El Cuadro Poseído Historia De Terror 2024

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El Cuadro Poseído Historia De Terror 2024

El Cuadro Poseído, Historia De Terror… Cuando por fin pude comprar la casita que tanto había querido toda mi vida, comencé a llenarla con una gran cantidad de cosas que me recordaban a mi infancia. Después de haber perdido a mis padres a una edad tan temprana, añoraba todavía el tiempo que pasé con ellos. No pasé por situaciones difíciles de abandono ni violencia, me adoptaron mis tíos y todo el tiempo viví feliz con ellos.

Después de que entré a trabajar deseaba comprar una casa, quería tener un lugar propio para poder disfrutar mi soltería, esperé ahorrando y juntando mis puntos de Infonavit para poder tener esa casa soñada. Me la entregaron en abril del año dos mil doce, comencé a trabajar de inmediato en ella, poco a poco se fue convirtiendo en lo que soñaba.

Lo mejor era que también había podido comprar en un buen lugar, aún no estaba completamente habitado porque a muchas personas les parecía demasiado lejano de la ciudad y ahora es un lugar súper poblado. En ese entonces solo tenía dos vecinos, de lado donde yo vivía. La señora que vivía con su esposo y dos hijos al lado y, la señora que vivía con su hijo a dos casas de dónde yo estaba. En la parte de enfrente, cruzando la pequeña calle que separa las pequeñas cuadras del fraccionamiento privado, había más habitantes, pero pasó tiempo hasta que comencé a tratar con ellos.

Una mañana que había salido a comprar la comida para preparar en la semana me pasé por el mercado, ahí entre el montón de chácharas que vendían las personas, vi que había un cuadro muy similar al que mis padres tenían en la sala.

Casi no lo pensé, solo fui a preguntar el precio del cuadro, lo revisé para ver que estaba en buen estado y luego regatee un poco el precio para bajar lo más que pudiera el precio por aquel cuadro tan viejo, que sinceramente ya estaba más cerca de la basura que de mí. Llegué a mi casa, de inmediato limpié el cuadro, dejé la bolsa de la comida sobre la mesa, pues me obsesionaba la idea de ver ese cuadro en mi sala.

Había comprado unos sillones del mismo color que mis papás tenían, todo se veía similar en los colores, aunque era evidente que las formas se habían actualizado, habían pasado veinticinco años desde la muerte de ellos cuando yo tenía cinco años. Después de un rato, ya estaba ese cuadro en la pared.

Disfruté mi comida mirando el cuadro en lugar de la televisión, me había transportado a esos momentos felices. El cuadro parecía combinar con los pequeños cuadritos de las fotos de mis padres, o las de mis tíos conmigo en varios momentos importantes. Quedé satisfecho, sentía que estaba de nuevo en casa.

Si se lo preguntan, el cuadro no es la gran cosa, es uno de esos con tema de naturaleza que estuvieron muy de moda en los años ochentas. El que mis padres tenían era porque a mi mamá le gustaba mucho el bosque, los árboles y las plantas así que había buscado un cuadro largo que abarcara el pasillo por donde se pasaba para entrar a la casa.

Era un golpe de suerte haber encontrado un cuadro muy parecido, si no es que igual de ese bosque que recordaba en mis memorias infantiles.  Por eso, lo primero que hice fue procurar que aquel cuadro se viera perfecto en la sala. Lo acomodé justo en la pared detrás del sillón más largo, se veía muy bonito y quedé satisfecho porque fue una labor pesada el estar limpiando el marco pues parecía que había estado arrumbado por muchos años.

Las telarañas, la suciedad y algo que parecía aceite se habían apoderado del marco. La pintura estaba intacta debajo de una capa de mugre. Nunca había limpiado un cuadro así que me las ingenié para lograr lo que quería. Era una especie de obsesión por su limpieza la que se apoderó de mí.

