Los Zapatito De Bebé Historia De Terror 2024

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Los Zapatito De Bebé Historia De Terror 2024

Los Zapatito De Bebé, Historia De Terror… Cuando nació mi segundo hijo, Manuel, era una época mala para mi familia y para mí. Faltaba dinero en casa, por más que trabajaba no era suficiente. Nico tenía seis años, mi esposa había tenido que dejar de trabajar porque, a causa de embarazo, era cada vez más difícil estar parada atendiendo a los clientes.

Con mi salario de la maquila no alcanzaba, las cosas estaban, como dicen, apretadas. Buscábamos hacer pocos gastos, pero aun así se necesitaba comprar cosas para Manuel. Afortunadamente algunos amigos y familiares se dieron cuenta de nuestra situación, a mí siempre me ha dado pena pedir prestado o cualquier cosa similar porque mi mamá jamás nos educó para estar dando lastimas. Afortunadamente con la ayuda de todos ellos, a quienes agradezco enormemente, poco a poco comenzamos a tener lo necesario para el niño.

Regina tenía siete meses cuando comenzaron a pasar cosas raras en la casa. Pasó de pronto. En nuestra casa, un pequeño lugar que estaba pagando a duras penas, nunca había pasado algo similar, nada de fantasmas o movimientos raros. Los vecinos jamás contaban historias del lugar, tampoco había rumores sobre algún problema que pasara.

Como esas historias que se cuentan, de que encontraron fallecidos o que hubiera algún panteón antes ahí o algo más que pudiera darnos indicios de que donde estábamos viviendo era asociado a algo que pudiera provocar ver animas o ser sus víctimas. Pensándolo, no recordamos algún otro incidente antes de la noche que mi esposa vio la sombra de un hombre, solo una figura negra entre la oscuridad, ella gritó en medio de la noche porque pensó que alguien había entrado a la casa.

Eso fue un día entre semana, lo recuerdo bien. Durante la tarde noche del día anterior, llegué del trabajo temprano, llegué cargado de unos regalos que me habían hecho para el nacimiento del bebé. Cenamos pronto y nos fuimos a acostar temprano porque Regina se sentía mal.

Cuando nos acostamos a dormir, sentía que el niño se seguía moviendo, por eso mi esposa no podía dormir. Yo seguía dormido, despertaba un poco para estar al pendiente. Medio estaba alerta por si me decía que fuéramos al hospital. Como no me decía nada, continuaba dormido como podía. A los pocos minutos, de la última vez que me despertó, escuché a Regina gritarme.

Me desperté como rayo, asustado y sin cambiarme agarré una de mis botas por inercia para salir a luchar contra quien sea. Cuando abrí la puerta del cuarto, Regina estaba pegada a ella por eso me cayó justo en los brazos cuando la abrí. Se volteó hacia mi llorando, mientras me decía que había visto a un hombre en la sala.

Por su parte Nico, había salido corriendo de su cuarto al escuchar los gritos de su madre y, al encontrarla asustada en la sala, la agarró del camisón llorando con ella. Di una vista rápida, la casa podría abarcarse toda girando un poco para abarcar hasta la cocina y la puerta del patio, pero no vi nada, así que molesto comencé a regañar a mi esposa.

Sinceramente pensé que Regina seguía adormilada, por eso había visto algo imaginario. En ese momento estaba seguro que solo eran sus nervios.

Casi me daba un infarto al escucharla gritar porque creí que era por el bebé, ella me decía que no había sido apropósito, que vio a un hombre parado cerca de la ventana. Después de haberme calmado, la dejé a un lado para prender la luz y revisar bien la casa. Me aseguraba si había algo distinto o alguna de las puertas o candados estaba abierto.

Ella me contó que tras el no poder dormir salió del cuarto dispuesta a calentar algo de leche cuando intentó prender la luz de la cocina y no encendió el foco. Resignada, decidió buscar dónde calentar la leche, aunque fuera a oscuras, cuando al agacharse miró de reojo vio algo más oscuro que las normales de la casa. Aquella sombra la alcanzó a ver en la esquina de la casa, justo entre el sillón y las cajas con cosas del bebé.

Ahí había una ventana, entre la cortina usualmente pasaba la luz de afuera, pero la sombra se veía claramente. Era como un hombre que la veía sin moverse para nada. Me dijo que por la luz de la ventana pudo ver bien que era completamente negro, una figura de un hombre muy alto con sombrero.

