La Zona Del Silencio – Experiencia Real Historia de terror

La Zona Del Silencio – Experiencia Real Historia de terror

Hoy he venido a exponerles mi experiencia en el lugar al que yo considero el más extraño de la tierra La Zona Del Silencio – Experiencia Real Historia de terror. He decidido exponerlo en este medio pues si muestro mi historia en cualquier otro lugar sé que seré juzgado, y no es que me importe realmente el que me crean o no, simplemente necesito expulsar esta historia para que mi vida pueda continuar con normalidad.
Hace un tiempo que decidí conocer algunos lugares de la república, siendo del sur del país siempre me han llamado la atención los lugares al norte, sobre todo aquellos que mantienen ciertas leyendas y misterios pues como profesor de historia le doy gran importancia a este tipo de historias pues de ellas se aprende mucho acerca de las culturas, de hecho, antes de vivir la historia que estoy relatándoles solía llevar conmigo una libreta para ir recolectando estas leyendas.
Conocí la sierra Tarahumara, conocí las criptas satánicas de Ciudad Obregón, pero les puedo asegurar que durante estos viajes jamás experimenté algo extraño o sobrenatural, por lo que decidí seguir viajando. Fue justo en un viaje a Durango que me enteré de La Zona del Silencio, que se localizaba en el Bolsón de Mapimi y que atraviesa Durango, Chihuahua y Coahuila.
Escuché algunas historias acerca de este lugar, todas parecían sacadas de la serie de ciencia ficción llamada La Dimensión Desconocida, estas historias me parecían fascinantes, pero como les he estado contando todos los lugares a los que había asistido, aunque no carecían de belleza si habían decepcionado en mí el deseo de encontrar algo realmente paranormal, pero como verán más adelante me equivocaba rotundamente.
En Mapimí conocí a María José a quien considero la mujer más hermosa del país y que ha sido la única mujer de la que me he enamorado, pues desde ese entonces ya nada ha vuelto a ser igual. La conocí en un restaurante al que nos llevó la agencia de viajes, me sería muy difícil describir que fue lo que sentí cuando vi esa presencia en el escenario que me fue difícil no enamorarme de sus primeras notas. Una vez que concluyó su acto logré acercarme a ella y por suerte logré llamar su atención. En solo unas horas establecimos una amistad que terminaría en algo más. La plática nos llevó a hablar de la Zona del Silencio, le expliqué mi interés por conocer aquel lugar, a lo que ella me contó que esa zona no era como solían contar en la televisión o en las agencias de viajes, me dijo que la zona no era exactamente siempre la misma, pues variaba, ya que los fenómenos no siempre ocurrían en el mismo sitio, lo sabía muy bien por qué su padre había trabajado un tiempo como guía de turistas. También me dijo que no me recomendaba ir y si así lo hacía que lo hiciera en grupo y aun así habría riesgo, pues según había escuchado de su padre en cierta ocasión desapareció un grupo de doce personas y los buscaron durante días pues no es el mismo ruido que se hace cuando se pierde una persona a cuando se pierden doce, sobre todo cuando este grupo está respaldado por el seguro de una agencia de viajes. Yo escuché su plática con atención, no diré que no le creí, pues era muy posible perderse en el desierto, ya sea que cayeras a un barranco o simplemente que al perderse murieran de sed y la zona al ser tan abierta impedía realizar una búsqueda extenuante. Le pregunté si ella ya había estado en el lugar, a lo que me respondió que sí, pero hacía ya mucho tiempo y que además no le encontraba mucha gracia.
Me limite a decirle que aun a pesar de ello deseaba conocer aquel lugar, aparte me animé a invitarla y aunque me predispuse a escuchar un “no” de su parte ante mi sorpresa aceptó, pero me puso como condición que le permitiera mostrar algunos lugares que ella consideraba más bellos que el desierto. Como negarse, si desde que la vi es lo que quería.

Al día siguiente me llevó a conocer el puente de la Ojueda y después el pueblo fantasma, me prometió que al final del día iríamos directo al desierto, hasta la zona donde supuestamente se encontraba esta zona, pero como ya me había explicado antes esta cambiaba de localización cada cierto tiempo.

Para mediodía estábamos rumbo al desierto, por suerte ella tenía un Jeep, lo que nos facilitaba los traslados. De camino me dijo que no tuviera miedo, pese a todo lo que me había dicho, pues muchos turistas solían asistir a esa hora, pero que por lo regular los guías los engañaban en cuanto la verdadera localización de la zona del silencio por seguridad, pero que ella me llevaría a la verdadera zona, a lo que yo le pregunté que como era que sabríamos que era la zona, ella me dijo que lo sabríamos cuando una brújula que tenía en la guantera dejaría de funcionar, pero que una vez allí no deseaba que avanzáramos más allá, que nos limitaríamos a tomar fotos y admirar las estrellas.
Pensarán que es de fácil acceso llegar a La Zona del Silencio, pero no es así, cuando uno lo ve por la televisión no alcanzas a percibir las distancias las cuales son muy largas, por lo que María José tuvo que conducir un largo tramo bajo un sol extenuante, vimos a otros grupos que pasaban en camionetas, pero en un punto nos alejamos del camino que era más concurrido. Según me dijo ella para cuando llegáramos podríamos disfrutar del atardecer. Y así fue, llegamos justo cuando el sol se ocultaba en el horizonte.

