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Mi Amigo El payaso 2022

Mi amigo el payaso… Siempre eh sido muy especial, de pequeña amaba los juguetes, supongo que todos los niños tienen una fase, algunos la tienen de dinosaurios, otros de princesas, hadas, astronautas, ponis o cualquier cosa que se les ocurra, pero lo mío era a otro nivel.

Mis padres decían que comenzaron a darse cuenta de que mi comportamiento no era cómo el de otros niños, cuando ni siquiera quería sacarlos de su empaque y a los que sacaba, sacudía y lavaba constantemente, para que estuvieran limpios y ordenados, mis padres eran de la vieja escuela, si no tenías una discapacidad física y tú mente estaba lo suficientemente estable para aprender a valerte por ti misma al pasar de los años, entonces no había nada que reparar o que necesitará atención.

«Esa es mi princesa ordenada» Decía mi madre. «Pobre y remilgosa» me decía mi padre cada vez que no podía con la textura o el olor de un alimento, tal era el caso de la mermelada, empalagosa y pegajosa, cómo la odio hasta la fecha, fuera de eso (y de lavarme las manos y lo que tocaba varias veces al día) era una niña perfectamente normal, pero aún está muy marcada mi obsesión por los juguetes.

Mi habitación estaba llena de repisas que mi padre instalaba para colocar mis nuevas adquisiciones, estaba particularmente orgullosa de mi colección de muñecas de porcelana con cabello real y mi colección de cincuenta y cinco figuritas de My Little Pony, una tarde de juegos para mí consistía en bajar cada una de las muñecas y cepillar su cabello, quince veces de cada lado y después limpiar todos los demás carritos y figuras de las cajitas feliz de Macdonald, mi habitación era el sueño de un coleccionista.

Una mañana de domingo, a mis nueve años, después de que mis padres tuvieran que sacarme de la misa, pues el olor a incienso, me estaba provocando arcadas y no querían un incidente cómo el que había pasado durante mi bautizo, en dónde le vomité la cara al padre.

Caminamos un poco a los alrededores, no querían meterme tan rápido a la camioneta, el bamboleo podría hacer que devolviese mi desayuno.

Papá me tomaba de la mano, mientras mamá empujaba la carriola con mis hermanitos gemelos de apenas cinco meses dentro, honestamente me gustaría poder describirlos un poco mejor, mi abuela decía que solo les faltaban las alas para ser ángeles, decía que su cabello rizado y ojos verdes, robarían muchos corazones cuando fueran mayores, en mi opinión, los odiaba, tanto era a si que ni siquiera me había acercado para conocerlos.

El Payaso

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Nunca fui buena con los cambios y ellos fueron uno muy grande desde que me enteré de su existencia.
–¡Pronto tendrás un hermano o hermana princesa! –Me dijo mi madre durante el desayuno un año y dos meses antes de lo acontecido.

–Tu vida será más feliz cuando ellos estén aquí.

Y cómo una niña ingenua, me la creí, no imaginaba cómo podría mejorar mi vida, supuse que el o ella podrían comerse las verduras de textura rara de mi plato o podría subirlos a sitios pequeños en los que sabía que había polvo, pero por mi edad ya no cabía.

Para mí desgracia, eso no fue para nada así, a medida que el embarazo avanzaba, mamá parecía demasiado cansada cómo para hacer el aseo conmigo de la forma correcta (la mía).

Y la incompetente de la tía Petra quiso tomar su lugar.

Solo sacudía una vez, aunque le especifiqué cómo debía hacerlo y los vidrios quedaron tan opacos, que juro hasta la fecha que lo hizo solo para fastidiarme, su nacimiento no fue mejor, fue asqueroso para mí, enterarme de que en lugar de uno, ¡Eran dos!

Mamá tuvo que irse por dos semanas al hospital porque uno de ellos era muy pequeño o algo así, ellos arruinaron mi rutina y nadie parecía tomar enserio mis problemas o necesidades.

Cuando llegaron a casa, no hicieron más que empeorar la situación, lloraban sin parar, en mi era entendible, mis problemas eran reales, pero ¿Y los suyos? Solo estaban acostados, comiendo y defecando, llevándose toda la atención, mi atención.

