Muñeco De Porcelana Historia De Terror 2023

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Muñeco De Porcelana Historia De Terror 2023

Muñeco De Porcelana, Historia De Terror… Hace muchos años, cuando yo era solo una niña pequeña, mis padres contrataron a una ama de llaves llamada Agatha para ayudar con las tareas domésticas. Agatha era una mujer mayor, conocida en el pueblo por su reputación de bruja. La gente hablaba de sus extraños rituales y de su conexión con el mundo de lo sobrenatural, sin embargo, al venir de la ciudad, mis padres no creían en esas supersticiones y decidieron darle una oportunidad.

A primera vista, Agatha parecía una mujer normal. Durante el día, se ocupaba diligentemente de las tareas domésticas y se comportaba de manera cordial. Sin embargo, cuando la noche caía y nos encontrábamos solas en la casa, o cuando ella creía que nadie la estaba observando, su comportamiento se volvía algo inquietante.

Una de las cosas más extrañas que noté fue su fascinación por los objetos antiguos y misteriosos. En su habitación, que siempre mantenía cerrada con llave, guardaba una colección de artefactos extraños: amuletos, pergaminos, cristales y otros objetos que desconocía por completo. A menudo la veía examinándolos detenidamente, murmurando palabras en voz baja, como si estuviera realizando algún tipo de ritual.

A pesar de los comportamientos extraños que Agatha manifestaba en privado, siguió trabajando para nuestra familia durante varios años. Durante ese tiempo, se convirtió en una presencia constante en nuestras vidas y, de alguna manera, se volvió indispensable para el funcionamiento de la casa. Aunque nunca nos adentramos en detalles sobre su colección de objetos misteriosos, su labor como ama de llaves era eficiente y confiable.

Sin embargo, como suele suceder, los tiempos difíciles llegaron a nuestra familia. Mi padre perdió su empleo y nos encontramos sumidos en problemas monetarios. Fue en ese momento cuando mis padres tomaron la difícil decisión de despedir a Agatha. Aunque ella pareció comprender la situación, pude notar un poco de molestia en su mirada.

Después de que Agatha fuera despedida, la casa quedó vacía de su presencia. Sin embargo, un día, mientras mis padres estaban ausentes, escuché un golpe en la puerta principal. Al abrir, me encontré con Agatha parada frente a mí, con una expresión tranquila pero algo misteriosa.

Ella explicó que había regresado a la casa porque había dejado algunas pertenencias en su antiguo cuarto y deseaba recogerlas. Aunque me sorprendió su visita inesperada, decidí dejarla entrar, ya que la recordaba como una parte importante de nuestras vidas durante tantos años, y a pesar que mis padres siempre me habían dicho que no dejara pasar a extraños a casa ésta no se trataba de ninguna extraña.

Mientras Agatha buscaba sus pertenencias en su antigua habitación, entablamos una breve conversación. Parecía estar bien y no mencionó nada sobre su vida después de su partida. Sin embargo, algo en su mirada me hizo sentir que había algo más detrás de su visita.

Antes de despedirse, Agatha sacó algo de su bolso y me entregó un muñeco de aspecto antiguo. Era un muñeco de bebé, hecho a mano y de apariencia delicada. Era un muñeco con mejillas regordetas, pelo suave y unos extraños ojos verdes, redondos y transparentes que nunca se cerraban.

Agradecí su gesto, aunque me sorprendió el obsequio. El muñeco era hermoso pero tenía un aura extraña y misteriosa. Sus ojos de vidrio parecían seguirme con la mirada, y una sensación escalofriante recorrió mi espalda. Aunque me sentí un tanto inquietada, acepté el regalo y prometí cuidarlo.

Después de entregar el muñeco, Agatha se despidió y se alejó de la casa sin decir una palabra más. Mis padres notaron lo extraño que era el regalo del muñeco por parte de Agatha. Aunque les resultaba inquietante, decidieron no intervenir, ya que me veían feliz con él. El muñeco se convirtió en mi juguete favorito, y pasaba horas jugando y cuidándolo. Aunque algunas veces su realismo me asustaba un poco, aún así, algo en él me hizo quererlo mucho, aunque nunca le puse nombre, simplemente le llamaba “Bebé”. Jugaba con él todo el día y casi nunca nos separábamos.

Sin embargo, todo cambió el día de mi undécimo cumpleaños. Organizamos una fiesta en casa y asistieron varios niños de mi edad. Mientras jugábamos, algunos de ellos notaron que todavía tenía el muñeco y comenzaron a burlarse de mí. Se rieron y me llamaron infantil por seguir jugando con muñecos a mi edad.