“Es aquí” me dijo ella mientras me mostraba una brújula que sacó de la guantera. “¿Vez cómo se vuelve loca la aguja?”.

Me ofreció la brújula y yo la tomé en mi mano derecha, entonces vi como la aguja apuntaba a todos lados y no dejaba de girar.

“Nos detendremos aquí un rato, ya más adentro podríamos perdernos.” Me dijo mientras apagaba el motor del Jeep. Después retiró la capota de la parte trasera y nos sentamos en la parte trasera.

Sentí como empezó a bajar la temperatura, ella se dio cuenta y me advirtió que haría aún más frío, pero que quería que viéramos las estrellas juntos. Nos perdimos mirando al cielo, de todos los lugares a los que he viajado me atrevo a afirmar que en ningún otro lado se ven mejor las estrellas como en el desierto. Interrumpí nuestro silencio para preguntarle qué porque no bajábamos del auto, a lo que ella me respondió: “Hay peligros que no son de origen sobrenatural en la arena, como serpientes de cascabel o escorpiones, pero si quieres puedes bajar un momento.”

Volvimos a mirar hacia el cielo de nuevo muy atentos, tanto que no nos dimos cuenta de que llegó una camioneta negra.

Escuchamos unos gritos y estos nos sacaron de nuestro trance. La camioneta estaba a unos cuantos metros de nosotros, venían cuatro hombres armados, dos de ellos llevaban a un hombre desnudo y amarrado. Sentí pánico y le dije a María que nos fuéramos, subió el capote y encendió el vehículo, pero ya era demasiado tarde, el sonido del motor llamo su atención y en solo unos segundos teníamos a dos tipos golpeando el cristal de las puertas con sus pistolas.
Muchas cosas fueron las que me ocurrieron estando en el desierto, cosas inexplicables y aterradoras, pero créanme cuando les digo que pocas cosas dan tanto miedo como las mismas personas. Cuando nos agarraron esos hombres creí que nos iban a matar, solo por estar en el lugar y la hora equivocada. No hablaré mucho de lo que nos hicieron pues es algo que realmente me cuesta recordarlo, solo diré que nos dejaron sin camioneta y en ropa interior, amarrados a un lado de un cadáver.
Recuerdo que en cierto punto me desmayé y me despertaron los sollozos de María, tarde un poco en asimilar la situación, pero una vez que recordé todo lo que había pasado, intenté desamarrar mis manos que para mi suerte el nudo había quedado flojo y con el forcejeo logré zafármelo, después me desamarre los pies, no sé ni como le hice, pero en esos momentos la adrenalina te lleva a hacer cosas que en un estado normal no lograrías. Una vez libre, libere a María José quien no dejaba de llorar. Intenté calmarla diciéndoles que encontraríamos la manera de salir con vida, que lo importante era que seguíamos con vida, pero no logré calmarla.
La abracé a modo de que se apoyara en mis hombros, le dije que no podíamos quedarnos allí parados, que buscáramos otra zona pues el olor del cadáver pudiera atraer algún puma o un ave carroñera, aunque parecía no escucharme, si se apoyó en mí para caminar.
Así caminamos en completa oscuridad, sin rumbo, no sé por cuanto tiempo, solo la luz de la luna nos iluminaba por momentos. Conforme me bajaba la adrenalina comencé a temblar de frío, no tienen idea del nivel de frío que hace en el desierto, pero el instinto de supervivencia es aún más fuerte que el frío y me mantuvo caminando hasta que sin verlo, chocamos con un auto abandonado. Esa fue nuestra salvación aquella noche. Un cristal del auto estaba roto, metí mi mano y abrí la puerta, el auto no era muy viejo y no creo que llevar mucho tiempo abandonado pues la tapicería no se encontraba tan maltratada. Una vez que dejé senada a María me pasé a los asientos traseros para ver si había algo con lo que pudiéramos abrigarnos, pero no encontré nada de primera vista, luego pensé en buscar en la cajuela, por lo que me puse a jalonear los asientos hasta tumbarlos, empecé a tantear con mi mano derecha y sentí algo cuadrado, como una valija, la jalé y comprobé que si era una valija. Abrí el cierre y encontré algo de ropa y unas toallas, nos vestimos con lo primero que encontramos, después nos cubrimos con las toallas que encontramos y nos quedamos dormidos.
Nos despertamos cuando el calor nos asfixiaba, ella lucia más tranquila y entre los dos comenzamos a revisar bien el interior del auto, era más compacto de lo que percibía en la noche, pero encontramos varias cosas, de entre ella un par de botellas con apenas dos tragos de agua, más ropa y una lata de alimento para gatos. Dejé que ella bebiera primero y me puse a abrir las tres ventanas que aún tenía el auto, aunque no entrara nada de aire al menos circularía el calor en lugar de seguir encerrado. No quisimos hablar de lo sucedido, pero después de intentar planear algo, decidimos que lo mejor era permanecer en el auto, pues el riego era bastante elevado, bien pudiéramos morir de insolación o mordidos por una víbora, lo más sensato era esperar a que alguien pasara por allí por error.
El día fue avanzando, teníamos hambre y sobre todo mucha sed, pero no nos atrevíamos a abrir la lata, nos parecía repugnante y decidimos que ese sería nuestro último recurso, cuando no hubiera más remedio. El día se consumió, el sol se ocultó y la noche dio la bienvenida a la luna. Nadie se acercó ese día, pero nuestra suerte estaba por cambiar.
No supimos a qué hora nos quedamos dormidos, al menos yo no sentí, recuerdo que estaba acostado en los asientos traseros cuando caí dormido. María José me despertó, me levanté sobresaltado.