Olvidé pronto el incidente porque extrañamente nada más pasó, ni un indicio, ruido o cosa fuera de lugar. Regina no mencionó nada más tampoco. Los días pasaron, cerca del parto fue cuando Nico fue atacado por aquella sombra. Un fin de semana por la noche, estábamos viendo la televisión en el cuarto los tres cuando el niño me dijo que estaba aburrido, así que se fue a jugar a su cuarto.

Escuchábamos ruidos, eran bajos, golpes de juguetes, movimiento. No pensamos que nada malo estuviera pasando. Nico comenzó a llorar muy bajo, apenas y lo escuchábamos. Me dijo mi esposa algo, no recuerdo bien qué, pero me levanté despacio, haciendo el menor ruido posible, ni siquiera apagamos la televisión. Quería saber qué era aquel sonido que se escuchaba lejos, fuera del cuarto del niño.

Cuando llegué a la entrada del cuarto de Nico, él estaba acostado boca abajo en el piso llorando, no tenía juguetes a la mano, ni otra cosa alrededor. Me pareció raro porque pensé que estaba jugando. Me acerqué, lo alcé para abrazarlo, pero comenzó a llorar más, me dijo que le dolía. Le pregunté qué estaba haciendo, me dijo que le dolía, una y otra vez en voz baja.

Me dio un miedo terrible, de esos miedos que uno no entiende, sentía algo, pero no sabía qué, quería salir del cuarto, pero no me podía mover y Nico se apretaba contra mi pecho. Comprendí por qué él hablaba bajo porque sentía lo mismo.

Le pregunté qué te duele, él señaló su costado, la presión de que algo estaba viéndonos me hizo tardar en revisar el lugar donde señaló. Cerré los ojos pidiéndole a dios, lo que sea, sin acordarme de alguna oración, o algo que pude aprender en el catecismo, solo pedía que me ayudara de eso.

Por un momento, el reflejo de algo que brillaba lo sentí en el costado del ojo de mi izquierda, era del lugar dónde estaba la cama del niño. En mi mente visualicé que lo que nos veía estaba debajo de la cama.

Afortunadamente Regina me gritó si todo estaba bien y desperté de ese trance, agarré valor y salí del cuarto cerrando la puerta tras de mí. Comencé a sentir que una presión en el pecho me dejaba sin poder respirar bien, así que estaba agitado.

Le dije a mi esposa que todo estaba bien, luego miré a Nico, le dije que ya todo estaba bien y comenzó a llorar con fuerza diciéndome que le habían pegado. No pregunté nada más, alcé su playera, revisé su costado encontrándome con una visión aterradora, una mano puntiaguda se dibujaba como un golpe, casi como una quemadura en su pequeño cuerpo, abarcándole las costillas.

Mi hijo había sido lastimado por algo, algo que no podía explica y ahora eso, estaba debajo de la cama esperando. No sabía qué pero sentía el miedo recorrerme el cuerpo

La sangre se me congeló, me preguntaba cómo iba a explicar ese golpe en el niño, tampoco me animaba decirle a Regina, pero seguramente ella se iba a dar cuenta pronto. Al final resolví decirle lo mejor que pude, ella se alteró como nunca y a las horas ya estábamos en el hospital de urgencia por el malestar que sentía.

Tampoco me fue bien con Nico esa noche, la mano con dedos puntiagudos que yo había visto, o que pensé ver, era ahora una mancha roja llena de sarpullido, le picaba tanto que había estado rascándose sin parar el niño. Llamé a mi suegra, ella estuvo con mi esposa cuidando recibir los informes de los médicos, yo estaba con Nicolás, esperando que le revisaran el sarpullido.

A Regina la dieron de alta a las tres horas y completamente furiosa salió echando pestes contra los doctores, quienes le diagnosticaron estrés por el embarazo, pero ella sentía una sensación de dolor en el vientre. A pesar de los estudios, todo salió normal, dejando más furiosa a mi esposa que preocupada por la sensación de piquetes en el vientre, que sentía. Desde ese día el niño no paraba de moverse, había una inquietud fuera de lo normal en la casa también.

La madre de Regina intentó calmar su furia cuando salí de consulta con Nico, él tenía una quemadura por contacto con algo caliente. Me hicieron mil preguntas, revisaron varias veces al niño, tardaron horas los tramites, al final pensaban que pudimos lastimar a nuestro hijo intencionalmente, por eso todo el ir y venir de doctores y enfermeras. La revisión del dermatólogo, fue definitiva, aquella quemadura ampollada era a causa de algo en el cuarto del niño, como ropa o algún jabón.