Caminamos quizás unos cinco minutos, antes de que pudiera verlo, lindo y sonriente, impecable y sentado en una pequeña y bonita mecedora turquesa, era un payaso, cuerpo de trapo de más o menos medio metro de alto, con manos articuladas, pintura y cabello rizado y pelirrojo con un lindo sombrerito, su cara era peculiar, aunque parecía que era de plástico, tenía por ojos dos botones negros, cosidos de tal manera que lograban hacer que el plástico pareciera tela.

Rápidamente solté la mano de mi padre y corrí entre la multitud a esa venta de jardín, no era algo usual en mi, si algo no olía a nuevo, o al olor de mi casa, simplemente me daban ganas de vomitar, pero eso no ocurrió con el, el, no tenía olor, su tela era suave a mi tacto y su cabello se sentía cómo cabello de verdad.

–Veo que alguien se quiere llevar un pequeño amigo a casa.

–Dijo aquel anciano, su olor también era bastante neutral, y todo en el parecía estar perfectamente acomodado.

–El payaso solo se irá con un niño o niña tan especial cómo su dueño anterior. –Me miró de arriba abajo, sus gruesas gafas hacían ver sus ojos más grandes que cualquier otra cosa en su cara, encendió sus aparatos para escuchar, y eso lo hizo mucho más genial para mi, el tenía la opción de apagar y encender sus oídos a placer, yo también los tendría apagados si me viera forzada a estar en una ruidosa venta de jardín.

–¿Crees ser digna de su amistad?
–¿Quién era su otro dueño?
–Adivina. –Dijo sonriéndome mientras se señalaba así mismo, su dentadura era pulcra y

perfecta, algo poco común en un anciano.

–Si te deja levantarlo de su mecedora, será tu amigo, te será fiel hasta el final, la pregunta es…
¿Tu le podrás ser fiel a el?

–¡Aquí estás!

–Dijo mi padre aliviado.

–No vuelvas a escapar así,

–Miró al anciano, papá estaba acostumbrado a opiniones sobre mi, de ambos extremos, por tanto, podía recibir un elogió por cómo educaba a una niña tan ordenada y calmada o un reclamo por cómo educaba a una niña tan grosera que le dice a sus mayores que su ropa huele a sudor o su aliento apesta, normalmente sonreía o se disculpaba de acuerdo a la cara que tenía el adulto en turno, pero está vez pareció no lograr leer al anciano.

–¿Hola?

–Tiene una niña especial. –

Dijo el anciano rebozando una sonrisa exagerada, cómo si tratase de que viéramos todos sus dientes.

–Adelante pequeña, toma a tu amigo el payaso.

De inmediato obedecí, me sentí cómo el rey Arturo, sacando la espada de la piedra, no me costó nada de trabajo, cómo dije, era suave y agradable y el hecho de que no tuviera olor, me hacía querer abrazarlo muy fuerte, cómo jamás lo había hecho con ningún otro juguete.

–¡A caray!

–Dijo mi padre, rascándose la cabeza con nervios.

–¿Cuánto cuesta?

–Hay cosas más importantes que el dinero, –Respondió el anciano, reduciendo su sonrisa un cincuenta porciento. –me ofende que piense que el dinero es más importante para mí que el hecho de que Payasito encontró una nueva amiga.

–Déjeme darle algo simbólico al menos. –Cómo dije, mi padre era un hombre de la vieja escuela y las cosas gratis eran algo humillante para el.

–Deme cincuenta por la mecedora. –Me miró. –Es su lugar favorito en todo el mundo, procura que siempre esté listo para el.
–Claro.
–Ok.
Mi padre sacó su cartera, le pagó y me tomó de la mano para irnos, cuando estábamos a punto de salir del lugar, voltee una última vez, el anciano movía su mano, en señal de despedida, y aunque me costaba reconocer ciertos gestos sociales, al verlo supe que no era a mi a quien iba dirigida aquella despedida.

Al apenas llegar a casa, corrí directo a mi habitación, quería encontrar el lugar perfecto para tan maravillosa adquisición, después de horas de acomodar y desacomodar toda mi colección, decidí ponerlo justo a un lado de la puerta, sentado en su mecedora, mirándome con esa perpetua sonrisa y ojos de botón.