Al llegar el fin de ese domingo, acomodé todas mis cosas para comenzar mi semana al día siguiente, pero por una sensación rara, sentí ganas de ponerme a ver el cuadro en conjunto con la sala. Me atraía esa belleza oscura, como antigua y misteriosa que tenían todos esos pinos, ese sendero que mostraba un camino iluminado en el que podía imaginar que pasaban carretas o algo así.

El cielo estaba despejado, pero parecía que lo espeso de los colores verdes no dejaban entrar la luz al cuadro. Sé que suena muy loco cuando lo figo así, pero eso sentía, era como si estuviera viendo por una ventana más que por un cuadro. No sentí alarma ni nada por ese cuadro, simplemente estaba capturado por su belleza a pesar de que cuando lo vi no me pareció nada extraordinario.

De forma poco normal en mí, me quedé dormido en la sala, había estado viendo el cuadro quién sabe por cuánto tiempo hasta que me quedé dormido. Fue un sueño profundo, como oscuro, no soñé nada o eso creo. Lo raro fue que me despertaron los ladridos de un perro, una especie de gran animal que provocaba el eco por todos lados de la casa. Me levanté de un salto, me di cuenta que me había quedado dormido en la sala.

Miré a todos lados buscando al perro que escuché, pero la madrugada estaba silenciosa. La poca luz del amanecer hacía que la casa se viera como azul por las cortinas y un frío que se coló por todos mis huesos me hizo temblar. Pensé que cómo no había dormido tapado con mis cobijas estaba más sensible a la temperatura, pero me llevé una sorpresa, cuando al salir de mi casa rumbo al trabajo, sentí que afuera estaba más caliente que dentro de la casa.

Pasaron los días, no había nada extraño, solo las ganas que tenía de llegar a ver la sala con el cuadro decorando. A mí siempre me pasan esas cosas cuando tengo algo que me gusta bastante, disfruto la buena compra, solo me agrada tener algunas cosas que deseaba.

Por eso no lo vi raro, pero poco a poco mis ganas de estar con el cuadro me llevaron a acomodar mis muebles de manera que por todos lados de la casa pudiera ver claramente ese bosque. Cada día me parecía encontrarle cosas nuevas, un árbol más claro, alunas flores, el sendero limpio, entre otras cosas, pero lo sorprendente era que a veces podía ver algo que estaba entre la oscuridad de los troncos de los pinos.

Había algo mirando, pensé que era un buen detalle del pintor poner aquella cosa para que pensáramos que había algún animal oculto entre la naturaleza. A la semana siguiente, de nuevo fui al mercado a comprar, me fui por la calle en la que estaba aquel señor vendiendo cosas de segunda mano, para ver si me agradaba alguna otra cosa que trajera.

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No lo encontré. Pregunté a los vendedores de los lados, pero me dijeron que era la primera vez que iba a vender, así que pasa a veces que no regresan a la semana siguiente. Me resigné y miré un poco lo que vendían las otras personas, luego pasé a la carnicería antes de regresar a mi casa.

Cuando llegué saludé como de costumbre, me metí para comenzar a hacer el pedido y mientras esperaba a pagar se me acercó la chica que embolsa la carne, me dijo que no podía traer animales dentro de la tienda. Yo no tenía animales, pensé que se había equivocado de persona, pero miré al lado de mis pies y había un pequeño perro negro al lado de mí.

Le dije que no era mío, pero ella me dijo que tendría que sacarlo porque estaba conmigo. Me salí de la fila, el perro me siguió, comencé a hacerle señales para que se fuera, intentaba asustarlo. El animal me miraba sin moverse, enojado me regresé a la fila, había perdido demasiado tiempo con esa tontería.

Al salir, ese perro ya no estaba ahí. Tomé eso como algo tonto, pero lo recordé cuando poco a poco comencé a sentir que me seguían. Cuando salía de la casa, para subirme al carro, ese perro estaba ahí. Salía a caminar y sentía que me seguían, comencé a sentirme paranoico.

Era solo un perro, pero algo inquietante en él me hacía verlo, pero era complicado porque parecía desaparecer de repente. Lo buscaba inconscientemente entre las calles, porque me estaba inquietando saber si era un perro o alguien lo que sentía que me seguía.

