El Cementerio, Historia De Terror 2023
El Cementerio, Historia De Terror… La historia que les voy a contar, espero que no les perturbe un poco por el tema que abordo, es que desde que era pequeña tuve un interés por saber un poco más qué es la muerte, qué hay después de la vida y otras tantas preguntas que creo nos hacemos todos en algún momento de nuestra existencia.
Recuerdo que mis padres me llevaban ocasionalmente al cementerio, por la muerte de un familiar cercano, veía cómo había personas que lloraban calladamente, otras gritaban con fuerza, al mismo tiempo que lloraban desgarradoramente, incluso, alguna vez me tocó presenciar que alguien se desmayaba.
Para ese entonces tenía como ocho años, me pegaba del vestido de mi mamá, porque desde ese lugar me sentía segura, para observar cada una de las manifestaciones de dolor de los familiares que habían tenido su pérdida, en esa época no comprendía lo difícil que es perder para siempre a un ser querido.
También, recuerdo que había otros funerales en los que los dolientes se ponían a rezar el rosario antes de sepultar a su ser querido, de una manera tranquila, con un llanto callado, sin embargo, la tristeza se respiraba a todo alrededor, no sé por qué motivos observaba tratando de entender el dolor de cada persona, pero por mi edad era complicado.
Hubo una vez en la que fuimos al entierro de un amigo cercano de mi padre, yo no mantenía un vínculo con esa persona, quizás esa fue la razón por la que no me detuve a ver a los presentes, llamó mi atención un hueso pequeño que estaba sobre la tierra, lo recogí y lo vi con detenimiento, caminé un poco más y comencé a encontrar más huesos por todos lados, descuidados como si alguien sólo los hubiera aventado sin ningún interés.
En ese momento, mi tía notó que me estaba alejando fue tras de mí, ella me dijo que no recogiera ningún hueso, no era bueno llevarse lo que pertenece al panteón a nuestras casas, porque entonces nos llevamos todo lo que rodea a la muerte de su espacio, y se pueden abrir portales que no nos gustaría conocer.
No comprendí del todo lo que mi tía me decía, lo que sí alcanzó fue a darme un poco de temor y saqué de mi bolsillo el hueso que ya me llevaba, lo aventé a la arena y lo dejé ahí. Cuando mi tía vio que ya llevaba conmigo un hueso, me dijo que, al parecer, ese hueso era de un niño, por el tamaño que tenía, le pregunté por qué si al muerto se le metía en un cajón y se le enterraba, cómo era que los huesos andaban por ahí, por todos lados.
Mi tía no quiso decirme la razón real por la cual esos huesos estaban en el lugar que no les correspondía, con el tiempo lo comprendí.
La curiosidad que mantuve en mi infancia respecto a la muerte no terminó, conforme fui creciendo cuando acudía a un funeral continué con mi inclinación, una de las cosas que me impresionaba era el olor distinto al común, siempre he creído que es el olor de la muerte, porque desde que ingresaba a una sala de velación, de inmediato percibía el aroma extraño, como si en ese momento estuviera rondando ese ser huesudo, que le da permiso al difunto de ver por última vez a sus seres queridos, para después llevarlos a no sé qué lugar.
Quiero aclarar que la intención de observar los ritos fúnebres, así como a los familiares cercanos del difunto, no es con una intención mal sana o para emitir un juicio de valor, sino que era distinto mi interés, más bien es por tratar de entender todos esos misterios que desconocemos respecto a la muerte, y todo lo que gira alrededor de ella.
La cuestión es que también me llamaba la atención ir a los cementerios de otros lugares, no es que fuera específicamente a eso, pero cuando salía de vacaciones a un sitio distinto a mi ciudad, me daba una escapada para conocer el panteón de ese nuevo lugar, porque creo que, de alguna manera, cada cementerio muestra la cultura y las tradiciones propias de cada población.
En una ocasión, cuando estudiaba en la universidad, la maestra de la materia de lengua, nos dijo que era necesario hacer investigación a través de la observación, para ello, nos dividimos en equipos de tres personas, hizo papeles con diferentes partes de la ciudad, para que analizaramos la forma de expresarse de las personas, en un bote puso los destinos a los que iríamos a realizar nuestra tarea.