Aquella madrugada, no fue diferente a otra madrugada desde que esos costales de carne habían llegado a mi casa, primero uno lloró y despertó al segundo que también comenzó a llorar y tan solo una hora después de que por fin mamá pudiera calmarlos el segundo lloró despertando al primero, coloque mi almohada sobré mi cabeza, con a esperanza de aminorar un poco el ruido.

–Son un total fastidio.

–Escuché una vocecita chillona y enfadada, al principio pensé que era mi imaginación por estar tan adormilada, pero volvió a hablar. –Siempre e odiado a los bebés.

Me quite la almohada de la cabeza y encendí la luz, ni en un millón de años mis padres podrían hacer esa voz y cómo amaban a los gemelos, dudaba que dijeran algo cómo eso, la puerta estaba cerrada cómo siempre y la hubiese escuchado abrirse, mi oído era y es, demasiado bueno cómo para no notarlo, miré a mi alrededor, todo estaba tal y cómo lo dejé antes de dormir, «talvez un sueño muy real» pensé, apague mi luz nuevamente y volví a cerrar los ojos.

–Al menos la niña alta logró callarlos de una vez. –Volvió a decir aquella voz, pero está vez, un poco más calmada. –No es tan inútil cómo creí.

–¿Papá? ¿Mamá? –Dije sentándome en la cama y encendiendo la luz de nuevo. –¿Dónde están?
Busqué debajo de mi cama, era el único sitio donde podría ocultarse un adulto, pero estaba tan vacía y pulcra cómo siempre, volví a apagar la luz y me recosté, está vez sin cerrar los ojos, quería que se acostumbraran a la oscuridad para cuando la voz se volviera a escuchar.

–Creo que tampoco te caen muy bien.

–No en realidad, –Respondí con franqueza, si no me equivocaba la voz salía del lugar donde estaba el payaso, pero en lugar de tener miedo, de cierta manera estaba feliz de que alguien más pensara cómo yo.
–Solo comen, duermen y lloran, los odió.

–Odiar es una palabra muy grande para una niña tan pequeña.
–Pues para mí no.
–Siendo así ¿Quieres saber un secreto? Pero debes jurar que lo guardarás por siempre, es un secreto que sólo las personas muy especiales pueden escuchar.

–¿Puedo verte? –Le pregunté mientras acercaba mi mano al interruptor.

–No necesitas verme para saber que soy tu amigo ¿Tienes muchos amigos?

–La verdad no, siempre dicen que soy extraña y me dejan de lado, pero no me importa, los niños de mi salón son tontos y sucios, prefiero leer que estar con ellos.

–Las ovejas siempre temerán lo especial que es un lobo.
Sonreí involuntariamente y alejé mi mano del interruptor, no quería que la voz se fuera, el me decía todo lo que siempre había querido escuchar.

–¿Cuál es ese secreto?
–Es uno lindo, uno muy especial, un secreto que te liberará de todos tus problemas ¿Eres lo

suficientemente especial cómo para escucharlo?
–Claro.

–Las personas son insignificantes, pocos son los especiales que merecen realmente la vida, mientras hablamos, cientos de ordinarios ya nacieron, al igual que miles de ellos ahora están muertos, mueren sin pena ni gloria, son tan insignificantes que su nombre será olvidado, gravado en un pedazo de piedra que después de un tiempo a nadie le importará visitar.

–Mi mamá no es insignificante, prepara rico espagueti.
–Esas son cualidades que puedes tomar de las personas comunes, pero eso no las vuelve importantes, puedes conseguirlo de muchas otras, todas las cosas vivientes podrían estar

bajo tus pies ¿No sería lindo?
–Creo que si.

Aún estando en una absoluta oscuridad, algo dentro de mi me dijo que sonrió de forma orgullosa.
–Entonces ¿Con quién te gustaría comenzar? –Continuó. –bolsa de carné uno, o bolsa de carne dos.

–¿De qué hablas?
–Ya sabes, si ellos son los que te causan molestia, sólo debes quitarlos de en medio, todas las criaturas vivientes que no te sirvan van debajo de tus pies ¿Recuerdas?
–No lo sé, si mis papás se enteran, estaré en problemas.

