin embargo, él hecho de que ambos vivieran en una casa 5 horas de distancia jugaron en mi contra, ya que mi madre insistía en que permaneciera en la misma ciudad donde estaba el hospital de mi abuela, la bulliciosa Ciudad de México.
Fue entonces cuando, sin previo aviso, mi destino se inclinó hacia la casa de mi tía Olga. Su nombre resonaba en los rincones más remotos de mi memoria, apenas recordaba alguna interacción con ella desde mi más tierna infancia. La noticia de mi mudanza a su hogar me tomó desprevenido, y la incertidumbre sobre quién era realmente mi tía Olga comenzó a inquietarme.
Por lo poco que recordaba en aquel entonces, mi tía solía ser parte activa de nuestra familia cuando yo tenía alrededor de cinco años. Como miembro junto a su esposo e hijos mayores, participaban siempre en las festividades y reuniones familiares. Sin embargo, esta conexión se desvaneció repentinamente mas o menos a la par de mis últimos recuerdos de ella. No hubo explicación clara en ese momento, y mi corta edad limitaba mi comprensión sobre los motivos detrás de este quiebre.
El solo pensar que iría a vivir a una casa con personas que prácticamente no conocía de nada, me hacía sentir mucho rechazo, ya que pensé que me quedaría sin nadie con quien hablar. Puesto que a los cinco años, mis primos ya eran adolescentes, lo que me llevó a asumir que para ese momento ya eran demasiado grandes como para interactuar con alguien de mi edad.
Mi madre me informó que mi tía había aceptado que me quedara en su casa mientras cuidaba a mi abuela en el hospital. Aunque mi opción era limitada, ya que viviría solo en casa si no aceptaba, empaqué algunas pertenencias y me dirigí con mi madre a la Ciudad de México.
Esa fue mi primera vez en la ciudad. Aunque había visitado parques de diversiones en excursiones escolares, nunca antes había explorado la ciudad por mi cuenta. A pesar de las historias negativas que había escuchado sobre la aglomeración y la delincuencia, no sentía miedo. En cambio, estaba emocionado por la posibilidad de descubrir nuevos lugares. Además, la promesa de mi madre de llevarme a McDonald’s, un lugar que solo conocía por televisión, aumentaba mi entusiasmo.
Bajamos del autobús y tomamos un taxi que nos dejó frente a un imponente edificio, muy diferente de lo que estaba acostumbrado a ver. Mi madre llamó a mi tía, quien respondió rápidamente para abrirnos con su llave. El edificio, reservado solo para residentes, añadía un aire de exclusividad que intensificó mi sensación de estar en un mundo desconocido.
Mi madre, con la urgencia de regresar al hospital, se despidió rápidamente, recordándome comportarme y ser amable con mi tía. Asentí con sinceridad, aunque era la primera vez que veía a esa mujer que era mi tía Olga.
No la reconocí de inmediato, ya que la última vez que la vi, era demasiado pequeño para retener cada rasgo de su rostro en mi memoria. Para mí, simplemente era una extraña con la que compartiría unos días. Aunque desconcertado, traté de ser lo más amable posible, sin saber aún qué revelarían los días venideros en la casa de mi tía Olga.
Mientras observaba con detenimiento a mi tía Olga, que parecía tener una expresión algo seria, se cruzó por mi mente la posibilidad de que su aceptación no fuera del todo genuina, sino más bien un gesto por compromiso. Pese a esta sospecha, decidí no dejar que esta idea nublara mis expectativas.
Me consolé pensando que, en el peor de los casos, podría pasar la mayor parte del día en el hospital junto a mi madre o aventurarme a explorar la ciudad por mi cuenta.
El tercer piso del imponente edificio albergaba el hogar de mi tía. Aunque su departamento era modesto, me pareció bastante aceptable, especialmente considerando las historias que había escuchado acerca de la limitada amplitud de algunos lugares en la ciudad.