Hubo equipos a los que les tocó ir a un bar, otros al cine, a diferentes destinos, lo curioso, es que a nuestro equipo nos correspondió ir al panteón, el más cercano era el de Mezquitán, a mis otras dos compañeras no les agradó ir a ese lugar, en cambio a mí sí.
Caminamos hacia el lugar, quizás por la hora el cementerio se encontraba desolado, ya eran pasadas las cinco de la tarde, así que no había ningún servicio de entierro, sólo a lo lejos alcanzamos a escuchar como un murmullo, que un grupo de personas rezaban el rosario.
En la entrada principal del cementerio se encuentran las tumbas de gente importante de Guadalajara, es decir, el camposanto se encuentra dividido por secciones, en el inicio también había partes destinadas a extranjeros como la sección dedicada a los alemanes.
De igual manera, también encontré construcciones muy antiguas, que eran como pequeñas casas, cuya fachada era de acuerdo a otra época; las inscripciones en las lápidas eran de hace muchos años. Como en cualquier cementerio, había tumbas sumamente cuidadas, otras olvidadas, algunas sin sus lozas de cemento correspondientes a la parte superior, lo siniestro era que se alcanzaba a ver lo oscuro y profundo de una tumba.
Continuamos con la parte de la observación, hasta lo que sabía, el sitio era antiguo, sin embargo, nunca había ingresado a él, cada día que iba a la universidad, lo veía desde afuera; conforme nos adentramos en él, me pude dar cuenta que este se encontraba dividido en dos partes, fue necesario para abrir una avenida importante de la ciudad, después se encontraba la segunda sección, al final de ella, encontré un árbol frondoso que brindaba una sombra espectacular, alrededor de él varias bancas acomodadas en forma de círculo.
Después de la larga caminata nos sentamos en una de las bancas para observar durante unos minutos, pero fue imposible poder escuchar el habla de las personas, si era un lugar en el que habitan los muertos. Decepcionadas nos retiramos, pero yo me sentí atrapada por el lugar, decidí que iba a regresar a estar a solas bajo esa sombra del árbol, así fue como comencé a hacer un hábito el estar en este espacio.
Al principio, sólo acudía uno o dos días, después lo hice cada vez que asistía a clases, trataba de irme unas dos horas antes de mi clase, cuando se llegaba la hora, me iba caminando a la universidad.
En el momento que llegaron las vacaciones, me llevaba mi cuaderno y mi pluma, para desde ahí hacer mis escritos; como es un cementerio que ya no tiene espacio para nuevas tumbas, en muy pocas ocasiones había entierro, sólo cuando algún familiar es propietario y tiene espacio para su difunto, así que la mayor parte del tiempo era un lugar tranquilo y silencioso, lo que me permitía realizar mi actividad sin la menor distracción.
En una ocasión, me encontraba inmersa en la lectura de un libro, alcancé a escuchar el movimiento de unas hierbas secas, volteé hacia atrás y no encontré a nadie, de nuevo regresé a mi lectura, pero otro ruido me sacó de mi concentración, era como si alguien estuviera escondido observando, me quedé por unos minutos bajo la protección del árbol, decidí retirarme, el lugar se encontraba muy solo, era posible que algún maleante, ya me hubiera visto desde hace días, y estuviera merodeando.
Me alejé a paso veloz, no encontré a nadie hasta que crucé la avenida que divide el cementerio, ahí se encuentran los locales con flores, ingresé a la primera sección del panteón, volteé para saber si alguien me seguía, pero no vi a nadie.
El velador del cementerio ya me conocía, así que al ver mi prisa me preguntó qué me sucedía, le dije que había escuchado ruidos de alguien que se escondía, él me dijo que no era el lugar adecuado para hacer tarea, que, en ocasiones, por la madrugada, él también escucha muchos ruidos, el hombre trataba de decirme que quizás me había asustado por algo inexplicable, sin embargo, yo le tenía más miedo a un ladrón o alguien que me quisiera dañar.