Una de esas noches en las que me quedaba viendo el cuadro mientras cenaba, escuché el ladrido fuerte de un perro. Me levanté y fui a la puerta, cuando me asomé no había nada. Me quedé pensando si no lo había imaginado. Tras unos minutos, de nuevo escuché el ladrido, su eco me había dado la impresión de que estaba dentro de la casa, pero eso era imposible.

Cerré la puerta con llave, después me fui espacio por espacio buscando si había algún indicio de un animal. Fui a mi recamara en la segunda planta y me asomé por la ventana. Quizás mis vecinos tenían un perro nuevo, por eso no había escuchado ese ladrido antes.

Bajé despacio después de cerrar las ventanas de los cuartos, también me asomé al baño por si acaso. Me estaba volviendo loco, me daba mucha ansiedad no saber lo que me estaba pasando. Comencé a sudar ¿y si realmente estaba un animal escondido en la casa? Bajé rápido las escaleras, recuerdo que las manos me sudaban y quedaron un poco pintadas en la pared de la escalera porque el color de las paredes era blanco.

Fui a la cocina, me asomé al patio y en ese momento el ladrido se escuchó fuerte detrás de mí. Se me escapó un grito con maldiciones por el susto, miré a mis espaldas y no había nada. Solo sentía el aire helado de la noche entrando por la puerta del patio, me volteé a cerrarla cuando miré una bola oscura pegada a una esquina del patio, esa bola de pelo extraña parecía tener el hocico del perro que había visto en la carnicería.

Sentí que se me entumían las manos del miedo. Di unos pasos hacia atrás la sombra peluda parecía crecer, me persigné por el terror. Me fui poco a poco hacía atrás sin dejar de mirar esa cosa porque sentía que, si me volteaba, iba a brincar sobre mi espalda para atacarme.

Cuando llegué a la sala vi mi oportunidad de salir corriendo de la casa, pero un ladrido detrás de mí me sorprendió. Perdí el equilibrio y caí al suelo. Miré de nuevo al patio, pero no se veía esa bola de pelo, me giré para ver si había algo detrás mío, pero tampoco había nada. Cuando estaba pensando que ya me estaba volviendo loco, decidí levantarme para ir a lavarme la cara.

En ese movimiento vi de reojo la pintura en la sala. Divisé brevemente una mancha negra entre los árboles que me había aprendido de memoria. Me quedé a medias de levantarme, con las rodillas inclinadas, miraba con horror la pequeña representación de un perro entre los troncos de los pinos.

Estaba justo ahí donde había divisado una ligera advertencia de que podía haber un animal escondido entre la sombra del bosque. Me quedé con la boca abierta, estoy seguro. No se me ocurrió qué más hacer y fui por mi celular. Tomé una foto lo más cerca que pude, dejando distancia porque pensaba que ese perro podría salirse del cuadro, era demasiado real.

Se notaba la furia en su mirada a pesar de que no mostraba los dientes, estaba acechando. Le mandé la foto a un compañero del trabajo, le pregunté qué veía en la pintura y me contestó que nada. Había un bosque, con cielo despejado y un pequeño perro entre los árboles.

Le dije que eso no estaba ahí antes, me mandó muchas carcajadas en respuesta y me dijo que estaba volviéndome loco por la soledad. Nadie me iba a creer, no había tomado una foto del cuadro cuando lo compré, ahora se veía natural ese perro ahí, pero yo sabía que no estaba pintado desde el principio.

Decidí que tendría que bajar el cuadro, no iba a poder vivir en paz por el resto de la semana, mientras ese cuadro estuviera en la sala. Tendría que esperar al fin de semana para hacer algo con él. Podría revenderlo, tirarlo o quemarlo, pero había muchos contras de esas soluciones.

La basura pasaba hasta el sábado y era miércoles. Si lo quemaba, los vecinos iban a llamar a los bomberos por el olor.  Tampoco sabía a quién vendérselo. Pensando se hizo de madrugada, estaba sin comer, me sentía atrapado en mi propia casa.