“¡Ven, mira!”. Me dijo tomándome de la mano y llevando fuera del auto, luego apuntó al cielo.

Millones de pequeñas llamas rojas cayeron del cielo, era un espectáculo increíble que duró solo unos segundos que se sintieron como horas, olvidamos por unos momentos nuestra situación y le pedí a María que camináramos hacia allá, pues las pequeñas llamas seguían ardiendo en el lugar donde habían caído y así lo hicimos.
Me imaginé que esas llamas eran los micro meteoritos de los que hablaban en los documentales acerca de esa zona, pero no me atreví a tomar uno. Me agaché a verlos más de cerca cuando una luz frente a mí me cegó, escuché a María decirme que alguien venía. Me imaginé lo peor. Creí que serían los mismos sicarios que nos habían dejado sin nada. Los pasos se acercaban, pisadas como de botas pesadas.
Frente a nosotros se paró un hombre en un traje extraño, como esos que salen en las películas en las que hay accidentes radiactivos o peligro de virus. Nos empezó a hablar en un idioma que no reconocí, aun hoy día no logro descifrarlo. Los hombres medían más de dos metros, eran seis hombres en total, pero solo cuatro recogían arena y algunos meteoros del piso para guardarlos en unos frascos de esos que se mandan a laboratorio para análisis. No sentía miedo de ellos pese a que se veían extraños, intenté contarles nuestra aventura, pero no conseguí respuesta, solo el hombre que nos había alumbrado se giró y habló a otro que estaba detrás de él, y este nos puso las manos en la espalda para que lo siguiéramos. Se agachó y bajo un objeto grande que parecía como una hielera, sacó un par de refractarios y un par de botellas, nos indicó con la mano que comiéramos y bebiéramos, dentro del refractario había una especie de gelatina que a pesar de no tener sabor me calmó el hambre y la botella contenía un líquido que deduje era una especie de suero de hidratación pues tenía gusto a Gatorade. Una vez que comimos, el hombre que parecía el líder del grupo les habló a los demás, también se acercaron los que recogían las muestras, todos le entregaron un refractario y una botella cada uno, se acercó y nos la dio yo intenté darle las gracias, lo mismo que María, pero se veían indiferentes ante nuestros agradecimientos, pues nos dieron la espalda y desaparecieron en el horizonte.
Le pregunté a María si acaso sabía quiénes eran y que hacían allí, a lo que ella me comentó que existía una leyenda en aquel lugar, que jamás creyó, una leyenda en la que unos hombres altos y rubios se acercaban a auxiliar a los viajeros perdidos, pero que realmente no sabríamos si eran ellos, pues no les vimos nunca la cara, ya que con las mascarillas era difícil ver quien estaba dentro del traje. Yo le dije que seguramente eran ellos. Regresamos con los alimentos al auto abandonado. El plan era, al amanecer tomar la maleta donde estaba la ropa, ver que era útil, como las toallas la ropa más esencial, meterla en la maleta junto a los alimentos y la lata de comida para gato y después caminar durante el día hasta encontrarnos con alguien. Esa noche dormimos abrazados en la parte trasera del vehículo gracias a que había conseguido tumbar los asientos lo que dejaba un gran espacio hasta la cajuela y nos quedaba un buen espacio. Es extraño saben, vivir una historia de amor dentro de una aventura tan peligrosa.
Partimos antes del amanecer, con renovadas fuerzas, quien sabe que sería lo que nos dieron los extraños hombres, pero nos sentíamos mejor. Caminamos largo trecho sin ver ni siquiera un cerro o una montaña. Justo cuando el sol se sentía más desesperante y estábamos al punto de la desesperación vimos a lo lejos como un campamento. Nos acercamos y encontramos tres casas de campaña, dos de ellas con la tela desgarrada y una casi intacta de no ser un par de agujeros, nada que no se pudiera sobrellevar por lo que decidimos tomarla. Cuando retiramos las estacas que la anclaban al piso, justo debajo de allá encontramos una serpiente, María gritó, pero la serpiente huyó de nosotros escondiéndose en la arena, tomé a María de la mano y traté de calmarla, le dije que si quería yo llevaba la casa y ella la maleta, aceptó y seguimos caminando bañados en sudor. Era muy extraño, no sé si sería por el calor del desierto, la sed o la desesperación, pero por más que caminamos no llegábamos a ningún lado, ni siquiera logramos volver al auto abandonado, caminábamos y caminábamos y ningún cerro pintaba, solo el sol que se fundía con la arena. Paramos una sola vez a comer, decidimos anteriormente racionar la comida por lo que compartíamos un plato y una bebida una vez al día, me hubiera gustado haber conservado un poco de ese alimento para mandarlo a analizar porque a pesar del calor infernal no perdía su consistencia gelatinosa, pero en medio del desierto, perdido en lo que único que piensas es en sobrevivir.