Sentí una mezcla de vergüenza y tristeza, y decidí que ya no quería que el muñeco estuviera a la vista. Me acerqué a mi madre y le dije que ya no lo quería. Ella, notando mi angustia, me consoló y entendió mi decisión. Guardamos el muñeco en una caja y lo llevamos al sótano, donde quedaría oculto de las miradas de los demás.

A medida que pasaron los días, la presencia del muñeco en el sótano parecía pesar sobre mí. A veces, escuchaba ruidos extraños provenientes de esa parte de la casa, y una sensación de inquietud se apoderaba de mí cuando pasaba cerca de la puerta del sótano. Sin embargo, me repetía a mí misma que había tomado la decisión correcta.

Poco a poco, el muñeco quedó olvidado en el sótano, cubierto por capas de polvo y tiempo. Pasaron los años y crecí, dejando atrás la infancia y adentrándome en la adolescencia. Un día, mi mamá vino a recogerme de la escuela, como siempre. Pero esta vez, tenía una expresión seria en su rostro. Me dijo que alguien había entrado a la casa y había destrozado mi computadora, en la que solía chatear. Me entristecí mucho y me pregunté quién habría sido el culpable.

La angustia se apoderó de mi madre cuando fue a recogerme a la escuela aquel día. Su rostro reflejaba preocupación y temor, y no tardó en contarme lo que había sucedido en casa. Alguien había entrado mientras estábamos ausentes y había causado destrozos. Mi computadora, entre otras cosas, estaba completamente destrozada.

La policía no encontró señales de entrada forzada, lo que los dejó perplejos y sin pistas para seguir. Nos sentíamos vulnerables y asustados, sin entender cómo alguien había logrado ingresar sin dejar rastro alguno. La incertidumbre y el miedo se instalaron en nuestra vida cotidiana.

Aquella noche, mientras me encontraba en mi habitación, aún con el sabor amargo de lo sucedido, noté algo fuera de lugar. Al agacharme junto a mi cama, descubrí un pequeño zapatito de tela escondido bajo ella. Reconocí de inmediato ese zapatito como parte del atuendo del muñeco que había guardado en el sótano años atrás.

A pesar de lo raro que me resultó todo, pensé en no darle vueltas al asunto ya que pensé que tal vez podría tratarse de cualquier otra cosa, sin mencionar que tenía cosas más importantes en qué pensar como para preocuparme por eso, viendo que aquellos sucesos me afectaron bastante. Para distraerme, mi mamá me permitió invitar a mi amiga Lucy a dormir en casa.

Era la noche en la que mis padres celebraban su aniversario y salieron a cenar. Después de merendar, Lucy y yo subimos a mi habitación para jugar a la memoria. Estábamos muy entretenidas cuando, de repente, escuchamos un ruido proveniente del sótano. Era como si cajas se estuvieran cayendo y luego oímos la puerta del sótano abrirse y cerrarse

Quizás una de las ventanillas del sótano se había quedado abierta y el viento había causado aquel alboroto, pensamos. Terminamos de jugar y nos fuimos a acostar, sin darle mayor importancia. De repente, escuchamos un quejido proveniente de la escalera, como si alguien estuviera subiendo. Mi corazón se aceleró y un escalofrío recorrió mi espalda. En ese momento, sentí cómo alguien me apretaba el brazo con fuerza. Con la luz del corredor, pude distinguir la figura de “Bebé” parado en el umbral de mi habitación.

Movida por el miedo, encendí la lamparita de mi mesita de noche. Cuando me agaché, sentí cómo la sangre se me congelaba en las venas. Vi algo que se movía debajo de las cobijas. “Bebé” estaba sucio y su ropa estaba rota y desgarrada. Su camisa colgaba en jirones y sus pantalones tenían un gran agujero. Bajo una de sus piernas, había señales de haber sido roídas por ratones. Su rostro ya no estaba rosado, sino amarillento. Le faltaba un ojo y una de sus botitas estaba destrozada.

No podía creer lo que veía. “Bebé” me miró con su único ojo y una lágrima sucia recorrió su mejilla. Entonces, de repente, saltó sobre la cama, sobre Lucy. En ese momento, comprendí que había sido él quien había destruido mi computadora, celoso porque ya no le prestaba atención ni jugaba con él. Ahora iba a atacar a mi amiga.

A pesar de tratarse de solo un muñeco, este poseía una fuerza descomunal, ya que , por un momento realmente creía que se libraría de ambas. Nos aferramos a él y lo empujamos con todas nuestras fuerzas, logrando arrojar al muñeco lejos de nosotras. Desapareció en la oscuridad de la habitación, sumiéndose en las sombras.

Poco después, mis padres regresaron a casa. Les conté lo que había sucedido, pero no creyeron mi historia. Pensaron que solo era fruto de mi imaginación o una pesadilla exagerada. Sin embargo, subieron al ático para asegurarse de que el bebé estuviera allí, pero no encontraron rastro alguno del muñeco.