Nos mandaron a quitarle mil y un cosas para evitar que volviera a pasar, le mandaron muchas pomadas para bajar la inflamación. Hasta hoy, ahora que él tiene catorce años, aquella quemadura quedó en su piel como un lunar gigante de color grisáceo que abarca todas sus costillas del lado derecho.

A pesar de eso, no pensé en hacer algo. No se me cruzó por la mente rezar o bendecir la casa, me consumió por completo el cuidado de Regina, tener que trabajar y comenzar a lidiar con los terrores nocturnos de Nico, sus picazones en la piel y llanto.

Era imposible concentrarme en algo, fueron meses que recuerdo como oscuros, como si no hubiera sido de día. Sé que algunas personas me van a entender, me sentía en un agujero, a pesar de que las cosas estaban medio bien, la presencia de aquello oscuro parecía modificar todo.

Mi hijo se la pasaba intranquilo, no quería regresar a su cuarto a dormir y terminamos los tres durmiendo en la cama. Regina estaba siempre nerviosa, perdía la paciencia a la menor oportunidad y yo todo el tiempo estaba cansado, ojeroso, incluso bajé de peso, sentía la sensación de estarme muriendo. Sin pensarlo vivimos dos meses así, insoportables.

Pero todo cambió cuando llegó Manuel, la casa cambió, todo se llenó de vida.  Nico dormía con nosotros, pero comenzó poco a poco a regresar a su cuarto. Regina regresó a su carácter habitual y la racha de mala suerte bajó, lo digo porque seguían los problemas económicos. Esta buena señal, como me lo tomé, de que las cosas iban a mejorar se volvió mucho peor cuando regresó.

Comenzó a manifestarse ese hombre con más intensidad. La sensación de maldad en la casa era horrible, todo el tiempo se veía oscura, algunas cosas desaparecían y aparecían de repente. Por las noches podía escuchar que caminaban por la casa.

Estas cosas nos hicieron pasar de la total felicidad por el nacimiento de Manuel, al infierno. Sentía como si callera en picada, ahora comencé a tener pesadillas. El bebé lloraba mucho los primeros días de haber llegado a la casa, era casi imposible dormirlo más de dos horas seguidas durante la noche.

A veces me preparaba mi café de la mañana y mientras esperaba que hirviera el agua, sentía que algo se movía de un lado a otro de la sala, como alguien que se movía rápido. En una ocasión, al revisar, encontré unos zapatitos del bebé tirados cerca de los sillones.

Además, cuando salía de la casa, me daba la impresión de que alguien me veía desde la ventana, así que revisaba si Regina se había asomado para verme salir, pero casi nunca estaba ahí ella. Regina estaba cansada todo el tiempo también, mientras Nico pasaba días en casa de su abuela porque no podíamos hacer que regresara a la casa, nos decía que tenía miedo.

Lo peor, y por lo que decidimos vender la casa, fue cuando Manuel comenzó a ser afectado directamente por esta cosa que todos veíamos de una forma u otra. Comenzamos a ver que Manuel permanecía demasiado tranquilo, no se movía mucho, dormía bastante, pensamos que se había acostumbrado a la casa, que eso era bueno.

Mi esposa lo cambiaba, lo dejaba acostado en la cuna y él no se movía, abría los ojos, miraba a su alrededor, pero nada más. Aunque diario cambiaba mi esposa de ropa al pequeño, siempre le dejaba puestos unos zapatitos tejidos en color azul, eran sus favoritos, le encantaba ponérselos, aunque le quedaban un poco grandes. Llevamos al niño a revisión, nos dijeron que parecía responder más lento que un niño normal, ahí comenzaron los días de angustia.

Los Zapatitos De Bebé Historia De Terror

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Estudio tras estudio, el bebé respondía bien, luego comenzaba a cambiar su comportamiento, era como si tuviéramos dos niños. Uno feliz y risueño, otro callado, lento, dormilón.

Fue mi suegra la que hiló los cabos, una noche que se quedó a dormir para ayudarnos con el recién nacido. Ella cambiaba al niño el pañal como de costumbre, su hija estaba bañándose, yo trabajaba y Nico estaba viendo la tele. Mi suegra estiró la mano para alcanzar la ropa que iba a ponerle porque se había ensuciado mucho.

Tomó la ropa que Regina le había dejado, pero al ver los zapatos, los vio viejos, como si hubieran sido usados mucho tiempo. Los dejó a un lado para ver si podía deshacerse de ellos pues se veían en mal estado. Los arrojó sin mirar hacía la cama, pero al hacerlo sintió como si algo delgado, peludo y caliente le tocara los dedos.

