El Vigilante Historia De Terror 2023

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El Vigilante Historia De Terror 2023

El Vigilante Historia De Terror… Quiero contarles lo que me ha estado pasando últimamente en mi nuevo trabajo. Antes de la pandemia, yo trabajaba en una fábrica de zapatos, pero, por recorte de personal, me forzaron a dejar mi trabajo de muchos años. Me encontraba desesperado; por mi edad, no sería sencillo conseguir un empleo.

Poca gente llega a contratar a un anciano de 60 años. Por fortuna, encontré un empleo en un almacén cerca de mi casa. El trabajo consistía en cuidar de un almacén de ropa; solo tenía que quedarme en las noches y dar una que otra vuelta e inspeccionar el lugar.

Era algo sencillo y la paga no era tanta, pero ya era ganancia tener un empleo.

Quien me recibió fue el hijo del dueño. Me presentó el almacén, en el cual aguardaban artículos que la gente donaba para asilos, orfanatos o instituciones que daban cobijo a gente humilde.

Me comentó que no había riesgos en cuidar el lugar, pero que en ciertas ocasiones, se había logrado colar gente que quería robarse algo. La zona en la que estábamos ubicados era famosa porque te podían asaltar fácilmente, así que, por seguridad, me otorgaron un arma, la cual, realmente, no tenía ni una sola munición. Solo era para espantar a quien se tratara de pasar de li

Apenas daban las 9 de la noche y yo ya debía estar comenzando a vigilar. El almacén era muy distinto por la noche, parecía ser más grande de lo que me lo habían presentado. Di un par de vueltas para reconocer el lugar, acompañado solo de mi linterna, macana y la pistola.

Mientras caminaba por los pasillos, me puse a silbar; eso siempre me tranquilizaba. Todo parecía estar tranquilo y en orden. Uno que otro ruido llamó mi atención, pero cuando ubicaba de dónde provenía o que identificaba de qué se trataba, volvía a tranquilizarme y continuaba silbando.

Regresé a mi lugar y encendí el televisor un rato. Era un viejo televisor cuadrado de color rojo que apenas sintonizaba un par de canales en blanco y negro, me sorprendía que aun funcionara un aparato así de viejo en esta época. Siendo la primera noche que hacía este tipo de trabajo me entro mucho sueño, no paraba de cabecear, así que me levanté para estirarme un poco y despertarme.

Lo último que quería es que me encontraran dormido y me regañaran. Aun así, el sueño me estaba ganando, no podía estar más con los ojos abiertos. En eso recordé que había una cafetera en una mesa del lobby, así que fui a prepararme una taza. Y entonces las cosas comenzaron a suceder.

Escuché el silbido de una persona; el sonido venía desde el pasillo. Me quedé perplejo, era el mismo silbido que yo hice rato atrás. Tomé la linterna y la pistola, me acerqué al lugar para interceptar a la persona que estaba silbando y, al momento de asomarme para sorprenderlo, no había nadie. Sin embargo, el sonido del silbido pasó a través de mí, una corriente helada recorrió mi cuerpo que hizo que me estremeciera. No le hallaba explicación a lo que me acababa de ocurrir.

Aunque el silbido había cesado, decidí regresar a mi estación para revisar las cámaras, por si encontraba algo.

Encendí la cámara, la cual solo vigilaba una parte del almacén. Todo parecía estar en su lugar, todo tranquilo. Me quedé observando el monitor solo para dejar pasar el rato, pero el sueño volvió a mí, empecé a cabecear, mis párpados se sentían muy pesados y, en un pestañeo, pude ver algo en el monitor.

Me fijé detenidamente y pude notar que en el pasillo había aparecido un niño, no más de diez años y de piel muy blanca. Sus ojos eran brillantes parecían ser dos faros en la oscuridad.

Miro de un lado a otro, parecía que buscaba algo y de pronto miro hacia la cámara, se había dado cuenta de mi presencia, desapareció tan rápido como apareció.

Al principio, pensé que se había metido alguien, pero cuando desapareció, me di cuenta de que se trataba de otra cosa.

Me lo pensé dos veces antes de aventurarme a ver qué era lo que estaba ocurriendo. Dentro de mí estaba aterrado, pero no podía dejar que pasara algo por miedoso y que me corrieran en mi primer día. No sé de dónde tomé valor y me dispuse a ir.

Cada paso que daba estaba lleno de agonía, no quería toparme con algo de repente. Trataba de pensar en mis padres, en mis hermanos, en distraer la mente en otra cosa, pero era mucho el temor que sentía como para despejarme con otros pensamientos.