Pasaron los días y no supe nada más sobre el muñeco. Parecía que todo había vuelto a la normalidad, aunque la sensación de miedo y desconfianza seguía latente en mi mente. Cada pequeño ruido o sombra me hacía recordar aquel encuentro aterrador con el muñeco. A veces, me despertaba sobresaltada en medio de la noche, convencida de que había escuchado susurros o pasos cerca de mi cama. A pesar de que intentaba persuadirme de que era solo mi imaginación, el temor persistía.

Una noche, mientras dormía plácidamente, fui despertada por los ladridos incesantes de mi perro. Los sonidos se volvían cada vez más fuertes y angustiantes. Al mismo tiempo, escuché el llanto de un bebé. Mi corazón se aceleró y me levanté de un salto, siguiendo el sonido.

Al entrar al pasillo, me percaté de que los llantos provenían del sótano. El miedo se apoderó de mí, pero mi curiosidad me impulsó a investigar. Bajé las escaleras temblorosas y abrí la puerta del sótano.

Lo que vi me heló la sangre. Bebé estaba allí, llorando desconsoladamente. Su aspecto era aún más deteriorado que antes. Tenía una mirada perdida y desesperada. Me acerqué con cautela y extendí la mano para tocarlo, pero en el último momento me contuve. Algo en su mirada me advertía que no debía acercarme demasiado.

Cerré la puerta del sótano y regresé a mi habitación, temblando de miedo y confusión. Al día siguiente, buscamos a mi perro por toda la casa, pero no encontramos rastro alguno de él. Simplemente había desaparecido sin dejar rastro.

A partir de aquel día, comencé a ver su figura en cada rincón de mi casa. Un vistazo rápido en el pasillo y allí estaba, asomándose por la esquina. En la sala de estar, sus ojos inexpresivos parecían observarme desde una silla vacía. Incluso en la oscuridad de la noche, podía distinguir su silueta en las sombras de mi habitación.

Muñeco De Porcelana Historia De Terror

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Lo más perturbador era que, a pesar de que nadie más estaba en casa, algunos vecinos me comentaban que alguien los saludaba desde la ventana de arriba. No podían ver con claridad quién era, pero aseguraban que parecía ser un niño muy pequeño. Cada vez que escuchaba esas historias, sentía un escalofrío recorriendo mi espalda.

Mis padres trataban de tranquilizarme, diciéndome que todo era producto de mi imaginación y que aquel muñeco ya no existía. Sin embargo, yo sabía la verdad. Él seguía acechándome desde las sombras, acechando mi hogar y a aquellos que se atrevían a acercarse.

En los días siguientes, las apariciones de “Bebé” se volvieron más frecuentes y perturbadoras. Cada vez que lo veía, sentía cómo su presencia me invadía, generando una atmósfera de terror en la casa. Sus ojos vidriosos me seguían a todas partes, y sus risas infantiles resonaban en mis oídos, incluso cuando sabía que no había nadie más cerca.

Intenté contarle a mis padres sobre las apariciones, pero su escepticismo seguía siendo evidente. Pensaban que mi imaginación me estaba jugando malas pasadas o que el estrés de los recientes eventos estaba afectando mi cordura. No querían admitir que algo sobrenatural o malévolo pudiera estar sucediendo en nuestro hogar.

Mientras tanto, los fenómenos extraños se intensificaban. Objetos desaparecían y aparecían en lugares inesperados. Los murmullos y risas infantiles se volvieron más audibles, y a veces podía sentir una presencia fría y hostil cerca de mí. Mis noches se llenaron de pesadillas y despertares abruptos, sin saber si era producto de mi mente o si “Bebé” estaba detrás de todo.

Las noches eran las peores. A menudo, me despertaba con una sensación de ser observada, solo para encontrarme con los ojos inquietantes de “Bebé” fijos en mí. Su presencia era asfixiante, como si estuviera esperando el momento oportuno para cobrar su venganza.

A medida que pasaba el tiempo, la sombra de “Bebé” comenzó a afectar mi salud mental. Mis noches se llenaron de pesadillas horribles y mi mente se nublaba con pensamientos oscuros y paranoicos. Me sentía atrapada en un ciclo interminable de terror y angustia.

Después de tanto tiempo de terror y angustia, un día volví de la escuela y me encontré con una casa vacía. No había señales de mis padres ni de ningún otro miembro de la familia. La sensación de soledad se apoderó de mí mientras caminaba por los pasillos silenciosos.