–Pero de hecho no tienen porque enterarse, mi pequeña amiga, los niños de ese tamaño son ideales para tu comienzo, solo piénsalo, si ellos se fueran, tu vida volvería a ser cómo antes de su llegada, la cocina no olerá a repollo hervido y leche en polvo, toda la atención será para ti de nuevo, es obvio que tú la mereces más, es más, si mueren y finges tristeza, talvez te compren un nuevo juguete ¿No te gustaría?

–Me encantaría, pero ¿No se darán cuenta que fui yo?
–Los bebés mueren en sus cunas todos los días, cubre sus bocas y nariz hasta que dejen de moverse y después ponlos boca bajó para que parezca un accidente.–…

–Vamos. –Insistió con mucho mas empeñó que antes. –Si lo piensas bien, es un servicio a la comunidad, ninguno de esos dos es tan especial cómo tú, crecerán para convertirse en personas ordinarias y desorganizadas y de seguro será una carga todavía más fastidiosa para ti, por humanidad ¿No crees que sería lo mejor?

Cuando los primeros rayos de sol entraron a través de mi cortina esa mañana, el agudo grito de mi mamá lastimó mis sensibles oídos.

“Muerte de cuna” eso dijo el doctor, mucho más común de lo que se cree y por tanto no había culpable, nunca había visto un funeral doble y menos con ataúdes tan pequeños, no me gustó lo que vino después de eso, no me refiero a los casi extraños (familia lejana) en mi casa, al no dejarme abrazar o tocar por ninguno de ellos, les hizo creer que estaba en shock y por ende me comportaba de esa manera.

Así que todos respetaron mi regla de cero abrazos o contacto humano, sin embargo creó que el mayor problema con la muerte, es lo que viene después, pues primero las personas te dan sus condolencias y están para ti en cualquier segundo, sin embargo, espera que pase máximo un mes para que todas esas atenciones, desaparezcan.

Papá comenzó a refugiarse en el trabajo para estar en casa lo menos posible, en cuanto a mamá, se la pasaba tumbada en cama llorando, quería mucho decirles que no debían actuar de ese modo, nuestros problemas se habían arreglado, pero desgraciadamente, cómo el payaso susurró a mi oído, “ellos no era lo suficientemente especiales cómo para apreciarlo” al pasar los días me di cuenta que ni los espaguetis de mamá o la fuerza de papá, los volvían especiales, eran padres flojos que compraban las tres comidas del día.

–¡Ya no quiero comer esto! –Le grité a mi madre, mientras volteaba con furia la caja de la pizza tirándola al piso. –¡Quiero espagueti con salchichas!
Mi madre parecía un zombi para ese punto, no sé inmutó ni un poco, levantó dos rebanadas del piso y se fue a su cuarto.

–¡Odio a mamá! –Le dije al payaso quien solo me miraba con ésa perpetua sonrisa, aveces tardaba días antes de hablar de nuevo, nunca lo vi mover la boca, abecés tenía que pegarlo a mi oído para entenderlo, normalmente lo hacía en la noche y con la luz apagada.

–Detesto que no haga lo que yo quiero que haga.

–Las mamás son tan desechables cómo lo son los hermanos.

–Me contestó cuando mi habitación estuvo en completa oscuridad. –En mi opinión, si está mamá ya no te sirve, busca una nueva.

–Pero aunque la odio, creo que la quiero.

–Tal vez, pero no creo que más de lo que puedas querer a otra mamá.
–Pues, eso puede ser cierto.
–Si lo piensas bien, si la quieres tanto, podrías terminar con su sufrimiento, no deja de gimotear por esas dos bolsas de carne, se fueron hace dos meses ¡Supéralo!
–Si –Concordé enseguida.

–Supéralo mamá, supéralo papá, nuestras vidas podrían ser cómo antes si solo tuvieran una mente más especial.
–Me gusta cómo piensas.

Aquella noche de luna llena, con el vecindario tan apacible y tranquilo, con ni una hoja fuera de lugar, la pintoresca y triste casita del fondo de la calle brilló más que ninguna otra.

