Departamento 55 Historia De Terror 2023
Departamento 55, Historia De Terror… Cuando era niño, mi hermano, mi mamá y yo nos estábamos mudando constantemente, mi mamá era una excelente madre, siempre nos hacía ver el vaso medio lleno, y nos decía que mudarnos tanto no era malo y nos hacía ver como si fuéramos exploradores, y aunque de niño funcionaba, de adulto puedo saber que mi madre siendo mamá soltera y teniendo dos empleos, difícilmente podía mantener la renta por mucho tiempo, por lo que ese era el motivo por el cual nos mudábamos cada vez que escuchaba de un lugar más económico o cuando simplemente ya no podía pagar esa renta.
Recuerdo que ese fue el motivo por el que, cuando mi madre nos dijo que había encontrado un nuevo y mejor lugar para vivir, tanto mi hermano como yo, en ese momento yo tenía 9 años y el 7, nos emocionamos mucho y le dijimos que ya queríamos conocerlo, para contar esta historia, le pregunté a mi mamá cómo era que había encontrado ese lugar y ella me dijo que había conseguido el contacto de una amiga de su trabajo, ella le dijo que la novia de su hermano, le había dicho que el edificio, había bajado el precio de ese lugar a una renta ridículamente barata, considerando que era un lugar con dos habitaciones, sala y cocina.
Mi mamá me dijo que ya no se acuerda de cuanto pagaba, pero si recuerda que era demasiado bueno como para dejarlo pasar, además, eso fue algo muy bueno para todos, pues antes de eso, mi hermano y yo dormíamos en el mismo cuarto con mamá, y la idea de tener algo solo nuestro, era maravillosa. Sin embargo, recuerdo que cuando llegamos frente a la puerta del departamento, sentí un escalofrío recorriendo mi espalda. Era como si el aire se hubiera vuelto más denso y la atmósfera se hubiera enfriado instantáneamente.
No sé si decir en dónde es esto, supongo que no importará si digo que es en un lugar en Tacubaya en ciudad de México. Por lo que recuerdo, la puerta del departamento era gris, metálica y tenía una placa antigua y oxidada que mostraba el número “55”, aunque no solo sabíamos que estábamos en el departamento número 7, sino que no había ni siquiera 55 departamentos en ese edificio.
El casero nos explicó que un anciano había vivido en ese lugar hace años y había puesto la placa sin permiso. Intentaron quitarla, pero parecía fundida con la puerta y no parecía que la pudieran retirar sin llevarse un pedazo de la puerta en el intento, por lo que eventualmente habían decidido dejarla ahí, pero que no debíamos preocuparnos por nada.
Al entrar al departamento, nos encontramos con un panorama inesperado. Olía ha guardado y el interior estaba lleno de objetos abandonados: muebles viejos, cuadros desgastados, entre muchas otras cosas como estatuillas y otras cosas que no recuerdo bien, no eran aterradoras, solo era raro, estábamos acostumbrados a llegar a lugares casi vacíos.
El casero nos contó que había tenido inquilinos problemáticos en el pasado que, después de no pagar la renta durante meses, simplemente se marchaban dejando atrás sus pertenencias para que pensara que no se habían ido del todo y que volverían a pagarle, le dijo a mi madre que era libre de usar lo que necesitara de las cosas.
Mi hermano y yo intercambiamos miradas intrigadas, mientras mi madre aceptaba la oferta del casero. Aunque la idea de aprovechar los objetos abandonados sonaba tentadora, algo en el ambiente del departamento me llenaba de inquietud. Una sensación de que algo no estaba bien.
Los primeros días en el departamento transcurrieron con una aparente normalidad. Honestamente ya estábamos tan desensibilizados a los lugares nuevos, que crujidos o alguno que otro sonido durante los primeros días era solo parte de la experiencia, por lo que cuando los escuchamos ahí no les dimos ninguna importancia, ojalá lo hubiésemos hecho, siempre e creído que si nosotros y mi mamá hubiésemos pensado que ese lugar era escabroso y con sonidos en la noche que parecían pisadas, probablemente nos hubiésemos ido y yo no estuviera contando esto.
A medida que el tiempo avanzaba, nos adaptamos gradualmente a la rutina en Tacubaya. Mi madre se levantaba temprano para ir al trabajo, nos despertaba a nosotros y nos alistábamos para irnos con ella a la escuela, llegábamos muy temprano, recuerdo que a veces antes de que abrieran la escuela, aunque solo debíamos esperar unos cuantos minutos antes de que la abrieran, sin embargo, un día está nueva rutina se rompió.