Mi tía me informó que contaba con dos habitaciones mientras subíamos en el ascensor, sembrando en mí la esperanza de tener una para mí solo. Sin embargo, al ingresar, mi tía Olga reveló que compartiría la habitación con mi prima.
Esta revelación me desconcertó un poco. Aunque mi memoria no lograba reconstruir completamente la imagen de mi tía Olga y su familia, recordaba claramente que tenía dos hijos varones, ambos adolescentes. No obstante, decidí no expresar mi sorpresa y simplemente asentí con la cabeza al entrar. Fue entonces cuando vi a mi prima, en ese momento de unos ocho años, y fue ahí que se despertó en mi mente una chispa de reconocimiento.
Mi cerebro hizo clic al reconocerla como la bebé que recordaba antes de la separación de mi tía Olga de la familia. Pensé que no habría problema en compartir la habitación con ella y ocupé la litera inferior sin mayores objeciones.
A pesar de mi impresión inicial de que mi prima no estaría interesada en establecer una amistad, su entusiasmo al verme y su amabilidad me sorprendieron gratamente. me di cuenta de que, a diferencia de otros niños que podían resultar molestos, ella era completamente diferente.
Durante los primeros tres días, todo transcurrió con sorprendente normalidad. Pasaba algunas horas en el hospital para visitar a mi madre y regresaba por las tardes a la casa de mi tía para disfrutar de momentos de juego con mi prima. Me sentía optimista, creyendo que estábamos construyendo una amistad sólida. Sin embargo, después de esos tres días, algo extraño comenzó a manifestarse.
La curiosidad comenzó a invadirme, alimentada por el hecho de que mi memoria no fallaba y recordaba que mi tía Olga estaba casada y que había dos hijos más en su familia. Sin embargo, no lograba encontrar rastro alguno de ellos en ninguna parte del departamento. Ni fotos, ni señales de su existencia. Parecía como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra.
Intrigado, mientras compartíamos momentos de ocio armando un rompecabezas, decidí abordar el tema con mi prima. Quería ser cuidadoso para no herir sus sentimientos, así que opté por preguntar acerca de su padre, explorando primero el terreno con una pregunta sobre su trabajo. Sin embargo, la respuesta que obtuve me dejó perplejo. Mi prima me miró durante unos segundos y, finalmente, dijo que su padre no trabajaba en nada.
Aunque la respuesta de mi prima sobre la situación de su padre me pareció extraña, decidí no profundizar demasiado en el tema en ese momento. Sin embargo, la curiosidad seguía latente en mí, especialmente porque recordaba a ese tío como alguien extremadamente divertido y agradable. Movido por esa curiosidad, volví a preguntar, esta vez de manera más específica, acerca del paradero de su padre. Le inquirí sobre dónde vivía actualmente.
Mi prima me miró durante unos minutos antes de responder con tranquilidad: “Aquí en la casa”. Mis dudas crecieron, y una risa burlesca escapó de mis labios. ¿Cómo podía su padre vivir en esa casa sin que yo lo hubiera visto en los últimos tres días? Creí que mi prima estaba bromeando, pero su expresión seria indicaba lo contrario. Repitió con firmeza: “En serio, viven aquí en la casa”.
Desconfiado, le dije que no fuera mentirosa, que no había visto a su padre en ningún momento, y que si fuera así, lo hubiese visto a la hora de la comida o algo así. Su respuesta solo intensificó mi desconcierto: “Ellos ya no necesitan comer y prefieren salir por la noche”.
La extrañeza se apoderó de mí, pero seguía pensando que era parte de una broma elaborada por mi prima para asustarme. Insistí en que me mostrara a su padre y hermanos en ese momento, desafiándola a demostrar su afirmación.
Sin perder tiempo, mi prima se levantó del suelo y afirmó que lo haría y que estaban todos en la habitación de su mamá. A medida que nos acercábamos a la habitación de su madre, traté de prepararme para la supuesta revelación. Sin embargo, al intentar girar la perilla de la puerta, descubrimos que estaba cerrada con seguro.