Quitó la mano por la sensación, volteo a ver el lugar donde había estirado la mano, pero no vio nada. El niño comenzó a llorar, en lo que volteó a verlo, alcanzó a ver que los zapatos se hicieron a un lado. Dio un salto lejos por el susto, agarró al niño abrazándolo con fuerza, calmando su llanto. Regina recién salía del baño, secándose le preguntó a su mamá si le pasaba algo al niño, pues no era usual verlo llorar así.

La expresión de mi suegra, según cuenta Regina se veía pálida mientras se alejaba lentamente hacia atrás. Ella le preguntó de nuevo si estaba bien, su mamá solo pudo pronunciar apenas las palabras suficientes para decirle sobre los zapatos, Regina se acercó a ellos y estos se acercaron a sus dedos. Ambas entraron en pánico, los zapatitos vibraban hasta que uno se volteó.

Se salieron de la casa llevándose a los niños, me las encontré en el parque cuando regresé del trabajo, ahí mismo me contaron todo sin esperarse a que llegara a la casa. Mi suegra me dijo que esos zapatos tenían algo maligno y comenzó a investigar más sobre ellos.

Esa señora, doña Leo, siempre me ha impresionado. Desde que la conocí ella parece que tiene algo que la hace darse cuenta de cosas que uno no ve de principio y en esa ocasión ella fue la que pudo hilar los cabos para entender que aquellos zapatos estaban ligados a lo que nos había estado pasando. Como Regina le contó todo, encontró respuestas a través de los acontecimientos, por eso, al llegar a mi casa, solo tuve que escuchar lo que ella creía que pasaba.

Aquellos zapatitos tejidos, habían sido un regalo de una amiga mía del trabajo. Llegué tan cargado un día que los dejé en la sala y pasó mucho tiempo hasta que los puse en el cuarto de Nico. Aquellos zapatos, venían con ropa también tejida, eran cosas que dijo mi amiga había pedido a unas señoras de su grupo de tejido.

Todas habían donado cosas hechas por ellas mismas, todas se colocaron en una bolsa de regalo grande y nos las había entregado mi amiga. Vimos las piezas, pero ni yo, ni Regina, recordábamos los zapatos.

Los tiempos entre los acontecimientos fueron acomodados por doña Leo. El regalo llegó en algún momento a los siete meses de gestación de Manuel, eso coincidía con la primera aparición del hombre. Los zapatos sin usar estaban ahí, generando la sensación de miedo en todos.

En ese lugar Regina vio la sombra del hombre del sombrero, luego pusimos algunas bolsas debajo de la cama de Nico para quitar tantas cosas apiladas en la sala y tras eso el niño recibió la quemadura. Esos zapatos estaban ahí, debajo de la cama, estamos seguros porque ambos acomodamos muchas cosas en canastas de ropa acomodadas bajo la cama para despejar el espacio.

Después, cuando mi hijo mayor, asustado, comenzó a dormir con nosotros, su cuarto estaba casi siempre con la puerta cerrada y a pesar de eso la sensación de malestar nos invadía a todos. Mi suegra nos dijo que el mal no solo se fija a la cosa maligna, si no que invade todo el ambiente, se pega a las personas, las daña.

El maligno tiene muchas formas de manifestarse, desgraciadamente nosotros jamás hicimos caso a las señales, sobre todo yo, a pesar de que me sentía terrible durante esos meses. Intrigado le pregunte cómo sabía esas cosas, ella me dijo que era una ayudante en la iglesia, ahí había visto y sabido muchas cosas.

Yo sabía que ella era muy apegada a grupos para rezar o cosas por el estilo, pero era la primera vez que escuchaba que ahí pudieran saber sobre estos espíritus malignos.  Le pregunté, dudando, porque esa sombra no había mostrado nada durante los últimos meses, desde la llegada de Manuel.

Ella no supo, pero imaginó que quizás estaba esperando o aguardando. Los zapatos se los habíamos puesto al bebé todo el tiempo, no había pasado nada, el niño seguía igual, solo lo de siempre desde que nació, el recién nacido tranquilo y dormilón. Mi suegra, nos dijo algo que sentí como si el mundo se viniera abajo.

Nos dijo que Manuel quizás era demasiado tranquilo para ser un recién nacido, que cuando ella lo vio en la incubadora lloraba normalmente, cuando lo cargó por primera vez el niño se veía hasta sonrosado pero que cuando lo volvió a ver parecía no mirar nada, dormía mucho.