Nos detuvimos en una especie de fisura en la tierra, algo como un pequeño cañón que no era muy profundo, pero el cual dentro se sentía más fresco. Colocamos la casa de campaña dentro, pasaríamos la noche allí.

Nos despertaron los aullidos de lobos, créanme que es muy diferente verlo en la televisión a vivirlo, es muy aterrador escucharlos cercas y no estar seguro de dónde exactamente estarán y nosotros protegidos únicamente por una tela rasgada dentro de un cañón. El pánico se adueñó de María, yo también tenía mucho miedo, pero intentaba no demostrarlo por ser fuerte, pues sabía que nuestra supervivencia dependía precisamente de ello, así que la abracé con fuerza intentando demostrarle seguridad, aunque está realmente no existiera. Pasó un rato y los aullidos desaparecieron. Salí de la casa de campaña y miré extrañado otro fenómeno hermoso, inexplicable y aterrador; cada cierto tiempo el cielo se iluminaba como si alguien arrojará bengalas y de hecho esto fue lo primero que pensé, por lo que subí el cañón para mirar de que se trataba, pero no, no eran bengalas, eran unas especies de esferas luminosas que sobrevolaban una zona formando círculos, luego desaparecían y volvían a iluminar. En verdad no sé qué origen tendrían esas luces, pero de una cosa estoy seguro, en este mundo jamás he conocido un avión que se mueva con esa libertad en el cielo, ni tampoco un fenómeno natural. Pero era algo maravilloso.
Los siguientes dos días fueron casi iguales, lo mismo los siguientes, era como si camináramos en círculos, siempre volvíamos al mismo lugar, así camináramos hacia donde sale el sol nace o en dirección contraria el resultado siempre era el mismo, volvíamos al cañón. Para el quinto día ya estábamos comiendo de la lata de alimento para gato y dos días y medio más la desesperación fue insoportable, comenzamos a mostrar debilidad y decidimos no caminar más. Nos quedamos en el cañón bajo la casa de campaña y la desesperación ya no me permitió mostrar una falsa fortaleza y ante los ojos de María me derrumbé, tuve un ataque, lloré y reí al mismo tiempo, mientras gritaba que nos íbamos a morir, María lloraba y no quería mirarme, no sé cuánto tiempo estuve así, pero una vez que se me terminaron las energías, me quedé en silencio y dormí quien sabe por cuánto tiempo.
Cuando desperté apenas me lograba moverme, escuché un sonido de ruedas y de pisadas de caballo que venía cerca del cañón, busqué a María, pero no estaba dentro de la casa de campaña, así que decidí salir caminaba muy lento, estaba muy débil, pero justo cuando intenté trepar el barranco un señor de edad avanzada, con sombrero y una vestimenta estilo campesina tomo mis brazos en sus hombros y me llevó hasta una carreta que tiraba una mula, dentro estaba María acostada, cuando la miré, me sentí tranquilo, con ayuda del señor que me cargaba subí a la carreta, con el sol en la cara me desmayé.
Desperté cuando escuché el sonido de unas gallinas y animales de granja. Me levanté asustado, estaba en una habitación muy grande, en una cama. Intenté recordar cómo había llegado allí, pero aun hoy en día no logro recordarlo. Me bajé de la cama, noté que a un lado había una mesita con una jarra con agua y un vaso de vidrio. Tomé la jarra y me bebí la mitad de un solo trago. No encontré zapatos y solo vestía una bata de una tela muy desgastada, así descalzo caminé a la puerta, la cual era como la de esas casas de época colonial, altas y de madera, por suerte no tenía cerradura alguna, por lo que solo empujé y salí de la habitación, fuera de allí vi un largo pasillo a los lados y frente a mí un patio con algunas gallinas y más al fondo un pozo de agua.
En lo primero que pensé fue en encontrar a María, no sabía que había pasado, ahorita les cuento todo de una manera un poco más clara, pero en ese momento todo me era muy confuso, no lograba recordar cuantos días pasamos en el desierto, aparte de que hasta ese momento no había sido consciente de las quemaduras del sol y las heridas que me ocasione durante la travesía en el desierto y apenas puse un pie fuera de la habitación todo el dolor de las quemaduras y los estragos de la deshidratación se adueñaron de mí, sin embargo, mi preocupación por María José era prioridad, con la piel ardorosa comencé a investigar un poco en los alrededores, habría al menos una docena de habitaciones similares a la mía y donde terminaba el corredor había una reja, revise puerta por puerta, solo dos tenían cerradura, las demás estaban igual a la mía, por lo que fue fácil revisarlas, habitación tras habitación las encontré vacías, hasta que llegué a la penúltima puerta donde encontré a María durmiendo, estaba tapada con una sábana, ella al ser de piel más blanca que la mía el daño hecho por el sol fue más grave, esperaba que nuestro salvador tuviera algo de medicamentos que le pudieran ayudar. Tomé su mano y se la besé, después caminé de vuelta al pasillo.
Llegué hasta la puerta de reja que se encontraba al final del corredor, que como les dije estaba cerrada con un candado. Comencé a moverla para ver si lograba forzarla, pero no logré moverla, aunque si hacer mucho ruido, ya que el candado golpeaba la puerta. Escuché una puerta azotarse y a lo lejos vi al señor que nos había rescatado en el desierto, traía el mimo sombrero de aquella vez, se acercó, sacó una llave y abrió la reja.
Me dijo que le cerraba porque luego se escapaban las gallinas, después me invito a seguirle hasta otra parte de la finca donde me dijo que desayunaríamos. Entramos en una enorme cocina algo descuidada, me senté en una silla frente a un comedor de madera rústica en lo que el señor guisaba unos huevos en una sartén sobre una estufa de leña, no comprendía como un señor cuyos movimientos eran lentos y aparentaba una debilidad provocada por la edad había logrado cargarnos y salvarnos, no sé, quizás solo lo subestimaba. Me sirvió un plato, con huevos revueltos y un par de tortillas, aunque sentía mucha hambre, no comí de inmediato, me esperé a que mi anfitrión se sentara y comiéramos juntos.

