La Bruja Nos Acecha Historia de Terror
Cuando era joven fui seminarista. No seguí ese camino por motivos que prefiero reservarme, sin embargo, quiero compartir una historia La Bruja Nos Acecha Historia de Terror de una serie de sucesos que me ocurrieron durante mi estancia en un seminario de mi país, Chile.
No me gustaría que las personas que estén escuchando mi historia, piensen que todo lo que allí viví, fue la causa de que abandonara esta vocación, al contrario, yo pienso que todos podemos servir a dios a nuestra manera. Lo que, si es verdad, que a todas las personas que se dedican al estudio de nuestra fe, son las más asediadas por las entidades malignas que habitan nuestro mundo.
Llevaba ya un tiempo dentro del seminario, cuando nos informaron que nos mandarían a otra sede, que se localiza cerca de un pueblo. Las instalaciones de este lugar son más completas, cuenta con gimnasio, alberca, muchas áreas verdes y una granja.
Las tareas eran repartidas entre todos los seminaristas y a mí se me encomendó, estar al cuidado de algunos animales en la granja, de los cuales había borregos, unos chivos y algunos patos.
En el lugar, también vivían algunos gatitos, uno de ellos a quien llame Tomás, me agarró cariño de inmediato, incluso dormía a mi lado en las literas.
Todo fue bien durante las primeras semanas. Casi no me gustaba socializar con los demás seminaristas, por lo que me enfocaba únicamente a mis estudios, obligaciones y hacer ejercicio.
En cierta ocasión escuché a la hora de la comida a dos seminaristas que hablaban sobre cosas extrañas que estaban sucediendo. Uno de ellos le decía al otro que durante la noche escuchó que una lechuza le hablaba desde la ventana del dormitorio, el otro decía que juraba haber escuchado hablando a los animales. No les hice mucho caso en ese momento, como les dije no solía ser muy sociable por aquel entonces.
Tomas, el gatito, me acompañaba a todos lados, sin embargo, de un momento a otro, ya no quiso seguirme a la granja, incluso una vez que lo llevaba cargando en mi regazo, al llegar a los corrales, bufó y salió disparado de regreso al área de dormitorios.
Ese día, cuando alimentaba a los animales, noté que algunos borregos presentaban un comportamiento extraño, se alejaban del grupo y parecía que se me quedaran viendo. No sé por qué, pero algo en ellos me hacía sentir miedo. Durante una semana fue lo mismo, un borrego y un chivo se alejaba de los demás y se para frente a mí, como si me acechara. Aunque nunca quisieron atacarme, reporté el comportamiento de los animales y los hicieron revisar por un veterinario del pueblo. Después de revisarlos, me informaron que los animales estaban muy sanos, no se les veía ninguna enfermedad.
Pasaron dos días más, cuando, limpiando un corral, encontré varias cosas, unas figuras hechas con ramas con forma de estrella de cinco picos, varios pedacitos de tela amarrados con hilo color rojo, parecían pequeños muñecos, pues les habían pintado ojos y boca. Recogí todos los objetos con un cepillo para recoger hojas y los metí todos en una bolsa. Aunque nunca había visto objetos iguales, no podía dejar de asociarlos con fetiches de brujería.
Esa noche, me despertaron los sonidos de gatos en celo. Tomás se encontraba a mi lado, no se movía, solo ronroneaba. Los sonidos estaban cada vez más cerca, entonces pude notar que no era algo normal. De hecho, varios compañeros de la habitación se levantaron de golpe, encendieron la luz y comenzaron a rezar. Los gatos sonaban justo afuera de la habitación, para esto Tomás estaba bufando, como si le molestaran los sonidos. Mis compañeros comenzaron a murmurar que era el mismísimo demonio que se encontraba rondándonos, todos nos pusimos en oración.