Duré varios días sin ir al panteón, pero de nuevo me hacía falta el silencio y la tranquilidad de ese espacio, regresé con mis libros y mis cuadernos, después de un rato comencé a sentirme observada, buscaba a mi alrededor y no encontraba a nadie, más tarde, escuché un ruido un poco alejado de mí, pero esta vez vi a un joven que me observaba a la distancia, no sabía si salir huyendo del lugar o esperar a que se me acercara y saber por qué me vigilaba.
Ya no lo resistí, me levanté para retirarme del lugar, decidí que no era conveniente continuar yendo, me ausenté por unas semanas, sin embargo, un día decidí regresar de nuevo, durante varios días no ocurrió nada extraño, hasta que un día, escuché los pasos de alguien atrás de mí, me levanté asustada, dispuesta a correr, el joven me dijo que no tuviera miedo, no me iba a hacer daño, pero yo lo dudé, me fui a toda prisa del lugar.
Después de varios días regresé, pero esta vez tuve la precaución de quedarme en la banca de la entrada principal, no había mucha gente, pero el velador siempre estaba cerca, estaba inmersa en un libro, de repente me di cuenta de que alguien se sentó en la misma banca, era el mismo chico del otro día, seguramente vio el miedo en mi cara, él me dijo que no me fuera, sólo quería platicar conmigo, él también a diario estaba en el cementerio.
A lo lejos vi al velador y a un grupo de personas, me calmé un poco y el joven comenzó a charlar, poco a poco fui perdiendo el miedo, comencé a sentir un poco de confianza y seguridad, de alguna manera intuía que no me quería lastimar.
Él me dijo que tenía curiosidad, no era la primera vez que me veía en ese lugar, al principio pensó que estaba ahí porque algún familiar cercano se acababa de morir, y lo único que trataba era estar cerca de él, pero después vio que nunca fui a ninguna tumba, el único motivo por el cual estaba ahí era para leer y escribir, acciones muy inusuales en un cementerio.
Me convenció con su argumento, le pregunté qué hacía ahí, así como su nombre, me dijo que se llamaba Mario, también me explicó que iba con mucha frecuencia a este lugar por dos razones, la primera era que le quedaba muy cerca de su casa, la segunda porque hacía poco que su madre había muerto, así que iba todos los días a visitarla y mantener su tumba con muchas flores, no acostumbraba a rezar, pero sí platicar con ella.
A partir de ese momento nos hicimos grandes amigos, siempre que yo llegaba a la parte en la que se encontraba el árbol frondoso él ya estaba ahí, hubo ocasiones en las que me iba más temprano de lo usual, pero siempre él me ganaba a llegar a la banca, ahí se encontraba esperándome.
En ocasiones ni siquiera hablábamos, nos limitábamos a leer, para eso, le llevaba uno de mis libros, cuando terminaba uno, me decía cuál otro le interesaba, otras veces yo escribía mientras él vagaba por las tumbas, era muy reservado, no me contaba nada de su vida, cosa que me daba curiosidad porque se le notaba que, si bien, era mexicano, tenía cierta ascendencia extranjera.
Un día estuvo dispuesto a charlar, no sé qué le sucedió, pero él tenía una necesidad de hacerlo, comenzó a platicarme de su infancia, de los juegos que comúnmente jugaba al lado de sus amigos, todavía se emocionaba cuando me decía que jugaba a las escondidas, a las canicas, al changais, y otra cantidad de juegos que para mí eran desconocidos,
Para eso le pregunté en qué parte vivía, porque esos juegos yo nunca los había practicado, a lo cual, no me respondió; además me contó la forma en que aprendió a andar en bicicleta, era tanta su emoción que me describió cómo fue la experiencia de saber equilibrar en ella, me dijo que nadie le enseñó, poco a poco como pudo aprendió, hasta que un día dejó de caerse, me enseñó las cicatrices de sus rodillas por tantas caídas, no pude hacer otra cosa más que reírme.
Él se quedó muy serio mirándome, al parecer, no le agradó que me riera de sus golpes, ya con más seriedad le pregunté por qué había aprendido a hacerlo solo, a mí, mi padre me había enseñado a utilizarla, él agarraba la bicicleta por la parte de atrás, hasta que un día me soltó sin que me diera cuenta, ya había aprendido a andar en ella.