Una vez que terminamos el desayuno, sirvió un poco de comida en un plato hondo, me lo dio y me dio que se lo llevara a la muchacha, que no tardaría en despertar, de inmediato le pregunté que, si ya había hablado con ella, a lo que me contestó que sí, pero que estaba muy débil para levantarse de la cama. Le agradecí y caminé de vuelta al pasillo rumbo a la habitación donde estaba María José.

Cuando llegué ella ya se encontraba sentada en una orilla de la cama donde estaba, apenas me vio me dijo que le ardía mucho la piel, le dije que le pediría al señor a quien por cierto no le pregunté su nombre, si tenía alguna crema o algo, después le di de desayunar prácticamente en la boca.
Mario José me pidió que la ayudara a salir de la habitación, cosa que hice de inmediato, fuera estaba nuestro anfitrión alimentando las gallinas, nos dijo que deberíamos seguir descansando, nosotros le contestamos que queríamos un poco de aire, el señor insistió y nos dijo que tuvimos mucha suerte de salir con vida, pues a unos kilómetros los lobos suelen cazar, yo le quise interrumpir contándole que los escuché, pero el señor se acercó a nosotros y nos dijo que descansáramos, si queríamos en la tarde pudiéramos platicarle nuestra aventura con una taza de café, luego nos dijo que más al rato nos traería algo de ropa, aunque se disculpó con María José, pues le dijo que no tenía nada de ropa de mujer, pero buscaría algo que le pudiera quedar. Le pregunté su nombre, a lo que me respondió, dígame, Nacho.

Apenas empezó a caer el sol y fuimos en busco de Nacho al cual lo encontramos escuchando música en una vieja radio, apenas nos vio nos invitó a pasar a la cocina donde había estado yo en la mañana. Tomamos asiento y Nacho nos dijo que en tres días vendría un transporte a traerle unos abarrotes, que le pediría al chofer que nos llevara a Mapimi ya allá nosotros nos la arreglaríamos. En mi mente pensé que en verdad no le podría pedir nada más, estaba muy agradecido con Nacho.

Le contamos todo lo que logramos recordar a Don Nacho, pero justo cuando le contamos acerca de las personas de los trajes extraños nos interrumpió, salió de la cocina y a los cinco minutos regresó con una carpeta llena de recortes de periódico, se puso a buscar entre todo hasta que llegó a una nota donde estaban fotografiados los hombres de los trajes extraños.
“Vieron a los de arriba”. Nos dijo Don Nacho. “Yo también los vi, también un reportero, pero dijeron que esta foto era falsa, pero ustedes saben que si es verdadera porque los vieron. No son como dice la gente en el pueblo, que tienen ropas de ranchero y son rubios, no es cierto. Como vamos a saber cómo son si traen esos trajes de astronauta”.
Cuando escuché a Don Nacho, reafirmé que lo que vi en el desierto no era producto de una alucinación. Le pregunté que si él sabía quiénes eran o que estaban haciendo, pero él me dijo que realmente nadie lo sabe, que todo lo que ocurre en aquella zona es extraño, pero que él pensaba que quizás eran seres de otro lugar que al igual que todos los que se pierden están buscando la manera de volver. Yo pensé que Don Nacho se refería a seres de otra dimensión o a extraterrestres.
Siguió sacando sus recortes y apiló una torre de recortes, luego nos dijo que todas esas notas eran de personas que habían desaparecido y que jamás se encontraron ni siquiera sus huesos, luego volvió a decirnos que habíamos tenido mucha suerte de haber sobrevivido. Yo le pregunté sobre la manera en que nos había encontrado y él me respondió ese día se le escapó un chivo al cual salió a buscarlo, pero que no pudo alcanzarlo, por lo que salió en la carreta y justo en el cañón escuchó mi risa, donde encontró la casa de campaña y a María José tirada afuera.
Aun cuando nos contaba que el solo cargo a María José por el risco y después a mí no acababa de creerle, era una hazaña difícil. María le preguntó qué porque vivía en este lugar alejado del pueblo y en el desierto, Don Nacho contestó: “Hace tiempo yo perdí también a alguien, la única mujer a la que amé alguna vez, pero después de estar perdido tres días en el desierto donde viví mi propia aventura al igual que ustedes, decidí que lo mejor era quedarme a esperarla en esta hacienda que era de sus padres. Ya han pasado más veinte años de eso, pero aun cada vez que puedo salgo en la carreta a lo cerquitas, no sabe uno lo que se pueda encontrar allá afuera. ¿Han escuchado la historia del muchacho que se perdió y apareció diez años después y no había envejecido ni un poco?”.