No me había movido de la sala en todo ese rato, sentía que tenía que vigilar, pero tampoco me podía acercar a bajar al cuadro, no sabía dónde ponerlo para sentirme tranquilo. Tras un buen rato de angustia, se me ocurrió una idea. Iba a poner el cuadro en el carro, fuera de la casa, así podría dormir tranquilo y por la mañana lo dejaría recargado en una pared.

Así podría hacerle hasta que llegara el sábado. Me subí al sillón largó quitándome los zapatos, tomé el cuadro por los lados y sentí que pesaba unos veinte kilos o más. Primero me costó alzarlo un poco hacia mí para moverlo. Se sentía pegajoso de los bordes del marco donde tenía las manos. Lo jalé aguantándome el asco de la sensación y se vino por completo por el peso en mis pies. Me caí hacía atrás.

Afortunadamente levanté la cabeza, con el impacto seguro hubiera terminado descalabrado. El cuadro quedó recargado en el sillón, yo tirado en el suelo con el dolor de espalda insoportable, acompañado de las punzadas en mis pies. Me quité los calcetines para ver el recuento de los daños. Había una línea amoratada por el peso, eso no era normal. Cuando cargué el cuadro para traerlo desde el mercado no había sido tan pesado, me lo llevé en una sola mano mientras con la otra cargaba las bolsas de comida.

El suelo estaba frío, comencé a sentir que la piel se me erizaba. No quería mirar el cuadro, lo tenía a mi lado, pero me reusaba a fijar bien la vista en él. Tendría que llamar a alguien para que me ayudara o ir al doctor porque la espalda me dolía de una forma horrible.

Estaba pensando cómo pararme para ir por el celular que estaba sobre la mesa cuando unos golpes en la puerta me hicieron callarme. Usualmente hablo en voz alta para organizar mis ideas. Me quedé callado esperando. De nuevo tocaron la puerta, ahora con más fuerza.

Me temblaba el cuerpo del horror, creí que era el perro. Una voz medio apagada preguntó si estaba bien, me llamó por mi nombre. Solté la respiración. Era la vecina de al lado. Le dije que había tenido un accidente, ella me preguntó si podía moverme, entonces intenté levantarme, pero no podía.

A los pocos minutos su marido llegó con herramienta y tiraron la chapa de la puerta. Al mirarme así, llamaron a una ambulancia. Ellos corroboraron que no tenía nada roto, pero me llevaron con ellos para revisarme la espalda. Así se quedó mi casa, abierta y con el cuadro acomodado en el sillón.

Mi vecina me dijo que ella iba a cuidar hasta que yo llegara, que no me preocupara por nada. Duré ocho días en el hospital, me había lesionado las cervicales. Llegué con collarín acompañado de mi tía, ella se fue quejando todo el tiempo del porqué de mi decisión al irme tan lejos a vivir solo.

Ella no lo entendía. Yo estaba irritado y contestaba mal, a parte del dolor, comencé a dormir muy mal en el hospital. No sé si era por los medicamentos, pero soñaba cosas horribles, ese perro estaba entre las sombras buscándome. Cualquier cosa que se le atravesara, mientras me perseguía, lo hacía pedazos.

Despertaba lleno de sudor, con el dolor horrible en mis pies. Los moretes no bajaban, las líneas del cuadro permanecían a pesar de que se me desinflamaron los golpes. Sentí que me había marcado ese maldito perro. Pensé ocho días lo que iba a hacer y llegué a la conclusión de que tenía que quemar el cuadro.

Cuando llegara iba a agarrar el cuadro, le iba a pedir permiso a mi vecino de prenderle fuego en un bote de metal. No había otra solución. Ese cuadro tenía algo siniestro, si un animal fantasmal venía con él, seguramente si me deshacía de él en la basura o dándoselo a otra persona, iba a regresar a mí y no me iba a arriesgar a eso.