Mientras rezaba, se me ocurrió mirar hacia el crucifijo de madera que está en la puerta. No sé si sería mi imaginación, más por unos momentos me pareció ver la cruz de cabeza. Les propuse a los demás seminaristas, salir a ver qué ocurría, ya que, para esos momentos, todos los animales de la granja se escuchaban alterados. Como pueden imaginar, nadie se animó a salir, todos repetían la misma historia que escuché en el comedor, decían que algo maligno rondaba la granja y hacía hablar a los animales.
Pasadas las tres de la madrugada, los gatos se fueron y los animales callaron, hasta entonces logré dormir.
Al día siguiente, me enteré de que, a un borrego, se le tuvo que separar del resto, pues este actuaba de una manera muy agresiva, atacaba a otros animales dentro del corral, lo mismo que con todo aquel que se le acercara. Yo me acerqué a ver al animal, no se veía tan errático, sin embargo, algo en su mirada te intimidaba, parecía como si el animal quisiera leer nuestros pensamientos o al menos eso se me figuraba.
Total, que entre los seminaristas se comenzó a esparcir el rumor de que algo maligno estaba rondando en la zona de los animales, algo o alguien los estaba embrujando. Afortunadamente, a mí me movieron a estar de encargado de unos sembradíos. Para mi desgracia, el mal no se había olvidado de acechar esa zona también. A veces cuando me encontraba regando o realizando labores, escuchaba como si muchas serpientes se arrastraran tras de mí, sin embargo, cada vez que me giraba asustado para localizar las víboras, solo veía la nada.
Cierta tarde, me encontraba removiendo la tierra de una parcela, cuando entre unos arbustos vi a una mujer encorvada. Noté que me veía con una sonrisa siniestra, su rostro no lució normal, había algo en su cara que me parecía falso, no sé cómo explicarlo, era si su piel formara una especie de máscara. Aunque solo la vi unos instantes, fue el tiempo suficiente para espantarme lo suficiente, como para no olvidar la forma de ese rostro.
A pesar de que la mujer se encontraba a un par de metros de mí, no le aparté la mirada, levanté la asada con la que estaba removiendo la tierra, si la extraña mujer se me acercaba, le daría en la cara.
Escuché a la lejanía a varios seminaristas gritando, me distraje un par de segundos, y cuando volví a mirar en dirección a la extraña mujer, ya no estaba.
Me encaminé en dirección a donde escuché los gritos.
Resulta que un seminarista fue gravemente herido por una cabra que se había vuelto peligrosamente agresiva. No alcancé a ver bien a la víctima, pues para cuando yo llegué ya se lo estaban llevando los paramédicos.
Nadie se animaba a atrapar a la cabra, por lo que llamaron al veterinario, quien después de darle un sedante, la pusieron en una jaula aislada. El médico tomó una muestra de sangre, pues según él, el animal no presentaba signos de ninguna enfermedad que pudiera estar ocasionando ese comportamiento.
Aquella noche, pedimos en oración por el compañero que fue herido, de quien sabíamos se encontraba delicado y le estaban realizando una cirugía en la cabeza, pues el golpe le llegó al cerebro.
Esa noche volvimos a escuchar los sonidos de los gatos, pero ni Tomás ni yo le prestamos atención, me sentía ya muy cansado, aunque si escuché a mis compañeros rezando asustados.
Al día siguiente, nos enteramos de que el compañero salió con vida de la operación, pero ya no le sería posible regresar al seminario, su cerebro sufrió un daño irreparable, el pobre ya no sería jamás el mismo.
Después de esa tragedia, ya nadie quería hacerse cargo de los animales, todos decían que el seminario estaba siendo embrujado.
Los rumores llegaron a oídos de los sacerdotes de mayor rango, que se tomaron el asunto muy en serio. Comenzaron a interrogar uno por uno a todos los seminaristas, querían despejar la duda de que alguno de entre nosotros estuviera practicando hechicería.
Yo comencé a hablar más con los demás compañeros, incluso me atreví a contarles todo lo que había presenciado, les platiqué incluso lo de la mujer jorobada que vi en la siembra. Varios de los compañeros, concordaban que en distintas ocasiones vieron a esta mujer, de quien se pensaba era una bruja y era obvio que era la causante de que los animales enloquecieran en la granja.