Miramos a Don Nacho, se iluminaban sus ojos cuando nos contó esto, pero como no conocíamos esa historia le pedimos que nos la contara.

“La escuché cuando era niño. Fue antes de que los gringos hicieran famosa la Zona del Silencio, un grupo de científicos de otro país de Europa vinieron buscando un material raro que solo se encuentra en el desierto, ellos llegaron al pueblo buscando muchachos que les ayudaran a cargar herramientas y personas más adultas que conocieran la zona para que les guiaran, le habló que en esta época aún no se tenía registro de actividad extraña, aun así casi siempre que alguien viene a hacer una investigación siempre contratan a un guía casi siempre gente de Chihuahua, pero aquella vez contrataron gente de Mapimi, dicen que se llevaron a unas siete personas. Se cuenta que se perdieron por casi quince días y al final dos de las personas desaparecieron, una de ellas un científico y un muchacho del pueblo. Para no hacerles el cuento largo las personas que si regresaron empezaron a decir que los radios empezaron a fallar, lo mismo que las brújulas y hasta los motores de las camionetas y que a las dos personas que se habían perdido se los había chupado un agujero. Del científico ya no se supo nada, pero el muchacho si apareció diez años después, llegó diciendo que solo se había perdido un día, que caminando llegó a un pueblo que jamás había conocido, algo así parecido a una comunidad Menonita. Lo curioso del caso es que el muchacho no había envejecido ni un poquito, la gente del pueblo solía visitarlo para escuchar su historia, el muchacho se enfadó de contarla y se fue a vivir a Sonora. A partir de ese incidente le empezó a tener miedo a esa zona”.
Escuchamos la historia de Don Nacho. Me hubiera gustado preguntarle acerca de la manera en que su esposa se extravió, pero sentí que hacerlo hubiera sido un poco grosero así que no quise preguntar nada más ni tampoco María José.
A los tres días apareció el vehículo que nos llevaría de vuelta al pueblo, era una camioneta pick-up de cabina simple y con la caja destapada, venían dos hombres de unos cuarenta años, bajaron unas cajas y luego Don Nacho les indicó que nos llevaran al pueblo a lo que el chofer respondió que tendríamos que viajar en la caja, realmente no nos importaba lo que queríamos era irnos de inmediato del desierto, así que apenas nos lo indicaron subimos unas cosas que nos dio Don Nacho, entre ellas botellas de agua, panes, mantas y algo de comida, le dimos las gracias A Nacho y nos despedimos.
Creerán al igual que yo que en este punto estábamos salvados, pero no, justo como en la historia que nos había contado Nacho en la Zona del Silencio suelen fallar los motores de los autos, incluso hay casos en los que aviones que sobrevolaron la zona también presentaron fallas, fue así pues que el motor de la camioneta falló justo al frente de un cerro. Los hombres se bajaron de la camioneta quejándose y diciendo groserías, yo me bajé de la caja para ofrecer mi ayuda, aun cuando no tengo conocimiento en mecánica, pensé que tal vez en algo pudiera ayudarles. Apenas me arrimé a ellos, me dijeron que les pasara un galón de refrigerante que estaba debajo de una caja de herramientas en la parte trasera de la camioneta, cosa que hice de inmediato, cuando me arrimé a darles el galón escuché que decían: “¡Ya valió otra vez! A ver hasta cuando nos deja ir este pinche desierto.”
Vi que movieron muchas cosas en el motor, pero no lograban hacerlo arrancar de nuevo. Decidí preguntarles con miedo de parecer estúpido acerca de que le ocurría a la camioneta y su respuesta fue: “No es la camioneta, es este pinche lugar. Si no fuera porque el viejo paga bien ni nos arrimaríamos”. Yo les contesté preguntándoles que si no era la primera vez que les ocurría, a lo que me contestaron que siempre que venían era lo mismo, que la primera vez quedaron parados todo un día y la última vez que vinieron fue solo una hora, yo les seguí preguntando que si no sería una falla de la camioneta a lo que me respondió uno de ellos que él era mecánico y no siempre venían en la misma camioneta, pero que siempre era lo mismo. El que venía manejando le dijo al otro que porque no hablaba al seguro y el otro enojado le respondió que bien sabía que en esa zona no había nada de señal.
Sacaron un toldo debajo de los asientos y lo pusieron en la caja de la camioneta, todos nos metimos porque el aire comenzó a levantar con fuerza la arena y se nos metía en los ojos, intenté hacerles plática a los dos hombres, pero yo noté que miraban raro a María José, aun con esa ropa de hombre que le quedaba floja sé y aun viéndose demacrada por nuestra aventura era muy atractiva. El par de sujetos comenzaron a molestarla diciéndole obscenidades, yo inmediatamente intenté defenderla, pero los sujetos estaban locos y empezaron a querer manosearla, por lo que yo se las arrebaté y golpee a uno, pero apenas logré asestarle otro puñetazo ya tenía detrás al otro sujeto agarrándome los brazos por la espalda, le grité a María que huyera, cosa que hizo de inmediato, el sujeto frente a mí me golpeo en el abdomen con fuerza y yo involuntariamente me empujé para atrás tumbado al sujeto que detenía, caímos los dos de la camioneta, pero el tipo se golpeó la cabeza en una piedra, no sé si se habrá muerto o solo desmayado, no me quedé a averiguarlo, una vez estuve debajo y con la arena volando corrí a ciegas llamando a María, pero no escuchaba respuesta, solo escuchaba a lo lejos a uno de los tipos gritándome, la verdad no entendía bien que decía el sujeto, lo único que me importaba era alcanzar a María fuera como fuera.
Después de un rato de seguir caminando a ciegas, los gritos tras de mí desaparecieron y la irritación en mis ojos por la arena fue insoportable, me detuve en las faldas de un cerro, allí vi un espacio entre dos piedras, me senté en medio para resguardarme de la arena. Cuando el aire pasó, me puse en pie y delante de mí vi el cerro, era enorme y árido, me espanto su inmensidad. Para este punto estaba harto de aquel lugar, me dio un ataque de desesperación, no lograba creer tanta desgracia en un solo lugar, comencé a tirar patadas a las piedras sin mirar, hasta que di con algo que llamo mi atención, era un caparazón de tortuga, lo pateé con más fuerza y maldije mientras seguía avanzando, después sentí más objetos, miré nuevamente al piso y noté que el piso está repleto de caparazones secos de tortugas revueltos con huesos de vacas y quien sabe que otros animales. Recordé que una vez escuché que en esa zona existía un cerro a donde por una extraña razón iba a morir el ganado y los animales salvajes, como si fuera un cementerio de animales de la naturaleza. Caminé a lo largo de los cadáveres hasta encontrarme con una brecha que subía el cerro.