Mientras me dirigía hacia mi habitación, comencé a escuchar un sonido inconfundible: los llantos de un bebé. Los sollozos eran débiles y lastimeros, pero llenaban el aire de un sentimiento de desolación y tristeza. El sonido provenía del sótano, ese lugar oscuro y aterrador que albergaba tantos secretos.

A pesar del temor que me embargaba, sentí la necesidad de investigar. Bajé las escaleras con cautela, siguiendo el sonido que me guiaba hacia el origen de los llantos. Cada paso era un eco inquietante en el silencio de la casa.

Cuando llegué al sótano, la puerta estaba ligeramente entreabierta. Una luz tenue se filtraba desde el interior, iluminando el camino hacia lo desconocido. Reuní el coraje necesario y empujé la puerta lentamente, revelando la escena que me esperaba.

Allí, en un rincón oscuro del sótano, se encontraba un pequeño bulto el cual se retorcía por el suelo mientras lloraba, por un momento el miedo me invadió, pero aquel llanto era diferente, no me generaba el mismo terror que aquel llanto que me había atormentado por tanto tiempo, este se escuchaba lastimero, casi como si pidiera ayuda, no me quedó duda este se trataba de un bebé real.

Me acerqué con cautela, sin poder apartar la mirada de aquel bebé que parecía necesitar ayuda. Tomé al niño en mis brazos y lo abracé con ternura, tratando de calmar sus sollozos.

Mis brazos envolvieron al bebé desconocido con ternura, pero a medida que pasaban los momentos, comencé a sentir cómo su peso se volvía cada vez más abrumador. La presión aumentaba, como si una fuerza invisible quisiera arrastrarlo hacia abajo. Una sensación inquietante se apoderó de mí, y mis ojos se encontraron con los del bebé.

Lo más perturbador fue el cambio en su aspecto físico. Su piel estaba desgastada y marchita, revelando venas y huesos que asomaban por debajo. Sus dientes, antes perfectos, ahora se aflojaban y caían uno a uno, dejando agujeros oscuros en su boca. A pesar de ello, su sonrisa seguía siendo amplia y grotesca, mostrando una boca llena de encías sangrantes.

Por si aquella escena no fuera lo suficientemente impactante, en un momento, este pareció querer gesticular palabras. Pero cuando intentaba hablar, solo lograba emitir una mezcla de llanto y alaridos guturales. Sus intentos de comunicarse se volvían cada vez más desesperados y desgarradores, llenando el aire con un sonido aterrador. El miedo se apoderó de mí y, casi instintivamente, solté al bebé de mis brazos. Retrocedí horrorizada ante la visión perturbadora que se había revelado ante mí. El bebé ahora se retorcía en el suelo, emitiendo una risa macabra que resonaba en el sótano.

Corrí hacia las escaleras, desesperada por alejarme de esa abominación. Cada paso que daba se sentía como una lucha contra una fuerza invisible que quería mantenerme atrapada. Finalmente, logré salir del sótano y cerré la puerta detrás de mí, tratando de bloquear los horrores que había presenciado.

Mis padres, los cuales estaban llegando a casa en ese momento alarmados por mis gritos y por el ruido proveniente del sótano, acudieron rápidamente a mi encuentro. Les conté lo que había sucedido, pero entendieron que era inútil buscar al bebé nuevamente. Sabían que algo siniestro se escondía en nuestro hogar y que debíamos protegernos.

Decidimos abandonar esa casa, dejando atrás los terrores que nos habían acosado durante tanto tiempo. Nos mudamos a otro lugar, lejos de la presencia maligna de “Bebé” y sus perturbadoras apariciones.

Lo más perturbador era que, a pesar de mudarnos, cada vez que nadie más estaba en casa, algunos vecinos me comentaban que escuchaban llantos de bebé provenientes de nuestra casa en ocasiones. Eran llantos angustiantes y desgarradores, como si un niño estuviera sufriendo. Incluso llamaron a la policía varias veces, pero cuando llegaban, los llantos cesaban y no encontraban rastro alguno de un bebé en la casa.

Aprendí a vivir con esta extraña presencia que parecía seguirme a todas partes. Intenté ignorar los llantos de bebé y los avistamientos de “Bebé”, pero la sensación de inquietud y miedo nunca desapareció por completo.

Pasaron los años, y cuando finalmente tuve una pareja y quise formar una familia no podía quedar embarazada. A pesar de los informes médicos que afirmaban que no había ningún motivo físico para mi infertilidad, sabía en lo más profundo de mi ser que tenía algo que ver con Ágata y el muñeco de porcelana.

Con el tiempo, llegué a aceptar que esta era mi realidad. Ágata era parte de mi vida, una presencia constante que no podía ser ignorada. Decidí que si no podía deshacerme de ella, entonces debía aprender a vivir en armonía con su influencia perturbadora.

Autor: Canek Hernández.

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