Casi todos parecían haber visto a esa mujer, aunque algunos decían que era diferente a como yo la vi, recuerdo que hubo quien mencionó haberle visto la cara como de arlequín.
Total, que el pánico no bajo, hasta que los sacerdotes se pusieron a bendecir y purificar la tierra. Esto solo sirvió para tranquilizar a los seminaristas.
Me volvieron a asignar al área de animales. Para que no sintiéramos miedo, las actividades las hacíamos en pareja.
Un día nos encontrábamos limpiando el corral de los borregos. Nos dividimos el trabajo, no quedamos tan separados el uno del otro. De repente comencé a escuchar una voz diferente a la del otro seminarista, sonaba demasiado ronca y extraña.
Creyendo que mi compañero fingía la voz para asustarme, le grité que se detuviera, no obstante, él me respondió que no había sido y que también escuchó esa extraña voz. Seguimos trabajando, cuando de pronto uno de los borregos hizo un sonido que nos obligó a saltar, era horrible, no se parecía en nada a su sonido natural. De un momento a otro escuchamos como si los animales hablaran, no era como si su sonido formara palabras, no, eran palabras que se escuchaban entre ellos.
No sé si sería a causa del estado de pánico en el que me encontraba que me hizo alucinar, pero noté como si las cabezas de algunos borregos adquirían cierta forma siniestra, casi humana, nos miraban, nos acechaban.
No sabía que hacer, me esperaba lo peor, no deseaba terminar como ese pobre chico, con una parte del cerebro dañada. Lloré de desesperación y no quería correr, pues pensaba que si hacia esto, más de alguno de esos animales endemoniados me embestiría, dándome un destino a un peor que el del otro chico.
No sé cuánto tiempo habré estado parado, solo recuerdo que varios compañeros me sacaron del corral cargándome en sus hombros.
Entré en una especie de crisis nerviosa, estaba aislado, no deseaba hablar con nadie y según me enteré el otro chico que me acompañaba, estaba peor que yo, solo deseaba estar dormido. Yo, en cambio, comencé a presentar cierto temblor involuntario de manos y mis sueños eran horribles, siempre se trataban de lo mismo, los animales me hablaban en el corral y al fondo, en el campo una la mujer jorobada iba acompañada del mismísimo demonio. Querían venir por mi alma y para lograrlo, tenían que volverme loco.
Cuando me atreví a contarle lo que me ocurrió a los doctores y a los sacerdotes, estos estuvieron de acuerdo en que se me trasladara a otra sede.
Tardé un tiempo en reponerme, fui visitado constantemente por un psiquiatra y un sacerdote especializado en estos temas relacionados con la hechicería. El temblor de manos no mejoraba, me hicieron varios estudios, no existía una razón aparente que me ocasionara esto, según los médicos esto era causado como una respuesta provocada por algo que llaman estrés postraumático. Otra cosa que me causaba mal, era unos episodios en los que recreaba lo vivido, me causaba mucho impacto haber escuchado hablar a los animales, se lo mencioné constantemente al psiquiatra, sin embargo, su respuesta siempre era la misma, según el todo era causado por ese estado de estrés postraumático. Los sacerdotes, en cambio, me daban una serie de oraciones y ejercicios espirituales que poco a poco lograron devolverme a la normalidad. A pesar de los esfuerzos de varios sacerdotes, no pude evitar perderle el interés a seguir esta vocación de ser sacerdote.
Conocí a una chica y fue allí cuando abandoné el seminario.
No sé si han logrado limpiar la maldad de ese lugar, no quiero ni imaginarme cuantas vidas o almas se ha cobrado esa extraña bruja. Espero en Dios que los sacerdotes hayan terminado con esa maldad, por el bien de todos esos jóvenes seminaristas y sobre todo deseo de todo corazón que el gatito Tomás siga vivo.
Autor: Mauricio Farfán
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