No quería subir ese camino, a pesar de que estaba preocupado por María José no deseaba más aventuras por lo que decidí subir solo una parte para ubicar más o menos en qué dirección estaba la carretera, para caminar hasta allá, allí era más probable que pasara algún auto, siempre y cuando no fuera el de esos dos tipos todo estaría bien. Así pues que subí unos cuantos metros por la brecha hasta donde la vista era mejor, una vez allí comencé ver el panorama, vi donde estaba estacionada la camioneta de los sujetos y a unos metros en dirección contraria a la que corrí yo un camino lleno de cruces, suspiré ante la visión, luego pensé que era el hombre con peor suerte en la historia y ahora estaba peor pues había perdido a María José y aunque apenas momentos atrás en un arranque de desesperación había decidido huir solo ahora deseaba encontrarla a ella.
Trace un camino en mi mente para evitar la camioneta y a los dos sujetos, comencé a bajar del cerro, ya estaba comenzando a oscurecer, en unos minutos todo sería más difícil así que me di prisa en bajar, pero apenas cuando había avanzado unos metros escuché la voz de María llamándome, respondí a su llamado y comencé a intentar seguir la voz, pero esta venía de más arriba del cerro, el lugar al que menos deseaba ir suspiré y continúe camino arriba, siguiendo la voz de María.
Siguiendo la voz llegué hasta una zona donde había una estructura de madera para amarrar caballos, volví a llamar a María y ella me respondió con mayor fuerza, pero no encontraba en donde estaba, miré en todas direcciones gritándole, pero no lograba identificar de que dirección venía su voz, hasta que traté de calmarme y poner más atención a su voz y me di cuenta de que provenía en dirección a la estructura de madera, me acerqué y vi que en el piso estaba una gran grieta. Le llamé de nuevo y su voz respondió desde dentro, la grieta era suficientemente grande para que una persona entrara con facilidad, pero quien sabe a dónde daría, por lo que solo metí mi brazo derecho y le indique que me tomara para sacarla de allí, entonces escuché un gruñido y sentí un rasguño en mi brazo, inconscientemente lo saqué de allí, llame a María de nuevo con desesperación y me contestó de nuevo desde lo profundo, su voz sonaba extraña y me decía que entrara por ella. Mi brazo sangraba, todo esto me dio muy mala espina, sin embargo, aún mantenía la esperanza de que ella estuviera allí, así que me asomé y ante mi sorpresa me encontré con algo que no sabría como describir, en parte por la oscuridad dentro y en parte porque no existen palabras para nombrar aquel ser o animal, solo recuerdo que le brillaban los ojos y parecía humano. Apenas lo vi salí corriendo cerro abajo, sentía que el corazón se me salía del pecho. Corrí como loco hasta que me tropecé y rodé hasta detenerme contra una piedra que me detuvo, en lo que me puse en pie escuché como algo corría hacia mí, por lo que, a pesar del dolor en mi brazo, las cortadas y golpes que me hice rodando cerro abajo, seguí corriendo hasta llegar de nuevo a la zona donde se encontraban los caparazones de tortuga, pero no me detuve, escuchaba pasos que quebraban los huesos atrás de mí, seguí corriendo hasta que no pude más.
Cuando me detuve noté que había llegado a la zona donde estaban las cruces que había visto arriba del cerro, se me acalambraron las piernas y el dolor me derribó al piso, sentí una luz sobre mí, me esperé lo peor.
Escuché la voz de María José decir: “Allí esta, les dije que nos encontraría”. Ella estaba junto a un grupo de cinco personas, las cuales traían lámparas, giré la cabeza en dirección contraria pues aún sentía que la criatura que me había arañado en el cerro aún me seguía y de hecho así era, pude verla a unos cuantos metros de mí, caminaba en cuatro patas, pero tenía una figura humana, por suerte una vez que la luz tocó su cuerpo huyo en dirección al cerro. Apenas vi a María y la abracé besé, le dije que había ido a buscarla al cerro, ella me contestó que había caminado en dirección contraria y llegó hasta el laboratorio, allí me rescataron. Yo le dije que había escuchado su voz, por eso la seguí hasta el cerro, ella me dijo que ese era el cerro al que se iba a morir el ganado. Miro mi herida y gritó asustada, hasta ese momento no había visto que tan grave era la herida, pero si lucia bastante mal.
Nos llevaron al laboratorio, del cual no tenía ni ida de su existencia, pero una vez allí un médico reviso mi herida, quedo perplejo y mando llamar a un biólogo para que mirara mi herida, le preguntó el médico al Biólogo: “¿Habías visto una herida igual?”. Yo me puse nervioso y el médico lo noto por lo que me dijo que estuviera tranquilo que ahorita me curaban, pero que la herida era extraña, pues no tenía la marca que dejaría un puma o un gato montés, ni siquiera la de un coyote o lobo, me miro y me volvió a preguntar que, si estaba seguro de que me había arañado un animal, yo le respondí que sí, pero no les dije que había visto a la criatura no sentía ganas de dar explicaciones solo quería que me vendaran esa horrible herida. El biólogo me pidió que me dejara tomar fotos a la herida para tenerla en el registro, pues quizá así había atacado por una especie no registrada y deseaba compararla a detalle con otras para ver si daba con el tipo de animal que me ataco en el cerro, ese era parte del trabajo del laboratorio. Dejé que tomaran las fotos y las muestras que deseaban, luego de sufrir el ardor cuando me lavaron y curaron la herida, después me la vendaron, después de un par de llamadas una patrulla de la policía municipal llegó por nosotros y nos llevó a presentar declaración de lo ocurrido, pues en nuestra ausencia la familia de María José había levantado reporte de desaparecida y se tenía que comprobar que no había sido un rapto y todas esas cosas tan tediosas por las que se debe pasar cuando algo malo ocurre, así pues que no fuimos libres inmediatamente, estos procesos son largos, repetitivos y tediosos.