Esto desconcertó a ambos. Y mi prima dijo que su madre no solía cerrar la puerta con seguro, que le gustaba dejarla abierta por si su esposo e hijos querían salir. Pensé que todo era demasiado conveniente para sostener la historia de mi prima, y con sarcasmo le dije que su mentira era evidente. Y volví a la habitación que compartíamos para armar un rompecabezas.
Estaba en eso, cuando mi prima entro al cuarto saltando, insistió en que había encontrado las llaves en la cocina y que podríamos entrar ahora. A pesar de mis dudas, la seguí de nuevo hacia la habitación. La tensión en el aire era palpable mientras agitaba las llaves.
Al principio ella parecía frustrada, se esforzó por encontrar las llaves correctas. El proceso se prolongó más de lo esperado, y creí que estaba prolongando deliberadamente la broma. Finalmente, tras probar varias llaves, una de ellas giró y la puerta se abrió.
Al abrir la puerta, un escalofrío recorrió mi cuerpo, y la habitación pareció absorber la temperatura a su alrededor. Era como si hubiéramos ingresado a un espacio completamente diferente dentro de la misma casa, simplemente la diferencia era palpable, pero traté de no darle demasiada importancia.
Al entrar, noté que la habitación estaba sumida en la oscuridad. Una gruesa cortina bloqueaba por completo la luz del día. Mi prima encendió la luz, y lo que vi frente a mí me llenó de asombro y perturbación. Tres muñecos, cada uno sentado en una silla, capturaron mi atención de inmediato. No eran muñecos realistas, al contrario, parecían hechos a mano con una tela de piel barata. Sus ojos eran simples botones, y sus narices y bocas estaban cosidas con estambre.
La inquietud creció cuando noté que los muñecos llevaban ropas que parecían ser las mismas que solían vestir mis primos adolescentes y mi ex tío. Lo más inquietante fue descubrir que cada muñeco tenía un mechón de cabello correspondiente a cada uno de ellos.
Este detalle era tan perturbador que me llenó de miedo, congelándome en la entrada de la habitación. Observé con horror mientras mi prima, sin mostrar ninguna incomodidad, interactuaba felizmente con los muñecos. Los llamó por sus nombres y después comenzó a presentarme a cada uno de ellos, como si fueran seres vivos.
La escena ante mis ojos era surrealista y aterradora, pero, por alguna razón, no podía apartar la mirada. Un aire oscuro y pesado llenaba la habitación, y la extraña conexión entre mi prima y esos muñecos sugería algo más allá de la comprensión. Estaba atrapado entre la incredulidad y el temor, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar.
Familia De Muñecos Historia De Terror
En el momento en que recuperé la capacidad de hablar, expresé mi incomodidad a mi prima y le rogué que abandonáramos la habitación de inmediato para hacer cualquier otra cosa. No quería involucrarme en problemas con mi tía por haber entrado a su cuarto sin permiso.
Sin embargo, la respuesta de mi prima solo intensificó mi desconcierto y terror. Ella afirmó que esos muñecos eran sus familiares fallecidos, me dijo que no debía temer porque ellos eran su padre y hermanos convertidos en muñecos para permanecer con quienes más amaban por toda la eternidad. La explicación me resultó inverosímil y perturbadora.
No podía aceptar lo que mi prima decía y le exigí que dejara de inventar historias macabras. Le advertí sobre las consecuencias de meternos en problemas por ingresar a la habitación de su madre sin permiso. A pesar de mis súplicas, ella insistió en que estaba diciendo la verdad y que aquellos muñecos eran su familia.
En un intento desesperado por demostrar la autenticidad de sus afirmaciones, mi prima miró directamente al muñeco que representaba a su padre y le pidió que me demostrara que era real. Por un momento, los muñecos permanecieron inmóviles, alimentando mi escepticismo. Estaba a punto de rechazar todas las historias como una broma de mal gusto cuando, para mi horror, la cabeza del muñeco que se suponía era su padre comenzó a girar sin que nadie lo tocara.