Mis pensamientos iban enfocados en eso durante todo el regreso mientras soportaba los reproches de mi madre de crianza. Ya luego tendría que contentarla, por ahora la prioridad era desaparecer de la faz de la tierra a ese perro infernal.

Cuando me bajé del carro, lo hice con calma, sentí un escalofrío invadirme, juro que, al voltear a la puerta por instinto, miré que la cortina se movió como si alguien hubiera estado viendo desde dentro al levantarla un poco. Me quedé helado, me ardían las piernas, no podía moverme.

Mi tía fue de inmediato conmigo, me dijo que estaba pálido. Le dije que me había sentido un poco mareado así que la apuré a ir con la vecina por la llave de la nueva chapa que le habían puesto mientras estuve en recuperación.

Me quedé parado en el mismo lugar, a unos dos metros de la puerta. Miraba intensamente la cortina para descubrir alguna sombra o algo que me diera el indicio de que había alguien dentro. Llegó el esposo de la vecina a ayudarnos con la puerta. La abrió mientras nos decía del costo por mandar a arreglar la chapa.

Entró él, luego mi tía y yo ni siquiera había pesto medio pie dentro cuando escuché el asombro de ambos. Me asomé sin meterme, así vi lo que los había dejado asombrados, también asqueados. Dentro de mi sala, tan bonita y perfecta como la había arreglado, estaban tirados pedazos de pelo, piel y demás. Habían matado unos gatos adentro, al fondo podía ver la puerta del patio abierta, como la había dejado al momento del accidente. Mi tía me dijo que, si tenía algún perro y no le había contado, le aseguré que no.

El vecino me dijo que toda la noche anterior los gatos del lugar habían estado haciendo un montón de ruido. Se habían calmado hasta la madrugada, pero no imaginaba que hubieran estado dentro de mi casa. Me dijo que se veían huellas de perro en el piso. Las fuerzas me abandonaron por el terror y caí en el suelo. El dolor punzante me recorrió por completo la espalda, sentía que me iba a quebrar.

El vecino y mi tía fueron a apoyarme, él me levantó mientras mi tía iba a buscar mis medicamentos para el dolor. Las lágrimas se me estaban saliendo por soportar aquel dolor. El vecino llamó a su esposa con un chiflido, ella, al verme sentado a la entrada de mi casa corrió a la suya para sacar una silla de plástico. Entre los dos me levantaron y sentaron.

Yo estaba que no podía con mi alma, todos me miraban esperando que les dijera algo. La vecina me acercó un vaso con agua y tomé mis pastillas, poco a poco el dolor se hacía más punzante detrás de mis oídos, me sentía aturdido. Un sonido imaginario, porque sé que los demás no lo escucharon, comenzó a incrementar, apenas y pude decirles que estaba mareado.

Alcé la cabeza y entre el hueco que hacían los cuerpos de los tres, alcancé a mirar hasta el fondo de mi casa, justo al patio. Una figura como de humano con cabeza de perro estaba parada mirando todo. No recuerdo nada más porque me desmayé. Dicen que primero di un grito, luego me desvanecí en la silla.

Cuando desperté me dijeron que quizás el golpe era más grave de lo que pensaban o que en el traslado pude lastimarme más. Me dejaron dentro del hospital más días para pruebas, pero no concluyeron nada. Había sido el dolor el que quizás me había provocado el desmayo.

A pesar de mis miedos, pude recuperarme, no tuve secuelas. Mandé a mis tíos a que sacaran el cuadro y lo tiraran a la basura, era lo único que iba a poder hacer, ya vería más adelante, si me lo volvía a encontrar, si lo quemaba como lo había pensado primero. El cuadro no regresó.

Yo volví a mi normalidad después de muchos meses de vivir paranoico. Jamás escuché nuevamente aquellos ladridos de perro, pero me quedó la marca de lo que había vivido en los pies, pues quedaron con una especie de mancha, algo que me dijeron que era una quemadura pero no entendían cómo me quemó el marco de un cuadro.

Autor: Patricia González

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