Antes de que llegara al sitio donde había visto al niño, me encontré con una habitación cerrada. En la puerta tenía una pequeña ventanita cuadrada por la cual se podía ver su interior. El hijo del patrón me había comentado que esa habitación estaba cerrada desde hace tiempo y solo guardaban allí ropa.

Justo cuando pasé a su lado, escuché que alguien golpeó fuertemente. Me detuve en seco, no sabía si lo que escuché fue producto de mi imaginación o si realmente pasó. Me acerqué lentamente y apunté la linterna hacia la ventanita; no se veía nada anormal o fuera de lo ordinario.

Me quedé allí por unos segundos más y, cuando di un paso hacia atrás, el rostro de una persona apareció de la nada. Me veía atentamente, a mí me había asustado, por lo que tardé en reaccionar. Saqué el arma y le pedí que saliera de esa habitación.

Parecía ser una mujer, aunque con la poca luz que había, no podía distinguirla claramente. Le volví a pedir que saliera o, de otro modo, tendría que usar la fuerza. Entonces, la mujer se alejó de la ventanita, era como si se hubiera desvanecido entre las sombras.

Me quedé en silencio por un momento y me acerqué nuevamente para ver por dentro y, justo cuando puse mi rostro para mirar, nuevamente apareció ella ante mí. Abrió la boca como si estuviera gritándome con fuerza, pero no lograba escucharla. Yo me alejé rápidamente y ella se volvió a desvanecer.

Me quedé allí por un largo rato, estaba congelado del miedo, pero a su vez temblaba. Al cabo de unos minutos, recuperé mi movilidad y me dispuse a ir a la otra parte del almacén, cuando escuché claramente la voz de una mujer que me decía en un susurro: “Estas son mis cosas”.

 Mi corazón latía a mil por hora y no podía evitar sentir un escalofrío recorriéndome la espalda. Esta situación estaba lejos de ser algo normal, estaba lidiando con algo que no podía explicar y que no tenía que afrontar. No podía creer lo que estaba sucediendo, pensé que estaba soñando o que mi mente estaba jugando trucos por el agotamiento de esa noche. Nuevamente comenzaron a golpear la puerta, tuve que regresar huyendo.

Decidí que lo mejor sería salir de allí, quizás estar un rato fuera me ayudaría a aclarar la mente y mis ideas. Pero, cuando me dirigí hacia la puerta, las luces del almacén comenzaron a parpadear hasta apagarse por completo,  se escuchó un fuerte golpe de mí.

Me giré rápidamente, pero no había nada. Estaba seguro de que no había viento ni nada que pudiera hacer ese ruido, levante la linterna en busca de algo, deseando en verdad no encontrarme con alguien parado justo delante de mí.       

Empezaba a arrepentirme de haber tomado este trabajo, pero no podía simplemente marcharme. No tenía adónde ir y, además, si dejaba el almacén desprotegido, podían echarme la culpa si algo pasaba. Así que, con un nudo en la garganta y el corazón latiendo con fuerza, decidí enfrentarme a lo que estuviera ocurriendo.

Le grite que se fuera de allí, que si se trataba de una bruja, demonio o chaneque se fuera, fue entonces cuando recordé algo que me había enseñado mi difunto abuelo de cuando era pequeño.

Mis abuelos vivían en un rancho a las fueras de la ciudad, yo seguido acompañaba a mi abuelo a revisar a los alrededores antes de acostarnos, él siempre ponía trampas para los chaneques, me decía que eran seres reales y se creían dueños de la casa. Normalmente toman la apariencia de un niño e intentan hacerte perder la cabeza. Y lo que menos les gustaba era la Sal.

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Mi abuelo colocaba cubitos de queso rellenos de Sal en diferentes lugares del rancho, después de eso nos esperábamos a que alguno cayera. Yo recuerdo haber visto uno que otro pero de lejos, los veía huir mientras que mi abuelo les disparaba desde lejos y jamás volvían.

Me acerque a mi base y saque mi mochila, donde tenía mi comida, yo había traído un poco de sal en una bolsita, así que arme unas cuantas bolitas de carne de mi cena, a las cuales les puse la mayor cantidad de sal posible. Ahora solo tocaba la parte más difícil.

Ir a colocarlas. Pensé que quizás esa sería la solución, pero aunque no sabía si me estaba enfrentando contra un chaneque u otra cosa, tenía que intentarlo.

Regrese a la habitación donde había visto a la mujer, noté entonces que la puerta estaba entreabierta. Me acerqué lentamente y, antes de que pudiera asomarme, la puerta se cerró violentamente, causándome un gran susto. Al mirar a través de la pequeña ventanita de la puerta, no vi nada. Todo estaba en orden, las ropas estaban apiladas y no había señales de la mujer.