La cabeza se volteó completamente hacia mí, como si el muñeco quisiera mirarme directamente a los ojos. Fui invadido por una sensación de pavor, y antes de que pudiera contenerme, solté un grito y corrí fuera de la habitación. Me refugié en el cuarto que compartía con mi prima, cerré la puerta tras de mí y temblé con el corazón acelerado.
Mi prima llegó unos minutos después, tratando de consolarme y explicándome que su intención no era asustarme. Según ella, solo quería mostrarme a su familia, ya que nunca los conoció debido a que fallecieron antes de que ella pudiera recordar. Su relato adquiría tonos más extraños; aseguraba que su mamá había hablado con Dios, quien le había instruido fabricar muñecos para que los espíritus de su padre y hermanos pudieran vivir de nuevo a través de ellos.
Aterrado, solo quería salir de esa casa cuanto antes. La atmósfera en ese lugar había adquirido una dimensión sobrenatural, y la historia de mi prima me dejó más confundido y asustado de lo que estaba dispuesto a admitir.
Sumido en el terror y la confusión, me sentía tan perturbado que incluso agarré unas afiladas tijeras del buró de la sala, una especie de primitiva defensa ante lo que pudiera acontecer. Desde que mi prima me mostró esos inquietantes muñecos, la sensación de estar siendo observado se volvió omnipresente. Cuando llegó la hora de dormir, coloqué las tijeras bajo mi almohada, tardando casi una hora en conciliar el sueño.
Sin embargo, mi descanso fue efímero, ya que me despertó el sonido claro de la puerta de la habitación que compartía con mi prima abriéndose lentamente. Con horror, vi a uno de esos muñecos ingresando a la habitación, moviéndose de manera extraña, como si un muñeco de trapo intentara emular el andar humano. La visión de ese ser de tela y algodón me aterró, y me cubrí por completo con las cobijas, esperando que simplemente se fuera.
Para mi horror, las sábanas no hicieron más que dejar al descubierto mi vulnerabilidad, y el muñeco se acercó directamente a mi cama. Sentí claramente sus intentos de quitarme las sábanas del rostro, y entré en pánico profundo. Sin pensarlo, tomé las tijeras que yacían debajo de mi cama y, con un único y tembloroso movimiento, las hundí en el estómago del muñeco, desgarrando la tela en el proceso.
Sin mirar atrás, salí corriendo de la habitación, abriendo la puerta del departamento y descendiendo cada piso a la carrera. Estaba en pijama y descalzo, pero eso no me importaba en absoluto. Solo quería salir de esa casa, escapar de aquello que me había aterrado tan profundamente.
Los recuerdos se vuelven nubosos después de ese momento. No recuerdo exactamente cómo llegué al hospital donde mi abuela estaba internada. Al verme, mi madre corrió a auxiliarme, preocupada y confundida. Estuve cerca de una hora junto a ella hasta que recibió una llamada de mi tía, quien estaba visiblemente molesta.
No supe en ese instante los detalles de la llamada, pero para traer toda la información al redactar esto, fui a hablar con mi madre al respecto. Resultó que mi tía Olga, furiosa, le había dicho que yo había matado a su esposo y que no quería volver a verme en su casa. La razón detrás de esta extraña acusación se remontaba a la tragedia que había llevado a la separación de mi tía del resto de la familia.
Sus dos hijos mayores y su esposo habían fallecido en un trágico accidente en la carretera. Sin embargo, mi tía insistía en que seguían vivos, una creencia que la llevó a aislarse cada vez más. Los intentos de la familia por buscar ayuda psiquiátrica para ella resultaron infructuosos, y eventualmente perdió casi todo contacto con el mundo exterior.
En ese momento, mi madre se disculpó por haberme dejado con mi tía cuando tenía solo 12 años, pensando que la situación había mejorado. Le relaté sobre los muñecos y mis acciones esa noche, pero mi madre no hizo muchas preguntas, y sospecho que no creyó completamente mi historia. A pesar de ello, yo sabía lo que había vivido esa noche, una experiencia que quedaría marcada en mi memoria para siempre.
Autor: Liza Hernández.
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