Aunque lo médicos no encontraron nada, ella sabía que algo sentía el niño. Nos preguntó si habíamos hablado con los doctores al llevarlo a revisión, le dijimos que sí, pero ellos no le encontraban nada malo. Mi suegra dudó, nos dijo que quizás se equivocaba, pero Regina, segura de las palabras de su mamá, sabiendo que si ella lo decía era por algo, le pidió que nos trajera al padre para bendecir la casa o que mínimo nos llevara agua bendita.

Yo le dije que pensaba lo mismo, teníamos que hacer algo, juro que jamás en mi vida me había sentido tan mal como aquellos meses en los que sentía que todo se nos iba de las manos, el dinero, la comida y hasta la felicidad.

Esa noche regresamos a la casa a dormir, nos preparamos para recibir a el padre cuando tuviera tiempo, pues mi suegra nos dijo que tendría que pedir una cita a domicilio al sacerdote que ella conocía.

Al ingresar a la casa, justo al entrar, nos llegó un olor a podrido muy fuerte pero no supimos de dónde venía por más que buscamos y limpiamos. Comenzamos a buscar por todas partes los zapatos al no encontrarlos donde supuestamente los habían dejado ellas.

Mi suegra fue a la tienda y trajo unas veladoras, esa noche recé más de lo que había hecho en toda mi vida. Descansamos al dormir, pero eran cerca de las cuatro de la mañana porque mientras estábamos pidiendo a dios que nos librara de aquel mal, todo tronaba en la casa. Se escuchaban pequeños ruidos inquietantes, así que sin pensarlo cerramos la recamara de los niños, yo le puse una silla y un palo que atoraban la puerta por si acaso.

Las noches siguientes fueron así, o yo o Regina rezábamos, mi suegra fue a su casa a buscar al padre, quien llegó a los ocho días después. Pensé que pasaría algo extraordinario, que se escucharían ruidos o pasaría algo más, pero nada. La bendición pasó como si nada.

El padre Rubén llegó y pasó como si nada, sentí que la sangre se me helaba cuando él comenzó la bendición, pero al final me preocupaba que nada pasara, hasta pensé que estaba loco. Mi suegra no dijo nada, se fue sin decir nada, Regina y yo nos quedamos igual, esperando que pasara algo para saber que esa cosa se había ido. Quizás la maldad se fue inmediatamente después de que el padre llegó y posó sus pies en la casa, limpiando de todo mal el lugar.

Quisiera decir que me quedé en paz, pero una corazonada me decía que algo seguía mal, pero aguardaba. Ese ser esperaba. Le llamé a mi compañera del trabajo para preguntarle por los zapatos, mi pretexto fue decirle que queríamos otro par porque se nos habían perdido y nos gustaban mucho, pero ella me respondió que no sabía nada sobre esos zapatos, que ella estaba segura que solo había puesto un gorrito y un traje de dos piezas.

Sentí terror al preguntarme si era verdad lo que decía o ciertamente jamás había puesto esos zapatos en la bolsa de regalo.

A los tres días de la bendición, Regina vio al hombre de nuevo. Afortunadamente estábamos conscientes de que la venida del padre había servido de nada, así que habíamos dejado a los niños con mi suegra mientras yo trabajaba, mi esposa iba a guardar todo poco a poco para mudarnos.

En el momento que comenzó a guardar las cosas y llegó al cuarto de los niños, encontró los zapatos azules arriba de la cama de Nico, me dijo que se veían sucios, quemados, también llenos de tierra. La sombra estaba mirándola desde debajo de la cama.

Los ojos le brillaban como los de un animal, raramente seguía con ese sombrero, parecía estar torcido para caber. Sus facciones eran oscuras, pero dijo que se parecían a las de un hombre muy delgado, con la piel llena de cicatrices y pegada al hueso de su cara.

La miraba sin parpados, la sensación hacía que sintiera que se le estrujara el pecho con desesperación, pero era un terror tan inmenso, el ver aquel hombre en la oscuridad y que está debajo de la cama de un niño, que sentía terror de dejar de mirar, no podía más que permanecer atenta. Era como si estuviera cuidando que ella se descuidara para agarrarla.

Dice que, entre aquella silueta, algo oscuro se movió desde atrás, algo que la hizo llorar del miedo, aunque no sabía qué era. Corrió en un arranque de fuerza y eso fue todo para ella. Regina salió corriendo de la casa, sin dinero, en pijama y sandalias, dejando la puerta abierta, no hubo poder humano que la convenciera de regresar por las cosas de la casa. Lo dejamos todo, no había posibilidad de regresar por algo, temíamos que fuera de nuevo tras Manuelito.

Autor: Patricia González

Derechos Reservados

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