Caminé un poco más y llegué a la zona donde había visto al niño en la cámara. Allí no había nada tampoco. Ni rastros del niño, ni del extraño silbido que había escuchado antes. Todo estaba silencioso, tanto que podía escuchar mis propios latidos. Puse otras dos bolitas de carne sobre la mesa donde había visto al niño.

De repente, una voz fría y grave me sobresaltó. Volví la cabeza y allí estaba, la mujer que había visto en la habitación. Estaba flotando en el aire, su rostro era pálido y sus ojos oscuros me miraban fijamente. En su mano, sostenía lo que parecía ser un trapo, parecía muy desgastado.

“Estas son mis cosas”, repitió la mujer con la misma voz que había escuchado antes. Estaba paralizado de miedo, no podía moverme ni hablar. La mujer me miró durante un par de segundos que se sintieron como una eternidad y luego, sin decir nada más, se desvaneció.

Sin lugar a dudas, esa no era una chaneque.

Estaba enfrentándome a un ser sobrenatural, un fantasma, como dicen en las historias. La tensión y el miedo me impedían pensar con claridad, pero sabía que tenía que hacer algo, no podía simplemente huir.

Tomé un respiro profundo e intenté calmar mis nervios. Recordé que mi abuelo, además de enseñarme sobre los chaneques, también me contó historias sobre espíritus y cómo tratar con ellos. Me dijo que a menudo los espíritus están ligados al mundo físico debido a algo que no pueden dejar atrás, algo que los hace permanecer aquí. No podía quedarme más allí, así que regrese a mi base a pensar que tenía que hacer, todo estaba oscuro así que tenía que cuidar de la entrada.

Me quede allí unos minutos cuando de pronto la luz regreso, me sentí tan bien que solo quedaba esperara a que mi idea se solucionara, entonces lo vi, el niño volvió a aparecer en la puerta, se agacho para tomar algo del piso. Se trataba de uno de mis señuelos, se lo hecho a la boca e inmediatamente comenzó a sacudirse del horrible sabor. Y así como apareció termino desapareciendo, el cual ya no he visto otra vez en el almacén. Ya solo quedaba lidiar con Espíritu.

Si este espíritu era la mujer a la que pertenecían esas cosas, se me ocurrió que  tal vez si le mostraba que respetaba sus pertenencias y las cuidaba, podría encontrar la paz y desaparecer. Fui de nueva cuenta a la habitación, la puerta estaba abierta.

Allí, entre las pilas de ropa, encontré el trapo que la mujer había sostenido. Era viejo y gastado, pero pude ver que una vez fue un hermoso vestido de algodón, seguramente adorado por su dueña.  Con mucho cuidado, lo levanté y lo doblé con la mayor delicadeza posible que pude.

Luego, busqué una caja vacía en el almacén, la llené con papeles que encontré por allí,  y coloqué el vestido dentro. La caja la puse en un lugar alto, donde se pudiera ver fácilmente y donde nadie pudiera dañarlo.

Después de eso, me dirigí al centro de la habitación, y con voz temblorosa pero fuerte, me dirigí a la mujer: “Sé que estas son tus cosas, y las respeto. He cuidado tu vestido y lo he guardado donde nadie puede dañarlo. No tengo intención de tomar nada que te pertenezca. Solo estoy aquí para cuidar este lugar.”

No hubo respuesta inmediata, de hecho me esperaba que no me contestara, pero después de unos minutos, sentí una especie de alivio en el ambiente, como si la tensión hubiera disminuido. Pasaron más minutos y no hubo más ruidos extraños, ni apariciones, ni susurros.

Por fin, me atreví a respirar más tranquilamente. No sabía si lo que había hecho funcionaría, pero por lo menos parecía haber calmado a la mujer por el momento. Esa noche no pude dormir, mis ojos estaban pegados en la cámara de seguridad y mi mente en constante alerta por cualquier ruido.

La noche siguiente, volví con más preparación. Traje más sal y un amuleto que mi abuela solía llevar, un pequeño crucifijo de plata, pensando que podría ayudar. Esa noche, y las siguientes, se volvieron más tranquilas. La mujer no volvió a aparecer y tampoco el niño, y aunque a veces todavía podía sentir una presencia, ya no era tan amenazante. Parecía que mi acción había funcionado, y aunque no podía estar completamente seguro de ello, me sentía ahora más seguro.

Afortunadamente continúo en este trabajo, el patrón me ha dado la oportunidad de mejorar un poco la base, desde una mejor televisión, mas cámaras e incluso mi propia cafetera, aunque ya no se han presentado situaciones anormales como antes, he de aceptar que de repente cuando llega un nuevo cargamento de cosas, puedo escuchar ruidos ya sea de niños o de gente hablando.

Autor: Mario Franco Corrales Lengua de Brujo

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