En aquella mañana, me sentí inusualmente enfermo, amanecí con algo de fiebre y un poco de escurrimiento nasal, no era algo lo suficientemente grave como para tomarse el día en el trabajo o llevarme al doctor, pero si para que decidiera que era mejor que me quedara en casa. Con mi hermano y mi madre fuera de la casa, me encontraba solo en el departamento. Sentado en el sofá, intentaba distraerme viendo la televisión, puesto que no podía dormir, pues no faltaba mucho para tomar una pastilla como mi mamá me había indicado, mientras tomaba un té que mi mamá había dejado. Sin previo aviso, la pantalla se apagó repentinamente. Mi primera reacción fue pensar que la electricidad se había cortado, algo común en nuestra vida en ese momento.
Sin embargo, al levantarme para ir al interruptor de la luz y encenderlo, la habitación se iluminó de inmediato. Solo me encogí de hombros, asumiendo que la electricidad había vuelto justo en el momento en que me había levantado. Volví al sofá y encendí la televisión nuevamente, aunque fue algo extraño puesto que, al encenderla, está estaba en el canal de las noticias y estaba seguro de que eso no era lo que estaba viendo, aun así, no le di importancia y le cambié de canal. Sin embargo, minutos después, la pantalla volvió a apagarse. Esta vez, un escalofrío recorrió mi espalda, pero todavía trataba de mantener la calma. Estaba a punto de levantarme para revisar la luz de nuevo, cuando el televisor se volvió a encender.
Me volví a encoger de hombros y seguí viendo la televisión, creo que pasaron cerca de unos diez o quizás quince minutos. Cuando los canales empezaron a cambiar rápidamente, como si alguien estuviera presionando los botones del control remoto frenéticamente. El volumen aumentó, llenando la habitación con un ruido ensordecedor. Eso era imposible, puesto que yo tenía el control en mi mano y estaba totalmente seguro de que yo no estaba apretando nada. Intenté presionar el botón de apagado para intentar recobrar el mando de la televisión, pero sin importar cuánto presionara, el control no obedecía.
Desesperado por detener esa horrible situación, me levanté y desconecté el cable de la televisión. Sin embargo, en lugar de que el televisor se apagara, como sería lo usual, este comenzó a reproducir aquel ruido de estática que suena cuando no hay señal de los canales. Con algo de curiosidad y sobre todo miedo, miré de nuevo al televisor, y la estática comenzó a tomar forma, como si un rostro estuviera emergiendo desde las profundidades del ruido visual. La figura era borrosa pero reconocible: una mujer con ojos hundidos y una sonrisa retorcida que parecía trascender la pantalla. Mi corazón latía con fuerza, y el miedo me paralizaba mientras observaba cómo la imagen se solidificaba, como si alguien o algo estuviera tratando de atravesar la televisión.
El pánico se apoderó de mí y corrí a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Mis manos temblaban mientras buscaba refugio en mi cama, intentando comprender lo que acababa de presenciar. Pasaron horas antes de que escuchara la puerta principal abrirse y la voz de mi madre saludándome, estaba a punto de contarle lo que me había pasado, pero, aun a esa corta edad, sabía que mi mamá ya tenía demasiados problemas como para lidiar con algo que yo creía haber visto.
Así que decidí quedarme cayado en ese momento, al mismo tiempo de que trataba de auto convencerme de que lo que había visto, solo se había tratado de mi imaginación, sin embargo, algo ocurrió esa misma tarde que me hizo confirmar, que algo estaba muy mal en aquel departamento. Mi madre, preocupada por mi estado de salud, me preparó una sopa de pollo. Sin embargo, aún me sentía lo suficientemente enfermo como para que mi sensación de hambre desapareciera casi en su totalidad. Le expliqué que no podía comer, mi mamá jamás uso chantaje o amenazas para obligarnos a comer, siempre decía que nos daría hambre en algún momento y entonces comeríamos, aunque ese día, preocupada por mi salud, me incitó a tomar al menos unas cuantas verduras del caldo.
Mientras mi madre se retiraba a descansar antes de tener que irse de nuevo a su segundo trabajo, me quedé solo en la mesa. Tomé el tenedor y comencé a picotear las zanahorias, tratando de que pareciera que al menos intenté morder algunas, mientras mi mente estaba sumida en pensamientos de lo que me había pasado esa mañana. Cada ruido resonaba en mis oídos, y estaba volviendo a tener algo de miedo.
Cuando de repente. Por el rabillo del ojo vi a una figura alta y oscura, rápida como un relámpago, había pasado por detrás de la puerta de la cocina. Mi corazón latía en mi pecho mientras intentaba en vano discernir lo que había visto. Tal vez era mi madre, pensé, tratando de encontrar una explicación lógica. Pero cuando volví a mirar hacia la mesa, me enfrenté a algo aún más aterrador.