Qué raro, me respondió él, a nosotros no era costumbre que nuestros padres nos enseñaran a andar en bicicleta, todos mis amigos aprendieron de la misma forma, se me hizo poco común, pero no me importó. Continuamos conversando de situaciones de nuestra infancia, yo también le platiqué de las caídas que me puse cuando aprendí a andar en patines, al igual que él, tenía las rodillas marcadas.
Ese día no pude avanzar en mis escritos, ni en mis lecturas, se nos fue el rato en platicar de cosas del pasado, me gustaba estar con Mario, sin embargo, había algo en él que no lograba comprender, en ocasiones se le veía muy pálido, como si estuviera enfermo, pero no me atreví a preguntarle sobre su estado de salud, quizás sí tenía una enfermedad que le ocasionaba una piel sin color.
Un día, acostumbrada a verlo llegar primero que yo, para mi extrañeza no estaba, me quedé ese día trabajando con mis escritos, sin que él se apareciera, llegó la hora de que me fuera del lugar y él no vino; me fui consternada porque no sabía si le había sucedido algo.
Al acercarme a la puerta principal, vi a lo lejos que estaban sepultando a un difunto, un grupo pequeño de personas se encontraban cerca de la tumba, mientras rezaban unas oraciones desconocidas para mí, fue extraño ver que enterraran a alguien, porque ya llevaba cierto tiempo de ir a ese lugar, sin que no hubiera un entierro.
Al día siguiente, de nuevo mi amigo no llegó, así pasaron varios días sin que él se apareciera, fue en ese momento que me di cuenta, que sólo sabía su nombre, pero no su dirección o su número de celular.
Después que pasaron varios días, creí que ya no volvería a verlo, por algún instante pensé en irlo a buscar, porque se me hacía muy extraña la manera en que se había desaparecido, lo único que sabía era que vivía muy cerca del cementerio, tuve la intención de preguntar por él, pero no lo hice.
Ya me había hecho a la idea de que no volvería a verlo, hasta que un día, cuando llegué al lugar de siempre ahí estaba, sentado con la mirada perdida, de inmediato le pregunté si le había pasado algo malo, él me dijo que sí, con tristeza me comentó que su hermana había muerto pocos días antes, me explicó que para él fue muy difícil aceptar esta pérdida, por eso estuvo varios días ausente.
Le pregunté si la habían sepultado en este cementerio, él me dijo que sí, me apuntó con el dedo hacia la dirección en que se encontraba su tumba, fue cuando caí en la cuenta, que fue el día del entierro que vi, de haberlo sabido, hubiera podido acompañarlo. Esa mañana él no habló, no quiso hacer nada, todo el tiempo estuvo callado y pensativo, no quise quitarlo de su ensimismamiento, entendí que estaba pasando por un proceso de duelo, así que me dediqué a hacer mis lecturas sin molestarlo.
Durante varios días estuvo ausente, parecía que su mente se encontraba en otro lugar, de repente, comenzó a hablar de algo que no comprendía del todo, me dijo que la muerte no es lo que la mayoría de las personas se imaginan, unas dicen que el alma de la persona se puede ir al cielo, al infierno o al purgatorio, de acuerdo a sus acciones. Continuó diciendo que se cree que el cielo es aquel lugar entre nubes en el que se encuentra Dios y vas a convivir con él y los ángeles durante la eternidad.
Se quedó callado por unos minutos, después, me dijo que el infierno tampoco era aquel lugar con fuego, en el que las almas lloran y suplican porque las saquen de ese lugar horrible y ardiente; mucho menos existía el purgatorio, ese espacio temporal en el que el alma de la persona purifica su ser para después poder trascender.
Estaba a punto de interrumpirlo, porque me pareció que afirmaba algo de lo que no tenía la certeza, ningún muerto había venido a decirnos que hay en el más allá, cuando me dijo con firmeza que la muerte no era el fin de la vida, sino una constante oportunidad y amenaza, es la continua alternancia de vida y muerte, de composición y descomposición. No hay vida sin muerte, ni muerte sin vida.