Después de presentar declaración y aclarado todo, nos llevaron a Mapimi a la casa de María José, yo hice unas llamadas para que me mandaran dinero y poder regresarme a mi casa después de toda esa aventura, aun así, deseaba pasar al menos unos días más con ella.

Quisiera decirles que ella y yo nos casamos, pero no, después de lo vivido ella no deseaba verme más, aun cuando yo no tuve la culpa de nada y así me lo hizo saber la última vez que hable con ella, me dijo que estaba yendo a terapia psicológica, pero que, aunque estaba segura de que sentía algo por mí no podía dejar de identificarme con nuestra terrible aventura y prefería alejarse de mí.
Para mí tampoco ha sido fácil sobrellevar aquella experiencia en la zona del silencio, también comencé a ir a terapia psicológica y aunque le he contado lo mismo que a ustedes a mi psicóloga, quien pienso que no me cree ni un poco, pues me ha dicho que el calor y la deshidratación pueden causar alucinaciones, nunca he intentado convencerlo de lo contrario, poco me interesa que me crea o no, yo sé lo que viví, lo tengo marcado en brazo, un arañazo de una garra de siete dedos. Siento que la terapia no es suficiente, por las noches a veces vuelvo a soñar con lo ocurrido en la zona del silencio y otras veces simplemente el insomnio me invade y es cuando mi mente empieza a formar algunas teorías acerca de todo lo vivido. Pienso que en algún punto del desierto entramos en otra dimensión y por eso vivimos tantas cosas extrañas, no sé, esta idea siempre ronda en mi cabeza por las noches. Quizás si María José siguiera conmigo sería más fácil de sobrellevar este recuerdo, pero la vez que le propuse venirse a vivir aquí, lejos del desierto fue cuando me dijo que lo mejor para ella era alejarse de mí.

En fin, como les digo, la terapia no ha servido de mucho, hoy en día después de contar todo lo ocurrido me atrevo a pensar que es mi mente quien se aferra a recordar la terrible aventura, de la misma manera en que se aferra a María José.

 
 
Autor: Mauricio Farfán
Derechos Reservados

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