Allí, bajo la mesa, mi madre estaba a gatas, sus ojos me miraban fijamente con una intensidad que me heló la sangre. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y el miedo se aferró a mí. El rostro de mi madre estaba contorsionado, su expresión era una mezcla de enojo y algo más oscuro, algo que no podía comprender, no solo no era un comportamiento normal en ella, sino que ni siquiera la había visto entrar.
“Ya no quiero comer”, balbuceé, mis palabras eran apenas audibles. Mi madre, o lo que sea que estaba frente a mí, no parecía escucharme. Sin saber exactamente que hacer se lo volví a decir con un poco más de seguridad, pero antes de siquiera terminar de hablar ella me respondió, pero había algo diferente en ella, no sé cómo explicarlo porque, aunque sonaba casi igual, yo podía asegurar que no era su voz, era como si alguien muy bueno para imitar lo estuviera haciendo. “No me importa, no te vas a levantar hasta que te tragues todo”, me dijo de manera amenazante.
Departamento 55 Historia De Terror
Un miedo penetrante recorrió mi espalda, paralizándome en mi lugar. Vi cómo se alejaba gateando, realmente esa fue la experiencia más surrealista que he tenido en mi vida. Escuché el portazo en la habitación de mi madre, por lo que supuse que había vuelto a la misma, pero aun así estaba tan asustado que comí todo el caldo de mi plato y me fui a mi habitación.
Mis pensamientos se convirtieron en un torbellino mientras intentaba comprender lo que acababa de presenciar. Mi madre, esa figura que me había cuidado y protegido toda mi vida, se había convertido en algo aterrador, algo que no podía explicar ni entender.
Los días transcurrieron con una de inquietante normalidad. Sin embargo, la conducta de mi madre mientras estaba durmiendo, comenzó a ponerse demasiado extraña y perturbadora. Durante las horas de la madrugada, sus pasos resonaban en el apartamento, era como si marchara o en otras ocasiones era como si corriera por todas partes, seguidos por el estruendo inconfundible de su cuerpo golpeando violentamente los muebles y las paredes.
Cada mañana, sus moretones eran una evidencia de lo que, hacía cada noche, pero afirmaba con sinceridad desconcertante que no tenía idea de cómo se había lastimado.
Finalmente, mi hermano y yo decidimos que debíamos decirle de lo que escuchábamos casi cada noche, así que lo hicimos. Al principio, nos miró con escepticismo, pero ante la persistencia de nuestra narrativa y la imposibilidad de encontrar una explicación alternativa, finalmente aceptó la posibilidad de que algo inusual estaba ocurriendo.
Su respuesta fue simple, atribuyendo sus acciones a sonambulismo y nos aseguró que no debíamos preocuparnos. Si la escuchábamos deambulando por la casa durante la noche, solo debíamos hacer lo que habíamos hecho hasta ese momento y quedarnos en nuestra habitación.
Sin embargo, incluso con esta explicación, la inquietud no desapareció, realmente cada noche se sentía como un infierno en nuestra propia casa, como niños no podíamos entender del todo en sonambulismo y no podíamos evitar tener miedo.
Una noche, en particular, la tranquilidad fue destrozada por un golpe desesperado y raspados frenéticos en la puerta de nuestro cuarto. Y la voz de mi madre nos ordenaba abrirle, pero había algo en su tono que nos llenaba de temor. Mi hermano, sin detenerse a pensar, se levantó y abrió la puerta.
Y allí estaba ella, su figura iluminada por la pálida luz de la luna, su rostro tenía algo extraño, aunque era difícil verlo, solo se quedó parada en el marco de la puerta por unos segundos. Pero antes de que pudiéramos reaccionar, sus manos arañaron el rostro de mi hermano, dejando profundos surcos rojos en su piel. Un estallido de risa enfermiza escapó de sus labios, un sonido que hizo que nuestros corazones se detuvieran en nuestros pechos.
El miedo nos paralizó por un instante, pero mi hermano actuó rápidamente, cerrando la puerta de un solo golpe antes de que mi madre pudiera avanzar más. La habitación quedó sumida en un silencio tenso, solo interrumpido por la respiración agitada de mi hermano y mi propio latido acelerado.
Pasaron horas, con la figura desquiciada de mi madre golpeando y arañando la puerta, susurros ininteligibles y risas siniestras llenando el aire. Mi hermano tenía el rostro cubierto de arañazos, y el terror había dejado su huella en ambos.