Las llamas fueron implacables aún con la ayuda de los bomberos y en cuestión de horas todo lo que en algún momento llame hogar quedó reducido a cenizas.

Para todos la situación fue bastante clara, la madre había permanecido deprimida por meses y simplemente decidió que no podía continuar más, y solo una mente trastornada y deprimida pensaría en que debían irse los tres, pero por suerte, con la ayuda de los bomberos y vecinos un pequeño milagro ocurrió, la pequeña sobrevivió, la encontraron pidiendo ayuda abrazada a su tierno juguete de payasito.

Muchas personas murieron desde entonces, el pequeño Armando murió asfixiado con una canica después de convencerlo de que eran comestibles, María murió por intoxicación después de rociar pesticida en sus trastecitos de juguete, Amanda se rompió la cabeza cuando la convencí de que cerca de la copa del árbol había un nido con tres hermosos petirrojos, extraño ser parte de los pequeños y crédulos niños en el patio de juegos.

Mi tía Petra murió poco después de acogerme en su descuidada casa, el payaso me recomendó esperar un poco, muertes tan cercanas podrían levantar sospechas, pero la verdad no me importó, sus gatos se subían a la mesa y dejaban pelo en mi cama.

Mi tia cayó por las escaleras, agonizó por veinte minutos antes de morir, fue molesto tener que mirar mi programa con ella suplicando que pidiera ayuda, cuando estuve totalmente segura de que ya no respiraba, corrí a casa de un vecino para decirle que un gato se le había atravesado mientras bajaba su escalera, y yo terminé en casa de mi tía gloria, la cual no estaba tan mal, con la excepción de sus tres hijos, reían fuerte y querían jugar con mi colección de juguetes que estaba intentando recuperar ¿Sabían que el líquido de frenos es algo muy importante para prevenir accidentes?

Uno pensaría que gracias a eso la manguera estaría resguardada o que al menos sería difícil de encontrar o quizás la podrían hacer un poco más resistente.

El payaso y yo llegamos con mi abuela a mis doce años, y fue una total bendición, estaba entrando en la adolescencia y hasta ese momento solo era una pequeña con una suerte horrible, pero entre más años cumpliera, más sospechas podrían caer sobre mi.

Mi abuela fue un gran salvavidas, tenía muchas ideas afines a la mía entorno a la limpieza y el orden, pero lo mejor era que era muy anciana para poder meterse en mis asuntos, y eso me dio los mejores años de mi vida.

Podía salir por la tarde y avanzar kilómetros en autobús, ocasionar incendios, secuestrar niños que eran encontrados poco después en algún baldío abandonado, el payaso siempre tenía las mejores ideas y siempre consiguió que ninguna sospecha cayera sobre mi, cómo a mis padres, solo había un problema, el cuidarla se había vuelto un fastidio con el pasar de los años.

Aveces olvidaba algunas cosas y se había vuelto tan frágil y descuidada que a menudo se le caía el café o el azúcar cuando intentaba hacerse el desayuno por su cuenta, ella sabía que su fin estaba cerca, pues cuando cumplí los dieciocho años, me dijo que la casa estaba a mi nombre y que estaba segura de que la mantendría en orden cómo a ella le gustaba, la ahogué esa misma noche con su almohada hipo alergénica, cómo a mis padres, lo hice por piedad, no puso mucha resistencia, lo que me hace pensar hasta este momento que me lo agradeció.

Grandes momentos pasé con mi amigo el payaso, pero todo tiene un final, hace un par de semanas tuve un dolor en las costillas, a mis ochenta y cinco años podría ser normal pero después de algunos estudios me dijeron que tengo cáncer, incurable por mi edad, no me molesta, talvez a una anciana normal lo haria, pero yo soy especial, el payaso se acaba de ir con un niño adorable, que el mismo escogió, yo se que se cuidarán mutuamente hasta que

llegue el momento, mientras se alejaban, me despedí de el con una sonrisa, dándole las gracias en mi mente por todos estos años.

Cierro la puerta de mi cuarto, coloco este escrito sobré la mesita de noche, tomo el arma, y la pongo en mi frente, la última víctima de una niña muy especial, será un placer.

Autor: Liza Hernández.

Derechos Reservados.

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