Fue cuando creí que mi amigo estaba un poco loco o estaba desvariando, porque no entendía a qué se refería con ese discurso, pero creo que sospechó que lo iba a desmentir, porque de inmediato me dijo, que cuando una persona se muere su alma no se va a ningún lado, a esos lugares que comúnmente se refiere la gente, esa alma, cuando se desprende del cuerpo, vaga sin rumbo, se encuentra aquí y en todos lados en convivencia con los vivos.
El Cementerio, Historia De Terror
Me comentó que existía una especie de portal en el que hay momentos en que esas almas pueden estar con los vivos, hay otros instantes en los que no, lo interesante de esto, es no perderse y quedarse de un solo lado, porque entonces sí pueden suceder cosas fatales. Ya no quise escucharlo más, entendí que se encontraba muy susceptible con el asunto de la muerte, porque la había vivido muy de cerca hace algunos días, pero de ahí a creer todo lo que él me decía, distaba mucho.
Él notó que ya no me encontraba a gusto con su charla, se disculpó y prefirió retirarse, vi cuando se alejó, su caminar era errático, primero caminó hacia un lado de las tumbas, después lo vi pasar hacia el otro lado, comprendí que su extraña conducta era producto de lo mismo, pero era preferible darle un poco de espacio.
Todavía me quedé un rato más en el lugar, quería aprovechar al máximo mi estancia en el cementerio, porque se acercaban las vacaciones en la universidad, y sabía que ya no iría todos los días.
Vi que se acercaba la hora de mi clase, me encaminé hacia la salida, a lo lejos vi a una chica que me saludaba con entusiasmo, me acerqué para saber quién era, cuando estuve de cerca la pude reconocer, era Adriana, una compañera de la preparatoria, a grandes rasgos me contó que su madre estaba sepultada ahí, pero que su tumba estaba deteriorada, se encontraba en proceso de reconstrucción, así que de nuevo regresaría al día siguiente, quizás ya estaría terminada, le dije un lo siento y me marché.
Me encontré de nuevo con mi amigo, se le veía distinto, dejó de hablar sobre la muerte, conversamos sobre las comidas de nuestra infancia, él me dijo que sus dulces favoritos era el pinole, los coyoles enmielados y los palitos de pan, no conocía esos dulces, así que le pregunté si era de otro estado o de otro país, él me respondió que no, me cuestionó el por qué no los conocía, a lo cual le dije que ni siquiera sabía qué rayos era eso.
En ese momento, vi a mi amiga Adriana, me saludó a lo lejos, le dije a mi amigo que me esperara, le iba a presentar a una amiga, me acerqué con ella y me encaminé hacia el árbol para presentarle a Mario.
Ella se quedó extrañada cuando le dije que estaba platicando con un amigo, me respondió que desde que me vio yo me encontraba sola, le respondí que eso no era verdad, Mario, mi amigo, estaba conmigo. No, me dijo ella, yo te vi como que hablabas con alguien, pero no vi a nadie a tu alrededor, de hecho, se me hizo muy extraño verte de esa manera, me quedé observando durante unos minutos, de verdad te puedo decir que no había nadie contigo.
No podía creer lo que Adriana me decía, en eso recordé hacia qué parte del cementerio se dirigía cuando nos despedíamos, corrí como loca hacia aquel lado de las tumbas, Adriana no comprendía lo que me sucedía, pero me siguió. Buscaba en cada una de las sepulturas la inscripción, con el nombre del difunto, en eso, encontré una tumba, cuya loza se encontraba fresca, tenía que ser esa. En efecto, era notorio que hacía poco habían sepultado a alguien, la hermana de Mario.
En la lápida estaba una inscripción con el nombre de Mario Alcántara 1970-1991, me quedé helada cuando vi su nombre escrito, su año de nacimiento y de su muerte. Ahora comprendí todo, sus juegos, sus dulces favoritos, su conocimiento de la muerte, en ese instante me cuestioné si me dijo la verdad cuando me habló de ella, dudé de pensar que los muertos pudieran convivir con los vivos. Mi afición a estar en un cementerio cambió por completo, ahora voy, pero ya no me quedo a hacer amigos.
Autor: Ana Bécquer.
Derechos Reservados.
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