No logramos volver a dormir esa noche, incluso intente curar a mi hermano, pero como no podíamos salir, no podía hacer mucho.
Finalmente, cuando el sol comenzó a salir, los golpes y los susurros cesaron. Miramos a través de la rendija de la puerta, solo para encontrar a nuestra madre arrodillada en el pasillo, estaba muy asustada, puesto que tenía sangre seca en los dedos, pero ella no tenía heridas, le dijimos lo que había pasado y ella no se cansó de disculparse, nos dijo que de ahora en adelante debíamos cerrar con llave la puerta de nuestra habitación por la noche.
Las noches se convirtieron en un tormento interminable, con los gritos y golpes de mi madre resonando a través de las paredes del departamento, exigiendo que la dejáramos entrar, nos aterraba cada noche. Aunque sabíamos que su lucha era resultado del sonambulismo, nuestra relación empezaba a resquebrajarse bajo la presión constante de esta pesadilla.
Sin embargo, un rayo de esperanza se abrió paso a través de la oscuridad cuando mi madre comenzó a salir con un hombre amable y comprensivo. Su presencia trajo un alivio temporal y una sensación de normalidad a nuestras vidas. El novio de mi madre era una figura tranquilizadora, y rápidamente se ganó nuestro afecto con su comportamiento amable y atento.
Pero incluso su presencia no pudo protegernos de la oscuridad que persistía. En la primera noche que pasó en el departamento, su presencia desencadenó una serie de eventos que nos sumergieron aún más en el abismo de la inquietud.
Un golpeteo urgente en la puerta de nuestro cuarto nos sacó de nuestros sueños, y el novio de mi madre estaba allí, su voz llena de preocupación mientras nos pedía que le abriéramos. Sin dudarlo, mi hermano abrió la puerta, y el novio de mi madre entró apresuradamente, cerrando la puerta detrás de él. Nos explicó que mi madre le había confesado su sonambulismo, pero era más alarmante de lo que había imaginado. Mientras nos hablaba, su voz llevaba un matiz de urgencia, y pude ver la preocupación en sus ojos.
A la mañana siguiente él habló con mi mamá y por lo que supe fue con un especialista para tratar de controlarlo, aunque no había ninguna mejoría al pasar las semanas sin importar lo que intentara. Por lo que recuerdo que un día mientras mi madre estaba cocinando y nosotros estábamos en la mesa de la cocina haciendo nuestra tarea, cuando el novio de mi mamá entro y dijo había estado investigando sobre un especialista en hipnosis que había tenido éxito en casos similares, y propuso llevar a mi madre a verlo.
Fue entonces que un cambio en el ambiente se hizo palpable. El aire se enfrió y se volvió denso, como si la oscuridad misma se hubiera materializado a nuestro alrededor. Mi madre, de espaldas a nosotros mientras cocinaba, pronunció palabras que eran a la vez aterradoras y desconcertantes. Su voz parecía ser la suya, pero había un tono oscuro y amenazante.
El novio de mi madre nos pidió que saliéramos de la cocina, y en ese momento, mi madre se volvió hacia él con un cuchillo en la mano y lanzó palabras que no podían ser las suyas. Era como si una fuerza oscura hubiera tomado el control de su cuerpo y su mente, y su mirada estaba llena de malicia.
Rápidamente, el novio de mi madre nos dijo que debíamos salir de ahí, para mantenernos a salvo. Corrimos, nuestras mentes llenas de confusión y miedo, pero también con una determinación de mantenernos unidos. Salimos del departamento, escapando de esa pesadilla que se había apoderado de nuestro hogar.
En el momento en que mi madre cruzó la puerta del departamento, su apariencia y comportamiento cambiaron drásticamente. La oscuridad pareció abandonarla, y ella se tambaleó como si estuviera despertando de un sueño profundo y oscuro. Nos miró con ojos llenos de confusión y temor, sin comprender lo que había sucedido.
Fue entonces que comenzamos a comprender la verdad aterradora. El departamento, había manipulado y distorsionado a mi madre, convirtiéndola en un reflejo oscuro de sí misma. Con el apoyo del novio de mi madre, tomamos la decisión de dejar atrás aquel lugar maldito. Empacamos nuestras pertenencias y nos mudamos, rompiendo los lazos con esa morada de pesadillas. Mi madre dejó de tener sonambulismo desde la primera noche que nos alejamos de ese lugar.
Con el tiempo, volvimos a encontrar la paz que habíamos perdido, y jamás volvimos, no sé qué era lo ha habitaba aquel departamento, pero realmente espero que nadie más vuelva a rentarlo nunca más.
Autor: Liza Hernández.
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